Mitología de Vampiros - Javier Tapia - E-Book

Mitología de Vampiros E-Book

Javier Tapia

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Beschreibung

¿Existen los vampiros? Al menos en el imaginario colectivo, sí, existen y están entre nosotros en diversas formas, tipos y clases, desde los salvajes asesinos en serie como el vampiro de Düsseldorf hasta los refinados y doctos como Jack el Destripador, quien quizá fue en realidad un caza vampiresas, tan frecuentes en el Londres del siglo XIX. Lilith, la que se negó a ser mujer de Adán, está considerada madre de los todos y cada uno de los vampiros y vampiresas que en el mundo han sido desde el principio de los tiempos. Las vampiresas son mucho más poderosas y aún más numerosas que los vampiros masculinos, pero no son amantes del protagonismo como el que tiene Drácula, un simple vampiro por conversión ritual y demoniaca y no por mordida y nacimiento, que gracias a Bram Stoker ha dado lugar a la idea de vampiro moderno que tenemos hoy en día. Para el Dr. Javier Tapia, los vampiros son toda una mitología y, como los mismos libros, una fuente de transmisión de conocimiento de la propia condición humana, la que tan a menudo suele ser más peligrosa que los mismos vampiros.

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Seitenzahl: 223

Veröffentlichungsjahr: 2022

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© Plutón Ediciones X, s. l., 2022

Diseño de cubierta y maquetación: Saul Rojas

Edita: Plutón Ediciones X, s. l.,

E-mail: [email protected]

http://www.plutonediciones.com

Impreso en España / Printed in Spain

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del «Copyright», bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos.

I.S.B.N: 978-84-19087-53-9

Para toda la familia

de Plutón Ediciones,

en agradecimiento eterno.

Prólogo: ¿Existen los vampiros?

Todo mito o leyenda tiene algo o mucho de fantasía, pero también tiene algo o mucho que ver con la realidad, con la metáfora, con la lectura entre líneas, con los misterios insondables del cosmos y de la naturaleza humana, e incluso con la denuncia y la crítica.

Los mitos forman parte de la milenaria tradición oral, cientos de miles de años antes de que apareciera la escritura.

La humanidad como la conocemos tiene entre 500 mil y 250 mil años de edad, y la escritura solo 6 mil años, es decir, es muy nueva en el pensamiento humano.

Que yo esté escribiendo ahora mismo es una especie de mágico milagro, casi vampírico, porque usted, que lo lee, puede absorberlo y entenderlo, y no solo puede absorberlo y entenderlo, sino que puede interpretarlo desde su edad, experiencia, cultura y forma de vida, y transmitirlo a otros seres como si de un contagio eterno se tratara.

La tradición oral ha tomado forma escrita, se ha convertido en conocimiento e incluso en ley que muchos toman por verdad, aunque solo sea mito, leyenda o imaginería.

La letra escrita, la letra impresa, pesa y tiene valor más allá de su contenido: es mágica, seduce y transforma, como el mejor de los vampiros.

La letra escrita ha bebido la sangre de la tradición oral y la ha convertido en eterna, en vampiro que, tras la succión, se apila en las librerías y en las bibliotecas para no morir jamás.

Como los vampiros, los libros son eternos, no mueren nunca una vez escritos y publicados. Aunque, al igual que los vampiros, pueden ser destruidos, quemados, desintegrados y hasta olvidados sin que su esencia eterna desaparezca del todo, aunque se mantenga escondida en la oscuridad de un féretro, tanto en un cementerio como en un horrido castillo o en una simple biblioteca abandonada.

Si un libro “te muerde y bebe tu esencia” te transforma, te convierte en un nuevo ser; y cuando tú le das a conocer a otra persona el contenido del libro y lo incitas a leerlo le transmites la transformación que tú has sufrido o gozado hasta el infinito.

Un libro, como un vampiro, puede permanecer ausente, escondido y olvidado, llenándose de polvo, humedad y telarañas en cualquier rincón; pero si alguien lo encuentra, lo abre y lo lee, recobra vida de inmediato y contagia al lector con su esencia.

Un libro, como un vampiro, puede ser liberador, pero también puede ser terrible.

Salvar y dar la vida eterna, o empujar al vacío y a la destrucción, o a la muerte.

Una reencarnación dentro de la encarnación sin pasar por el más allá.

Un cielo convertido en infierno o un averno celestial.

El cáliz del conocimiento y la vida eterna o la copa del veneno sepulcral.

La metáfora del vampiro, que mata a unos y transforma a otros en nuevos vampiros, se puede aplicar a la lectura y a los libros, y a muchas otras cosas, dándole sentido y una doble lectura que todo mito y leyenda tiene.

El murciélago vampiro que también bebe sangre humana

La mitología de los vampiros forma parte de la imaginación humana desde hace mucho tiempo, y permaneció dormida miles de años hasta que alguien —como Bram Stoker, por ejemplo— la sacó de su encierro y la dispersó por todo el mundo.

Los vampiros, esos seres no muertos y no vivos, humanos eternos y malditos, han inundado la literatura y las pantallas de cine y televisión en los últimos dos siglos, mitificando el mito e incrementando a leyenda desde diferentes perspectivas y con múltiples interpretaciones, como veremos más adelante. Adaptados a las diferentes personas y a las diferentes culturas, con virtudes y defectos diferentes en cada contexto, pero con una misma esencia: la atracción y la seducción del abismo, el anhelo de la eternidad y la transformación de los “contagiados”, que pretenden superar los límites que les han impuesto los dioses.

El poder de la eternidad

Por tanto, los vampiros existen de facto dentro del subconsciente colectivo, porque ¿quién más y quién menos no se siente atraído por el poder y la eternidad, por el contagio de lo increíble, lo diferente y lo magnífico que de una o de otra manera intenta transmitir a los demás?

Ser algo o alguien y estar en una visión gótica y romántica de la existencia. Existir, en una sola palabra.

Nosferatu, el primer vampiro fílmico

Hay toda clase de vampiros y de vampiros, los que podemos ver en la naturaleza y los que forman parte de verdad de la mitología vampírica, la que veremos a continuación. También hay vampiros con los que podemos tropezar todos los días, verdaderos chupa sangre sin escrúpulos, humanoides repelentes en todos los sentidos. Sin embargo, algunos de ellos se sienten orgullosos de serlo porque son famosos, queridos, admirados y envidiados; casi humanos que habitan el mismo planeta que los murciélagos y los vampiros de todas clases y de todos tipos del reino animal, esos que beben tanto la sangre del ganado como se alimentan de insectos y frutos; grandes y pequeños, con rostro fiero o con rostro amable, comprendidos e incomprendidos, pero vampiros reales, al fin y al cabo.

Por lo tanto, preguntar si existen los vampiros es tanto como preguntar si existen los libros o si existe la esencia vampírica o la esencia del contenido de los textos e historias que viene en los libros, capaz de convertir y contagiar a los lectores.

Introducción: El nacimiento de los vampiros, o el mal como ejemplo inverso del bien

“Me duele más que a ti,

y el dolor y el mal que te hago

al golpearte y corregirte,

al maltratarte y masacrarte,

lo hago con todo mi amor

y por tu más elevado bien.”

Frases populares

La palabra vampiro nace en Serbia entre los siglos XVII y XVIII (vampir), se hace fuerte en Alemania y pasa al francés casi de inmediato (vampire) y al inglés.

Buena parte de los seguidores del tema piensan que proviene de la palabra albanesa dhampir, quizá derivada del mismo serbio, vampir, que significa “cadáver” o “fantasma”, pero que en un principio no estaba vinculada a beber sangre.

Un filólogo esloveno, Franz Miklosich, señala el origen de la palabra vampiro en el vocablo turco uber, “bruja”, que a su vez derivaría en upior, uper o upyr, que podría haber derivado en upiro.

En lituano beber se dice wempti, pero sangre se dice kraujas, lo que deja cojo su posible origen de “beber sangre”.

Montagne Summers, exorcista y párroco inglés, consideraba que la palabra vampiro provenía del griego: πίνω, pinoo, “beber”.

Y así muchas otras.

La verdad es que no se ponen de acuerdo porque nadie sabe a ciencia cierta de dónde viene la palabra vampiro, pero sus definiciones actuales en los diccionarios y en la red son las siguientes: ser que se alimenta de sangre, hematófago; persona vil que abusa de los más débiles; señora de la vida alegre (vampira, vampiresa); y hasta mamífero alado de vida nocturna que se alimenta de insectos, frutos y/o sangre animal o humana.

Vampiro, la encarnación del mal y del misterio, es un enigma filológico.

Hay verdades desconocidas.

Hay mentiras que parecen verdades.

Hay creencias que no se pueden demostrar, pero que tampoco se pueden falsar.

Se puede mentir diciendo la verdad y se puede decir la verdad mintiendo, como sucede con las mitologías y las leyendas.

Tenemos el defecto o la virtud de poder hablar y, por lo tanto, la capacidad de mentir y engañar tanto como de manifestar la verdad, o lo que creemos que es verdad.

Imaginamos, creemos y creamos desde lo que se puede repetir y comprobar, a lo que llamamos ciencia, hasta lo que no se puede repetir ni comprobar, tanto lo fenomenológico como las supersticiones y las religiones.

Adoramos y repudiamos tanto al bien como al mal.

Nuestra vanidad es insaciable.

Queremos ser alguien o algo, tener una identidad que sea reconocida por nosotros mismos y por los demás.

Aspiramos al poder, incluso desde las posiciones más bajas de la sociedad, y nos arrogamos una superioridad moral de la cual carecemos.

Lo moralizamos todo y ponemos límites a todo, a sabiendas de que no podemos cumplir y que vamos a trasgredir la normas en cuanto nos sea posible o, sobre todo, si los límites son impuestos sobre nuestra biología o fisiología, como la sexualidad.

Por supuesto, somos hipócritas y fingimos que nos portamos bien, porque además somos cobardes y advenedizos, convenencieros y traicioneros, ladrones y asesinos, mentirosos y fraudulentos; nos aprovechamos del más débil y, a pesar de todos nuestros defectos, esperamos salir impunes e ilesos de nuestras faltas ya sea por una redención religiosa o milagrosa o porque somos poderosos y nadie nos puede pedir cuentas por nuestros actos por más que le saquemos el corazón o le chupemos la sangre.

Sí, casi todos somos un poco vampiros, incluso los que parecemos más buenos o más probos, y por más que nos esforcemos no podemos negar nuestras funciones fisiológicas, nuestra biología, nuestra emocionalidad y nuestra animalidad, donde no hay ni bien ni mal, ni ética ni moral, sino solo respuesta, hambre, celos, sexo y poder.

Casi todos y cada uno de nosotros somos capaces de violar, matar, destrozar, herir y gozar con el sufrimiento ajeno sin importar nuestro género, edad, creencias espirituales o ideologías.

Casi todos somos vampiros en potencia, seres malvados que a plena luz del día o amparados por las sombras, siguiendo nuestros instintos o nuestros pensamientos, vestidos de uniforme o desnudos, tenemos la capacidad de asesinar al más débil, traicionar al que nos supera o defenestrar a nuestro hermano.

Solo hace falta que nadie nos vea, que creamos que es correcto lo que hacemos, que se nos prometa impunidad, redención o salvación de nuestros actos y de nuestras culpas. Desde hace unos doce mil años los seres humanos venimos siendo el mismo animal, la encarnación de la necedad y la ignorancia, el afán o deseo de poder, o la sumisión taimada que finge obediencia u ofrece sumisión o complicidad a cambio de riquezas o migajas.

Para contrarrestar nuestras feas debilidades inventamos los valores, que finalmente solo han servido de disfraz y abuso contra los ingenuos y novatos que sí los cumplen o, al menos, lo intentan. Por tanto, los valores no han sido suficientes, por lo que se ha recurrido a la superstición religiosa para contener nuestra animalidad, logrando que el bien sea el espejo del mal y el mal el ejemplo disuasorio de nuestro comportamiento o nuestros más oscuros deseos.

Los vampiros, seres malignos eternos, son solo uno de los mitos y supersticiones que sirven ejemplo negativo e infundado temor para que los buenos no se porten mal, a pesar de que los buenos siempre han sido mayoría; como también han sido una fuerza descomunal de la que se puede echar mano, por ejemplo, haciéndoles creer que matar al vecino es moralmente positivo y está muy bien hecho.

La capacidad de los seres humanos de creer en absurdos falsos y claramente contradictorios es infinita, como lo es la locura de creerse buenos o desear serlo a pesar de todos los pesares.

Solo hace falta el contagio de cualquier creencia para que la masa actúe como una horda de vampiros, porque finalmente serán perdonados y redimidos, e incluso premiados por las atrocidades que hayan cometido.

Lilith, la madre de todos los vampiros

Antes de que en los textos hebreos se la considerara la primera esposa de Adán, Lilith ya formaba parte de las culturas populares del Mediterráneo como ejemplo disuasor del mal, en esa constante y tremenda contradicción de que los malos, aunque enemigos de los dioses, castigan a los malos humanos, que también son enemigos de los dioses y, por tanto, deberían ser aliados de los malos para combatir a las divinidades en lugar de ser castigados por otros malos.

Que Satán esté a sueldo de Jehová es del todo absurdo, lo mismo que Lilith atacara a las malas madres y a los hombres disolutos, cuando es lo que ella había hecho para rebelarse y liberarse de las imposiciones patriarcales de la divinidad, Mazda por aquel entonces y Jehová más tarde.

No hay muchos documentos escritos sobre la Lilith primordial que seducía a los hombres, les chupaba los fluidos corporales y los dejaba secos y muertos después de utilizarlos como juguetes sexuales, porque Lilith nace mucho antes que la escritura, lo mismo que los matriarcados de reinas poderosas y terribles que usaban a los hombres como pañuelos desechables para terminar comiéndoselos en horribles rituales que las señoras veían de lo más natural porque los hombres no servían ni para eso.

Lilith (Ishtar o Hécate), madre de los vampiros

Mientras duraron los matriarcados, beber la sangre del pobre hombre que hacían rey por un día tras arrancarle el corazón y prepararlo como plato principal de la cena era de lo más normal y hasta bendecido por Lilith, Écate, Ishtar o Astarté.

Robert Graves se atreve a mencionarlo, aunque solo de pasada y con tacto, en sus Mitos Griegos; mientras que Guidens en su Manual de Sociología los relata con mayor crudeza, si bien es cierto que los considera falsos o simplemente ahistóricos por carecer de fundamento escrito; algo imposible, porque hasta bien entrado el patriarcado en las civilizaciones europeas, semíticas y mediterráneas no se había inventado la escritura.

Por tanto, es la tradición oral de las culturas populares mediterráneas la que mantuvo a Lilith viva a pesar de estar vetada en la Biblia, y la que le dio el rango de vampiresa y madre de todos los vampiros, aunque la palabra vampiro no se haya acuñado hasta el siglo XVII de nuestra era. Porque Lilith no solo arrancaba corazones y bebía la sangre de sus víctimas, sino que también contagiaba a otras mujeres para que se volvieran como ella —rebeldes, independientes, sexuales, poderosas y hasta asesinas si hacía falta—, porque las mujeres eran obviamente muy superiores en estos terrenos a los débiles e ingenuos hombres, los cuales, como los animales, solo servían para cargar y complacer momentánea y esporádicamente a sus amas, las mujeres. Algunos hijos de estas mujeres, a pesar de ser varones, ya nacían con el sello del mal en su sangre: ya eran vampiros, mucho más fuertes y poderosos que el resto de los hombres.

Antes de que se les llamara vampiros, en innumerables culturas del orbe ya había toda clase de nombres y referencias a seres no vivos y no muertos que bebían sangre humana y volaban. Por ejemplo, en Mesopotamia se hablaba de los utukku y los ekimmú; en Medio Oriente, de los ghouls y los jinns; en la Huasteca, de los chaneques; y en buena parte de México, y más recientemente, del chupacabras, descendiente del nahual prehispánico que era entre hombre lobo y vampiro. Pero la referencia más antigua la encontramos en los mitos y leyendas semíticas con los lilijs, hijos de la noche o Hijos de Lilith.

Por tanto, la leyenda y mitología de los vampiros nace para buena parte del mundo, y sobre todo en occidente, de la sangre de Lilith, la mujer y diosa que no quiso ser la madre de la humanidad hebrea, la que no aceptó ser la sumisa esposa de Adán en sus distintas vertientes e interpretaciones.

Desde entonces hasta nuestra época el vampirismo se ha difundido y extendido en secreto o de manera abierta, y se le han dado nuevas virtudes y defectos, cualidades y debilidades, dependiendo de la cultura que los haya contemplado.

La literatura y el cine de los últimos tiempos ha agrandado su figura, donde los mitos y las leyendas de ayer y de hoy se unen y entrelazan formando lo que se conoce como la mitología de los vampiros. Que ustedes la disfruten.

I: El poder del mito ¿Cómo ser un vampiro? ¿Cómo matar a un vampiro?

«Dime, después de que mi cabeza sea cortada,

¿podré seguir escuchando,

al menos por un instante,

el sonido de mi propia sangre fluyendo

desde el agujero de mi cuello?

Ese sería el mayor placer para mí».

Peter Kürten,

“El vampiro de Düsseldorf”

Lilith, la que se fugó del Paraíso según la mitología hebrea, convertida en aire frío, en noche, en sombra helada, en terror atávico, en pasión y en vicio; también escapó de la mortalidad, pues cuando Jehová convirtió en mortales a Adán y Eva, Lilith ya se encontraba muy lejos y a salvo de la condena divina tanto como de la maternidad, castigo para Eva, como del vil trabajo para poder comer, castigo para Adán.

Lilith queda libre de los pecados de la humanidad y de sus miserias. Poderosa y salvaje como la naturaleza, hace lo que quiere y cuando quiere, ama y come a placer sin tener que pedirle nada a nadie. Toma lo que se le antoja y desecha lo que no le interesa.

No es madre biológica ni madre típica que se sacrifica por los desagradecidos hijos, pero es madre primordial, pues sus hijos nacen de su furor, de su mordida, de su contagio. Se alimenta de niños, de madres y de hombres los usa y los desecha, los muerde y se los come, o simplemente bebe su sangre y los deja a un lado; los contagia de su rebeldía, de su forma de actuar y hasta de su inmortalidad.

Lilith es eterna: sigue viva entre nosotros tanto física como espiritualmente, por lo que también es una vampiresa astral que succiona nuestros pensamientos, mueve nuestras emociones y pasiones y nos contagia de su rebeldía, porque nos muerde en el alma.

En algún momento de nuestra vida todos queremos ser vampiros, queremos tener el valor, el poder y la rebeldía, la capacidad de hacer y deshacer, de medrar y poseer sin que el miedo o la hipocresía nos detengan.

Lilith nos ha impregnado a todos de sus ansias de libertad, de no depender de nada ni de nadie, y mucho menos de los dioses. Lilith no ruega, no pide, no se somete; Lilith actúa, toma, se posesiona. Lilith seduce, e incluso somete y mata o destruye a quien no le obedece. No hay época en la que no esté presente.

Se ha intentado mantenerla fuera de todo paraíso, de todo pensamiento humano, restarle poder, colocarla al lado de las débiles mujeres, desprestigiarla por bruja y por malvada, por lujuriosa y por libre, por no necesitar ni pedir el amparo de los hombres y de los dioses, por despreciar a la humanidad pacata y sumisa, por no ser una madre tierna y cariñosa, por no ser una esposa fiel y entregada, y, sobre todo, por ser libre y ajena a toda jerarquía, moral o ideología.

Lilith ya estaba antes que la Biblia y seguirá estando cuando ya nadie la lea ni se acuerde del profeta Isaías.

Se ha intentado matarla, pero no ha habido Van Helsing que se atreva con ella. Entre otras cosas porque, más que querer matarla, realmente la mayoría la envidia y desea ser como ella: libre, pasional y poderosa.

¿Cómo convertirse en vampiro?

Lilith, o Lilij, la terrible noche oscura de los mitos sumerios de Babilonia, habla sociológicamente de los marginados, de lo prohibido, del reino de las sombras pobladas de monstruos, íncubos, súcubos, y, por supuesto, vampiros. Es decir, de todo aquello que conscientes y a la luz del día tememos y repudiamos, pero en lo que podemos convertirnos al amparo de la noche, de la ocasión, azuzados por la ira, el rencor, el resentimiento, la venganza, la envidia o el alcohol.

A veces bastan tres copas para convertirse en un monstruo, o simplemente conducir un automóvil o sentir los celos pasionales, el hambre lacerante, la pérfida envidia o la simple tentación de pecar al ver el arca abierta.

Total, le podemos echar la culpa al Diablo, a la sociedad, al hartazgo de la fútil falaz trascendentalidad, a un problema mental, a las drogas o a lo que sea; e incluso podemos pedir perdón y aspirar a la redención una vez cometida la barbaridad o el pecado.

En otras palabras, y aunque solo sea mentalmente o de vez en cuando, todos y cada uno de nosotros podemos convertirnos en vampiros, verdaderos engendros ya no solo de Lilith, sino del mal.

Para ser un vampiro mortal solo hace falta renunciar al bien, o incluso escudarse en el bien para cometer el mal. Las ideologías y las religiones son un buen escudo y sirven de pretexto para disfrazar al más terrible de los males de bien común o de bien divino.

Pero para ser un vampiro inmortal se requiere algo más.

Cuentan las leyendas que hay quien ya nace vampiro, ya sea por ser descendiente directo de Lilith como por ser el producto de la unión de dos vampiros o de un vampiro con un ser humano, y ser un semi vampiro hasta alcanzar la madurez o ser un vampiro en potencia que puede despertar en cualquier momento.

En la antigüedad incluso los niños abortados o con malformaciones congénitas podían convertirse en vampiros o llevar en su sangre la esencia de Lilith o de alguno de sus hijos, los Lilijs, como razas de noche que habían pernoctado con humanas para engendrar y dar continuidad a su monstruosa descendencia.

Beber sangre de un vampiro o vampiresa, por accidente o a sabiendas, puede iniciar el contagio, por lo que cualquier persona que sea aficionada a beber sangre animal puede contagiarse.

Incluso existe el mito urbano de que alguien puede contagiarse y convertirse en vampiro al recibir una transfusión de sangre contaminada o posiblemente donada por un vampiro consumado o en vías de transformación.

Pero el simple contagio no es suficiente para convertirse en un vampiro de verdad, poderoso, con la capacidad de la transformación en murciélago o de convertirse en humo frío nocturno y, por supuesto, muerto-vivo para la eternidad.

Cuentan las leyendas que, para convertirte en un vampiro de verdad, es necesario que otro vampiro o vampiresa chupe tu sangre —pero sin matarte—, la regurgite y te la dé a beber de nuevo, mezclando su sangre de no muerto con tu sangre de ser vivo, con el agravante de que a menudo una vez no es suficiente y tenga que repetir el proceso tres veces hasta que estés perfectamente contaminado.

Mordedura de vampiro

Si tu cuerpo no rechaza la transformación y te mata, lograrás ser un no muerto y un no vivo, es decir, un vampiro eterno y real.

La otra opción es hacer un pacto de horror y sangre con el Demonio para que él te regale la esencia de Lilith, o de los muertos vivientes del infierno, y te conviertas así en un vampiro más. Pero hay que tener en cuenta que el Demonio es tramposo, que no va a cumplir del todo su palabra y que estarás a su merced durante muchos siglos; porque si bien los Vampiros no pueden morir, sí pueden ser destruidos e incluso desaparecer cuando su creador, Demonio o vampiro, es a su vez destruido.

Pros y contras de ser vampiro

Por supuesto, al optar por ser un vampiro o una vampiresa hay que tener en cuenta la propia edad, porque ser vampiro no garantiza la fuente de la eterna juventud, sino mantener eternamente tu estado a la hora de convertirte en vampiro. Si lo haces siendo muy joven, serás muy joven eternamente y nunca madurarás; si lo haces en la madurez, serás una persona madura para siempre; y si lo haces pasada la tercera edad, tendrás una eternidad llena de arrugas, miembros torpes y múltiples achaques.

Puedes permanecer no vivo y no muerto durante milenios o eternamente, cierto, pero la eternidad es algo que puede resultar terriblemente aburrido, cansado, molesto, irritante y desconcertante, lo que puede empujar a un suicidio con un baño de sol para acabar con las mismas historias de siempre por muy vampiro que se sea.

La eternidad vampírica no mejora tu aspecto físico

La madurez y la experiencia nos dicen que tarde o temprano nos damos cuenta de que la vida eterna no es tan agradable como parece: porque la humanidad nunca se ha distinguido por su inteligencia, porque las historias y las personas se repiten hasta el hartazgo, porque todo cambia en apariencia pero no en el fondo y al final todo sigue pesadamente igual, porque los que mandan y medran son los mismos de siempre aunque se maten entre ellos, porque la especie humana se consume a sí misma, porque el mal es más poderoso que el bien, porque la moral y la ética son cuentos chinos para ingenuos y para cobardes, y, en fin, porque llega un momento en que la vida terrenal ya no ofrece nada.

Un joven fuerte, sano, ingenuo y lleno de sueños y expectativas puede gozar del estado vampírico y, mientras no piense ni reflexione, su vida eterna y sus poderes de vampiro serán todo un placer. Pero alguien de poca, escasa o nula belleza, al hacerse vampiro seguirá igualmente desagradable a la vista y, si bien no puede verse a sí mismo en un espejo, sí puede apreciar el desagrado que provoca en los ojos y la vista de los demás.

¿Cómo matar a un vampiro?

Tanto si son una amenaza o una molestia o si uno mismo es un vampiro cansado, aburrido y abatido por su propia existencia, viene a la cabeza la idea de matar al vampiro externo o al vampiro que llevamos dentro.

Hace ya algunos miles de años, con la llegada y el asentamiento del patriarcado a los pueblos del planeta Tierra, la figura del vampiro se fue volviendo masculina hasta llegar a un Vlad Tepes, por ejemplo, que se convierte en vampiro no por ser descendiente de Lilith —aunque algunos defienden esta tesis—, sino por su propia sed de sangre y venganza, sus actos terribles y truculentos. Como empalar vivos a los que derrotaba, beber su sangre y devorar su hígado y su corazón si el vencido había luchado con valor hasta el último momento, y así poder hacer un pacto con Satán o un Demonio similar en su ambición de poder y en su locura por recuperar el amor perdido, como pretenden algunos novelistas góticos y románticos.

Matar y comerse al enemigo, llenarse de ira y rencor, suelen ser requisitos previos para conquistar la vida eterna de vampiro.

El canibalismo ritual, guerrero o por simple necesidad en épocas de sequía, terribles nevadas o hambrunas en general, no es nada nuevo y ha sido practicado a lo largo y ancho del planeta Tierra. Entre otras cosas, porque muchas creencias, religiones y supersticiones lo apoyaban y no veían nada malo, sino mucho bueno, en comerse al primogénito, al bebé más robusto, el enemigo más grueso o el prisionero más apetitoso, e incluso a un albino, a un pelirrojo o a cualquier ser humano que pareciera distinto por amenazante, enfermo o divino.