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La pulsión del mundo es un ensayo que invita a repensar la historia de la humanidad desde una perspectiva no eurocéntrica. Adrián Dellepiane recorre con agudeza los grandes hitos civilizatorios —del Neolítico al capitalismo— para revelar cómo el poder, el simbolismo y las estructuras sociales han moldeado nuestra existencia colectiva. Desde las sociedades sin Estado hasta el sistema mundial moderno, el autor propone una revisión crítica y ambiciosa que desafía nuestras nociones de progreso, imperialismo y globalización.
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Seitenzahl: 202
Veröffentlichungsjahr: 2025
ADRIAN DELLEPIANE
Dellepiane, Adrián Alberto La pulsión del mundo : más allá del capitalismo / Adrián Alberto Dellepiane. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2025.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-6737-6
1. Ensayo. I. Título. CDD A864
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
INTRODUCCIÓN
EL SISTEMA MUNDIAL
LA ANTIGÜEDAD CLÁSICA
EGIPTO Y CERCANO ORIENTE
LA EDAD DEL BRONCE
LA REVOLUCIÓN NEOLÍTICA Y LA REVOLUCIÓN URBANA
LA EVOLUCIÓN CULTURAL
SOCIEDADES SIN ESTADO
PROCESOS MAQUÍNICOS
GEOGRAFÍA, CLIMA, ENERGÍA
EL ORDENAMIENTO SIMBÓLICO
CONCLUSIONES
MÁS ALLÁ DEL CAPITALISMO
EPÍLOGO
POSTCAPITALISMO Y ECOSOFÍA
BIBLIOGRAFÍA
En la actualidad la humanidad desenvuelve su existencia en aquello que Immanuel Wallerstein denominó “sistema mundial moderno”. Este sistema abarca la superficie del planeta y posiciona a todas las naciones dentro de una particular estructura. La geometría específica del sistema mundial establece un centro, ocupado por una nación y un grupo de naciones líderes y una periferia, en la que transitan la mayoría de los países.
El sistema mundial es una combinación entre una división axial del trabajo integrada en un mercado global y un anudamiento interestatal de Estados soberanos. De esta manera surge un patrón que establece una jerarquía entre las naciones. El foco rector del sistema es la acumulación y concentración del capital, por lo que suele ser denominado sistema capitalista.
Podemos afirmar que el sistema mundial moderno tiene un concreto inicio en las llamadas Guerras del Opio, a partir de las cuales China es dominada por el poderío británico. Desde este hecho crucial puede asegurarse que el sistema mundial se encuentra operativo en todo el planeta.
Entendemos que el término globalización no es más que la descripción del proceso de estructuración del sistema mundial. Hemos propuesto que tanto “capitalismo” como “globalización” son conceptos derivados del despliegue del sistema mundial, verificado sólidamente a partir del año 1842.
Al concepto colonialismo lo hemos redireccionado a su verdadera e íntima esencia, referida a la formación de los Estados-nación dentro de los niveles de centro-periferia propulsados por la estabilización y expansión del sistema mundial. Atendiendo a este proceso, puede decirse que todas las naciones que no consiguen acceder al protagonismo de los lugares centrales son colonias. La “dominación occidental”, la formación o la independencia de las naciones y el concepto “capitalismo” son diferentes formas de hacer referencia al sistema mundial.
Nos interesa poder apreciar y considerar a los períodos de “transiciones históricas”, que son transcursos que no pueden adscribirse a épocas concretas. Se trata de períodos de reconfiguración de los elementos socioeconómicos. El último período de transición ha sido el que hace surgir la modernidad y el capitalismo globalizado e integrado como sistema mundial. Una forma de referirnos a este proceso es la preponderancia y el auge de Occidente.
Occidente se conformó en torno a la progresiva expansión europea y al dominio ejercido sobre el continente americano. El último incentivo al ascenso occidental fue dado por la decadencia de China. Así surgió el Occidente que controló el mundo mediante las armas y la industria.
Los europeos fueron los constructores de un orden novedoso. Fueron comerciantes-guerreros que “obligaron” a comerciar. Sus objetivos se consiguieron gracias al despliegue de una violencia inusitada sobre áreas y redes comerciales tradicionales que debieron ceder, doblegarse y reconfigurarse ante el extraño fenómeno.
El otro período de transición relevante es el que podemos detectar en el surgimiento de los primeros asentamientos agrícolas del Neolítico, que gradualmente fueron transformándose en ciudades.
Es en el lapso de estas transiciones históricas en donde pueden verificarse las importantísimas manifestaciones que producen las mutaciones del Socius, verdaderas reconfiguraciones de totalidades o gestalts, que son las que constituyen las dimensiones sociohistóricas de los espacios de interacción.
El devenir social se establece dentro de un marco regulatorio correspondiente a un espacio físico, que es un espacio vital. El intercambio es el motor de los espacios de interacción, que define en su curso una lógica “económica”.
Hemos planteado que los impulsos humanos de contacto y rechazo generan la duplicidad que denominamos comercio-guerra, punto de partida para la conformación de los espacios interactivos y de las dimensiones sociohistóricas correspondientes.
El Socius puede considerarse como una unidad de análisis dinámica que tiene en cuenta la paradoja del transcurso y de la estructuración. El Socius moderno se despliega a través de la transición histórica que ocurre entre el Medioevo y la Modernidad y se diferencia enormemente del Socius policéntrico, que tiene su origen en la transición del Neolítico.
El Socius moderno se define tanto en la disposición que hemos denominado eje elite-Estado como en la presión del cuerpo social, que estabiliza el eje. Un sistema muy activo, que hemos llamado “sistemas de creencias”, interviene en forma general, afectando todos los elementos.
Socius moderno
En la configuración del Socius policéntrico hemos podido identificar variaciones en los posicionamientos de los elementos, que carecen de valor suficiente para generar un nuevo Socius. Por eso las hemos denominado “variantes”: el Socius de poblado o aldea, el Socius de ciudad-Estado, y el Socius imperial, que funciona como una matriz básica. En el Socius imperial también se pueden apreciar mínimas variaciones, que son “subvariantes”: la subvariante medieval y la subvariante nómada (Dellepiane, 2024).
Socius imperial
En el Socius imperial resalta la figura del Emperador, el representante del orden cósmico que la lógica imperial intenta replicar en la tierra. El eje-Estado se articula bajo la presión impuesta por el rol del Emperador y por la simbolización imperial ligada a él.
El sistema de creencias se caracteriza por un flujo predominantemente unidireccional. Es en el eje del Socius donde se detecta la estabilidad general del sistema. El eje-Estado de un imperio está más “tenso”, es decir, que tiene mayor vigor que el eje de un poblado o que el eje de una ciudad-Estado.
Hemos comprendido que la Edad Media se fundamentó en una característica esencial: la permanente imposibilidad de constituir una lógica imperial consistente. La Edad Media fue un híbrido carente de importancia histórica que generó una asidua búsqueda de un ordenamiento superior y su permanente fracaso; se trata de una imposiblidad generalizada: la “imposiblidad de imperio”.
Otro fenómeno que ha caracterizado esta etapa histórica, es el lugar de la Iglesia, como organización de la cristiandad europea, que ocupó, literalmente, el sitio del Estado. A esta situación la hemos determinado como una subvariante del Socius imperial.
La importancia que los historiadores le dan a la Edad Media no tiene una base sustentable, y se debe, más que a otra cosa, a la visión “eurocéntrica” de los procesos históricos. En este sentido, consideramos que debe por fin abordarse el estudio de la historia como historia del mundo, como historia global.
Pero es verdad que un enfoque de estas características obliga a elevar el nivel de conciencia, a abandonar las visiones eurocéntricas y también incita a adentrarse en áreas que se encuentran muy alejadas de nuestro presente, de nuestra época histórica, es decir, que se encuentran más allá del sistema mundial, más allá del capitalismo.
Nuestra intención es re-orientar la dirección de los estudios históricos, para que pueda dejarse de lado la perspectiva de sustento eurocéntrico. Debemos pensar en un contexto dinámico, que aborde de manera distinta a los períodos históricos tradicionalmente enunciados.
Ahora dejaremos atrás a la Edad Media y nos implicaremos en el estudio de la Antigüedad. Resulta de vital importancia comprender la denominada unidad de la Edad del Bronce, por lo que comenzaremos este trabajo desde los hechos y situaciones históricas que afloran en la Edad Antigua. Tampoco nos detendremos allí, ya que será necesario retroceder todavía más, hacia la etapa neolítica, hacia los albores de la civilización.
Según la división tradicional de los períodos de la historia, la Edad Antigua, que tiene su inicio alrededor del 3000 a. C. con la invención de la escritura es la primera edad concretamente “histórica”. El final de esta edad se sitúa en el año 476, con el colapso del Imperio romano de Occidente.
La disgregación del Imperio romano es el hecho que pone en marcha a los procesos que dan consistencia al Medioevo. Tenemos que prestar atención al período de transición que algunos denominan “Antigüedad tardía” y que desemboca en el verdadero inicio de la Edad Media. Ese momento lo protagoniza la expansión musulmana, que cierra el Mediterráneo a la Europa cristiana y la obliga a vivir muy confinada y al margen de las corrientes de pensamiento y a los flujos comerciales afroasiáticos.
El Imperio romano es quizás la organización imperial más estudiada, debido a la abundancia de restos arqueológicos hallados. Fue un mundo que se organizó en torno al mar Mediterráneo y que abarcó partes de África, de Asia y de Europa. La leyenda sostiene que Rómulo fundó Roma en el 753 a. C. e inició la sucesión de reyes romanos.
El rey de Roma era aconsejado por una asamblea conformada por los representantes más ancianos de los diversos clanes de la ciudad, el “senado”. Los miembros del senado eran como “padres”, por eso se los llamó “patricios”.
Muchos habitantes de tribus cercanas fueron instalándose en la ciudad, que crecía imparablemente. Estas personas integraban la mano de obra en general y desempeñaban las tareas más duras, eran los “plebeyos”.
Con los años logra imponerse una especie de democracia, dominada por una oligarquía de patricios y por algunos plebeyos enriquecidos. La expansión de la ciudad y su influencia se acrecienta enormemente. Hacia el 281 a. C. Roma controla la totalidad de la península itálica, desde la Galia Cisalpina hasta el límite de la influencia de las ciudades griegas radicadas en el sur.
Sicilia era escenario de los continuos conflictos territoriales entre griegos y cartagineses, que también habían fundado ciudades allí. Debido a su ímpetu expansionista Roma interviene y hace sentir su presencia en la isla. Las ciudades cartaginesas la enfrentan y se desata la Primera Guerra Púnica. Cartago es derrotada y abandona sus colonias en Sicilia. En el 222 a. C. la Galia Cisalpina también cae bajo el poder romano, que ya cuenta con un fuerte respaldo naval.
En la Segunda Guerra Púnica se destaca el accionar del general cartaginés Aníbal, que finalmente es vencido por los romanos. Como saldo de ese enfrentamiento Hispania queda bajo control de Roma. En la Tercera Guerra Púnica, en el 146 a. C., la ciudad de Cartago resulta completamente destruida y desaparece de la historia.
En este largo enfrentamiento entre las dos potencias de la época lo que estaba en juego era el control del Mediterráneo, y Roma resultó vencedora: a partir de allí será la dominadora de todo el espacio geopolítico mediterráneo.
El crecimiento de la influencia de Roma por vastas regiones hacía necesario una estructura de poder cada vez más centralizada. La organización como “república” no podía sostener la constante expansión romana. Octavio establece un principado, en donde un Imperator, manteniendo el supremo poder militar, gobierna por delegación del senado y de la asamblea popular. Octavio cambia el nombre por Augusto y se transforma en el primer emperador romano.
El Imperio se pone en marcha mediante un eficaz sistema fiscal, avalado por el imparable crecimiento territorial, que ayuda a engrosar las arcas del Estado. Julio César, en una célebre campaña militar, incorpora las Galias, y el conflicto suscitado entre Augusto, Marco Antonio y Cleopatra desemboca en el dominio romano sobre Egipto.
En lo económico el Imperio es un enorme mercado común, donde circula un intenso comercio, muy diversificado, con tolerancia racial y religiosa.
La máxima extensión territorial sucede con el emperador Trajano: son conquistadas Dacia, Armenia, Siria y Mesopotamia, llevando el número total de habitantes a cien millones, mientras la ciudad capital de Roma llega al millón de habitantes.
Adriano, Antonio y Marco Aurelio encumbraron el Imperio y pudieron administrar un período de paz y estabilidad, por lo que se conocen como los “emperadores buenos”.
Pero la crisis llegó en el siglo III, el sistema sufrió una desestabilización general, se desataron guerras civiles y la desorganización comandó las situaciones. Diocleciano dividió la administración imperial en dos sectores: occidental y oriental.
Constantino funda Constantinopla sobre la vieja ciudad griega de Bizancio en el año 330. Reorganiza el ejército, se convierte al cristianismo y lo adopta como religión de Estado.
Teodosio permite la presencia de germanos en las provincias limítrofes y así jinetes bárbaros pasan a formar parte del ejército romano. En el 395 divide el Imperio formalmente y otorga el liderazgo a sus dos hijos, la parte occidental para Honorio y la oriental para Arcadio. Este hecho abre aún más la brecha que se estaba produciendo entre un oriente próspero y un occidente en decadencia, muy influenciado por la continua presencia de colonos bárbaros.
En el 406 poblaciones bárbaras de suevos, vándalos, alanos y otras tribus penetran en la Galia y llegan a Hispania. Conforman una oleada de grandes dimensiones que se vuelve permanente. Un líder germánico, Alarico, llega a las puertas de Roma en 410 y la saquea. En las llanuras de Europa occidental aparecen los hunos, nómadas comandados por Atila, que impulsan a los germanos todavía más a huir hacia el Imperio. Francos y burgundios cruzan el Rin, anglos y sajones se dirigen hacia el oeste y el norte. Finalmente Atila invade Italia, aunque se detiene a las puertas de Roma y regresa a su campamento en las llanuras de Hungría.
Atila muere sorpresivamente y los hunos se dispersan y vuelven a las estepas asiáticas. Sin embargo, los líderes germánicos no cesan en sus incursiones, algunas violentas, sobre la geografía imperial. Genserico entra en Roma en 455, pero es un grupo comandado por Odoacro el que hace abdicar en el año 476 al último emperador romano de occidente.
La caída de Roma puede explicarse por la conjunción de muchos factores: el debilitamiento del ejército, la prevalencia del cristianismo, la falta de progreso técnico, los impuestos excesivos y el desorden generalizado. Pero hay que descartar la idea de que los bárbaros querían “acabar con el Imperio”. Peter Heather (2018) explica que las zonas fronterizas de la pujante Roma y el entorno rudimentario de las tribus germánicas hicieron surgir una desigualdad que se hizo muy “evidente”. La cercanía, los contactos de pequeños grupos y familias que iban y venían a través del Rin le daban cuerpo a esa “frontera”, de hecho muy permeable. El desarrollo desigual fue la fuerza motivadora de los flujos migratorios bárbaros.
La interacción comercial con el mundo romano provocó entre las tribus germánicas disputas y luchas internas por el control de los flujos de riqueza. También, según Heather, incitó a la militarización y a la centralización del poder.
Las coaliciones de tribus bárbaras que iban apareciendo en el imperio se formaban en el mismo territorio romano a partir de grupos que nada tenían que ver del otro lado de la frontera. Estas coaliciones fueron denominadas “pueblos” por la historia tradicional académica y es muy posible que hayan sido impulsadas más que nada por el avance de los hunos. Es otro ejemplo de cómo opera la mentalidad de los historiadores tradicionales con respecto a las migraciones y a las composiciones de pueblos en la época romana; se percibe que están actuando con una lógica que podríamos llamar “romanocéntrica”, cuyo funcionamiento es igual que la lógica eurocéntrica.
Pero lo que nos interesa es comprender que estos movimientos humanos masivos fueron los que desestabilizaron al Imperio romano de occidente. No sucedió lo mismo con el Imperio romano de oriente, que continuó existiendo, aumentando constantemente su poder y su prestigio. Esta organización imperial ha llegado a nuestra comprensión como “otro” imperio, como uno más en el conjunto de imperios de todas las épocas, con el título extrañísimo de Imperio bizantino. En realidad era el Imperio romano subsistiendo en su ubicación oriental, con Constantinopla como capital. Digamos entonces, para ser concretos, que el Imperio romano nunca desapareció, sino que se orientalizó, y allí fue transformando su fisonomía. Pero denominarlo “bizantino” es intentar camuflar el proceso histórico, que justamente no es aquí favorable a una perspectiva eurocéntrica.
La civilización romana estuvo muy influenciada por las colonias griegas de la Italia meridional y por los reinos helenísticos de oriente. Fue una cultura compuesta de una mixtura de rasgos aportados por latinos, sabinos y etruscos, pero fundamentalmente fue modelada por los “apreciados” rasgos helénicos.
Los griegos llegaron al entorno mediterráneo y al área itálica durante el período conocido como de la “colonización”, que abarcó los dos siglos comprendidos entre el 750 a. C. y el 550 a. C.
Diferentes ciudades-Estado griegas fundaron ciudades, “colonias”, en gran parte del Mediterráneo, principalmente en su mitad oriental. La necesidad de expansión a regiones lejanas estaba dada por el aumento de la población, que superaba los medios disponibles para el sustento, tanto en Grecia como en la costa jonia. El sur de Italia fue un destino muy elegido por los griegos, allí surgieron nuevas ciudades: Crotona, Siracusa, Neápolis, Cumas.
El período “clásico” de la historia griega es la época de Pericles y del predominio ateniense. Las poblaciones griegas eran ciudades-Estado denominadas “polis”, surgidas de agrupamientos de aldeas vecinas entre sí. Estas primeras polis eran gobernadas por reyes. Gradualmente la autoridad de los reyes comenzó a ser reemplazada por la de los terratenientes, hasta que se llegó al establecimiento de asambleas de un carácter más inclusivo.
En Atenas, las reformas políticas de Solón y de Clístenes impulsaron una constitución y colocaron las bases estructurales de la democracia ateniense. El siglo V a. C., el siglo de Pericles, se caracterizó por la asamblea de los ciudadanos de Atenas y un consejo, de menor relevancia, que daba el visto bueno a las decisiones.
Toda ciudad-Estado griega poseía un gobierno con una amplia asamblea, un consejo o consejos más pequeños y magistrados que se alternaban entre los hombres “elegibles”. Sin embargo, la composición de estos cuerpos, sus métodos de selección y sus poderes variaban grandemente según la ciudad.
Atenas lideró las Guerras Médicas contra los persas (499 a. C. - 478 a. C.), en las cuales los griegos salieron victoriosos. Pero la principal rival del poderío de Atenas fue Esparta, una polis organizada con principios diferentes a los de Atenas. Desde sus primeros tiempos Esparta mostró una actitud agresiva, hasta el punto que esclavizó a todo un pueblo, los mesenios, que habían sido derrotados previamente en una guerra. Esparta tuvo la necesidad constante de contar con un Estado militarizado, dirigido por una monarquía tradicional. La “ciudadanía” estaba compuesta solamente por el diez por ciento de la población.
Las Guerras del Peloponeso entre 431 a. C. y 404 a. C. enfrentan en un largo conflicto que sacude toda Grecia a Esparta y Atenas, agrupadas en la liga del Peloponeso y la liga de Delos respectivamente. Atenas es derrotada por la pericia militar espartana y cae bajo el dominio de un gobierno oligárquico impuesto por Esparta, el gobierno de “los treinta tiranos”.
Atenas tradicionalmente tenía la base de su poder en el mar, en su armada y en su flota comercial, a diferencia de Esparta, que era un poder terrestre. Su red comercial siempre le había proporcionado vitalidad económica. Incluso algunos historiadores hablan de un “imperio ateniense” fundado enteramente en el poderío comercial marítimo. Algunos años después de ser derrotada por Esparta, hacia el 394 a. C., Atenas logra restablecer su prestigio.
Luego de mucho tiempo de un férreo comportamiento Esparta finalmente es dominada y vencida por el ímpetu de una ciudad-Estado en auge, la ciudad de Tebas, y desaparece de las menciones históricas importantes.
Todos estos acontecimientos incitan a reconocer el hecho que marcó el desarrollo histórico griego: la continua lucha entre las ciudades-Estado que se consideraban a sí mismas “griegas”. Nunca pudo afianzarse un centro unificador de importancia que lograra un predominio sobre el resto de las polis. Para Moses Finley (1983) esta fragmentación continua se explica en parte por la geografía: un terreno que es un aglomerado de montañas y pequeñas llanuras y valles. Esta particular disposición implica una tendencia al aislamiento que interfiere incesantemente con una ideal confederación griega. La región costera del Asia menor, tan griega como la Hélade europea, tenía una estructura muy similar. Y como dice Bowra (1983), no hay que dejar de considerar que la principal causa de imposibilidad de unificación es la insoluble antítesis entre Esparta y Atenas, en la precisa época que Atenas estaba en su apogeo y muy preparada para el liderazgo general.
Gómez Espelosín (2014) es muy crítico sobre esta cuestión y sostiene que “Grecia” nunca existió como tal. No hubo ninguna entidad política hegemónica que utilizase dicho nombre. Ni siquiera bajo las invasiones persas. Es llamativo pero cierto: nunca pudo establecerse una idea clara y bien definida de lo que era Grecia desde un punto de vista geográfico. Esto nos lleva a otra incongruencia de la historia, que consiste en tratar tozudamente este mundo variopinto y transcontinental como algo compacto y puramente europeo.
Macedonia era una región periférica que se helenizó en torno al 450 a. C. Filipo II se transformó en el monarca de su época, al obtener un creciente protagonismo en toda Grecia. Tenía un objetivo en mente: lograr bajo su reinado la unificación de las ciudades griegas. En 356 a. C. vence a las ciudades que le oponían fuerte resistencia, Tebas y Atenas, y con ello domina toda Grecia.
En 338 a. C. Filipo impone un consejo federal. Su sucesor, su hijo Alejandro, pasará a la historia como Alejandro Magno. Alejandro logra ampliar el dominio griego sobre su ancestral oponente: conquista Persia en 329 a. C.
En muy poco tiempo, con anexiones en el Cercano Oriente y en el norte de África Alejandro crea un enorme Imperio; pero su prematura muerte provoca el desmontaje de la construcción imperial. Tres secciones se distribuyen entre sus generales: Egipto, que se encarga a Tolomeo, Persia, a Seleuco y Macedonia, que será regida por Antígonas.
Se denominará “época helenística” a esta organización griega del mundo antiguo, que tuvo una duración de tres siglos, hasta las conquistas romanas de Macedonia en 168 a. C. y de Egipto en 30 a. C.
La sumisión de Persia por Alejandro fue para la Antigüedad un terremoto político y social. Persia siempre fue la región que impuso límites a las expansiones que surgían en el Mediterráneo, y que confrontó a los poderes principales, tanto a los griegos como a los romanos. Consideramos que en cualquier estudio histórico resulta adecuado prestar atención a este espacio geográfico, que funciona como una estratégica zona de transición entre el Mediterráneo, la India y el Extremo Oriente.
A partir del 625 a. C. una entidad unificada de tribus medas y conjuntos más aislados de tribus del área de la meseta iraní toman consistencia en la figura del rey Ciro. Ciro funda la dinastía aqueménida y con ella consolida el Imperio persa.
Posteriormente Darío I expande el Imperio y lo organiza en “satrapías”. Lleva adelante las Guerras Médicas contra los griegos, pero es derrotado en Maratón (490 a. C.), Salamina (480 a. C.) y Platea (479 a. C.).
A pesar de la derrota, los líderes persas siempre se mantuvieron atentos a la política griega, fue famoso el “oro persa” destinado a fomentar la discordia entre las ciudades griegas.
Y fueron precisamente griegos quienes acabaron con la independencia persa; como dijimos, Alejandro Magno conquista y toma Persépolis en 331 a. C. Luego de su muerte se establece el Imperio helenístico Seléucida, que dura hasta el año 64 a. C., fecha de la ocupación romana.
Pero la resistencia persa continuó, contra los reinos helenos primero y contra los emperadores romanos después, llevada a cabo por un pueblo iraní tradicional, los partos, que tenían cierta fuerza política y militar. Finalmente toman el poder como la casa de Sasán, y fundan el Imperio sasánida. La lucha proseguirá después contra Bizancio.
Vemos que la civilización persa siempre se encuentra en contacto o en guerra con los imperios occidentales, es un interlocutor constante del mundo mediterráneo. Esto cambia definitivamente en 651 cuando es islamizada por la expansión árabe.
Se considera que los griegos fueron los fundadores de la “racionalidad”, los constructores del “logos”. Grandes pensadores surgen en diversas ciudades griegas. Se destacan en la región de Jonia los llamados “presocráticos”: Tales, Anaximandro, Pitágoras, Heráclito.
Aparecen los primeros sofistas, que practican el arte de la persuasión, y que están interesados en los asuntos sociales y humanos: Protágoras, Gorgias, Pródico; y más tarde los “filósofos”: Sócrates, Platón, Aristóteles.
Es un legado importante que para muchos investigadores constituye la premisa del pensamiento occidental moderno.
