El asalto a las fronteras del Derecho - Albert Noguera - E-Book

El asalto a las fronteras del Derecho E-Book

Albert Noguera

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Beschreibung

La modernidad capitalista invirtió la relación entre campo y ciudad. Las ciudades pasaron a convertirse, desde entonces, en el centro neurálgico de conflictos sociales, políticos y económicos, y de aparición de movimientos sociales, luchas y utopías en el interior de los Estados. De hecho, todavía hoy, continúan siéndolo. Sin embargo, el tránsito, durante el último tercio del siglo XX e inicios del XXI, de la fase de capitalismo industrial a la de capitalismo transnacional financiero ha implicado un cambio en la manera de organizar jurídicamente nuestras sociedades. La sustitución del constitucionalismo por un nuevo modo histórico de juridificación al que el autor llama «fronterismo» ha hecho cambiar el tipo de articulación de la ciudad con el espacio estatal nacional, así como la forma de ejercicio de la dominación y procesos de construcción de la clase social que operan en su interior. Ello obliga a los movimientos sociales a redefinir y pensar nuevos métodos de lucha y transformación social en el seno de la denominada ciudad global. Para ello, el autor plantea una reactualización de los conceptos de Revolución y Poder constituyente que, hoy, solo serían ejecutables a través de lo que llama una estrategia de asalto a las fronteras del Derecho.

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Veröffentlichungsjahr: 2023

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El asalto a las fronteras del Derecho

El asalto a las fronteras del DerechoRevolución y Poder constituyente en la era de la ciudad global

Albert Noguera

COLECCIÓN ESTRUCTURAS Y PROCESOSSerie Derecho

 

 

© Editorial Trotta, S.A., 2023http://www.trotta.es

© Albert Noguera Fernández, 2023

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

ISBN (edición digital e-pub): 978-84-1364-111-9

CONTENIDO

A modo de introducción

1. Tomar el poder y transformar no es hoy ni más ni menos difícil que ayer

2. El asalto al Estado: la Revolución como mecanismo de toma del poder y transformación propio del constitucionalismo

3. Las dos generaciones de pluralismo jurídico y el cambio de modo histórico de juridificación: el surgimiento de la ciudad global

4. El asalto a las instituciones de gobernanza mundial. ¿Puede existir un constitucionalismo global democrático?

5. Fronterismo: el asalto a las fronteras del Derecho. Revolución y Poder constituyente en la era de la ciudad global

Referencias

Índice general

A MODO DE INTRODUCCIÓN

La transición del feudalismo al capitalismo implicó cambios en la ordenación territorial y económica, en la dimensión temporal y en la estructura social de nuestras sociedades.

1. Desde el punto de vista de la ordenación territorial y económica supuso el tránsito de una civilización agraria a una civilización urbanoindustrial en el marco de la cual las ciudades pasan a desplazar al campo como centro de la vida social y económica.

En la etapa premoderna existían ciudades en el interior de las cuales se desarrollaban actividades urbanas, sin embargo, se trataba de actividades no productivas, comercio y usura principalmente, que no generaban condiciones propias para reproducirse productivamente de manera autónoma, sino que desarrollaban una existencia parasitaria del campo. La ciudad dependía económicamente del campo.

La aparición del capitalismo invirtió la relación entre campo y ciudad. Este implicó violentos procesos de expropiación a pequeños productores, destrucción de las bases de la propiedad comunitaria y feudal, de concentración de los medios de producción y la riqueza en manos de comerciantes que, transformados en burguesía naciente, aportaban el capital necesario para las actividades industriales, el surgimiento de un nuevo sector productivo industrial en las ciudades, que ponían el espacio urbano en función de las necesidades de acumulación del capital y lo autonomizaba del campo, etc. Como señaló Lefebvre (1968), ciudad y urbanización conformaron en la época un proceso dialéctico. Las ciudades pasan a jugar un importante papel en el desarrollo de la industria y el capitalismo a la vez que estos ejercen, en paralelo, un importante papel en el desarrollo de las ciudades. Durante las primeras décadas del siglo XIX, las ciudades crecen a pasos agigantados (Reissman, 1970; Vinuesa y Vidal, 1991). Londres pasó de 959000 habitantes en 1800 a 2,4 millones en 1850 y 4,2 millones en 1890. París con 1,1 millones de habitantes en 1850 elevó su población a 2,5 millones en 1890 (Garza, 1988, 73-74). Con la Revolución Industrial las ciudades subordinan al campo y se convierten en el centro de la vida social y económica.

2. Con respecto a la dimensión temporal, la llegada del capitalismo y la industrialización implicó un cambio en la dirección y el ritmo del tiempo. El rasgo temporal central de las sociedades agrarias premodernas era la circularidad del tiempo, puesto que se basaban en el seguimiento de las estaciones de la naturaleza. La modernidad capitalista introduce la idea de progreso lineal. La eclosión de la filosofía materialista y el materialismo de las ciencias naturales generaron la idea del progreso del saber que dio origen a la idea del progreso técnico y esta a la del progreso social y político desarrollada por la Ilustración. Si bien los conceptos de igualdad, libertad, dignidad, etc., ya existían en la obra de los clásicos, la aportación de la Revolución francesa y la Ilustración fue vincularlos a la política y a la idea de futuro, empezando a entender la organización del movimiento de lo social como algo que se dirige hacia un horizonte histórico y político lineal ascendente.

Asimismo, la industrialización y la introducción de la representación política en el Estado moderno implicaron una aceleración de los tiempos sociales y políticos. La gran industria supone reorganizar los procesos y ritmos de producción y trabajo de una manera que se aleja de los ciclos de la naturaleza. La conversión acelerada de la naturaleza en mercancías de todo tipo que la maquinaria industrial posibilita lleva a una aceleración vertiginosa del tiempo social con respecto a los ciclos naturales de las sociedades agrarias. A la vez, la institución de la representación política introducida por el constitucionalismo permite trasladar la toma de decisiones a un grupo más o menos pequeño de representantes dotados de legitimidad, encarnados en el Ejecutivo y/o el Legislativo, que toman decisiones rápidas y llevan a cabo transformaciones estructurales en cortos periodos de tiempo. Ello actúa como método de aceleración del tiempo político (Tapia, 2009, 57).

3. Y, desde el punto de vista de la estructura social, el desarrollo de la Revolución Industrial supuso una reordenación del sistema de relaciones sociales, económicas y políticas del que surgen nuevos sujetos y nuevas demandas. En concreto, la aparición del proletariado, la agudización de las contradicciones de clase, la estructuración de la lucha social en torno a la contradicción capital-trabajo y el surgimiento de la idea de utopía encarnada en el ideal socialista y/o comunista.

Todos estos cambios en la ordenación territorial y económica, la dimensión temporal y la estructura social de las sociedades hicieron que, con la modernidad capitalista, las ciudades pasaran a convertirse en el centro neurálgico de conflictos sociales, políticos y económicos, aparición de movimientos sociales, luchas y utopías en el interior de los Estados. De hecho, todavía hoy, continúan siéndolo.

Durante los siglos XIX y XX, las ciudades y sistemas urbanos industriales conformaban centros de mercado para el intercambio de bienes, servicios e información que integraban y articulaban el territorio nacional. La configuración de un mercado interno actuaba como forma de configuración del espacio nacional. A la vez, mediante su actividad industrial y comercial, estas actuaban como motor de crecimiento de la economía nacional. Las ciudades eran el núcleo unificador y articulador de un espacio estatal nacional claramente unificado y diferenciado cuyo modo histórico de juridificación era el constitucionalismo. Durante todo este periodo, el lugar por excelencia donde se produce la articulación entre burguesía y Derecho para organizar las ciudades, el Estado y la sociedad en general alrededor del proceso de reproducción ampliada capitalista es la Constitución. Por eso afirmaremos que el modo histórico de legalización de la modernidad capitalista es el constitucionalismo.

En el interior de este modelo de ciudad y/o sociedad los movimientos sociales estructurados, principalmente, alrededor del movimiento obrero, tenían un sentido de comunidad vinculado al Estado, constituían un sujeto centralizado y unitario estatal la mayoría de las veces con el adjetivo «nacional» o el nombre del país añadido a su nombre (Unión Nacional de Trabajadores, Partido Comunista de Francia, etc.) y orientaban sus reivindicaciones hacia el Estado. Cuando la gobernanza era equivalente a una regulación pública de tipo estatal, las asociaciones de la sociedad civil funcionaban en relación con el Estado, centraban su atención en las políticas estatales y llevaban a cabo sus interacciones con las autoridades estatales. Su objetivo era tomar el poder estatal por la vía de la revolución entendida según la idea moderna de la misma. La Revolución y el Poder constituyente, en el sentido moderno del término, es una vía de transformación social histórica que nace en paralelo al origen del constitucionalismo y solo puede darse en las condiciones que existen en el interior de este modo de legalización.

Sin embargo, las transformaciones ocurridas en el sistema capitalista durante el último tercio del siglo XX y primeras décadas del XXI han implicado una reconfiguración de la manera de organizar jurídicamente nuestras sociedades en la que el constitucionalismo ha sido desplazado por un nuevo modo histórico de juridificación al que llamaremos fronterismo. Ello ha hecho cambiar el tipo de articulación de la ciudad con el espacio estatal nacional, así como la forma de ejercicio de la dominación y procesos de construcción de la clase social que operan en su interior. Las ciudades constituyen, cada vez más, el terreno donde se concentran, localizan y cruzan múltiples procesos transnacionales generando una conexión directa entre lo económico urbano y lo global, sin la intermediación estatal, dando lugar a una ciudad global autónoma en la que se mezclan una pluralidad diversa de ordenamientos jurídicos y formas de juridicidad. Todo ello supone una desnacionalización de los espacios urbanos que adquieren una orientación más fuerte hacia los mercados globales que hacia su área de influencia interior nacional. En el marco de esta ciudad global del siglo XXI, término popularizado por la socióloga Saskia Sassen (1995), la vieja idea moderna de Revolución y Poder constituyente, propia de finales del siglo XVIII y de los siglos XIX y XX, resulta obsoleta e ineficaz, debiéndose redefinir.

Ver en qué consiste este nuevo modo histórico de juridificación que llamaremos fronterismo. Ver como en su interior cambian las formas y procesos de dominación y construcción de la clase social que se dan en nuestras ciudades. Y ver qué métodos de transformación deben aplicar los actuales movimientos sociales para lograr llevar a cabo una reactualización de la noción de Revolución y Poder constituyente en el interior de este nuevo modelo, es el objetivo del presente libro.

1

TOMAR EL PODER Y TRANSFORMAR NO ES HOY NI MÁS NI MENOS DIFÍCIL QUE AYER

Este libro quiere empezar rompiendo con dos creencias extendidas acerca del poder: la primera, la de que el poder es algo malo; y, la segunda, la de que, en la época de la globalización neoliberal donde se ha producido un desplazamiento de los espacios de gestión y toma de decisiones públicas de los Estados-nación hacia las instancias de gobernanza global y el capital financiero, el poder es algo desterritorializado y a-espacial imposible de tomar. De manera que la transformación radical del sistema capitalista por parte de los movimientos sociales no es posible.

Frente a ello, defenderemos aquí lo contrario: por un lado, que el poder no es ni malo ni algo que evitar, sino necesario y que hay que tomar; y, por otro lado, que tomar el poder y transformar en el seno de nuestras ciudades y sociedades hoy no es ni más ni menos imposible que ayer.

1. EL PODER NO ES MALO, ES NECESARIO Y HAY QUE TOMARLO

La presentación del poder como un ente malo que debe limitarse es un relato construido por la tradición liberal. Ya en la Inglaterra de 1690, en su Segundo tratado de gobierno civil, John Locke, a través de Richard Hooker, enlaza con la tradición política medieval, que llega hasta Tomás de Aquino, para sostener que el Gobierno debería estar limitado a la vez por una ley moral y por las tradiciones y convenciones constitucionales inherentes a la historia del reino. Esta idea se consolida, definitivamente, con el surgimiento en Alemania de la noción de Estado de derecho. Tal expresión (Rechtsstaat) es introducida inicialmente en la discusión sobre la política y el Estado por C. Th. Welcker (1813) y J. Ch. Freiherr von Aretin (1824) y desarrollada, posteriormente, por Robert von Mohl en su Staatsrecht des Königsreichs Württemberg (1829). En las primeras décadas del siglo XIX alemán, el Estado de derecho surge como un concepto político de lucha contra el Estado absoluto, donde el rey estaba desvinculado de las leyes, que propugnaba la sujeción del poder público al Derecho. Ello hizo que, desde entonces, el llamado imperio de la ley o sometimiento de los poderes públicos y los ciudadanos a la ley, constituya la nota primera y fundamental del Estado de derecho.

Mediante la expresión Estado de derecho, la noción de democracia liberal se construye, por tanto, como límite o control sobre el poder. Con ello, surge la idea de que el poder es algo malvado por naturaleza que hay que limitar. Desde entonces, la democratización de la sociedad se ha entendido, básicamente, como la evolución y sofisticación de las técnicas institucionalizadas de control y limitación sobre el poder político implementadas mediante las llamadas dos olas del Derecho público.

El primer momento conformador del Derecho público en Europa se inicia con la Revolución francesa y se desarrolla durante el siglo XIX. Ahí encontramos la división de poderes, la supremacía de la ley, etc. Todos ellos instrumentos destinados a limitar la arbitrariedad del poder político por vía de su subordinación al principio de legalidad. El segundo momento de formación del Derecho público en los distintos Estados europeos se da, principalmente, en la segunda posguerra mundial con la aparición de los tribunales constitucionales y el control de constitucionalidad. Ambas olas de conformación del Derecho público no son más que una ampliación de las técnicas institucionalizadas de limitación y control sobre el poder político destinadas a evitar o corregir posibles desviaciones autoritarias del mismo, al que de antemano se considera malo.

En consecuencia, en nuestras sociedades la democracia es concebida como un corrector, un exterior antagónico del poder estatal. Democratizar significa establecer mecanismos de control, de disciplina, al malvado poder estatal. Hay una visión negativa del poder, del Estadoleviatán, y la democracia liberal es la corrección del mismo. La democracia se nos ha presentado siempre como la lucha contra las características del poder que se percibe como malo por naturaleza. Se parte de una oposición entre poder y democracia según la cual el poder tiende, por naturaleza, a acumularse de manera absoluta, sintiendo la inclinación de abusar de él y degenerando en despotismo. Como contrapartida, la democracia se configura, en la Edad Moderna, como la técnica dirigida a limitar, disciplinar y regular el poder, como lo opuesto o contrario al poder. Poder y democracia aparecen como antónimos. La historia de la democracia se percibe como la historia de la lucha contra y la minimización del poder.

Esta concepción negativa del poder impuesta por los liberales ha acabado impregnando a teóricos socialdemócratas como Luigi Ferrajoli (1995, 1998, 2000, 2008 y 2009), quien partiendo de una oposición hobbesiana entre poder y Derecho describe todo poder como una libertad desenfrenada en perjuicio de los que no lo detentan y la democracia como el establecimiento, por vía del constitucionalismo, de límites y obligaciones a este en defensa de los derechos de los ciudadanos. De esta manera, su proyecto está destinado a sustituir el «salvaje» gobierno de los hombres (soberanía del Estado) por el gobierno de las leyes (soberanía de la Constitución) que, citando a Aristóteles, señala como el gobierno de la razón.

También ha impregnado a muchos movimientos sociales anticapitalistas que perciben las instituciones de poder como entes con una autonomía absoluta que ejercen una función racionalizante, englobante y asimiladora sobre cualquier sujeto que entre en ellas, con lo que no es el sujeto el que cambia al poder, sino el poder el que cambia al sujeto. Precisamente por ello, resulta necesario —afirman— romper el enlace entre transformación y toma del poder. Siguiendo aquella consigna de cambiar el mundo sin tomar el poder, la estrategia que seguir para la emancipación debe ser huir del poder mediante la construcción de nuevas formas de autoorganización y autonomía social, horizontales y sin jerarquías, en los márgenes de la sociedad capitalista.

Sin embargo, tales concepciones negativas del poder no les sirven a las clases populares para desalojar a la minoría capitalista de las instituciones que organizan las mediaciones de su ejercicio ni para democratizar la sociedad. Cambiar este imaginario es, ciertamente, indispensable para poder tomar el poder y convertirlo en útil para cambiar las cosas. La única manera de activar procesos democratizadores y emancipadores pasa por que abandonemos esta visión negativa del poder como algo opuesto a la democracia que hay que limitar, para entender que existe la posibilidad de que el poder pueda ser algo positivo asociado a la democracia. Para los liberales, la democracia son solo dispositivos procedimentales sin contenido, procedimientos de control sobre el poder. Sin embargo, la democracia no es eso, es una construcción material y sustantiva histórica fruto de aquellos momentos en los cuales la masa convertida en Poder constituyente se apropia del poder para, sin límite alguno, libre de toda forma y control y sin ninguna norma jurídica de origen que le sirva de referencia, armonizar y conciliar poder y democracia en aras a realizar los objetivos de redistribución de la riqueza, igualdad y justicia social.

Todas las instituciones humanas, dentro o fuera del Estado, despliegan, inevitablemente, poder, y cuando a este, que no es más que capacidad de ordenación, se le fija una orientación destinada a garantizar derechos y justicia social para todos, el poder no solo no es algo negativo, sino que tampoco es opuesto a la democracia, todo lo contrario, es la democracia en su estado más puro. Es lo que a lo largo de la historia ha dotado de contenido a la democracia.

Conseguir invertir, en el imaginario colectivo de nuestras sociedades, esta concepción pesimista del poder por una positiva es el primer paso para lograr avanzar en el cambio social, en tanto que es el primer paso para lograr que la gente aspire a tomar el poder arrebatándoselo a los poderosos.

2. TOMAR EL PODER Y TRANSFORMAR NO ES EN EL SIGLO XXI NI MÁS NI MENOS IMPOSIBLE QUE EN LOS SIGLOS XIX Y XX

Teniendo claro que cualquier proyecto de emancipación exige tomar el poder, la pregunta que surge seguidamente es ¿podemos tomarlo?

Existe una tendencia a creer que en los siglos XIX y XX era más fácil tomar el poder y transformar que en el siglo XXI. En la época del Estado-nación y el capitalismo industrial el poder y el capital eran accesibles. Cuando las ciudades estaban fuertemente vinculadas al espacio estatal nacional y cada Estado era el centro de su propio mundo y el gobierno de la sociedad se identificaba con la dirección del Poder ejecutivo y/o legislativo mediante la elaboración e implementación vertical de normas y políticas de cambio, era posible concebir una revolución nacional o victoria electoral y ver al Estado como el motor del cambio radical de la sociedad. A la vez, para el obrero industrial, la apropiación formal del capital (maquinaria, medios de producción) se presentaba también como una posibilidad accesible, formalmente factible, en la medida en que la vinculación práctica entre fuerza de trabajo y máquina era directa, inmediata (Vela, 2021, 74). Los medios de producción y la producción misma eran físicamente aprehensibles.

Sin embargo, existe, como decimos, una creencia según la cual el cambio de fase en el desarrollo capitalista que nos ha llevado hacia el actual modelo de capitalismo globalizado, financiarizado y digitalizado habría dificultado las cosas.

Por un lado, el desplazamiento de los espacios de toma de decisiones y gestión política hacia órganos, redes e instituciones globales desterritorializados, no electos, no parlamentarizables, ni sometidos a los principios de transparencia, participación, publicidad y rendición de cuentas a los que están sometidos los poderes públicos, y que han convertido a los gobiernos estatales en meros receptores pasivos de proyectos político-económicos elaborados en instancias transnacionales, dificulta el acceso y toma del poder.

Y por otro lado, la evolución del régimen de acumulación resultante de la introducción en él de la financiarización, robotización y digitalización, donde la fuerza de trabajo es ella misma un subsistema subsumido dentro de un sistema complejo de mediaciones físicas y virtuales (software, maquinaria, algoritmos, entidades de gestión, etc.) que se escapan a la percepción, comprensión y alcance de quien realiza el trabajo (Vela, 2021, 74), hace que la toma del capital se perciba como algo inabordable e inconmensurable.

Ello induce a una impotencia y fatalismo acerca de la imposibilidad de tomar el poder y cambiar la realidad por mucho que lo intentemos.

En contraposición a esta creencia, defendemos aquí que tomar el poder y transformar no es en el siglo XXI ni más ni menos difícil que lo era en los siglos XIX y XX. Al igual que ayer, hoy existen condiciones favorables y desfavorables, potencialidades y límites, para ello. Lo que ha sucedido es que se han invertido ¿A qué nos referimos con esto?

Todo proceso emancipador requiere, en igual grado, tanto de una «Teoría de las alternativas», que es la que nos dice dónde queremos ir, la que nos permite proyectar la sociedad a la que aspiramos, como de una «Teoría de la transformación», que es la que nos dice cómo llegar hasta allí, cómo lograr hacer realidad tales alternativas. La conjunción dialéctica de ambas conforma lo que llamaremos un bloque teórico de rebelión.

Ni antes ni hoy hemos dispuesto ni disponemos de un bloque teórico de rebelión robusto e integral. La izquierda transformadora de los siglos XIX y XX disponía de una teoría de la transformación fuerte pero de una teoría de las alternativas débil. Por el contrario, la izquierda presente del siglo XXI dispone de una teoría de las alternativas fuerte pero de una teoría de la transformación débil. Las condiciones favorables o potencialidades de ayer son las desfavorables o debilidades de hoy, y a la inversa.

Lo anterior no implica, por tanto, que hoy sea más o menos imposible que ayer transformar la sociedad. Implica, simplemente, que cambian los límites o aspectos teórico-prácticos deficitarios a los que debemos dar respuesta para lograr construir un bloque teórico de rebelión fuerte e integral. Ello ubica hoy, en consecuencia, la cuestión de la toma del poder y la transformación como uno de los grandes temas que abordar por la teoría crítica de nuestros días. Desarrollemos esto de manera más detenida.

2.1.Viejas potencialidades y límites de la transformación en la era del Estado-nación y el capitalismo industrial

En los siglos XIX y XX el gobierno de la sociedad se asociaba a la dirección jerárquica de la misma por parte de un centro de poder estatal autónomo. Ello facilitaba, en términos procedimentales, la existencia de una teoría de la transformación clara acerca de cómo tomar del poder y llevar a cabo la transformación. Mediante el asalto revolucionario al Estado o una victoria electoral era factible hacerse con el control de la principal instancia centralizada de dirección y, desde allí, llevar a cabo, mediante la Constitución y la ley, una acción política intencional destinada a avanzarse a la realidad suscitando cambios radicales sobre la misma. La Revolución rusa de octubre de 1917, la Revolución china de 1949, la Revolución cubana de 1959, la victoria de la Unidad Popular en las elecciones chilenas de 1970, la Revolución sandinista de julio de 1979, y un largo etcétera conforman experiencias probatorias de que la toma del poder era viable. Esta era la potencialidad o fortaleza de la que disponían las y los revolucionarios de ayer: la posesión de una teoría de la transformación fuerte posible gracias a la existencia de un palacio identificable que asaltar y la disponibilidad de un instrumento jurídico-político (la Constitución) para transformar.

Sin embargo, su límite o debilidad era que no disponían, todavía, de una teoría de las alternativas lo suficientemente madura para, una vez tomado el poder, constituir una base adecuada para transformar el mundo o para producir una alternativa emancipadora sostenible a la modernidad capitalista. Ello hizo que muchas de las experiencias revolucionarias y Estados socialistas surgidos en este periodo terminaran derrotados y con la restauración del capitalismo. La historia está llena de heroicas victorias sobre las estructuras de opresión existentes, seguidas por la trágica construcción de nuevas formas de dominación. ¿Por qué digo que no disponían de una teoría de las alternativas lo suficiente madura?

La modernidad capitalista se conforma como un sistema de explotación y dominación multidimensional. En su interior se dan complejas relaciones, tanto desde un punto de vista histórico como estructural, entre seis dimensiones de explotación y/o dominación que son distintas caras de un mismo fenómeno. Estas dimensiones son:

— La política, ejercida mediante la separación Estado-sociedad. De manera que la dirección social se encuentra concentrada a cargo de un grupo de funcionarios especializados (políticos, burócratas, jueces, policías, militares, etc.) separados de la producción y que consagran la idea de quiénes están autorizados, y quiénes no, para imprimir sentido jurídico a sus actos y palabras y, por tanto, para determinar lo que está permitido y prohibido, esto es, la división entre autoridades y súbditos.

— La económica, ejercida mediante el intercambio no equivalencial donde se da una relación desigual en la que una parte expropia parte de los beneficios de la producción y el intercambio a otra, lo que en el ámbito del trabajo se plasma en la plusvalía y la explotación.

— La geopolítica, ejercida mediante la explotación interestatal de unos países sobre otros a través de la dominación político-militar y el robo colonial, del intercambio económico desigual o de la deuda externa.

— La cultural, ejercida mediante la imposición de la racionalidad cultural-organizativa eurocéntrica como orden superior, en todos los ámbitos (político, económico, científico, jurídico, artístico, etc.), intencionalmente dirigido contra la «irracionalidad» o «incivilidad» de las otras cosmovisiones no dominantes que deben someterse a una realidad uniforme y mecánica externa a ellas.

— La antropológica, ejercida mediante la instauración de un sistema de prácticas cotidianas concretas que dan lugar a la construcción social de un conjunto de relaciones de poder vinculadas al género (patriarcado), la raza (superioridad blanca) y otras relaciones humanas de violencia, subordinación y dominación.

— La material, ejercida mediante un tipo de relación con la naturaleza y el territorio de tipo empresarial, viendo estos no como bienes sociales y como espacio de vida esencial para la reproducción social, sino como capital o bien comercial explotable que sirve para el logro de beneficios económicos.

Como decimos, la existencia de complejas relaciones, tanto históricas como estructurales, entre todas estas dimensiones es lo que conforma la modernidad capitalista como un sistema de explotación y dominación multidimensional. De acuerdo con ello, su superación, en términos emancipadores, exige de una ruptura también multidimensional.

No obstante, el marxismo y la teoría crítica no constituían en los siglos XIX y XX un cuerpo teórico lo suficientemente maduro para conformar la base de un programa político plenamente liberador y de superación integral de la modernidad capitalista. Nacido como un ejercicio, prioritariamente, de interpretación y análisis de su presente particular, el capitalismo europeo del siglo XIX, la teoría de Marx y Engels nació como crítica a la economía política clásica y a las condiciones económicas y sociales de su época. Y, por tanto, como un cuerpo teórico centrado unidimensionalmente en el análisis científico de la explotación económica y el planteamiento de una teoría de la historia para su superación.

El marxismo se construyó como cuerpo teórico crítico a partir de la combinación, en lo práctico, del despliegue histórico de las características del capitalismo en Occidente de los siglos XIX y XX. Y, en lo teórico: por la influencia de la economía política que aporta la explicación de la organización de los procesos de producción, de intercambio y de generación de riqueza; la filosofía hegeliana que introduce una concepción de la historia como autodesarrollo, a través de diferentes momentos del desarrollo de la conciencia, mediada por el trabajo que transforma la naturaleza; y, el socialismo utópico que aporta la crítica a la desigualdad y a la sociedad capitalista, bosquejando un proyecto de vida social igualitaria. Este se construyó, por tanto, como un cuerpo teórico unitemporal, es decir, usando categorías y conceptos propios de una forma de capitalismo histórico-concreta. Unicultural, es decir, sobre la tradición teórica moderna occidental. Y, unigénero, es decir, ideado por hombres blancos.

Precisamente por esto, es una teoría incompleta y que presenta límites o déficits temporales, pues en tanto piensa la realidad social como realidad histórica, el carácter cambiante de lo social lleva a su incompletud permanente. Así como límites o déficits culturales, pues piensa la realidad social desde una determinada forma de sociedad y cultura que no es la única. Y en un mundo donde existe una diversidad de sociedades y culturas, la teoría que se piensa desde una sola de ellas es incompleta y limitada. Y también límites y déficits de género, en tanto que, tradicionalmente, ha pensado la historia como historia hecha por los hombres.

Tales limitaciones hicieron del marxismo de los siglos XIX y XX un cuerpo teórico incapaz de pensar la explotación y la dominación en términos multidimensionales, sino tan solo unidimensional económicos. Ello se hace evidente en varios aspectos presentes en la obra de Marx y Engels como el tratamiento que hacen de la naturaleza, la idea eurocéntrica de progreso y barbarie para analizar la cuestión del centro y la periferia, o su visión de los derechos de las minorías.

Marx analizó detalladamente la contradicción interna del proceso de producción capitalista que viene dada por la plusvalía producida por el asalariado y apropiada por los propietarios de los medios de producción, sin embargo, no prestó atención ni dio importancia a las contradicciones externas del mismo, a los daños causados al entorno. Raramente Marx habla de la naturaleza en sus escritos y cuando lo hace, es en relación con la actividad humana y el proceso de producción de bienes materiales, presentándola como «la primera fuente de todos los medios y objetos de trabajo» (Marx, 1955, 10). En su concepción lineal ascendente de la historia según la cual la evolución progresiva del desarrollo productivo industrial transcurre en paralelo a la evolución de la consciencia de los obreros y abre las puertas al socialismo le llevó a asociar este con el progreso y a su ausencia con la barbarie. En la parte 1 del Manifiesto comunista, Marx y Engels afirmaron cómo la burguesía «ha subordinado los países bárbaros o semibárbaros a los países civilizados, los pueblos campesinos a los pueblos burgueses, el Oriente al Occidente». Asimismo, definen los momentos de crisis económica generadoras de recesión como un «estado de barbarie momentánea». Esta visión, llevó a que en su texto «Futuros resultados de la dominación británica en la India», Marx, si bien condenó la dominación colonial británica sobre la India, considerara a la vez que al ser esta portadora de un desarrollo económico y social superior al de las civilizaciones que previamente habían conquistado el país, ofrecería, además de la destrucción presente en cualquier conquista, las condiciones materiales, sociales y subjetivas propicias para que los indios pudieran llevar a cabo su liberación, expulsando al propio invasor inglés e impedir caer en manos nuevamente de otros conquistadores extranjeros (Marx, 1970, 68-73).

Tampoco Marx tomó nunca en serio las reivindicaciones de derechos de las minorías puesto que estaba convencido de que en el futuro la integración de todos los sectores de la sociedad se determinaría únicamente por las exigencias del sistema productivo. Esta concepción puede verse claramente en el texto La cuestión judía de 1844. Cuando Marx habla de la lucha de los judíos por la igualdad política diferencia entre dos etapas: en primer lugar, mientras continúe existiendo el Estado capitalista, los esfuerzos de integración de la minoría judía tendrán un claro significado emancipador, puesto que el otorgamiento estatal de igualdad de derechos de libertad representa un avance normativo respecto del pasado. Ahora bien, esta reivindicación de integración política de los judíos no tendrá ningún sentido en el socialismo, puesto que, en este, dice Marx, las tareas político-administrativas se llevarían a cabo en el interior de una asociación de todos los miembros de la comunidad que cooperan, sin necesidad de que nadie tenga que reclamar derechos de autodeterminación individual a ninguna instancia superior. Los derechos liberales de libertad individual, perderían su importancia normativa en la sociedad socialista.

Este carácter unidimensional limitado del cuerpo teórico revolucionario hizo que, al igual que el capitalismo, el socialismo se pensara en los siglos XIX y XX como un tipo de sociedad industrial. El socialismo no implicaba un cambio de la civilización productivo-industrial moderna basada en un crecimiento expansivo en abierta contradicción con la naturaleza ni en los esquemas patriarcales de redistribución de poder (la presencia de mujeres en los comités centrales del Partido fue prácticamente inexistente). Sino solo un cambio político-social destinado a resolver las contradicciones que en el seno de la sociedad industrial generaba el capitalismo en cuanto a relaciones de explotación y estructura de clases.

Ello imposibilitó llevar a cabo una ruptura con la modernidad capitalista y condujo, entre otras consecuencias y bajo el argumento de que el fin justifica los medios, a la creación de formas burocrático-estatales de organización económica parcialmente reproductoras de algunas de las dimensiones de explotación y dominación señaladas, en lugar de plantear una alternativa igualitaria y democrática al capital. Este fue el límite para la transformación en los siglos XIX y XX: la inexistencia de una teoría de las alternativas fuerte sobre la que construir el programa político del cambio y que, de hecho, se manifestó en la década de 1970 como la «crisis del marxismo» y la aparición de movimientos sociales alternativos que no fueron más que una crítica práctica a las deficiencias estratégicas de la discusión marxista. No puede levantarse un nuevo modo de producción social superior al de la modernidad capitalista sin disponer de una teoría de las alternativas lo suficientemente madura para poder romper con todas sus dimensiones de explotación y dominación.

2.2.Nuevas potencialidades y límites de la transformación en la era del capitalismo globalizado, financiarizado y digitalizado

En los siglos XIX y XX se disponía de una teoría de la transformación fuerte pero de una teoría de las alternativas débil. Hoy día sucede lo contrario.

La revisión crítica, durante las últimas décadas del siglo XX, del marxismo dogmático surgida a raíz de la deformación burocrática de las democracias populares y la crisis del comunismo internacional, junto con la aparición de nuevos movimientos sociales como formas de articulación de estructuras de acción y pensamiento, ha generado la emergencia y desarrollo de nuevas ideas y proyectos intelectuales que han convertido el marxismo del siglo XXI en un marxismo transcrítico. La transcrítica es un concepto formulado por el filósofo japonés Kojin Karatani (2005) y desarrollado después por el filósofo y politólogo boliviano Luis Tapia (2017) que consiste en una forma de autocrítica de una teoría y de corrección de sus déficits a través de procesos de diálogo con otras teorías. Y aquí podríamos incluir el diálogo intrasocietal, esto es, con otras teorías histórico-temporales distintas del mismo tipo de sociedad y cultura, por ejemplo, integrando el marxismo con el post-estructuralismo o con el anti-racismo. El diálogo intersocietal, referido al diálogo e integración en el marxismo de teorías provenientes de otros tipos de sociedad y cultura como la teoría o conocimientos indígenas y sus cosmovisiones sobre la naturaleza y formas de reproducción social o las teorías decoloniales. Y añadiríamos el diálogo intergénero, la integración en el marxismo de los feminismos y las teorías de género.

La transcrítica realiza, en resumen, un trabajo de integración teórica, desarrollando los elementos deficitarios del marxismo con elementos que han sido desarrollados por otras teorías. Ello dota a la izquierda de hoy de un cuerpo teórico lo suficientemente maduro y liberador para desarrollar, en términos sustantivos, un programa político de ruptura con la modernidad capitalista y construcción de una alternativa radical a la misma.

Sin embargo, el límite para la transformación con el que nos encontramos hoy es la ausencia de una teoría de la transformación clara. El vaciamiento de funciones del centro político estatal y de sus instrumentos político-jurídicos de dirección centralizada, provocado por la complejización de la arquitectura institucional y normativa en la era de la globalización transnacional financiera con múltiples centros de poder interescalares solapados, dificulta, enormemente, saber cómo tomar el poder y cómo implementar un cambio estructural radical. Las condiciones favorables de ayer son las desfavorables de hoy y las desfavorables de ayer las favorables de hoy. A esto nos referimos cuando afirmamos que tomar el poder y transformar no es en el siglo XXI ni más ni menos difícil que lo era en los siglos XIX y XX, simplemente los límites y déficits que afrontar son distintos.

En este sentido, el hecho de que el principal límite con los que nos topamos actualmente sea el de la existencia de una teoría de la transformación débil, ubica la cuestión de pensar cómo tomar el poder y transformar en el centro de las tareas que la izquierda debe abordar. Y este es, precisamente como señalábamos en la introducción, el objetivo del presente libro.

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EL ASALTO AL ESTADO: LA REVOLUCIÓN COMO MECANISMO DE TOMA DEL PODER Y TRANSFORMACIÓN PROPIO DEL CONSTITUCIONALISMO

Como hemos señalado, las ciudades fueron, durante los siglos XIX y XX, el núcleo unificador y articulador de un espacio estatal nacional claramente unificado y diferenciado cuyo modo histórico de juridificación interno era el constitucionalismo.

Uno de los conceptos centrales de este libro será el de modo de juridificación o modo de legalización. Denominaremos como tal una determinada manera histórica de articulación entre clase social y Derecho para la organización de las ciudades y la sociedad en general, en favor de los intereses de uno u otros grupos sociales. La clase dominante utiliza el Derecho para organizar la ciudad y la sociedad de acuerdo con sus intereses. En función de cuál es el lugar histórico por excelencia donde se produce tal articulación entre clase y Derecho para la organización de un determinado orden podemos hablar de distintos modos de legalización históricos.

Durante toda la modernidad capitalista, el lugar por excelencia donde se produce la articulación entre burguesía y Derecho para organizar la sociedad en torno al mercado y al proceso de reproducción ampliada del Capital fueron las constituciones de los Estados. Estas fueron el núcleo principal de articulación histórica entre clase y Derecho para la redistribución más o menos desigual de derechos, oportunidades, bienes y recursos entre los miembros de la sociedad. Ello dio lugar a que el modo histórico de juridificación de las sociedades modernas fuera el constitucionalismo estatal.

Partiendo de lo anterior, las dos tesis principales que vamos a desarrollar en este capítulo son las siguientes:

La primera es que el constitucionalismo estatal es el modo histórico específico de juridificación a través del cual, durante la modernidad, la clase capitalista organiza el gobierno político de lo múltiple para llevar a cabo el proceso de reproducción ampliada.

El espacio estatal es una red de actores, organismos, grupos, instituciones e individuos en lucha y cooperación entre ellos. A esto lo llamaremos lo múltiple. Durante más de dos siglos de capitalismo moderno, la forma histórica de juridificación del gobierno político de lo múltiple fue el constitucionalismo. Resulta, en este sentido, importante diferenciar entre juridificación o legalización y constitucionalismo. Este último es solo una forma histórica concreta de juridificación de lo múltiple ligado a condiciones temporales determinadas que no siempre han existido y que pueden, también, desaparecer y ser sustituidas por otros modos de legalización de la sociedad.

Y la segunda es que, en función de la forma de juridificación que una sociedad concreta organiza lo múltiple, los mecanismos de transformación social que operan en el interior de su territorio cambian. Ello nos llevará a afirmar que las nociones de Revolución y Poder constituyente, en su sentido moderno, eran el método para que los subalternos pudieran implementar cambios estructurales en sociedades jurídicamente organizadas a través del constitucionalismo estatal. La revolución y la ruptura constituyente son una vía de transformación social histórica que nace en paralelo al origen del constitucionalismo y solo puede darse en las condiciones que existen en su interior, pero no en otros modos de juridificación de lo múltiple.

1. PRIMERA TESIS: EL CONSTITUCIONALISMO COMO MODO HISTÓRICO DE JURIDIFICACIÓN DE LO MÚLTIPLE

1.1.El espacio estatal y lo múltiple

Empezaremos estableciendo una definición del espacio estatal. Entendemos por este el territorio delimitado mediante fronteras en cuyo interior un conjunto de ciudades, instituciones, organizaciones, grupos e individuos en interacción construyen una realidad social histórico-concreta. La descripción y análisis de este espacio estatal no puede hacerse desde el individualismo, el colectivismo ni el pluralismo metodológico liberal. Solo desde lo que vamos a llamar un pluralismo metodológico de lo múltiple.

Frente al individualismo, el colectivismo fue, durante décadas, la metodología usada por el marxismo estructuralista para explicar la construcción de la realidad social. El primero, defendido por Spencer, Pareto, los utilitaristas, Weber o las teorías de la acción racional, partía de la idea de que las únicas entidades reales en la vida social son los individuos. Interpretaba la sociedad como un espacio donde multitud de individuos cooperan con el fin de satisfacer sus necesidades individuales. Y entendía la desigualdad no como la condición y resultado de prácticas colectivas determinadas por el proceso social capitalista, la explotación y la dominación, sino como la simple manifestación de atributos personales distintos de los individuos en libre competencia por la persecución de su interés personal. Frente a él, el colectivismo propio del marxismo estructuralista sostenía que la interacción social crea entidades supraindividuales que están por encima del individuo (las clases sociales) y que son la conexión e interrelación entre ellas las que permiten explicar todo lo que ocurre en la sociedad. De esta manera, se privilegiaba la dimensión colectiva antes que la individual, apareciendo esta última como una deducción de la primera.

Si bien resultan evidentes las carencias del individualismo, pues la sociedad no puede reducirse a un mero agregado de relaciones intersubjetivas entre individuos. El análisis del espacio estatal del colectivismo marxista estructuralista como un espacio ordenado de relación antagónica entre dos grandes unidades supraindividuales de análisis prefijadas, fijas y estáticas: Capital vs. Trabajo, con controversias y conflictos identificables de antemano, acabó por conformar, también, otra forma de reduccionismo. Un método incapaz, por sí solo, de describir la complejidad ni la pluralidad de formas de explotación y dominación verticales (Capital/Trabajo), transversales (generización y etnificación) y horizontales (Capital/Capital y Trabajo/Trabajo) de las sociedades industriales capitalistas.

Además, las transformaciones ocurridas desde las décadas de los setenta y ochenta del siglo XX