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La comedia Ni el tío ni el sobrino es una obra del escritor español José de Espronceda y fue representada en 1834. Su acercamiento al teatro fue de forma ocasional, en el caso de Ni el tío ni el sobrino fue una comedia redactada junto con Antonio Ros de Olano con tonos moratinianos.
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Seitenzahl: 90
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José de Espronceda
Ni el tío ni el sobrino
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Título original: Ni el tío ni el sobrino.
© 2024, Red ediciones S.L.
e-mail: [email protected]
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN tapa dura: 978-84-9953-645-3.
ISBN rústica: 978-84-9816-262-2.
ISBN ebook: 978-84-9897-852-0
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Créditos 4
Brevísima presentación 7
La vida 7
Personajes 8
Acto I 9
Escena I 9
Escena II 13
Escena III 21
Escena IV 25
Escena V 26
Escena VI 30
Escena VII 30
Escena VIII 45
Acto II 47
Escena I 47
Escena II 51
Escena III 52
Escena IV 60
Escena V 67
Escena VI 70
Escena VII 75
Escena VIII 77
Escena IX 79
Escena X 89
Acto III 93
Escena I 93
Escena II 99
Escena III 101
Escena IV 102
Escena V 105
Escena VII 111
Escena VIII 120
Escena IX 120
Escena X 129
Escena XI 136
Escena XII 137
Escena XIII 140
Libros a la carta 145
José de Espronceda (Almendralejo, Badajoz, 1808-Madrid, 1842). España.
Hijo de militar, estudió en el colegio San Mateo de Madrid. Muy joven fundó la sociedad secreta Los numantinos, y por ello fue recluido en el convento de San Francisco de Guadalajara. En 1826 huyó a Lisboa y allí se enamoró de Teresa Mancha, hija de un liberal, a la que siguió a Londres y luego raptó en París, poco después de que ella se casase con un comerciante español.
Intervino en la revolución francesa de 1830 y en la expedición fracasada de Joaquín de Pablo contra el régimen absolutista de Fernando VII. De regreso a España (1832) fundó el periódico El Siglo y fue diputado republicano. Durante su destierro conoció a los autores románticos ingleses, franceses y alemanes, en quienes encontró un estilo más cercano a sus ideas.
Doña Paca
Luisa
Don Martín
Don Carlos
Don Juan
Eugenio
Ambrosio
Don Martín, Ambrosio
Don Martín Conque di, ¿has visto a esas damas?
Ambrosio Sí, señor, y me dijeron
que los zapatos estaban
que ni pintados.
Don Martín Entiendo.
¿Y dijeron algo más?
Ambrosio Que el color de los pañuelos
merinos y los brillantes
del consabido aderezo
mostraban tener buen gusto,
y que es usted en extremo
generoso, y sobre todo
galán y buen caballero.
Don Martín Todo es gastos y más gastos.
Ambrosio Dijeron también...
Don Martín Dijeron.
¿Qué han de decir que no sea
todo lo que me merezco?
Ambrosio Se entiende.
Don Martín Pues ahí es nada
los infinitos obsequios
que a cada instante les hago,
y sin costarles dinero
tener en mi misma casa
habitación, gasto hecho,
criado, mesa, regalos,
lacayo, coche y cochero...
Bien es verdad que Luisita
es un dije y un modelo
de honestidad y de gracias,
y su madre... es un portento
la educación que le ha dado.
Yo cada vez que la veo
siento un placer, una cosa
tan agradable, un contento,
que, aunque a la verdad, no estoy
para tirar el dinero,
lo estoy con menos trabajo
cuando por ella lo empleo.
Ambrosio Todo Madrid está absorto
con usted; en los paseos,
en las tertulias, en todas
partes usted es el cuento
del día; unos alaban
el maravilloso ingenio
de usted, su gala, su porte,
su gracia y gallardo gesto;
todos haciéndose lenguas
en alabanza del genio
y cualidades de usted
y de su futura.
Don Martín En eso
hay antes mucho que hablar.
Pienso quedar aún soltero
por algún tiempo, y aunque
es verdad que le merezco
a Luisa mucho cariño,
y ella a mí no poco menos,
y aunque por su padre deba,
en lo que alcancen mis medios,
proteger a esa familia,
antes de casarme quiero...
Ambrosio Quiere usted, pues, divertirse;
hace usted bien, eso es cierto;
un joven debe gozar
del mundo y sus pasatiempos.
Don Martín Sí, pero yo ya he pasado
bien alegres los primeros
años de la mocedad.
Ambrosio ¿Pues se tiene usted por viejo?
Don Martín Yo, viejo, no; pero estoy
en la edad...
Ambrosio De más esfuerzo,
con la robustez precisa
para hacer un casamiento
y tener nueve o diez hijos
que den otros tantos nietos;
sí, es forzoso a cierta edad
tomar estado.
Don Martín En efecto;
y en la edad de la razón,
que es en la que yo me encuentro...
puede que me case.
Ambrosio Puede,
y hará usted bien; un sujeto
como usted debe casarse.
Don Martín ¿Por qué?
Ambrosio Porque... su talento
de usted lo decide así,
y basta, aunque sea a despecho
de las que en el Prado tienen
fijo en usté el pensamiento.
Don Martín Eres picaruelo, Ambrosio.
Ambrosio Qué quiere usted, si lo veo;
pero aquí viene.
(Mirando la puerta de la izquierda.)
Don Martín ¿Quién viene?
¿Principian ya a venir necios?
Ambrosio Es la señora mi ama,
madre del precioso objeto
que usted protege y obsequia.
Don Martín Pues vete, y para el correo
pon en limpio aquella copia.
Ambrosio Está bien; voy al momento.
Don Martín Allá iré luego después.
(Vase Ambrosio.)
Doña Paca, Don Martín
Doña Paca ¡Don Martín!
Don Martín ¡Oh!, tanto bueno
por acá y tan de mañana.
Doña Paca Es la una.
Don Martín Y bien, ¿qué es eso?
Doña Paca Como estuvo usted anoche
de bailes y de conciertos,
no es extraño le parezca
temprano: doy por supuesto
que usted allí, como siempre,
se luciría.
Don Martín Me siento
un poco aún de esta pierna
y tengo la sangre hirviendo.
Doña Paca Eso es salud; no es extraño
siendo joven y soltero.
Don Martín Sí, señora, ése es el mal
que únicamente padezco:
como tengo este carácter,
por cualquier cosa me quemo.
Doña Paca Mas con todo, usted anoche
bailó.
Don Martín No hay duda, yo tengo
que bailar aunque no quiera;
ni descansar un momento
me dejaron las señoras.
Doña Paca Y usted que nunca está quieto...
Don Martín Yo he sido siempre una pólvora;
cuando chico era travieso
como un diablillo.
Doña Paca ¡Jesús!
Me gusta tanto ese genio,
siempre vivo y decidor,
y tan galán y discreto;
pero hablando de otra cosa,
diga usted, en el concierto,
¿qué conocidas había?
Apostaré que aquel viejo
de don Judas no faltó
con su niña, el esqueleto
que se muere por bailar.
¡Qué costumbres! Cuando veo
mujeres tal como esa.
¡Jesús!, toda me estremezco:
allí todas escotadas,
cada cual con su cortejo,
olvidando los quehaceres;
de ustedes los hombres... bueno
que se diviertan ustedes.
Yo, jamás, ¡qué, ni por pienso!
cuando yo era joven nunca
andaba en bailes, y eso
que todas hemos tenido
también nuestros ojos negros.
Mi señora madre en casa
como si fuera un convento
nos tenía retiradas
de tertulias y paseos.
Don Martín Ya se conoce en Luisita
que es usted un fiel modelo
de su madre: sí, ¡qué poco
pierde ella en bailes el tiempo!
Doña Paca Luisita, no, señor, nunca;
en casa y siempre cosiendo,
o entregada a la lectura
de libros santos.
Don Martín Yo puedo
por cierto ser buen testigo.
Doña Paca ¡Ay, Dios! Si pudiera vernos
el que mataron en Indias,
mi difunto.
Don Martín Estoy muy cierto
que acabarán las desgracias
que atrajo a usted su mal genio,
porque don Juan, aunque era
un calaverón deshecho
y algo original, tenía
buen corazón; en el juego,
en las jaranas y danzas,
peloteras y cortejos
que yo armaba entonces, éramos
dos camaradas eternos,
y quería echarla de mozo:
¿creerá usted que en tanto tiempo
nunca supe era casado,
y siempre guardó silencio
acerca de esas frioleras
de que usted me ha hablado luego?
Doña Paca (Afligida.) Basta, basta, don Martín.
¡Pobrecito! Harto me acuerdo.
Don Martín No llore usted.
Doña Paca ¡Pobrecito!
Conmigo no fue muy bueno,
bien lo sabe Dios, y cuanto
padecí con él, bien puedo
asegurárselo a usted,
muy perdonado le tengo,
así le perdone Dios
y allá le tenga en el cielo.
El se separó de mí
sin motivo para ello
ninguno, muy al contrario,
que estaba yo siempre viendo
cómo agradarle: ¡Jesús!,
mis obras, mis pensamientos,
todo era suyo en mi casa,
todo era para Renzuelo.
Se fue de ella sin decir
oste ni moste: primero
se contentó con mudarse,
después puso agua por medio,
y embarcándose allá en Cádiz
se me largó para México,
dejándome sola aquí
con una niña de pechos,
mi pobre Luisa, las dos
sin auxilio ni consuelo,
y al fin supe su tragedia
para aumentar mi tormento:
¡pobrecito!, ¡a pesar mío
yo le amaba, ya está muerto!
Don Martín ¿Y qué ha de hacerse, señora,
si se murió?, ¿qué remedio?,
cuanto más...
Doña Paca Sí, don Martín,
demasiado lo agradezco,
Usted, usted, caro amigo,
es nuestro solo consuelo.
Don Martín Yo, señora, bien querría...
(Con vanidad.) hasta ahora si algo he hecho...
Doña Paca Demasiado, don Martín:
yo y Luisita no sabemos
cómo pagárselo a usted.
Solo el cariño más tierno
por parte de ella, y por mí
un puro agradecimiento
y una sincera amistad...
Don Martín Señora, estoy satisfecho
con eso solo; yo he sido
toda mi vida lo mismo,
muy amigo de hacer bien:
(Con vanidad.) yo soy así, buen sujeto.
Doña Paca Excelente; ¿y usted cree
que se me olvidan tan presto
las generosas ofertas...?
Don Martín (¡Si habré ofrecido dinero!)
Doña Paca ¡Qué placer cuando yo vea
sus hijos de usté y mis nietos
un retrato de mi padre
y la esperanza del reino!
Don Martín ¿Y por dónde saca usted...?
Doña Paca ¡Qué monos serán! Iremos
con ellos siempre a la iglesia
tan limpitos, ¡qué talento
tendrán! y luego que usted...
Don Martín ¡Pero usted ha perdido el seso!
¿A qué viene esa retahíla?
Doña Paca Perdone usted; ¡ay!, es cierto,
no me acordaba, no soy
digna de tan halagüeño
porvenir, yo estaba loca.
¡Pensarme que un caballero
el más rico de Castilla
contraería casamiento
con una niña que solo
tiene por amparo el cielo!
Perdone usted, don Martín;
no supe lo que me hecho:
¡pobre niña!, morirá
cuando sepa lo funesto
que es su amor, y le ama a usted
con un cariño tan tierno,
¡ay, hija de mis entrañas!
Don Martín
(Con vanidad.) Harto lo conozco; pero...
Doña Paca Sí, ¡como tiene usted otras!
Don Martín Eso no hay duda, por cientos
las tengo yo; pero, amiga,
hablando en plata, confieso
que Luisa me gusta más
que todas ellas.
Doña Paca Lo creo.
Bien se conoce, y la quiere
usted matar a desprecios;
¡pobre niña!, cuando quede
sin madre, en algún convento
la recogerán: ¡Dios mío!
¡En este mundo perverso
solita y con pocos años!
Don Martín
(Con enfado.) Eso no, porque primero
era menester que yo
me volviera loco o necio
o me muriera.
Doña Paca ¡Infeliz!
De puerta en puerta pidiendo
tendrá que andar, o ponerse
a servir si yo me muero.
¡Quién creyera que la hija
de don Juan de Dios Renzuelo,
coronel de infantería...!
Don Martín Pero, ¿y por qué ha de ser eso?
¿Delira usted?
Doña Paca ¿Qué ha de ser,