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Veröffentlichungsjahr: 1937
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Poema del cante jondo
Federico García Lorca
Índice
Cubierta
Portada
Preliminares
Poema del cante jondo
MOTIVO DE ESTA EDICION
FEDERICO GARCIA LORCA RETRATADO POR PABLO NERUDA
BALADILLA DE LOS TRES RIOS
LA GUITARRA
EL GRITO
EL SILENCIO
EL PASO DE LA SIGUIRIYA
DESPUES DE PASAR
Y DESPUES
POEMA DE LA SOLEÁ
PUEBLO
PUÑAL
ENCRUCIJADA
¡AY!
SORPRESA
LA SOLEÁ
CUEVA
ENCUENTRO
ALBA
ARQUEROS
NOCHE
SEVILLA
PROCESION
PASO
SAETA
BALCON
MADRUGADA
CAMPANA BURDON
CAMINO
LAS SEIS CUERDAS
DANZA EN EL HUERTO DE LA PETENERA
MUERTE DE LA PETENERA
FALSETA
DE PROFUNDIS
CLAMOR
LA LOLA
AMPARO
RETRATO DE SILVERIO FRANCONETTI
JUAN BREVA
CAFÉ CANTANTE
LAMENTACION DE LA MUERTE
CONJURO
MEMENTO
MALAGUEÑA
BARRIO DE CÓRDOBA TOPICO NOCTURNO
BAILE
ADIVINANZA DE LA GUITARRA
CANDIL
CROTALO
CHUMBERA
PITA
CRUZ
ESCENA DEL TENIENTE CORONEL DE LA GUARDIA CIVIL
CANCION DEL GITANO APALEADO
DIALOGO DEL AMARGO CAMPO
CANCION DE LA MADRE DEL AMARGO
NOCTURNO DEL HUECO
CANCION DE LA MUERTE PEQUEÑA
EL LLANTO
CANCION
ROMANCE
LLANTO POR IGNACIO SANCHEZ MEJIA
POEMA DE LA SIGUIRIYA GITANA
LA MUERTE DE GARCIA LORCA
EL CRIMEN
LA MUERTE DEL POETA
ODA A FEDERICO GARCIA LORCA
GARCIA LORCA EN MONTEVIDEO
Acerca de esta edición
Enlaces relacionados
Ante la noticia de la muerte del poeta español Federico García Lorca, nadie puede permanecer indiferente. Los sucesos de un país teñido en sangre por una lucha cruel, han producido, entre las numerosas víctimas de la guerra, esta desaparición de uno de los más altos poetas con que cuenta la literatura española de todos los tiempos. En la plenitud de su producción y cuando se esperaban los frutos más prometedores de su sensibilidad extraordinaria y de su talento poético, muere García Lorca y las letras de todo el mundo pierden con él a uno de sus representantes más esclarecidos y puros.
Sobre el horrendo dolor que significa la guerra entre hermanos y todas las calamidades que produce, nosotros vemos ahora, con una particularidad justificada, el significado tristísimo de la muerte de un gran poeta. Pocos son los hombres que pueden merecer este título. Hay naciones que en toda su historia, apenas cuentan con un poeta que las glorifique. Cuando uno del valor de Federico García Lorca muere en circunstancias tan lamentables y trágicas, la sensación de cuantos aman la belleza y la respetan por encima de todo, no puede menos que ser dolorosa y capaz de producir una impresión de protesta ante un suceso de esa índole.
El autor del “Romancero Gitano”, del “Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías”, del “Poema del Cante Jondo”, poeta excelso, debe recibir el homenaje de aquellos que se hallaban cerca de él, por admiración o por sensibilidad. Resucitador de una de las tradiciones más puras de la poesía hispana. García Lorca, al morir, deja truncado un porvenir tan grande como es ahora el sentimiento de saberlo perdido para siempre.
¡Federico García Lorca! Era popular como la guitarra, jubiloso, melancólico, profundo y claro como un niño, como el pueblo. Si hubieran buscado paso a paso a quien sacrificar como se sacrifica un símbolo, jamás hubieran encontrado, ni en ningún ser ni en ningún objeto, el alma española con toda su profunda vivacidad como en este ser escogido. Supieron elegir los que lo fusilaron, ya que éstos querían tirar al corazón mismo de la raza.
No sé cómo precisar su recuerdo. La violenta luz de la vida no ilumina más que un instante su cara, ahora herida y extinta. Pero durante ese largo minuto de su vida, su figura resplandece de luz solar. Desde el tiempo de Góngora y de Lope de Vega no había aparecido un creador como él, una tal movilidad de forma y de lenguaje: desde los tiempos en que los españoles del pueblo besaban las vestiduras de Lope no se había conocido en la lengua española una selección popular de tal envergadura ejercida por un poeta. Todo lo que tocaba, aún en las alturas de un estetismo misterioso al cual en su calidad de poeta letrado no podía renunciar sin traicionarse, todo lo que él tocaba se saturaba de esencias profundas, de sones que penetraban en la masa hasta la médula. He pronunciado la palabra estetismo, pero no nos engañemos: García Lorca era antiesteta; en ese sentido llenaba su poesía y su teatro de dramas humanos y de tempestades del corazón; pero no renunció por ello a los primitivos secretos del misterio poético. El pueblo, con una intuición maravillosa, se hace dueño de su poesía, que se canta y se cantaba anónima en las aldeas de Andalucía; pero él no se vanagloriaba de ello para sacarle beneficio; antes, al contrario, buscaba asiduamente dentro y fuera de sí mismo.
* * *
Su antiestetismo es tal vez el origen de su gran popularidad en América. De esa brillante generación de poetas como Alberti, Alexandre, Altolaguirre, Cernuda, etc., él fué tal vez el único sobre quien la sombra de Góngora no ejerció ese poder refrigerante que en 1927 atacó de esterilidad estética la gran poesía juvenil de España. América, separada por siglos de océano, de clásicos ancestrales de la lengua, reconoció la grandeza de este joven poeta atraído irresistiblemente por el pueblo y por la sangre. Yo vi en Buenos Aires la más grande apoteosis que un poeta de nuestra raza haya recibido jamás; las multitudes enormes escuchaban con emoción y lágrimas sus tragedias de una opulencia verbal inaudita. En ellas se revelaban, brillando como una explosión fosfórica, el eterno drama español, donde el amor y la muerte ejecutaban una danza furiosa, el amor y la muerte enmascarados o desnudos.
Su recuerdo es imposible de trazar en un retrato a esta distancia. Era una claridad física, una energía en movimiento, una alegría una luz chispeante, una ternura completamente sobrehumana. Su persona era mágica y morena y traía la dicha.
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Por una curiosa e insistente coincidencia, los dos jóvenes poetas de mayor renombre en España—Alberti y García Lorca—han estado siempre unidos hasta en la rivalidad. Ambos andaluces dionisíacos, armoniosos, exuberantes, secretos y populares, bebieron al mismo tiempo en los surcos de la poesía española el folklore riquísimo de Andalucía y Castilla, elevando gradulamente su poesía desde la gracia aérea y vegetal de los orígenes del idioma, hasta el apogeo de la gracia, hasta la entrada en el bosque dramático de la raza. Después se separan. Mientras el uno, Alberti, se entrega con una generosidad total a la causa de los oprimidos y no vive más que en razón de su magnífica fe revolucionaria, el otro, mediante su literatura, regresa poco a poco a su región, a Granada, hasta volver completamente hacia ella, hasta morir. No existía entre ellos una verdadera rivalidad; eran buenos y espléndidos hermanos. Y es así que en el gran homenaje que en honor de Alberti tuvo lugar en Madrid, al regreso de su último viaje a Rusia y Méjico, Federico, en nombre de todos, lo saludó en términos magníficos. Algunos meses más tarde, García Lorca partía para Granada. Y allí, por una extraña fatalidad, le esperaba la muerte que los enemigos reservaban a Alberti.
Pero la inquietud social de Federico tomaba otras formas más cercanas a su alma de trovador morisco. Con su troupe, La Barraca, recorría los caminos de España representando el viejo y el gran teatro olvidado: Lope de Rueda, Lope de Vega, Cervantes. Restituía los antiguos romances dramatizados del seno puro de donde ellos habían salido. Los rincones más apartados de Castilla conocieron sus representaciones. Gracias a él, los andaluces, los asturianos y los de Extremadura se pusieron en contacto con sus poetas de genio, adormecidos un poco en su corazón, ya que el espectáculo los llenaba de un asombro sin sorpresa. Ni los trajes antiguos, ni el lenguaje arcaico chocaba a los paisanos que es bien seguro que no habían visto jamás un automóvil ni oído un fonógrafo. Porque en medio de la aterradora pobreza del campesino español a quien yo mismo he visto habitar las cavernas y alimentarse de hierbas y reptiles, pasaba ese torbellino mágico de poesía que llevaba entre los sueños de los viejos poetas los granos de pólvora de la cultura insatisfecha.
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Y aquí rememora un recuerdo suyo. Hace algunos meses se puso en camino hacia las aldeas. Iba a representar Peribáñez, de Lope de Vega. Y Federico se puso a recorrer todos los rincones de Extremadura buscando los auténticos trajes del siglo XV II que las antiguas familias lugareñas guardaban todavía en sus cofres. Regresó con un cargamento prodigioso de telas azules y doradas, de botas, de collares, de paños que veían la luz por primera vez después de siglos. La simpatía irresistible que emanaba de sí lo obtenía todo.
