Mitología Vikinga - Javier Tapia - E-Book

Mitología Vikinga E-Book

Javier Tapia

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Beschreibung

En el presente libro encontraremos tanto a Odín como a Loki, la cosmovisión del mundo por los ojos nórdicos y tanto el nacimiento de la humanidad desde su perspectiva como su posible final; el conocimiento y uso de las runas, y las trampas que se le pueden poner a un gnomo para que nos llene de oro los bolsillos; a distinguir entre elfos blancos o seres de luz y elfos negros o seres de las sombras. Por supuesto, visitaremos el Valhalla y Finisterre nórdica o el fin del mundo físico en cascadas marinas eternas. Finalmente, descubriremos el por qué los dioses se comportan como se comportan y no como los hombres, los magos o los sacerdotes desean o esperan. Bienvenidos a la fantástica aventura vital, anímica y espiritual de la Mitología Vikinga, inspiración de las grandes gestas de la humanidad que tanto nos alientan, con sus hadas, elfos, trolls, gigantes, runas, dioses y diosas que tanto nos fascinan.

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© Plutón Ediciones X, s. l., 2022

Diseño de cubierta y maquetación: Saul Rojas

Edita: Plutón Ediciones X, s. l.,

E-mail: [email protected]

http://www.plutonediciones.com

Impreso en España / Printed in Spain

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del «Copyright», bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos.

I.S.B.N: 978-84-19087-51-5

En memoria de Gustavo,

el vikingo mexicano,

y para su hijo, Axel.

Prólogo: Historia y mito

Miles de mundos y fantasías

son perfectamente posibles,

pero todos ellos

están inmersos en este.

William Shakespeare

Bienvenidos a una de las mitologías más fecunda y fantástica que ha influido en la literatura, la música, la danza y, sobre todo para el gran público, el cine y la televisión; donde elfos, gnomos, trolls, enanos, gigantes, dioses y monstruos han hecho las delicias de miles de millones de personas, con lo que los mitos vikingos se han convertido prácticamente en historias casi reales.

Cuando la humanidad descubrió la escritura empezó la historia, y antes de ella todo eran mitos, leyendas y cuentos de la tradición oral, fantásticos o no, que conformaban la realidad inmediata de los pueblos.

La historia era entonces un conjunto de creencias y tradiciones, de ritos y rituales que conformaban la cultura y el contexto de los seres humanos, cada uno en su propio ámbito geográfico, sin un pensamiento único y universal que se impusiera sobre el resto de los pensamientos y creencias que cada pueblo atesoraba.

Del mito al hecho había muy poco trecho, por lo que muy a menudo el simple hecho de vivir y estar era toda una aventura, pues tanto los elfos como los trolls podían encontrarse a la vuelta de la esquina y transformarlo todo.

Escribir y, sobre todo, leer sobre mitología vikinga es adentrarse en ese universo de aventuras, con mundos y realidades tan impresionantes como distintas. Y, sobre todo, muy diversas, porque el mundo vikingo era amplio y largo, desde el área ártica de los lapones, pasando por Finlandia, Suecia y Noruega, hasta lo que ahora es Dinamarca, Islandia, Alemania y el norte de Inglaterra.

Antes fue considerado un mito legendario, pero ahora sabemos y está confirmado por la ciencia arqueológica que los vikingos habitaron en Norteamérica durante dos o tres siglos hace más de setecientos años, especialmente en Groenlandia, y que posiblemente llegaron hasta Alaska, como bien podrían indicar los tótems esculpidos en madera que adoptaron los aborígenes y grupos étnicos como los iroqueses en lo que hoy conocemos como Canadá. Pero eso aún está por comprobarse. Lo que sí está comprobado es que Erick el Rojo llegó a América muchos años antes que el famoso Cristóbal Colón, con lo que Erick el Rojo es un poco más historia que mito y Cristóbal Colón es un poco más mito que historia.

Los vikingos llegaron a América, pero sin “descubrirla” ni legitimar vía Vaticano la ocupación de sus tierras. Tampoco masacraron a los pueblos originarios ni los saquearon al tiempo que les imponían sus creencias y su estilo de vida. No, los vikingos no fueron, al menos en lo que sería América, ese tipo de conquistadores, pero sí dejaron su huella por lo menos tres siglos antes de que España, Portugal y el Vaticano crearan el mito de Colón. En 1375, Groenlandia ya era protectorado danés, pero no tierra conquistada.

De Dinamarca a Groenlandia mucho antes que Colón

La historia a menudo es más mítica y legendaria que las mitologías más descabelladas, porque no se basa en hechos ni en datos reales, sino en intereses económicos, políticos y militares que se intentan justificar con héroes imposibles, creencias religiosas y falsedades, difíciles o no de contrastar.

Escandinavia, el reino del pueblo vikingo, no se escapa de la confusión histórica y cronológica, entre otras cosas e intereses, porque no se empieza a escribir hasta la llegada de la Iglesia católica como imposición religiosa. Por tanto, los datos que tenemos de ella son a menudo contradictorios, basculando entre el mito y la realidad constantemente, sin menoscabar, curiosamente, la tradición oral de su mitología.

Las grandes religiones a menudo pretenden que sus leyendas y mitos sean realmente históricos, como la creación o la existencia real y hasta física de tal o cual dios o de tal o de cual fenómeno, como el Diluvio Universal —aprovechando que en buena parte del mundo y a lo largo del tiempo hubo diferentes inundaciones—. Con lo que una media verdad, aunque sea del todo falsa e inventada, se convierte en historia verdadera para millones de personas.

Los seres humanos, por otra parte, son sensibles y sensitivos, tienen visiones, con o sin drogas, y gracias a ello pueden contagiar a un grupo en una histeria o alucinación colectiva. Pues, con su peculiaridad y vehemencia, logran emocionar al resto y ponerlos en estado de trance, hasta el punto de que la creencia de un fenómeno nacido de la locura de un “vidente” o “profeta” adquiera solidez de realidad, aunque sea del todo falsa.

La mitología vikinga aún tiene ese poder de hacer alucinar al público hoy en día, y hace mil años debió de ser realmente impactante para los pueblos de Europa del Norte, donde todavía se cree en duendes o gnomos vestidos de verde que guardan ollas llenas de monedas de oro, en elfos que protegen y salvan, y en manzanas sagradas que devuelven la juventud perdida y pueden dar una especie de vida eterna.

La fuerza de la mitología vikinga sigue vigente entre nosotros —que de vikingos quizá no tengamos nada—, entre otras cosas, porque no niega su propia fantasía y se presenta tal cual, sin pretensiones de ser historia ni de convertirse en una religión formal que imponga su credo. Se sabe mito y se mantiene mito, y es histórica como tal, dejando abierta la puerta a la imaginación y a la creatividad, a la fantasía y a la ilusión, que a menudo son más reales que la realidad misma, toda una aventura de vida que vale la alegría de ser vivida.

En el presente libro encontraremos tanto a Odín como a Loki, tanto la cosmovisión del mundo por los ojos nórdicos y el nacimiento de la humanidad desde su perspectiva como a su posible e inevitable final. Veremos el conocimiento y uso de las runas y las trampas que se le pueden poner a un gnomo para que nos llene de oro los bolsillos; distinguiremos entre elfos blancos, o seres de luz, y elfos negros o seres de las sombras. Por supuesto, también visitaremos el Valhalla y la Finisterre nórdica o el fin del mundo físico, con sus cascadas marinas eternas que se derraman en el espacio o mundo exterior inhabitable. Aprenderemos el valor secreto de las runas y, finalmente, descubriremos por qué los dioses se comportan como se comportan, y no como los hombres, los magos o los sacerdotes desean o esperan que se comporten.

Bienvenidos a la fantástica aventura vital, anímica y espiritual de la mitología vikinga, inspiración de las grandes gestas de la humanidad que tanto nos alientan.

Dr. Tapia

I: El Caos y el Cosmos, la cosmovisión vikinga

“En mi mundo,

estoy constantemente dividido

entre matarme a mí mismo

o a todos a mi alrededor.”

Proverbio vikingo

En la cosmovisión de los vikingos, como en algunas proposiciones de Lao Tse, la Nada es el principio del Todo, porque el Todo, aunque no se perciba, está contenido en la Nada, y de la Nada puede brotar absolutamente todo, tal y como nos lo cuenta actualmente la física cuántica. En la nada del cosmos, en lo que parece espacio oscuro y vacío, se encuentran tanto la energía oscura, la antimateria y la materia oscura, con potencia de convertirse en el universo material que percibimos. Con lo que algunas mitologías, como la vikinga, parecen ofrecernos algo más que un simple mito incluso en las fantasías que parecen más descabelladas, como la Vaca de los Hielos que derrama su leche y que vuelve nuestro pensamiento hacia la Vía Láctea.

En la mitología vikinga, el Caos nace de la nada más absoluta, y de este, poco a poco y de manera casi fantástica, nace el Cosmos. De la nada nace el desorden, y del desorden nace lo ordenado, y de lo ordenado nacen los dioses, y de los dioses nacen los hombres y todas las criaturas que imaginamos y que conocemos.

La idea que tenemos de los vikingos es la de un pueblo salvaje y violento que arrasaba a los pueblos vecinos para violar a sus mujeres —aunque también había vikingas que violaban a sus vecinos—, bebedor y de gran apetito, siempre dispuesto a celebrar con grandes bacanales sus victorias, e incluso sus derrotas.

Ahora sabemos que no llevaban cuernos en sus cascos, pero durante mucho tiempo se les imaginó así: además de violentos y salvajes, cornudos, que quizá era lo que los tenía tan irritados, como machos alfa que casi todos eran: mitos sobre mitos, porque en realidad los diferentes pueblos vikingos eran mucho más sensibles y ordenados de lo que nos habían contado las películas de Hollywood. Por ejemplo, la mitología vikinga está escrita en hermosos versos y viene de una tradición oral más que milenaria.

Gylfaginning, aunque escrito en el siglo XI y ya bajo la influencia católica, es el poema que nos cuenta los pormenores del inicio de todas las cosas desde la perspectiva vikinga:

La Nada y el Caos

En un principio no había nada (guinnungagap).

Todo era oscuridad.

La Nada Oscura, Vacía y Muerta que contiene al Todo, la Vida y la Existencia

En cierto momento, desde lo más lejano y elevado de la nada empezó a bajar con una fuerza inusitada un frío terrible, Nilfheim.

En ese mismo momento, desde lo más lejano y bajo empezó a emerger con una fuerza inusitada un terrible fuego, Muspelheim.

Tras una eternidad, el aire gélido y el cálido fuego se encontraron en el punto medio.

Tras dar unos cuantos giros chocaron con una fuerza increíble, hielo contra llamas, aire gélido contra aire hirviente.

La nada se iluminó, y tras el choque nació el universo.

De la nada salió luz, una luz de hielo y fuego.

Del choque de Nilfheim y de Muspelheim nacieron el terrible ogro Ymer (o Aurgelmir), primero, y la Gran Vaca Cósmica, Audumbla.

Ymer, gigantesco, con ojos de fuego y garras temibles, no tenía qué comer.

Audumbla, más gigantesca aun, no tenía quién la ordeñara y derramaba su leche sobre la nieve en cuatro ríos que señalaban las cuatro direcciones del mundo a partir de sus ubres.

Audumbla lamiendo cariñosamente a su hijo Buri, el primer hombre

Ymer, al verlo, bebió de los cuatro ríos de leche que derramaba Audumbla, y tras beber y llenarse, empezó a sudar.

De este sudor nacieron dos gigantes, varón y hembra, conocidos como los Yotes o Gigantes de Escharcha.

Del pie de Ymer nació un hijo de seis cabezas, Thrudgelmir, padre de Belgermir, el cual se casó, y de ese matrimonio emergió la raza de los gigantes que en el principio de los tiempos poblaron la Tierra.

Audumbla se alimentaba lamiendo las sales rocosas de las nieves, y así lamiendo parió a un ser parecido a un hombre, Buri, a su vez padre de los dioses Asas y de Bor, que se casó con la gigante Bestla, hija de los yotes, de la que nacieron Odín, Vili y Ve.

Odín, Vili y Ve, divinidades creadoras y Asas mayores (Aesir mayores en algunas versiones), mataron a Ymer, el gigante y poderoso dios primordial con ojos de fuego y garras terribles, y con su cuerpo le dieron forma a la Tierra que conocemos.

De su tronco y miembros formaron la tierra firme.

De su sangre, el mar y el primer diluvio que mató a la raza de gigantes.

De su cráneo, el cielo, y de su cielo los cuatro gnomos, Nordri (Norte), Sudri (Sur), Austri (Este) y Vestri (Oeste).

De sus huesos, las montañas.

De su pelo, los bosques y las selvas.

De su cerebro, las nubes.

Y de sus cejas, un muro que contenía a nuestro mundo y no le permitía salir al inhabitable mundo exterior.

Para iluminar las largas y frías noches crearon a la diosa Sol con sus días, y al dios de la Luna, Máni, para que acompañara a las estrellas, ambos sobre sus respectivos carruajes tirados por corceles divinos. Así nació la Tierra habitable, protegida y resguardada del espacio y los mundos no habitables.

A este mundo nuestro y habitable que acababan de crear le llamaron Midgar, y sobre él pusieron a los primeros humanos, similares en apariencia a Buri, los cuales no salían de su confusión al encontrarse de pronto con vida y en un mundo nuevo, donde se sentían extraños y en soledad.

Para que no se sintieran solos, en el centro de Midgar erigieron Asgard, la tierra de los dioses, para que los acompañaran.

En el centro de Asgard sembraron el árbol Yggdrasil, el fresno del universo, que todos, dioses y humanos debían cuidar; ya que el día que Yggdrasil se secara o muriera, la Tierra dejaría de existir.

Una vez creada y llenada de seres la Tierra, los dioses mayores se retiraron al Valhalla, el salón divino de Asgard, a donde la mitad de los muertos en noble batalla eran guiados por las Valquirias y llamados por Odín.

Odín, Vili y Ve son por tanto los dioses creadores de la humanidad en la mitología vikinga, unos dioses aparentemente ecológicos, tal y como revela la metáfora del árbol de la vida —la Madre Naturaleza—, que sostiene el cielo con su copa, da cohesión a la tierra con sus raíces y otorga vida larga, sana y abundante con su simple presencia; por lo que hay que cuidarlo, quererlo y mantenerlo, porque sin él la vida en este planeta se acaba. Por lo menos así lo entendió J.R.R. Tolkien cuando escribió El señor de los anillos, siendo Mordor el contaminante y el peor enemigo de Yggdrasil y, por lo tanto, de los dioses menores, los Asas y la humanidad entera.

Los vikingos, hasta donde sabemos, no tenían fábricas contaminantes y vivían en armonía con la naturaleza, y, sin embargo, ya contaban con esa emergencia y esa advertencia de parte de sus dioses creadores.

“Cuida donde vives, para poder vivir en donde cuidas.”

Con lo que los vikingos, a pesar de su aparente belicosidad y arrojo temerario, tenían una gran sensibilidad con su medio ambiente, al que respetaban y cuidaban como a sí mismos.

“Su copa sostiene al cielo, y sus raíces dan cohesión a la Tierra, y es un mundo dentro del mundo”.

Yggdrasil, el árbol de la vida vikingo

Yggdrasil, el árbol de la vida

Si Yggdrasil moría, los mundos creados por los dioses volverían al caos. La Tierra sería destruida y los seres humanos no serían ni siquiera historia, pues desaparecerían para siempre.

Dentro de la armonía del árbol de la vida había vida propia, animales y seres mitológicos, pero la amenaza final de la guerra y la violencia estaba siempre presente:

“En mi mundo,

estoy constantemente dividido

entre matarme a mí mismo

o a todos a mi alrededor,

crear a los hombres y a los Asas

quizá fuera un gran acierto,

quizá fuera un gran error”.

La savia de Yggdrasil también contenía la esencia de la Muerte, una muerte que podía ser gloriosa o inútil y despreciable, dependiendo del bando que se tomara en la vida y, como en el caso de los aztecas, la forma de la muerte; por lo que se podía vivir con dignidad y morir indignamente, o vivir indignamente y morir en plena batalla y con la más excelsa dignidad.

El árbol de la vida tiene varios referentes mitológicos en otras culturas, como la yoruba, la hindú, la azteca, la hebrea y la egipcia.

En la mitología yoruba, el dios creador Olodumare hace descender a los Orishas del Cielo a la Tierra por una Ceiba, por la que corre la savia de la esencia divina hasta los hombres.

En la mitología hindú, el árbol de la vida representa al conocimiento y a la iluminación, donde se sienta a meditar Buda.

En la mitología azteca, la Vida y la Muerte penden de sus hojas y en sus ramas están los destinos del Mictlán, el reino de la Muerte.

En la mitología hebrea, es la cábala la que se encarga de definir al árbol de la vida de Kether, la corona celestial, a Malkuth, el reinado material, a través de los Sefirots, las cifras.

Su copa sostiene el cielo y sus raíces le dan fuerza y cohesión a la Tierra, con lo que Yggdrasil, el árbol de la vida, es a su vez un mundo aparte, aunque esté presente, ya que en él vive el águila, tiene un halcón en los ojos y los cervatillos corren por sus ramas.

El árbol de la vida hebreo

En la egipcia se encuentra como redención en la Vida Eterna o Campos Elíseos.

Pero solo en la mitología vikinga representa a la Naturaleza, que deben respetar tanto los hombres como los dioses, e incluso otras razas y especies como los elfos, los enanos, los gnomos y los duendes.

Es obvio que los poemas mitológicos vikingos tienen influencia judeocristiana, si no en el grueso, si en la esencia pretendidamente esotérica por el afán de asentar el catolicismo en el Norte de Europa a través de los mitos autóctonos. Algo que en realidad no se ha logrado nunca, ya que lo más cerca que se ha estado de “cristianizar” a este “pueblo sin fe” es con el mito de San Nicolás o Papá Noel, gracias a los regalos y a la coincidencia norteña del solsticio de invierno.

Lo curioso es que la mitología vikinga tenga similitudes con la mitología azteca, cuando se supone que ambas culturas jamás tuvieron contacto. Aunque, como veremos más adelante, hay una leyenda que sitúa a un vikingo como rey de Tula alrededor del siglo IX de nuestra era, muy cerca de lo que es ahora Ciudad de México. Por lo que no es nada raro que vikingos y aztecas, míticos ambos, compartan cierto fatalismo que, por otra parte, es común prácticamente en toda la humanidad, porque sabemos o creemos que todo lo que empieza acaba, en un arraigado masoquismo apocalíptico, un Ragnarök para la mitología vikinga.

La Creación y el fin de la Humanidad

Técnicamente, Buri es el primer hombre y, por tanto, padre de la humanidad e hijo por generación espontánea de Audumbla, la Gran Vaca Cósmica. Pero es también ancestro de los dioses, incluido Odín, con lo que el ser humano fue creado por una divinidad primordial y antes que los dioses; o en otras palabras: todo ser humano guarda en su ser la esencia de la divinidad primordial, y esta es la razón por la cual finalmente se le dio el dominio de este mundo por encima del resto de seres y especies eternas y maravillosas, como los elfos.

Sí; según la mitología vikinga, se puede decir que la humanidad fue creada por generación espontánea de un dios primordial, sin más sentido que la existencia por sí misma.

Al ser humano se le pide por su propio bien y por el del mundo que ha sido creado para que habite en él, que respete y cuide de Yggdrasil, pero no que adore a los dioses y mucho menos que se postre ante ellos.

A pesar de ello, el destino que los dioses vikingos prometen a la humanidad y a sí mismos no es nada halagüeño. Pues a pesar de cuidar el árbol de la vida y gozar de una larga y feliz existencia, tarde o temprano llegará el día de la Batalla del Fin del Mundo, el Ragnarök, que acabará violentamente con todo el universo sin importar quién gane o quién pierda la batalla, porque absolutamente todo será destruido.

Mientras tanto, los que mueran dignamente y con valor irán al Valhalla, y los que mueran indignamente o de muerte natural irán a Helheim, donde la vida y la muerte ya no tienen dominio.

El Valhalla, salón de Asgard y centro de reunión de los dioses

El Valhalla no está en el cielo.

El Valhalla no es el Paraíso Prometido.

El Valhalla no es otro mundo.

El Valhalla está en el corazón de la tierra vikinga, Midgar, donde erigieron Asgard y abrieron el salón divino del Valhalla.

Sí, el Valhalla es un salón, una sala de fiestas, un lugar de medidas imposibles, pues hay quien asegura que, aun estando dentro de Asgard, es más grande que toda la Tierra junta. Pues en él caben todos y cada uno de los dioses, que no son pocos, y todos y cada uno de los guerreros humanos que murieron empuñando la espada o el hacha.

Para no perder la costumbre, los guerreros elegidos se pasan el día peleando en tremendas batallas, pero por la noche celebran y restañan sus heridas, beben, cantan y festejan sus triunfos o sus derrotas, y comen las manzanas sagradas que los mantienen en la eternidad.

Los dioses vikingos no son del todo eternos: tienen cuerpo físico parecido al de los hombres y pueden ser heridos en batalla. Incluso pueden perder un ojo, como Odín, o cualquier otro miembro, y, si no comen el fruto sagrado a su debido tiempo, no podrán restañar sus heridas ni sanar del todo su cuerpo e incluso pueden llegar a morir o a desaparecer por un largo tiempo, envejeciendo cruelmente como los simples mortales y padeciendo sus mismos males.

Los dioses vikingos deben comer las manzanas sagradas cada noche para mantenerse jóvenes, fuertes y eternos, so pena de perder un día de vida o de envejecer un día en lugar de mantenerse siempre enteros.

El Valhalla es, por tanto, un lugar tangible y palpable donde habitan los Aesir o Asas, los dioses, junto con los humanos que han merecido esta gloria.

El Valhalla es inenarrable; toda pintura, dibujo, recreación o imagen del Valhalla es falsa, porque el Valhalla es algo más, un misterio, y eso solo los dioses lo saben.

Con todo y su divina sacralidad, el Valhalla tampoco durará para siempre, pues caerá como todo el universo cuando la batalla final, el Ragnarök, tenga lugar, ya que nada ni nadie podrá escapar de ella.

Helheim, el Infierno vikingo

Hasta que no llegó el catolicismo a las Tierras del Norte, el infernal Helheim (o Hel) no era tan terrible, y aunque se parecía bastante al mundo y a su aburrida vida cotidiana, no era un lugar de penas, torturas y castigos.

Resulta que Yggdrasil cuenta con nueve mundos, y uno de ellos es Nilfheim, el reino de la niebla perpetua o de la oscuridad y las tinieblas, que se encuentra en lo más profundo y helado del planeta. En un principio, hasta que no llegó el catolicismo, tampoco era un lugar tan horrible, ya que a él llegaban los muertos comunes y corrientes, desde los indignos hasta los débiles, los viejos y los bebés que no superaban el parto, las amas de casa y la gente común, que seguían con sus rutinas cotidianas.

En las profundidades de Nilfheim estaba Helheim, más frío y oscuro aún, el temible reino de los muertos comunes y sin gloria gobernado por Hela y custodiado por su leal can Garm, al que iba normalmente gente del montón. Aunque cualquiera podía ir a dar ahí con sus huesos, por heroicos o divinos que fueran, si tenía la mala suerte de que su muerte fuera indigna, por digna que hubiera sido su existencia.

Por supuesto, ni los humanos ni los dioses podían escapar y volver a la vida si tenían la mala suerte de caer en él, pues Garm no les dejaba y la diosa Hela les ponía todo tipo de trampas para que no pudieran huir, aunque algunos lo intentaban para lograr un acto heroico que los dignificara y los llevara al Valhalla.

Lo peor no era ir a parar a Nilfheim después de la muerte, sino lo que estaba por venir: pues el dragón Nidhug vivía al lado de esos reinos helados a la espera del Ragnarök, la batalla final, que liberaría a los reinos y le permitiría devorar y torturar a las almas de los muertos que por ahí quedaran, tanto de hombres como de dioses, mientras el Caos, que podía ser eterno, los empujaría a la muerte de la muerte para convertirlos en la más triste y nauseabunda nada.

Poco a poco, Helheim y Nilfheim se fueron pareciendo más al infierno griego, con un río infranqueable que lo circundaba, Gjöll, hasta ser considerado algo así como el infierno que Dante relatara en su Divina Comedia para solaz del papado.

Nacer y morir

Para la cosmovisión de la mitología vikinga, la única verdad es nacer y morir. El resto es opcional.

Lo único seguro es el nacimiento y la muerte, lo demás es solo un camino que puede recorrerse, o no, de una y mil maneras, algo que puede ser divertido o doloroso según las experiencias que se pasen, pero que en realidad poco importa porque al final todo acabará con Ragnarök. Y así como todo surgió de la nada al chocar el calor ardiente ascendente y el frío helado descendente en el vacío, todo será nuevamente absorbido por la nada y el vacío, sin trascendencia alguna para nada ni para nadie, ni para dioses ni para humanos. Porque todo, absolutamente todo, desaparecerá para siempre jamás, mientras que en el caos final las bestias y los monstruos, los dragones y las serpientes —mitad hembra y mitad serpiente—, devorarán las almas y los cuerpos de todos los seres que creyeron sobrevivir al fragor del Ragnarök, e incluso esos monstruos también serán absorbidos por el vacío y por la nada.

No hay cuento de hadas ni posibilidad de redención o salvación en la cosmovisión de la mitología vikinga, ni un solo y débil rayo o chispa de esperanza: de la nada venimos y volveremos a la nada.

Mientras tanto, aconsejan los sabios vikingos, cantemos, bebamos, bailemos y luchemos con todo el corazón, sin esperar falsas promesas que no hacen otra cosa que enturbiar nuestra mente y pervertir nuestra alma, haciéndonos miedosos y cobardes, con castigos y premios que no existen.

Disfrutemos, por tanto, al máximo de la vida mientras podamos, porque de la nada venimos y a la nada volveremos tarde o temprano.