Páginas olvidadas - José de Espronceda - E-Book

Páginas olvidadas E-Book

José de Espronceda

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Beschreibung

Si hay algo que distingue la poesía de José de Espronceda es la fuerza y la pasión que transmite cada uno de sus versos, incluso en los menos conocidos. En esta antología los poemas hablan de amor, de pérdida, de patriotismo y de los rincones más íntimos y sinceros del gran romanticista español.-

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José de Espronceda

Páginas olvidadas

 

Saga

Páginas olvidadas

 

Copyright © 1882, 2022 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726879506

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.

A...

DEDICÁNDOLE ESTAS POESIAS

soneto

Marchitas ya las juveniles flores,

Nublado el sol de la esperanza mia,

Hora tras hora cuento, y mi agonía

Crece con mi ansiedad y mis dolores.

Sobre terso cristal ricos colores,

Pinta alegre tal vez mi fantasía,

Cuando la triste realidad sombría

Mancha el cristal y empaña sus fulgores.

Los ojos vuelvo en incesante anhelo,

Y gira en torno indiferente el mundo,

Y en torno gira indiferente el cielo.

Á tí las quejas de mi amor profundo,

Hermosa sin ventura, yo te envío:

Mis versos son tu corazon y el mio.

Á DON DIEGO DE ALVEAR

SOBRE LA MUERTE DE SU AMADO PADRE

elegía

¿Qué es la vida? ¡gran Dios! plácida aurora,

Cándida rie entre arreboles cuando

Brillante apenas esclarece un hora;

Pálida luz y trémula oscilando,

Baja al silencio de la tumba fria.

Del pasado esplendor nada quedando;

Allí la palma del valor sombría

Marchítase, y allí la rosa pura

Pierde el color y fresca lozanía;

No alcanza allí jamás de la ternura

El mísero gemido ni el lamento,

Ni poder, ni riqueza, ni hermosura.

Sobre yertos cadáveres su asiento

Erige, y huella la implacable muerte

Armas, arados, púrpuras sin cuento.

Mísero Albino, doloroso vierte

Lágrimas de amargura: á par contigo,

Yo gemiré tambien tu infausta suerte.

Y si el nombre dulcísimo de amigo,

Si un tierno corazon alcanza tanto,

Tus penas ¡ay! consolarás conmigo.

El tormento, el dolor, la pena, el llanto

Debidos son de un hijo cariñoso

Al triste padre de quien fué el encanto.

Mas no siempre con lluvias caudaloso

El valle anega montaraz torrente,

Ni encrespa el mar sus olas borrascoso:

No siempre el labrador tímido siente

El trueno aterrador, ni al aire mira

Desprenderse veloz rayo luciente.

Ahora lamenta, sí, tierno suspira,

Desahogo que dió naturaleza;

Que el pecho al suspirar tal vez respira.

Lágrimas, sólo el áspera dureza

Calman del infortunio: ellas la herida

Bálsamo son que cura y su crudeza.

¡Cuánto sería mísera la vida

Si, envuelta con el llanto, la amargura

No brotara del alma dolorida!

Trocada en melancólica dulzura,

Sólo queda despues tierna memoria,

Y áun halla el pecho gozo en su tristura.

Tú así lo probarás: ya la alta gloria

De tu padre recuerdes, coronada

Su frente de laurel de la victoria;

Ó ya vibrando la terrible espada,

En medio al ancho piélago, triunfante,

Miedo y terror de la francesa armada,

Ó el arnés desceñido de diamante,

En oliva pacífica trocando

El hierro en las batallas centellante.

Aún hoy miro á los vientos flameando

Las ricas apresadas banderolas,

Augusta insignia del francés infando;

Y aún hoy resuenan las medrosas olas,

Al azotar de Cádiz la alta almena,

De sus glorias á par las españolas.

Tintas en propia sangre y sangre ajena,

En la sañuda lid siempre miraron

Brillar su frente impávida y serena;

Y en torno amedrentadas rebramaron

Cuando al morir sus prendas más amadas,

Impávido tambien le contemplaron.

Cayeron á su vista, y casi ahogadas

Las vió tenderle los ansiosos brazos,

Y súbitos al profundo sepultadas;

Y en desigual combate hecho pedazos,

Aún su corazon altivo y fuerte

Del anglo esquiva los indignos lazos.

Busca con ansia entre la lid la muerte,

Y huye la muerte de él, y ¿quién, quién pudo

Penetrar los secretos de la suerte?

Nuevo y dulce placer, mas dulce nudo

Grata le aguarda su feliz ventura

Cuando más de favor se cree desnudo.

¡Cuánto gozo sin fin! ¡Cuánta ternura

Probó en los brazos de su nueva esposa

El beso al recibir de su dulzura!

Ya agradable á su prole numerosa,

Vuelto otra vez á los paternos lares

Daba lecciones de virtud piadosa.

Ya calmaba del triste los pesares

Con lábio afable y generosa mano,

Ya llevaba la paz á sus hogares.

Y en tanta dicha el corazon ufano,

De lágrimas colmado y bendiciones;

Tornaba alegre el venerable anciano:

Los timbres á aumentar de sus blasones

Á vosotros sus hijos animaba

Recordando sus ínclitas acciones.

Y en todos juntos renacer miraba,

De nombre á par, su antigua lozanía,

Y tierno en contemplaros se gozaba.

¿Por qué tú ¡oh muerte! arrebataste impía

Al que de tantos tristes la ventura

Y el noble orgullo de la pátria hacía?

Fuente á eterno llorar abrió tu dura

Mano, y tu saña y cólera cebaste

Á un tiempo en la inocencia y la hermosura.

Y ¿qué cítara triste habrá que baste

Lúgubre á resonar en sordo acento

Cual de su dulce esposa le arrancaste?

La noble faz serena, el pecho exento

De tormento roedor, dulce y tranquilo

Dió entre sus hijos su postrer aliento.

Y ya cayendo de la parca al filo,

Cual se oscurece el sol en Occidente,

Va del sepulcro al sosegado asilo.

Gemidos oigo y lamentar doliente

Y el ronco son de parches destemplados

Y el crujir de las armas juntamente.

Marchan en pos del féretro soldados

Con tardo paso y armas funerales

Al eco de los bronces disparados.

Y entre fúnebres pompas y marciales,

En la morada de la muerte augusta

Las bóvedas retumban sepulcrales.

¡Ay! para siempre ya la losa adusta,

Oh, caro Albino, le escondió á tus ojos;

Mas no el bueno murió: la parca injusta.

Roba tan sólo efímeros despojos,

Y alta y triunfante la alcanzada gloria

Guarda en eternos mármoles la historia.

_______

A LA SEÑORA DE TORRIJOS

romance.

Yo sé que estás enojada,

Y sé la razon, señora,

Que de cortés caballero

Falté á la palabra honrosa

No trato de disculparme,

Si es mi falta mucha ó poca;

Sólo sé que no he cumplido

Con mi deber, y esto sobra:

Mas yo sé que en perdonar

Amables ojos se gozan,

Que si ántes bellos parecen,

Más bellos son si perdonan.

Tú en mí perdona un culpado,

Que harto es mi culpa penosa;

Lleve en mi falta el castigo,

Que él iba en mi falta propia.

Perdóname; así en tus brazos

Ojalá estreches gozosa

Al que, terror del tirano,

El libre perdon tremola;

Al que en los mares de Alcides,

El astro sigue de gloria

Con el ánimo invencible

Que ningun peligro doma.

¡Ojalá pronto le abraces,

Y le ciñas las coronas

Que de laurel á los héroes

Tejen Minerva y Belona!

Y entanto que sus hazañas

La fama al mundo pregona,

Tú con plácida sonrisa

Admite mi humilde trova;

Y espera que pronto el dia

Llegará de la victoria,

Y oirás más altas canciones,

A par con él venturosa.

París, 1830.

OCTAVA REAL

El estandarte ved que en Cerinola

El gran Gonzalo desplegó triunfante,

La noble enseña ilustre y española

Que al indio domeñó y al mar de Atlante;

Régio pendon que al aire se tremola,

Donde Cristina, enseña relumbrante,

Verla podremos en la lid reñida

Rasgada sí, pero jamás vencida.

Á MATILDE

Aromosa blanca viola,

Pura y sola en el pensil,

Embalsama regalada

La alborada del Abril.

Junto al márgen florecido

De escondido manantial,

Sólo avisa de su estancia

Su fragancia virginal.

Allí el aura sosegada

Con callada timidez,

Hiere apenas cariñosa

Su donosa candidez.

Silencioso el arroyuelo,

Con recelo besa el pié,

Y no dice su ternura

Ni murmura su desden.

Y suimágen mira en ella

La doncella con rubor,

Que es la viola pudorosa

Flor hermosa del candor.

Tal, Matilde, brilla pura

Tu hermosura celestial,

Y es más plácida tu risa

Que la brisa matinal.

Nunca turbe con enojos

Los tus ojos el amor;

Siempre añada tu alegría

Lozanía á tu esplendor.

Y el que brilla refulgente,

claro oriente de tu edad,

Nube impura no mancille,

Siempre brille tu beldad.

Mas si gala al bosque umbrío

El rocío suele dar,

Porque uumente así tu encanto,

Vierte el llanto de piedad.

Y, venida tú del cielo

Por consuelo al infeliz,

Brillarás modesta y sola

Cual la viola del Abril.

Lóndres, 1832.

Á...

madrigal.

Son tus lábios un rubí

Partido por gala en dos,

Arrancado para tí

De la corona de un Dios.

_______

Á UN RUISEÑOR.

soneto.

Canta en la noche, canta en la mañana,

Ruiseñor, en el bosque tus amores;

Canta, que llorará cuando tú llores

El alba perlas en la flor temprana.

Teñido el cielo de amaranto y grana,

La brisa de la tarde entre las flores

Suspirará tambien á los rigores

De tu amor triste y tu esperanza vana.

Y en la noche serena, al puro rayo

De la callada luna, tus cantares

Los ecos sonarán del bosque umbrío.

Y vertiendo dulcísimo desmayo,

Cual bálsamo süave en mis pesares,

Endulzará tu acento el lábio mio.

_______

ROMANCE.

Raya la naciente luna

En la cumbre del Oreb,

Y armado un fuerte guerrero

En la campiña se vé.

Al melancólico rayo

Brilla una cruz en su arnés;

Paladin es, que defiende

La santa Jerusalen.

Del Jordan camina al paso,

Siguiendo el curso tal vez,

Ricamente enjaezado

Su gallardo palafren.

Entanto á su encuentro sale

Un árabe en su corcel,

Con lanza corta y alfanje

Y reluciente pavés.

Al trotar crujen sus armas,

Y el paladin, que le ve,

Suelta al caballo la rienda

Y arranca contra el infiel.

Pronto el árabe se apresta,

Ganoso de gloria y prez,

Y, el diestro brazo á la espalda,

Tira gallardo á ofender.

La lanza vuela silbando

Y del cristiano á los piés,

Perdido el tiro, penetra,

La tierra haciendo tremer.

«Ríndete, moro, le grita,

Tu recio furor detén,

Yo soy Ricardo»—«¿Qué importa,

Si yo soy Abenamet?»

Y un bárbaro golpe fiero

Le descarga al responder,

Y su alfange damasquino

El yelmo taja á cercen.

Ya un hacha tremenda agita