El estudiante de Salamanca - José de Espronceda - E-Book

El estudiante de Salamanca E-Book

José de Espronceda

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Beschreibung

Don Félix de Montemar pertenece a la larga lista de seductores traicioneros que acaban recibiendo su merecido. Cuando don Félix abandona a la bella e inocente Elvira, esta enloquece y muere, y su hermano, don Diego de Pastrana, viaja desde Flandes para vengarla. Al anochecer, la muerte persigue a don Félix por las calles fantasmagóricas de Salamanca. -

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José de Espronceda

El estudiante de Salamanca

 

Saga

El estudiante de Salamanca

 

Copyright © 1840, 2023 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726879445

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.

Parte primera

Sus fueros, sus bríos, sus premáticas, su voluntad.

Quijote.- Parte primera.

Era más de media noche,

antiguas historias cuentan,

cuando en sueño y en silencio

lóbrego envuelta la tierra,

los vivos muertos parecen, 5

los muertos la tumba dejan.

Era la hora en que acaso

temerosas voces suenan

informes, en que se escuchan

tácitas pisadas huecas, 10

y pavorosas fantasmas

entre las densas tinieblas

vagan, y aúllan los perros

amedrentados al verlas:

En que tal vez la campana 15

de alguna arruinada iglesia

da misteriosos sonidos

de maldición y anatema,

que los sábados convoca

a las brujas a su fiesta. 20

El cielo estaba sombrío,

no vislumbraba una estrella,

silbaba lúgubre el viento,

y allá en el aire, cual negras

fantasmas, se dibujaban 25

las torres de las iglesias,

y del gótico castillo

las altísimas almenas,

donde canta o reza acaso

temeroso el centinela. 30

Todo en fin a media noche

reposaba, y tumba era

de sus dormidos vivientes

la antigua ciudad que riega

el Tormes, fecundo río, 35

nombrado de los poetas,

la famosa Salamanca,

insigne en armas y letras,

patria de ilustres varones,

noble archivo de las ciencias. 40

Súbito rumor de espadas

cruje y un ¡ay! se escuchó;

un ay moribundo, un ay

que penetra el corazón,

que hasta los tuétanos hiela 45

y da al que lo oyó temblor.

Un ¡ay! de alguno que al mundo

pronuncia el último adiós.

 

El ruido

cesó, 50

un hombre

pasó

embozado,

y el sombrero

recatado 55

a los ojos

se caló.

Se desliza

y atraviesa

junto al muro 60

de una iglesia

y en la sombra

se perdió.

 

Una calle estrecha y alta,

la calle del Ataúd 65

cual si de negro crespón

lóbrego eterno capuz

la vistiera, siempre oscura

y de noche sin más luz

que la lámpara que alumbra 70

una imagen de Jesús,

atraviesa el embozado

la espada en la mano aún,

que lanzó vivo reflejo

al pasar frente a la cruz. 75

 

Cual suele la luna tras lóbrega nube

con franjas de plata bordarla en redor,

y luego si el viento la agita, la sube

disuelta a los aires en blanco vapor:

 

Así vaga sombra de luz y de nieblas, 80

mística y aérea dudosa visión,

ya brilla, o la esconden las densas tinieblas

cual dulce esperanza, cual vana ilusión.

 

La calle sombría, la noche ya entrada,

la lámpara triste ya pronta a expirar, 85

que a veces alumbra la imagen sagrada

y a veces se esconde la sombra a aumentar.

 

El vago fantasma que acaso aparece,

y acaso se acerca con rápido pie,

y acaso en las sombras tal vez desparece, 90

cual ánima en pena del hombre que fue,

 

al más temerario corazón de acero

recelo inspirara, pusiera pavor;

al más maldiciente feroz bandolero

el rezo a los labios trajera el temor. 95

 

Mas no al embozado, que aún sangre su espada

destila, el fantasma terror infundió,

y, el arma en la mano con fuerza empuñada,

osado a su encuentro despacio avanzó.

 

Segundo don Juan Tenorio, 100

alma fiera e insolente,

irreligioso y valiente,

altanero y reñidor:

Siempre el insulto en los ojos,

en los labios la ironía, 105

nada teme y toda fía

de su espada y su valor.

 

Corazón gastado, mofa

de la mujer que corteja,

y, hoy despreciándola, deja 110

la que ayer se le rindió.

Ni el porvenir temió nunca,

ni recuerda en lo pasado

la mujer que ha abandonado,

ni el dinero que perdió. 115

 

Ni vio el fantasma entre sueños

del que mató en desafío,

ni turbó jamás su brío

recelosa previsión.

Siempre en lances y en amores, 120

siempre en báquicas orgías,

mezcla en palabras impías

un chiste y una maldición.

 

En Salamanca famoso

por su vida y buen talante, 125

al atrevido estudiante

le señalan entre mil;

fuero le da su osadía,

le disculpa su riqueza,

su generosa nobleza, 130

su hermosura varonil.

 

Que en su arrogancia y sus vicios,

caballeresca apostura,

agilidad y bravura

ninguno alcanza a igualar: 135

Que hasta en sus crímenes mismos,

en su impiedad y altiveza,

pone un sello de grandeza

don Félix de Montemar.

 

Bella y más segura que el azul del cielo 140

con dulces ojos lánguidos y hermosos,

donde acaso el amor brilló entre el velo

del pudor que los cubre candorosos;

tímida estrella que refleja al suelo

rayos de luz brillantes y dudosos, 145

ángel puro de amor que amor inspira,

fue la inocente y desdichada Elvira.

 

Elvira, amor del estudiante un día,

tierna y feliz y de su amante ufana,

cuando al placer su corazón se abría, 150

como el rayo del sol rosa temprana;

del fingido amador que la mentía,

la miel falaz que de sus labios mana

bebe en su ardiente sed, el pecho ajeno

de que oculto en la miel hierve el veneno. 155

 

Que no descansa de su madre en brazos

más descuidado el candoroso infante,

que ella en los falsos lisonjeros lazos

que teje astuto el seductor amante:

Dulces caricias, lánguidos abrazos, 160

placeres ¡ay! que duran un instante,

que habrán de ser eternos imagina

la triste Elvira en su ilusión divina.

 

Que el alma virgen que halagó un encanto

con nacarado sueño en su pureza, 165

todo lo juzga verdadero y santo,

presta a todo virtud, presta belleza.

Del cielo azul al tachonado manto,

del sol radiante a la inmortal riqueza,

al aire, al campo, a las fragantes flores, 170

ella añade esplendor, vida y colores.

 

Cifró en don Félix la infeliz doncella

toda su dicha, de su amor perdida;

fueron sus ojos a los ojos de ella

astros de gloria, manantial de vida. 175

Cuando sus labios con sus labios sella

cuando su voz escucha embebida,