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El escultor de su alma es un drama teatral del autor Ángel Ganivet. Con profundas raíces en la mística, narra la historia del escultor Pedro Mártir, quien, desilusionado con el arte, abandona a su amante y parte en pos de la posibilidad de esculpir su propia alma.
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Seitenzahl: 104
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Ángel Ganivet
Drama místico en tres autos
Saga
El escultor de su alma
Copyright © 1898, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726551426
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
www.sagaegmont.com
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[3]
El 1.� de Marzo de 1899 se estrenó en el teatro de Isabel la Católica de Granada, un drama místico, original de Ángel Ganivet y titulado El escultor de su alma.
El público, deslumbrado por la brillantez y armonía de una versificación sonora y rotunda, hermana gemela de la que subyuga en las obras de Calderón y Lope, fascinado por la sublimidad de los conceptos que surgían de boca de los actores, cayendo sobre la sala como manantial inagotable de belleza que hería la imaginación y sacudía fuertemente el espíritu, quedó cautivo del poeta desde el principio del drama, y tributó a la obra y al autor una ovación tan entusiasta como no se ha oído otra en el coliseo granadino.
Nadie pidió el nombre del autor, porque era de antemano conocido, ni se pidió tampoco su salida a [4] la escena, porque quien concibió y dio forma a aquella soberana producción dramática, no pertenecía ya al mundo de los vivos.
La sensación que produjo aquella obra genial, inspirando en el ánimo de los amigos y admiradores de Ganivet y en general de los granadinos, vivísimo deseo de conservarla impresa, me han inducido a publicarla, con lo que juzgo cumplir un deber; pues habiendo tenido la fortuna de que el autor me confiara su obra, enviándome desde Riga para su representación en Granada, el manuscrito original de El escultor de su alma, considero que la obra de que se trata merece ser difundida por medio de la imprenta, a fin de que no permanezca escondida esta valiente y genial tentativa de reconstitución de nuestro teatro, iniciada por un granadino que honra con su nombre el de esta ciudad y el de la patria española.
El escultor de su alma es la única obra de Ángel Ganivet que permanece inédita. Sus demás libros, aunque reducidos a un escaso círculo por lo corto de las ediciones, están ya impresos. Algunos, como Granada la bella, Cartas finlandesas y Hombres del Norte, los publicó en artículos El Defensor de Granada, y son muchos los lectores granadinos que los conservan cuidadosamente. No se halla en el mismo caso la producción dramática, y a satisfacer un deseo general, así como a rendir el debido tributo de admiración al ilustre y malogrado literato, se encamina la publicación de este libro.
Pero quien lo lanza a la publicidad no puede sustraerse al impulso, tan natural como explicable, de hacer algunas indicaciones sobre la producción de Ganivet, escribiendo estas deshilvanadas líneas, para [5] dar a conocer al lector los rasgos más salientes de aquella insigne personalidad literaria.
* * *
Corta y gloriosa fue la vida del escritor granadino: no llegó a alcanzar los 33 años, entre el nacimiento ocurrido el 13 de Diciembre de 1865 y la muerte que tuvo lugar en Riga, el 29 de Noviembre de 1898.
El que tanto había de honrar con sus obras el nombre de Granada, no mostró de niño esas pretensiones impropias de la edad que tanto celebra el vulgo en los niños precoces y que, como son una desviación de la naturaleza, un desarrollo prematuro de las facultades intelectuales, concluyen casi siempre por hacer de los niños célebres, vulgares medianías, cuando no solemnes majaderos.
Comenzó el bachillerato a los quince años de edad, en 1880, y en el Instituto de Granada le conocí yo aquel año, también el primero de mis estudios.
Tal vez porque ni él ni yo habíamos hecho las primeras letras en la escuela, sino en nuestras casas, carecíamos de la acometividad de los demás muchachos del primer año de latín, y un tanto apartados de la general algazara, pronto nos conocimos, congeniamos, y se estableció entre nosotros el vínculo de la amistad más sincera que sin interrupciones ha durado hasta la muerte de Ángel.
La vida escolar de mi amigo fue desde el primer día un triunfo continuado y brillante; era siempre el primero en las clases, pero sin esfuerzo y sobre todo sin pedantería: desde entonces se pudieron apreciar en él dos condiciones sobresalientes en que [6] se hallaba la fuerza de su producción futura: la independencia del juicio con el horror a las preocupaciones que hacen del hombre moderno un esclavo de las fórmulas, y su buena voluntad para propagar entre los condiscípulos cuanto él sabía y los demás no alcanzábamos.
Como detalle curioso de nuestra vida escolar en el Instituto, recuerdo que por aquel tiempo el autor de los magníficos versos que hacen de El escultor de su alma una de las obras de forma más brillante de nuestro teatro, sentía un profundo desdén por la rima y el metro. El profesor de Retórica quiso un día conocer las facultades poéticas de todos sus alumnos y, quizá con la esperanza de encontrar entre nosotros la crisálida de algún Zorrilla, escribió sobre el encerado, con clara letra, diez palabras que, formadas en columna una debajo de otra, constituían las terminaciones de los versos de una décima.
Para mañana, -nos dijo el catedrático- deben ustedes traer a clase una décima, y para ahorrarles el trabajo de los consonantes, ahí los tienen ustedes en el encerado. Todo se reduce a un trabajo de relleno que no puede ser más fácil.
Al día siguiente, no se reveló ningún poeta; pero se vio a cuanto alcanza la resistencia de una casa ruinosa, porque a pesar del diluvio de ripios que cayó aquella mañana sobre la clase de Retórica, el Instituto no se hundió.
Sólo un pequeño grupo de estudiantes no tomó parte en el concurso. Entre ellos figuraba Ganivet, que nos sorprendió con su retraimiento, y lo explicó en estas sustanciosas palabras: [7]
-Para decir tonterías en verso, mejor es escribir prosa, o no escribir ni en prosa ni en verso, que es lo que yo hago.
Bachiller por oposición en 1885, estudiante pensionado luego en las facultades de Filosofía y Letras y Derecho, Ángel Ganivet se fue formando una vasta y sólida cultura, cuyo fondo eran los clásicos griegos y latinos. Cuando salió de nuestra Universidad en 1890 con sus títulos por oposición en las dos facultades, Ganivet era un perfecto humanista, y como al mismo tiempo había vivido en continuo contacto con la naturaleza y con la gente del pueblo en su casa molino de las afueras de la ciudad, el humanista era un hombre completo, tan apto para ganarse la vida en clase de maestro de molinería, como para presentarse a disputar los cargos académicos en pública oposición.
Como a casi toda la juventud de nuestro tiempo, la Corte atrajo a Ganivet, quien levantó el vuelo apenas terminó sus estudios de Facultad. En este periodo, pierde mi memoria el rastro de Ganivet, de quien sé que pasó en Madrid trabajos que quizás hubieran dado en la sepultura con otra naturaleza menos fuerte, y en la degradación con otro espíritu menos templado que el suyo; que ganó en la Central, mediante oposición lucidísima el título de Doctor en Filosofía; luego y también por oposición, una plaza del Cuerpo de Archiveros, y por último, su ingreso en la carrera consular, en Febrero de 1892 en cuya fecha salió para Amberes, terminando con esto lo que pudiéramos llamar periodo preparatorio del insigne escritor y filósofo, que desde París envió su primer artículo a El Defensor de Granada, al que [8] consagró desde entonces todas sus obras magistrales que eran susceptibles de publicación en esta forma periódica.
Cuando su nombre era ya conocido como el de un literato genial e insigne, muchos diarios españoles y extranjeros solicitaron su colaboración con verdadero empeño; pero él rechazó todas las proposiciones fiel a su propósito de dedicar a Granada los frutos de su ingenio y mostrarlos a sus paisanos desde las columnas de El Defensor, que consideraba como su propia casa.
De la estancia de Ganivet en Madrid, otros amigos que por aquel tiempo vivían en la Corte, cuentan detalles un tanto extraños que yo no he podido ni quiero poner en claro. Tal vez en alguno de esos detalles, convertido después por la fuerza de las circunstancias, y sobre todo por la nobleza nativa de nuestro insigne compatriota, en eje de su vida misma y preocupación constante de su espíritu, se encuentre el origen y la explicación de su trágica muerte.
* * *
A partir de 1892 el horizonte intelectual de Ángel Ganivet se ensancha de una manera prodigiosa; su estancia en Amberes, donde residió por espacio de cuatro años, con frecuentísimos viajes a París, le puso en comunicación directa con Europa. Dotado de asombrosas aptitudes para el estudio de los idiomas, dominó de tal modo el francés, que según él mismo decía llegó a habituarse a lo más difícil para un hombre: a pensar en un idioma que no es el propio. Ganivet se acostumbró a pensar en francés, y [9] quizás en tan extraordinaria habilidad, se halle el secreto de una de sus más notables cualidades literarias, que es la sutilidad con que desdobla las ideas y las presenta bajo sus más diferentes aspectos con sencillez y desenfado admirables. Además del idioma de Racine en el cual escribió sus más íntimos desahogos pasionales en sonoros y castizos versos franceses, todos inéditos, Ganivet llegó a dominar casi todas las lenguas del Norte, y poseedor de este gran instrumento científico, pudo estudiar sin intermediarios, directamente, una inmensa variedad de autores que para la generalidad de los españoles son perfectamente desconocidos, o lo que quizás es peor, se conocen a través de las traducciones y los comentarios franceses, casi siempre tan acertados por lo que se refiere a las cosas del norte, como las famosísimas invenciones de manolas de navaja, toreadores, etc., etc., con que nuestros vecinos transpirenaicos han desfigurado a España para presentarla vestida de máscara a los ojos de Europa. Así nuestro autor pudo hacerse cargo de costumbres, hombres y producción literaria con verdadera serenidad de juicio, llegando por sí mismo al fondo de las cosas, y presentándolas tal como él las observaba: embellecidas por su temperamento de artista, realzadas por la comparación con las análogas de su patria, con la sencillez y amenidad que tanto cautivan en Granada la bella y Cartas finlandesas.
Supo Ganivet amoldarse al medio a que le llevó su carrera con facilidad maravillosa; pero al mismo tiempo que perfeccionaba su espíritu con inmenso caudal de observaciones y de estudios, supo hacer la obra, verdaderamente difícil, de adaptarlos a su [10] propio temperamento, en tal forma que debajo de todos sus conocimientos, constituyendo su fondo doctrinal, se percibe siempre la filosofía y la moral de Séneca, que es su verdadero maestro; y bajo toda la balumba de escritores contemporáneos franceses, ingleses, alemanes, suecos, rusos, etc., siempre quedan intersticios por donde suben a la superficie, eternamente lozanas y frescas las flores peregrinas de las literaturas clásicas, y las soberanas creaciones del genio español.
La originalidad, el encanto de las obras de Ganivet, se hallan precisamente en ese don maravilloso de su espíritu que le permitió asimilarse tan variada cultura sin menoscabo de su personalidad. Fue europeo, sin dejar de ser español; antes bien, fortificando más y más su españolismo a cada bocanada de viento de fuera que recibía en pleno rostro.
Los viajes, las observaciones directas hechas sin prejuicio alguno, y su actividad incansable para el estudio, fecundado, claro es, todo ello por un talento extraordinario y por una fuerza de asimilación intelectual inmensa, formaron en poco tiempo la personalidad literaria de Ángel Ganivet; y cuando el escritor granadino hace sus primeras asomadas al palenque artístico, adviértese bien que sus armas tienen un temple excelente, que bajo ellas hay un espíritu de extraordinario vigor, que el nuevo combatiente lleva el bastón de mariscal, no en la mochila, como los soldados de Napoleón, sino muy a la mano; y que si no lo empuña desde luego en la diestra, débese más a desprecio de las jerarquías, por lo que tienen de formalismo vano, que a falta de alientos para blandirlo. [11]
Cuando Ganivet vino de Amberes a Granada en el verano de 1895, fue a dar con sus huesos, casi acabado de bajar del tren, en el Centro Artístico