Mitología Egipcia - Javier Tapia - E-Book

Mitología Egipcia E-Book

Javier Tapia

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Beschreibung

La Mitología Egipcia bien puede considerarse la madre de todas las mitologías tanto por su antigüedad como por su fantástico y fascinante contenido, con miles de años de historia —nadie sabe exactamente cuántos— y un lenguaje dibujado y escrito que bien puede competir con el cuneiforme de los sumerios, y que aún se conserva hoy en día en las paredes de las pirámides, de los templos, de las tumbas y en los papiros. Sus dioses son tan proto-humanos como espirituales, en un bucle espacio temporal de avatares con nombres secretos innombrables y nombres con los que los reconocen los hombres, donde Ra envejece y mengua; Horus es eternamente joven; Seth es héroe y villano; Hathor, madre virgen y bella; Isis, todopoderosa; Osiris, una momia excelsa; Thot, un científico incomprendido; Bastet, una gata deliciosa esotérica; Anubis, un chacal exquisito; Apofis, una serpiente mala y necesaria; Sobek, un noble cocodrilo hambriento; Apis, el buey sensible y luminoso; y unos faraones y faraonas, todos ellos divinos y mitológicos, que mantienen el esplendor del mágico Egipto por más de tres mil años, y lo que resta. La Mitología Egipcia contiene al eterno Egipto de todos los tiempos.

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© Plutón Ediciones X, s. l., 2022

Diseño de cubierta y maquetación: Saul Rojas

Edita: Plutón Ediciones X, s. l.,

E-mail: [email protected]

http://www.plutonediciones.com

Impreso en España / Printed in Spain

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del «Copyright», bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos.

I.S.B.N: 978-84-19087-54-6

Para mi madre,

María Antonieta,

una Cleopatra moderna

con piel de pergamino

Prólogo: ¿La madre de todas las mitologías?

Aunque hay pensamientos mágicos religiosos más antiguos en el mundo, la mitología egipcia bien podría ser la madre de todas las mitologías, porque es probablemente la primera que nace como una religión completamente reglada que aparta a los creyentes de los sacerdotes, dejando a los primeros en las sombras de la fe y la ignorancia y a los segundos como poseedores de los secretos y de la verdad. Esto les otorgaba un poder si no infinito, sí lo suficientemente extenso para dominar a unas masas, los pueblos egipcios, que acababan de salir del animismo y creían en las supersticiones más disparatadas y absurdas, natural fruto de la ignorancia, y se entregaban ahora a una superstición superior: la existencia real de los dioses, o del que al principio fuera un único dios, Ra, el Sol, creador del Universo —un universo que en aquel entonces era un palmo de terreno del planeta Tierra— y padre de la Humanidad; a la cual, más que crearla del lodo o del limo del Nilo, la lloró, y de esas lágrimas divinas nacieron los pequeños y débiles seres humanos.

La mitología sumeria es algo anterior a la mitología egipcia —no demasiado—, pero carecía de la idea de religión impuesta incuestionable, así como de la influencia en la cuenca mediterránea que sí tuvo la mitología egipcia tanto por su poder militar como por su poder mágico y religioso, por las peculiaridades de su civilización y por la grandeza de sus monumentos.

En la mitología egipcia hay una relación directa entre humanos y dioses, y la promesa de un más allá halagüeño tras de la muerte; en un principio regido por Anubis, que pesaba las almas o corazones de los difuntos para saber si eran más ligeros que una pluma, con lo cual pasaban a los Campos Elíseos a disfrutar de la eternidad; o, si pesaban más que esta, eran destruidos para siempre, pero no eran castigados con un terrible infierno.

Con el tiempo, las cosas cambiaron, y la mitología egipcia se fue transformando. Osiris, el primer gran faraón, pasó a ser el señor de los muertos, y la suerte de estos ya no fue la misma; pues con la llegada de Osiris los difuntos debían haber ahorrado lo suficiente en vida para pagar por el pesado de su alma o de su corazón tras haber pasado un verdadero infierno para poder llegar a las puertas de los Campos Elíseos, y con la obligación de, además de haberse portado bien, haber tenido una muerte digna, algo normalmente reservado a las personas de más alto rango o riqueza en la vida terrestre, como los faraones y sus séquitos, y casi siempre prohibido o imposible para las clases inferiores, aunque no vetado del todo.

El politeísmo no era raro en el Antiguo Egipto y, como muchos otros pueblos de la región, los creyentes buscaban al dios más poderoso para rendirle culto. Durante milenios ese dios fue Ra, pero Ra envejeció y dejó el poder —engañado por Isis—; y aunque siguió luchando contra Apofis, la serpiente del mal y de la noche, dejó de ser la divinidad que controlaba el destino de los hombres.

La todopoderosa Isis

El trono de Ra fue heredado en primer lugar por Osiris, quien le da paz, riqueza, poder, esplendor e incluso civilización al pueblo egipcio, una verdadera edad de oro en todos los sentidos. Pero este es traicionado por Seth, que se queda con el trono y con el poder sumiendo a Egipto en una época oscura y de violencia, hasta que Horus, el Profetizado, lo vence y recupera parte del esplendor pasado. Aunque nunca será tan dorado como lo fue en tiempos de Osiris, quien contaba con la inapreciable ayuda, fidelidad y lealtad de Isis, la todopoderosa diosa madre y patrona de todo Egipto, que lo sigue hasta las profundidades del mundo interior cuando Osiris se convierte en el señor de los muertos.

La historia de Horus, el mesías egipcio, merece una consideración aparte, ya que a pesar de ser un joven dios que destrona Seth y lo manda a servir en la barca de Ra para que contenga los ataques de Apofis, cuenta con ciertas leyendas que lo sitúan más allá de Egipto en el tiempo y en el espacio; en el vergel que había sido el desierto del Sahara, por ejemplo, unos nueve mil años antes de la construcción de las grandes pirámides. Por lo tanto, hay un Horus anterior a la mitología egipcia faraónica y un Horus posterior, insertado en las leyendas más conocidas que se fueron cultivando y transformando en la religión egipcia —porque, como ya se había señalado antes, la mitología egipcia nace con el rango de religión oficial y reglada, y no como un simple grupo de mitos y leyendas como casi todas las mitologías de la zona.

La mitología egipcia tiene una gran influencia sobre otras mitologías, creencias y religiones del norte de África, Arabia y Medio Oriente. Y, por supuesto, recoge algunas de las leyendas que nutren las creencias de la cuenca mediterránea, como la del Diluvio Universal —original del sumerio Poema de Gilgamesh— y los rudimentos del monoteísmo de Mazda y de Jehová cuando Akenatón se convierte en faraón.

Durante milenios, la mitología egipcia se mantuvo viva y evolucionando, y en cierta manera lo sigue haciendo. Si bien es cierto que hace mucho que Egipto perdió su aura dorada de esplendor y todo quedó reducido a la arqueología, sus grandes obras y su pensamiento mágico y religioso sigue presente en la Tierra.

Cada año que pasa hay un nuevo descubrimiento de su gran civilización, nuevas momias y renovadas leyendas, e incluso nuevas perspectivas de lo que fue su tecnología y su conocimiento del espacio exterior y de las estrellas.

Sus jeroglíficos, apenas desvelados en el siglo XIX por Champollion y la piedra de Rosetta, son una escritura ideográfica, pero también gramática —en el demótico—, e incluso literaria más allá de El libro de los muertos, por lo que bien puede competir con la escritura cuneiforme de los sumerios en cuanto a antigüedad y a calidad artística. Dejaron esta escritura plasmada no solo en tablillas y en papiros, sino en prácticamente todos sus monumentos.

Dicen que los escribanos y los dibujantes de los jeroglíficos, como cualquier autor, incluso los que trabajan para los poderosos, pueden mentir, inferir, interpretar y sumar su imaginación, sus quejas y hasta sus intereses en lo que plasman, exagerando ciertos rasgos y callando ciertos datos. Aun así, no dejan de ser elocuentes testimonios de la historia y de la mitología egipcia que incluso se pueden contrastar con otros textos demóticos y jeroglíficos de la época.

La mitología egipcia cambia, se transforma y evoluciona no solo según la época netamente egipcia, helénica o romana, o por los dictados de tal o cual faraón, sino también según la región —Alto o Bajo Egipto— o la ciudad —Tebas o Menfis—. Por ejemplo, aunque la triada Osiris, Isis y Horus era la más popular, Apis era adorado en Menfis y despreciado en lo que hoy es El Cairo, para después aparecer sincretizado y hasta fundido con Ra con los ptolomeos; como también le pasa a Hathor, la esposa de Ra, asimilada con Isis, a pesar de que en un principio eran del todo diferentes, e incluso con la Virgen María en los primeros tiempos del evangelismo católico. Todo ello sin dejar de ser la religión oficial de Egipto y de mantener un cuerpo sacerdotal poderoso e influyente, que sabía perfectamente calcular los eclipses solares y conocía el movimiento de las estrellas y los planetas, y que sin embargo vendía estos fenómenos al pueblo egipcio como si fueran cosa divina.

En la mitología egipcia hay ciencia, astronomía, tecnología avanzada, esoterismo, mística, mítica, astrología, magia, brujería, religión e historia hablada y escrita.

Religión, historia y mitología egipcias reunidas en un todo lleno de fascinación y misterio que ha cautivado a la humanidad durante los últimos dos mil años tras la muerte de Cleopatra Ptolomeo, la última faraona.

I: La lucha sempiterna de Ra

El Bien y el Mal dormían juntos,

hasta que un día despertaron

y se vieron distintos,

el Bien aspiraba al Cielo

y el Mal a los instintos.

J.T.R.

La mitología egipcia es anterior a los faraones, es decir, a la forma de gobierno dinástico que la convirtió en religión oficial de Egipto, por lo que muchos autores la llaman predinástica para diferenciarla de la mitología egipcia que evolucionó durante más de tres mil años a los márgenes del río Nilo junto al poder y a la caída de los faraones, cuando en el siglo V de nuestra era sus creencias fueron prohibidas por Roma, que desde ese siglo imponía la religión católica a todo el mundo conocido y prohibía el resto de cultos.

La mitología egipcia como religión jamás prohibió otros cultos ni obligó a que sus creencias fueran las únicas permitidas, no mató a nadie por hereje ni lo deportó por apóstata, ni lo persiguió por mago o por bruja, sino que dejaban que cada quien creyera y rindiera culto a lo que fuera; pero siempre teniendo en cuenta que había un dios más poderoso y elevado que el resto. Esto, que los estudiosos llaman “henoteísmo”, significa que se permiten muchos dioses, pero solo uno es el que realmente manda y domina el destino del universo y de los hombres. Ese dios en un principio fue Ra, amantísimo padre de sus hijos y de la humanidad, aunque le costó que lo reconocieran como tal hasta la quinta dinastía, y que lo aceptaran en Tebas prácticamente como dios único, aunque fundido con Amón, para ser el grandioso Amón-Ra.

De hecho, Ra es predinástico tanto de forma histórica como de forma mitológica, pues la adoración al sol entre los pueblos del norte de África es milenaria y en la mitología egipcia primaria se habla de que Ra, viejo y cansado, abandona el trono de los dioses antes de que Osiris tomara el mando y diera civilización a los hombres.

Antes de eso, Ra establece el principio dicotómico del Bien contra el Mal, la Luz contra las Tinieblas, el Ser Divino contra el Monstruo Infernal, el Orden y la Armonía del Cosmos contra el Amenazante Caos. Esto será la base no solo de los pueblos del norte de África, sino que impregnará al mundo entero en proceso de civilización más como una forma de orden social y hasta legal que como una forma esotérica o religiosa.

Primero fueron las jurisprudencias; después de ellas llegaron los dioses jerárquicos capaces de conformar una religión.

El animismo anterior y las supersticiones no eran religiones ni mitologías propiamente dichas, sino creencias varias y diversas, algunas de ellas rituales, pero sin peso específico en poblaciones amplias. Eran más bien lares o seres mágicos que a menudo se creaban individualmente o en una sola familia, y no tenían más poder que el de cumplir, o no, con lo que la persona o la familia le encomendaba.

Ra, el Dios Sol

Si un lar o ser mágico no funcionaba, simplemente se le destruía y se creaba otro.

Los lacandones mexicanos siguen practicando este tipo de idolatría: al ídolo que funciona se le conserva y al ídolo que no funciona se le destruye.

La adoración a las luminarias, el Sol y la Luna, son tardías en el sistema de creencias idólatras; el Sol para muchas culturas no fue un dios importante, y mucho menos el más importante como señalan algunos autores. En Egipto el Sol sí fue el dios principal, Ra, y detrás de él se fundó la saga del resto de los dioses, quedando dentro de sus propiedades la lucha eterna contra el mal, el caótico Apofis.

Cosmogonía egipcia

En un principio no había nada, solo tinieblas de una densa oscuridad.

Solo había oscuridad, y un enorme mar oscuro y proceloso que lo sustentaba y contenía todo: Nun.

Nun, el agua eterna e infinita, tenía tal poder que hizo brotar de sí un enorme huevo brillante y dorado.

Del huevo nació el esplendoroso Ra.

Ra era todo y era nada, podía tomar cualquier forma y desvanecerse después.

No había otra cosa que Ra y la nada, hasta que Ra habló, uso el verbo y se dio cuenta de que lo que hablaba se convertía en realidad, en cosa, en forma, en ser.

Y Ra dijo: “Al amanecer me llamo Khepri, al mediodía Ra y al atardecer Atum”; y así emergió el Sol y lo iluminó todo.

Hubo el nuevo amanecer, el mediodía y el atardecer, y luego la noche oscura, que pasado cierto tiempo desaparecía ante la presencia del Sol, y así se iniciaron los ciclos de la noche y el día.

Luego nombró a Xu, el viento, para que las cosas tuvieran movimiento y fluyeran entre la noche y el día.

Y entonces Ra nombró a Tefnut, la lluvia, y las gotas empezaron a esparcirse por todo el mundo y a formar el gran mar.

Ra habló y dijo Geb, la tierra firme, y para acompañarla en sus noches llamó a Nut, la diosa del firmamento, que arqueó su cuerpo sobre Geb para darle el brillo y el esplendor de las estrellas.

El mar quedó a un lado y la tierra al otro, quedando seca y desvalida. Entonces Ra nombró a Hapi, el Nilo, y este abrió una brecha para recorrer y fertilizar todo un largo territorio que se perdía hasta el corazón de la tierra seca.

Así fue nombrando y creando todo lo que hay en el mundo, en sus aguas y en su interior.

Los dioses que lo acompañaban primero salían de su verbo. Pero luego, agotado el verbo, salían de su pene y de su mano, de su saliva y de su sudor.

Por eso Ra nombró a Hathor, y tuvo esposa, hija y hermana, y de ella le nacieron dos hijos que se perdieron por el mundo sin que los pudiera encontrar por más que alzara la voz, por lo que temía que el mal los hubiera engullido.

Tras un tiempo de dolor y desesperación, sus hijos, hembra y macho, aparecieron sanos y salvos, y fue tanta su alegría que lloró abundantemente. Y de sus lágrimas surgieron los primeros seres humanos.

Entonces Ra tomó forma humana y se asentó en la Tierra gobernando con amor y sabiduría a los humanos, conduciéndolos por el camino del bien y apartándolos del camino del mal con firmeza, pues en ellos todavía no había conciencia y, aunque lo adoraran, necesitaban un guía que les indicara el sendero correcto.

Como humano era gigantesco comparado con los hombres, pero humano al fin y al cabo, empezó a menguar y a envejecer, y su creación comenzó a faltarle al respeto. Lo adoraban y le rendían culto, pero ya no le temían ni hacían caso de sus consejos.

Apofis, el caos maligno primigenio, siempre estaba al acecho y molesto por el exceso de luz, con deseos de volverlo todo a la oscuridad primaria.

Apofis nadaba en el mar primordial de Nun, envidiando a Ra, que vivía entre los hombres adorado y contento, por lo que promovió el caos en el corazón de algunas deidades y hubo una terrible guerra en los cielos que le cambió el rostro a la Tierra.

Ra, viejo y cansado en su forma humana, sin ganas de luchar contra los ardides de Apofis y decepcionado de su obra, nombró a Osiris como nuevo jerarca y se retiró a Nun en su barca del medio día para abordar su barca nocturna, y así combatir a Apofis durante la oscuridad para que no se comiera la luz y volviera a convertirlo todo en tinieblas.

Los humanos ya se entenderían o no con Osiris, porque él, Ra, el dios de todos los dioses, ya no se ocuparía de su destino, y se dedicaría única y exclusivamente a pasear por los cielos en las horas de luz y a combatir al mal en las horas nocturnas en una lucha que se antojaba eterna pero ineludible.

Ra fue el primer jerarca de la humanidad, pero Osiris fue el primer faraón de Egipto, porque a su otro hijo, Seth, héroe de mil batallas, le había cedido las amplias tierras arenosas que antes habían sido un enorme vergel, con la esperanza de que este les diera vida de nuevo.

Los motivos de Apofis

Apofis, la serpiente maligna de la oscuridad y el caos, es eterna e inmortal: se le puede combatir todos los días y todas las noches, pero no se le puede matar nunca del todo.

Puede parecer herida o desvanecida, vencida o dormida, pero en realidad no descansa nunca: siempre tiene un ojo abierto y aprovecha cualquier descuido para atacar, morder a su víctima y esparcir su veneno ya sea entre los dioses, entre los animales o entre los hombres.

Una vez, Apofis logró engullir la barca nocturna de Ra, posiblemente con Ra en ella, pero el bocado le sentó mal y terminó vomitándolo; unos dicen porque desde dentro Seth le clavó una lanza, y otros aseguran que se debió a que Apofis no pudo soportar tanta luz y bondad dentro de su ser.

Más de una vez se le dio por muerta, coincidiendo con largas épocas de paz, armonía y abundancia en la tierra egipcia, pero siempre resucitó, y la guerra y el hambre volvieron a aparecer entre los egipcios.

Durante el reinado de Osiris se mantuvo quieta.

Pero cuando Seth asesinó a Osiris para quedarse con el trono, Apofis revivió para causar todo el mal que le fuera posible, colaborando con Seth a llevar la oscuridad al mundo. Aunque curiosamente, cuando Seth es derrotado por Horus y mandado a Nun, el cielo egipcio, el dios se suma a la tripulación de la barca nocturna de Ra y desde ella se dedica a arponear a Apofis para que no la destruya.

Amigos y enemigos o socios que se amaron para odiarse después, pues no supieron devolver el mundo al reinado de las sombras.

El mal que no triunfa, pero que tampoco puede ser erradicado del todo ni por el bien ni por otro mal.

Apofis rechazada por Seth

El bien que tiene algunos periodos de estabilidad, pero que jamás puede instaurarse del todo ni entre los dioses ni entre los humanos.

¿El mal requiere del bien?

¿El bien requiere del mal?

¿Son socios mal avenidos?

¿Se traicionan constantemente?

Porque, ¿qué sería del viejo Ra si no tuviera que luchar cada noche contra Apofis?

¿Y qué sería de la eterna Apofis si no tuviera como objetivo hacer naufragar a Ra?

Y sobre todo, ¿qué sería de la famosa moral sin la conveniente dicotomía del bien y del mal?

¿Los humanos podrían ya no convivir, sino sobrevivir, si no tuvieran el mal y el bien como fronteras?

¿A quién beneficia que el bien y el mal estén eternamente enfrentados?

¿Por qué ni siquiera los dioses pueden existir en paz, armonía y abundancia?

Abundancia les sobra a todos los jerarcas que en el mundo han sido, pero nunca han tenido paz y armonía: siempre han estado sujetos a una amenaza, el Caos siempre merodea al Cosmos.

Apofis tiene una razón de ser: convencer a los humanos de que se porten bien, que obedezcan a sus superiores y que se humillen ante las autoridades —sobre todo ante la divina autoridad del faraón—, y lo hace con la amenaza de que, si no se portan bien, volverá el caos primordial a engullirlo todo.

Los humanos, por su parte, aceptan el chantaje la mayoría de las veces, pero también se rebelan, enloquecen, pecan, asesinan o van a la guerra a matar a gente que no conocen con el pretexto de que son “enemigos”. Porque en cierta manera llevan el veneno maldito de Apofis en su sangre, de la misma manera que llevan en su alma las lágrimas de Ra, y por tanto el aliento divino de la luz y de la bondad; y estos dones luchan en su interior, antagónicos siempre, dándoles etapas de luz y esplendor, así como horas oscuras de dolor y de muerte.

¿Qué pasaría si no existiera la esencia del mal?

¿Qué pasaría si todos nos portáramos bien?

¿Qué pasaría si de pronto dejáramos de matarnos entre nosotros y no se derramara una sola gota de sangre más sobre la Tierra?

¿Qué sucedería si fuéramos realmente solidarios entre nosotros y nadie careciera de nada?

¿Es posible que todos y cada uno de los seres humanos tengan absolutamente de todo y vivan como faraones, disfrutando de la existencia desde que nacen hasta que mueren?

No más hambre.

No más dolor.

No más enfermedad.

No más sufrimiento.

No más terror.

No más envidia, celos, rencor, odio, deslealtad, traición, engaño, abuso, miedo, recelo, venganza, asesinato, duelo.

No más veneno maldito de Apofis ni necesidad de salvación cotidiana de Ra.

Total, para la mitología egipcia no hay infierno, solo el paso a los Campos Elíseos tras la muerte si tu corazón pesa menos que una pluma o la aniquilación total si tu corazón pesa más que ella, con lo que toda maldad puede ahorrarse.

Esotéricamente, Apofis es una de tantas pruebas que debemos superar para alcanzar el esplendor de los cielos, algo que lograríamos igualmente si Apofis no existiera. La esencia divina que corre por nuestras venas es tan eterna como los dioses, y al morir podemos ser espíritus libres de la materia con la capacidad de recorrer el universo a voluntad o de reencarnarnos de nuevo por si nos aburrimos de la paz celestial, algo que no puede hacer quien es destruido del todo si su corazón es devorado por una bestia con cuerpo de león y cara de cocodrilo. Así que Apofis tiene y no tiene sentido en cuestiones de trascendentalidad espiritual, a menos que ya estemos en algún tipo de cárcel o infierno y tengamos que vencer o superar al mal para alcanzar el bien anhelado.

Aunque tal parece que el bien no es tan anhelado como pensamos habitualmente, y que incluso puede llegar a parecer insulso y aburrido como la rutina del viejo Ra, que cada noche de toda la eternidad hace lo mismo, por lo que a veces se desea más el mal que el bien: porque es más pasional, más aventurero, más rebelde y proporciona placeres que el bien no puede darnos.

Es posible que la moral y la ética sean necesarias para que una comunidad tenga algo de estabilidad y pueda funcionar sin destruirse del todo, pero también es innegable que el mal que trasgrede las fajas de la moral y la ética suele ser una válvula de escape que también ayuda a la comunidad a mantenerse cohesionada, porque la cohesión social puede darse tanto en la normalidad legal o religiosa como en la criminalidad y el delito. Incluso una banda de ladrones puede ser más solidaria y leal que un grupo de comerciantes, que un pueblo de pescadores o que una corte real, donde los intereses y las ambiciones llevan a la traición, a la venganza o la santa hipocresía, que es mucho mejor cemento social que la moral pura y dura.

Seth está en medio para recordarnos que ni el mal es tan malo ni el bien es tan bueno. Ra es el bien bueno, rancio y puro, y Apofis es el mal empecinado y ciego, mientras que el héroe Seth, que fue un malvado faraón, contiene a ambos: a Ra con el amor y a Apofis con la violencia, un esquema jerárquico y policial perfecto donde el policía es tan malo como bueno, tan héroe como villano.

Apofis tiene los mismos motivos para odiar a Ra que Seth también tuvo para odiar a Osiris: la injusticia en el reparto inicial. Porque mientras a Ra le tocó la luz y el poder resplandeciente, a Apofis le tocó la oscuridad y el desvelo; y mientras a Osiris le tocó un reino fabuloso, a Seth le tocó el cálido, estéril e inhóspito desierto.

La desigualdad como injusticia natural y primaria lo marca todo; otra trampa de lo jerárquico, que señala que no todos somos iguales desde un principio y que mientras a unos les tocan las mieles, a otros les tocan los amargos excrementos. Y de momento, por lo que hemos visto a lo largo de la historia de la humanidad, es algo que no tiene remedio.

La desigualdad es tan patente con Apofis con respecto a Ra como lo fue con respecto a Seth y Osiris, con el agravante de que el bueno de Osiris se acuesta sin querer queriendo con la mujer de Seth, para darle aún más motivos de odio, celos y deseos de venganza.

La mitología egipcia es toda una lección de vida, una enseñanza, un reflejo de la condición humana en el inicio de la civilización, con sus virtudes y sus defectos —muchos de los cuales no existían antes de la civilización, pues no había tronos ni reglas sociales de contención, ni posesiones materiales ni anhelos o envidias por su repartición, porque cada quien solo poseía lo que recolectaba o lo que cazaba, y lo compartía cuando se había saciado.

Desde la perspectiva de la mitología egipcia, con los dioses al mando llegó el bienestar y la civilización, un fruto hermoso y atractivo que tenía un gusano de injusticia, celos y envidia en su interior esperando para manifestarse desde el principio: Apofis.

II: Diosas y dioses fundadores

Antes del antes

no hay absolutamente nada,

ni tiempo ni espacio

ni el antes ni el después,

ni el estar ni el ser.

Lao-Tsé