El espíritu universal como salmón - Moritz Rudolph - E-Book

El espíritu universal como salmón E-Book

Moritz Rudolph

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Beschreibung

El fin de la historia no puede haber llegado con el neoliberalismo, como anunció Fukuyama. El espíritu universal, según Hegel, sigue un proceso dialéctico entre dos polos opuestos cuya tensión culmina en su síntesis. Así como el salmón, que retorna a su lugar de nacimiento para morir y desovar, el espíritu universal, tras su paso por Europa y hacer escala en Silicon Valley, vuelve al origen, que Hegel identifica en China. Aquí encontramos la síntesis entre capitalismo liberal y comunismo. La inteligencia artificial será su nueva herramienta de poder económico-tecnológico, que logrará desbancar al ser humano. Quizás entonces la historia humana llegue a su fin. Con una riqueza de ideas y el uso de potentes símbolos e imágenes, Moritz Rudolph nos ofrece una filosofía de la historia mediante una narrativa original y provocadora que desborda los límites de las categorías teóricas habituales. El ensayo se presenta como una llave de comprensión de nuestra historia presente y de un posible futuro cada vez más cercano.

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Moritz Rudolph

El espíritu universal como salmón

Traducción deAlberto Ciria

Herder

Título original: Der Weltgeist als Lachs

Traducción: Alberto Ciria

Diseño de la cubierta: Toni Cabré

Edición digital: José Toribio Barba

© 2021, Mathes und Seitz Berlin, Berlín

© 2022, Herder Editorial, S.L., Barcelona

ISBN EPUB: 978-84-254-4881-2

1.ª edición digital, 2022

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com)

Herder

www.herdereditorial.com

ÍNDICE

PREFACIO

1. EL ESPÍRITU UNIVERSAL COMO SALMÓN. IMPLICACIONES HISTÓRICO-FILOSÓFICAS DEL AUGE CHINO

Esperando la síntesis real

El papel de China

El espíritu universal como salmón

El presagio de Max Horkheimer

Síntesis prusiana

¿El final del hombre se producirá porque algo lo aventaje?

El liderazgo de China

Gobierno artificial estúpido

Negación de la fuerza de negación

La ruta de Oregón del espíritu occidental

Go West…

…y luego volverse al este

El emperador artificial

Reversión de empuje en Hong Kong

Finalización de la revuelta interior y exterior

País de la síntesis de clases

El mandato negativo del cielo

El emperador artificial gobierna eternamente

«Todo en todo»

II. ¿VIENE AHORA EL BABEUF GLOBAL?

¿Es esta la ruptura?

Contracción y expansión

Un Occidente cansado de la globalización

La expansión contractiva de China

Contractor trascendental

El gran salto hacia arriba

Comunismo como presión

Comunismo

«Que gobiernen los sabios»

El Babeuf global

Babeuf: comunismo como administración de la carestía

Ziz: el no-Estado como virtuoso de los aerosoles, vencedor del cambio climático y señor de las señales

PROCEDENCIA DE LOS TEXTOS

INFORMACIÓN ADICIONAL

Para mi madre(1966-2020)

PREFACIO

Las primeras versiones de estos textos fueron escritas durante el invierno de 2019/2020. Tratan de hacer una interpretación de la época actual rastreando las referencias históricas que el propio presente va estableciendo. El primer texto es un esbozo filosófico de cómo el centro histórico y geográfico de nuestra época se ha desplazado de este a oeste y luego de oeste a este, hasta acabar en China, la cual se alza como nuevo centro de donde el ser humano ha sido desbancado. El texto estaba recién terminado cuando de pronto, con la irrupción de la crisis del coronavirus, surgió la posibilidad de concebir este tránsito como una ruptura. No es que la crisis sanitaria deba ser forzosamente tal ruptura, pero sí traza líneas que podrían proseguirse, de modo que quizá alguna vez será posible decirse que, en realidad, todo estaba ya potencialmente ahí. Así es como ambos textos conforman una constelación. El segundo texto completa el primero. Toma al coronavirus como un catalizador de la tendencia. Al mismo tiempo, cambian los conceptos: mientras que el primer texto observa hacia dónde migra el espíritu universal, el segundo pregunta por las formas y los contenidos políticos que tal espíritu asume en esa migración. Desde luego, ambos textos son especulativos. No se puede decir cuál lo es más: el primero especula sobre el conjunto, el segundo sobre el detalle. Es posible que, de momento, algunas cosas no eclosionen y se mantengan todavía ocultas para luego irrumpir de forma distinta, pero eso encajaría perfectamente con el curso de la historia, que cumple y rebasa las conjeturas sobre ella a base de refutarlas.

Leipzig, enero de 2021

1. EL ESPÍRITU UNIVERSAL COMO SALMÓN.IMPLICACIONES HISTÓRICO-FILOSÓFICAS DEL AUGE CHINO

ESPERANDO LA SÍNTESIS REAL

«La historia debe comenzar con el imperio chino».1 Esta frase, que encabeza la filosofía hegeliana de la historia universal, podría servirnos para interpretar nuestro presente. Pues si nos tomamos en serio la pretensión que tiene la dialéctica hegeliana de identificar comienzo y final, de modo que al final la historia vuelve a «desembocar en su origen»,2 entonces eso también debería valer para una filosofía de la geografía. Si lo miramos así, nos sale una interpretación de los hitos histórico-filosóficos de 1989 distinta de la que sugiere la fórmula de Fukuyama del final de la historia. La caída del muro y el hundimiento del Bloque del Este, que supuestamente era el único competidor del tardoliberalismo occidental, ya no significan el final de la historia —no pueden serlo en un sentido hegeliano, que al fin y al cabo es el que reivindica Fukuyama—, pero sí son una etapa en el camino hacia ese final. Después de todo, la dialéctica de la historia no funciona simplemente de modo que uno muere pero queda el otro, que en adelante podrá seguir haciendo como hasta ahora. Sino que también el superviviente tiene que asumir algo de la esencia del vencido, muriendo por tanto él mismo de una muerte pequeña, que con el tiempo se irá agrandando, hasta que al final también él acabará desapareciendo. Al final de la historia, tesis y antítesis se contraponen asimiladas una a otra, sin que ellas mismas apenas sepan ya cuál es una y cuál es la otra.

Desde la perspectiva de la dialéctica histórica es imposible continuar despreocupadamente el proyecto occidental, que en cierto modo es liberal y ha estado liderado por Estados Unidos (aunque, sin duda, en comparación con sus jóvenes y joviales epígonos, el propio Fukuyama mostraba aún una preocupación nietzscheana). Se supone que la ruptura de 1989 no habrá transcurrido sin dejar huella en el sistema de las relaciones de explotación reguladas, con sus atenuados (y externalizados) conflictos de clase, que se dirimen en las democracias parlamentarias y que están asegurados por el Estado civil de derecho. En vez de eso, debemos observar las formaciones en las que ha sobrevivido algo de ambos adversarios de la Guerra Fría. ¿Acaso no se ajustaría más a la lógica de Hegel que, después de 1989, la síntesis recurriera tanto a elementos del Estado de derecho tardoliberales y capitalistas, dionisíacos e individuales, como a la autoridad, la planificabilidad, la disciplina y el control apolíneo (que luego, encima, los sometidos aprueban dando su conformidad, con lo que desaparece la oposición entre mandato propio y mandato externo)?

¿No es Singapur, esa mezcolanza sumamente exitosa de Estado autoritario y economía mercantil desenfrenada, una síntesis mucho más amplia que los Estados Unidos de América, que se han limitado a perdurar sin tener apenas nada nuevo que ofrecer a la nueva época, porque están demasiado marcados por el pasado y arrastran complejos tardoliberales? Ya hace tiempo que el estadista Lee Kuan Yew se ha convertido en una figura de culto para todos aquellos que buscan una modernidad alternativa a la occidental. Este interés casi siempre comienza por la técnica y siempre acaba en la política: la ciudad inteligente totalmente interconectada despierta curiosidad a nivel global,3 incluso los economistas occidentales elogian ese complejo económico-científico como un modelo,4 y el politólogo estrella Parag Khanna está entusiasmado con la «tecnocracia directa» de la ciudad que él ha escogido como patria, porque ella da ejemplo de cómo institucionalizar el «aburrimiento».5

EL PAPEL DE CHINA

Pero quizá Singapur no sea más que la pequeña vanguardia, un laboratorio político en miniatura que anticipa la era venidera. Esa era solo puede ser liderada por un gran imperio que tenga bastante poder como para organizar el mundo conforme a sus ideas. Ese imperio podría ser China, de la que, en una entrevista concedida a la revista Zeit en 2016, el mismo Fukuyama afirmaba que representa el máximo reto para su propia tesis del final de la historia, porque se está modernizando técnicamente con sumo éxito pero sin democratizarse simultáneamente.6 Como le pasó al propio Hegel, quizá también Fukuyama —y parece que ahora empieza a darse cuenta poco a poco— era demasiado hegelista como para poder ser seriamente hegeliano. Quizá su proclamación del final occidental de la historia se parezca al gesto de Hegel, pero no a la idea. Se atuvo demasiado a la letra, pero no tanto al espíritu, que es lo que importa.

Pues si se hubiera atenido más al espíritu que a la letra, Fukuyama debería haber considerado que cuando el espíritu universal migra del este al oeste, como la Tierra es redonda, al final vuelve a salir al sitio de donde partió. El propio Hegel se interpretaba a sí mismo de forma eurocentrista: «La historia universal va del este al oeste, pues Europa es el final por excelencia de la historia universal, y Asia el comienzo […]. Pues si bien la Tierra es una esfera, la historia no describe un círculo alrededor de ella».7 Pero eso no importa. Puede hacer exactamente ese movimiento sin perder su carácter hegeliano. Pues, en el ciclo lineal hegeliano, lo lineal no triunfa sobre lo cíclico. La dialéctica solo podrá imponer plenamente su legitimidad si reconoce el auge de la era china. El desarrollo dialéctico hace que el progreso humano —que también puede ser puramente técnico y desacoplarse por completo de la moral—, al llegar a su final, regrese de nuevo adonde comenzó, para seguidamente volver a empezar de otro modo o cesar definitivamente. Esta es aquí la única incertidumbre, porque lo que por ahora parece seguro es que el progreso humano debe pasar forzosamente por China.

Y, por su parte, China asume el papel previsto en la filosofía de la historia:

La voluntad de liderazgo de Xi Jinping modifica el modelo de potencia global. Él tiene grandes planes con la República Popular. Ya no la ve como un poder regional, sino que la quiere poner en el «centro del escenario mundial». La quiere convertir en la potencia militar más poderosa, en la potencia científica máxima y líder, en la gran potencia innovadora, en la superpotencia en infraestructuras, en el líder de la lucha contra el cambio climático, en la potencia cultural universal y en la potencia futbolística mundial. Quiere construir una «comunidad de destino de la humanidad», a la que él ofrece «sabias ideas chinas» para resolver problemas.8

Mientras que Deng Xiaoping enfatizaba aún la autonomía de una vía china sin ínfulas de misionado, Xi Jinping reclama que su país asuma una función modélica: un país que él presenta como contraproyecto a la «sociedad desgarrada», a los «inacabables traspasos de poder» y al «caos social» de Occidente. En un primer momento, la conciencia china de misionado comienza de forma puramente económica y tecnológica, hasta que las fuerzas pragmáticas acaban desarrollándose tanto que asumen una naturaleza política. La ampliación del proyecto de la ruta de la seda «One Belt, One Road» tiende un lazo que abarca toda Eurasia y, de paso, industrializa África; pronto comenzarán también las pretensiones de liderazgo político, ya solo para proteger las infraestructuras comerciales. A veces el imperialismo no es más que un pragmatismo ambicioso.

Ahora, una vez que el espíritu universal ya ha dado la vuelta completa, se realiza a sí mismo en la era china por los senderos que ya había recorrido. Hace una gira nostálgica en pos de sus propias huellas, y eso a diario. Las nuevas rutas comerciales llevan por viejos caminos, que el espíritu universal tuvo que abrirse laboriosamente a lo largo de milenios de trabajo. Hacer eso le lleva hoy solo un par de horas. Su gira nostálgica es al mismo tiempo su gira de despedida, en la que vuelve a tocar sus piezas más hermosas: India, Persia, Egipto, Europa, América. El espíritu universal puede sentirse orgulloso, sobre todo porque, ahora que se acerca el final, vuelve a echar el resto. El auge de China no tiene precedentes. Ha logrado en cuarenta años algo para lo que Estados Unidos necesitó ciento sesenta. La historia universal se apresura, y cuanto más se acerca al final más rápida se vuelve (como sabe de sobra Hartmut Rosa, que sobre ello podría escribir una canción disonante que se fuera acelerando cada vez más).9

EL ESPÍRITU UNIVERSAL COMO SALMÓN

El presagio de Max Horkheimer

Aquí nos encontramos con el espíritu universal como un salmón que, cuando le llega la hora de morir (y de desovar), regresa a su lugar natal. Pero aquí nos hallamos ante un salmón dialéctico, que no nada corriente arriba, sino que debe nadar dando la vuelta entera para llegar de nuevo al comienzo. ¿Pero a qué se debe que el espíritu universal pueda alcanzar su final en China? ¿Por qué el progreso, cuando llega a su apogeo, de pronto tiene que disolverse, de modo que tras él no viene nada y nosotros podríamos sumirnos de hecho en el ocaso de un final de la historia, del que también Fukuyama presagiaba algo? ¿Y cómo podríamos imaginarnos esta muerte del hombre? ¿Quizá se produzca de una forma nada catastrófica?

Una idea de esto nos la dan los pronósticos históricos que Max Horkheimer hizo en la década de 1960. En una de sus últimas conferencias, Horkheimer confesaba que era «pesimista […] cuando sospecho hacia dónde se encamina la historia: parece encaminarse hacia un mundo administrado, en el que eso que llamamos espíritu e imaginación seguirá retrocediendo».10 La espontaneidad humana acabará desapareciendo, porque representa un obstáculo para el progreso. «Suponiendo que no se produzcan catástrofes que aniquilen toda vida, lo que quedará al final será una sociedad totalmente administrada y automatizada, una sociedad que funcionará magníficamente, en la que el individuo singular podrá vivir sin preocupaciones materiales, pero donde ya no significará nada». Todo eso sucederá con las mejores intenciones prácticas: «Pues, después de todo, queremos que el mundo se unifique, queremos que el tercer mundo ya no pase hambre […]. Pero este fin solo se podrá alcanzar al precio de una sociedad convertida, justamente, en un mundo administrado».

Max Horkheimer escribió esto bajo las impresiones de la Guerra Fría y con una mentalidad antisoviética. Pero veía que a la sombra del bolchevismo ya estaba creciendo un nuevo poder, que solo años después atraería la atención del mundo. En 1966 escribió: «Me parece que lo que está sucediendo en China es, en muchos sentidos, más relevante para el futuro de Occidente que los sucesos de la Unión Soviética, que cada vez se parece más a ese Occidente».11 Como final de la Guerra Fría, Horkheimer se aventuraba a pronosticar la victoria del Este, pronóstico que sería risible si confundiéramos el Este con la Unión Soviética. Pero Horkheimer no cometió ese error. Percibía similitudes estructurales antioccidentales en ambas formaciones, que habrían de marcar la futura era universal: «El Estado dictatorial ruso-chino es un comienzo carente de autoconciencia burguesa».12 China podría convertirse en el heredero tardío del legado soviético, después de que la potencia inicial falleciera en 1989 de una muerte heroica. Y frente a lo que Horkheimer profetizaba, este Estado sintético muy bien podría integrar en sí a la «autoconciencia burguesa», solo que, después de tener atrapado al burgués por sus impulsos pragmáticos, lo acabará asumiendo como un ciudadano libre pero mutilado, porque se le ha arrebatado su espontaneidad. De ahí viene lo que Khanna llama «tecnocracia directa».

Cuando Horkheimer habla del «infierno de una hegemonía mundial china»,13 no se refiere forzosamente a una catástrofe que vaya a destruirlo todo, sino a una barbarie estable de los aparatos, a un mundo en el que cada detalle de nuestra vida está regulado y toda subjetividad desaparece en medio de una objetividad creada que, sin embargo, ya no está a nuestra disposición. Entonces ya no queda ningún exterior por descubrir, solo el infierno de la inmanencia eternamente igual, en el que revoloteamos «cual libélulas por un presente eterno. Sin prisas». También Anne Dufourmantelle estaría pensando en ese mismo infierno de la inmanencia al final de la historia del que habla Horkheimer, cuando escribió: «En el infierno todos están protegidos, o al menos creen estarlo. No se tolera ningún desorden. Ninguna divergencia, ninguna vacilación ni ninguna sorpresa. La servidumbre voluntaria es ley, aquí reina la tranquilidad».14