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Después de El sistema mundial y la Argentina, resulta necesario acercarse a los fenómenos sociohistóricos desde una perspectiva mucho más amplia. Para ello hablaremos de Occidente y de Oriente, ya que los temas que se tratan en este trabajo han ganado en profundidad, tanto en el espacio como en el tiempo. Hoy Occidente domina al mundo de forma muy concreta y visible, mientras que Oriente se mantiene en una posición de inferioridad. Pero ¿esto siempre ha sido así? Para responder este interrogante realizaremos un recorrido a través de conceptos que son indispensables para la comprensión de los procesos históricos: nos enfrentaremos al colonialismo, a la globalización, al capitalismo, a los imperios y a las civilizaciones. En El auge de Occidente y el declive de Oriente. El origen del sistema mundial se profundizará en la descripción del Socius y de sus elementos, y serán materia de estudio tanto los períodos históricos de la Edad Media y la Antigüedad como la historia global. El sistema mundial adquirirá a través de estas páginas su verdadera dimensión y podrá apreciarse en su integridad histórica y en su condensación conceptual definitiva.
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Seitenzahl: 172
Veröffentlichungsjahr: 2024
Producción editorial: Tinta Libre Ediciones
Córdoba, Argentina
Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo
Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.
Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.
Dellepiane, Adrián Alberto
El auge de occidente y el declive de oriente : el origen del sistema mundial / Adrián Alberto Dellepiane. - 1a ed - Córdoba : Tinta Libre, 2024.
158 p. ; 21 x 15 cm.
ISBN 978-631-306-144-0
1. Ensayo Histórico. 2. Economía. 3. Ciencias Sociales. I. Título.
CDD 330.09
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Impreso en Argentina - Printed in Argentina
© 2024. Dellepiane, Adrián Alberto
© 2024. Tinta Libre Ediciones
EL AUGE DE OCCIDENTE Y EL DECLIVE DE ORIENTE
El origen del sistema mundial
Índice
Introducción 9
El moderno sistema mundial 13
I 13
II 17
III 19
Re-orientar 21
I 21
II 23
III 24
Eurasia 27
I 27
II 31
III 33
IV 35
La expansión atlántica y la guerra 39
I 39
II 40
III 42
Modernidad e imperios 47
I 47
II 49
III 53
IV 55
V 58
Globalizaciones, capitalismos, estructuras 61
I 61
II 62
III 65
IV 69
La edad media 73
I 73
II 76
III 78
IV 79
V 81
VI 84
VII 88
VIII 90
IX 92
X 94
El relato occidental 97
I 97
II 99
III 101
Conclusiones 105
I 105
II 107
III 112
IV 115
V 117
VI 119
VII 122
VIII 124
IX 127
X 132
XI 134
XII 136
XIII 138
XIV 141
XV 143
XVI 146
XVII 147
Bibliografía 151
Introducción
La idea motriz de este libro puede descomponerse en tres vivencias medulares que han quedado impresas en mis recuerdos. Si bien corresponden a distintos tiempos y lugares, se alinean en una correlación significante y fundacional, que será el punto de partida de la investigación.
Primera vivencia. Hace ya algunos años que resido en España. Me encuentro recorriendo la provincia de Zamora y estoy llegando al pueblo donde nació mi abuela paterna. En su momento ella y su familia dejaron todo atrás y se embarcaron hacia la Argentina y hacia el sueño americano, haciendo el viaje inverso al que yo hice en un veloz avión.
El pueblo es modesto y pequeño. Freno el coche, es domingo y no hay nadie por las calles. Respiro profundamente, absorbo el fresco aire de la campiña zamorana y trato de imaginar la situación, acaecida en las primeras décadas del siglo XX, del momento en que esa familia abandonaba su lugar de origen. Allí aparece mi abuela, una niña pequeña, de la mano de su madre. Tiene en su rostro una expresión extraña, su mirada se diluye en algún punto del paisaje, quizás presintiendo que no volvería a contactarlo nunca más en su vida.
Segunda vivencia. Estoy haciendo una visita a un sitio histórico perteneciente a la provincia argentina de Santa Fe. El predio se encuentra sobre la convergencia del río Carcarañá y un afluente del río Paraná. Aquí, donde el Carcarañá desagota sus tranquilas aguas después de girar una y otra vez por la llanura como una serpiente marrón, se estableció la primera población europea en territorio argentino. El fuerte Sancti Spiritus fue fundado en el año 1527 por Sebastián Gaboto, y no sobrevivió mucho tiempo.
Pero fue el primer intento de los aventureros españoles de tener una plaza estable en estas tierras del cono sur de América. Apenas quedan huellas de su existencia, que puedo concebir como una sencilla construcción, hecha con troncos cortados de los árboles de la zona.
Los habitantes del fuerte fueron los primeros hombres en la pampa en practicar la agricultura. Mientras observo el punto límite del final del recorrido del Carcarañá, puedo imaginarlos bañándose en ese mismo río, chapoteando y riendo en medio del silencio de un nuevo mundo a sus espaldas.
Entre estos dos panoramas existe una conexión, que circula también en las realidades históricas. Algo muy grande ha ocurrido, porque se han entrelazado dos continentes, que a partir de un determinado momento comenzaron a vincularse intensamente a través del océano Atlántico. Y ese enlace tendrá un nombre: Occidente.
Tercera vivencia. Es una tarde muy fría y me encuentro caminando por la arena húmeda de una playa desierta de la Costa Brava de Girona, en Cataluña. Puedo escuchar el bramido del Mediterráneo, agitado y asediado por el viento. La vista es hermosa: el cielo es de color gris plomizo, la línea del horizonte se esfuma en un límite impreciso entre el cielo y el mar, que muestran su ancestral afinidad.
Y entonces me pregunto: ¿Qué es lo que hay frente a mí, del otro lado, en la costa opuesta de este mar mágico lleno de historia y de recuerdos? Imagino a otro hombre en esa costa extraña haciéndose la misma pregunta en el mismo momento. Lo miro a los ojos y comprendo que si bien la distancia geográfica que nos separa no es muy extensa, se impone en cambio una distancia infinitamente mayor, porque esa persona pertenece a otra cultura, a otro mundo. Ese mundo del otro lado del Mediterráneo hunde sus raíces en lo que se conoce como Oriente.
****
En este trabajo trataremos de indagar acerca del lugar de privilegio que ha ocupado Occidente, aun siendo un área geográfica con escasas posibilidades previas de obtener una posición dominante. Deberemos también interesarnos por Oriente, ya que sería muy importante poder explicar cómo es que ha quedado tan marginado por el “ascenso occidental”.
En la labor que estamos iniciando resulta inevitable ampliar la visión general, ya que a diferencia de lo expuesto en el primer volumen de esta serie no serán focos de atención los ámbitos nacionales, ni tampoco nos limitaremos a la época conocida como Edad Moderna. Necesitaremos abordar una nueva perspectiva, que abarque el mundo entero. Nuestro objetivo será hallar la relación que tienen los conceptos de Occidente y Oriente con la realidad del origen del sistema mundial y con el curso histórico en general.
El moderno sistema mundial
I
En El sistema mundial y la Argentina (2023) hemos tratado de plantear la importancia que tiene para la comprensión de los procesos que modelan la historia la conceptualización del “sistema mundial”. Nos basamos en la obra de Immanuel Wallerstein y en los aportes de Fernand Braudel y Giovanni Arrighi para definir el accionar del sistema mundial sobre la composición y caracterización de las naciones de hoy.
El sistema mundial tiene una estructura propia, que establece de manera implícita una suerte de posicionamiento para cada una de las naciones del mundo. Esta forma de estratificación posee tres niveles diferentes que entran en relación a través de la vida económica y cultural mundial.
La relación de la que hablamos se configura de acuerdo a una particular geometría, que tiene un centro que brinda coherencia a la estructura entera. Hemos señalado que ese centro es ocupado por una nación que muchas veces está regida por la importancia financiera de una ciudad. Alrededor de este nodo referencial se agrupan algunas naciones que tienen afinidad económica y cultural con la nación central, hecho que no necesariamente implica una vecindad geográfica.
Este agrupamiento de naciones tiene un posicionamiento “central” en el sistema. En contraposición, se observa a la mayoría del resto de los países, que cumplen con un rol que es claramente “periférico”, en tanto tienen inferior injerencia en los procesos económicos y culturales mundiales.
Un tercer grupo de naciones aparecen desplazándose en lo que pareciera ser un nivel intermedio a estos dos planos opuestos que acabamos de describir. Tienen un rol “semi-periférico”, porque ostentan características periféricas como también algunas otras características propias de los países centrales.
La mecánica general de estos niveles comprende movimientos ascendentes y movimientos descendentes, en tanto una nación periférica puede volverse semiperiférica y con ello puede quedar muy bien posicionada para acceder al área central. Por supuesto que también ocurre el movimiento contrario, donde una nación que ha efectivizado comportamientos centrales de pronto cae en la condición periférica.
En la zona central los movimientos también ocurren, suelen ser complejos y muy influyentes para el resto del sistema. Constituyen el gran factor que produce los “cambios hegemónicos”, en los que un país líder es reemplazado por otro, que cumplirá de allí en más con el rol de liderazgo.
Los cambios de hegemonías son fundamentales porque transforman los parámetros organizativos del sistema entero. Cada liderazgo es diferente y propone reglas también diferentes, siempre bajo la tutela de la estratificación de los tres niveles, que brinda soporte a la estructura general. Las hegemonías tienen la capacidad de impulsar el sistema hacia una trayectoria determinada. Son liderazgos que proponen un modelo a seguir y a imitar.
La nación hegemónica, a través de su dirección focalizada en el sistema financiero de una ciudad, posee ventajas tanto en la producción y en el comercio como en las finanzas. Pero esas ventajas tienen una duración temporal, son un atributo limitado, porque responden a un ciclo general, siempre activo, de ascensos y descensos hegemónicos.
Hemos comprendido que el sistema mundial atravesó distintas fases hegemónicas que le brindaron su particular estabilidad. Las naciones líderes fueron en primer lugar Países Bajos (1600-1750), luego Gran Bretaña (1750-1930) y después Estados Unidos (1930-presente).
Percibidos desde una nación periférica, estos liderazgos suelen provocar reacciones diferentes, que pueden llegar a invocar movimientos que toman formas políticas “nacionalistas”. El instinto primario de una nación que se ve constantemente constreñida o incluso amenazada por el comportamiento de la nación central la lleva a formular teorizaciones políticas que refuerzan el propio nacionalismo, que siempre se encuentra latente. Por desgracia, la exasperación generalizada no suele conducir a la posibilidad de confeccionar respuestas adecuadas a la verdadera situación que implican los posicionamientos en el sistema mundial.
Suele ser muy peligroso y completamente inútil el ánimo nacionalista cuando es alentado únicamente desde el reservorio simbólico que cada nación atesora como parte fundamental de su patrimonio histórico. En este sentido, el “verdadero” nacionalismo es aquel que posibilita a una nación disfrutar de un transcurso eficiente y digno dentro del sistema mundial.
En El sistema mundial y la Argentina hemos podido estudiar con detenimiento algunos casos de desarrollo y hemos constatado una característica común a todos ellos. Las naciones que lograron salir del atraso están guiadas por lo que llamamos una “adecuada percepción” de la naturaleza del sistema mundial y de su estructura. La correcta evaluación de la realidad mundial induce a los países a ejecutar acciones destinadas a la obtención de una posición dentro del sistema lo más beneficiosa posible. Hemos insistido también en el hecho de que de fondo el problema no es la política, ya sea la política económica o la que fomenta la producción de ideas; el problema es de índole psicológico, porque se trata de un hecho de “percepción”. Con esto queremos decir que se necesita de una experiencia perceptiva que es en sí misma un acontecimiento, que no puede ser más que total, y que debe involucrar a toda la existencia nacional.
Evidentemente en vez de realizarse este acto perceptivo total se colocan en su lugar argumentaciones propuestas por movimientos políticos o ideas preestablecidas carentes de vigencia, porque pertenecen a otras épocas, que leen la configuración del sistema como un faltante, ya sea de nacionalismo, de estatismo o de mercado. Estas falsas percepciones provocan las permanentes oscilaciones que se aprecian en el comportamiento de los países periféricos, que únicamente logran enraizarlos aún más profundamente en el atraso. Una nación, como un individuo, se conoce e interpreta por sus “acciones” reales. La incorrecta evaluación del funcionamiento del “mundo” imposibilita la planificación y construcción de las respuestas necesarias.
Pero en esta ocasión ya no nos interesa investigar a los espacios nacionales, sino al sistema como un todo, enmarcado en su origen histórico y modelado por los tiempos de su punto de partida.
II
Si desde una posición convenientemente distante prestamos atención a la ingenuamente denominada “economía mundial” notaremos que su funcionamiento no tiene nada que ver con un “libre comercio”. Este es el meollo a partir del cual puede o no comprenderse la teoría del sistema mundial. El capitalismo, en cuanto búsqueda incesante de generación de capital, impone la implementación de una verdadera estructura de la “economía”, una estructura que tiene un centro, que le brinda cohesión.
Si bien es una idea sencilla, a veces parecería que puede llegar a malinterpretarse. Hemos dicho que en el plano de las actividades económicas, el conjunto de la producción mundial impone una centralidad en sus procesos. Esto implica que existen procesos productivos que son complementarios o subsidiarios de otros procesos productivos. Se conforma así la intensa relación entre tendencias hacia la centralización y tendencias hacia la periferización de los procesos productivos.
Recordemos una vez más la línea conceptual que Wallerstein (2007) indica permanentemente. El sistema mundial es un sistema histórico que tiene la característica de ser una combinación entre una división axial del trabajo integrada por medio de un mercado mundial, y un anudamiento interestatal de Estados soberanos. Este sistema es definitivamente jerárquico, en donde algunos Estados son indudablemente más fuertes que otros, y hasta donde les resulta posible imponen constantemente su voluntad. La fuerza y la debilidad son la medida de la relación recíproca de los Estados, que llegan a un “equilibrio ordenado” mediante el sistema interestatal como totalidad estructurada.
¿Qué intentamos decir con esto? Que los países del mundo no van caminando por el sendero florido y armonioso global tomados de la mano y conversando amablemente. Si bien existen asambleas generales como la de la ONU o agrupaciones regionales que buscan generar condiciones óptimas para el comercio, como la Comunidad Europea y el Mercosur, no debemos pensar que los países son libres para hacer lo que se les dé la gana. Porque aquí debemos ser claros, la libertad con la que se mueven los países en el contexto mundial está, de alguna forma, reglamentada.
Vamos a decirlo por última vez: aunque no voluntariamente, las naciones conforman un sistema al cual pertenecen como si fueran piezas de un rompecabezas. Sus realidades responden al lugar que ocupan en el sistema, y al nivel en que les toca desarrollar su existencia nacional.
En el plano de las ideas, de las opiniones, en el espectro de la cultura, ocurre algo similar. El liderazgo de las naciones centrales caracteriza la proliferación de enunciados, valores y argumentaciones que tienen el carácter de verdad frente a los tímidos fluidos de ideación provenientes del resto de los niveles del sistema mundial. Wallerstein denominó “geocultura” al plano de los procesos de ideación que opera en el sistema mundial. El emblema actual de la geocultura puede definirse con un término bastante usual: “liberalismo”. Este liberalismo centrista comandó al sistema mundial y llevó su impronta en las distintas hegemonías, como ideología triunfante en la modernidad.
III
Hemos sugerido que es importante reconocer la existencia del sistema mundial para que una nación pueda elaborar una conducta que resulte en su propio beneficio, a partir de la vivencia de la realidad de la configuración del sistema. Es en verdad muy oneroso para las naciones generar políticas y esfuerzos en acciones que ignoren la presencia del sistema. Hemos presentado casos exitosos, casos de “desarrollo”, que son en su forma más esencial respuestas posibles a la percepción nacional de la realidad del funcionamiento del sistema mundial.
Las naciones se han conformado desde y dentro del sistema. Es lo mismo decir que el sistema se ha expresado y ha “florecido” en espacios geográficos distintos, a los que conocemos como “naciones”.
A todo este espectro a veces se lo denomina, sin darle mayor importancia al término, “capitalismo”. La búsqueda incesante del beneficio, y el crecimiento infinito del capital produce los parámetros generales de centralización de los procesos económicos. Se consigue una integración mundial de las redes de producción y de las cadenas de comercialización. El foco rector es la acumulación de capital y su concentración, que lleva necesariamente a una división del trabajo global. La relación que enhebra el sistema siempre se materializará mediante procesos productivos.
El sistema mundial en crecimiento avanza continuamente “incorporando” áreas enteras, de forma tal que procesos de producción que antes eran “externos” al sistema pasan a ser parte integrante de sus cadenas globales.
Como también lo ha señalado Wallerstein en innumerables ocasiones, esta expansión del capitalismo necesita diversidad de ámbitos políticos. El capitalismo no podría prosperar en un imperio, por ello Wallerstein denominará “economía-mundo” a las fuerzas que han impulsado la expansión europea por el planeta. Europa no creció como un imperio, sino como una economía-mundo, en donde el lazo fundamental es económico, no político.
Debemos preguntarnos por qué fue Europa la que logró la influencia vital y la omnipotencia que terminaron por doblegar tradiciones mucho más antiguas y circuitos culturales de larga presencia. Aun a pesar de los exuberantes califatos árabes, de la riqueza y la inmensidad de la India, de la sofisticación del Imperio bizantino, del poder y la pujanza del Imperio chino, fue Occidente quien dominó el mundo. Tendremos que entender cómo llegó a suceder este sorprendente fenómeno. En los capítulos que siguen intentaremos examinar a “Occidente” en su surgimiento y en su proceder y compararlo con otra área tradicionalmente activa: “Oriente”.
Para lograr nuestros objetivos deberemos dar un salto hacia una mayor comprensión de los procesos histórico-sociales, por lo que será urgente modificar nuestra perspectiva. Debido a una profundización creciente en los temas por abordar, necesitaremos agudizar la conciencia para poder abarcar enormes entornos geográficos y espacios temporales amplios.
Re-orientar
I
Todavía subsisten controversias sobre el origen histórico del sistema mundial. No todos los defensores de su realidad comparten los razonamientos de Wallerstein acerca del momento inicial de la puesta en marcha del sistema mundial, propuesta para los siglos XV-XVI. Algunos autores consideran que puede definirse como inicio el siglo XIII, en la Edad Media más profunda. Para otros, sería correcto pensar en un sistema ya existente en la temprana Edad del Bronce, hace cinco mil años atrás.
André Gunder Frank (2008) publicó un impresionante libro para puntualizar sobre estas discusiones. Lo tituló Re-Orientar, haciendo alusión a la obligación de centrar la atención no en Occidente, sino en Oriente, como un hecho inevitable para alcanzar una verdadera comprensión histórica del sistema mundial. Por ello “reorientar el pensamiento”, para reencauzar así las preguntas y transitar sin temores las vías de acercamiento a Oriente.
Según Gunder Frank el supuesto éxito de Europa no fue otra cosa que su unión, por cierto tardía, a una economía global ya existente. Esta economía era mundial y se hallaba en pleno funcionamiento antes de que Europa pudiera hacer algo concreto en ella.
La economía mundial definida por Gunder Frank se hallaba conformada por regiones interrelacionadas en una dimensión “afro-euroasiática”: la zona de influencia de China, la India, el sudeste asiático, el Índico y sus costas, la estepa central asiática, el Golfo Pérsico, Egipto, el mar Negro, el Mediterráneo oriental, Bizancio y finalmente, como furgón de cola, Europa Occidental. Era un verdadero orden internacional centrado en la potente China, que ejercía una función absorbente del sudeste asiático y de los trazados comerciales que recorrían de un extremo al otro el océano Índico. Este sistema tenía un factor aglutinante: el mineral de plata, para Gunder Frank, la verdadera sangre que fluía por todo el mercado mundial.
Los diferentes mercados regionales se interconectaban “solapados” entre sí alrededor de todo el amplio continente euroasiático. ¿Qué era Europa en esta red? Solamente una ligera plataforma distributiva, que manejaba las importaciones desde escasos puntos disponibles, como en su momento Venecia o Génova.
El despegue de Europa fue posible en primera instancia por la dominación de la navegación en el océano Atlántico. Pero el establecimiento de la expansión europea sobre el Atlántico y sobre América no llegó ni por asomo a alcanzar la relevancia que tenían las regiones del océano Índico y del mar de la China.
Asia era desde el Neolítico el verdadero “corazón de la historia”. Atesoraba un flujo común en un verdadero sistema multicultural carente de un único centro de dominación. Los asiáticos nunca estuvieron sumergidos en un “modo de producción asiático”, ni eran organizados por sociedades “hidráulico-burocráticas”, ni carecían de “racionalidad”.
Para Gunder Frank, hasta el 1800 los asiáticos eran superiores a los europeos en todos los aspectos: población, competitividad, comercio. Por ello, argumenta que resulta imposible que los europeos hayan “creado” el sistema mundial o que hayan “inventado” el capitalismo.
Solamente a través de la ocupación de América, el occidente europeo pudo tener la chance de participar en la economía mundial. No lo hizo a través de la exportación de productos elaborados, sino mediante la exportación del mineral de plata, codiciado por los chinos y extraído de las entrañas americanas. China demandaba plata, y todos los recorridos que el mineral hacía por el mundo tarde o temprano terminaban allí.
Según Gunder Frank el auge y la caída del Imperio español se explica por esta estructura mundial de una economía sinocéntrica. Cuando el exceso de la oferta del mineral de plata bajó por debajo de los costes de extracción, España comenzó a desmoronarse, bajo el peso enorme de los gastos imperiales.
II
El despegue de Europa a partir de 1800 no se basó en ninguna explosión científica, o tecnológica, ni en un desarrollo institucional particular. Tampoco debemos buscar la explicación en el Renacimiento, ni en la herencia racional griega. Para Gunder Frank el auge de Occidente y el declive de Oriente son fenómenos estructuralmente dependientes el uno del otro. Asia ha sido ninguneada por los historiadores, que están muy acostumbrados a investigar de manera “eurocéntrica”.
