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Entre abril y agosto de 1898 sucedió un acontecimiento en La Habana que es muy poco conocido: la ciudad estuvo bloqueada. Los Estados Unidos, con el fin de la Guerra Hispano-Estadounidense, imponen a la Isla un férreo bloqueo que afectó de forma negativa a los habitantes. Isidoro Corzo nos narra las anécdotas de aquel período vivido según las experiencias percibidas por las personas que lo rodeaban, incluso en su familia. Con matices costumbristas, humorísticos, pero también tristes o trágicos, podemos vivir la historia de aquella época y percatarnos, a la vez, que la Historia es un proceso cíclico.
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Seitenzahl: 140
Veröffentlichungsjahr: 2018
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Primera edición, Imprenta de Rambla y Bouza, La Habana, 1905.
Edición base: Royma Cañas
Edición para ebook: Adyz Liem Rivero Hernández
Corrección: Norma Suárez Suárez
Diseño de colección: Carlos Javier Solis Méndez
Diseño de cubierta: Yoiser Pacheco Alonso
Emplane digital: Madeline Martí del Sol
© Sobre la presente edición:
Editorial Ciencias Sociales, 2017
ISBN 978-959-06-1889-5
Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.
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RUTH CASA EDITORIAL
Calle 38 y ave. Cuba, Edif. Los Cristales, oficina no. 6 Apartado 2235, zona 9A, Panamá
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En 1898 la escuadra de los Estados Unidos impuso a la isla de Cuba un cruel bloqueo que repercutió en una difícil situación para los habitantes de La Habana. El autor de esta obra, quien vivió este período, se sobrepuso ante los hechos y narra con rigurosa fidelidad toda la verdad acontecida a partir de sus propias experiencias y de otras presenciadas. Con una excelente ecuanimidad y una gran fuerza literaria, muestra un trabajo acabado de psicología social y política, y ofrece además, los cuadros más conmovedores y los más visibles que la miseria económica y moral daba a la contemplación.
En esta ocasión, la Editorial Nuevo Milenio, con su sello de Ciencias Sociales, ha querido rendir un merecido homenaje a su autor y a las víctimas de ese suceso histórico. Se ha adaptado el texto a las nuevas normas editoriales y ortográficas, lo cual permitirá una mejor comprensión y lectura, y a la vez, poder conservar esta valiosa obra para las presentes y futuras generaciones.
La Editorial
Los españoles llevamos la impavidez en la masa
de la sangre y de todo nos burlamos.
Hoy mismo ¿quién no se ríe ya del desastre pasado?
Parodiando la célebre frase atribuida al rey caballero,
podría decirse de España que en su última guerra
lo perdió todo, todo, menos el humor.
Isidoro Corzo
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Desde enero de 1973, comencé a estudiar la vida y la obra de los intelectuales que pertenecieron al Grupo Minorista habanero (1923-1929), del cual Alejo Carpentier (1904-1980) fue el miembro más joven. Entre ellos lo consideraban el “benjamín”.
Investigando sobre su imaginario en revistas y periódicos, encontré que el periodista español —también crítico musical y de espectáculos— Isidoro Corzo Príncipe (1869-1936) se convirtió en el primero en esbozar un perfil del joven intelectual:
Entre las ocho o diez personas que en La Habana escriben de música con conocimiento de causa, ocupa un lugar distinguido el señor Alejo T. Carpentier. Es un joven muy joven, alto muy alto; delgado muy delgado. Su mirada presta a su semblante cierta expresión melancólica que su sonrisa franca y sincera se encarga de atenuar.1
1Isidoro Corzo Príncipe: “Alejo T, Carpentier”, enEl Heraldo,28 de agosto de 1924, p. 7.
La curiosidad me impulsó a indagar sobre Corzo, quien no aparecía en el Diccionario de la Literatura Cubana elaborado por el Instituto de Literatura y Lingüística de la Academia de Ciencias de Cuba.2 Sin embargo, merecía haber sido incluido por su libro El bloqueo de La Habana. Cuadros del natural (Imprenta de Rambla y Bouza, La Habana, 1905), ejemplar valioso y raro que puede leerse en la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí.
2ElDiccionario…se terminó en 1975 y se podía consultar en folletos mimeografiados en la institución. Se publicó por la editorial Letras Cubanas en 1980.
2
Jorge Domingo Cuadriello, investigador del Instituto de Literatura y Lingüística, ha publicado el excelente Diccionario bio-bibliográfico de escritores españoles enCuba. Siglo XX (Letras Cubanas, La Habana, 2010), en el que aportó datos sobre los hermanos Isidoro y Juan Corzo Príncipe.
Ellos podrían ilustrar la actitud de los intelectuales que optaron por la permanencia en la excolonia, la adaptación a los cambios y, sin abandono de su identidad como españoles, la integración a la vida cultural republicana.
Isidoro nació en Madrid el 2 de enero de 1869 y Juan, el 24 de junio de 1873. Los dos llegaron a Cuba en 1887. El mayor falleció en La Habana el 23 de diciembre de 1936 y el menor, el 27 de septiembre 1941.
Quizás, el motivo del traslado familiar a Cuba estuvo en que el padre, Antonio Corzo Barreras (músico, periodista y juez), fue nombrado presidente de la Audiencia de Pinar del Río.
Isidoro matriculó en la Universidad Real y Literaria de La Habana y se graduó de Licenciado en Derecho (1895). Ejerció como abogado e incluso tenía su propio bufete en la calle Cuba; también participaba en tertulias políticas y musicales e incursionaba en el periodismo. Pertenecía, como miembro supernumerario, a la plana mayor del segundo batallón del cuerpo de voluntarios (que se reunía en la plaza de San Juan de Dios). Se alineaba con los españoles integristas, aunque no se identificaba con los fanáticos que vitoreaban el genocidio de la población cubana impulsado por el general Valeriano Weyler con la política de la Reconcentración.
Juan era periodista y ajedrecista. Se vinculaba a los corresponsales extranjeros, por lo que solía estar muy bien informado sobre el acontecer habanero. Su nombre ha quedado asociado a la difusión de la práctica del ajedrez como jugador, promotor y analista en las páginas deportivas. En la famosa revista El Fígaro —una de las publicaciones que transitó al siglo xx— desarrolló una sección.
En la vida republicana Isidoro se distinguió como especialista en derecho civil y familiar. Mantuvo nexos con los políticos. Aceptó el cargo de subsecretario de Gobernación (1927). Siguió los avatares de la controvertida ley de divorcio, desde 1918 en que fue aprobada hasta las aclaraciones de febrero de 1930. Sus criterios técnicos fueron difundidos en el folleto Comentarios a la ley de divorcio con disolución del vínculo matrimonial (Cultural S. A., La Habana, 1931).
Además de escribir para La Unión Española (1898-diciembre de 1903, del que fue director), Ambos Mundos (1901-1902), La Voz de la Justicia (1915-1916), Heraldo de Cuba, El Día, El Mundo, El Comercio, El Hogar, Alma Cubana, Universal Magazine, El Heraldo, entre otros, Isidoro participó en el proyecto de la Sociedad de Conferencias (1910-1914), que auspiciaron Jesús Castellanos y Max Henríquez Ureña.
Allí, disertó sobre Las locuras de Maupassant a través de sus obras (Imprenta y Papelería Francesa, La Habana, 1911). No solo fue un lector permanente de literatura, sino que escribió cuentos y noveletas; algunos los recogió bajo el título de Entre sorbo y sorbo. Novelas y cuentos (Imprenta Avisador Comercial, La Habana, 1914), ilustrado por Jaime Valls y Rafael Lillo. Su pasión por la música podría rastrearse en los artículos para la prensa y en su conferencia La cumbre más alta de la música francesa (1929).
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Tanto en España como en Estados Unidos, se difundieron centenares de textos sobre los acontecimientos de 1898, en el que la heroica guerra de independencia de los cubanos contra la monarquía española se transformó por la intervención del gobierno estadounidense en un conflicto internacional para apoderarse de las últimas colonias de un imperio en decadencia.
El gobierno estadounidense hizo prevalecer sus intereses en diferentes escenarios bélicos: la problemática en el archipiélago de Las Filipinas era muy diferente a la de la guerra de los cubanos para liberarse de la dominación española, o a la del estatuto autonómico en la isla de Puerto Rico. Con la victoria sobre España, difundió la versión del nuevo, “bueno y generoso” imperialismo que deseaba modernizar a pueblos atrasados.
En Madrid comenzaron a escribirse ya vituperios, ya justificaciones, en torno a la derrota. En La Habana, Isidoro pensaba que no podía faltar el punto de vista de su grupo, los integristas —ya fanáticos, ya escépticos— que habían sido engañados por las autoridades militares; que habían sobrellevado los riesgos de que la ciudad fuera cañoneada y habían vivido las carencias alimentarias de un bloqueo.
El 1 de enero de 1899 comenzó oficialmente la dominación estadounidense. En La Habana, las fuerzas militares españolas se retiraban por barrios. En cada uno, al concluir el acto, se iniciaba una fiesta popular; así lo recreaba Raimundo Cabrera en su novela Sombras eternas (1919). Las tropas fueron embarcadas de manera paulatina.
Los participantes directos en el genocidio contra la población cubana se fueron rápido porque tenían mucho miedo; aunque las autoridades yanquis les garantizaron la impunidad jurídica y política. La mayoría de los civiles se quedaron junto con sus familias.
En 1901, Isidoro publicó el folleto Cervera y su escuadra; consideraciones sobre el desastre de Santiago de Cuba de 3 de julio de 1898 (Tipografía La Unión, La Habana), que fue motivado por la noticia difundida en Madrid de que la Marina había concedido el ascenso reglamentario al oficial Pascual Cervera Topete.
Mientras algunos cubanos consideraban que era justo, Isidoro y otros españoles aquí residentes lo asumían como un insulto colectivo. Por dicho motivo, él reconstruyó minuciosamente lo acontecido entre abril y julio de 1898; reprodujo documentos y noticias; y concluyó afirmando que el alto oficial había actuado con desconocimiento, había demostrado incapacidad y cobardía. En consecuencia, el ascenso resultaba una ofensa. Sin embargo, no eximía de responsabilidades a las autoridades en Madrid y extendía los juicios en torno a Cervera a los jefes militares en Santiago de Cuba y a sus superiores en la defensa de toda la Isla.
Cervera y su escuadra… se convirtió en el origen de El bloqueo de La Habana. Cuadros del natural.
Probablemente, desde muy joven, Isidoro confeccionaba álbumes, libretas, carpetas o files de recortes con sus textos y con otros de noticias y temas que le interesaban. Era una práctica generalizada entre los periodistas, quienes solían escribir con el máximo de inmediatez.
En 1901, para construir el folleto utilizó como fuente su colección de recortes, revisó la prensa e intercambió con amigos, familiares y otros testigos. Se concentró en un objetivo: resaltar la ira que caracterizaba a su grupo; eludió las digresiones; consiguió que su protesta resultara argumentada pero inútil, porque los políticos y militares en Madrid no iban a cambiar su decisión en torno al ascenso de Cervera.
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A partir del 20 de mayo de 1902, cuando comenzó la vida republicana, los españoles sabían que ya habían logrado sobrevivir como grupo económico poderoso; que conservaban algún influjo político; que disponían de una prensa al servicio de sus intereses y de una red de asociaciones regionales e instituciones culturales, educacionales, hospitalarias y de beneficencia; que seguía vigente la división político-administrativa en seis provincias y hasta su código civil.
Ellos funcionaban como un grupo eficiente de presión económica, política y cultural dentro de la sociedad cubana. Intentaban proyectarse hacia el exterior con una imagen de fuerza concertada. Constituían un público ávido de verse representado en libros y espectáculos teatrales.
Isidoro estaba convencido del éxito de público que podría alcanzar El bloqueo de La Habana… Ya era un escritor con suficiente oficio para diseñar un ordenamiento cronológico de 19 unidades autónomas que denominó “cuadros del natural” para realzar que se inspiraban en hechos, espacios y personas reales.
El énfasis también podría vincularse a su admiración por los narradores realistas y naturalistas franceses y españoles. La calidad de sus observaciones sobre Guy de Maupassant en la mencionada conferencia indica que lo había estudiado con sistematicidad.
Bajo el nombre genérico de “cuadros” se alternaron fragmentos de crónicas, artículos de opinión y de costumbres, con cuentos. En estos, se caracterizaron los espacios en vínculo orgánico con la dimensión temporal, que se indicaba por menciones directas a fechas, o por alusiones. Se intentaban aproximaciones a los paisajes urbanos y a lo que se denominaba la geografía humana.
Esta diversidad multiplicó las opciones de los lectores para divertirse: ya ironizando, ya satirizando, coincidiendo y discrepando en torno a versiones sobre lo acontecido entre abril y agosto de 1898.
Atendiendo al índice, los 19 “cuadros” podrían leerse de manera cronológica. El primero, “Tres cañonazos”, ocurrió en los días previos al 22 de abril; el último, “Las maniobras”, antes del 12 de agosto, fecha en que se difundió la noticia del fin de las operaciones militares.
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Con la republicación de El bloqueo de La Habana… se aspira a que los lectores se diviertan, mediten en torno a algunos de los imaginarios citadinos de 1898 y elaboren sus propias preguntas, respuestas y ¿conclusiones?
Para avanzar, se remite a una cronología con datos esenciales entre 1896 y 1902. Al final de algunos de los 19 “cuadros”, para no estorbar el disfrute, se ofrecen aclaraciones mínimas.
La estructura composicional puede estudiarse desde los grupos temáticos:
“Tres cañonazos” y “Las maniobras” —el inicio y el final de un sainete— se diseñaron con similar intencionalidad: reiterar que los españoles habían sido engañados por las máximas autoridades de la Isla y en Madrid. Se había irrespetado la ética del derecho a la verdad.
El narrador-personaje (el autor implícito) presentó los acontecimientos en tono irónico; lo que se vivió como un drama en 1898, ahora se recreaba con la teatralidad de la farsa. Se sugería a los lectores una atención risueña. El capitán general Ramón Blanco, marqués de Peña Plata, fue recreado como un personaje esperpéntico mientras hablaba a los integristas en el salón de recepciones del Palacio de los Capitanes Generales (22 de abril):
La marcialidad de su atavío militar hacía visible contraste con la palidez cadavérica de su rostro y el rayo frío y turbio de su mirada. Así debía estar el Cid Campeador, cuando después de muerto lo hicieron pasar a caballo frente al enemigo.
El general Blanco dijo: —Ya los tenéis ahí. Sus naves nos amenazan; pero no sería propio de pechos españoles dejarse abatir porque la muerte se aproxime.
Por este tenor, hablando siempre de la posibilidad de morir, aludiendo de un modo transparente a la inferioridad de nuestras fuerzas y a la certidumbre de la derrota, vertió unas cuantas decenas de lugares comunes que el auditorio escuchó asombrado.
—¡Valiente manera de levantar la moral del público¡ murmuró a flor de labios uno de los presentes.
El general Juan Arolas, jefe militar de La Habana, desfiló al frente de una maniobra para aumentar el espíritu patriótico de la multitud (agosto), cuando ya se sabía que España negociaba la rendición total: “[…] un viejo alto cuyo vientre se desbordaba por todas partes, iba a lomos de un hermoso caballo tordo que parecía derrengarse bajo aquel peso abrumador”.
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“Lucha de razas”, el segundo “cuadro” se inició con un fragmento de un artículo de opinión: la explicación de qué debería entenderse por “raza ibérica”, en antagonismo con la sajona. De inmediato, particularizó la “justa de ideas”, celebrada en un café, a partir del enfrentamiento verbal de dos personajes arquetipos: el integrista y el yancófilo.
El narrador utilizó la ironía en el realce de que los dos contendientes discutían como si actuaran en un teatro. Buscando ganar el mayor aplauso en su rol, el integrista finalizó por golpear al yancófilo. Sin embargo, el narrador autoimpuso su hegemonía con una burla final: “El almirante Cervera estaba previamente vengado del descalabro que sufriría meses después”.
“Un héroe”, “Camisones para hombres” y “Un veterano del 98” podrían vincularse en el motivo de los oportunistas con verborrea patriotera, huyendo al extranjero, cambiando de bando, ya por miedo, ya para enrolarse a tiempo con los próximos ganadores. “Camisones…”, muy bien estructurado como cuento costumbrista resultó un aporte.
En “El viaje de la escuadra” y “El desastre de Cervera”, reiteró los criterios de 1901. Sin embargo, las coordenadas analíticas podrían multiplicarse si los dos textos fueran correlacionados con “Los reconcentrados”, “¡A centavito la melcocha!” y “Los muelles y el puerto”.
Aunque en marzo de 1898 se anunció oficialmente el fin del genocidio de la Reconcentración, las víctimas continuaban sufriendo. El narrador describió cómo los infelices malvivían en los fosos de la ciudad. Cedió la voz a una amiga para intercalar la historia triste de una niña de 11 años, huérfana, que cuidaba a su hermanito, el bebé Lilito; ella ni siquiera se había percatado de que ya había muerto. La narradora ocasional se justificaba con la lástima y el gesto de misericordia. Resultaba muy difícil encontrar atenuantes para la complicidad de todos los integristas con el genocidio de Weyler.
En “¡A centavito…!” se ocupó de la especulación de los ricos que fue protegida por las máximas autoridades —¿acaso también enriquecidas por las vías de corrupción soterradas?—, y que agravó la miseria para los pobres. “Un directivo de la Lonja de Víveres” compró todo lo que pudo para revenderlo treinta veces más caro. El narrador, después, transitó hacia la anécdota costumbrista del pregón que daba título al “cuadro”.