El descubrimiento del río de las Amazonas - Fray Gaspar de Carvajal - E-Book

El descubrimiento del río de las Amazonas E-Book

Fray Gaspar de Carvajal

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Beschreibung

"El Descubrimiento del Río de las Amazonas por el Capitán Francisco de Orellana," escrito por Fray Gaspar de Carvajal, te invita a zambullirte en los misterios de una época donde la aventura y el anhelo de descubrimiento eran los estandartes de la exploración. ¿Has escuchado hablar de las Amazonas? ¿Son realidad o producto de la imaginación?

En el corazón de Quito, Ecuador, la placa reza "Es gloria de Quito el descubrimiento del río Amazonas." Desde allí, en 1541, partió una expedición liderada por el intrépido capitán Francisco de Orellana, con el sueño acariciado por los colonizadores españoles: encontrar el país de la canela y el oro, El Dorado.

Aunque la desembocadura del río ya era conocida, Gonzalo Pizarro organizó una expedición colosal para explorar la supuesta canela y descubrir oro. Sin embargo, al llegar, se encontraron con una realidad distinta. En medio de lo desconocido y guiados por indígenas, Orellana y unos 70 hombres se aventuraron, enfrentando todo tipo de desafíos. Estas travesías han arrojado dudas sobre la veracidad de los relatos de la expedición, incluyendo sorprendentes encuentros con tribus, como el pueblo de las Amazonas.

Este libro te sumerge en un diario fascinante de la expedición de Francisco de Orellana, desde su salida en Quito hasta la majestuosa desembocadura en el Atlántico. Además, te invita a explorar relatos asombrosos sobre los encuentros con tribus a lo largo del Amazonas, incluyendo la enigmática sociedad habitada por mujeres guerreras.

Escrito en un español antiguo que añade un toque histórico y literario al relato, este libro es una ventana al pasado, un portal a una época de coraje, descubrimiento y la búsqueda eterna de lo desconocido. ¿Quieres conocer más detalles de esta emocionante expedición? ¡Solo tienes que hacer clic en comprar y comenzar a explorar! La historia aguarda, llena de maravillas y secretos por descubrir.

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EL DESCUBRIMIENTO DEL RÍO DE LAS AMAZONAS POR EL CAPITÁN FRANCISCO DE ORELLANA

 

Relación que escribió fray Gaspar de Carvajal, fraile de la orden de Santo Domingo de Guzmán, del nuevo descubrimiento del famoso río grande que descubrió, por muy gran ventura, el capitán Orellana, desde su nacimiento hasta salir a la mar, con 56 hombres que trajo consigo, y se echó a la aventura por el dicho río y por el nombre del capitán que le descubrió se llamó el río de Orellana.

 

(Transcripción del manuscrito original escrito en español antiguo)

Encuentro con Gonzalo Pizarro y partida de la expedición a la Tierra de la Canela

 

Para que mejor se entienda todo el suceso desta jornada se ha de presuponer que este capitán Francisco de Orellana era capitán y teniente de gobernador de la ciudad de Santiago (Santiago de Guayaquil), la que él en nombre de Su Majestad pobló y conquistó a su costa, y de la Villa Nueva de Puerto Viejo, ques en las Provincias del Perú; y por la mucha noticia que se tenía de una tierra donde se hacía canela, por servir a Su Majestad en el descubrimiento de la dicha cartela, sabiendo que Gonzalo Pizarro, en nombre del Marqués(Francisco Pizarro), venía a gobernar a Quito y a la dicha tierra quel dicho Capitán tenía a cargo; y para ir al descubrimiento de la dicha tierra, fue a la villa de Quito, donde estaba el dicho Gonzalo Pizarro, a le ver y meter en la posesión de la dicha tierra.

 

Hecho esto, el dicho Capitán dijo al dicho Gonzalo Pizarro cómo quería ir con él en servicio de Su Majestad y llevar sus amigos y gastar su hacienda para mejor servir; y esto concertado, el dicho Capitán se volvió a reformar a la dicha tierra que a cargo tenía y a dejar en quietud y sosiego las dichas ciudad y villa, y para seguir la dicha jornada gastó sobre cuarenta mil pesos de oro en cosas necesarias, y, aderezado, se partió para la villa de Quito, donde dejó al dicho Gonzalo Pizarro, y cuando llegó le falló que era ya partido, de cuya causa el Capitán estuvo en alguna confusión de lo que había de hacer, y se determinó de pasar adelante y lo seguir [roto], aunque los vecinos de la tierra se le estorbaban por haber de pasar por tierra muy belicosa y fragosa y que temían lo matasen, como habían hecho a otros que habían ido con muy gran copia de gente; pero no obstante esto, por servir a Su Majestad, determinó con todo este riesgo de seguir tras el dicho Gobernador; y así, padeciendo muchos trabajos, así de hambres como de guerras que los indios le daban, que por no llevar más de veinte y tres hombres muchas veces lo ponían en tanto aprieto que pensaron ser perdidos y muertos en manos de ellos, y con este trabajo, caminó [roto] leguas desde el Quito, en el término de las cuales perdió cuanto llevaba, de manera que cuando alcanzó al dicho Gonzalo Pizarro no llevaba sino una espada y una rodela, y sus compañeros por el consiguiente, y desta manera entró en la provincia de Motin, donde estaba el dicho Gonzalo Pizarro con su real, y allí se juntó con él y fue en demanda de la dicha canela: y aunque esto que he dicho hasta aquí no lo vi ni me hallé en ello, pero me informé de todos los que venían con el dicho Capitán, porque estaba yo con el dicho Gonzalo Pizarro y le vi entrar a él y sus compañeros de la manera que dicho tengo; pero lo que de aquí en adelante dijere será como testigo de vista y hombre a quien Dios quiso dar parte en un tan nuevo y nunca visto descubrimiento, como es éste que adelante diré.

Construcción de barco y adelantamiento de Orellana

 

Después que el dicho Capitán llegó al dicho Gonzalo Pizarro, que era gobernador, fue en persona a descubrir la canela, y no halló tierra ni disposición donde a Su Majestad pudiese hacer servicio, y así determinó de pasar adelante, y el dicho Capitán Orellana en su seguimiento con la demás gente, y alcanzó al dicho Gobernador en un pueblo que se llama Quema, que estaba en unas cabanas ciento treinta leguas de Quito, y allí se tornaron a juntar; y el dicho Gobernador queriendo enviar, por el río abajo a descubrir, hobo pareceres que no lo hiciese, porque no era cosa para seguir un río y dejar las cabanas que caen a las espaldas de la villa de Pasto y Popayán, en que había muchos caminos; y todavía el dicho Gobernador quiso seguir el dicho río, por el cual anduvimos veinte leguas, al cabo de las cuales hallamos unas poblaciones no grandes, y aquí determinó el dicho Gonzalo Pizarro se hiciese un barco para navegar el río de un cabo al otro por comida, que ya aquel río tenía media legua de ancho; y aunque el dicho Capitán era de parecer que no se hiciese el dicho barco por algunos buenos respetos, sino que diesen vuelta a las dichas cabanas y siguiésemos los caminos que iban al dicho ya poblado, el dicho Gonzalo Pizarro no quiso sino que se pusiese en obra el dicho barco; y así, el Capitán Orellana, visto esto, anduvo por todo el real sacando hierro para clavos y echando a cada uno la madera que había de traer, y desta manera y con el trabajo de todos se hizo el dicho barco, en el cual metió el dicho Gobernador Pizarro alguna ropa y indios dolientes, y seguimos el río abajo otras cincuenta leguas, al cabo de las cuales se nos acabó el poblado y íbamos ya con muy gran necesidad y falta de comida, de cuya cabsa todos los compañeros iban muy descontentos y platicaban de se volver y no pasar adelante, porque se tenía noticia que había gran despoblado, y el Capitán Orellana, viendo lo que pasaba y la gran necesidad en que todos estaban, y que había perdido todo cuanto tenía, le pareció que no cumplía con su honra dar la vuelta sobre tanta pérdida, y así se fue al dicho Gobernador y le dijo cómo él determinaba de dejar lo poco que allí tenía y seguir el río abajo, y que si la ventura le favoreciese en que cerca hallase poblado y comida con que todos se pudiesen remediar, que él se lo haría saber, y que si viese que se tardaba, que no hiciese cuenta del, y que, entre tanto, que se retrajese atrás donde hubiese comida, y que allí le esperase tres o cuatro días, o el tiempo que le pareciese, y que si no viniese, que no hiciese cuenta del; y con esto el dicho Gobernador le dijo que hiciese lo que le pareciese: y así, el Capitán Orellana tomó consigo cincuenta y siete hombres, con los cuales se metió en el barco ya dicho y en ciertas canoas que a los indios se habían tomado, y comenzó a seguir su río abajo con propósito de luego dar la vuelta, si comida se hallase; lo cual salió al contrarío de como todos pensábamos, porque no fallamos comida en doscientas leguas, ni nosotros la hallábamos, de cuya cabsa padecimos muy gran necesidad, como adelante se dirá; y así, íbamos caminando suplicando a Nuestro Señor tuviese por bien de nos encaminar en aquella jornada de manera que pudiésemos volver a nuestros compañeros.

 

El segundo día que salimos y nos apartamos de nuestros compañeros nos hubiéramos de perder en medio del río, porque el barco dio en un palo y le sumió una tabla, de manera que a no estar cerca de tierra acabáramos allí nuestra jornada; pero se puso luego remedio en sacarse de agua y ponerle un pedazo de tabla, y luego comenzamos nuestro camino con muy gran priesa; y como el río corría mucho, andábamos a veinte y a veinte y cinco leguas, porque ya el río iba crecido y aumentando así, por cabsa de otros muchos ríos que entraban en él, por la mano diestra hacia el sur.

La imposibilidad de regresar

 

Caminamos tres días sin poblado ninguno. Viendo que nos habíamos alejado de donde nuestros compañeros habían quedado y que se nos había acabado lo poco que de comer traíamos para nuestro camino tan incierto como el que facíamos, se puso en plática entre el Capitán y los compañeros la dificultad, y la vuelta, y la falta de comida, porque como pensábamos de dar luego la vuelta, no metimos de comer; pero en confianza que no podíamos estar lejos, acordamos de pasar adelante, y esto no con poco trabajo de todos, y como otro ni otro día no se hallase comida ni señal de población, con parecer del Capitán, dije yo una misa, como se dice en la mar, encomendando a Nuestro Señor nuestras personas y vidas, suplicándole, como indigno, nos sacase de tan manifiesto trabajo y perdición, porque ya se nos traslucía, porque aunque quisiésemos volver agua arriba no era posible por la gran corriente, pues tentar de ir por tierra era imposible: de manera qué estábamos en gran peligro de muerte a cabsa de la gran hambre que padecimos; y así, estando buscando el consejo de lo que se debía de hacer, platicando nuestra aflicción y trabajos, se acordó que eligiésemos de dos males el que al Capitán y a todos pareciese menor, que fue ir adelante y seguir el río o morir o ver lo que en él había, confiando en Nuestro Señor que tendría por bien de conservar nuestras vidas fasta ver nuestro remedio; y entretanto, a falta de otros mantenimientos, vinimos a tan gran necesidad que no comíamos sino cueros, cintas y suelas de zapatos cocidos con algunas yerbas, de manera que era tanta nuestra flaqueza que sobre los pies no nos podíamos tener, que unos a gatas y otros con bordones se metieron a las montañas a buscar algunas raíces que comer, y algunos hubo que comieron algunas yerbas no conocidas, los cuales estuvieron a punto de muerte, porque estaban como locos y no tenían seso; pero como Nuestro Señor era servido que siguiésemos en nuestro viaje, no murió ninguno. Con esta fatiga dicha iban algunos compañeros muy desmayados, a los cuales el Capitán animaba y decía que se esforzasen y tuviesen confianza en Nuestro Señor, que pues él nos había echado por aquel río, tendría por bien de nos sacar a buen puerto: de tal manera animó a los compañeros que recibiesen aquel trabajo.

Encuentro con nativos