El Evangelio para torpes - Chema Álvarez Pérez - E-Book

El Evangelio para torpes E-Book

Chema Álvarez Pérez

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Beschreibung

El Evangelio para torpes se ha escrito pensando en esa mayoría de creyentes que conocen el Evangelio «por encima» y que necesitan una explicación sencilla y clara para atreverse con él. También pensando en los que creen «en algo» pero que aún no tienen claro en qué. Unos y otros, en la medida que reconozcan esa incapacidad o «torpeza», encontrarán en estas páginas respuestas a sus preguntas y alimento para su fe. En breves capítulos, escritos casi en un tono desenfadado, el autor explica qué es el Evangelio, quién es Jesucristo, cuál es su mensaje, a qué mueve la aceptación de dicho mensaje o en qué consiste la resurrección, entre otros temas. El libro se complementa con un vocabulario esencial, una selección de pasajes fundamentales («trending topics») del Evangelio: el hijo pródigo, la mujer adúltera..., y una breve cronología.

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Índice

Portada

Portadilla

Créditos

Prólogo

I. Transmitiendo una fe, no solo una historia

II. ¿Quién es Jesucristo?

III. Una visión coherente de la Humanidad y de lo humano

IV. Un mensaje claro y sencillo (teoría)

V. Una acción directa (práctica)

VI. El testimonio de una experiencia divina

VII. La necesidad de descubrir y compartir lo importante

VIII. Un medio de comunicación que te realiza

IX. ¡Marchando!: una de resurrección

X. Las consecuencias de «ir contra corriente»

XI. Las ventajas de llevar a Dios «puesto»

XII. ¡Cosas de mujeres!

XIII. Con el soplo del Espíritu

XIV. Ejemplos de «torpes» evangélicos

XV. Los «trending topic» del Evangelio

XVI. ¿Necesitas un mapa?

Cronología: Para que no te pierdas

© SAN PABLO 2015 (Protasio Gómez, 11-15. 28027 Madrid)

Tel. 917 425 113 - Fax 917 425 723

E-mail: [email protected] - www.sanpablo.es

© Misioneros del Sagrado Corazón 2015

Distribución: SAN PABLO. División Comercial

Resina, 1. 28021 Madrid

Tel. 917 987 375 - Fax 915 052 050

E-mail: [email protected]

ISBN: 978-84-285-6456-4

Composición digital: Newcomlab S.L.L.

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta obra puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio sin permiso previo y por escrito del editor, salvo excepción prevista por la ley. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la Ley de propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal). Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos – www.conlicencia.com).

www.sanpablo.es

«¡Qué torpes sois y qué lentos para creer en todo lo que dijeron los profetas!».

(Lc 24,25)

«Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia».

(Jn 10,10)

Prólogo

Cuando se comenzaba a introducir en España la informática, el popular humorista gráfico Forges tuvo el acierto de apadrinar una serie de libros que pretendían desentrañar ese complejo mundo a los ignaros en el tema. A esa colección le puso el apellido «…para torpes» anteponiendo al mismo el objeto de esa enseñanza, como podía ser Informática…, Windows…, etc. De esa manera, quienes éramos por completo profanos en esas cuestiones pudimos iniciarnos en las mismas de manera fácil además de jocosa.

La idea era buena y debió de tener su aceptación, porque durante un tiempo y a medida que surgían nuevas aplicaciones, el amigo Forges no dejó de publicar nuevos libros sobre estos temas. Estaba claro que éramos muchos los españolitos que nos encontrábamos perdidos en esa jungla de lo informático y agradecíamos cualquier ayuda, aun a costa de pasar por «torpes».

En la actualidad, este tipo de libros se ha convertido en todo un género, porque los hay dedicados a los temas más variados bajo el epígrafe For Dummies, que vendría a ser el equivalente, en inglés, de lo que aquí hemos bautizado como propio de personas principiantes o inexpertas. (Incluso he visto una película, El italiano, creo que se titula, en la que el protagonista aprende lo que es el Islam con uno de estos libros).

Se me ocurre que con el Evangelio pasa algo parecido, ya que para muchos es un tema desconocido y se sienten perdidos a la hora de acceder a él. Y como además no encuentran motivos para hacerlo, pues ahí sigue estando como una asignatura de conocimiento pendiente. Uno no puede menos de sentir lástima de todas esas buenas personas, familiares y amigos incluidos, que creen «a su manera» pero que no practican, aunque tienden a un comportamiento ético cristiano sin darse cuenta, fruto de la inmersión social secular en esta fe. Y que conste que si tengo esa lástima es porque sé que se están perdiendo algo de mucho valor.

¿No sería entonces oportuno el escribir una especie de prontuario sobre el Evangelio que favoreciese su conocimiento a quienes, por la razón que sea, no son capaces de acceder a él? Opino que sí, y que no está de más ese apelativo de «para torpes», siempre y cuando los así aludidos no vean en él sino el refrendo de su necesidad de aprender y la invitación a hacerlo. Yo, por mi parte, lo que veo es aquella reconvención que Jesucristo hacía a los dos discípulos que caminaban hacia Emaús lamentándose por lo sucedido en Jerusalén: «¡Qué necios y torpes sois!...» (Lc 24,25). Ellos habían vivido acontecimientos que estaban predichos tanto en las Sagradas Escrituras como en la misma predicación de su Maestro, y no habían sido capaces de entenderlos y menos aún de aceptarlos. Pero Jesús les llamaba así no para denigrarlos sino para invitarles a descubrir todo lo que aún no habían sido capaces de aprender por sí mismos.

Ahí, en esa reconvención a quienes debieran saber y no saben, y con el ánimo de ayudar a quienes buscan desde su particular ignorancia o pobreza, es donde yo me sitúo para condensar lo que creo que es la esencia del Evangelio. Y si de la mano de esta humilde propuesta algún lector aprende y se anima a llegar más lejos, seguramente le pasará como a mí cuando me enfrenté a un ordenador armado de necesidad y de curiosidad, y con ayudas como la de aquellos manuales conseguí introducirme en un mundillo que hoy me gratifica por las utilidades que me ofrece y por las ventajas que ha acabado aportando a mi vida. Luego, cada cual según su interés, ya buscará mejores libros y más completos que este, que solo pretende ser un aperitivo que despierte el apetito por lo cristiano.

¡Buen aprendizaje!

A tener en cuenta

Para entender mejor esta explicación es necesario que tengas a mano unos Evangelios o, mejor aún, una Biblia (yo me he servido de la Biblia de Jerusalén), para consultar y reflexionar las citas que continuamente se hacen y cuya abreviatura encontrarás explicada al principio de ella. Aunque te aconsejo que lo leas todo primero de un tirón y recurras a esas citas solo cuando vuelvas a leerlo más reposadamente, para que amplíes tu descubrimiento.

Y perdona si el lenguaje te suena a veces a teológico o «antiguo». Podría haberlo escrito en «cheli», pero entonces también habría otros que no lo entenderían. Así que haz un esfuerzo y traduce a tu propio lenguaje, a tu comprensión, lo que te suene a raro o complejo.

Como siempre, es bueno tener a mano un diccionario, por lo que he añadido al final, en la pág. 183, un índice de los nombres y palabras que tendrás definidos a lo largo del libro en recuadros.

I. Transmitiendo una fe,

no solo una historia

Ante todo tienes que tener bien claro que el Evangelio no es una historia, aunque cuente cosas que sucedieron históricamente. El Evangelio es, por encima de todo, la proclamación de la fe de unas personas que se consideraban creyentes. ¿Creyentes en qué? Pues en Jesucristo y en su mensaje, hasta el punto de que para ellos mereció la pena vivirlo y darlo a conocer por encima de cualquier dificultad. Así lo expresa el evangelio de Juan al final: «Jesús realizó en presencia de los discípulos otros muchos signos que no están escritos en este libro. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre» (Jn 20,30).

Y es que los que compartieron algunos de los años de la vida de este Jesús de Nazaret, luego conocido como «Jesucristo», fueron testigos de cosas sorprendentes («signos», los llamaban ellos), de esas que no se pueden ocultar y que disfruta uno contándolas. Pero como fueron muchos los acontecimientos y las palabras que a ellos les cambiaron la vida, pues optaron por contar al menos las más importantes, para que quienes las leyeran experimentaran lo mismo y fueran capaces de alcanzar lo que ellos consiguieron. Por eso se llama Evangelio, que en lengua griega significa «Buena noticia». Y es que de verdad lo fue para ellos, al igual que lo puede ser para cualquiera que lo lea. Tú mismo, sin ir más lejos.

Por entonces no había librerías tal como hoy las conocemos, pues estaban de más ya que la mayoría de la gente no sabía leer y tanto la lectura como la escritura eran privilegio de unos pocos. Pero eso no impedía el que se escribieran y compartieran pensamientos y acontecimientos considerados importantes. Lo hacían historiadores, literatos, filósofos… y muchos más que encontraron en este medio una buena manera de difundir sus conocimientos. Los que podían los leían y el «boca-oreja» de toda la vida hacía el resto, pues ya sabes que eso del Twitter y Facebook es más antiguo de lo que parece, aunque por entonces se hacía «a pelo». Lo mismo pasó con los evangelios, que aunque se hicieron de ellos copias para que llegaran a muchos lugares, la fuerza de su difusión estaba en la lectura y comentario que de ellos hacían los primitivos cristianos.

Discípulos

La palabra hace referencia a cualquiera que siguiera a un maestro o profeta y fuera enseñado por él haciéndole partidario de esa enseñanza. En la antigüedad bíblica alude a seguidores de algunos profetas, mientras que en el Evangelio se designa con esta palabra a todos los que escuchan y siguen a Jesús, mencionado muchas veces como «Maestro», sin hacer distingos ni siquiera de sexo (cf Mc 3,31-35; Lc 8,1-3).

Pero, espera, que me estaba olvidando de lo principal, que es que ese «Evangelio», esa «Buena noticia» (que escribiremos con mayúscula para distinguirlo), es una expresión que engloba a multitud de evangelios (con minúscula). ¿Cómo es eso? Pues muy sencillo, porque el acontecimiento tanto histórico como de fe que se vivió en torno a Jesús, el Cristo, decidió contarlo más de uno y así es cómo surgieron tantos. ¡Ah!, ¿que a ti solo te suenan cuatro, los de Mateo, Marcos, Lucas y Juan? Bueno, pues que sepas que hay bastantes más, pues era normal que aquellas comunidades cristianas de los primeros siglos tuvieran su propio evangelio, a veces hasta redactado en grupo y no por un único autor. Así que por aquellos años coexistieron diferentes evangelios originales y otros que eran copias de ellos y que se difundieron por todo el mundo entonces conocido y civilizado «a la romana». Hasta que en el siglo IV se optó por considerar canónicos, es decir, definitivos para el creyente cristiano, solo cuatro de ellos y dejar a los demás en un segundo plano, como secundarios o incorrectos. (Si te interesa, los puedes leer, pues se conservan y están editados, no son ningún secreto. Son los evangelios llamados apócrifos, y también están los gnósticos, que se daban por desaparecidos hasta que se descubrieron algunos de ellos el siglo pasado).

Evangelio

La palabra «Evangelio» significa, en griego, «Buena noticia» y con ella se hace referencia al mensaje de Jesucristo recogido en los evangelios de Marcos, Mateo, Lucas y Juan. Aunque, por extensión, designa también al conjunto de lo que llamamos «Nuevo Testamento».

Evangelios apócrifos

Son los evangelios no considerados «canónicos» por lo incierto de su origen, su aparición tardía o lo inadecuado de su contenido. Se conocen y conservan en colecciones dedicadas a ellos como literatura complementaria de la revelación cristiana. Lo cual quiere decir que ni están prohibidos ni son un «tabú», así que puedes curiosearlos sin miedo.

Evangelios gnósticos

Dentro de los evangelios no considerados «canónicos» están los llamados «gnósticos», que participan de elementos propios de la «gnosis». Este movimiento, que defendía una forma de conocimiento muy especial y por encima de las prácticas habituales de piedad, era normal en los siglos I y II y algunos de sus elementos fueron recogidos en escritos y evangelios de comunidades cristianas luego desaparecidas. El hallazgo, a mediados del siglo pasado en Nag-Hammadi, de una colección de este tipo de evangelios, lo confirmó y documentó. Están editados y los puedes curiosear a gusto.

Estos cuatro evangelios que orientan desde hace siglos la fe de todos los cristianos, independientemente de la confesión (Iglesia) a la que pertenezcan, son los que consultaremos para hacer un recorrido que te lleve, si quieres, a contagiarte de esa misma fe. Son los que atribuimos a esos cuatro evangelistas, y que se complementan con otros escritos para conformar el libro que en su conjunto llamamos Nuevo Testamento para distinguirlo del resto de la Biblia o Antiguo Testamento. Y si quieres saber más acerca de su autor, de su proceso de redacción o de cualquier otra curiosidad al respecto, pues basta con que leas la introducción a los mismos que viene en algunas Biblias. (Y si vas para nota, pues tú mismo, porque tienes mogollón de libros en las librerías especializadas que saciarán al detalle tu curiosidad, lo mismo en el terreno de la literatura que en el de la ciencia).

Canon

Es la norma mediante la cual se ha decidido a lo largo de los siglos qué libros bíblicos debían considerarse válidos o canónicos (inspirados por Dios), para la fe del creyente judío o cristiano. En el pueblo judío se determinó definitivamente este canon para sus libros, un total de 24, en el año 90 d.C. En el pueblo cristiano, y partiendo de la traducción al griego de Los Setenta, se admitieron más libros, hasta 45 (posteriormente 46), de acuerdo con la Vulgata (Concilio de Trento). La reforma luterana quitó 7 que consideró «apócrifos». El canon del Nuevo Testamento se terminó de perfilar en los siglos IV y V, admitiendo un total de 27 libros como canónicos.

En esos cuatro evangelios notarás diferencias porque está claro que cuentan un mismo acontecimiento pero desde diferentes perspectivas (¡cosas de la fe de cada uno, ya sabes!), y por eso no puedes esperar encontrar en ellos esa historicidad que sí que se pide a los libros de historia que, por cierto, tampoco suelen ser coincidentes entre sí en función de quien los escribe. Hace ya tiempo que los exégetas, investigadores expertos que bucean en estos temas, cayeron en la cuenta de que, anteriores a la redacción de estos evangelios, hay unos documentos previos en los que se basaron. Son los llamados protoevangelios, algo así como «evangelios previos», y eso hace que algunos de ellos, como son Mateo, Marcos y Lucas, sean tan parecidos entre sí. El de Juan va aparte, entre otras cosas porque se escribió varias décadas después. Pero de todo esto te informarás más en detalle si acudes a esas fuentes que te digo.

Evangelios canónicos

Son, por orden de antigüedad, los de Marcos, Mateo, Lucas y Juan. Recogen, con mucha cercanía a los acontecimientos que relatan, la vida y la palabra de Jesús, el Cristo. Y lo hacen, como el resto de los escritos bíblicos, desde la perspectiva de la fe y la vivencia de una comunidad creyente y con las peculiaridades propias de cada fuente. Lo que quiere decir que no pretendas interpretarlos como meros documentos históricos. En la base del evangelio de Marcos hay, probablemente, tradiciones orales y escritas del acontecimiento de la pasión y resurrección del Señor, de sus dichos y sus milagros. En la de los evangelios de Mateo y Lucas estarían ese evangelio anterior y la conocida como «fuente Q» (ver vocabulario). Y ya en el de Juan hay verdaderas novedades con respecto a los anteriores, con un planteamiento y un lenguaje que claramente contrasta con ellos. Las diferentes fechas de redacción de cada uno, comprendidas entre los años 60 al 100, sugieren ya la evolución de pensamiento y de vida de las comunidades en que se redactaron y, por lo tanto, la presentación que hacen de Jesucristo y su mensaje. Evolución que es más que notable en el caso del último evangelio.

Curiosamente, el hecho de esas diferencias, que prueban los diferentes puntos de vista de aquellos primitivos cristianos, nos ayuda a los creyentes en Jesucristo a no poner el énfasis en la literalidad de lo escrito, algo que vemos que ata y no para bien, a otros creyentes en algunas religiones, incluidas las cristianas. Esas variantes sugieren y animan interpretaciones que nos llevan a preguntarnos por la creencia concreta de aquellos cristianos y nos mueven a buscar nosotros la forma más adecuada de actualizar esa fe en nuestro tiempo. Porque la finalidad de esta lectura, no lo olvides, es que tú alcances esa vida eterna que adquiere el que gracias a ella descubre que Jesús de Nazaret es el Mesías, el Hijo de Dios. Que te la pone en bandeja, vamos, como vulgarmente se dice (cf Jn 20,30-31).

Exégesis

Es la tarea de investigación que llevan a cabo los exégetas, estudiosos que entran a fondo en la Biblia buscando explicarla de manera científica. Lo hacen especializándose en diferentes campos, como son los del lenguaje, la historia, la teología, la literatura o la simple catequesis. Gracias a ellos y a su dedicación, a veces exhaustiva, conocemos cada día mejor la Biblia, su mundo y su mensaje, y podemos optar por una fe coherente con el sentido común y la realidad de las cosas.

Por último, y si es que te preguntas por su historicidad e importancia, has de saber que se trata de los documentos antiguos que conocemos más próximos a su fuente de origen. Es decir, que se escribieron entre veinte y cincuenta años después del acontecimiento que los inspiró, a diferencia de otros documentos antiguos que hablan de personajes como Buda, Confucio o Mahoma, redactados algunos de ellos varios siglos después de su paso por la tierra. Y de los que se conservan, además, multitud de copias primitivas y repartidas por diferentes centros bibliográficos y culturales, algunos de ellos incluso ajenos a las Iglesias, lo cual da fe de su autenticidad y valor histórico.

Testamento

En la Biblia esta palabra equivale a «Alianza», por razones de traducción. Así pues, al leer «Antiguo» o «Nuevo» Testamento hay que entender que se está hablando de la «Antigua» o «Nueva» Alianza de Dios con los hombres, la que hicieran Moisés y Jesucristo, respectivamente. Vulgarmente se entiende por «Antiguo Testamento» la parte de la Biblia que recoge los libros propios de la tradición judía, mientras que «Nuevo Testamento» alude a los correspondientes a la tradición cristiana.

No te entretendré con datos técnicos sobre estos documentos, pero sí que te animo, como ya hice antes, a que si tienes interés consultes cualquiera de los muchos libros que te explican todo lo relativo a la redacción de los evangelios y sus peculiaridades. Tenemos la suerte de que existan y que abunden y que, además sea este un terreno en el que no se para de investigar y descubrir, en beneficio de todos aquellos que quieren conocer la autenticidad de estos documentos y su trasfondo. Y esto es bueno porque en un tema tan importante como es el de creer y comprometer o no tu vida con alguien, en este caso con Jesús de Nazaret, no valen mentiras ni apaños. A menos que seas, claro está, de aquellos a los que les da igual creer en esto que en lo otro y no seas capaz de distinguir entre una fe ciega y una creencia razonada y comprometida.

Evangelios sinópticos

Se da este nombre a los evangelios de Marcos, Mateo y Lucas, por las similitudes que contienen, debidas a las mismas fuentes compartidas y a los detalles comunes, que permiten colocarlos en paralelo y hacer una lectura «sinóptica» de ellos, es decir, «de un vistazo».

Vulgata

Es el nombre que recibe la versión latina de la Biblia que se hizo en el siglo IV, de la mano de san Jerónimo, traductor de la versión hebrea, y que progresivamente se fue imponiendo a nivel popular y universal, tal como sugiere lo de «vulgata». Él solo tradujo la mayor parte del Antiguo Testamento, pues los evangelios del Nuevo los reelaboró a partir de un texto latino ya existente, y el resto de traducción al latín ya no es de él. En el Concilio de Trento se declaró auténtica la Vulgata, es decir, legal y dogmáticamente segura, y de ella partían las traducciones que entonces se hicieron. Pero aunque es una obra apreciada, hoy se acude a los textos originales para las versiones modernas.

II. ¿Quién es Jesucristo?

Buena pregunta. Es la que está siempre al principio de cualquier indagación sobre el Evangelio. En este caso, como ya hemos dicho que quienes lo escribieron no pretendían hacer un relato histórico ni biográfico, sino compartir la fe de unas personas concretas, pues está claro que el Jesucristo del que hablamos es un personaje real, que vivió en un momento y en un lugar determinados, pero visto con la perspectiva propia de quienes le conocieron y resultaron impactados por su vida y su palabra. Y también está claro que esta perspectiva, que como todo punto de vista es variable, ha dado lugar a diferentes imágenes de este Jesús de Nazaret que es el personaje real que hay detrás de esta historia.

Precisamente es con ese nombre de Jesús «de Nazaret» como habría que definirlo en un principio (Mt 2,23), porque esa era su patria chica, Nazaret, una aldeita apenas reconocible en los mapas de la época, cercana a un pueblo ya más grande, Séforis, que sí que estaba ubicado en la carretera principal. Ambos lugares sitos en Galilea, la región que delimitaba el norte de la Palestina de entonces, con su gente y sus costumbres tan distanciadas, no solo en lo geográfico, de las propias de la Judea del sur en donde se encontraba la capital, la famosa Jerusalén.

Galilea

En época de Jesucristo, región situada al norte de Palestina y al oeste del lago de Genesaret y del río Jordán, gobernada por Herodes Antipas (4 a.C. –39 d.C). Su población, por lo que se deduce de Mt 26,73, debía tener algún acento o dialecto propio y no era muy apreciada por la gente del sur, el entorno de tradición religiosa y poder de Jerusalén (cf Jn 7,41-43).

Hay quienes dicen que el sobrenombre de «Nazareno» aplicado a Jesús podría hacer referencia no tanto a su lugar de nacimiento cuanto a su consagración a Dios, porque recibían un apelativo similar quienes le ofrendaban su vida durante un tiempo y en unas determinadas condiciones. Pero en los evangelios se dice con claridad que era de ese pueblo y que en él vivía también su familia y que a él regresó un día para predicar cuando ya era famoso (cf Lc 4,16ss), y nada confirma que fuera un «nazareno», un «consagrado», en el otro sentido.

Judea

Era la parte sur de la Palestina que habitaba el pueblo judío, el antiguo Reino de Judá. En tiempos de Jesucristo estaba controlada directamente por Roma mediante procuradores (ver «Pilato») y su importancia radicaba en la capital, Jerusalén, que con su famoso Templo era el eje de la vida religiosa y económica del judaísmo. Posteriormente, y a causa de las revueltas, pasó a ser una provincia romana hasta la expulsión definitiva de los hebreos (135 d.C).

Jerusalén