El dominio de los sueños - Javier Tapia - E-Book

El dominio de los sueños E-Book

Javier Tapia

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Beschreibung

Como acto fisiológico, el dormir es tan indispensable como el comer o el respirar, pues hacerlo repara nuestro organismo y nuestro cerebro de los esfuerzos de la vida diaria, con la curiosidad de que además de dormir, soñamos, y al soñar reparamos los vacíos del alma, conectamos con los ausentes, volamos, vemos el futuro, recuperamos el pasado, mejoramos el presente y viajamos a través del tiempo y el espacio de manera inmediata, porque en el mundo de los sueños no hay restricciones físicas ni temporales que nos aten y limiten. Soñamos de manera natural, como todos los animales, pero también podemos programar y dominar nuestros sueños para que completen nuestra realidad, y viceversa, es decir, que podemos programar y dominar nuestra realidad para que completen nuestros más anhelados sueños. Entremos, por tanto, al dominio de los sueños.

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© Plutón Ediciones X, s. l., 2023

Diseño de cubierta y maquetación: Saul Rojas

Edita: Plutón Ediciones X, s. l.,

E-mail: [email protected]

http://www.plutonediciones.com

Impreso en España / Printed in Spain

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del «Copyright», bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos.

I.S.B.N: 978-84-19651-30-3

Para todas ellas, mis musas,

porque cada una ha sido

el mejor de mis sueños posibles e imposibles.

Introducción: Del diccionario a la realidad

¿Tú sueñas? o, mejor dicho, ¿te acuerdas de tus sueños? porque, de hecho, todos soñamos, ya sea dormidos o despiertos, lo que pasa es que a menudo nos olvidamos de nuestros sueños.

En El mensaje está en los sueños, obra que precede a la presente, señalamos que hasta los animales sueñan, tienen pesadillas, «hablan en sueños» y presentan REM (rapid eye movement, o movimiento rápido de los ojos) tras sus párpados mientras duermen, pero se nos quedaron muchas cosas por comentar, sobre todo la cuestión de programar y dominar los sueños, y de ahí la aparición de este libro. Por tanto, no pienses ni por un momento que no sueñas, y si crees que no lo haces, es simplemente porque no te acuerdas de ellos y tienes la sensación de haber pasado varias horas completamente en negro.

¿Por qué hay gente que no se acuerda de sus sueños? ¿Por qué hay gente que tiene la sensación de que no sueña? Quizá se deba a que las enseñanzas morales y religiosas de los últimos 150 años han pervertido nuestro sentido del tiempo, y con ello han logrado, además de mecanizarnos y hacernos esclavos del reloj, que nos olvidemos de soñar, y si seguimos en el mismo camino, muy pronto nos olvidaremos de compartir con los amigos, de gozar de la familia, de practicar el sexo, y, en fin, de hacer todas esas actividades estrictamente humanas que no tienen ningún rendimiento mercantil, dinerario o productivo (algo que ya está sucediendo gracias a las redes sociales y a la molicie humana).

Soñar no cuesta nada, pero puede salir muy caro, y no importa que al perder el sueño se pierda la salud, porque para el imaginario imperante es más importante un enfermo productivo que un improductivo sano.

Y si el caso es consumir y producir, producir y consumir, como el gran valor de nuestra época, queda muy poco espacio para el sueño.

No tenemos que dormir más de la cuenta, no podemos quedarnos dormidos, pero ¿por qué o para qué?, pues para no llegar tarde; pero ¿para no llegar tarde a dónde?: pues al trabajo, la cita, el cine, el teatro..., a donde sea, porque lo importante es hacer muchas cosas en poco tiempo y tener mucha prisa, como si el tener prisa y el estar siempre ocupados nos fuera a dar algo más que más compromisos y más prisas, dejándonos sin tiempo para pensar, reflexionar, disfrutar y soñar. Sin embargo, la realidad, la verdad objetiva, es que no tenemos que apresurarnos para nada, porque ya estamos aquí, donde teníamos que estar, en este mundo y en esta vida, y, al menos en este momento, no podemos ir físicamente más allá de estos límites: la vida y el mundo. Y, si no podemos ir más allá de estos límites, en realidad de qué nos sirve correr, trabajar, producir, angustiarnos, sufrir y olvidarnos de nuestros sueños.

Podríamos hacer lo necesario, simplemente lo justo y lo necesario, para vivir todos como reyes, y eso, con la tecnología actual, no nos llevaría ni dos horas de trabajo al día; con eso habría de sobra, y el resto del día o de nuestra vida lo podríamos dedicar a lo que más nos gustara, interesara o sedujera, desde la investigación científica hasta la creación artística, y desde la simple y sana pereza hasta el ejercicio físico más intenso; y, por supuesto, tendríamos todo el tiempo del mundo para darle cauce y rienda suelta a nuestros sueños, tanto a los que soñamos de noche como a los que soñamos despiertos.

Y no estoy hablando de una utopía desvelada ni de un mundo aburrido y gris de tan alegre y perfecto, sino de un mundo orientado en otro sentido, de la misma manera que se ha orientado en el sendero de la producción y la necesidad de consumir lo producido. En suma, no estoy hablando de un positivismo determinista que nos lleve al mejor de los mundos imposibles, en el que ya no se pueda avanzar en ningún sentido porque se ha alcanzado el máximo en todo, como vaticina Francis Fukuyama, o como señalaran Ionesco, Marcuse, Camus, Sartre y todos los amantes del absurdo como única salida al sinsentido de la vida y del mundo; estoy hablando simplemente de tener alternativas a la locura del falso racionalismo que no es otra cosa, en realidad, que un burdo engaño de las ideas y de los sentidos.

Francis Fukuyama: “La vida es un sueño absurdo.”

Estoy hablando de tener otras opciones a la democracia como el error impuesto por la mayoría, y de pasar del diccionario enciclopédico, racionalista e ilustrado sobre las bases de la herencia pecuniaria y la propiedad privada, a la realidad de nuestras propias vidas, de nuestros propios seres, de nuestros propios sueños, porque, al fin y al cabo, y desde que nacemos hasta que morimos, es en realidad lo único que tenemos: esa es la verdad y la realidad de todas las cosas, no nos tenemos más que a nosotros mismos, nada más, porque el resto solo son engaños que nos imponemos para evitar darnos cuenta que estamos aquí, en este mundo, y de que estamos vivos más allá de las leyes, la moral, el dinero, las posesiones y lo establecido.

El ser humano no ha llegado a su fin; no está agotado ni acabado en sí mismo, porque, entre muchas otras cosas y a pesar de todo optimismo y de todo pesimismo, aún sueña y aún está vivo, y lo hace en este planeta.

Todo empezó el día que nos dimos cuenta que moríamos, porque justo entonces tomamos consciencia de que estábamos vivos, que pensábamos, soñábamos y sentíamos, y determinamos que aceptábamos la muerte porque no nos quedaba más remedio, como Gilgamesh, pero que nos daba mucha rabia o mucho miedo morirnos, y de tener consciencia de la muerte pasamos de inmediato a tener consciencia de la vida, y en ese mismo instante empezamos a necesitar darle un sentido tanto a nuestra vida como a nuestra muerte, para no volvernos locos al haber obtenido la consciencia, porque la conciencia, es decir, la moral, vino después.

Según Viktor Frankl, si no le damos un sentido a la vida y la muerte, vivir y morir se convierten en actos estériles y vacíos, tan duros de afrontar, que tenemos que inventarnos mil cosas y subterfugios para olvidarnos de que, precisamente, solo nacemos y morimos, como cualquier animal, y que lo demás es pura y pasajera vanidad, una broma pesada y cruel que nos gastaron los dioses por los siglos de los siglos.

¿Y entonces de qué sirve soñar, qué sentido tiene? Me preguntarás, y yo te responderé, con mucho gusto, para conectarnos con otras realidades, para descansar, para abrir puertas al más allá y al más acá, y, lo más importante de todo, para que no se nos olvide que hay algo más, algo que le da sentido a nuestra vida y a nuestra muerte: la percepción de la existencia y el sentido de trascendencia, que está presente y es inherente a todo ser vivo.

Soñar nos demuestra que más allá de vanidades, propiedades, riquezas, miserias, dolores, penas, deseos y títulos, existimos.

Sí, soñar nos demuestra que existimos y trascendemos más allá de esta vida y de este mundo, del espacio y del tiempo, de la realidad y los pensamientos, de la identidad que hemos adoptado en esta vida y del ego.

Menos mal que la inmensa mayoría sigue soñando, dormida o despierta, porque, si mientras hay vida hay esperanza, mientras hay sueños hay la posibilidad de transformar el universo entero miles y millones de veces, tantas como nuestros propios sueños.

Lo único que hay que hacer, y es lo que propone este libro, es tomar consciencia de los sueños y entrar en sus terrenos con paso firme, para dominarlos en la medida de lo posible y así poder orientar nuestra vida física y darle un sentido ulterior y personal a nuestra existencia, más allá del nacimiento y de la muerte, más allá del espacio y del tiempo.

Javier Tapia Rodríguez

I: El sueño como acto fisiológico

Perdido en el camino

de los sueños,

encontré los mundos

más amables y risueños.

En una de mis novelas de humor, Gimnasia para perezosos, que escribí y publiqué cuando el humor estaba aún de moda en España, hice un elogio de la pereza, y aunque lo hice de una forma lúdica y espontánea, es decir, sin tener demasiado conocimiento del tema y por lo tanto sin profundizar en él, suscribo ahora, con un poco más de base, lo que escribí entonces: que la pereza es el estado natural de la humanidad, sobre todo después de haber comido.

Durante los últimos 250 años, como dice Thompson, la pereza ha sido un pecado, gracias a las prédicas de las diferentes confesiones judeocristianas tan adheridas como siempre al progreso de unos cuantos y al control social necesario para lograr que esto sea así; y durante los últimos diez o veinte años, cuando las confesiones religiosas han perdido peso específico delante de los diarios y la televisión, la pereza se ha convertido, simplemente, en algo políticamente incorrecto.

La paradoja viene de que, en nuestros días, cuando gozamos de una jornada laboral reducida y de un tiempo de ocio amplio, en el que se supone que podemos hacer un poco lo que nos dé la gana, además de consumir tal y como se nos programa, y dentro de ese «lo que nos dé la gana» podríamos incluir claramente a la pereza. Pero no, no lo hacemos, o, si lo hacemos, nos sentimos un poco culpables por no haber aprovechado el tiempo.

¿Y en qué aprovechamos el tiempo que nos sobra? Pues en trabajar más o en hacer mil y una actividades que nos alejen de la «malvada pereza».

«Vive la vida intensamente», nos dicen, como si no hubiera otra forma de vivir la vida, o como si un buen descanso no fuera una experiencia vital intensa.

«La ociosidad es la madre de todos los vicios», pregonaban los curas y los pastores de mediados del siglo XX, para advertirnos de lo peligrosa que podría resultar nuestra laxitud ante el desarrollo industrial y el progreso.

Es cierto que la humanidad está formada por el homo economicus, porque todos y cada uno de nosotros tiene necesidades que cubrir y debe organizarse, junto con su grupo o familia, para conseguir esas cosas que pueden paliar temporalmente sus necesidades, es decir, debe actuar y pensar económicamente para no pasar hambre. Sin embargo, una vez que se han cubierto las necesidades básicas, el resto del tiempo bien podríamos utilizarlo lúdicamente, paseando, charlando, jugando o durmiendo; pero no lo hacemos, o, si lo hacemos, siempre habrá quien nos recuerde que no nos esforzamos o que estamos desperdiciando el tiempo, como si el tiempo se pudiera asir de alguna manera.

Ni siquiera nos acordamos de que el sueño y el descanso forman parte de las más elementales necesidades básicas de la humanidad.

Comer.

Hacer el amor.

Excretar.

Respirar.

Y dormir.

Son los cinco pilares donde se fundamenta la humanidad, ya que, si no puede cubrir estas necesidades básicas, el ser humano cae irremediablemente enfermo, o muere.

En otras palabras, podemos afirmar que el sueño es una función fisiológica irrenunciable, y que descansar, holgazanear y dormir nos ayudan mucho a que el sueño transcurra plácidamente.

Robarle horas al sueño por el afán de saber más o tener más, a la larga solo nos reportará problemas físicos que harán que no podamos disfrutar ni de lo que sabemos y mucho menos de lo que creemos que tenemos.

Ahora mismo, yo, que alabo tanto a la pereza, al sueño y al descanso, estoy frente al ordenador, y estaré delante de este muchas horas más, robándole tiempo a mi descanso. La única ventaja que tengo es que me puedo permitir el lujo de soñar despierto mientras voy tomando notas, consultando libros o pulsando las teclas para escribir lo que pienso, y poder soñar, aunque sea despierto, es importante y sano, como veremos en el próximo capítulo.

De momento, para seguir un orden, nos quedamos con la importancia fisiológica del sueño, es decir, con lo que el dormir y el descansar le aporta a nuestro organismo.

— Dormir relaja los músculos y aminora las tensiones de articulaciones y huesos.

— El peso de la atmósfera se reparte mejor sobre nuestro cuerpo.

— Nuestras funciones orgánicas disminuyen su ritmo.

— Nuestras glándulas salivares actúan libremente, lo mismo que las lagrimales.

— El sistema nervioso central aprovecha el tiempo para poner el resto de la maquinaria a punto.

— Nuestras células se rejuvenecen.

— El sistema respiratorio se depura.

— Nuestros órganos entran en un estado latente.

— El cerebro revisa sus conexiones y repasa los estímulos que ha recibido durante la jornada, sin que nosotros tengamos que hacer ningún esfuerzo.

— Desde la punta del pie, hasta la coronilla, y desde las uñas hasta los cabellos, nuestro cuerpo y organismo entero se toma un respiro y carga baterías.

— Nuestros nervios fotosensibles, especialmente los de los ojos, que son los más sensibles a la luz y que están conectados hasta el fondo de nuestro cerebro, son los que más descansan al tiempo que se ejercitan.

— Las ondas electromagnéticas que produce nuestro cerebro se elevan, como si les dieran un masaje a las neuronas, y provocan los primeros estadios del sueño.

— Desconectamos de la realidad por lo menos durante seis o siete horas, o si dormimos las ocho reglamentarias, y nuestros sueños trascienden el espacio y el tiempo sin que nada ni nadie, ni siquiera nosotros mismos, les pongamos cortapisas, y entonces descansamos amplia y profundamente, mientras todo nuestro sistema se repara.

— El organismo se levanta pletórico, la mente está alegre, y nuestro ser consciente es capaz de afrontar el día positivamente si hemos dormido bien. Sin embargo, si hemos dormido mal, nos levantaremos de mal humor y el mundo se nos vendrá encima como una loza de realidad que apenas podemos soportar, y que, sin embargo, terminamos soportando porque no nos queda más remedio.

Una persona que duerme mal envejece más rápido y el carácter se le agría fácilmente.

Siempre está aturdida durante el día y tiene menos defensas para combatir cualquier enfermedad. Además, duerme mal durante mucho tiempo es una firme candidata para desarrollar dependencias, vicios, irritaciones y problemas psíquicos.

Porque dormir mal, consciente o inconscientemente, es reflejo de otra anomalía física, mental o emocional.

Iconografía de la Pereza, Cesare Ripa, 1613

¿Por qué no recordamos los sueños?

El cerebro establece mecanismos de protección ante cualquier anomalía física, anímica o psíquica, y uno de esos mecanismos es el olvido.

Muchas personas que creen que no sueñan y que, por tanto, no recuerdan sus sueños, suelen tener pesadillas, malos sueños e incluso sueños demasiado atrevidos.

Como sociólogos en ciernes hicimos una encuesta y, en los casos analizados, la gente que aseguraba no soñar solo recordaba las pesadillas de su infancia, o algún que otro mal sueño que habían tenido recientemente, pero fuera de eso, nada.

Muchas de las personas encuestadas aseguraban no haber soñado nunca, pero, tras varias preguntas, terminaban aceptando que habían tenido algún sueño.

En los casos observados directamente, sobre personas que juraban no soñar en absoluto, nos encontramos con cuadros más que curiosos, como el de José, que merece la pena ser relatado.

El caso de José “Sin Sueños”

José es un joven robusto y decidido que se prestó a un sencillo experimento: ser grabado en vídeo mientras dormía.

José aseguraba con toda la vehemencia del mundo que no soñaba ni había soñado ni soñaría nunca, que para él dormir era entrar en una especie de túnel negro del que solo salía hasta el otro día, cuando se levantaba como un autómata para ir al trabajo.

Aparentemente, José no presentaba ninguna enfermedad, trauma o dolencia física, e incluso hacía yoga los martes y los jueves para relajarse, ya que el sueño diario, lejos de relajarlo, lo ponía irritable y cada vez más nervioso.

José se jactaba de dormir como un tronco y de una pieza, y aseguraba que ni siquiera movía las sábanas, y que algunas veces, sobre todo en las noches del sábado al domingo, incluso descansaba.

Sus padres, ya muy mayores, corroboraron su historia, y su madre nos aseguró que, ciertamente, su hijo ni siquiera arrugaba las sábanas.

Pusimos a José a dormir y lo filmamos. Repetimos la operación varios días alternos en una casa perdida entre el bosque y la montaña de una población catalana llamada Tagamanent, para que no hubiera ruido ni alteración alguna.

José, cuando le enseñamos las cintas, no pudo creer lo que veía, e incluso sugirió varias veces que lo habíamos engañado o que habíamos manipulado el vídeo o que habíamos hecho alguna especie de trampa, y es que José, muy a su pesar, sí soñaba, y mucho. El REM de sus ojos era algo exagerado. Y no solo eso, también gritaba, lloraba, se ponía violento, golpeaba, estiraba las sábanas, se cubría el rostro con las manos, decía terribles palabras soeces, se chupaba el dedo gordo de su mano derecha, como un bebé, e incluso se levantaba, estiraba las sábanas, como si los surcos formados le hicieran daño y, finalmente, una hora más o menos antes de despertarse, roncaba con furor y aceleradamente, como si tuviera prisa; de pronto, como si el último ronquido fuera demasiado fuerte, se despertaba de golpe, abría muchos los ojos, ponía una expresión de profundo mal humor y se levantaba de la cama de un salto, como si le molestara estar ahí.

Vigilia; Sueño Ligero; REM; Sueño Profundo; Muerte

Al ver las cintas, su madre confesó que no dejaba la cama tan bien hecha, y que más de una vez había oído sus llantos, sus gritos y sus quejas, pero que como José se ponía tan violento en sueños, no se atrevía a molestarlo. Por supuesto, le preguntó más de una vez a su hijo la típica pregunta que se hace en la mañana: ¿Y tú que has soñado esta noche?, a lo que José siempre contestaba que nada.

José no quedó muy contento con nosotros, y por supuesto no aceptó ninguno de nuestros consejos y juró que nunca se pondría en manos de un especialista. Lo hizo más tarde, a los pocos meses de haberse casado con su maestra de yoga, la que descubrió en carne propia las violencias oníricas de José, así como el alcoholismo galopante del muchacho.

Las pesadillas de José eran verdaderos delirios de sonámbulo con síndrome de abstinencia alcohólica, que pudo superar con el tratamiento adecuado y la paciencia de su esposa. La última vez que le vi fue en una de mis conferencias sobre los sueños, ahí aprovechó para preguntarme la interpretación de los sueños que tenía ahora. Después, cuando yo estaba a punto de marcharme, me comentó que había quemado las cintas, y que, en aquellos tiempos, además de los problemas personales que pudiera tener, sentía un extraño orgullo por no soñar, ya que el no soñar le hacía sentirse especial, importante, por encima de las y los pobres y débiles de espíritu que se solazaban con las ilusiones de sus sueños, y que, en cierta manera, añoraba aquella sensación de grandeza y orgullo que le proporcionaba el no soñar.

El insomnio de Ester

Una mujer, a la que llamaremos Ester, había perdido el sueño y los sueños desde que a su marido le había atropellado un tranvía, hacía más de 20 años. Su marido, un arquitecto de 40 años con una excelente trayectoria profesional, tuvo un descuido fatal al cruzar la calle, solo a unos metros de su casa, tras despedirse cariñosamente de su mujer.

Ester no vio el accidente, pero en cuanto escuchó el alboroto de la calle, se le encogió el corazón y supo que algo terrible había pasado.

Durante los siguientes tres días, y aunque se iba desvaneciendo por los pasillos por la pena y el cansancio, no pudo dormir materialmente. Al cuarto día, cuando todo había acabado y tras el entierro, quiso dormir y dormir para no despertar más, pero, para su propia sorpresa y a pesar del cansancio, no pudo conciliar el sueño.

Tardó en ir al médico y durante un tiempo se negó a tomar pastillas para dormir, pero finalmente, y porque se desmayaba más que quedarse dormida, se sometió al tratamiento.

Los somníferos la acompañaban a todas partes, y aunque solo le hacían efecto tres o cuatro horas, le permitían descansar un poco más. Se metía en la cama ocho horas de reloj, pero solo dormía tres o cuatro gracias a las pastillas.

Probó también la acupuntura y métodos naturistas, pero siempre terminaba volviendo a sus somníferos.

Ester, como José, juraba y perjuraba que no soñaba nada en absoluto, que los somníferos, además de hacerla dormir artificialmente, le impedían soñar, y que sus lapsos dormidos eran, como los de José, negros, indiferentes y fríos.

También aceptó someterse a nuestro experimento, y, como José, no dio crédito a lo que vio. Ester no era violenta como José, y sus REM no eran tan acelerados; los sueños de la señora Ester, y digo señora porque ya tenía cincuenta y tantos años, eran apasionados sueños eróticos, reía y murmuraba, y decía una que otra inconveniencia incoherente.

Sus sueños no eran terribles pesadillas de rencor o añoranza del marido muerto, y aunque el trauma evidente era la pérdida de aquel arquitecto, lo que verdaderamente le molestaba de sus breves pero intensos sueños, era que se sentía sucia y pecaminosa por tenerlos, y su cerebro los borraba convenientemente.

Desde el día en que se vio dormir y soñar, Ester recuperó, poco a poco y gradualmente, el sueño, y dejó los somníferos para siempre. Primero, empezó con una breve siesta, que no duró más de 15 minutos, pero que a ella le supo a gloria.

El insomnio en sí mismo

Tuvimos otros casos de insomnio y de falta de sueños durante los breves instantes en que los insomnes lograban conciliar el sueño, y muchos de ellos se despertaban justo en el momento en que tenían el primer espasmo muscular que anunciaba la llegada de los sueños dentro del sueño, o bien, cuando su cerebro alcanzaba las ondas alfa y sus ojos empezaban a moverse bajo los párpados, es decir, justo en el mismo momento que comenzaba la alucinación onírica del sueño, como si inconscientemente se negaran a soñar o como si les molestara el sueño que empezaban a tener.

Algunos de nuestros voluntarios, al verse en las cintas, se «atrevieron» a dormir un poco más y dejaron entrar las imágenes del primer sueño, con lo que lograron recordar lo que soñaban y mejoraron de su insomnio.

De cualquier manera, el insomnio no se puede tomar a la ligera, ya que:

— Un 30 % de la población suele pasar temporadas de insomnio, es decir, que son insomnes durante una etapa de su vida debido a un problema psíquico, físico (los problemas de tiroides afectan horarios y profundidad del sueño) o moral, interno o externo.

— Una operación, una pérdida importante, un fracaso, una depresión pueden incidir sobre la calidad y la cantidad del sueño.

— Un 70 % de la población ha pasado por lo menos una noche de insomnio por un problema puntual.

— En ambos casos, sobre todo en el último, la mayoría de los insomnes recupera su capacidad para dormir.

— Solo entre un 15 y un 18 % de la población padece un insomnio crónico, aunque no total, y generalmente estas personas provienen de los dos grupos anteriores, ya sea porque no han podido superar sus problemas físicos, psíquicos o morales, o bien, porque se han acostumbrado a ello y el insomnio les sirve de muleta psicológica o de distintivo personal ante los demás, que sí duermen bien.

— Algunas de estas personas duerme muy pocas horas al día, o bien, tienen el sueño tan ligero que a menudo ni siquiera se dan cuenta de que han dormido más de lo que creen o de lo que confiesan (algunos de nuestros insomnes caían en estados de letargo que les pasaban por alto, y tenían que verse en el vídeo para reconocer que se habían quedado dormidos).