El bien es universal - David Cerdá García - E-Book

El bien es universal E-Book

David Cerdá García

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Beschreibung

¿Por qué es inmoral violar? ¿Por qué la vida de una mujer afgana es hoy peor, más injusta, que la de una mujer española? Por diversos motivos, hay un desconcierto moral, y ha dejado de ser fácil responder a estas preguntas. ¿Cuál es el alcance de la tolerancia y el pluralismo? ¿Por qué crece el número de quienes niegan que exista el libre albedrío? Mediante argumentos diáfanos y sirviéndose de su habitual combinación de filosofía, literatura, ciencia o historia, Cerdá construye una vigorosa defensa de la universalidad del bien y el progreso moral, invitándonos a defender con rigor la dignidad y la justicia.

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Seitenzahl: 99

Veröffentlichungsjahr: 2025

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DAVID CERDÁ

EL BIEN ES UNIVERSAL

Una defensa de la moral objetiva

EDICIONES RIALP

MADRID

© 2025 byDavid Cerdá

© 2025 by EDICIONES RIALP, S. A.,

Manuel Uribe 13-15, 28033 Madrid

(www.rialp.com)

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Preimpresión: produccioneditorial.com

ISBN (edición impresa): 978-84-321-7011-9

ISBN (edición digital): 978-84-321-7012-6

ISBN (edición bajo demanda): 978-84-321-7013-3

ISNI: 0000 0001 0725 313X

Para mi amigo Osantonio, aprendiz de filósofo, a quien llevo desde hace cuarenta años, como Hamlet lleva a Horacio, «en el corazón de mi corazón»

«Cualquier otra ciencia es perjudicial para quien carece de la ciencia de la bondad»

(Michel de Montaigne, Ensayos, I, XXV)

ÍNDICE

I. Ética, moral, morales, moralidad, moralismo y bien

II. Objetividad y subjetividad

III. Objetividad moral y pluralismo

IV. Progreso (y subdesarrollo) moral

V. Sobre el juicio y la autonomía moral

VI. Agencia y libre albedrío

VII. Miserias del nihilismo, el amoralismo y el relativismo: cómo empeora el subjetivismo el mundo

VIII. Educar en valores

versus

educar en el bien

IX. Honrar la vida

Agradecimientos

Navegación estructural

Cubierta

Portada

Créditos

Dedicatoria

Epígrafe

Índice

Comenzar a leer

Bibliografía

¿Por qué es inmoral violar y por qué la vida de una mujer afgana es hoy peor, más injusta, que la de una mujer española? Este libro surge de la conmoción que causa comprobar que cada vez menos personas de nuestro ámbito cultural son capaces de responder a estas sencillas preguntas. Esa incapacidad, lejos de ser una tara académica, tiene abundantes consecuencias prácticas, tanto en el plano individual como en el colectivo: cuesta sufrimientos y vidas. A mostrar la naturaleza y vigencia de las respuestas se encaminan estas páginas.

No empezaré, como tal vez debiera, por explicar la relevancia del tema que aquí se trata, que toma pie en dichas consecuencias. Hay dos motivos para ello. Uno, de empezar por ahí, cargaría tintas sobre la importancia de que el subjetivismo moral sea erróneo, lo cual podría llevarnos a caer en el «razonamiento motivado», esto es, a afirmar lo que necesitamos que sea cierto. Lo que se ajusta a la realidad no deja de ser cierto porque nos perjudique; como dice Joan Manuel Serrat, la verdad no es triste, sino inevitable. Dos, resulta que explicar por qué la moral es objetiva es fundamental para entender la gravedad de que se considere subjetiva, de ahí que ese otro fin deba tener preferencia.

¿Es la moral objetiva o subjetiva y es el bien universal o cultural? Estas son las disyuntivas que pretendo desentrañar; por concernir al bien y la verdad me sitúo aquí entre medias de las dos obras en las que traté in extenso esos dos fundamentales asuntos, Ética para valientes y El dilema de Neo, respectivamente. Mi propósito, en esta ocasión, es abordar una cuestión más concisa y tan relevante que entenderla es esencial para desarrollar una conciencia moral; y mostrar el extravío posmoderno a este respecto, para que lo podamos contrarrestar, pues verdaderamente nos hiere.

I. Ética, moral, morales, moralidad, moralismo y bien

Es indispensable empezar con algunas precisiones terminológicas. Llamamos «ética» o «moral» al saber que da respuesta a la pregunta «¿qué hace que la vida merezca la pena, que sea justa, buena?». «Ética» y «moral» son términos sinónimos. Si hay dos nombres para lo mismo, es porque hay dos formas de denominarlo, una de procedencia latina (mores) y la otra griega (ethos); fue Cicerón quien en su tratado Sobre el destino tradujo el adjetivo ethikós como moralis. Ambos términos remiten a las costumbres, a los comportamientos, porque la pregunta planteada se resuelve siempre en cuanto a lo que hacemos. Sin embargo, no hay debate en redes sociales, clase o conversación corriente en que uno no se encuentre a alguien que afirma que difieren, hasta que se le pregunta a ese alguien por la definición de una y otra y entonces brota la confusión y burbujean las más extrañas matizaciones.

Cuando hablamos en singular (la moral, la ética), nos referimos a esa respuesta que el ser humano busca a en qué consiste la vida justa y buena. Ese proyecto es universal y comenzó con el primero de nuestros ancestros que tuvo conciencia; la Filosofía Moral o Ética es la disciplina académica que lo estudia. Cuando hablamos en plural (esta o aquella moral, las morales o, aunque sea menos habitual, esta o aquella ética, las éticas), aludimos a normas y principios particulares de algún grupo o cultura o país en algún momento de la historia, es decir, a códigos de conducta específicos que apuntan a lo justo y bueno con mayor o menor fortuna. Si, con naturalidad, comparamos estos intentos concretos de respuesta no es solo porque nos intriguen las diferencias, sino porque entendemos que los hay mejores y peores; aquí surge una primera pista sobre la objetividad moral, como luego veremos. En todo caso, a esta distinción entre lo singular y universal y lo plural y local se reduce todo el misterio de «la moral no es la ética».

Cuando alguien se comporta de una manera que creemos que va en contra de lo debido decimos que es inmoral y no antiético. Y lo mismo ocurre cuando hay leyes que disminuyen nuestra dignidad: las denominamos «inmorales». El Diccionario de la lengua española (DLE, en lo sucesivo) dice que algo es ético cuando «es recto, conforme a la moral» y llama también ético a quien «estudia o enseña moral», subrayando que lo moral es «relativo a las acciones de las personas, desde el punto de vista de su obrar en relación con el bien o el mal», que es otra forma de referirse a lo que es justo y bueno y por lo tanto ético. Pese a este aluvión de ejemplos, hay gente que se empecina en lo de «una cosa es la moral y otra la ética». Los más tozudos a este respecto tal vez sean los gustavobuenistas, algunos de los cuales más que estudiosos de un autor parecen discípulos fanáticos, por lo mucho que les cuesta salir de los esquemas de su maestro. Tengo un respeto sin fisuras hacia la figura de Gustavo Bueno, un filósofo original y honesto; un respeto que honro no dándole la razón en todo. Así, cuando Bueno afirma —de viva voz, en un celebrado vídeo que puede hallarse en YouTube— que la ética es el conjunto de normas que buscan salvaguardar y fortalecer la vida de «los individuos corpóreos» (sic), mientras que la moral «tiene por objeto salvaguardar y fortalecer la vida del grupo en tanto grupo», sencillamente se inventa una dicotomía que solo existe en la actualidad en la mente de sus aguerridos seguidores. Basta pensar en los sentimientos morales esenciales, la vergüenza, la compasión y la reverencia, los tres radicalmente interpersonales y de alcance por supuesto superior a la propia tribu; ¿y acaso puede decirse que lo que hace Malala Yousafzai al jugarse la vida enfrentándose a los talibanes o lo que hizo Hugh Thompson, que volvió las armas de su unidad en dirección a su propio ejército para detener la masacre de Mỹ Lai son un puñado de comportamientos inmorales?

En lo que sigue, y una vez establecida la sinonimia, no volveremos a hablar de la ética y nos referiremos a la moral. Escogemos este último término no solo por una cuestión de prestigio filosófico (es el más empleado en la literatura que trata este asunto), sino también con ánimo reivindicativo, para contribuir a vencer ese pudor más bien posmoderno a referirse a la moral. Porque esta es, según parece, la razón de que tantos prefieran hoy «ética» a «moral»: a que esta última les suena a religioso o antiguo, y por la razón que sea (es su problema) quieren evitar ambas referencias.

¿Qué es la «moralidad», entonces? Aunque a veces se la menciona —de un modo que solo nos confunde— como un sinónimo de moral, hay dos acepciones que sí nos interesan y tienen sentido. La primera de ellas sirve para referirnos a la moral imperante en nuestra comunidad, una de esas morales plurales que resulta de aplicación para nosotros si es que queremos estar en lo que socialmente se admite. Moralidad sería la concreción convencional y local a estas cuestiones, «lo que la gente entiende por aquí que es correcto». La segunda acepción es más precisa y relevante: llamamos «moralidad» a la capacidad humana, única entre los seres vivos, que lo lleva a preguntarse por lo bueno y lo malo, a esa cualidad antropológica, por así decirlo.

Es el momento de deslindar otro término, «moralismo», que algunos suelen emplear para referirse a cualquier postura afirmativa en cuanto a la moral y otros emplean para referirse a ciertas posturas morales que les disgustan. Hablando con propiedad, el moralismo consiste en la odiosa costumbre de señalar acusadoramente el comportamiento ajeno. Es cierto que la moral debe parte de su desprestigio a este uso «arrojadizo» que algunos hacen de ella; no obstante, la moral no tiene nada que ver con apuntar el índice hacia nadie: es un camino de perfección propia que ve en cada conducta indigna ajena un aviso para navegantes. Como escribe Tzevan Todorov en Memoria del bien, tentación del mal, «dar lecciones de moral a los demás no ha sido nunca un acto moral: la virtud del héroe o la aureola de la víctima no destiñen realmente sobre los admiradores».

Definamos, finalmente, «el bien». En la base de la errónea distinción de Gustavo Bueno entre ética y moral está que la primera, por ser a su juicio de las dos la que busca el bien, le resulta etérea, difusa; el bien le parece a este filósofo un término impreciso. Hay, sin embargo, una manera sencilla y nada vaga de definir el bien, que es «toda acción que contribuye a que la vida humana sea digna». El bien es, entonces, el conjunto {a, b, c, …} en el que las letras representan los actos que hacen que la vida humana sea mejor, más justa. Obrar bien no es sencillamente obedecer a mi conciencia, porque esta puede estar torcida, sino obedecer a lo objetivamente justo. De ahí que nadie pueda hablar del bien en sentido moral si no ha establecido esa objetividad antes, que es lo que ahora haremos nosotros.

II. Objetividad y subjetividad

Hemos dicho que la moral es un saber; podemos denominarlo una scientia. Tal vez sea juicioso reservar el término «ciencia» a aquellos saberes que se ajustan al método científico, en un grado u otro (pensemos en las ciencias sociales); de ahí la conveniencia de referirse a un saber o una scientia. Hasta hace no tanto, todos los saberes humanos estaban juntos: la filosofía los aglutinaba en su totalidad en sus comienzos. Hay una pista de esto que perdura, al menos en su denominación anglosajona: quien tiene un doctorado, sea cual sea su materia (igual Química que Economía), tiene un Ph.D., es decir, es «doctor en filosofía». Con el tiempo, los saberes se fueron independizando, especializándose, se ocuparon de su pregunta particular sobre el mundo. De la filosofía se desgajaron paulatinamente la física (¿qué es y cómo funciona la materia, en aspectos como el movimiento o la fuerza?), la biología (¿qué es y cómo funciona la vida?), la historia (¿cuáles han sido los acontecimientos pasados?), etcétera; y estos saberes han tenido aún nuevas familias que han engendrado nuevos hijos, como la medicina (¿qué es la salud y cómo podemos fomentarla?). Cada saber ha ido desarrollando sus propios métodos, adaptados a la complejidad de su objeto (su pregunta); ninguno es superior a los otros, tan solo indaga aspectos de la realidad distintos.

Todos los saberes (scientiae o ciencias) son objetivos. Quiere esto decir que buscan fuera del sujeto (en la realidad