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También denominada El lenguaje de las flores, esta es la última obra de teatro que Lorca llegó a ver estrenada antes de su asesinato en 1936. Con ella, se aparta de las tragedias rurales y habla del desamor de una pareja de novios que ha debido separarse a causa de un viaje a la argentina. Con este punto de partida, Lorca vuelve a hacer una reflexión sobre el desamor y la pena llevados hasta sus últimas consecuencias.
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Seitenzahl: 64
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Federico García Lorca
Saga
Doña Rosita la soltera
Cover image: Shutterstock
Copyright © 1935, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726479638
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
www.sagaegmont.com
Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com
DOÑA ROSITA: es el protagonista, es el reflejo de la típica mujer solterona de la época.
Habitación con salida a un invernadero.
TÍO.— ¿Y mis semillas?
AMA.— Ahí estaban.
TÍO.— Pues no están.
TÍA.— Eléboro, fucsias y los crisantemos, Luis Passy violáceo y altair blanco plata con puntas heliotropo.
TÍO.— Es necesario que cuidéis las flores.
AMA.— Si lo dice por mí…
TÍA.— Calla. No repliques.
TÍO.— Lo digo por todos. Ayer me encontré las semillas de dalias pisoteadas por el suelo. (Entra en el invernadero.) No os dais cuenta de mi invernadero; desde el ochocientos siete, en que la condesa de Wandes obtuvo la rosa muscosa, no la ha conseguido nadie en Granada más que yo, ni el botánico de la Universidad. Es preciso que tengáis más respeto por mis plantas.
AMA.— Pero ¿no las respeto?
TÍA.— ¡Chist! Sois a cuál peor.
AMA.— Sí, señora. Pero yo no digo que de tanto regar las flores y tanta agua por todas partes van a salir sapos en el sofá.
TÍA.— Luego bien te gusta olerlas.
AMA.— No, señora. A mí las flores me huelen a niño muerto, o a profesión de monja, o a altar de iglesia. A cosas tristes. Donde esté una naranja o un buen membrillo, que se quiten las rosas del mundo. Pero aquí… rosas por la derecha, albahaca por la izquierda, anémonas, salvias, petunias y esas flores de ahora, de moda, los crisantemos, despeinados como unas cabezas de gitanillas. ¡Qué ganas tengo de ver plantados en este jardín un peral, un cerezo, un caqui!
TÍA.— ¡Para comértelos!
AMA.— Como quien tiene boca… Como decían en mi pueblo:
La boca sirve para comer,
las piernas sirven para la danza,
y hay una cosa de la mujer…
(Se detiene y se acerca a la TÍA y lo dice bajo.)
TÍA.— ¡Jesús! (Signando.)
AMA.— Son indecencias de los pueblos. (Signando.)
ROSITA.— (Entra rápida. Viene vestida de rosa con un traje del novecientos, mangas de jamón y adornos de cintas.) ¿Y mi sombrero? ¿Dónde está mi sombrero? ¡Ya han dado las treinta campanadas en San Luis!
AMA.— Yo lo dejé en la mesa.
ROSITA.— Pues no está. (Buscan.) (El AMA sale.)
TÍA.— ¿Has mirado en el armario? (Sale la TÍA.)
AMA.— (Entra.) No lo encuentro.
ROSITA.— ¿Será posible que no sepa dónde está mi sombrero?
AMA.— Ponte el azul con margaritas.
ROSITA.— Estás loca.
AMA.— Más loca estás tú.
TÍA.— (Vuelve a entrar.) ¡Vamos, aquí está! (ROSITA lo coge y sale corriendo.)
AMA.— Es que todo lo quiere volando. Hoy ya quisiera que fuese pasado mañana. Se echa a volar y se nos pierde de las manos. Cuando chiquita tenía que contarle todos los días el cuento de cuando ella fuera vieja: «Mi Rosita ya tiene ochenta años»…, y siempre así. ¿Cuándo la ha visto usted sentada a hacer encaje de lanzadera o frivolité, o puntas de festón o sacar hilos para adornarse una chapona?
TÍA.— Nunca.
AMA.— Siempre del coro al caño y del caño al coro; del coro al caño y del caño al coro.
TÍA.— ¡A ver si te equivocas!
AMA.— Si me equivocara no oiría usted ninguna palabra nueva.
TÍA.— Claro es que nunca me ha gustado contradecirla, porque ¿quién apena a una criatura que no tiene padres?
AMA.— Ni padre, ni madre, ni perrito que le ladre, pero tiene un tío y una tía que valen un tesoro. (La abraza.)
TÍO.— (Dentro.) ¡Esto ya es demasiado!
TÍA.— ¡María Santísima!
TÍO.— Bien está que se pisen las semillas, pero no es tolerable que esté con las hojitas tronchadas la planta de rosal que más quiero. Mucho más que la muscosa y la híspida y la pomponiana y la damascena y que la eglantina de la reina Isabel. (A la TÍA.) Entra, entra y verás.
TÍA.— ¿Se ha roto?
TÍO.— No, no le ha pasado gran cosa, pero pudo haberle pasado.
AMA.— ¡Acabáramos!
TÍO.— Yo me pregunto: ¿quién volcó la maceta?
AMA.— A mí no me mire usted.
TÍO.— ¿He sido yo?
AMA.— ¿Y no hay gatos y no hay perros, y no hay un golpe de aire que entra por la ventana?
TÍA.— Anda, barre el invernadero.
AMA.— Está visto que en esta casa no la dejan hablar a una.
TÍO.— (Entra.) Es una rosa que nunca has visto; una sorpresa que te tengo preparada. Porque es increíble la "rosa declinata" de capullos caídos y la inermis que no tiene espinas; ¡qué maravilla!, ¿eh?, ¡ni una espina!; y la mirtifolia que viene de Bélgica y la sulfurata que brilla en la oscuridad. Pero ésta las aventaja a todas en rareza. Los botánicos la llaman "rosa mutabile", que quiere decir mudable, que cambia… En este libro está su descripción y su pintura, ¡mira! (Abre el libro.) Es roja por la mañana, a la tarde se pone blanca y se deshoja por la noche.
Cuando se abre en la mañana.
roja como sangre está.
El rocío no la toca
porque se teme quemar.
Abierta en el mediodía
es dura como el coral.
El sol se asoma a los vidrios
para verla relumbrar.
Cuando en las ramas empiezan
los pájaros a cantar
y se desmaya la tarde
en las violetas del mar,
se pone blanca, con blanco
de una mejilla de sal.
Y cuando toca la noche
blando cuerno de metal
y las estrellas avanzan
mientras los aires se van,
en la raya de lo oscuro,
se comienza a deshojar.
TÍA.— ¿Y tiene ya flor?
TÍO.— Una que se está abriendo.
TÍA.— ¿Dura un día tan solo?
TÍO.— Uno. Pero yo ese día lo pienso pasar al lado para ver cómo se pone blanca.
ROSITA.— (Entrando.) Mi sombrilla.
TÍO.— Su sombrilla.
TÍA.— (A voces.) La sombrilla.
AMA.— (Apareciendo.) ¡Aquí está la sombrilla! (ROSITA coge la sombrilla y besa a sus tíos.)
ROSITA.— ¿Qué tal?
TÍO.— Un primor.
TÍA.— No hay otra.
ROSITA.— (Abriendo la sombrilla.) ¿Y ahora?
AMA.— ¡Por Dios, cierra la sombrilla, no se puede abrir bajo techado! ¡Llega la mala suerte!
Por la rueda de San Bartolomé
y la varita de San José
y la santa rama de laurel,
enemigo, retírate
por las cuatro esquinas de Jerusalén.
(Ríen todos. El TÍO sale.)
ROSITA.— (Cerrando.) ¡Ya está!
AMA.— No lo hagas más… ¡ca…ramba!
ROSITA.— ¡Huy!
TÍA.— ¿Qué ibas a decir?
AMA.— ¡Pero no lo he dicho!
ROSITA.— (Saliendo con risas.) ¡Hasta luego!
TÍA.— ¿Quién te acompaña?
ROSITA.— (Asomando la cabeza.) Voy con las manolas.
AMA.— Y con el novio.
TÍA.— El novio creo que tenía que hacer.
AMA.— No sé quién me gusta más, si el novio o ella. (La TÍA se sienta a hacer encaje de bolillos.) Un par de primos para ponerlos en un vasar de azúcar, y si se murieran, ¡Dios los libre!, embalsamarlos y meterlos en un nicho de cristales y de nieve. ¿A cuál quiere usted más? (Se pone a limpiar.)
TÍA.— A los dos los quiero como sobrinos.