El corazón enfermo - Carlos Tajer - E-Book

El corazón enfermo E-Book

Carlos Tajer

0,0

Beschreibung

En los últimos veinte años la investigación en diferentes disciplinas ha permitido enriquecer los abordajes de la relación entre las vivencias emocionales y distintas enfermedades, algunas tan graves como los ataques cardíacos. Desde el campo de la investigación básica, se ha avanzado en forma notable en la comprensión del funcionamiento vascular y de la arteriosclerosis: por primera vez se ha podido lograr evitar ataques cardíacos a partir de la intervención con fármacos, prolongando así la vida. Paralelamente, estudios epidemiológicos han demostrado el incremento de problemas cardiovasculares graves correlativos a situaciones socioeconómicas de inequidad, así como también a diferentes "catástrofes sociales": terremotos, guerras e, incluso, derrotas deportivas. Quizá lo más difícil sea completar la interpretación de la relación entre la historia de vida –las vivencias emocionales– y la aparición de un ataque cardíaco. Contamos hoy con información sólida sobre los mecanismos de enfermedades asociadas con diferentes estados emocionales y su potencial relación con aspectos de los ataques cardíacos. Desde la neurociencia y la neurobiología, por otra parte, ha surgido una comprensión sorprendente de la biología de las emociones, que ha permitido profundizar su sentido y funciones. Nuevas exploraciones del campo psicoanalítico de pacientes con infarto de miocardio han contribuido también con elementos valiosos. El autor del presente libro ensaya una hipótesis integradora de la multidimensionalidad del problema. A través de su mirada, los mecanismos complejos de la enfermedad adquieren un sentido biológico acorde a las emociones negativas que se asocian a su aparición. Abordado desde este original enfoque, facilita la empatía con quien sufre un problema cardíaco y nos permite un acercamiento diferente y enriquecedor a esta dolencia.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 256

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Carlos Tajer

El corazón enfermo

Puentes entre las emocionesy el infarto

Tajer, Carlos Daniel

El corazón enfermo : biología de las emociones y enfermedad cardíaca . - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Libros del Zorzal, 2012.

E-Book.

ISBN 978-987-599-285-6

1. Psicología. 2. Emociones.

CDD 152.4

© Libros del Zorzal, 2008

Buenos Aires, Argentina

Libros del Zorzal

Printed in Argentina

Hecho el depósito que previene la ley 11.723

Para sugerencias o comentarios acerca del contenido de

este libro, escríbanos a:

[email protected]

www.delzorzal.com.ar

www.elcorazonenfermo.com.ar

Índice

Prólogo | 5

Capítulo 1

El infarto: aspectos biológicos y una hipótesis | 11

Capítulo 2

El infarto y los factores psicosociales | 43

Capítulo 3

Biología de las emociones | 53

Capítulo 4

Emociones y mecanismos biológicos del infarto | 70

Capítulo 5

Relatos, emociones y anticipación | 87

Capítulo 6

El sentido del infarto | 95

Lectura Complementaria I

La interpretación del Dr. Chiozza.Un infarto por una ignominia | 117

Lectura Complementaria II

Preguntas | 121

Lectura Complementaria III

Spinoza y la medicina | 138

Lectura Complementaria IV

Visiones: otra historia de vida | 156

Lectura Complementaria V

Cardiología y narrativa | 161

Posfacio

Origen y construcción del libro | 177

Bibliografía General | 181

Agradecimientos | 184

Prólogo

Dr. Carlos Bertolasi

Al comenzar estas líneas, estoy convencido de que deberé extremar mi capacidad de síntesis, para evitar que resulte el prólogo más largo de la historia. Ello se debe tanto a las características de la obra como a las de su autor. Habitualmente, un libro científico reúne los elementos de un emprendimiento concluido. Semeja, por ejemplo, el estreno de una casa nueva, de la que podremos comentar sus planos, la terminación o el colorido, pero ya está; no será posible agregarle más habitaciones, pisos o cocheras.

De igual manera, habitualmente el libro científico es el colofón de un largo viaje. Atrás quedaron las hipótesis, los trabajos de investigación, la publicación parcial en revistas especializadas y las discusiones en congresos que agregan, quitan o enriquecen el producto original. Así, lentamente se construye un cuerpo de doctrina que luego es presentado con una estructura coherente, que facilita la comprensión y el análisis de la metodología científica seguida.

En cambio, en esta obra nos hallamos ante un nuevo desafío para progresar en la milenaria tarea de establecer, con una base cada vez más racional, la relación cuerpo-alma.

Si bien puedo coincidir en que toda aproximación en el conocimiento puede reconocer aspectos positivos y de los otros, creo que el dualismo cartesiano marcó el inicio de un largo camino de progreso hasta nuestros días.

Al descorrer velos sectarios que por entonces (y aún hoy) impedían escudriñar el alma, quedó expedito el camino para iniciar una marcha, a tientas al inicio, hasta el asombro actual con el avance logrado y, aún más, con el esperado en las próximas décadas.

Más complicado resultó profundizar el conocimiento de la mente en su relación con la materia. Teorías ancestrales, posiciones dogmáticas, carencia de metodología consensuada e hipótesis con dificultad probatoria han sido obstáculos casi infranqueables hasta épocas más recientes. Afortunadamente, creo que ha comenzado una etapa en la que la madurez de gran parte de los involucrados resulta determinante para hallarnos ante una ciencia más humanizada y un humanismo más científico.Aunque pueda parecer obvio, el hombre necesitó varios milenios para entender que el geométrico incremento del conocimiento científico sólo multiplica la vastedad de lo aún desconocido. Asimismo, profundizar la comprensión de la mente exige que se adopte cierta metodología científica o crear otras “ad hoc” para fortalecer el cuerpo de doctrina.

Recordemos que en los albores de la Medicina se produjo el choque entre la escuela mágica de Esculapio y la primera pretensión racional de Hipócrates.

Milenios más tarde, la capacidad de curar por intuición (mezcla de experiencia previa y observación más convicción) dejó lugar a la “medicina basada en la evidencia”.

Algo parecido ocurre con el pronóstico del tiempo del gaucho y del meteorólogo. A comienzos del siglo pasado, la opinión del gaucho era insustituible; hoy, el gaucho se entera del pronóstico por la televisión.

Como decíamos, la “medicina basada en la evidencia” aumentó el rigor científico de la práctica médica, pero tanto progreso conlleva el riesgo de desnaturalizar este fundamental aporte.

Recordemos que confirma que un recurso es efectivo, pero su aplicación aún depende del buen criterio médico. Un progreso técnico (por ejemplo, un destornillador) puede ser muy útil para ajustar tornillos, pero también para asestar una puñalada (de acuerdo con su modalidad de empleo).

Muy confundido se halla quien usa a la “medicina basada en la evidencia” como “manual del buen conductor”. Sin duda demuestra que el automóvil es útil, pero de ninguna manera nos enseña a manejar.

La conjunción psicosomática en la práctica médica es reconocida por todos; la dificultad quizás resida en cuantificar la interacción.

Cuando hace ya muchos años planteamos que el progreso más importante de la historia médica ha sido la silla, tratábamos de simbolizar la relación médico-paciente y la prevención de la enfermedad.

Atrás quedaba el individuo postrado en su lecho y el médico erguido como expresión de “caso terminal” y desnivel del conocimiento. La silla inicia el diálogo entre seres humanos que persiguen iguales propósitos.

Podemos concluir entonces que en esta obra nos hallamos ante un tema actual, de gran trascendencia e imprevisible futuro.

Aunque no se explicita, creo útil también considerar a quién va dirigido este libro.

Por su temática y desarrollo, mi impresión es que el espectro de lectores puede ser muy amplio y abarcador.

Así será mejor la difusión, pero también acarrea riesgos que debemos recordar para evitar una lectura equivocada.

El médico debe comprender que se trata de una “ampliación del panorama” en lugar de un cambio de paradigma. Perdemos el tiempo si contraponemos teorías (especialidad argentina) en lugar de integrarlas, como se trata en el texto.

El profesional no médico, que no lo considere como un triunfo de la intuición sobre la razón. La aproximación científica en Medicina permite conocer la enfermedad y los recursos para su detección y tratamiento como principio general. La aproximación humanística permite entender al individuo, en su condición única.

Pero quizás quien mayor riesgo corre al leer esta obra es el lector no especializado que sólo busca información cultural a través de la lectura. Que jamás se sienta reflejado fielmente en alguna de las numerosas anécdotas o relatos de pacientes. Debe comprender que es necesario todo el proceso previo de formación científica, para dar acabada interpretación a un relato o una trayectoria. Y así como cada uno de nosotros portamos una impresión digital absolutamente irrepetible, lo mismo ocurre con las circunstancias de la vida, aunque parezcan idénticas.

No es un texto para un lector desprevenido, pero por si hubiera alguno, sería útil recordarle que no debe caer en enfoques simplistas. El infarto de miocardio no es producto de una “rabieta”, sino de una posible alteración emocional y de una constelación de otros factores. Aun con haber sido importante, la baja temperatura no ha sido lo único responsable de la reciente nevada en Buenos Aires.

Para complicar aún más las cosas, factores externos influyen de un modo importante desde el punto de vista epidemiológico; ello dificulta descifrar la relación causa-efecto. La miseria, la inequidad, la desprotección social y el interés por el clientelismo político operan como “factores patógenos”.

Hace años se observó que en la ciudad de Karachi era posible reducir en un 50% la diarrea crónica y las infecciones con el lavado cotidiano de las manos. Fue imposible implementarlo porque el lavado costaba un dólar semanal por familia, mientras el ingreso total de más de la mitad de la población era de quince dólares en igual lapso. ¡Lavarse las manos consumía casi el 8% del ingreso!

En resumen, podemos imaginar a un lector aprisionado por la pasión del tema, pero respetando cuidadosamente cada mensaje. Estamos ante hipótesis que se redefinirán y podrán adquirir mayor o menor relevancia con el curso del tiempo, a partir de la investigación reglada y de una mejor estructura de aproximación al ser humano.

¿Y qué podemos comentar sobre el autor? Creo que hoy resulta sencillo emitir opinión sobre la trayectoria de Carlos Tajer. Pero ya hace años formulé un diagnóstico precoz, al considerarlo “una mente brillante”. Su evolución lo confirma. Habiendo llegado a ser una autoridad indiscutible en la Cardiología “científica”, toma actitudes definitorias. Primero: alerta sobre los riesgos de las “evidencias” en manos inmaduras o inmorales. Así, un recurso de extrema importancia puede desvirtuarse como en cualquier otra actividad, cuando el hombre aplica mal (errónea o intencionalmente) la tecnología. Segundo: propone indagar en profundidad la interacción entre cuerpo y alma.

Así como fue muy oportuno hace siglos separar la materia para someterla al rigor científico sin ataduras, quizás éste sea el momento de aproximarlas (no fusionarlas) para continuar avanzando en la aventura del conocimiento.

Por último, pero también fundamental, recurre a la ética como “controlador” de la tarea médica y de investigación.

No se detiene contra los burdos transgresores, por todos conocidos, y que sólo merecen la aplicación del Código Penal por jueces idóneos. También involucra al transgresor de guante blanco, que con disimulo corrompe, miente o tergiversa en beneficio propio o perjuicio del prójimo.

Dice Marcia Angell (ex editora en jefe del New England Journalof Medicine): “Un médico no debería escandalizarse ante un soborno gubernamental si recibe pagos indebidos o prebendas por su actividad profesional”.

Tajer coincide seguramente con José Ingenieros cuando dijo: “Son sujetos despreciables los predicadores de moral que no ajustan la conducta a sus palabras”.

Tuve la fortuna de trabajar durante años con Carlos y disfrutar del afecto y respeto mutuos. No hace falta mi ponderación cuando vemos que jóvenes generaciones lo siguen con devoción. No se equivocan: demuestran la capacidad de la juventud para identificar y seguir la huella de quien lo merece.

En algún momento nuestra sociedad podrá y deberá desarrollar una “masa crítica” de líderes capaces de promover el cambio en el que mi generación y tantas otras han fracasado. Dios lo quiera.

En conclusión, este libro es un llamado a la racionalidad en ciencia, a considerar al ser humano como tal y a la imprescindible necesidad de ajustar nuestra conducta a estrictas normas de comportamiento. ¿Se puede pedir algo más actual?

Dr. Carlos BertolasiBuenos Aires, septiembre de 2007

Capítulo 1

El infarto: aspectos biológicos y una hipótesis

Un relato introductorio: “Alfredo”, de Ricardo Grus1

1.

¡Qué días! Es una locura. Siempre digo lo mismo. Vendo todo y me voy a España. Allá las cosas andan bien y con los dólares puedo empezar de nuevo. Pero sigo aquí... Ahora los “carapintadas”, otra revolución. Me pasé la vida entre golpes de Estado y planteos militares. En la conscripción, cuarenta y ocho planteos y tres revoluciones. Después, el Proceso y la guerra de Malvinas. ¡Qué proceso! Cada vez que pienso a dónde vinimos a parar... “Pueden irse a sus casas, la casa está en orden”. “Con la democracia se come”, decía en la campaña. No sé quiénes pueden comer con esta inflación. ¿¡Para qué leo el diario!? Sólo consigo angustiarme.

El Mercedes está en su lugar. Qué placer verlo. Es una antigüedad, pero, ¡qué joya! Me hace cosquillas. “Al fin solo”. El único lugar en el que puedo pensar tranquilo es en el auto. ¿Dónde está el cassette de los Beatles? Cuidado con la curva que ya rayaste un guardabarros. ¿Dónde está el control remoto del portón? Arribeños, Pampa. Siempre igual. Todas las mañanas, todas las tardes, el mismo embole, no sé para qué vengo a almorzar. ¿Cuándo van a hacer el puente sobre Libertador? La barrera se cierra cuando el semáforo está en verde y se abre cuando se prende la luz roja. ¡Diez minutos para agarrar Libertador!

Estoy cansado sólo de empezar. Todos los días cambiar los precios, es agotador. Estoy podrido... Levantarme dos horas antes para pensar en lo que pasó ayer y especular sobre lo que va pasar hoy. Si no me cuido, la hiperinflación me come. Libertador está como siempre, toda llena. Me hace acordar a ese cuento de Cortázar, el embotellamiento en la autopista. ¡Cuánto hace que no leo un libro! Si un auto se para, si llueve, se pone intransitable. Otra vez quejándome. ¿A quién? Me encanta la subida por Cerrito, la embajada de Francia, Arroyo, Suipacha, es casi increíble haber puesto un bar en este lugar. Cuando era pibe pensaba que aquí vivían los ricos, parece un barrio de París.

Pero, “una de cal y una de arena”. Los mozos de Arenales y Suipacha, un lugar de lujo, el que funciona mejor de todos, me hacen huelga. El trabajo a reglamento es una huelga disimulada. Quieren aumento todos los días. Como si la plata lloviera del cielo. No se dan cuenta de que tener trabajo en estos tiempos es una bendición. Es el viejo ucraniano, siempre de mal humor y buscando roña. Un problema todas las semanas: si no es el horario, está enfermo; si no es el uniforme, son los zapatos. Tiene vocación de estar en el centro del escenario, me habla como si él fuera el patrón. A ese lo echo. Y si hacen causa común, se van todos. Cierro una semana, contrato gente nueva, con tantos desesperados sin trabajo que andan por la calle, y gano plata. Pero voy a tener que discutir con esos animales. ¿Y si quieren pelearse? Bueno, enfrente está la comisaría. Me da miedo discutir. Nunca quise pelearme, ni en la escuela. Discuto gritando, para disimular, siempre el mismo cagón. La posición de patrón alguna ventaja da. El viejo ese me tiene harto. Con razón lo echaron de todos lados.

¡Pero!, ¿cómo puede ser? ¡El bar está cerrado! ¿Qué hacen en la vereda Juan y Andrés? El ucraniano sentado en el cordón. Pablo, el cocinero, también. Pensar que trabaja conmigo desde hace años. Dejo el auto en el garaje y los mato. ¿A quién vas a matar? Tranquilo, tranquilo. Cuidado al cruzar Suipacha, que ya una vez por poco te pisan.

—¿Qué pasa que no abrieron?

—No nos alcanza ni para pagar el colectivo, así no vale la pena trabajar, o nos aumentás o nos quedamos en casa, no gastamos zapatos…

Con la cara de amargura que tiene me debe echar a todos los clientes.

—¿Dónde están las llaves del bar? Pasen el lunes y les pago lo que trabajaron hasta hoy.

El bar se cierra. Con las heladeras llenas y tres días de demora en el pago, salgo ganando. Tengo que dominarlos con la presencia.

—¡Otra vez venir hasta acá! Paganos ahora.

El viejo intenta forzarme, pero se da cuenta de que ya perdió. Cuando creía adueñarse de mi boliche, se encuentra otra vez en la calle.

—Bueno, les pago. Mientras llamo al contador para que haga las cuentas, se van a la galería a mandar el telegrama diciendo que se retiran por propia voluntad del trabajo.

¡Je!, me van a joder a mí.

—¡Nos estás despidiendo! ¿De qué renuncia hablás?

El ucraniano encabeza la rebelión, pero se la voy a hacer pagar.

—Muchachos, siempre nos llevamos bien. Si el sueldo que les pago no les parece bien, se van. Quieren cobrar ahora, les pago. Si quieren problemas, vayan a juicio. Acá, en este bar, se acabó. No es lugar para hacer planteos sindicalistas. Vos, Pablo, si querés seguir, te vas a Echeverría, ahí hace falta un cocinero. Si te querés ir, seguimos amigos.

No van a aguantar, no tienen un mango partido al medio…

—Nosotros te mandamos el telegrama— dijeron Juan y Andrés.

Al ucraniano no le queda otro remedio que seguirlos, y ahí va.

—Discúlpeme patrón, no sé cómo me enganché con ésos, yo me debo a usted, cuando no tenía un peso me dio trabajo. ¿Todavía puedo ir a Echeverría?— dijo Pablo.

—Bueno, pero la próxima me llamás en lugar de sumarte a esos idiotas que creen que la vida es gratis. Ayudame a sacar la puerta de la reja, después te vas. El lunes a la mañana te veo allá.

¡Cuánto hace que no abro una cortina! El bar vacío tiene algo de solemne. Las mesas y las sillas ordenadas para que el cajero pueda ver todo el salón, como un cura en el púlpito. Parece un templo donde no hay un ruido, salvo el del silencio hecho añicos por los bocinazos.

2.

Siempre soñé con tener un bar, desde que era chico, cuando me escapaba hasta el bar de la vuelta de casa, en la esquina de Roque Pérez y Monroe, donde se juntaban los muchachos grandes, amigos de Tito, mi hermano mayor. Espiaba por las ventanas cómo jugaban al billar, al truco, al chin-chon y al tute cabrero. Mi mamá me tenía prohibido ir al bar, y mi hermano, que me llevaba diez años, alcahuete de mamá, también me sacaba corriendo cuando me veía asomarme.

Don Pepe, el dueño, algunas veces me dejaba entrar. ¿A qué chico podía hacerle mal mirar, con los ojos abiertos de pura curiosidad, las mesas de billar, los tacos o las bolas de colores brillantes? La máquina de hacer café me parece, hasta hoy, un aparato fantástico. Imaginaba que las copas eran como personas, algunas más bajas, otras más altas, las de allá panzonas, las que no se usaban tenían la forma del corpiño de mamá.

Los años pasaron y aunque siempre era el más chico, los muchachos me dejaban tomar una Bidú con ellos mientras contaban sus hazañas del fin de semana en la milonga. Los levantes de minas fabulosas me dejaban asombrado. ¡Qué cancheros me parecían todos! Y qué desilusión cuando Cacho, el peluquero, se casó. Fui a cortarme el pelo sin protestar sólo para conocer a la esposa, a la que imaginaba, por lo menos, como una artista de cine. Verla en batón y chancletas, desgreñada, más fea que Elena, la sirvienta de su casa, me dejó deprimido una semana entera. Entonces supe que papá tenía razón, eran todos fanfarrones. Él decía: “No se sale adelante en la vida yendo a la milonga o jugando al billar. O sos el dueño del bar o de la milonga o sos un vago que no va a llegar a nada en la vida”.

Mientras todos mis amigos se compraban la moto o el auto, que siempre andaban mal, yo ahorraba peso sobre peso. Trabajaba de mozo cambiando con frecuencia de trabajo en confiterías y bares. Nadie sabía por qué lo hacía. Pensaba, en secreto, que cuanta más experiencia recogiera más iba a saber cuando me llegara la oportunidad. Y así fue. Juan Carlos, mi primo, el de la mueblería, el único de mis doce primos paternos con el que podía hablar, al que toda la familia despreciaba por comunista, me llamó para decirme que en la avenida Triunvirato había un barcito en alquiler. Además me pasó la dirección de la fábrica de mesas y sillas y la de un primo lejano, Juan Rubinstein, otro camarada, que tenía una especie de bazar mayorista para comprar la vajilla.

Cuando empecé, Villa Urquiza era un lugar apacible, un barrio de casas bajas. Mucho no cambió. En las tardecitas templadas, abuelos y abuelas sacaban sus sillas a la calle. Sus hijas, que no trabajaban, se ocupaban de las tareas de la casa, les cebaban mate con la abulia y la amargura de la frustración cotidiana. Los negocios habían perdido la memoria de la última vez que fueron renovados. Las vidrieras acumulaban polvo esperando que algún patrón le diera trabajo a un vidrierista.

La aparición de un bar nuevo no podía dejar de llamar la atención. Las mesas y sillas diferentes no eran las de Viena desvencijadas y repetidas hasta el cansancio de todos los boliches de la zona. Pero, además, sorprendían los estantes espejados llenos de botellas de bebidas que tentaban de sólo mirarlas, las copas, las tazas y los platos relucientes de nuevos y sin cachaduras. Y el café, cuyo aroma invadía todo el lugar al molerlo... Los sándwiches, en los que el jamón y el queso se veían, no había que adivinarlos, y nunca paleta por jamón cocido. Las medialunas eran de la mejor panadería de Buenos Aires. Seguía los consejos de papá, que siempre decía que la diferencia la hacían la mercadería y la atención, que un cliente trae otro cliente, que hay que ganar menos con cada uno y más con la cantidad. Si viviera... Lo veo sentado en una mesa comiendo un sándwich a escondidas de mamá.

El éxito fue rotundo. El barcito estaba lleno desde que abríamos hasta que cerrábamos. Mis amigos pensaban que yo era un amarrete o un gil de cuarta. Siempre ahorraba. ¿Cuándo iba a disfrutar de lo que ganaba?

Así abrí otro bar, en Monroe y Vidal, y luego otro más, en Echeverría y Obligado, frente a la plaza Belgrano. En unos años era dueño de seis boliches, ubicados en lugares muy bien elegidos, que me llenan de orgullo. Éste, en el centro, ¡en Arenales y Suipacha! Siempre pago todas mis cuentas. No tengo deudas. Lo que se dice una persona de bien, un ejemplo de nobleza y de trabajo. Seis bares. Quién hubiera dicho. Ni mi familia ni mis amigos.

Cada inauguración era una fiesta para mí. La primera, ¡qué emoción! Después de que se fueron todos los invitados y todo quedó arreglado me senté con una copa de sidra y un café, puse los pies en una silla y me quedé dormido. Desde entonces, por cábala, cada vez que abro, cuando todos se van, me quedo solo en el bar. ¡Cómo me gusta esa soledad del bar vacío! El olor de la pintura, del barniz y del cuero nuevo. Yo solo, con todo el bar para mí…

3.

Rosa nunca quiso quedarse a dormir conmigo en el bar, ni de novios ni después de casados. Tengo que llamarla.

—Rosa, acabo de cerrar el bar de Arenales, los eché a todos, estaban de paro en la vereda, así que me voy a quedar para pagar los sueldos y para asegurarme de que no vuelvan.

—Alfre, tené cuidado, acordate de que a la noche cenamos con mamá y papá.

—Bueno, querida, si veo que asoma algún problema te vuelvo a llamar.

Como siempre, le importan muy poco mis negocios. Yo, con problemas, y ella, que sólo se interesa por los hijos, por los padres y por las relaciones sociales. Cuando se trata de coger, se acuerda una vez por mes, y a mí, ¡que me parta un rayo! El placer que yo tenga es cosa mía. No se niega a mis pedidos y cumple con su función. Lo que yo le pido, ella hace o se deja hacer. Ya decidí: alquilo un par de películas en el video de enfrente, el viejo y querido “Blockbuster”, me voy a comer a “Los chilenos” y me quedo acá, a recordar viejos tiempos, y que Rosa cene con sus padres. Igual, no me necesitan.

Golpean la puerta. ¿Ya habrán vuelto? No puede ser. ¡Eduardo! Me lo manda Dios.

—Mi querido contador, ¡qué hacés por acá!

—¿Desde cuándo me tratás así? Vi que estaba cerrado, paré el taxi y me bajé.

—Recién corté con Rosa y estaba por llamarte. Eché a todos los empleados. Decidieron hacer paro reclamando aumento. Les dije que si querían cobrar los mangos que les debía que me manden el telegrama de renuncia y aceptaron.

—Bueno, supongo que te conviene, vos no das puntada sin nudo. Dame el libro de empleados y te hago los números.

Este tipo, siempre práctico, no pregunta nada.

—¿Te podés quedar para pagarles? No quiero ni verles la cara.

—OK, andate y volvé en un rato, yo lo arreglo.

Santa Fe y Suipacha. Esmeralda, la plaza San Martín, el Círculo Militar, el Plaza Hotel, todo es hermoso. ¿Por qué no será Hotel Plaza? Vaya a saber... Florida, Paraguay, el Florida Garden. ¡Cómo me gustaría ser dueño de ese boliche! ¡Qué ubicación! Tomemos algo ahí, total, por un café no le hacemos el juego a la competencia. ¡Competencia! Un poco de humildad, Alfredo, no tenés con qué competir, esto es una maravilla. ¡Qué hermosura!

Vuelve a mi memoria el frecuente problema con los mozos, lo que me había decidido, en cierto momento, a contratar mujeres en lugar de hombres.

Me estoy durmiendo. Se pasó la hora. ¡Qué sueño raro tuve! Las chicas en topless del restaurante de Orlando... Más vale que vuelva...

De nuevo solo. Los burros cobraron y se fueron, Eduardo también, y yo, aquí estoy. Debo estar loco, disfrutando del bar vacío y sin clientes. ¿Cómo sigue esta historia? Tenés que pensar en cambiar algo, Alfredo; así no se puede seguir. Los avisos para el personal nuevo tienen que salir ya.

Una experiencia nueva para el bar. Y así, un día, apareció Nélida, a la que llamaban Margaret... Me sentí golpeado, afiebrado, invadido por una sensación extraña, casi desconocida en mis recuerdos.

Recuerdo los primeros pasos, luego la compra de un departamento para verme con Margaret y, un mes más tarde, ella viviendo allí. Al tiempo, también se instaló la madre de ella. Las mantuve con gusto. Cuando llegaba los lunes, miércoles o viernes, mis días de visita, me mimaban. Siempre me atendieron como nunca lo hacía en casa mi esposa o las dos mucamas que le eran imprescindibles.

4.

Un desasosiego me decide, en lugar de viajar a Córdoba, como todos los martes, a ir al departamento que comparto con Margaret. Cuando entro en el dormitorio, creo que estoy soñando: ella, en la cama con el pibe que me había presentado como su primo.

Fui el último en saber. Era el último que Margaret pensaba que podría aparecer allí. Veo la sorpresa y el temor en sus ojos. Yo conservo la compostura. Me acerco y tomo la copa de champagne de mi mesita de luz, el champagne que ella decía que no le gustaba... Brindo por ella –no me va a escuchar quejarme–, digo buenas noches y me llevo hasta la puerta, pensando en irme a mi lugar de paz, a mi boliche, a tomar mi whisky para ahogar las penas y para salir del ahogo que siento, que me apreta el pecho y hace que me escasee el aire.

No quiero hacer una escena –me siento tan humillado–, en una hora me voy a recuperar. Se me parte el corazón. Quiero, necesito, olvidarme de lo que he visto, pero esa escena es el telón de fondo que llevo pegado en los ojos en todo lo que miro. Siento una opresión, una angustia que crece y crece a cada minuto. El dolor es como una puñalada que me llega desde la espalda hasta el pecho.

Si yo siempre actué con nobleza con ella... Me sentí y me siento orgulloso de ser un hombre de bien, hasta para irme del departamento sin hacer escándalo. Pero, ¿de qué la voy a acusar? Si al fin de cuentas la había atraído con el dinero que ella necesitaba cuando la conocí.

¿Habrá sido un presentimiento el que me hizo ir al departamento? Fue nefasto... Me siento cada vez peor, mientras voy hacia el bar. Cada vez más dolorido, no puedo respirar. Tengo que encontrar algún recurso, alguna salida para volver con ella, pero no sé cuál. Me siento tan herido, tan deshonrado. Mi Dios, ¿qué culpa tiene ella si la compré? Y yo que creí hacerle bien dándole el dinero para ella y su mamá… ¿Qué culpa tengo yo? Y así me siento. Soy un inmoral, por comprar una mujer... ¿Y ella? Primero venderse diciéndome que me quería, y después traicionarme. ¿Cómo puedo arreglar esto que nos ha pasado? Es imposible. No me va a alcanzar todo mi amor por ella.

El bar, Suipacha y Arenales, me bajo del auto en el estacionamiento de enfrente. Un sudor frío y la sensación de caerme en un pozo sin fondo junto con ese dolor inaguantable en el pecho me hacen pensar en ir al médico. Es lo último que recuerdo.

Cuando vuelvo a abrir los ojos mi esposa me dice:

—Tuviste un infarto, te salvaste porque había un médico.

—¿Dónde estoy?

—En la unidad coronaria.

Yo no la quería escuchar. Yo sólo quería ver a Margaret.

Una hipótesis inicial

Hemos leído la historia de Alfredo, que se enlaza con una enfermedad grave, un infarto cardíaco. Nadie dudaría de que este episodio de su vida y quizás su forma de vivir y sentir se asocian con esta enfermedad grave.2 Conocemos con mucho detalle aspectos complejos de la biología del infarto y, sin embargo, aún queda abierto el mayor interrogante: comprender su vinculación con un momento complejo de la vida y el motivo de su presentación.

La intuición popular relaciona los infartos con acontecimientos negativos, con una multiplicidad de anécdotas que lo reafirman. Basta recordar los infartos de los personajes de películas (El hijo de la novia, All that Jazz) para reforzar esta relación sobre lo que parece tan obvio y, sin embargo, ha sido tan difícil de evaluar científicamente en el ámbito de la medicina.

La intención de este texto es plantear una hipótesis científica sobre la historia del infarto, pero con un grado de complejidad que permita la reconciliación de la biología con la dimensión de los afectos y con los sucesos de la vida.

Desde el punto de vista biológico, la enfermedad comienza y se desarrolla en el interior de las arterias del corazón. Será necesario partir desde el endotelio, la capa interna de las arterias coronarias donde transcurre la enfermedad y los trastornos celulares de la aterosclerosis, y entender cómo al taparse bruscamente estas arterias se desarrolla el daño del corazón, el llamado infarto.

Será igualmente necesario agrupar el conocimiento sobre los aspectos histórico-culturales, laborales, sociales, y hasta la anécdota de cómo un penal errado se puede considerar un gatillo para esta enfermedad, para adentrarnos luego en las historias de vida.

Los grandes avances en la investigación de los mecanismos íntimos de la enfermedad, la biología de las emociones y los aportes de la investigación psicoanalítica permiten hoy entrelazar estas diferentes dimensiones de las historias para tratar de reconstruir un relato único. La intención es poder atravesar el puente entre lo psicológico-afectivo y lo biológico-médico para abordar el problema en todas sus dimensiones, unificadamente.

Hilvanar una explicación y un sentido del infarto tanto desde una lectura afectiva como desde una lectura biológica puede ayudarnos no sólo a comprender esta enfermedad, sino también a pensar nuestras enfermedades como parte integral de nuestras vidas y afectos, lo que constituye todo un desafío.

Comenzaremos tratando de comprender el infarto en su aspecto biológico y como forma de cardiopatía isquémica aguda.

La cardiopatía isquémica aguda

El término infarto se aplica a toda destrucción de un tejido por isquemia, es decir, por falta de llegada de sangre a través de la circulación. La circulación sanguínea llega a los tejidos con sangre oxigenada a través de vasos o conductos arteriales y retorna de ellos por los vasos venosos. La enfermedad a la que nos referiremos afecta exclusivamente a los vasos arteriales, de manera que utilizaremos indistintamente los términos “vaso” o “arteria”.

Al taparse bruscamente una arteria se priva al tejido irrigado del aporte de oxígeno y nutrientes, lo que puede llevar con rapidez a su destrucción, al infarto. En el corazón, esto se debe a la oclusión de una de las tres grandes arterias coronarias o sus ramificaciones, y el tejido dañado es el músculo cardíaco, el miocardio.

El infarto de miocardio es una de las tres formas de presentación clínica de la denominada cardiopatía (enfermedad del corazón) isquémica (por falta de irrigación sanguínea) aguda: además del infarto, la muerte súbita y los preinfartos o anginas inestables. Las tres son atribuibles a una afectación del corazón por la obstrucción brusca de una arteria coronaria.3

Cuando la obstrucción es completa y se mantiene varias horas, lleva a un daño progresivo del músculo cardíaco: el infarto. En ocasiones, esta obstrucción completa produce cambios eléctricos en el corazón que alteran su ritmo y desencadenan un paro cardíaco, generalmente por una anarquía en el ritmo, denominada fibrilación ventricular. Ésta es la forma más frecuente de muerte súbita, lo que muchas veces en los medios erróneamente se denomina “infarto masivo”: alguien que comenzó con dolor de pecho y falleció en pocos minutos.