El enigma de las parejas duraderas - Rosa Rabbani - E-Book

El enigma de las parejas duraderas E-Book

Rosa Rabbani

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Las parejas duraderas y felices no vienen de Marte. No tienen más suerte que las que se quedan por el camino ni son más inteligentes: son parejas normales y corrientes que, con los mismos problemas, discusiones y defectos que todas las demás, se caracterizan por su modo de gestión de los asuntos cotidianos. Esa es la única clave de su éxito y de que logren mantener una unión sana y, por tanto, longeva. Este libro nos ofrece numerosas conclusiones extraídas de los estudios científicos que nos revelan qué es lo que hace que algunas parejas sean exitosas y satisfactorias mientras que otras fracasen y perezcan en el intento.

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El enigma de las parejas duraderas

La ciencia de los romances de éxito

Rosa Rabbani

Primera edición en esta colección: enero de 2024

© Rosa Rabbani, 2024

© de la presente edición: Plataforma Editorial, 2024

Plataforma Editorial

c/ Muntaner, 269, entlo. 1ª – 08021 Barcelona

Tel.: (+34) 93 494 79 99

www.plataformaeditorial.com

[email protected]

ISBN: 978-84-10079-13-7

Diseño de cubierta: Sara Miguelena

Fotocomposición: Grafime S. L.

Reservados todos los derechos. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. Si necesita fotocopiar o reproducir algún fragmento de esta obra, diríjase al editor o a CEDRO (www.cedro.org).

A Arash, mi mejor amigo.

Ese que me recuerda cada día que tengo

que «practicar lo que predico».

Índice

Layla y MajnúnBueno, bonito y barato1. ¿Para qué emparejarse?2. Un poco de historia3. La elección de pareja4. El proceso del enamoramiento5. Los cinco móviles universales. El talón de Aquiles de las parejas6. El secreto del cambio: hacerlo uno mismo7. La resolución de los conflictos8. Hablemos de sexo9. Claves que contribuyen a fortalecer la relación10. El divorcioConclusionesBibliografía

Layla y MajnúnCélebre leyenda persa

Había una vez un amante que había sufrido varios años la separación de su amada y se consumía en el fuego de la lejanía. Por imperio del amor, su corazón quedó vacío de paciencia, y su cuerpo, cansado de su espíritu. Consideraba una burla la vida sin ella y el tiempo le iba consumiendo. Muchos fueron los días en que, añorándola, no halló sosiego, y muchas las noches en que su dolor por ella le privó del sueño; su cuerpo se consumía en suspiros, la herida de su corazón le había convertido en un quejido lastimero. Habría dado mil vidas por una gota en la copa de su presencia, pero de nada le sirvió. Los médicos no le encontraban remedio, y sus camaradas evitaban su compañía. Ciertamente, los doctores no conocen el remedio para un enfermo de amor, a no ser que el favor de la amada le salve.

Dice el relato que un día se encontró a Majnún tamizando el polvo, bañado en lágrimas. Le preguntaron: «¿Qué haces?». Él dijo: «Busco a Layla». Ellos exclamaron: «¡Ay de ti! ¡Layla es de espíritu puro y la buscas en el polvo!». Majnún contestó: «La busco por doquier, quizás en algún lugar la encuentre».

Finalmente, el árbol de su añoranza engendró el fruto de la desesperación, y el fuego de su esperanza se redujo a cenizas. Una noche, sin poder vivir, salió de su casa y se dirigió a la plaza. De repente, un sereno le siguió. Perseguido por él, echó a correr. Entonces otros se unieron a este, cerrándole todos los caminos al fatigado. El desdichado corrió de aquí para allá, clamando y lamentándose: «Seguramente este guardia que me persigue tan tenazmente es mi ángel de la muerte; o es un tirano que trata de hacerme daño». Sus pies le sostenían, sangrando uno de ellos por la flecha del amor, mientras su corazón se lamentaba. Llegó hasta el alto muro de un jardín y lo escaló con inenarrable dolor, y, olvidándose de su vida, se arrojó al jardín. Entonces vio allí a su amada, que, lámpara en mano, buscaba un anillo que había perdido. Cuando el amante de corazón subyugado vio a su amado corazón, respiró profundamente y, alzando sus manos en oración, exclamó: «¡Oh, Dios! ¡Otorga gloria, riquezas y larga vida al guardia, ya que era él quien guio a este pobre y quien dio vida a este desdichado».

Bueno, bonito y barato

Conocí a Toni y Macarena en una mañana de otoño. Habían transcurrido pocos días del inicio del colegio. Habíamos hablado algunas semanas antes por teléfono y tomado la decisión de esperar la reanudación de la escuela para que pudieran asistir a la primera sesión con la calma que aporta tener a los niños en buenas manos. Acudieron a mi consulta con una demanda clara: que les ayudara a separarse.

Al explicarles, con sumo tacto y delicadeza, que ese no era mi trabajo que, por el contrario, consistía en ayudar a las parejas a permanecer juntas, pero recuperando la voluntad y la ilusión de hacerlo, y al preguntarles si habían hecho algo para evitar llegar al punto de romper su matrimonio, me explicaron que llevaban años que se les había agotado el amor y la complicidad que en un principio sentían, que se habían ido centrando en sus respectivos trabajos y aficiones, y que, pese a que la convivencia era excelente, estaban logísticamente compenetrados y se consideraban mutuamente padres estupendos, sentían que ya no compartían nada.

Tras llevar a cabo algunas indagaciones, les propuse hacer dos o tres sesiones de trabajo en pareja, y les prometí que solo entonces, si continuaban con su demanda original, me prestaría a ayudarles en su proceso de separación. Aceptaron.

A lo largo de todos estos años de práctica profesional no he conocido una sola pareja que no tuviera —o hubiese tenido en algún momento— el deseo de envejecer juntos construyendo una relación duradera basada en el amor, la amistad y el cariño. Ahora bien, no son todas las que lo consiguen. No es fácil. Es un camino por momentos duro, plagado de obstáculos; también repleto de aprendizajes que hacen de nosotros mejores personas. Sin embargo, la magia del amor no llega a cotas que permitan que eso ocurra por sí solo.

Una de las condiciones necesarias es una buena dosis de sentido del compromiso a largo plazo. Cuando nos embarcamos en la maternidad o la paternidad, a nadie en su sano juicio se le ocurre pensar que cuando lleguen tiempos difíciles devolveremos a nuestro hijo. Ese es el tipo de promesa que requiere la pareja: la voluntad de esforzarse en encontrar, pase lo que pase, una solución a cada problema que surja y en superar todos los obstáculos que aparezcan.

La separación y el divorcio existen porque ningún convenio humano es irreversible. En muchas más ocasiones de las que me hubiera gustado he tenido que presenciar con mis propios ojos algunas situaciones absolutamente insostenibles de malos tratos que agradezco no haberme visto en la necesidad de denunciar, porque las mismas personas fueron capaces de ver y rectificar a tiempo aun al precio de un divorcio. No obstante, esos mismos años de experiencia me han hecho darme cuenta de que muchos de los casos que han acabado en ruptura nunca deberían haberla contemplado como opción. La separación no es una opción; es la supresión de todas las opciones. La verdadera elección es el compromiso. Y es esto lo que muchas veces se halla ausente, incluso, en ocasiones, cuando las relaciones no han renunciado a la unión.

Muchos entienden el amor como algo que les adviene: ahora se enamoran; ahora se desenamoran. Me explican sus enamoramientos o desenamoramientos como un amor ideal o místico: una suerte de estado de enajenación o arrebato que asalta a la persona, apoderándose de su inteligencia y su voluntad; un tipo de pérdida de juicio, ajena al control del individuo. Pero lo cierto es que el acto de amar que empareja a dos personas de carne y hueso es un verbo y, como tal, implica una acción: la acción de esforzarse, de traerse a cuentas cada día, de madurar para transformarse en personas más sensatas y juiciosas, y de adaptarse a todo aquello que no se puede cambiar.

Tal vez resulte más difícil y costoso ser feliz que ser infeliz, que no requiere mucho esfuerzo. Cualquiera puede serlo, porque, si sabemos buscar bien, razones no van a faltar. El travieso de Oscar Wilde distinguió dos tipos de tragedias en la vida: una, no conseguir materializar los deseos del corazón; la otra, ¡conseguirlo!

Alguien me dijo una vez que prefería no amar mucho por si perdía. El amor no es para débiles por cuanto requiere mantenerse firme ante las dificultades, pero compensa con creces, porque amar y ser amado es de las experiencias vitales que mayor satisfacción y deleite nos aportan. Estamos ahora culturalmente más preparados que nunca para vivir en pareja. Por ejemplo, nunca antes fue tan fácil o frecuente hablar de sexo —el monotema sexual está tan presente que llega, para muchas personas, hasta la saturación—. Y, sin embargo, fenómenos como los fracasos y las rupturas en las relaciones de pareja o las infidelidades son más frecuentes que nunca antes en la historia. La gente ha perdido ya la esperanza de que un matrimonio o una relación de pareja pueda durar para toda la vida «hasta que la muerte nos separe». Pareciera que eso es cosa del pasado. O de nuestras madres que no tenían a dónde ir por sus propios medios. O de las religiones. Que la edad moderna implica sustituir ese lema por un «lo que dure ha durado» y «que nos quiten lo bailado».

Dicho esto, ahora que aún estamos en las primeras páginas, si piensas que es más acertado vivir relaciones de pareja sin demasiado compromiso o que vivir en forma de un pacto conyugal está ya anticuado, o no deseas privarte de los privilegios de la vida de soltero o soltera, este libro no es para ti. No es para ti a pesar de que probablemente tus mayores dificultades residan en que desconfías de ti mismo y tu habilidad para construir una relación duradera, o que sientes recelo con respecto a las aptitudes de la persona que elegiste.

Originalmente la pareja y el matrimonio nada compartían más allá de un contrato de mutua conveniencia que posibilitaba saber cuál de estos niños es mío y quién se quedará con las propiedades cuando yo me muera. Fue con la llegada del romanticismo que el sentido del matrimonio se redefinió. Desde entonces, la intimidad y la cercanía emocional han pasado a ocupar el corazón de la pareja moderna. De pronto las expectativas relativas a las relaciones de pareja han subido a la estratosfera: esperamos ser los mejores amigos, los confidentes ideales, los cómplices perfectos, los amantes apasionados; confiamos en que la relación nos aportará estabilidad, seguridad, fidelidad; deseamos que se convierta en el equilibrio perfecto entre la libertad y el compromiso, y nos ilusiona la idea de que nos proporcione sorpresa, aventura, misterio, confort, novedad y familiaridad. Cualquiera firmaría ante tan extraordinaria contrapartida. Sin embargo, como la mayoría de firmas importantes, dispone también de una letra pequeña que no solemos revisar minuciosamente. Y estampamos nuestra lúbrica con la suposición de que todo lo anteriormente expuesto es alcanzable por el módico precio de ofrecer a cambio un amor verdadero. Nadie da nada a cambio de nada. Todo aquello que es de valor inapreciable requiere un esfuerzo proporcional. Se sorprendería el lector del número de parejas que acuden a las consultas de los profesionales señalando las fallas de su adquisición que prometía ser perfecta pero salió defectuosa. Algunos de los clásicos de nuestra cultura occidental son aplicables también a las relaciones de pareja:

Bueno, bonito y barato. Que el logro y la conquista no requiera de demasiados esfuerzos y cuidados, manteniendo su buen aspecto y su calidad a lo largo del tiempo.La ya conocida obsolescencia programada ha pasado también a las relaciones de pareja. Las parejas ya no se separan por desavenencias irreconciliables sino porque la relación se les volvió aburrida y rutinaria.La eterna búsqueda de algo diferente, mejorando lo presente. Algunos autores lo llaman la «adaptación hedonista» al miedo a perderse algo y la constante comparativa de la elección que hicimos con todas las que podríamos haber hecho.

Uno de los grandes privilegios que nos ha tocado vivir en la actualidad es que poseemos datos y conclusiones destiladas de los estudios científicos que nos indican qué es lo que hace que algunas parejas sean exitosas y satisfactorias mientras que otras fracasen y perezcan en el intento. Las generaciones anteriores debían hacer que sus relaciones de pareja funcionaran de una forma muy intuitiva sin posibilidad de que las pruebas científicas y documentales pudieran acompañarlas arrojando luz sobre la sabiduría personal o popular.

Si bien este libro incluye muchas de las últimas y más punteras investigaciones científicas y sus interpretaciones por parte de psicólogos, antropólogos, sociólogos y filósofos, que se han dejado la piel durante años en estudiar y trabajar estos temas, la esencia y principal inspiración que subyace a esta obra proviene de mi propia práctica profesional como terapeuta durante dos décadas y como formadora de centenares de personas a lo largo de todos estos años. En los casos reales que he conocido, trabajado y a los que he ayudado es donde residen los fundamentos de lo que expongo en este libro.

Disponiendo de tanta información como la que hoy tenemos a nuestro alcance, nuestras mayores y más confiables fuentes son, no obstante, las expertas de la peluquería y las series. Como mucho, y si ya nos hemos actualizado y convertido en alumnos aventajados, tal vez recurramos a algún que otro profesional procedente de cualquier otro ámbito que comparte sus experiencias, o tal vez algún youtuber, algún tuit de pocos caracteres y algunos influencers provenientes de muy diversos quehaceres que se alzan como expertos. Por todo ello, y a modo de ejemplo, uno de los grandes mitos de las relaciones de pareja sigue siendo la sobrevalorada comunicación. Mi mayor prueba es que no exagero si digo que el 80 % de las parejas que acuden en busca de ayuda a mi consulta afirman que les va mal porque su comunicación no es buena. Y, sin embargo, mi observación indica que mejorando las habilidades comunicativas no siempre se mejora la relación y, desde luego, he tenido oportunidad de conocer un sinfín de parejas con una pésima calidad comunicativa a las que, sin embargo, les va de fábula.

Las parejas duraderas y contentas con su enlace no proceden de Marte, tampoco de Venus. No tienen más suerte que las que se quedan por el camino ni son más inteligentes o más estables. Son tándems normales y corrientes que, con los mismos problemas, discusiones y defectos que todas las demás, se diferencian de las otras en que su modo de gestión de las cuestiones cotidianas les dispone a una unión más sana y, por tanto, más longeva. Las parejas infelices tienen, además, un 35 % de probabilidades de caer enfermas y acortar su vida en un mínimo de cuatro años, según los estudios de Lois Verbrugge y James House. Pues sabemos que la separación inhibe las funciones del sistema inmunológico, dejándonos más vulnerables ante enfermedades infecciosas o el cáncer. Es parte de nuestro haber y fortuna que hoy, a diferencia de antaño, tengamos mucha conciencia sobre la importancia de hacer ejercicio físico para cuidar nuestra salud. Sin embargo, si una pequeña parte del tiempo dedicado al cuidado físico o emocional individual la empleáramos en cultivar y velar por nuestras relaciones de pareja, sin duda la salud integral se vería mayormente beneficiada.

Constato, cada día, la devastación humana y vivo de ella. Mis horas se consumen en acompañar a personas con problemas, a resolver el colapso emocional, el pánico al fracaso, las ruinas fruto de las adversidades, los nervios destrozados, los estragos de la soledad, los desastres de las malas relaciones, la desolación de la ignorancia o la destrucción de los errores y el remordimiento. Tomamos importantísimas decisiones plenamente inconscientes sin contar en nuestro haber ninguna formación para elegir y estructurar una buena vida de pareja. Nos tenemos que tirar a la piscina con lo que la vida nos dio a entender abandonándonos al puro azar.

Las películas y la literatura se encargan de prometernos que hay alguien por ahí, insinuando una representación idealizada de la realidad, que está llamado a ser nuestra mejor elección con la que obtendremos todo lo deseado, y que el esfuerzo reside en saber buscarlo. Cuando llega el desencanto de la separación no se debe tanto a que nosotros no hayamos sabido hacerlo mejor, sino a que la elección no debió de ser la acertada. La próxima lo será.

Si nuestra elección estuviera basada sobre cimientos claros y firmes, la alternativa de encontrar a alguien mejor se tornaría en pura fantasía. La clave nos la vuelven a dar las estadísticas: los segundos y terceros matrimonios fracasan más que los primeros. Buscar una mejor opción para dar, acaso, con la perfección constituye una mirada errónea de la relación de pareja. No se trata de acertar en hallar la perfección sino de perfeccionar —ambos miembros de la unión— lo que ya elegimos en su momento. Todos somos perfectibles y el envite del emparejamiento reside, justamente, en focalizarnos en ese proceso de transformación. Utilizando un símil del conocido El arte de amar de Erich Fromm, nadie, mesurado y razonable, creería que para aprender a tocar el violín hace falta esperar a que llegue el instrumento adecuado. Y, sin embargo, para tener éxito en nuestra relación de pareja, esperamos que llegue la persona adecuada, haciendo caso omiso de la necesidad de promover nosotros la perfección y de provocar nosotros el mejoramiento en todos los aspectos de nuestra vida. Les habrá llamado alguna vez la atención que todos los cuentos de princesas acaban cuando los protagonistas se casan y son felices. Nuestra credulidad nos condena pensando que realmente ahí acaba la historia, cuando en ese punto no ha hecho más que comenzar.

Decía Borges que no se enorgullecía de lo que había escrito sino de lo que había leído. Hago mías sus sabias palabras por cuanto tampoco me siento orgullosa de cuanto he escrito en comparación con otros autores que voy leyendo cuyo talento me llena de asombro, pareciéndome obras de arte lo que expresan y publican. Si algo de estas líneas resultara de interés es solo gracias a mis pacientes, que, como la misma palabra indica, con paciencia han compartido conmigo sus experiencias de inestimable valor, enriqueciendo mi vida y mi profesión, así como a los autores e investigadores de quienes bebo, cuyos hallazgos me consta les ha costado enorme esfuerzo y denuedo.

Debo aclarar, antes de proseguir, que uso la expresión «matrimonio», «relación conyugal» y similares como sinónimas de «relación de pareja», al margen del estatus legal de tales uniones. Con estos términos solo quiero significar compromisos emocionales de larga duración.

Y por último, amigo lector, no te creas nada de lo que leas en estas líneas. Tan solo ponlo en práctica y comprueba por ti mismo su error o acierto. Confía en tu propio testimonio, que te aportará los indicadores necesarios para tener un criterio propio sobre la efectividad o falta de idoneidad de lo que leerás en las páginas que siguen. Que estas líneas te ayuden a sacar lo mejor de ti y de tu relación de pareja. En caso contrario, quema el libro; un libro que no cambia la vida de sus lectores, ni tan siquiera en una pequeña medida, es como el árbol sin fruto ni beneficio: solo sirve para alimentar el fuego. Tal vez así, el calor del fuego sea lo que lo dote de sentido y utilidad.

1.¿Para qué emparejarse?

Sobre el amor y las conexiones

El amor es ese supremo poder de atracción que mantiene unido a todo lo existente. Su magnetismo nada tiene que ver con el grado de parentesco o proximidad. En su sentido más profundo, se halla por encima de todas y cada una de nuestras relaciones. Nutre la esencia de la naturaleza humana. No solo cuanto más se experimenta, más se desarrolla la capacidad de sentirlo, sino que cuanto más se vive, mayor es el grado de sintonía con la vida, más altos son los niveles de resiliencia frente a los vaivenes de esta, mayor satisfacción se siente con respecto a ella y de más salud se goza.

Los estudios científicos demuestran cómo su ausencia altera los niveles bioquímicos de nuestro cuerpo, afectando la arquitectura celular del organismo, su robustez, vitalidad y bienestar. Las investigaciones han comprobado que la escasez de resonancia positiva es más dañina para la percepción de salud que fumar, el sobrepeso o beber en exceso. Con esto no creas que si te sientes bien querido y conectado, puedes permitirte la licencia de fumar, beber o comer en demasía. Pero suficientes estudios científicos concluyen que las personas que se sienten más cuidadas y conectadas tienen menos tendencia a resfriarse, a presentar presiones arteriales desequilibradas, a padecer enfermedades cardiovasculares, diabetes, Alzhéimer y algunos tipos de cáncer.

La conexión es la base de semejante experiencia. Es probablemente lo que todos tratamos de encontrar a través de las redes sociales o la mensajería instantánea. No obstante, el anhelo verdadero de nuestro organismo, esculpido a lo largo de milenios de selección natural, no es ese tipo de nexo, sino gozar de momentos de auténtica unión. La resonancia positiva propicia o predispone a percibir sentimientos de unión y conexión con el otro.

Se ha constatado que el contacto ocular y la sonrisa son dos de las formas más poderosas de conectar. Paul Ekman, el científico más reconocido a nivel mundial en lo referente a las expresiones faciales humanas, identifica en las personas cincuenta tipos de sonrisas diferentes que se distinguen a través del contacto ocular y que la intuición y el nervio vago se encargan de desentrañar de modo totalmente inconsciente.

El psiquiatra Robert Waldinger, el tercer director de una investigación longitudinal sobre el desarrollo de los adultos llevada a cabo por la Universidad de Harvard durante los últimos setenta y cinco años, ha realizado otro estudio revelador. De los setecientos veinticuatro sujetos que originalmente formaron parte de las muestras de 1923, sesenta viven aún y atraviesan sus noventa. De los dos grupos en los que se dividió el experimento, uno se hallaba formado por varones de una edad en torno a los veinte años, y eran estudiantes de la Universidad de Harvard. El otro, también de varones en la misma franja de edad, procedía de los barrios más desfavorecidos de la ciudad de Boston. Las pruebas a las que sistemáticamente fueron sometidos año tras año fueron múltiples entrevistas y cuestionarios, así como numerosas mediciones fisiológicas y psicológicas. Muchos fueron los derroteros que tomaron las vidas de los individuos que formaban parte de las muestras, y, mientras tanto, las conclusiones a las que el estudio fue llegando se pueden resumir en tres, habiendo podido predecir el estado de satisfacción vital de estas personas en sus ochenta años a través de variables identificadas tres décadas antes. A saber:

Las conexiones sociales son beneficiosas para la salud física, psicológica, emocional y espiritual, y para la percepción de bienestar por parte de las personas. Por el contrario, la sensación de soledad y aislamiento es dañina y perjudica esos mismos indicadores.Relativo a las conexiones, no importa tanto el número de amigos que uno tenga o si está soltero o casado. Lo verdaderamente relevante es la calidad de las relaciones que se establecen, si son estrechas, si son cálidas o si son cercanas.Las relaciones que suponen un apego seguro son un antídoto contra el proceso de envejecimiento. Aquellas personas que tienen a alguien con quien saben que, en momentos de necesidad, pueden contar mantienen su memoria y demás capacidades mentales más agudas y activas durante más tiempo.

Ancestralmente, los vínculos entre las personas fueron la clave que protegía a los seres humanos de la muerte. Así, la pulsión de establecer verdaderas y penetrantes conexiones, percibir resonancia positiva y, en definitiva, sentir amor es producto de la evolución humana. Pero hoy, si miramos a nuestro alrededor, a menudo nos embarga la sensación de que las personas están más temerosas, crispadas y egoístas que nunca. Como sociedad global, estamos más estresados, tenemos más sobrepeso y padecemos más enfermedades crónicas que antaño. ¿Cuántos de estos males son fruto de la negación colectiva de quiénes somos y del sentido de nuestra existencia? En respuesta a este interrogante, la ciencia ha revelado que cuando sintonizamos con lo que nuestro cuerpo identifica como amor, nuestras células captan de inmediato el mensaje: no solo adquieren las condiciones de defendernos mejor de las amenazas de enfermedades, sino que crecen más saludables. Empero esta vivencia del afecto nada tiene que ver con la persona que es objeto de tal sentimiento. Es indiferente si lo profesamos hacia un extraño o hacia un conocido, hacia alguien con quien sentimos afinidad o hacia aquel con el que no tenemos nada en común. Lo que realmente cambia nuestra estructura celular es la frecuencia de los micromomentos de amor —como los denomina la científica Barbara Fredrickson—. Según ella misma explica, en el caso de las relaciones de pareja, es el compromiso de confiabilidad y lealtad mantenido en el tiempo lo que genera un vínculo fuerte de seguridad que labra la tierra para poder crear frecuentes micromomentos de amor.

Candela y Salva tienen dos carreras muy absorbentes y los dos disfrutan sobremanera dedicándose a ellas. Entre la intendencia de su casa, los trabajos y la crianza de su hija apenas les queda tiempo para pasarlo juntos, pero buscan sus ratos para poder hablar y mantener fuerte la profunda amistad que les une. Se respetan y gozan enormemente de sus mutuos éxitos. No se ven mucho y su vida pasa por un momento bastante caótico; pero él trata de cocinar y comer según la dieta que ella debe seguir para cuidar su peso y le envía artículos de prensa relacionados con los intereses de su carrera. En las épocas de acumulación de trabajo, tratan de organizar salidas con la niña mientras el otro trabaja unas horas con sosiego y concentración, sin que esta alternancia sea fruto de una demanda explícita. Él queda de vez en cuando con su suegro para ir a tomar café porque sabe que eso a ella le hace inmensamente feliz; ella suele ir regularmente a un supermercado relativamente lejos de casa para comprarle a él las mermeladas que le encantan, y él devuelve el gesto levantándose bien temprano los domingos para preparar el dulce favorito de Candela compatible con su régimen. Ella propone hacer regalos de cuantioso valor económico para el sobrino de Salva, que vive con su padre cuando estos se ven necesitados, pues sabe que, desde que hace años su hermana falleciera, ese cuidado y protección es muy importante para él. ¡Ah! Y pase lo que pase, siempre le sirve a él el arroz tostadito del fondo de la paellera porque sabe que le pirra. Y es que el cariño y la admiración son dos cualidades imprescindibles en cualquier relación duradera. Si eso permanece, todo lo demás se puede trabajar e incluso lo más doloroso se puede superar y dejar atrás.

El efecto Miguel Ángel. Liberar lo mejor de nosotros

Se atribuye a Miguel Ángel la frase «Vi al ángel en la piedra y tallé hasta liberarlo». El pintor vio la escultura, no en términos de creación sino de revelación. Consideró que la figura ya residía en la roca y la labor del artista consistía en esculpirla para liberarla. De igual modo, los dos miembros de la pareja entran en su seno como si de un bloque de piedra se tratara y es la relación, que día a día van forjando, la que los esculpe hasta poner al descubierto sus talentos y capacidades, realiza sus virtudes y materializa sus potencialidades.

Confirmando la máxima de Miguel Ángel, la ciencia de hoy sabe que todas las virtudes del carácter —la honestidad, la determinación, el sentido del humor, la disciplina, el entusiasmo, el orden, la superación, la gratitud o la capacidad de perdonar, entre muchas otras— son potencialidades inherentes a cualquier humano por hallarse dentro de nuestra naturaleza. Estas se traducen en rasgos desarrollados por nuestra educación, práctica repetitiva y experiencias. No existe nadie en el mundo incapaz de fomentar y acrecentar su paciencia, su moderación o su consideración, pese a que en ocasiones lo parezca. Las virtudes humanas son el patrimonio inmaterial que reside en nuestro interior de la misma forma que los frutos del árbol se hallan ocultos en la semilla.

La ciencia corrobora, asimismo, las intuiciones de algunos filósofos y pensadores relativas a que todos los seres humanos, sin excepción, poseemos una serie de rasgos que hemos trabajado y puesto en práctica hasta el punto de convertirlos en las fortalezas de nuestro carácter. Son aquellas cualidades que más describen a las personas. Al pensar en alguien y tratar de describirlo, las competencias actitudinales que primero nos vienen a la mente son sus fortalezas del carácter.

No obstante, sabemos también que no todo es de color de rosa y que las personas también poseemos defectos: esas virtudes que tenemos menos trabajadas y perfeccionadas. Suelen ser aquellas cualidades que, al no tenerlas desarrolladas, en más líos nos meten y más problemas nos generan.

La amalgama de virtudes y defectos es lo que conocemos como carácter, donde la combinación del grado de desarrollo de cada una de las cualidades virtuosas es lo que nos hace únicos y singulares entre toda la población de nuestros congéneres. Y de aquellas personas que las virtudes desarrolladas sobrepasan a sus defectos solemos decir «fulanito tiene buen carácter».

Por último, pero no por ello menos importante, la ciencia nos asegura que no existe evidencia alguna que apoye lo que se conoce como «mentalidad fija», es decir, que nacemos con un carácter determinado que se forja, en el mejor de los escenarios, durante los primeros años de vida, y que después perdemos ya nuestra oportunidad de mejorar nuestra forma de ser. La neurociencia ha descubierto los fundamentos de la llamada «mentalidad en desarrollo», término acuñado por Carol Dweck, profesora de la Universidad de Stanford, que muestra que el cerebro humano está cableado para vivir un proceso constante de trasformación y cambio hasta el último hálito de nuestra existencia. Se ha comprobado en los laboratorios que si focalizamos nuestra atención y nuestros esfuerzos en el desarrollo de un determinado rasgo de nuestro carácter, podremos transformarlo en una de nuestras fortalezas, convirtiéndonos, así, en personas con actitudes más competentes.

La tarea primordial que este hecho nos prescribe para todos es evidente: conocerse a uno mismo, sacar partido de las propias fortalezas e identificar las virtudes que aún nos quedan por practicar. El seno de las relaciones de pareja es el contexto más propicio para este proceso de localización de los propios defectos, así como la apreciación de las virtudes de uno, pues no solemos padecer las consecuencias de nuestras propias debilidades caracteriales, sino que las sufren las personas con quienes vivimos. Y eso las convierte en observadores privilegiados e interlocutores ideales para pedirnos —y, por qué no, exigirnos— constantes esfuerzos dirigidos al cambio y a la superación, convirtiendo los rasgos más imperfectos de nuestro carácter en otros más desarrollados. Aprendiendo a ser más tolerantes, más amables, más responsables, más recíprocos, más empáticos o más respetuosos.

He ahí que lo que Miguel Ángel fue capaz de ver en la piedra, nuestros compañeros de vida deben ser capaces de hacérnoslo ver a nosotros y apelar a su localización intrínseca en nuestra persona. Todas las dificultades de la convivencia y la cotidianidad son como el cincel que labra a golpe de martillo la piedra para extraerle las mejores formas de ángel.

Inteligencia matrimonial

El amor es el poder magnético que une los diversos elementos de nuestra especie; es el hálito de vida en el cuerpo de la humanidad, el fundador de la civilización. Revela poderosamente misterios latentes. Es solo su acrecentamiento, percepción y comprensión lo que dota de sentido a cada día de la vida. El amor entre la pareja, como cualquier otro tipo de amor, se debe caracterizar por su progreso, aumento e intensificación con el paso del tiempo.

Dice Azam Sahih en El cuento que nunca te contaron: «La relación de pareja en el matrimonio es una escuela para aprender, una empresa material, emocional, intelectual y espiritual donde la inversión que uno pone es su juventud, los mejores años de su vida. Y por eso debemos hacer lo posible para sacar adelante la empresa, y no permitir que fracase o quiebre. En un negocio ponemos pasión, entusiasmo, perseverancia para salir adelante, confiamos en nuestros socios, ponemos creatividad y conocimiento. En la empresa del matrimonio se deben poner todas esas virtudes para hacerla crecer, no solo esforzarse al inicio y después dejarla crecer sola. No; semejante empresa necesita vigilancia y dedicación para que no quiebre».

Pileggi y Pawelski identifican cuatro elementos de inteligencia emocional para que las relaciones duren:

Conocer nuestros puntos fuertes y nuestros talones de Aquiles, y estar dispuestos a esforzarnos en desarrollar los rasgos defectivos de nuestro carácter.La pasión bien entendida y cultivada.Las emociones positivas se han de hacer conscientes y ponerse de relieve con frecuencia. Los estímulos constructivos son una de las mayores fuentes de satisfacción en la pareja.Disfrutar de forma consciente y presente las experiencias, momentos y privilegios que aporta la relación.

Muchos otros autores subrayan otras señales del proceso de maduración en una relación de pareja:

Viven la relación en modo aprendizaje.Detectan los cambios de su pareja y apelan a ellos.Su tono se vuelve más sobrio, reflexivo, respetuoso y calmado.Adquieren una visión más amplia de los acontecimientos.Se embarcan en la acción consensuada.Hablan con mayor sinceridad y tacto, a un tiempo.La crítica y la culpabilización desaparecen o disminuyen.La ira deja de escalar.Estimulan las conexiones positivas con su pareja.Prestan atención a los intentos de reparación de su pareja.Las amenazas se desvanecen.Están dispuestos a dar el primer paso.Evitan milimetrar las acciones del otro y compararlas con las suyas.Aumenta el respeto y la empatía.

La bibliografía y los estudiosos de este ámbito también se hacen eco de las características de las parejas movidas por muchas de las actuales concepciones erróneas. Algunas de ellas tienen que ver con las conceptos de género tan visibilizadas en los últimos años por los feminismos ideologizados:

La idea de que, a diferencia de antaño, hoy en día las relaciones de pareja ya no son de larga duración, sino que deben existir mientras las cosas vayan bien. Posteriormente será el momento de dejar atrás esa etapa en busca de la siguiente: se trata de la poligamia sucesiva. La exaltación de la masculinidad representada en una imagen agresiva del varón, disuadiendo de exhibir atributos como la sensibilidad, la generosidad y el cuidado.La presentación de las mujeres como objetos sexuales.El ninguneo del sentido del esfuerzo y el compromiso.La aceptación de la pornografía como fuente de expresión sexual.La noción de compatibilidad sexual, que debe ser puesta a prueba en lugar de ser construida por ambos miembros de la pareja.La fascinación por la cirugía estética entre las mujeres, y cada vez más entre los hombres, para ajustarse a patrones de belleza idealizados como un elemento importante para las elecciones de pareja.La idea de que los gustos y las preferencias sexuales surgen enteramente de la fisiología y no se ven afectados por la cultura.La creencia de que las mujeres deben utilizar cierto estilo de ropa provocativa para ser consideradas atractivas.El supuesto de que los hombres deben tener un físico musculoso para atraer la atención de las mujeres.La normalización de que la gratificación sexual es la clave de una pareja feliz.La noción de que los problemas en la pareja justifican la satisfacción de los impulsos sexuales y necesidades emocionales fuera de esta.La visión de las mujeres como tentadoras, que hace que los hombres crucen las líneas del respeto.La creencia de que restringir la pasión sexual es infringir la libertad de la persona.

Demasiado a menudo estas perspectivas nos condicionan para encontrar a nuestra otra mitad. Sin embargo, lo que realmente precisamos es cultivarnos y capacitarnos en estas lides para acercarnos cada día más al objeto verdadero de nuestro amor y no al fruto de falsas ideas.

¿La pareja debe aportar felicidad o sentido?

Tras más de dos décadas de humilde experiencia acompañando innumerables parejas, no he conseguido dejar de sorprenderme cuando, una vez tras otra, descubro que las personas están convencidas, firmemente convencidas, de que el propósito de amar y establecer relaciones de pareja es ser felices. ¿Cómo se le explica a alguien que la magnitud de su error no tiene límites? Esta visión no puede estar más lejos de la realidad. Es obvio que la finalidad de las relaciones de pareja no es hacernos desgraciados; pero tampoco lo es la felicidad.

Existen dos modelos que explican el propósito de emparejarse. El modelo basado en la felicidad, que entiende esta en términos de bienestar hedónico y promoción de autoestima. Parte de la creencia de que sostener un matrimonio con éxito no debería requerir especial esfuerzo o paciencia. Por tanto, cuando vienen tiempos difíciles la separación es una posibilidad razonable. Por el contrario, las personas que se rigen por el modelo basado en el sentido, entienden este como la procura de un bienestar eudaimónico, un estado interior caracterizado por la sensación de crecimiento y florecimiento continuos, como fruto de fortaleza y esfuerzo. En consecuencia, cuando atraviesan momentos de crisis, los interpretan como desafíos en los procesos de crecimiento mutuos.

El psicólogo Roy Baumeister identifica en sus investigaciones los predictores tanto de la felicidad como del sentido. Encuentra que los sujetos que describieron sus vidas como fáciles y placenteras, puntuaron alto en placer pero no en sentido. Mientras que los que mostraron tener vidas con sentido puntuaron alto en generosidad y altos niveles de compromiso para con los objetivos difíciles.

Por tanto, el propósito primero y último de emparejarse es crecer, que es lo que dota de sentido a todos los esfuerzos que tienen lugar en el seno de la pareja. Entiendo que la idea no sea tan romántica; sin embargo, todos los estudiosos del tema, pensadores, biólogos, antropólogos, filósofos y sociólogos, apuntan en esta dirección. Y los equipos de investigadores y neurocientíficos más punteros están encontrando, cada vez más, claras evidencias empíricas que concluyen este mismo hecho desde diferentes ámbitos.

Sin embargo, curiosamente nadie cree que amar requiera de ningún tipo de aprendizaje puesto que su sencillez reside en que se halla imbricado en el engranaje humano. Es decir, que estamos cableados para amar y que, por lo tanto, no debería requerir ningún esfuerzo. La sola idea a más de uno le aterra y ofende por cuanto, si implica dificultad —se dicen—, ya no es amor. Pues siento decir que las personas que piensen así más desencaminadas no pueden ir. De hecho, ahora que aún estamos en los albores de esta lectura, dejadme exponer una condición sine qua non para continuar. Este libro no está dirigido a las personas que no estén dispuestas a esforzarse día y noche, a acometer un sinfín de cambios en sus comportamientos y actitudes, en sus miradas y visiones, en sus creencias y postulados, en sus pensamientos y emociones. No teniendo una voluntad clara de ello, este texto puede perjudicar a su salud, situándolas ante disyuntivas generadoras de remordimientos con respecto del pasado y percepciones de procrastinación con respecto del futuro.

Mas si su intención es encontrar carne de reflexiones que puede ir realizando a lo largo de las próximas páginas con el objetivo de que ello revierta en una clara mejora de su vida y convivencia en pareja, previo pago del empeño requerido para ello, bienvenido a esta obra que tiene como función destilar la inapreciable experiencia de cientos de parejas a las que he tenido oportunidad de acompañar a la luz de las últimas tendencias y conclusiones a los que han ido llegando los científicos e investigadores más eminentes de este ámbito.

Entre ellos, Nader Saidi nos dice que debemos estar dispuestos al autosacrificio para alinearnos con el objetivo del aprendizaje en el contexto de las relaciones de pareja. Estar preparado a sacrificar una parte de uno en aras de adquirir nuevos conocimientos genera múltiples resistencias, pero es la única forma de evolucionar. El matrimonio es como un baile: disponemos de dos bailarines profesionales y hábiles en todo lo que a su propia actuación se refiere. Los dos brillan separadamente por sus dotes y talento. Sin embargo, el baile que crean los eclipsa totalmente porque es lo concebido e interpretado por el conjunto lo que verdaderamente importa.

Muchos de los logros importantes de la vida los alcanzamos al precio de dejar parte de nuestra esencia por el camino. Entre las más bellas metáforas que he leído sobre este curioso pero profundo fenómeno es la de la semilla que en apariencia desaparece y solo a través de su desgarro brota y germina la planta o crece el árbol, dando lugar, a su vez, a cuantiosos frutos. O la vida que únicamente se abre camino con los dolores y el sufrimiento del parto, dejando atrás el plano intrauterino de nuestra existencia. O la vela cuyo desgaste es lo que derrama la luz sobre su propia realidad.

Recuerdo una pareja que me visitó hace mucho tiempo para la que todo funcionaba correctamente mientras él se mantuviera prácticamente enclaustrado en casa sin ningún tipo de relación. Se trataba de un hombre afable y tranquilo, que establecía discretas sintonías con las personas allegadas del entorno familiar. Su esposa, una mujer temperamental y entusiasta, no podía soportar la admiración y el aprecio que la mayor parte de personas de su entorno más inmediato sentían por su marido. Sus constantes boicots habían llegado a retirarle a él de toda vida social. De esta forma, su matrimonio discurría revestido de una aparente calma. No obstante, la consecuencia era que él se veía sumido en una profunda depresión, razón por la cual acudían a mí. La depresión se superó con éxito, pero el precio amargo que por ello pagaron fue la ruptura, tras una década de relación, ya que ella no fue capaz de asumir que la envidia la estaba corroyendo ni hacer el menor esfuerzo por superar un defecto de tamaña magnitud. Años más tarde fue ella quien acudió a mi consulta; esta vez, con una conciencia mucho más clara de lo que había ocurrido durante largo tiempo en su vida, en su matrimonio y en sus relaciones, y con la firme intención de superar ese veneno letal.

Conocer el propósito de nuestra relación y todo cuanto acontece en ella lo cambia todo para la gran mayoría de las parejas. Muchos de mis pacientes se lamentan de no haber sido capaces de hacer las actuales reflexiones cuando conocieron a sus parejas. En mi humilde experiencia a lo largo de todos estos años he sido observadora privilegiada de la regeneración y recuperación de relaciones, que, al abrir los ojos a la realidad del matrimonio, han sido capaces de reorientar su relación, dándose cuenta de que si bien el amor conforma la base sobre la que se asientan todas las interacciones humanas profundas, no constituye la garantía de las relaciones de pareja. En el corazón de este tipo de vínculo residen las virtudes y las cualidades que cada uno posee como las verdaderas garantes del éxito y la durabilidad de la relación.