Mitología Japonesa - Javier Tapia - E-Book

Mitología Japonesa E-Book

Javier Tapia

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Japón, históricamente hablando, sigue siendo todo un misterio que se va resolviendo muy poco a poco, con una importante carga mitológica que iremos viendo y dilucidando a lo largo del presente libro. La historia de Japón, escrita y abierta al mundo, se podría resumir a partir del Emperador Meiji de finales del siglo XIX a principios del siglo XX, con lo que Japón no tendría una historia real antes de esa época. Es decir, que contaría con poco más de un siglo de historia escrita, mientras que el resto sería pura mitología japonesa, donde los kami (dioses), yokai (demonios) y yurei (fantasmas), junto con los shoguns, samuráis y ninjas, sin olvidar a la yakuza japonesa, son a menudo tan importantes o incuso más que la historia misma. Shinto, budismo, zen y hasta catolicismo forman parte de esta mitología, lo mismo que los personajes del manga, que se unen y se funden en batallas físicas o espirituales para mantener el fascinante misterio de la mitología japonesa.

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Seitenzahl: 220

Veröffentlichungsjahr: 2022

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© Plutón Ediciones X, s. l., 2022

Diseño de cubierta y maquetación: Saul Rojas

Edita: Plutón Ediciones X, s. l.,

E-mail: [email protected]

http://www.plutonediciones.com

Impreso en España / Printed in Spain

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del «Copyright», bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos.

I.S.B.N: 978-84-19087-52-2

Para Chiro Tanaka,

que cocina como los kami

para los yokai occidentales.

Prólogo: Del continente a la isla

Mi enemigo de ayer

es mi amigo de hoy.

Proverbio japonés

A diferencia de otras mitologías como la china, la griega o la vikinga, la mitología japonesa está hecha por y para los japoneses, por lo que pasa por ser una de las más originales del mundo.

Los japoneses se sienten especiales, diferentes y originales, únicos en este planeta, y así lo mantuvieron durante milenios: apartados del mundo entero, encerrados en sus propias islas. Estas, según cuenta su mitología, son hijas directas de los dioses, que las parieron para el pueblo japonés y solo para el pueblo japonés.

La ciencia dice que los japoneses, como muchos otros pueblos asiáticos, son descendientes de los chinos, los mongoles y los esquimales; aunque, y por supuesto, la cultura popular japonesa no lo acepta para nada e insiste en su originalidad cada vez que puede.

Los orientales se distinguen muy bien entre ellos, saben perfectamente quién es mongol, chino, coreano o japonés, y les molesta mucho que los occidentales no nos demos cuenta de las claras diferencias que hay entre ellos.

Las antiguas hordas chinas que colonizaron Japón, según algunos historiadores, tenían unas creencias muy distintas a la mitología japonesa que conocemos. Una mitología que, además, ha ido cambiando a lo largo de los últimos dos milenios por las incursiones del zen, el shinto, el budismo y, finalmente, la religión cristiana e incluso, aunque todavía con muy poco peso, el islam. Se han ido agregando dioses y más dioses, y leyendas y más leyendas sobre lo más antiguo y lo más tradicional, que se mantiene, pero que a muchos japoneses no les interesa para nada. Como a mi amigo Chiro Tanaka, con el que coincidí en un seminario sobre Oriente en la Universidad de Barcelona, que me confió que los japoneses añoran ser occidentales porque tienen nostalgia del futuro ajeno y no del pasado propio, y que, sobre todo, no quieren tener nada de chino.

Nada de Emperador amarillo casado con una diosa con piernas de pulpo que reniega de los dioses porque abusan de los pobres mortales; nada de moradas celestiales para los dioses; nada de Rey Mono ni de Señora de las Nieves —por más que los utilicen para sus dibujos animados y para su actual mitología, el manga japonés—. En estas caricaturas y cómics se mezclan incluso mitologías tan alejadas como la vikinga, los cuentos de Lovecraft, Conan el Bárbaro y todas las sagas de vampiros y de hombres lobo habidos y por haber, y, por supuesto, toda la mitología de fantasmas que en el mundo ha sido.

Si algo revela el carácter japonés es su capacidad de síntesis y mezcla de todo lo que llega a sus manos. Chiro, que de eso sabe bastante porque además de sociólogo es chef, dice que la comida japonesa y china que se vende fuera de Japón y China es en realidad coreana, y puro invento de algunos emigrantes chinos y japoneses que se instalaron en San Francisco y en México a finales del siglo XIX y principios del XX, pero que nada tiene en común con la comida china o la comida japonesa que puedes ingerir en Shanghái o en Tokio. Le confié que lo mismo pasaba con la comida mexicana que se servía en Europa, que empezaba parecida a la original, pero que acababa siendo un mal remedo a los pocos años; cosas del gusto regional de cada país y de la falta de los ingredientes naturales de cada pueblo.

Algo similar sucede con los libros de mitologías, los cuales ofrecen una serie de licencia inventiva a los autores; e incluso con la historia misma, que cada quien relata a su manera y desde su propia perspectiva, con la diferencia que las mitologías parecen carecer del interés manipulador de la historia. Aunque en el caso de la mitología japonesa no se puede decir lo mismo, ya que desde su origen fue hecha y confeccionada para hacer patria.

Todas las mitologías son jerárquicas, es decir, están interesadas en formar la pirámide social con mucho pueblo esclavo y una élite escasa, sobre todo cuando se convierten en religiones oficiales y de obligada creencia y cumplimiento. Lo curioso de la mitología japonesa es que sucede justamente lo contrario cuando se instala el Shinto como religión oficial del Japón, pues no obligaba a nadie a nada. Aunque tampoco hacía falta, porque que el ejercicio de sumisión y respeto a la autoridad ya se había instalado en el Japón más tradicional con las figuras de los shogun, a los que todos debían respeto sin importar su bondad o maldad como gobierno.

Nos encontramos por tanto ante una pieza que para el pensamiento occidental puede parecer algo rara —aunque diferente sería una palabra más adecuada—, donde muchas de las diosas hembra, y no los dioses macho, tienen la palabra y gozan de mayor veneración. Porque eso sí: el pueblo japonés es muy devoto de sus creencias, aunque estas creencias sean de lo más sincréticas y diversas.

Chiro, por ejemplo, desprecia a Murakami y adora a Banana Yosimoto, que para él son como dioses, aunque no pasen de ser simples autores literarios, y de los kami japoneses —los dioses o deidades— apenas si sabe algo y no comprende nada; aunque, eso sí, muestra un resentimiento irracional hacia los chinos y siente vergüenza ajena ante los coreanos, que a su vez están muy resentidos con los japoneses.

Del continente a la isla y de la isla al continente, la mitología japonesa es y quiere sentirse diferente, como lo es desde los Kotomatsugami, los kami primordiales, hasta el manga de hoy mismo.

Sean ustedes youkoso a la refinada y original mitología japonesa.

I: La influencia china desvanecida y el deseo de la originalidad en la cosmovisión japonesa

Los primeros dioses

se desvanecen

entre las estrellas,

porque ellos son la fuente

que las alimenta.

Proverbio japonés

Se cree que el archipiélago japonés emergió sobre el nivel del mar hace más de doscientos millones de años tras una intensa actividad volcánica en la zona, aunque es difícil saber la fecha exacta, o que se separó del continente asiático y las aguas del océano Pacífico marcaron las nuevas fronteras dejando aisladas a ciertas especies.

En las épocas glaciares, la última de las cuales parece haber dado al holoceno presente hace unos trece o catorce mil años, las islas niponas volvieron a estar conectadas con el continente y permitieron el paso de fauna, flora y humanos de un lado a otro. Algo que ya había ocurrido unos veinte mil años antes, cuando los nómadas de Mongolia y del casquete Ártico como los Inuit se asentaron en el norte de Japón, como ya lo hicieron millones de años antes los dinosaurios.

Los fósiles de dinosaurios no inspiraron a Godzilla, porque la arqueología japonesa es muy reciente, pero sí muestran especies de los saurios bastante originales, como el Yamatosaurus Izanagi descubierto hace poco y con “pico de pato” que habitó las islas hace unos cien millones de años, lo que le da solidez de existencia al archipiélago a lo largo de los milenios.

Yamatosaurus Izanagi, el dinosaurio japonés, según Masato Hattori

Algunos expertos aseguran que los humanos empezaron la agricultura cuando se extinguieron ciertas especies, ya fuera por la caza o por los cambios climáticos, pero hay cultivos, como del arroz, que parecen haber empezado en la India para extenderse después por todo Asia, incluyendo a Japón, independientemente de la bondad o ausencia de la caza. Entre otras cosas, porque la caza en Japón nunca fue la solución alimentaria principal, ya que desde tiempos inmemoriales los primeros habitantes de las islas basaban su dieta en la pesca, la cual no sufrió hasta la extinción los problemas climáticos ni el abuso de los humanos.

Llamar al Yamatosaurus “Izanagi” es tanto como llamarle “Saurio Kami Creador”, o “Dios Padre de los Dinosaurios”, lo que revela el apego que aún se tienen hoy en día a la mitología japonesa en las islas niponas.

Japón, históricamente hablando, sigue siendo todo un misterio que se va resolviendo muy poco a poco, con una importante carga mitológica que iremos viendo a lo largo del presente libro.

La historia de Japón, escrita y abierta al mundo, se podría resumir a partir del Emperador Meiji, de finales del siglo XIX a principios del siglo XX, con lo que Japón no tendría una historia real antes de esa época. Es decir, que contaría con poco más de un siglo de historia escrita, mientras que el resto sería pura mitología japonesa, donde los kami (dioses), yokai (demonios) y yurei (fantasmas), junto con los shogun, samuráis y ninjas, sin olvidar a la Yakuza japonesa, son tan importantes, y a menudo más, que la historia misma.

Shinto, budismo, zen y hasta catolicismo conforman parte de esta mitología; lo mismo que los personajes del manga, que se unen y se funden en batallas físicas o espirituales para mantener el fascinante misterio de la mitología japonesa.

Abriéndose y cerrándose al mundo

El otro periodo de semi apertura estaría situada en el Shogunato Tokugawa, también conocido como periodo Edo, en lo que podría llamarse el primer Estado japonés que se inicia en el año 1603 o principios del siglo XVII y que se abre y se cierra al exterior continuamente, hasta que la revolución Meiji en 1868 reinstauró la figura del Emperador como poder único y central de Japón.

Durante siglos los emperadores nipones eran más figuras representativas que verdaderas figuras de poder y mando. Sin embargo, eran ellos los que daban el título de shogun a los señores feudales que imponían su criterio sobre otros señores feudales con las armas, con lo que en realidad no dejaban de ser señores feudales, solo que con título nobiliario expedido por la casa real japonesa.

Los ejércitos de uno y otro bando eran comandados por generales samurái, que servían a unos y a otros sin perder su propio poder y hegemonía, por lo que a menudo eran ellos los que decidían la suerte de los pueblos y de los shogunatos.

Meiji tuvo que pactar con el general samurái Toyotomi para poder gobernar Japón, no sin antes haber librado terribles y descarnadas batallas.

Durante esta época es cuando más se menciona a los ninja.

Historia y mitología

Cuando los primeros orientales colonizaron el archipiélago japonés —hace unos treinta o cuarenta mil años más o menos, como si diez mil años de diferencia no fuera nada—, no existía China ni como gran imperio ni como pueblo, y el gran Emperador Amarillo aún estaba por aparecer en escena amparando la mitología china. A pesar de esto, ya desde entonces aquellos colonizadores de las islas se encerraron en sí mismos y renegaron de su pasado, aunque este fuera diferente y efímero, y formaron desde muy temprano lo que hoy conocemos como Japón. Pues esas islas, todas y cada una de ellas, eran de origen divino: los kami las habían creado y formado para ellos y solo para ellos, que también eran descendientes de los dioses y no simples animales humanos. Por tanto, se consideraban un pueblo y una raza aparte y diferente a todos los pueblos que habitaban los hielos y el continente, así como ese mundo occidental que estaba más allá, al oriente de Japón, tras pasar el gigantesco río que era el océano Pacífico, del cual emergía cada día la diosa sol Amaterasu la Diosa Madre que se exhibe en su bandera.

La Diosa Sol, Amaterasu, bandera de Japón

Para los japoneses, el universo entero fue solo y únicamente Japón durante miles de años, y su mitología era considerada por ellos mismos como historia: no como un conjunto de mitos y leyendas fantásticas, sino como la realidad pura y dura. Históricamente, el carácter japonés suele ser devoto hasta el fanatismo, e incluso hasta el sacrificio y el suicidio, en buena parte debido al contexto excluyente que vivió durante milenios.

Los japoneses se consideran a sí mismos una especie aparte, ni mejor ni peor que el resto de la humanidad, pero aparte, diferente, original, distinta, especial; y si bien es cierto que en su cultura hay una innegable influencia china, no es menos cierto que los japoneses la han absorbido, transformado, reformado y refinado al máximo; tanto, que ya casi en nada se parece a la china.

Durante milenios los japoneses no han aceptado entre sus filas ni siquiera a los inuit, ainos o ainus, a pesar de que esta etnia parece haber estado en el norte de Japón desde el paleolítico.

Familia ainu del norte de Japón

Los inuit en Japón son llamados ainus. Forman parte de los pueblos del casquete Ártico como esquimales —término canadiense— o lapones —término nórdico—, y no han gozado de las mieles del Estado japonés hasta bien entrado el siglo XX. Actualmente habitan sobre todo la región de Hokkaido, algo apartados de los que hasta hace poco los consideraban “sucios y apestosos pescadores”.

Con personas de cierta apariencia occidental, barbados, blancos y algunos de ojos claros y nada rasgados, la etnia ainu le resultaba extraña y hasta molesta a los japoneses por alejarse de su historia, de su raza y de su mitología. Ya que los ainus tienen kaimus en lugar de kamis y adoran a la Madre Tierra Fuego, a la que hacen horrendos sacrificios animales muy contrarios a la elegante mitología japonesa llena de refinamiento, naturaleza y amor.

Durante milenios los propios pueblos orientales vecinos fueron para los japoneses poco menos que yokai (demonios), y los primeros occidentales que se aventuraron a pisar sus islas, “malditos demonios occidentales” (norowareta yurei ishubito); de la misma manera que llamaban “malditos vecinos” hasta hace muy poco a los chinos y a los coreanos por considerarlos sucios, desaliñados y maleducados.

El sentir popular

“La arqueología y la historia saben perfectamente que los japoneses llegaron al continente americano antes que nadie”, nos cuenta Chiro, “hace unos tres o cuatro mil años, como puede verse en la cerámica inca y en algunos cultivos. Incluso nuestros antepasados conocían la ruta marítima de la Corriente Negra que iba desde Japón a lo que hoy es México, pasando por Hawái para descender luego hasta Perú, Chile y quizá un poco más allá.”

Chiro se apasiona y asegura que Japón nada le debe a China, porque los japoneses son anteriores a los chinos. Y, en cierta forma, tiene toda la razón. No obstante, obvia que el primer “Estado” japonés se formó en el 646 antes de nuestra era, cuando el Estado o Imperio chino ya llevaba unos dos mil años en escena, y que es gracias a los chinos y a su lengua y escritura que Japón tiene presencia oficial en el mundo desde el siglo I hasta la fecha, saltando de una prehistoria milenaria a una historia, primero al estilo chino y luego al estilo occidental, donde la escritura y la conformación legal de una organización estatal tienen una gran importancia, dejando a la tradición oral fuera de sus argumentos y en los terrenos de los mitos y las leyendas.

El manga japonés, al que es muy aficionado Chiro, funde la historia con la mitología de tal manera y tan artísticamente que es muy difícil distinguir la realidad de la fantasía y la historia de Japón de la mitología japonesa.

Según Chiro y millones de jóvenes japoneses cuya cultura es el manga y los videojuegos, quien no está al día en Japón es un necio, un tonto que merece el peor de los insultos (baka). Porque para él, como para toda su generación, eso que los viejos llaman historia real u oficial no son más que una sarta de mentiras interesadas que niegan, por ejemplo, el deseo de venganza de los japoneses contra los demonios occidentales de Norteamérica, de la misma manera que niegan la expansión japonesa milenaria o su origen divino que los distingue del resto de animales humanos.

Baka kanji de tonto, necio o torpe

Japón es algo especial y diferente, sin duda alguna, que merece ser leído y visitado, con misterios y claroscuros, pensamientos terribles y destructivos así como ideas elevadas y espirituales, donde los jóvenes con ánimo aventurero renuncian a las grandes y esclavizadoras grandes industrias y compañías japonesas y emigran a Occidente para encontrar “libertad” pero sin renunciar a la mitología japonesa del manga, mientras que los jubilados de esas grandes compañías, “esclavos de oro y turistas tontos y alelados” como los llama Chiro, pasan su jubilación y últimos días en Australia, donde trasladan sus altares típicos nipones con incienso, un buda, un kami y hasta un santo católico para no olvidarse de Izanagi e Izanami, los últimos padres creadores de Japón y de la humanidad.

Breve resumen de la historia oficial de Japón

Japón nace como estado monárquico gracias a la unificación de las islas bajo un mismo reinado con sede en Kioto en el siglo IV, y se mantiene así hasta el siglo XII, cuando los shogun se rebelan y vuelven a una administración local con los señores feudales (daimyó) como pequeños reyes y con los no menos importantes samuráis, señores de la guerra que se suman a uno u otro lado del poder, pero que mantienen su independencia como fuerza de mando y choque hasta principios del siglo XVII. Es entonces cuando ocurre una larguísima guerra civil que acaba con la reunificación de las islas bajo el shogunato Tokugawa, hasta que a finales del siglo XIX (1868) vuelve el poder imperial conocido como la restauración Meiji, con sede en Tokio, y hay una apertura comercial de Japón hacia el mundo; sobre todo hacia el occidental, que se vuelve desde entonces en un anhelo de los japoneses.

En 1937 Japón invade China, la cual no se encuentra en sus mejores momentos, y destroza la zona que hoy conocemos como Corea. La guerra chino-japonesa duró hasta 1945, junto con la Segunda Guerra Mundial en la que Japón tenía parte activa hasta tras los bombardeos atómicos sobre Nagasaki e Hiroshima, al sur de las islas. En 1947 Japón adopta la monarquía parlamentaria como forma de gobierno, que es la que mantiene hasta nuestros días.

Esta es la historia oficial. Pero dentro de ella hay muchas más historias y leyendas, con personajes como los ninjas, los kami de los bosques, los terribles akuma o la presencia sempiterna de un gran emperador heredero de los dioses, siempre presente y detrás de cualquier otra forma de gobierno, que estaba sin estar, respetado e idolatrado sin decir nada, paciente y a la espera como los Kotomatsugami, los kami primordiales y primigenios de la mitología japonesa.

La cosmovisión original japonesa

Cuenta la leyenda que los Kotomatsugami andaban paseando por el cielo cuando avistaron a lo lejos un hermoso globo azul, y hacia él se dirigieron.

Ellos habían nacido de la nada en un mundo llamado Takamagahara en el centro del universo, muy lejos de la Tierra.

Nacieron de tres en tres. Primero Amenominaka Nushinokami, el solitario y del cual nació la fuente del universo.

Luego nació Takamimusuhi Nokami, quien dio forma al mundo y a otras estrellas y otorgó a los emperadores que vendrían una larga vida, potestad sobre todo lo demás y, por supuesto, abundancia y prosperidad.

Kamimusuhi Nokami sería la tercera, la divina creadora de la naturaleza, las plantas, los animales y la vida misma, mucho antes que los hombres pisaran la faz del planeta.

Los tres le dieron forma a lo que conocemos como el universo, por lo que son los kami creadores de todo, primordiales y primigenios, pero muy lejanos de los hombres. Tanto, que al terminar su obra decidieron desaparecer, ya sea volviendo a su mundo, Takamagahara, o simplemente fundiéndose con el universo entero, porque era su creación y ellos eran parte de él.

La segunda triada actuó más directamente sobre el globo azul.

La primera fue Umashiashikabi Hikoyenokami, la energía vital, la esencia de lo que crece y se desarrolla, la fuente de la existencia, representada por una humilde caña.

El segundo fue Amenotoko Tachinokami, la bóveda celeste sin forma humana, todo luz y esplendor en el firmamento, como la misma Vía Láctea y la Luna por la noche, y la diosa Sol por la mañana.

El tercero no fue uno, sino toda una legión; Kaminonanayo, de la cual surge la dualidad: las dos esencias sexuales, la masculina y la femenina.

Kuninokotachi nació del mismo caos del planeta Tierra, y por ello fue encargado de señorear sobre las montañas y los terremotos desde su hogar, el monte Fuji.

El monte Fuji, hogar del dios Kuninokotachi, señor de los terremotos

Toyokunomo Nokami, de esencia femenina, fue encargada de señorear sobre las nubes y el viento.

Una vez hecha su labor y participación en la creación, se retiraron de la escena.

La tercera generación de kami, cada vez más cercanos a los humanos, era amplia e inmensa, pero con un par de parejas más importantes que el resto: Uhijini, señor del barro, y Suhijini, señora de la arena, que junto con las aguas de los mares y los ríos le dieron forma al sustrato de la Tierra.

La segunda pareja de la tercera generación estaba formada por Tsunuguhi, la esencia elemental masculina simbolizada por los cuernos de un toro, y Ikuguhi, la esencia elemental femenina representada por una flor silvestre. De ellos nacieron las primeras plantas y los primeros animales, pero aún no el animal humano.

Otonohi, él, y Otonobe, ella, la tercera pareja de la tercera generación, crean la reproducción sexual para que los seres se multipliquen y desarrollen su especie.

Omodaru, él, y Ayakasicone, ella, cuarta pareja, simbolizaban la unión sexual y espiritual y la consumación del nacimiento como producto de ambos sexos, formando un solo ser de dos seres.

Todos ellos quedan en un plano aún lejano para el ser humano, pero la quinta y última pareja de la tercera generación de los Kaminonanayo, Izanagi e Izanami, se acercarán a lo humano de una manera definitiva. Primero, porque son los padres de los dioses que conocen los hombres, y segundo, porque parirán las islas que le darán asiento al pueblo divino del Japón (de Nipón, palabra que quiere decir “el que escucha”).

Con una lanza sagrada y desde un puente divino, Izanagi e Izanami remueven el caos que aún quedaba en el planeta, y de las gotas que saltan de las olas nace el primer islote, Onokoro Shima, su altar, desde el cual harían sus próximos rituales creadores dando vueltas alrededor de una gruesa columna, cada quien en sentido contrario, para hacer el amor cada vez que se encontraran. Por lo que tuvieron muchos hijos, aunque los primeros dos les salieron con taras y muy parecidos a lo que más tarde serían los seres humanos; como su primogénito Hiruko, el niño sanguijuela que nunca está contento por más sangre que coma y por más lujos y poderes que le den sus padres; o su segunda hija, la inútil isla de la espuma Ahashima, que no pensaba ni actuaba, solo existía.

Izanagi e Izanami removiendo el caos para crear el mundo

“¿Por qué salieron mal nuestros hijos?”, preguntaron a los dioses primarios. “Porque ella habló primero”, les contestaron. Así que en los próximos encuentros alrededor de la columna él tomó la iniciativa, y del vientre de ella nacieron el resto de las islas fuertes, sanas y bien conformadas.

Así concluyó la formación del mundo japonés, un archipiélago de islas listas para acoger en su seno al pueblo divino de Japón, que estaba por encima del resto de la especie humana.

Cuando llegaron el shinto y el budismo añadiendo sus jin y sus creencias entre el pueblo japonés, la mitología japonesa contó con otras leyendas que hablaban de otra manera, aunque complementaria, de la formación del universo, del mundo y de la creación o aparición de los seres humanos sobre la faz de la Tierra.

Aparecieron nuevos dioses junto a la Diosa Sol Amaterasu y cambió el mundo de los muertos, Yomi, con Izanagi e Izanami como protagonistas. Esto último aderezado con leyendas de posible cuño ajeno a la mitología japonesa primigenia, introducidas posiblemente por los monjes franciscanos en los primeros intentos fallidos de la Iglesia católica por evangelizar a los japoneses del siglo XVI. A partir de este periodo la mitología japonesa moderna se parece demasiado a la mitología griega para algunos analistas, aunque hasta el día de hoy los muertos japoneses son de ida y vuelta y, si bien normalmente están ausentes del plano material, cada año durante el verano vuelven para hablar con sus amigos o sus familiares. Con lo que se trastocan todas las influencias externas sin importar lo que digan el shinto o el budismo zen, y mucho menos la Iglesia católica; porque a pesar de todos los sincretismos y de todas las mezclas, la mitología japonesa tradicional —que quizá también fue inventada exprofesamente— sigue viva entre los japoneses.

II: ¿Qué es el shinto (o sinto)?

Cuando llegó Buda

corrí a esconderme

de su seductor esplendor

que tanto conmina al sueño.

Proverbio zen

Hay algunas divergencias sobre el shinto o sintoísmo, porque mientras algunos apuntan a que es la derivación del kaminomichi o culto a los dioses ancestrales, otros afirman que proviene de las creencias animistas mongolas de algunos de los habitantes primarios de las islas niponas. No faltan los que la señalan como una religión posterior y ya dentro del Japón como Estado y reino en el periodo Yahoy, entre el 300 antes de nuestra y el 300 después de nuestra era, que aprovecha la mitología japonesa y la filosofía budista para erigirse en la creencia principal del pueblo japonés, interesada, sí, pero sin ser obligatoria ni impuesta.