El conflicto palestino-israelí - Pedro Brieger - E-Book

El conflicto palestino-israelí E-Book

Pedro Brieger

0,0

Beschreibung

Un libro necesario para entender un conflicto de alcance mundial que dura más de seis décadas y en que el autor ha pretendido: "meter los pies en el barro para que israelíes y palestinos vivan juntos, entremezclados y en paz". Este nuevo libro no es un libro teórico sobre El conflicto palestino-israelí sino el fruto de numerosos diálogos mantenidos durante años con las personas que se me acercan y buscan respuestas a tantas preguntas, desde las más simples hasta las más complejas. ¿Por qué un libro de preguntas y respuestas? Porque a veces se requieren respuestas sencillas para preguntas complejas. La idea es que encuentren en esta especie de guía introductoria algunas claves que permitan desentrañar las dudas más frecuentes. "Este no es un libro sobre el Medio Oriente en general sino sobre El conflicto palestino-israelí en particular." (Pedro Brieger). Un libro necesario para entender un conflicto de alcance mundial que dura más de seis décadas y en que el autor ha pretendido: "meter los pies en el barro para que israelíes y palestinos vivan juntos, entremezclados y en paz.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 206

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Primera edición electrónico: junio de 2017

© Pedro Brieger, 2017

© Clave Intelectual, S.L., 2017

Paseo de la Castellana 13, 5ºD – 28046 Madrid

Tel. (34) 91 781 47 99

[email protected]

www.claveintelectual.com

Derechos mundiales reservados. Clave Intelectual fomenta la actividad creadora y reconoce el trabajo de todas las personas que intervienen en las distintas fases del proceso de edición. Agradece que se respeten los derechos de autor y ruega, por lo tanto, que no se reproduzca esta obra, parcial o totalmente, mediante cualquier procedimiento o medio, sin el permiso escrito de la editorial.

ISBN: 978-84-947449-0-7

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Dedicatoria

LA PALOMA BLANCA YA ESTÁ VIEJA. IONATAN GEFEN

A Graciela y Marcelo, entrañables amigos del alma, e incansables luchadores

que no han dudado en meter los pies

LA PALOMA BLANCA YA ESTÁ VIEJA

IONATAN GEFEN

La paloma blanca ya está vieja,

está allí hace mucho años, ¿sabían?

La paloma blanca ya está vieja,

otros pájaros de su edad ya tienen nietos.

La paloma blanca ya está vieja,

déjenla bajar de los afiches y pasar al palomar en el jardín.

La paloma blanca ya está vieja,

ya llegó el momento de que también ella tenga un pichón.

La paloma blanca ya está vieja,

demasiadas guerras hacen fila frente a ella.

La paloma blanca ya está vieja,

la rama del olivo se le seca en el pico.

La paloma blanca ya está vieja,

y cada día que pasa está menos blanca y más pálida.

La paloma blanca ya está vieja,

INTRODUCCIÓN

El libro que tiene en sus manos no es un libro teórico sobre el conflicto palestino-israelí. Es el fruto de numerosos diálogos mantenidos durante años con las personas que se me acercan y buscan respuestas a tantas preguntas, desde las más simples hasta las más complejas. Existen muchos libros históricos y políticos que analizan la génesis del conflicto y sus múltiples variables, tanto desde una visión israelí como desde una óptica palestina. ¿Entonces por qué un libro de preguntas y respuestas? Porque a veces se requieren respuestas sencillas para preguntas complejas. La idea es que –sin perder rigurosidad– se encuentren en esta especie de guía introductoria algunas claves que permitan desentrañar las dudas más frecuentes. Toda selección es arbitraria e implica dejar afuera muchos temas; pero es importante aclarar que este no es un libro sobre el Medio Oriente en general sino sobre el conflicto palestino-israelí en particular. Cien preguntas no lo pueden abarcar todo, y tengo la esperanza de que este texto motive a los lectores a seguir leyendo y a estudiar más sobre el tema.

Las preguntas se encuentran en un relativo orden cronológico, indispensable para comprender la sucesión de hechos. Pero también fueron pensadas de tal manera que uno pueda saltar de pregunta en pregunta con cierta independencia. Como las respuestas son cortas adrede, encontrarán que muchas de ellas se irán respondiendo y ampliando a medida que se avanza en la lectura.

El conflicto palestino-israelí arrastra pasiones encontradas. Hace más de treinta y cinco años que lo vivo, siento y estudio, y es muy difícil adentrarse en este conflicto que tiene tantas aristas sin que afloren las justificaciones morales y éticas de un lado, contrapuestas a las del otro. Por esta razón encontrarán que una idea medular del libro es evitar las valoraciones –o la utilización de adjetivos– que poco ayudan a aclarar el panorama. Tampoco se busca responder a la pregunta de qué está bien o qué está mal, quién tiene razón o quién no la tiene, porque los que tienen este libro en sus manos aspiran a que se analice el conflicto sin calificar o justificar.

Nos encontramos frente a dos movimientos nacionales que han construido su historia a partir de sus propias vivencias y su lógica interna. Esto es, han partido de sus experiencias y el intento de encontrar una respuesta a sus dramas únicos e intransferibles. Pero en este caso sus historias se han entrelazado hasta tal punto que ahora son inseparables.

Si las palabras que se utilizan en todo contexto tienen un peso, en la región esto se encuentra multiplicado por las guerras, las pasiones y la influencia occidental de los medios de comunicación. La expresión «Medio Oriente» es incorrecta en lo conceptual. ¿Medio Oriente de qué? Obviamente para los europeos en su camino al Oriente. Los que viven en la zona desde antaño se refieren a la parte que está al oeste de Egipto en lengua árabe como Al Magreb, porque geográficamente es el occidente, donde ellos ven que se pone el sol. Y desde Egipto, incluyéndolo y abarcando toda la península arábiga está el oriente árabe, Al Mashrek. Pero como los convencionalismos a veces vencen la rigurosidad conceptual, en el libro se utilizará la expresión Medio Oriente, aun a sabiendas de que su uso y abuso empañan las expresiones utilizadas por siglos por los habitantes originales de la región.

Sin lugar a dudas lo más complejo en el conflicto palestino-israelí es mantener el equilibrio al utilizar palabras con un alto contenido político.

Una de las características de este conflicto es la batalla mediática y propagandística. Cada término es parte de un juego dialéctico que busca imponer definiciones en los medios masivos de comunicación. No es fácil elegir un camino que intente no quedar atrapado en la mera propaganda de uno u otro lado. «No hay palabras neutras –señala con razón el periodista Joris Luyendijk–. No es fácil escribir un despacho de prensa de este tipo: “Hoy en Judea y Samaria / en los territorios palestinos / en los territorios ocupados / en los territorios en disputa / en los territorios liberados, tres palestinos inocentes / terroristas musulmanes, fueron eliminados preventivamente / brutalmente asesinados / asesinados por el enemigo sionista / por las tropas de ocupación israelíes / por las fuerzas de defensa israelíes”». Lo que parece un trabalenguas refleja las dificultades que tienen los periodistas y académicos para informar y analizar lo que allí sucede; en particular, para tratar de mantener una línea lo más objetiva posible, siendo conscientes de que la objetividad en las ciencias sociales no existe.

Una de las dificultades al estudiar el Medio Oriente es la forma de transcribir los nombres. Como regla, en el libro se utiliza la transliteración del árabe o hebreo al castellano y no según la tipografía del inglés o francés que suele ser utilizada en los medios masivos de comunicación. Es así que en vez de Ahmed (Yassin) se podrá leer Ajmed (Yassin) y en vez de Yitzhak (Rabin) se leerá Itzjak (Rabin). La excepción es el partido libanés Jizbala (Jizb=partido, alá=dios), ya que el uso de Hezbolá se ha impuesto en los medios y tampoco buscamos dificultar la lectura.

La elaboración de las preguntas surgió del intercambio de ideas con numerosas personas que me fueron acercando sus inquietudes. Un agradecimiento especial por sus preguntas y reflexiones a Armando, Augusto, Hinde, Jayme, Juan Manuel, Julia, Justafo, Margarita y Tilda. A mis ayudantes de la cátedra de Sociología de Medio Oriente de la Universidad de Buenos Aires (Damián, Enrique, Mara y María Clara). A Julieta por el seguimiento durante todo el trabajo. A Mariel(a) por su insistencia en advertirme que detrás de cada palabra y concepto hay cuestiones ideológicas de fondo. A Liliana por sus comentarios duros y sin tapujos, a Marcelo por sus críticas incisivas, a Xavier por no pasar por alto ningún dato y a Darío por su pasión en la lectura y sus aportes. La responsabilidad de las respuestas excede la voluntad de colaboración de todos.

Para desentrañar los problemas más intrincados me gusta apelar al filósofo judío Baruj Spinoza, quien escribiera hace unos cuatrocientos años «no reír, no llorar, sino comprender». Espero que esa frase también ayude a los lectores a pensar y repensar, una y otra vez, lo que dijo el escritor palestino Emile Habibi: «Vuestro holocausto, nuestra catástrofe…».

Pedro Brieger

PREGUNTAS Y RESPUESTAS

1) ¿Por qué existe un conflicto entre palestinos e israelíes?

El origen del problema radica en que hay dos pueblos en un mismo territorio y ambos lo reclaman como propio. Los israelíes consideran que les pertenece porque dicen que les ha sido legado por dios como figura en el Antiguo Testamento y porque siempre hubo judíos. Los palestinos, por su parte, dicen que les pertenece porque viven allí desde hace siglos.

Para los israelíes la creación del Estado de Israel representa la respuesta a la persecución que han vivido los judíos a lo largo de toda su historia y consideran que es la única garantía que tienen para que no los persigan nunca más.

A los judíos europeos que tuvieron la idea de crear un Estado judío en el siglo XIX no les interesó demasiado que en ese territorio hubiera gente, porque su principal preocupación era resolver el problema de las persecuciones contra los judíos. También hay que decir que –en sus comienzos– sabían muy poco de lo que sucedía en el Medio Oriente, un mundo casi desconocido para muchísimos europeos. Lo poco que se conocía provenía de los testimonios de algunos aventureros que se animaban a viajar y luego escribían novelas, o de historiadores que habían acompañado alguna incursión militar.

Por el otro lado, los árabes-palestinos tampoco sabían demasiado de lo que pasaba en Europa ni de las persecuciones que sufrían los judíos. Nunca formaron parte de las experiencias coloniales que ocuparon casi todo el planeta (sino que las sufrieron) y a principios del siglo XX casi no tenían acceso al conocimiento de ese mundo que les era ajeno y desconocido.

Miles de judíos comenzaron a llegar a Palestina con la idea de construir un Estado sólo para judíos a fines del siglo XIX y principios del XX. Cuando los árabes-palestinos percibieron que los judíos querían ese territorio sólo para ellos trataron de impedirlo pero no lo lograron. En 1948 nació el Estado de Israel, otorgándole una nueva identidad ciudadana a esos judíos, que pasaron a ser conocidos como israelíes o judíos-israelíes.

La mayoría de los israelíes preferiría que no hubiera ningún árabe en el territorio que reclaman como propio; pero están. Y la mayoría de los árabes-palestinos preferiría que allí no hubiera ningún judío; pero están.

El conflicto persiste hasta el día de hoy porque no hay un acuerdo sobre qué porción del territorio le corresponde a cada uno, o si pueden compartirlo.

2) ¿Qué fue lo que alteró la convivencia de siglos entre judíos y árabes?

La historia de los judíos y los árabes fue durante siglos una relación entre comunidades religiosas. Como la mayoría de los árabes profesa el islam, su relación hacia los judíos era –y aún es– en función de su pertenencia religiosa individual y comunitaria. Hay que aclarar también que la mayoría de los musulmanes no son árabes, y ni siquiera hablan el idioma árabe, salvo cuando rezan, y que el país musulmán más numeroso es Indonesia, que no es árabe, como tampoco lo son Turquía o Irán. Pero como el islam nació en tierras árabes se suele confundir al islam con lo árabe.

El islam se desarrolló tomando muchos elementos de la religión judía, incluso sus profetas, a los que también venera, como Abraham o Moisés. Sin embargo, la historia del islam como la de casi todas las religiones es muy contradictoria. En muchos de sus textos sagrados o dichos de sus teólogos se pueden encontrar frases elogiosas hacia los judíos, pero también otras denigrantes.

Sería incorrecto ofrecer la imagen idealizada de una relación armónica entre judíos y musulmanes, porque hubo problemas a lo largo de la historia. Sin embargo, hay que destacar que en el mundo islámico no hubo nada parecido a la expulsión masiva de judíos que se produjo en España durante el reinado de los reyes Fernando e Isabel a fines del siglo XV en el marco de lo que fue conocido como la Santa Inquisición. Tampoco nada parecido a las persecuciones y matanzas de judíos en Rusia durante el siglo XIX y comienzos del XX, que convirtieron a la palabra pogrom, de origen ruso, en sinónimo de persecución y masacre contra judíos. Más aun, el término antisemitismo, entendido como el odio hacia los judíos, es de origen europeo y ni siquiera tiene un equivalente en el idioma árabe. Y mucho menos hubo en lugares habitados por una mayoría musulmana algo comparable a la barbarie moderna, industrial y planificada del exterminio de judíos en Europa durante el holocausto nazi con sus campos de concentración, que eliminaron a unos seis millones de judíos.

La convivencia de judíos y árabes se vio alterada en el Medio Oriente a fines del siglo XIX y principios del XX con la aparición del movimiento sionista, que planteó la creación de un Estado sólo para judíos en el corazón del mundo árabe e islámico.

3) ¿Qué es el movimiento sionista?

El movimiento sionista surgió en Europa Occidental a mediados del siglo XIX para dar una respuesta a las persecuciones que los judíos sufrían en Europa Occidental y en Europa Oriental. Se define a sí mismo como el movimiento de liberación nacional del pueblo judío.

Sus fundadores consideraban que la única manera de eliminar el antisemitismo era mediante la concentración territorial de todos los judíos del mundo en un mismo Estado. También creían que el odio hacia los judíos era eterno e inevitable. Uno de sus líderes, León Pinsker, llegó a afirmar que «la judeofobia es una psicosis, hereditaria e incurable». Su principal dirigente, Teodoro Herzl, fue un periodista austro-húngaro que se vio muy conmovido por un juicio de tintes antisemitas realizado en Francia contra el capitán Alfred Dreyfus en 1894, quien fue condenado por «alta traición», aunque después de varios años fue rehabilitado y reconocida su inocencia.

La revolución francesa había prometido la igualdad para todos los ciudadanos, pero Dreyfus había sido perseguido por su condición de judío. En 1896 Herzl publicó el libro Der Judenstaat (El Estado de los judíos), considerado la pieza fundamental del sionismo político.

Este grupo de intelectuales judíos sólo conocía el mundo europeo, donde muchos judíos habían sido comerciantes e intermediarios financieros por siglos. Poco y nada sabían de los judíos que vivían en el mundo árabe. Herzl quería «normalizar» al pueblo judío (europeo) y que fuera como todos los pueblos, tal como se los entendía en la concepción del desarrollo capitalista en la época: burgueses, trabajadores y campesinos.

Dado que los fundadores del sionismo eran intelectuales influenciados por el nacionalismo europeo, consideraban que la única manera de combatir el antisemitismo era mediante la creación de un Estado propio, un Estado judío. El sionismo no fue un invento de los ingleses para dividir al mundo árabe, como todavía creen muchos árabes. Sin embargo, nació en una época de expansión del capitalismo y de apropiación de las colonias por parte de las principales potencias europeas, con las cuales se relacionó porque necesitaba del apoyo de una gran potencia mundial para conseguir ese territorio que no habitaban. Por su parte, a los ingleses les vino «como anillo al dedo» que un movimiento de raíces occidentales los necesitara para penetrar en la región.

El sionismo tuvo dos problemas desde sus inicios. El primero fue que no intentó crear un Estado judío en regiones de Rusia y Polonia, donde sí había una mayoría de judíos y donde hubiera podido reclamar un territorio apelando al derecho a la autodeterminación de los pueblos. El segundo, que se propuso crear un Estado en un lugar en el que prácticamente no había judíos, y que no estaba deshabitado como muchos pensaban.

4) ¿Todos los judíos se adhieren al proyecto sionista?

Sin lugar a dudas una gran mayoría de los judíos en el mundo se identifica con el Estado de Israel nacido en 1948; aunque esto no significa que apoyaran al movimiento sionista antes de 1948. Es más, el debate sobre el sionismo fue muy profundo y conflictivo en el mundo judío. Cuando nació la idea fue ampliamente rechazada tanto por los judíos religiosos como por los judíos que se adherían a las diferentes variantes del pensamiento socialista.

Los creyentes consideraban que el movimiento sionista les quitaría los elementos judíos de la tradición religiosa. Y los que integraban los movimientos socialistas a fines del siglo XIX y principios del XX pensaban que había que luchar contra el antisemitismo allí donde residían, ya que sólo con el socialismo iban a lograr la emancipación. Por ende se oponían a la emigración a Palestina. De hecho, a pesar de las persecuciones contra los judíos a fines del siglo XIX en Rusia, Polonia o Ucrania, apenas un tres por ciento de los judíos emigró a Palestina. La mayoría se dispersó por el mundo y en menos de quince años Nueva York se convirtió en la ciudad judía más importante del planeta.

Por otra parte, el sionismo planteaba el renacimiento del idioma hebreo (utilizado solamente en las plegarias) y los judíos que vivían en el este europeo (los países bálticos, Polonia, Ucrania o Rusia) tenían un idioma común que era el idish, un idioma muy «judío», con vasta literatura, música y tradiciones culturales, y al que no estaban dispuestos a renunciar.

Existían numerosas organizaciones judías que movilizaban a miles de personas que rechazaban las ideas sionistas. El partido más numeroso y conocido en el este europeo fue el BUND (Unión General de Trabajadores Judíos de Lituania, Polonia y Rusia). Pero ese mundo judío, conocido como «idishland» (tierra del idish), fue borrado de la faz de la tierra por el holocausto. Antes de la Segunda Guerra Mundial había nueve millones de judíos en Europa, después de ella quedaron sólo tres millones, dispersos y atomizados. Aunque parezca extraño, dentro y fuera del Estado de Israel todavía existen grupos de judíos religiosos y socialistas que ideológicamente no se identifican con el sionismo, ni con el Estado de Israel, por las mismas razones que otros no lo hacían cien años atrás.

5) ¿Es lo mismo antisemitismo que antisionismo?

Aunque algunos historiadores consideran que la definición de antisemitismo debe utilizarse solo para el odio y/o persecuciones contra todos aquellos de origen semita, es comúnmente aceptado que se la entienda como el odio hacia los judíos. El antisionismo, por definición, es la oposición política a la ideología del sionismo. Hasta la creación del Estado de Israel en 1948, el antisionismo era patrimonio casi exclusivo de los judíos que no consideraban que sus problemas históricos se resolverían por medio de la creación de un Estado judío. Algunos consideraban que los judíos debían integrarse y asimilarse en los países en los que vivían, perdiendo su identidad particular y adoptando aquella de la mayoría que los rodeaba. Otros, desde posiciones de izquierda, consideraban que el socialismo y la igualdad de los pueblos eliminarían todo tipo de discriminación, también aquella contra los judíos. Y también había religiosos que decían que había que esperar la llegada del Mesías, pues sólo este lograría la redención del pueblo judío.

Después de la creación del Estado de Israel estos conceptos se mantuvieron desde lo ideológico, pero la expulsión de los palestinos en 1948 y la ocupación de Cisjordania y Gaza en 1967 aumentaron el rechazo a las políticas de Israel en muchos sectores de izquierda. Sin embargo, no es menos cierto que –en muchos casos– se diluyen las diferencias entre las críticas hacia Israel y hacia los judíos en general. Las caricaturas sobre Israel publicadas en numerosos diarios, especialmente árabes, retoman los estereotipos clásicos del judío sátrapa «sediento de sangre» que intenta dominar al mundo, tal como era retratado en los libros y panfletos antisemitas europeos a principios del siglo xx. La línea que separa el antisionismo del antisemitismo puede ser muy delgada en algunos casos, pero en otros es muy gruesa porque representa ideas contrapuestas. La mayoría de las organizaciones de la izquierda europea, por ejemplo, no permite que grupos antisemitas –a los cuales rechazan e incluso combaten– participen de sus manifestaciones contra las políticas israelíes. Es incorrecto desde lo conceptual y teórico asimilar el antisionismo al antisemitismo. Y tampoco se puede calificar como antisemita a quien critique a Israel, la política israelí o incluso cuestione la existencia misma del Estado de Israel porque piense que judíos y palestinos deben vivir en un mismo Estado. Pero los gobiernos israelíes relacionan ambos conceptos deliberadamente para confundir y descalificar las críticas hacia sus políticas.

6) ¿Es antisemita todo aquel que critica a Israel?

En el Estado de Israel siempre se ha utilizado el argumento del antisemitismo y del judío como «víctima eterna» para acallar las críticas que existen por sus acciones contra los palestinos. El primer ministro Menajem Begin llegó incluso a invocar los campos de exterminio de Auschwitz para justificar la invasión al Líbano en 1982. Acusar de antisemita a cualquiera que critique la política israelí representa un chantaje intelectual y emocional que en el mundo occidental funciona por la culpa colectiva del holocausto judío durante la Segunda Guerra Mundial. Ha servido también para descalificar las críticas de líderes árabes o palestinos, e incluso de los judíos que han cuestionado las políticas israelíes, como si hubiera un hilo conductor entre las políticas genocidas de la Alemania nazi y cualquier crítica hacia el Estado de Israel.

La historiadora israelí Idith Zertal, en su libro La nación y la muerte, considera que en Israel todo enemigo es «nazificado» y cualquier amenaza es magnificada para convertirla en sinónimo de exterminio total. Por eso el presidente egipcio Gamal Abdel Nasser, o el líder palestino Yasir Arafat, eran presentados en Israel como una continuidad del mismísimo Adolf Hitler.

Si las críticas provienen de judíos se las descalifica diciendo que «profesan el auto-odio», una frase sin sentido alguno. La periodista y escritora Hannah Arendt fue acusada de padecer un «auto-odio diaspórico» a raíz de su libro Eichmann en Jerusalén, y varias organizaciones judías de Estados Unidos organizaron una campaña pública para descalificarla. En Palestina, antes de la creación del Estado de Israel, hubo un grupo de intelectuales judíos liderados por el filósofo Martin Buber que se opuso a la creación del Estado judío y bregaron por un Estado binacional judío-árabe. Y en la actualidad, dentro del Estado de Israel, hay movimientos políticos de judíos (de izquierda o religiosos) que se declaran abiertamente antisionistas. Tal vez el caso más notable es el de la Organización Socialista Israelí, conocida como Matzpen (Brújula) por el nombre de su periódico. Compuesta en su mayoría por judíos israelíes se hizo conocida en los años sesenta y setenta por sus críticas al Estado de Israel, su oposición al sionismo, sus contactos con la Organización para la Liberación de Palestina y porque estaba a favor de un Estado mixto de judíos y palestinos, disolviendo de hecho el Estado judío como tal. Obviamente, ni ellos ni Hannah Arendt tenían una pizca de antisemitas.

Meses después de la invasión israelí a Gaza en 2008 las Naciones Unidas le encomendaron a un respetado juez sudafricano judío la tarea de investigar si se habían producido violaciones a los derechos humanos durante la invasión. Apenas Richard Goldstone finalizó su informe condenatorio –tanto de Israel como del Movimiento de Resistencia Islámico (Hamás)– comenzó en Israel una campaña mediática en su contra encabezada por ministros del gobierno de Benjamín Netanyahu acusándolo de «antisemita» y «auto-odio», a pesar de que Goldstone fue durante años presidente de la ORT mundial, la red más importante de educación judía en todo el mundo. Ni siquiera alguien con sus pergaminos pudo escapar a la desacreditación para deslegitimar su informe y denigrarlo por haber criticado a Israel.

7) ¿Por qué los judíos eligieron Palestina para desarrollar un Estado propio?

Cuando los fundadores del movimiento sionista pensaron en un Estado judío fuera de Europa se preguntaron dónde sería posible concretar su sueño. Como la historia de los judíos está muy vinculada a la religión y a la Biblia, y esa historia tiene sus raíces en el Medio Oriente, decidieron que era el lugar indicado, aunque ellos conocieran poco y nada de la región que estaba ocupada por el Imperio Otomano a fines del siglo XIX. La idea era volver a la tierra de los antepasados conocida como Eretz Israel (la tierra de Israel) o Sión tal cual figura en la Biblia. Partían del presupuesto de que los judíos habían sido expulsados antiguamente de allí, y que la Biblia era una especie de «título de propiedad» que les confería todos los derechos sobre ese territorio para regresar. Por relatos de viajeros sabían que había comunidades judías en las ciudades de Jerusalén, Tiberiades o Safed y que estas representaban una continuidad de presencia judía en el lugar y un nexo con la historia antigua, aunque para esa época hubiera mayor presencia judía en Egipto, Siria o Irak. Claro que había notables diferencias entre los judíos europeos y aquellos que vivían en los territorios del Imperio Otomano, un imperio que también había llevado el islam a numerosas regiones fuera del Medio Oriente. Los intelectuales sionistas eran europeos, laicos, e influenciados por las ideas nacionalistas y socialistas europeas. Los otros eran judíos creyentes que gozaban de las libertades religiosas que les brindaban los otomanos y no se sentían atraídos por un movimiento secular que planteaba una idea nacional desconocida por ellos. Además, fieles a sus concepciones religiosas consideraban, que su «liberación» sería obra y arte del advenimiento del Mesías que llegaría en algún momento.

Herzl en su libro El Estado de los judíos