El diablo en el agua bendita - Robert Darnton - E-Book

El diablo en el agua bendita E-Book

Robert Darnton

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Beschreibung

Darnton nos ofrece un excelente estudio sobre el bajo mundo de las publicaciones literarias de la Francia del siglo xviii, mostrando un interesante análisis sobre su utilización para publicar difamaciones y calumnias, además de expresar fuertes críticas respecto a las prácticas cotidianas de las figuras públicas de Francia a finales de la década de 1700. Al desentrañar el arte de la calumnia, el arte del canalla, Darnton nos muestra una pieza clave en el pensamiento y la acción de la Francia que transitó del Antiguo Régimen al Imperio napoleónico.

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ROBERT DARNTON (Nueva York, 1939) es un historiador estadunidense pionero en el estudio de la historia cultural del libro. Es considerado uno de los mayores expertos en lo que se refiere a la Francia del siglo XVIII y los aspectos culturales de este periodo. Sus obras destacan por su conocimiento de los géneros literarios y cómo éstos intervienen en la práctica moral y social. Su contribución a la historia de la cultura abarca también los terrenos de la antropología y la literatura. Se desempeñó como reportero de The New York Times, profesor y catedrático en la Universidad de Princeton y director de la biblioteca de la Universidad de Harvard.

SECCIÓN DE OBRAS DE HISTORIA

EL DIABLO EN EL AGUA BENDITA

FIGURA 1. Le Gazetier cuirassé, frontispicio de la edición de 1777 (copia privada).

ROBERT DARNTON

El diablo en el agua bendita

O EL ARTE DE LA CALUMNIA DE LUIS XIV A NAPOLEÓN

Traducción de PABLO DUARTE

Primera edición en inglés, 2009 Primera edición en español, 2014 Primera edición electrónica, 2014

Título original: The Devil in the Holy Water or the Art of Slander from Louis XIV to Napoleon © 2009, Robert Darnton

Diseño de portada: Paola Álvarez Baldit

D. R. © 2014, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F. Empresa certificada ISO 9001:2008

Comentarios:[email protected] Tel. (55) 5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-2508-3 (ePub)

Hecho en México - Made in Mexico

A la memoria de Lawrence Stone

FIGURA 2. Le Diable dans un bénitier, frontispicio (copia privada).

ÍNDICE GENERAL

Introducción

Primera parteLIBELOS ENTRELAZADOS

I. El gacetillero acorazado

II. El diablo en el agua bendita

III. La policía de París al descubierto

IV. La vida secreta de Pierre Manuel

V. El fin de la línea

VI. Bibliografía e iconografía

VII. La lectura

Segunda partePOLÍTICA Y LABOR POLICIAL

VIII. Calumnia y política

IX. La policía del libro en acción

X. Un agente doble y sus autores

XI. Misiones secretas

XII. Un completo desbarajuste, o entre bambalinas

XIII. Celada

XIV. La vista desde Versalles

XV. El diablo en la Bastilla

XVI. Bohemios antes de la bohemia

XVII. La vía Grub Street hacia la Revolución

XVIII. La calumnia al servicio del Terror

XIX. Palabras y actos

XX. Posdata, 1802

Tercera parteLA LITERATURA DEL LIBELO: INGREDIENTES BÁSICOS

XXI. La naturaleza de los libelos

XXII. Anécdotas

XXIII. Retratos

XXIV. Noticias

Cuarta parteLA LITERATURA DEL LIBELO: VIDAS PRIVADAS

XXV. Metamorfosis revolucionarias

XXVI. Sexo y política

XXVII. Decadencia y despotismo

XXVIII. Depravación de la realeza

XXIX. Vidas privadas y asuntos públicos

Conclusión

Agradecimientos

Índice analítico

FIGURA 3. La Police de Paris dévoilée, frontispicio (copia privada).

FIGURA 4. Vie secrète de Pierre Manuel, grabado que sirve como frontispicio (Princeton University Library).

INTRODUCCIÓN

Los cuatro frontispicios reproducidos en las páginas anteriores son evidencia de una variedad peculiar de la literatura, la más aborrecida en la Europa de inicios de la Edad Moderna y que ostentaba el nombre de libelo. Los cuatro frontispicios son el punto de partida de cuatro libelos, y éstos se unen para contar una historia: una historia tan llena de intriga y envuelta en tal desorden no ajeno al sigilo que parece demasiado extravagante para ser verdad, aunque algunos documentos en los archivos de la policía y el servicio diplomático francés confirmen cada uno de sus detalles. ¿Por qué intentar reconstruirla? Más allá de sus atributos como historia de detectives, revela mucho acerca de la autoría, el comercio de libros, el periodismo, la opinión pública, la ideología y la revolución en el siglo XVIII en Francia. Al estudiar cuatro libelos particularmente cáusticos, es posible ver cómo el arte y la política de la calumnia se desarrolló a lo largo de cuatro regímenes: del reinado de Luis XV al de Luis XVI, la monarquía constitucional de 1789 a 1792 y la república jacobina de 1792 a 1794. A partir de estos estudios de caso uno puede entonces ampliar la investigación para abarcar la literatura del libelo en general.

Para entender el libelo es importante estudiar a los libelistas y el mundo que habitaban. Vivían en Grub Street,* un entorno que para después de 1750 estaba sobrepoblándose debido a una explosión demográfica en la República de las Letras. Para 1789 Francia había desarrollado una amplia subcultura de autores indigentes: 672 poetas tan sólo, de acuerdo con un estimado contemporáneo.1 La mayoría de ellos vivían en la pobreza en París y sobrevivían como podían haciendo trabajitos de gacetilleros y apoyándose en algunos magros auspicios. Cuando la desesperación los alcanzaba, ya fuera por deudas o por la amenaza de la Bastilla, intentaban escapar. Huían a Bruselas, Ámsterdam, Berlín, Estocolmo, San Petersburgo y otros centros urbanos con sus propias Grub Streets. Una diáspora de escritores andrajosos buscaba fortuna donde fuera que pudieran aprovecharse de la fascinación por todo lo francés. Se empleaban como tutores, traducían, vendían panfletos, dirigían obras de teatro, probaban suerte en el periodismo, especulaban como editores y difundían las modas parisinas en todo ámbito, desde el de sombreros hasta el de libros.2

La colonia más grande de todas se dio en Londres, el lugar que desde el siglo XVI había dado la bienvenida a los emigrados franceses, cuando los primeros hugonotes buscaron refugiarse de la persecución. Londres desarrolló una de las culturas de Grub Street más vivas en Europa. Era el hogar del Grub Street Journal (1730-1737) y de la calle misma, que atravesaba el East End y que a inicios del siglo XVII fue acumulando una población de escritores que sobrevivían a base de componer sin cesar textos de dudoso valor y recibían un pago mezquino. Para 1726, cuando llegó Voltaire como refugiado de la Bastilla, los escritores de poca monta se habían mudado a otros sitios y se ganaban la vida en gran medida a través de las riñas y el mancillamiento de la reputación, típicos de la política hanoveriana.3 Sus contrapartes parisinos vivían de manera muy semejante, esparcidos en buhardillas por toda la ciudad. Crearon su propia manera de ensuciar reputaciones: el libelle (libelo), un relato escandaloso de los asuntos públicos y la vida privada de grandes personajes de la Corte y la capital. El término no se usa mucho en francés moderno, pero pertenecía al habla cotidiana en el comercio de libros del Antiguo Régimen, y los autores de esas obras eran registrados en los archivos de la policía como libellistes (libelistas).4

La colonia de libelistas franceses en Londres aprendió a vivir en las Grub Streets de ambas capitales. Muchos de ellos aprendieron lo elemental para calumniar en el submundo literario de París y emigraron para escapar del encierro, no sólo en la Bastilla, sino en lugares peores, como las sórdidas celdas de Bicêtre o el Fort l’Evêque, o las galeras de Marsella, después de ser marcados y exhibidos en la Place de Grève. Al llegar a Londres descubrían un mundo de folletos, opúsculos y periodismo panfletarios sin cortapisas, en gran parte financiado por políticos que contrataban a escritores de poca monta para vilipendiar a sus rivales. Algunos de los expatriados comenzaron a hacer periodismo, particularmente como colaboradores en el Courrier de l’Europe, una revista bisemanal publicada en Londres y reimpresa en Boulogne-sur-Mer, que suministraba los reportes más completos acerca de la Revolución estadunidense y la política británica disponibles para los lectores franceses durante las décadas de 1770 y 1780. Otros vivían de escribir libelos. Gracias a los reportes de informantes secretos en París y Versalles, producían muchos libros y opúsculos que difamaban a todos, desde el rey y sus ministros hasta las bailarinas y los hombres de mundo. Sus obras se vendían abiertamente en Inglaterra, sobre todo en una librería en la calle St. James, en Londres, operada por un expatriado genovés llamado Boissière. No obstante, su principal mercado era Francia, donde los libelos eran el principal producto del comercio de libros clandestino.5

Es imposible decir qué tan profundo y extenso era este submundo. Sin duda alcanzaba cada rincón del reino, y se convirtió en el sector más vital de la industria editorial durante la segunda mitad del siglo. Para publicar un libro de manera legal, éste debía enfrentarse a un combate de censores y burócratas adscritos a la oficina de gobierno encargada del comercio de libros (Direction de la Librairie). Para 1789 el gobierno empleaba a casi 200 censores que revisaban manuscritos. Con frecuencia objetaban deficiencias de estilo y de contenido, así como cualquier ofensa en contra de la Iglesia, el Estado, la moralidad convencional y la reputación de los individuos. Sin su aprobación escrita ningún libro podía aspirar al privilegio real otorgado por la Cancillería, que daba legalidad y algo semejante al derecho de autor. Los inspectores del libro supervisaban el comercio en las principales ciudades, y al ejercer su labor confiscaban obras ilegales en casas aduanales o hacían redadas en las librerías según se necesitara. El gremio parisino de vendedores de libros (Communauté des Libraires et des Imprimeurs de Paris) también ejercía poderes policiacos para fortalecer su monopolio sobre la literatura con privilegios.6

El sistema era menos rígido en la práctica de lo que parecía en papel; era así necesariamente, ya que las regulaciones impresas, cerca de 3 000 edictos sobre el comercio del libro emitidos entre 1715 y 1789, aparecían con tal frecuencia y eran tan densas que ningún vendedor de libros, incluso cuando intentara respetarlas, podía estar al tanto de todas las reglas del juego.7 Con frecuencia los inspectores se hacían de la vista gorda cuando llegaban cargamentos ilegales a su territorio, y el uso de medidas semioficiales como las permissions tacites (acuerdos para tolerar libros que no podían recibir privilegios) abría enormes huecos en la legislación represiva. Aun así, las obras que ponían en entredicho las perspectivas ortodoxas —incluida casi toda la Ilustración— usualmente se producían en las imprentas que proliferaban más allá de las fronteras francesas, desde Ámsterdam y La Haya hasta Bruselas, Lieja, la zona del Rin, Suiza y Aviñón, que era entonces territorio papal. Estas imprentas también pirateaban todo lo que en el comercio legal se estuviera vendiendo bien. Crearon una compleja red de contrabandistas para cruzar los libros a través de las porosas fronteras francesas y hacerlos llegar a los distribuidores que los entregaban a libreros y vendedores en todo el reino. Al ofrecerles a los lectores hambrientos una dieta picante de libros prohibidos, los comerciantes clandestinos hicieron un gran negocio. Probablemente hicieron circular más de la mitad de la literatura producida durante el siglo XVIII, es decir, libros de ficción y no ficción de todo tipo, además de obras profesionales, publicaciones religiosas, almanaques y chapbooks, la llamada literatura de cordel.8

En un estudio previo, compilé pedidos de literatura prohibida realizados por libreros esparcidos por toda Francia e hice una lista retrospectiva de best sellers. La lista incluía libros de Voltaire, Rousseau y otros filósofos famosos, así como numerosas obras pornográficas y libros sacrílegos. Pero una sorprendente proporción de los best sellers eran libelos, ya fueran biografías difamatorias de personajes públicos, recuentos incendiarios de historia contemporánea o una variedad seductora del periodismo conocida como chroniques scandaleuses. Cinco de los 12 libros más solicitados —tomados de una muestra que incluía 720 títulos— pertenecían a esta categoría. Eran Anecdotes sur Mme la comtesse du Barry (1775); Journal historique de la révolution opérée dans la constitution de la monarchie française par M. de Maupeou (1774-1776), siete volúmenes; L’Arrétin (1763), titulado L’Arrétin moderne en algunas ediciones posteriores; Mémoires de l’abbé Terray, contrôleur-général (1776), dos volúmenes, y Mémoires de Louis XV, roi de France et de Navarre (1775).9 Otros libelos ubicados en los primeros lugares de la lista de best sellers eran L’Observateur anglais, ou correspondance secrète entre Milord All’Eye et Milord All’Ear (1777-1778), 10 volúmenes; Vie privée de Louis XV, ou principaux événements, particularités et anecdotes de son règne (1781), cuatro volúmenes; Correspondance secrète et familière de M. de Maupeou avec M. de Sor***, conseiller du nouveau parlement (1771), tres volúmenes; Les Fastes de Louis XV, de ses ministres, maîtresses, généraux et autres notables personnages de son règne (1782), dos volúmenes; Mémoires secrets pour servir à l’histoire de la république des lettres en France (1777-1789), 36 volúmenes, y Le Gazetier cuirassé, ou anecdotes scandaleuses de la cour de France (1771).

Todos estos libros eran anónimos. Todos fueron compuestos por escritores de poco relieve que eran perfectos desconocidos. Muchos eran obras extensas, de varios volúmenes y que ofrecían una perspectiva desencantada de los acontecimientos contemporáneos y de las vidas privadas de “los grandes” (les grands). Cuando me adentré en los textos, me parecieron difamatorios, tendenciosos, perversos, indecentes, y una muy entretenida lectura: por eso se vendían tan bien. Sin embargo, nunca lograron entrar en la historia literaria y rara vez figuraban en las investigaciones sobre política e ideología. Un mundo perdido aguardaba a ser explorado.

Ese mundo parecía demasiado vasto para circunnavegarlo en un solo libro. Después de publicar algunos estudios de este mundo clandestino —la manera en que operaba y el carácter general de la literatura que proveía—, decidí investigar los géneros que los franceses agrupaban bajo la denominación de libelles. En lugar de revisar cientos de obras difamatorias y construir, libro a libro, un argumento para llegar a conclusiones generales, decidí proceder haciendo un análisis detallado de algunos textos representativos y luego trabajar hacia una interpretación general del arte y la política de la calumnia. Los libelos apuntaban hacia objetivos obvios, pero jugaban con la sensibilidad de los lectores durante la fase temprana de la Era Moderna de una manera que hoy resultaría desconcertante. Algunos de los textos incluso funcionaban como acertijos. Para entender el mensaje, el lector debe descifrar un código, tras lo cual surgen toda suerte de preguntas acerca del entorno de los autores y acerca de las autoridades francesas que intentaban reprimirlos.

Muchos de los libelos más incendiarios de las décadas de 1770 y 1780 fueron producidos por los expatriados franceses en Londres —“a cien leguas de la Bastilla”, como lo apuntaban en las portadas de sus folletos—. No sólo difamaban a toda persona de importancia en Versalles, también añadían chantajes a sus especulaciones literarias. El gobierno francés respondió con el envío de una serie de agentes secretos para asesinar, secuestrar o sobornar a los libelistas en Londres. Sus aventuras y desventuras forman una historia rocambolesca que desemboca directamente en la Revolución francesa. Este mismo tipo de literatura, desarrollada por muchos de los mismos autores, encendió polémicas durante los años del Terror. Su sustancia cambió pero su forma permaneció igual.

Para entender esta interacción entre continuidad y cambio es necesario apreciar las polémicas de finales del siglo XVIII desde una perspectiva más amplia. La larga historia del libelo toca las intrigas de la Corte en el siglo XVII, las guerras religiosas del siglo XVI, las luchas por el poder en la Italia renacentista y la literatura de la antigua Roma y Grecia. Sin que éste sea un esfuerzo por repasarla a detalle, he intentado mostrar cómo los libelistas de la última época recurrieron a las técnicas de los antiguos maestros como Aretino y Procopio. El asesinato de una reputación puede parecer sencillo: hurgue usted hasta encontrar algo de lodo y luego lánceselo a alguien. Al estudiarlos en detalle a lo largo de los siglos, empero, resulta que los libelos tienen características muy peculiares. Combinan los ingredientes básicos, que tienen nombres familiares —“anécdotas”, “retratos”, nouvelles (noticias)—, pero que en realidad pertenecían a técnicas retóricas diseñadas para entretener a los lectores de principios de la Edad Moderna. Sin embargo, todos los libelos tenían una cosa en común: reducían las luchas por el poder a un juego de personalidades. Ya fuera que denigraran a las amantes reales o a los agitadores sans-culottes, siempre evadían las complejas consideraciones sobre políticas y principios, y concentraban su artillería en la personalidad de sus víctimas. Los asuntos públicos aparecen en la literatura del libelo, entonces, como producto de las vidas privadas, a veces literalmente, como en la serie de “vidas privadas” que van de la Vie privée de Louis XV a la Vie privée du général Buonaparte.

¿Por qué dedicar tanto trabajo y tantas páginas a un tema tan obsceno? Casi cualquier libro sobre la Francia del siglo XVIII tratará sobre las clásicas cuestiones de ideología, política y la primera gran revolución de los tiempos modernos. Este libro tiene implicaciones que tocan esas cuestiones, pero obedece a un propósito distinto: procura explorar un corpus literario y la subcultura que lo generó. Quiero entender las vidas de los libelistas, la relación entre sus publicaciones y su entorno, la manera en la que funcionaban sus textos (el uso de imágenes y tipografías, así como de la retórica), las interconexiones entre los libelos como corpus literario y, en la medida de lo posible, las reacciones de los lectores. Los libelos también figuran en medio de las luchas políticas, en las rivalidades entre las facciones de la Corte antes de 1789 y en las de los partidos políticos después. Mostraré su importancia en la historia política conforme se presente la ocasión, pero no estoy intentando reescribir esa historia, y no pretendo repasar historias ya conocidas como el jansenismo, la oposición parlamentaria a la Corona, la ideología del absolutismo, el movimiento de reforma patrocinado por el Estado y la aplicación de las ideas de la Ilustración a los asuntos políticos. En lugar de ello, quiero ir en una dirección distinta, una que desemboque en la zona problemática donde la historia y la literatura comienzan a confundirse con la antropología.10

Tomados como un conjunto, los libelos comunicaban una perspectiva sobre la autoridad política que puede ser caracterizada como folclor o mitología.11 Aunque de modo tendencioso e impreciso, esta representación daba a los franceses una manera de entender el mundo a su alrededor; no el mundo inmediato de la vida familiar y el trabajo, sino la esfera más amplia de las personas famosas y los grandes eventos. La creación de significado, según lo entienden los antropólogos, es un aspecto fundamental de la condición humana, transmitido principalmente a través de mitos y símbolos. En la Francia del siglo XVIII acontecía de muchas maneras distintas, entre ellas a través de las actividades de relatar, escuchar, escribir y leer historias. Las narrativas acerca del rey, sus amantes o ministros y otras figuras públicas se prestaban para formar una visión mítica de los grandes (les grands). Según la literatura del libelo, les grands habitaban una especie de mundo satánico de fantasía donde podían dar rienda suelta a la satisfacción de su lujuria y sus ansias de poder. En escenarios apartados, como los aposentos del rey en Versalles, las alcobas de las mansiones parisinas o los palcos en la ópera, ellos se comportaban como dioses: como las deidades caprichosas y maliciosas que habían imperado sobre el destino de Grecia y Roma. Sin embargo, el destino de Francia estaba atado a los sucesos del día. Los ricos, los bien nacidos y los poderosos determinaban el rumbo de los asuntos que afectaban las vidas de las personas comunes, o por lo menos despertaban su interés. Conforme el siglo avanzó y los desastres se acumularon —en la guerra, en la paz y en el mercado—, la demanda de información sobre los comportamientos en la cima de la sociedad se incrementó entre las personas cercanas a los estratos bajos, aquellos que componían un público letrado y semiletrado avecindado en su mayoría en pueblos y ciudades. Las publicaciones legales no satisfacían esta demanda, porque las biografías de los personajes públicos, los recuentos de asuntos diarios y casi todas las variedades de la historia contemporánea estaban prohibidos. Para obtener información sobre esos temas, los franceses dependían de lo que podían obtener en el submundo literario, es decir, en gran medida, de los libelos. Les atraía este reino imaginario poblado por personajes que eran la encarnación de la vida entre los grandes: el abate Dubois, el mariscal de Richelieu, Madame de Pompadour, Madame du Barry y todos los miembros de la Familia Real. Los franceses llegaron a ver el destino de Francia como si fuera una historia incluida en la Vie privée de Louis XV y docenas de obras similares.

La reducción de contingencias complejas a narrativas acerca de figuras públicas ha proliferado en diferentes momentos y lugares. Aún existe hoy en día. De hecho, dado que la tecnología moderna permite difundir el escándalo a una escala que el pasado jamás soñó que fuera posible, la personalización de la política se ha vuelto más insidiosa que nunca. Sin embargo, los medios masivos de hoy se apegan a un principio que establecieron las imprentas mecánicas de siglos pasados: los nombres hacen la noticia.

La calumnia siempre ha sido un negocio ruin, pero su carácter desagradable no es razón suficiente para considerarla indigna de ser estudiada con seriedad. Al destruir reputaciones, ayudó a deslegitimizar regímenes y a derrocar gobiernos en muchos momentos y lugares. El estudio de la calumnia en la Francia del siglo XVIII es particularmente revelador porque muestra la manera en que una corriente literaria horadó la autoridad durante una mo narquía absoluta y fue absorbida por una cultura política republicana, la cual alcanzó su punto más alto con Robespierre pero incluía una variedad de maneras de injuriar desarrolladas durante el reinado de Luis XV. La historia, entonces, comienza con uno de los ataques más insidiosos contra Luis XV: Le Gazetier cuirassé (1771).

* Término común en inglés tomado del nombre de una calle antigua de Londres en que vivían escritores y periodistas necesitados que debían ser mercenarios [T.].

1 Antoine de Rivarol, Le petit almanach de nos grands hommes, s. l., 1788. Intenté calcular el crecimiento de la población literaria en la Francia del siglo XVIII en dos estudios: “A Police Inspector Sorts His Files: The Anatomy of the Republic of Letters”, en The Great Cat Massacre and Other Episodes in French Cultural History, Nueva York, 1984 [La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa,FCE, México, 1987], y “The Facts of Literary Life in Eighteenth-Century France”, en Keith Baker, ed., The Political Culture of the Old Regime, Oxford, 1987, pp. 261-291. Todos los estimados se enfrentaron al problema de definir a un autor y de interpretar fuentes imperfectas. Después de considerar estos problemas, concluí que Francia tenía por lo menos 3 000 autores en 1789, siendo un “autor” una persona que hubiera publicado por lo menos un libro.

2 Para algunos estudios de caso reveladores, véase Aleksandr Stroev, Les aventuriers des Lumières, París, 1997.

3 Véase Pat Rogers, Grub Street: Studies in a Subculture, Londres, 1972, y John Brewer, Party Ideology and Popular Politics at the Accession of George III, Cambridge, 1976.

4 El francés no tenía un equivalente para el término inglés Grub Street en el siglo XVIII, pero con frecuencia hablaban de la literatura abyecta, producida por la canalla o los autores salidos de las alcantarillas, esos Rousseau del arroyo (“la basse littérature”, “la canaille de la littérature” y “les Rousseau du ruisseau”), expresiones que aparecen con frecuencia en las obras de Voltaire, Louis-Sébastien Mercier y otros. No hay un estudio exhaustivo de este entorno, pero he esbozado algunos aspectos sobre él en The Literary Underground of the Old Regime, Cambridge, Massachusetts, 1982 [Edición y subversión. Literatura clandestina en el Antiguo Régimen,FCE/Turner, México, 2003].

5 La fuente de información más rica acerca de los expatriados franceses en Londres son los archivos del Ministerio de Asuntos Exteriores en la Quai d’Orsay: Correspondance politique: Angleterre, especialmente mss. 540-550. Las fuentes impresas más importantes incluyen el libelle anónimo y tendencioso pero muy revelador de Anne-Gédéon Lafitte (o simplemente Lafite en algunas versiones de su nombre), marqués de Pelleport (o Pellepore en algunas versiones), Le Diable dans un bénitier, et la métamorphose du Gazetier cuirassé en mouche, ou tentative du sieur Receveur, inspecteur de la police de Paris, chevalier de St. Louis, pour établir à Londres une police à l’instar de celle de Paris, París, 1783; los reportes de policía publicados por Pierre-Louis Manuel, La Police de Paris dévoilée, 2 vols., París, 1790; las versiones editadas y parafraseadas por Manuel de los documentos de la Bastilla, La Bastille dévoilée, ou recueil de pièces authentiques pour servir à son histoire, París, 1789-1790, 8 livraisons o volúmenes, dependiendo de como estén empastados; y la excelente colección de documentos editada por Gunnar von Proschwitz y Mavis von Proschwitz, Beaumarchais et le “Courier de l’Europe”, 2 vols., Oxford, 1990, La biografía del libelista más tristemente famoso, Charles Théveneau de Morande, de Paul Robiquet, Théveneau de Morande: Étude sur le XVIIe siècle, París, 1882, recurre a esas fuentes pero con frecuencia las confunde. Ha sido superada por Simon Burrows, Blackmail, Scandal, and Revolution: London’s French Libellistes, 1758-92, Manchester, 2006. Burrows disiente de mi interpretación sobre este tema, la cual publiqué por primera vez como “The High Enlightenment and the Low-Life of Literature in Pre-revolutionary France”, Past and Present, núm. 51, 1971, pp. 81-115. Para una discusión de estos temas, véase Haydn Mason, ed., The Darnton Debate: Books and Revolution in the Eighteenth Century, Oxford, 1998.

6 La fuente más rica de información acerca de la censura está en los reportes y los memorandos compuestos por los censores mismos en la Bibliothèque Nationale de France, Collection Anisson, manuscrits français 22137-22152, y las Mémoires sur la librairie de Chrétien Guillaume Lamoignon de Malesherbes, director del Comercio de Libros (Directeur de la Librairie, un puesto en la Administración Real bajo las órdenes de la Cancillería) de 1750 a 1763. Véase Roger Chartier, ed., Mémoires sur la librairie: Mémoire sur la liberté de la presse [1809], París, 1994. Entre las obras secundarias, véase especialmente Barbara de Negroni, Lectures interdites: Le travail des censeurs au XVIIIe siècle 1723-1774. Para una síntesis de la literatura en todos los aspectos del comercio del libro bajo el Antiguo Régimen, véase Henri-Jean Martin y Roger Chartier, eds., Histoire de l’édition française. Tome II, Le livre triomphant, 1660-1830, París, 1984.

7 Giles Barber, “French Royal Decrees Concerning the Book Trade, 1700-1789”, Australian Journal of French Studies, vol. 3, núm. 3, 1966, pp. 312-330.

8 Éste es mi propio estimado, pero debo admitir que no puedo probarlo. Está basado en una lectura de prácticamente todos los documentos del periodo de 1750 a 1789 en las colecciones de manuscritos en la Bibliothèque Nationale de France y en la Bibliothèque de l’Arsenal, así como las 50 000 cartas de libreros, editores y otras personas involucradas en la industria del libro en los documentos de la Société Typographique de Neuchâtel, Bibliothèque Publique et Universitaire, Neuchâtel, Suiza. Debido a que el Estado francés no pudo ejercer con eficacia los privilegios para los libros, la piratería se convirtió en una gran industria que rebasaba por mucho a la producción legal.

9 Robert Darnton, The Forbidden Best-Sellers of Pre-Revolutionary France, Nueva York, 1995 [Los best sellers prohibidos en Francia antes de la Revolución,FCE, México, 2008], y su volumen complementario, The Corpus of Clandestine Literature in France, 1769-1789, Nueva York, 1995. La técnica del muestreo y el problema del sesgo inherente a las fuentes se discuten en estos volúmenes.

10 Como estudios ejemplares, véase Roland Barthes, Mythologies, París, 1957 [Mitologías, Siglo XXI, México, 1980]; Clifford Geertz, Negara: The Theatre State in Nineteenth-Century Bali, Princeton, Nueva Jersey, 1980 [Negara: El Estado-teatro en el Bali del siglo XIX, Paidós, Barcelona, 1999], y Jacob Burckhardt, La cultura del Renacimiento en Italia, Porrúa, México, 1984.

11 Los científicos sociales han propuesto varias definiciones de mito y folclor. Aunque los conceptos con frecuencia se traslapan en el uso común, el mito tiende a connotar una creencia acerca de algo trascendental o profundamente significativo como el origen del mundo, mientras que el folclor tiene que ver con la cultura expresiva vinculada con temas mucho más seculares como los acertijos o las historias sobre timadores (tricksters). Véanse los ensayos “Folklore” y “Myth” en Neil J. Smelser y Paul B. Bates, eds., International Encyclopedia of the Social and Behavioral Sciences, Ámsterdam, 2001, vol. 8, pp. 5711-5715, y vol. 15, pp. 10273-10278. He utilizado ambos términos. “Folclor” parece más apropiado para el tema de los libelos, pero “mito” transmite su perspectiva general sobre la naturaleza elemental del sistema político.

PRIMERA PARTELIBELOS ENTRELAZADOS

I. EL GACETILLERO ACORAZADO

AL ENFRENTARSE a la primera de las cuatro ilustraciones presentadas al inicio de este libro, uno podría plantearse una pregunta que pertenece al comienzo de cualquier investigación, según una formulación atribuida a Erving Goffman: ¿qué pasa aquí?

El frontispicio se publicó al otro lado de la portada de Le Gazetier cuirassé ou anecdotes scandaleuses de la cour de France, uno de los libelos más escandalosos y mejor vendidos del Antiguo Régimen. Muestra la manera en que un libelista elegía representarse a sí mismo: un gacetillero acorazado que dispara cañonazos en todas direcciones, especialmente contra las figuras amenazantes en los cielos. Aunque destaca como una imagen particularmente dramática de un escritor del siglo XVIII, es difícil descifrarla, quizá con toda intención, porque el libro estaba destinado a ser provocador. Utiliza dos estrategias básicas para atrapar y retener la atención de sus lectores: los escandaliza al difamar a los grandes y los entretiene al esconder las calumnias tras alusiones que tienen que descifrarse.

La primera edición de Le Gazetier cuirassé se publicó en 1771, en el punto más alto de la crisis política más importante del régimen de Luis XV.1 El canciller René Nicolas de Maupeou reorganizó el sistema judicial a través de un golpe de Estado, lo suficientemente espectacular como para que sus contemporáneos lo llamaran una “revolución”, que destruyó el poder político de los parlamentos (las altas Cortes, con frecuencia opuestas a las políticas del rey) y eliminó los obstáculos principales para el ejercicio del poder real. Con el apoyo de la amante del rey, Jeanne Bécu, condesa du Barry, Maupeou y sus compañeros ministros, Emmanuel Armand de Vignerot, duque d’Aiguillon, y el abate Joseph Marie Terray, gobernaron Francia con mano de hierro hasta la muerte del rey en 1774. Las protestas se desbordaron, muchas de ellas en forma de libelos; hubo tantos libelos dirigidos en contra de Maupeou que se les conocía colectivamente como “Maupeouana”. Le Gazetier cuirassé se distinguió como el ejemplo más atrevido y desvergonzado de este tipo de literatura clandestina.

FIGURA I.1. Le Gazetier cuirassé, portada de la edición de 1771 (copia privada).

La primera edición era una impresión burda, hecha sobre papel barato sin frontispicio. La portada anunciaba el carácter del libro: agasajaría al lector con anécdotas escandalosas y estallaría contra las figuras más importantes en Francia desde la seguridad de un lugar designado por su dirección: “Impreso a cien leguas de la Bastilla, bajo el Signo de la Libertad”. Un subtítulo, añadido en la segunda edición, especificaba que las anécdotas relatarían “noticias”, pero noticias de un tipo muy peculiar: “políticas”, “apócrifas”, “secretas”, “extraordinarias”, “enigmáticas” y “transparentes”, así como también obscenas, pues se incluía bastante material sobre mujeres de escasa virtud. Este tipo de periodismo parece ajustarse al género de la chronique scandaleuse y presumía su carácter sedicioso; y, sin embargo, tenía un tono extrañamente lúdico. ¿A qué se refería el gacetillero con la “miscelánea confusa acerca de asuntos muy precisos” anunciada en el subtítulo? ¿Estaba jugando con el lector? ¿Y por qué adoptaba ese tono burlón para discutir una crisis política tan seria y urgente como la que recientemente envolvía a Francia? Había algo desconcertante acerca de este libelo.

Ingresado de contrabando a Francia, reimpreso y pirateado varias veces, Le Gazetier cuirassé tuvo tanto éxito, un succès de scandale, que para 1777 le incorporaron un frontispicio elaborado y algunos materiales complementarios que revelaban el funcionamiento interno de la Bastilla.2 Las ediciones posteriores continuaron utilizando la dirección desafiante, que identificaba a Francia con el despotismo simbolizado por la Bastilla, en contraste con Inglaterra, a cien leguas de distancia, donde se imprimía “bajo el Signo de la Libertad”.

La portada de la edición de 1777 parece arcaica para el ojo moderno. Está colmada de texto. La tipografía echa mano de por lo menos ocho fuentes distintas, incluidos caracteres en cursivas y redondas, mayúsculas y minúsculas, organizados en combinaciones abigarradas. Los espacios y el uso de interlineados crean patrones complejos, de tal manera que la mirada del lector baila dentro y fuera de los márgenes, y hacia arriba y hacia abajo de la página, en respuesta a la configuración del material impreso. Leer las frases de esta portada es como si se contemplara una fachada rococó en un edificio o una pintura de Boucher. El diseño es al mismo tiempo juguetón y provocativo, como lo es también el frontispicio de la página opuesta (fig. 1). Desafía al lector a que descifre sus detalles y desentrañe su significado general.

La leyenda en latín en la parte baja del frontispicio es la primera pieza del rompecabezas. Un lector educado habría sido capaz de descifrar lo suficiente como para reconocer que celebraba el poder que tenía el gacetillero de destruir a sus objetivos.

Etna provee de estas armas volcánicas al hombre imperturbable,

Etna que derrotará la furia loca de los gigantes.3

Sin embargo, un epigrama en latín y verso heptámetro parece estar fuera de tono como punto de entrada a una obra de descarada difamación. Parece estar dirigido a un lector lo suficientemente sofisticado como para leer latín y reconocer el mito al que evoca, una historia acerca del titán rebelde Tifón, que intentó atacar el reino de Zeus levantando el monte Etna y lanzándolo a los cielos. Zeus respondió lanzando una serie de rayos que atraparon a Tifón bajo el Etna, donde permanece hasta ahora, escupiendo lava y humo. A pesar de su armadura anacrónica, el gacetillero evidentemente se consideraba a sí mismo un héroe emanado del mismo molde que el de los antiguos. En lugar de identificarse con los dioses, sin embargo, los trataba como sus adversarios, “gigantes” que lanzaban rayos mientras él asumía la posición de Tifón y respondía con cañonazos volcánicos. Él era el héroe, el “hombre imperturbable” comandando un ataque en contra de las fuerzas malignas en las alturas.

Las iniciales en la parte superior del frontispicio muestran quiénes eran los villanos, aunque identificarlos precisa resolver un poco más del acertijo. Si fueron capaces de descifrar la escritura intrincada y relacionarla con los personajes más elevados en Versalles, los lectores del siglo XVIII se habrán dado cuenta de que la DB en la parte superior izquierda corresponde a Du Barry, la SF junto a ella a Saint-Florentin, y la DM del lado derecho a De Maupeou. En 1771, cuando se publicó la primera edición del libro, la condesa Du Barry estaba en el punto más alto de su influencia como amante de Luis XV. Luis Phélypeaux, conde de Saint-Florentin, más tarde duque de La Vrillière, ejercía su autoridad sobre la Bastilla y despachaba lettres de cachet (cartas con órdenes de encarcelamiento o destierro provistas con el sello real) en su papel como ministro a cargo de la Maison du Roi y el Département de Paris. Y el canciller Maupeou había echado a andar la “revolución” al interior del sistema de poder al destruir la capacidad que tenían los parlamentos para limitar la autoridad del rey rehusándose a registrar los decretos reales.

FIGURA I.2. Le Gazetier cuirassé, portada de la edición de 1777 (copia privada).

Las imágenes debajo de las iniciales identifican a los tres principales villanos de manera un poco más explícita. La imagen del barril a la izquierda es un pictograma que denota a la amante del rey. (En el siglo XVIII, como ahora, la letra final en baril no se pronunciaba, lo que daba a los libelistas infinidad de oportunidades para mofarse de du Barry.)4 Una típica nouvelle de un párrafo o una anécdota algo noticiosa en el texto sirve para ilustrar estas difamaciones comunes: “Una estatua ecuestre de uno de nuestros reyes [es decir, la estatua de Luis XV erigida en 1763 en lo que ahora es la Plaza de la Concordia] fue hallada cubierta de la suciedad de un barril que le fue volteado encima, y ésta la embarra hasta los hombros. Los perpetradores de este hecho eligieron un barril de aquellos usados en las zanjas del drenaje de París”.5 De la cabeza de Saint-Florentin emergen serpientes como de Medusa que escupen rayos acompañados de lettres de cachet. El cachet o sello se ve claramente en las cartas como una forma oval, junto con la frase “et plus bas Phélypeaux” (“y más abajo Phélypeaux”), la fórmula usual en estos documentos, que incluían la firma del rey (con frecuencia realizada por algún secretario) y, al final, la firma del ministro (en este caso Phélypeaux, el nombre de pila del conde de Saint-Florentin) que enviaba la orden de arresto.

La cabeza del canciller Maupeou también escupe rayos, como para mostrar su intención de obliterar (foudroyer) cualquier oposición a sus despóticas medidas. Como a Madame du Barry, a lo largo del texto también se ridiculiza a Saint-Florentin y Maupeou, junto con el duque d’Aiguillon, el abate Terray y otras figuras clave en el gobierno. Al escribir en el momento más explosivo de la crisis de Maupeou, el libelista pretendía dramatizar la amenaza del despotismo y su propia respuesta ante ella, porque el héroe del libro es él. El frontispicio lo muestra disparando copias del libro como si fueran balas de cañón y metralla dirigidas contra los poderes malévolos de la monarquía.6

Esta dramatización de sí mismo se extiende a lo largo de las primeras páginas del libro, especialmente en su dedicatoria, que parodia el estilo obsequioso de las dedicaciones dirigidas a los patronos.

Epístola dedicatoria

a MÍ

Mi querida Persona,

¡Regocíjese en su gloria sin preocuparse por ningún peligro! Estará expuesto a ellos, claro, a causa de todos los enemigos de su patria. Afilará su furia y duplicará su ferocidad. Pero debe saber, mi querida Persona, que al revelar los inicuos misterios perpetrados en los rincones oscuros y secretos de su conciencia, usted está haciendo justicia a los inocentes… Haga temblar a aquellos monstruos crueles cuya existencia es tan odiosa y tan nociva para la humanidad…

Lo conozco lo suficiente como para temer que se relajen sus principios. Su determinación es garantía de que nunca se desviará de ellos. En este parecer, mi querida Persona, soy,

Su más humilde y devoto servidor,Yo mismo

El empuje político del libro es inconfundible: su blanco son las principales figuras en el gobierno francés y los actos despóticos que se estima que perpetran. No obstante, la retórica desbordada y autocelebratoria está minada por un tono de bufonería que se acerca al cinismo. A la mitad del texto el autor deja de lado la pose de gacetillero heroico y adopta la del “filósofo cínico”. Entonces dispensa incontables anécdotas sobre prostitutas y sus clientes aristócratas. Describe estas historias como “noticias” y las cuenta en párrafos cortos y lapidarios, similares a los flashes informativos del moderno periodismo sensacionalista y los programas de radio. No hay una narrativa que enlace las anécdotas: aparecen en desorden, una tras de otra, sin un tema que las conecte, a no ser por la noción general de podredumbre moral que carcome a las capas más altas de la sociedad. La mayoría, especialmente las de la sección dedicada a las “noticias de la Ópera, de las vestales y matronas de París”, no tienen repercusión política. Parecen estar ahí sólo para escandalizar, entretener o excitar al lector. Muchas son obviamente ficticias; muchas, pero no todas, ni totalmente: la mezcla de hechos e invenciones les da un sabor peculiar a las noticias que aparecen en los libelos, al contrario de los reportes veraces pero censurados en la Gazette de France oficial. Es menester del lector separar los hechos de los rumores. El autor lo dice con su acostumbrado descaro en un prefacio: “Debo advertir al público que algunas de las noticias que presento como verdaderas son, en su mayoría, probables, y que entre ellas hallarán algunas cuya falsedad es obvia. No me he preocupado por separarlas: es menester de la gente de la alta sociedad, quienes saben lo bastante de verdades y mentiras (por su uso frecuente de ambas) para juzgar y elegir”.

Más una incitación que una advertencia, el prefacio alertaba a los lectores acerca de lo que podían esperar del libro, y la manera en la que debían leerlo. También les daba un cierto papel: debían pensarse como sofisticados, gens du monde, capaces de escarbar entre los chismes para hallar las pepitas de verdad. Le Gazetier cuirassé les daba juegos que jugar. Claro, los horrores del gobierno francés provocarían muchos escalofríos, pero el libro también entretendría. Podía ser disfrutado como un acertijo, como uno de los juegos de palabras tan populares en las revistas literarias de la época. En lugar de identificar a sus víctimas abiertamente, el autor anónimo imprimía sólo las primeras letras de sus nombres, seguidas de puntos suspensivos o de sus títulos, siempre en cursivas, y al exhibir su vida privada sólo levantaba una parte del velo. Era el lector quien debía proveer la información faltante, reconocer las claves, descifrar las alusiones y extraer la verdad al interior de cada anécdota.

Las anécdotas no serían efectivas si fueran producto únicamente de la fantasía; los libelos eran más efectivos cuando trataban con medias verdades. El libelista con frecuencia les recordaba a sus lectores que recurría a un inventario de información sólida y la distorsionaba después, movido por el espíritu de juego. En una nota al pie después de una anécdota sobre una enfermedad venérea que Madame du Barry transmitió al rey, aclara: “Esta aventura bien puede no ser totalmente cierta, pero me aseguran que no es completamente falsa”.7 El libro está compuesto de noticias, pero noticias con un giro favorable a la imagen del autor, y al reconocer que ha decorado la verdad, el libelista en realidad hace que su mensaje sea más insidioso porque reta al lector a jugar un juego que sólo se gana descubriendo las claves que llevan a los datos duros situados al fondo de las historias. ¿De dónde saca sus datos? El gacetillero no revela sus fuentes, pero libelos subsecuentes indican que tenía informantes en Versalles. Se dice que uno era una mujer llamada De Courcelles, que poseía información tan comprometedora que a veces no aceptaba confiarla por correo y se la entregaba a él personalmente en Londres.8

FIGURA I.3. Le Gazetier cuirassé, detalle del frontispicio donde se muestra una carta con el sello real (copia privada).

Los siguientes ejemplos, todos de una página en la primera sección del libro, titulada “Noticias políticas”, muestran cómo operaba esta retórica.

Al primer alguacil del viejo Parlamento le fue ofrecida la posición de primer presidente en el nuevo [es decir, en la Corte subordinada con que Maupeou había sustituido al viejo Parlamento de París]; la rechazó.

El presbítero… y el duque d’Aiguill… dominan al r… a tal punto que sólo le permiten acostarse con sus amantes, acariciar a sus perros y firmar contratos de matrimonio.

Las prostitutas de París le han presentado tantas protestas a madame Du Barry en contra del sargento de policía que éste tiene prohibido poner pie en ningún b…9

Las dos primeras anécdotas no debían tomarse literalmente, pero ilustran algunas actitudes difundidas entre el público parisino: desdén por la Corte creada por Maupeou para remplazar al Parlamento de París y desagrado ante la disposición del rey a ser manipulado por sus ministros. La tercera anécdota se basa un poco en hechos: Madame du Barry había sido prostituta.10 El libro usaba esta información para urdir una historia acerca de su solidaridad con sus antiguas colegas, expresada a través de prohibirle al policía entrar a cualquier burdel. Una nota al pie hace explícito este punto, al señalar que les extendía su “gracia” a todas las prostitutas que alguna vez le hicieron compañía.

En el libro abundan las notas al pie. Están relacionadas con las anécdotas, cada una de las cuales ocupa un párrafo separado en el texto; la composición de las páginas, entonces, anima a que el lector mueva los ojos de arriba a abajo, saltando de una frase provocadora a otra. Algunas veces las notas ayudan a que el lector descifre los nombres y comprenda el chiste de las anécdotas, pero la mayoría de las veces añaden fuerza al incluir material más escandaloso, tan ambiguo como las afirmaciones en el texto. Incluso intentan engañar al lector burlándose de sí mismas. Una nota dice: “La mitad de este artículo es cierta”.11 ¿Qué mitad? Eso le corresponde decidirlo al lector.

Con frecuencia, en la época de Luis XV los libelos estaban destinados a entretener a sus lectores al tiempo que difamaban a sus víctimas. Leerlos era participar en un juego. Como sucede con las novelas en clave (romans à clef), otro género predilecto, que generalmente eran libelos disfrazados de novelas, el juego consistía en identificar a los personajes cuyos nombres estaban ocultos, comúnmente con puntos suspensivos. En una edición de Le Gazetier cuirassé, las notas aparecen en la parte final del libro con el título “Clave para las anécdotas y las noticias”, haciendo evidente el género de roman à clef.12 El atractivo de los libelos para los lectores del siglo XVIII iba más allá del impacto del murmurador; era también un asunto de descifrar enigmas, resolver misterios, decodificar pictogramas, entender chistes y solucionar acertijos.

Los acertijos presentados anteriormente eran fáciles de resolver. Pero el juego de adivinar se hacía cada vez más difícil a medida que el autor llevaba a sus lectores “detrás de los secretos de las escenas, que revelaré al correr el velo”.13 Por ejemplo: “Se dice sotto voce que la condesa de la Mar…, enfrentada con la imposibilidad de hacerse de príncipe, ha decidido hacerse de un pequeño obispo, y que recibió en esa ocasión la bendición del coadjutor de Reims, quien es el prelado francés más confiable para este tipo de cosas seguido de Monsieur de Montaz… y el príncipe Luis”.14

Se esperaba que la mayoría de los lectores reconocieran el mensaje anticlerical, que contaba cómo la mujer de un conde lo engañaba con un príncipe de la Iglesia, y muchos habrían podido completar lo que faltaba de los nombres: la condesa de la Marck y el arzobispo de Lyon, de Montazet. Una nota al pie, no obstante, extendía las procacidades sacrílegas aún más: “Los tres prelados referidos aquí son aquellos que están más cercanos al cardenal de Bernis, quien tomó y destiló doce huevos frescos en doce ocasiones distintas en un periodo de tres horas”. La referencia a la famosa vida sexual del cardenal Bernis en Roma es inconfundible, pero ¿a qué alude esa docena de huevos? Quizá se refiere al tipo de comportamiento escandaloso que aparece en otro libelo en contra de Maupeou: Oeufs rouges; quizá sugiere que Bernis desfloró a una docena de vírgenes en tres horas, imponiendo con eso un récord en los anales del sexo entre el clero francés, aunque en otra parte del texto aparecía como un homosexual que prefería copular con cardenales.15 Se decía que Maupeou, en cambio, prefería a los jesuitas, un tema que le daba al libelista ocasión para asociar la sodomía con los rumores de que el gobierno planeaba restituir a la Compañía de Jesús, que había sido disuelta en 1764.16 Las ambigüedades y las sugerencias volvían más estimulante el texto, pero algunas veces era imposible desentrañarlas, incluso en las notas al pie que acompañan a las anécdotas y que, aparentemente, las explican. Aun así, al ir de las notas al pie al texto, y al relacionar una anécdota con otra, los lectores del siglo XVIII probablemente podían entender la mayoría de los chistes. Aquellos que no se pudieran entender servían como un indicador de misterios más profundos todavía por resolverse. Las dificultades incrementaban el placer del juego; y conforme se iba haciendo más difícil, los lectores tenían la sensación de estar adentrándose cada vez más en los secretos más oscuros del Estado.

Cuando exhibía los misterios del arte de gobernar en lugar de la vida sexual de los clérigos, el juego se convertía en algo sedicioso, no revolucionario: Le Gazetier cuirassé nunca llamó a derrocar al régimen ni imaginó la posibilidad de un cambio fundamental en el orden político. Como muchos panfletos anteriores a 1789, denunciaba el despotismo ministerial. Mezclados con las bromas y acertijos, presentaba algunos ataques frontales y serios en contra del gobierno de Maupeou; pero este mensaje evidente no debe ser desestimado como simple propaganda, producto de las políticas cortesanas del siglo XVIII.17 Es innegable que el libelista dirigía la mayor parte de sus calumnias a los ministros en el poder, y mostraba simpatía por sus oponentes, simpatizantes del exiliado duque de Choiseul. Pero de pronto lanzaba un golpe en contra de los choiseulistas,18 y hacía objeto de todo el escarnio a los grandes: colegas, generales, jueces, cortesanos, clérigos, hombres de mundo e incluso hombres de letras, entre los que estaban Voltaire, d’Alembert y la Académie Française completa. Vistas como un todo, las anécdotas se unen como las piezas de un mosaico, y transmiten la imagen de una sociedad corroída por la incompetencia, la inmoralidad y la impotencia. La inhabilidad de los aristócratas para propagar su linaje era uno de los temas favoritos del libelista, así como las enfermedades venéreas transmitidas de los burdeles a la Corte. Madame du Barry encarnaba esta cadena de transmisión: en tanto que era una arpía plebeya y una vieja prostituta que supuestamente tenía al rey bien apergollado, personificaba las transgresiones de las jerarquías de género y sociales que hacían que Versalles apareciera como la fuente de las ofensas para las sensibilidades del siglo XVIII. El escarnio en contra de la Corte se extendía al rey mismo. Dominado por mujeres depravadas, manipulado por ministros corruptos e incapaz de mantener el estatus de Francia entre las naciones de Europa, Luis XV parecía alguien despreciable, la antítesis de su predecesor, Luis XIV, el Grande. Y su sucesor, el futuro Luis XVI, ni siquiera podía concebir a un heredero.19

FIGURA I.4. Le Gazetier cuirassé, la composición de una página típica (copia privada).

Aunque no expresaba simpatía por la causa republicana, Le Gazetier cuirassé sobajaba los símbolos que habían creado un aura sagrada alrededor de los monarcas franceses: el cetro, el trono, el cuerpo mismo del rey, corrompido por la viruela y drenado de su virilidad.20 En algún punto el gacetillero incluso atacó el fundamento religioso de la monarquía: “Los reyes de Francia están obligados a probar su origen divino mostrando el contrato que el Padre Eterno firmó con ellos”.21 Y las ediciones posteriores incluían un suplemento que exhibía los horrores de la Bastilla —las celdas aisladas, los muros gruesos, el frío que cala, la oscuridad aterrorizadora, las ratas y lagartijas, los olores fétidos, la comida repugnante—, espectáculo “que clama por una venganza ante Dios y los hombres”.22 Esta protesta se ajustaba a un leitmotiv que recorría toda la literatura de la calumnia: la monarquía francesa había degenerado en despotismo. Apareció en Le Gazetier cuirassé mucho antes de que obras como Mémoires sur la Bastille (1783) de Simon-Nicolas-Henri Linguet hicieran de la Bastilla el mito que encarnaba todo lo que los franceses temían y odiaban sobre su sistema político. Aun así, la retórica radical estaba plagada de agudezas subidas de tono y jocosidades. Para el lector moderno, la mezcla parece incongruente. ¿Cómo reaccionaron a ella los lectores del siglo XVIII?

No lo sabemos. Como sucede con la mayoría de las obras del siglo XVIII, hay muy poca información sobre la recepción que tuvo Le Gazetier cuirassé entre los lectores comunes. Pero puede apreciarse el impacto del libro a partir de la respuesta de un lector extraordinario: Voltaire. Los libros del mismo Voltaire habían escandalizado al público lector a lo largo de Europa. Éstos circulaban también de manera clandestina y habían sido prohibidos y quemados. Sin embargo, para Voltaire nada tenían en común con Le Gazetier cuirassé, que lo horrorizaba: “Una obra satánica acaba de aparecer en la que todos, desde el monarca hasta el último ciudadano, son insultados furiosamente, en la que las calumnias más atroces y absurdas esparcen un veneno terrible sobre todo lo que uno quiere y respeta”.23

La respuesta de Voltaire, sin embargo, merece un comentario. Al contrario de la mayoría de los demás filósofos, Voltaire apoyaba el trabajo de ministro de Maupeou y secundaba la destrucción de los parlamentos por considerarla una victoria sobre los poderes de la superstición y la intolerancia que habían condenado tanto a sus libros como a víctimas inocentes de la justicia mal aplicada, como Jean Calas. Además, Le Gazetier cuirassé difamaba a Voltaire mismo. El gacetillero lo tachaba de sodomita y luego iba más allá al consignar que Voltaire había acusado a Fréron de ese mismo vicio.24 Con frecuencia Voltaire lanzaba epítetos como “sodomita” a sus enemigos, quizá incluso a Federico II (una referencia en el Cándido al comandante de los “Bulgares” es probablemente una alusión a la homosexualidad de Federico). Entonces ¿podemos también considerar a Voltaire un libelista?

Aunque la pregunta suena injuriosa, no hay manera de negar que Voltaire usaba la calumnia en sus obras polémicas. Durante 1759-1760, cuando a los filósofos los atacaban por todos lados —la Iglesia, el Parlamento de París, el Consejo del Rey e incluso la Comédie Française, por no mencionar a toda una serie de panfletistas deseosos de aprovechar el ánimo represivo en Versalles después del intento de asesinato de Luis XV por parte de Robert François Damiens—, d’Alembert le pidió ayuda a Voltaire. Los filósofos de París tenían la espalda contra la pared, escribió. Voltaire, como su comandante en jefe, debería auxiliarlos con un alud de panfletos que él podría producir desde la seguridad de su retiro cerca de la frontera ginebrina en Ferney. Voltaire accedió y comenzó a reunir sus municiones. Busquen fango sobre los escritores ubicados en el campo enemigo, instruyó a sus agentes en París. ¿No había algo de manipuleo lúbrico y secreto relacionado con la intervención del arzobispo de Lyon en favor de las enfermeras de hospital? ¿Qué jesuita del Collège Louis le Grand era el más conocido por tomarse libertades con los estudiantes? “Exhibir a los canallas es buena cosa”, escribió Voltaire. Pedía “anécdotas”, el ingrediente esencial de todos los libelos, desde sus propias Anecdotes sur Fréron hasta best sellers como Anecdotes sur Mme la comtesse du Barry.25 D’Alembert respondió con un relato sobre la manera en que Abraham Chaumeix contrajo una enfermedad venérea en la Opéra comique y cómo el abate Nicolas Trublet seducía a sus fieles desde el confesionario.26 Cuando hubo acumulado suficiente información de este tipo, Voltaire la convirtió en obuses de obras anónimas que disparó desde Ferney. Éstos ayudaron a cambiar la opinión pública en 1760, y siguió disparándoles así a los enemigos de la Ilustración hasta su muerte en 1778.27 De hecho, Voltaire produjo obras difamatorias desde el inicio de su carrera: lo vincularon (erróneamente) con los libelos en contra del regente (en especial el venenoso Philippiques, escrito por François Joseph de La Grange-Chancel), y esto llevó a su primer encarcelamiento en la Bastilla en 1717. No obstante, en las batallas literarias y políticas del siglo XVIII hay difamaciones por doquier, lo mismo que en las mazarinadas del siglo XVII, las Flugschriften de la Reforma, las pasquinadas del Renacimiento y géneros similares que datan de la antigüedad. No es que toda esa literatura pueda interpretarse como difamatoria sino que los libelos expresaban un estilo polémico generalizado. En Ferney Voltaire utilizó las mismas tácticas que el libelista que lo atacó. Detrás de Le Gazetier cuirassé hay una vasta literatura que merece ser rescatada del olvido en que ha caído. Una manera de comenzar es planteando la pregunta: ¿quién era el gacetillero acorazado?

1 Para un panorama experto del reinado completo, véase Michel Antoine, Louis XV, París, 1989. Sobre la crisis de 1770-1774, dos obras del siglo XIX siguen siendo fundamentales: Jules Flammermont, Le Chancelier Maupeou et les parlements, París, 1885, y Marcel Marion, La Bretagne et le duc d’Aiguillon, París, 1898. Las polémicas ideológicas iniciadas por la “Revolución” de Maupeou se discuten en Durand Echeverria, The Maupeou Revolution: A Study in the History of Libertarianism, France, 1770-1774, Baton Rouge, 1985, pero ese estudio será superado por la obra próxima de Shanti Marie Singham basada en su tesis de doctorado en la Universidad de Princeton, “‘A Conspiracy of Twenty Million Frenchmen’: Public Opinion, Patriotism, and the Assault on Absolutism During the Maupeou Years, 1770-1775”, presentada en 1991.

2 He identificado seis ediciones de Le Gazetier cuirassé, dos de 1771, una de 1772, una de 1777, una de 1785 y una de 1790, pero probablemente hubo varias más, la mayoría piratas. La que estimo es la primera edición, una obra mal impresa en papel barato de 1771, no tiene un frontispicio. Una copia de otra edición de 1771 en la Bibliothèque Nationale de France, Lb38.1270, está impresa con más cuidado e incluye el elaborado grabado del frontispicio que aparece en las ediciones subsecuentes. Las ediciones posteriores incluyen tanto el frontispicio como el nuevo material sobre la Bastilla. Es algo engañoso referirse a las ediciones “piratas”, ya que la edición original no tenía copyright ni privilegio ni aspiraciones de legalidad. El Ministerio del Exterior francés supo de una edición impresa en Ginebra y exigió a las autoridades ginebrinas que castigaran al impresor. Véase Theodore Besterman, ed., The Complete Works of Voltaire: Correspondence and Related Documents, Banbury, 1975, vol. 38, p. 197.

3 Agradezco a Denis Feeney por su ayuda para traducir del latín al inglés.

4 Véase “Baril” en Le Grand vocabulaire français, París, 1768, vol. 1, p. 147: “Le l final est muet devant une consonne; mais il se fait sentir devant une voyelle” [“La l final es muda delante de una consonante; pero se hace perceptible delante de una vocal”]. Véase también André Martinet y Henriette Walter, Dictionnaire de la prononciation française dans son usage réel, París, 1973, p. 129.

5Le Gazetier cuirassé ou anecdotes scandaleuses de la cour de France, 1777, p. 54. Una nota al pie en la misma página hizo más clara la alusión: “Si ce casque royal avait été ombragé de tous les panaches que la comtesse aurait pu y ajouter, le piédestal se serait écroulé à coup sûr” [“Si a ese casco regio lo hubiera oscurecido la capa de todas las plumas que la condesa hubiera podido agregarle, de seguro el pedestal se habría derrumbado”]. Para más juegos de palabras con baril, véase p. 32. Por razones de conveniencia, las citas están tomadas de la edición de 1777, aunque el estilo de frasear es el mismo que en las ediciones de 1771.

6 La obra que considero como la segunda edición de 1771 contiene una “explication du frontispice” en el reverso de la página de la portada: “Un homme armé de toutes pièces et assis tranquillement sous la protection de l’artillerie qui l’environne, dissipe la foudre et brise le [sic] nuages qui sont sur sa tête à coups de canon. Une tête coiffée en méduse, un baril, et une tête à perruque sont les emblèmes parlants des trois puissances qui ont fait tant de belles choses en France. Les feuilles qui voltigent à travers la foudre au-dessus de l’homme armé sont des lettres de cachet dont il est garanti par la seule fumée de son artillerie, qui les empêche d’arriver jusqu’à lui. Les mortiers auxquels il met le feu sont destinés à porter la vérité sur tous les gens vicieux qu’elle écrase, pour en faire des exemples” [“Provisto de armas de toda especie y sentado apaciblemente bajo el amparo de la artillería a su alrededor, un hombre disipa el rayo y despedaza las nubes que tiene encima a golpes de cañón. Una cabeza cubierta de medusas, un barril y una testa con peluca son los emblemas parlantes de los tres poderes que tantas cosas bellas han hecho por Francia. Las hojas que revolotean alrededor del rayo situado encima del hombre armado son cartas con el sello real; éstas quisieran descender hasta donde se encuentra él, pero basta el humo de su artillería para ponerles un obstáculo. Los morteros que aprovisiona de fuego están destinados a lograr que la verdad se aproxime a todas las personas viciosas y, así, las aplaste, imponiéndoles un castigo ejemplar”]. Esta explicación no está en las ediciones posteriores, probablemente porque los lectores debían descifrarlo por sí solos.

7Le Gazetier cuirassé…, op. cit., p. 44.

8 Pelleport, Le Diable dans un bénitier, et la métamorphose du Gazetier cuirassé en mouche…, op. cit., París, 1783, pp. 37, 79.

9Le Gazetier cuirassé…, op. cit., p. 31.

10 Véase Erica-Marie Benabou, La Prostitution et la police des moeurs au XVIIIe siècle, París, 1987, pp. 257-259. Esta sólida obra de historia social traspasa las leyendas alrededor de Madame du Barry y las otras mujeres procuradas para Luis XV, varias de ellas prostitutas.

11Le Gazetier cuirassé…, op. cit., p. 34.

12Ibid.,