El arte de la felicidad - Epicuro - - E-Book

El arte de la felicidad E-Book

Epicuro

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Beschreibung

Este libro reúne las enseñanzas fundamentales de Epicuro, el filósofo que cambió la manera de entender la felicidad y el propósito de la vida. Aquí, el lector encontrará una selección cuidadosamente organizada que incluye: • Las cartas de Epicuro: reflexiones profundas sobre la naturaleza, la ética y el placer. • Máximas capitales: principios esenciales que sintetizan su visión filosófica. • Sentencias vaticanas: pensamientos que iluminan el camino hacia una vida libre de miedos. • Fragmentos y escritos adicionales: destellos de sabiduría que completan su legado. Epicuro invita a quien lo lee, incluso hoy en día, a replantearse sus prioridades y a vivir en paz consigo mismo y con el mundo. Este libro es más que una recopilación: es una guía atemporal para quienes buscan comprender cómo el placer, la serenidad y las relaciones auténticas pueden darle sentido a la existencia

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Seitenzahl: 95

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Epicuro

(341 a. C. – 270 a. C.)

Fue un filósofo griego y fundador del epicureísmo, un sistema que hacía énfasis en la felicidad gracias a los placeres simples, el conocimiento de la naturaleza y las amistades. Nacido en la isla de Samos, estudió filosofía desde muy joven, siempre influenciado por el atomismo y otras escuelas de pensamiento. Al final, estableció su propia escuela, El Jardín, una comunidad en Atenas que admitía hombres, mujeres y hasta esclavos.

Epicuro enseñaba que una vida tranquila, libre de miedo y de deseos innecesarios, era el bien mayor. Rechazaba la intervención divina en el universo, promoviendo, en su lugar, una comprensión natural del mundo que permitiera dejar de lado los miedos, en especial a la muerte. Aunque gran parte de su obra se perdió, sus cartas y máximas siguen siendo influyentes y albergan una sabiduría eterna sobre la búsqueda de la felicidad y la paz interior.

EL ARTE DE LA FELICIDAD

EPICURO

EL ARTE DE LA FELICIDAD

Título original: Letters, Vatican Sayings, Principal Doctrines and Fragments

Primera edición en esta colección: enero del 2025

Epicuro

© 2025, Sin Fronteras Grupo Editorial

ISBN: 978-628-7735-65-1

Traducción y edición:

Isabela Cantos Vallecilla

Diseño de colección y diagramación:

Paula Andrea Gutiérrez Roldán

Reservados todos los derechos. No se permite reproducir parte alguna de esta publicación, cualquiera que sea el medio empleado (impresión, fotocopia, etc.), sin el permiso previo de la editorial.

Sin Fronteras, Grupo Editorial, apoya la protección de copyright.

Diseño epub:Hipertexto – Netizen Digital Solutions

Contenido

CARTAS

CARTA A HERÓDOTO

CARTA A PÍTOCLES

CARTA A MENECEO

MÁXIMAS CAPITALES

SENTENCIAS VATICANAS

FRAGMENTOS

FRAGMENTOS DE OBRAS IDENTIFICABLES

FRAGMENTOS DE OBRAS NO IDENTIFICABLES

FRAGMENTOS DE CARTAS

Cartas dirigidas a varias personas

Cartas a individuos

Cartas a personas no identificables

FRAGMENTOS CUYA FUENTE ES INCIERTA

CARTAS

CARTA A HERÓDOTO

Para aquellos que no pueden estudiar con dedicación todos mis libros o adentrarse en los tratados más largos, yo mismo he preparado un resumen de todo el sistema, Heródoto, para preservar en la memoria lo suficiente de las doctrinas principales, todo con el fin de que, en cada ocasión, ellos puedan ayudarse a sí mismos con respecto a los temas más importantes en la medida en que empiecen a estudiar a la naturaleza. Aquellos que hayan hecho algún avance en el estudio del sistema entero deben mantener en mente, bajo los encabezados principales, un esquema elemental del tema completo. Aunque un vistazo comprensivo se requiere a menudo, los detalles casi nunca son tan necesarios.

Así pues, en cuanto a lo primero (los títulos principales), debemos regresar continuamente y debemos memorizarlos hasta el punto de obtener una concepción válida de los hechos, así como también los medios para descubrir todos los detalles una vez los encabezados generales estén bien entendidos y memorizados, puesto que es el privilegio del estudiante maduro el hacer un uso rápido de sus concepciones, conectando cada una de ellas a hechos elementales y términos simples. Es imposible recolectar los resultados de un estudio continuo y diligente de la totalidad de las cosas a menos que podamos abarcarlas en fórmulas cortas y mantener en mente todo lo que haya podido expresarse a cabalidad hasta el más mínimo detalle. Por consiguiente, ya que tal curso es útil para todo el que quiera estudiar la ciencia natural, yo, que le dedico a la materia mi energía constante y cosecho el placer tranquilo de una vida como esta, he preparado para usted un resumen y un manual de las doctrinas en un solo lugar.

En primer lugar, Heródoto, debe entender qué es lo que subyace a las palabras, de modo que, con referencia a eso, podamos estar en posición de examinar opiniones, consultas o problemas, pues así nuestras pruebas no se quedarán sin cotejar ad infinitum y los términos que usemos no carecerán de significado. El sentido primario de todo término debe comprenderse con claridad y no requerir de ninguna comprobación. Esto es necesario si vamos a tener algo a lo que pueda remitirse el tema en cuestión, el problema o la opinión que tengamos ante nosotros. A continuación, debemos ligarnos a nuestras sensaciones, es decir, solo a las impresiones vigentes, ya sean de la mente o de cualquier otro criterio, así como a nuestros sentimientos actuales, de manera que tengamos los medios para determinar tanto lo que necesite de confirmación como lo que sea nebuloso.

Habiendo hecho esa distinción, ahora debemos considerar lo que no es evidente para nuestros sentidos: para empezar, que nada se materializa de lo que no existe. De ser así, cualquier cosa podría haber surgido de la nada, apareciendo sin necesidad de que hubiera una semilla. Y si aquello que desaparece se disolviera y se convirtiera en algo inexistente, todo habría perecido, pues aquello que pasó a ser al disolverse tampoco existe. Es más, el universo fue y siempre será el mismo que ahora. Porque nada en él cambia. Más allá del universo, no hay nada que, al entrar en él, pueda generar un cambio.

Asimismo, el universo consiste en cuerpos y vacío. La existencia de los cuerpos está certificada en todas partes por los hombres mismos. Y la razón debe apoyarse en las sensaciones cuando intente distinguir lo desconocido de lo conocido. Pero si aquello que llamamos vacío y lugar y sustancia impalpable no existiera, los cuerpos no tendrían nada en lo que estar y en lo que moverse, pues es evidente que se mueven. Más allá de esto, no hay nada que por percepción mental o analogía podamos concebir que exista. Cuando hablamos de cuerpos y espacio, ambos se consideran conjuntos o cosas separadas, no como las propiedades o accidentes de cosas separadas. Algunos cuerpos son compuestos y otros son los elementos de los que están hechos estos cuerpos compuestos. Estos últimos son indivisibles e inalterables, y con justa razón para que todas las cosas no se destruyan y pasen a la inexistencia, pero tienen que ser lo suficientemente fuertes como para resistir cuando los cuerpos compuestos se rompan porque poseen una sólida naturaleza y son incapaces de disolverse en cualquier lugar o de cualquier forma. De esto se deduce que los primeros comienzos deben ser entes corpóreos, indivisibles.

Por otra parte, el universo no tiene límites, pues lo que es finito tiene un borde y ese borde de algo solo se discierne cuando se lo compara con algo más. Como resultado, el universo, como no tiene un borde externo, no tiene límite. De igual manera, el universo es ilimitado tanto en cantidad de cuerpos como en la extensión del vacío. Si el vacío fuera infinito y los cuerpos finitos, esos cuerpos no se habrían quedado en algún lugar, sino que se habrían dispersado en su curso a través del vacío infinito, ya que no cuentan con soportes ni nada a lo que aferrarse en medio de las colisiones. Ahora, si el vacío fuera finito, no habría espacio suficiente para una cantidad infinita de cuerpos.

Además, los cuerpos sólidos e indivisibles que crean las sustancias compuestas y en los que se disuelven varían indefinidamente en sus formas, pues es imposible que tantas variedades surjan de la misma forma si tienen un número limitado. En cada configuración, el número de átomos es infinito, pero en sus variedades no son infinitos en su totalidad, sino incomprensibles.

Los átomos están en movimiento continuo por toda la eternidad. Algunos de ellos están a una distancia considerable entre sí y otros, a su vez, mantienen una vibración rápida cuando, por casualidad, quedan enredados o encerrados por una masa de átomos. Lo que causa esto es tanto la naturaleza del vacío de separar a cada átomo, pues son incapaces de oponer resistencia, como la dureza inherente de los átomos, la cual los hace rebotar después de chocarse, siempre hasta el punto de que su unión les permite volver a su posición anterior después de la colisión. Sus movimientos no tienen un inicio; los átomos y el vacío son la causa.

La extensa repetición de lo que estamos recordando ahora nos proporciona un esquema apropiado para nuestra concepción de la naturaleza de las cosas.

Ahora bien, existe un número infinito de mundos, algunos como este y otros muy diferentes. Porque los átomos, siendo infinitos, tal como se acaba de demostrar, se trasladan grandes distancias. Y es que estos átomos, de los cuales puede nacer un mundo y con los que se creará, no se han usado para la creación ni de un solo mundo o de un número ilimitado de mundos similares o diferentes. Por lo tanto, no hay nada que impida la existencia de una infinitud de mundos.

Prosiguiendo, hay imágenes que tienen la misma forma de los cuerpos sólidos, pero de una sutileza que supera con creces la de cualquier objeto que veamos. No es imposible que ese tipo de emanaciones se encuentren en el aire, alrededor de los objetos, ni que surjan tendencias hacia la creación de espacios vacíos y sutilezas, así como tampoco que esas emanaciones mantengan la posición y el orden constante que tienen en los cuerpos sólidos. A estas imágenes las llamamos proyecciones que surgen del objeto y que crean una impresión en los ojos.

Además, nada en los objetos aparentes para los sentidos invalida la afirmación de que las proyecciones, o emanaciones, tienen una finura y sutileza incomparables. Por lo tanto, también tienen una velocidad incomparable porque su pasaje es uniforme por completo debido al hecho de que nada o poco de ellas colisiona con los átomos infinitos, mientras que los cuerpos compuestos de muchos o infinitos átomos colisionan de inmediato con algo. Adicional a eso, nada niega la afirmación de que las proyecciones o emanaciones ocurren a la velocidad del pensamiento. Porque su flujo desde la superficie de los cuerpos es constante, aunque no es evidente por ninguna disminución del cuerpo debido a que se llena de átomos, de modo que el flujo preserva por mucho tiempo la posición y el orden de los átomos en el cuerpo físico (incluso si a veces es poco claro), y se forman combinaciones rápido en la atmósfera circundante porque no necesitan que su sustancia se llene desde adentro. Y hay otras maneras en las que se producen dichas emanaciones. Nada de lo que he dicho lo pueden contradecir los sentidos si examinamos de qué manera nos darán visiones claras del mundo exterior y de la relación entre los objetos externos.

También debemos considerar que cuando algo proveniente de un objeto externo entra en nosotros, lo vemos y tenemos en mente su forma. Porque las cosas externas no pueden transmitirnos la naturaleza de su color y su tamaño a través del aire que nos separa, ni por rayos, ni por ninguna otra corriente que fluya entre ellas y nosotros, del mismo modo que cuando ciertos modelos que emanan de las cosas mismas, teniendo el mismo color y forma, entran con el tamaño apropiado a nuestra mente y ojos. Como se mueven rápido, crean la ilusión de tener un solo movimiento continuo y preservan también la relación con el objeto existente como resultado del contacto medido con el cuerpo, todo debido a la rapidez del movimiento de los átomos en lo profundo del objeto sólido. Y sea cual sea la imagen que recibamos por la comprensión directa de nuestra mente o de nuestros órganos sensoriales, bien sea una forma o sus propiedades esenciales, esa es la verdadera forma del objeto sólido, pues se creó por la repetición constante de la imagen o por la impresión que dejó atrás.