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En España, a la conclusión de la Guerra Civil española (GCE) centenares de miles de españoles, hombres, mujeres, ancianos y niños, fueron víctimas de la intolerancia, sufrieron la triste tragedia del exilio. Un exilio que duraría años, largos años en tierras de Europa, África o América, pero con una constante presencia de España en su vida errante. Los exiliados sentían su país con una profundidad desconocida entre los que se quedaron. Los unos, los vencedores, tomaron a España por su exclusivo patrimonio y acusaban de anti-España a los demás, incluyendo a los exiliados; y los otros, los que luchaban por la democracia y la libertad, consideraban el concepto de patria contaminado por la retórica del régimen autoritario. En el exilio, entre la indigencia y el desarraigo, los desterrados creían en una España reconciliada, soñaban con un país en el que todos pudieran convivir en paz, la España que instaura en 1978 la Constitución democrática.
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Seitenzahl: 1515
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Tomado de la primera edición cubana (impresa): Ed de Ciencias Sociales, 2012
Segunda edición cubana (digital)
Edición: Reinaldo Medina Hernández
Corrección: Addis Alarcón García
Diseño interior: Dayán Martínez Chorens
Emplane digital: Madeline Martí del Sol
Foto de cubierta: Tomada de internet Conversión a e-book: Amarelis González La O
© Jorge Domingo Cuadriello, 2023
© Sobre la presente edición:
Editorial de Ciencias Sociales, 2023
ISBN 9789590624049
Estimado lector, le estaremos muy agradecidos si nos hace llegar su opinión, por escrito, acerca de este libro y de nuestras ediciones.
INSTITUTO CUBANO DEL LIBRO
Editorial de Ciencias Sociales
Calle 14, no. 4104, entre 41 y 43, Playa, La Habana, Cuba
A la memoria de mi padre, Ricardo Domingo González
(Viboli, Ponga, Asturias-
-LH, 7 de agosto de 2003),
defensor de la República Española.
Solo se relacionan las que sustituyen al nombre completo porque este se menciona más de una vez en el texto. En ocasiones se especifican el país yla fecha de creación para evitar confundirlas con otras de escritura igual o muy similar.
ACRI Asociación de la Crítica Radial Impresa
ADAD Academia de Artes Dramáticas
ADADEL Academia de Artes Dramáticas de la Escuela Libre de La Habana
ANABADAsociación Española de Archiveros, Bibliotecarios, Museólogos yDocumentalistas
APLE Agrupación por la Libertad de España
ARTYC Asociación de Redactores Teatrales y Cinematográficos
BCG Bacilo Calmet-Guerin
BRAC Buró de Represión de Actividades Comunistas
CAME Consejo de Ayuda Mutua Económica
CDR Comités de Defensa de la Revolución
CEDA Confederación Española de Derechas Autónomas
CEPAL Comisión Económica para América Latina
CNT Confederación Nacional del Trabajo
CTCConfederación de Trabajadores de Cuba (1939) [no confundir conla Central de Trabajadores de Cuba, fundada en 1961]
CUJAE Ciudad Universitaria José Antonio Echeverría (posteriormente nombrado ISPJAE) [véase]
DECA Defensa Especial Contra Aeronaves
DRIL Directorio Revolucionario Ibérico de Liberación
ELE Ejército de Liberación Español
ENA Escuela Nacional de Arte
ERC Esquerra Republicana de Catalunya
FAI Federación Anarquista Ibérica
FAR Fuerzas Armadas Revolucionarias
FDIM Federación Democrática Internacional de Mujeres
FEU Federación Estudiantil Universitaria
FGAC Federación de Grupos Anarquistas de Cuba
FMC Federación de Mujeres Cubanas
FUDE Federación Universitaria Democrática Española
FUDE Frente Unido Democrático Español
GATT Acuerdo General sobre Comercio y Aranceles
GCE Guerra Civil española
ICAIC Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos
IHC Institución Hispanocubana de Cultura
INRA Instituto Nacional de Reforma Agraria
ISA Instituto Superior de Arte
ISPJAE Instituto Superior Politécnico José Antonio Echeverría
ISRI Instituto Superior de Relaciones Internacionales
JARE Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles
JEL Junta Española de Liberación
JONS Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista
JSU Juventudes Socialistas Unificadas
JSUC Juventudes Socialistas Unificadas de Cataluña
JSUE Juventudes Socialistas Unificadas de España
JSUN Junta Suprema de Unidad Nacional
JUCEPLAN Junta Central de Planificación
LH La Habana
LLTC Lyceum y Lawn Tennis Club
MICONS Ministerio de la Construcción
MININT Ministerio del Interior
MINREX Ministerio de Relaciones Exteriores
MLE Movimiento de Liberación de España
MNR Milicias Nacionales Revolucionarias
MSR Movimiento Socialista Revolucionario
OIT Organización Internacional del Trabajo
OMS Organización Mundial de la Salud
ORI Organizaciones Revolucionarias Integradas
PCCPartido Comunista de Cuba. La primera organización nombrada así se fundó en 1925 y tuvo varios nombres durante la etapa republicana. Siempre se hace referencia a ella por su nombre completo o abreviado (Partido Comunista), para no confundirla con la de igual nombre constituida en 1965, que sí se nombra con la sigla (PCC).
PCE Partido Comunista de España
PECUSA Películas Cubanas, S. A.
POUM Partido Obrero de Unificación marxista
PSOE Partido Socialista Obrero Español
PSP Partido Socialista Popular
PSUC Partido Socialista Unificado de Cataluña
PURS Partido Unido de la Revolución Socialista
SACE Sociedad de Amistad Cubano-Española
SEBO Sociedad de Estudios Baratos de Oriente
SERE Servicio de Emigración de Republicanos Españoles
SESO Sociedad de Estudios Superiores de Oriente
SIA Solidaridad Internacional Antifascista
SIM Servicio de Inteligencia Militar (Cuba, 1934)
SIM Servicio de Información Militar (España, 1937) [en este caso se utilizan siempre el nombre completo y la sigla para no confundir con la organización cubana de igual sigla]
UCE Unión de Combatientes Españoles
UEACUnión de Escritores y Artistas de Cuba (1938) [no confundir conla UNEAC, fundada en 1961] (véase)
UGT Unión General de Trabajadores
UH Universidad de La Habana
UMAP Unidades Militares de Ayuda a la Producción
UNAM Universidad Nacional Autónoma de México
UNEAC Unión de Escritores y Artistas de Cuba (1961)
UNESCO United Nations Educational, Scientific and Cultural Organization (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura)
UO Universidad de Oriente
UPEC Unión de Periodistas de Cuba
En noviembre de 2003, encontrándome en Barcelona para tomar parte en un congreso, logré conocer a través de Internet la existencia en Madrid de un nieto del ya difunto jurista Francisco López de Goicoechea, quien había estado exiliado en Cuba. Me puse en contacto con él a través del correo electrónico y no solo me envió de inmediato valiosa información acerca de su abuelo, sino que me brindó la posibilidad de buscar datos acerca de otros exiliados españoles. A partir de ese momento se convirtió en activo y entusiasta colaborador de mi proyecto de investigación sobre estos desplazados políticos que se refugiaron en Cuba. Desde La Habana (LH) yo le enviaba el nombre de un exiliado, le indicaba los datos que necesitaba de él y le sugería algunas pistas. Sin conocerme siquiera personalmente, con eficiencia, rapidez y aplicación, él se encargaba de hacer las averiguaciones pertinentes, revisar archivos, localizar a familiares del exiliado. No escatimaba esfuerzos, tiempo ni gastos personales y lo mismo realizaba llamadas telefónicas a México y a Estados Unidos que se desplazaba a investigar en distintas instituciones madrileñas. Gracias a esa desinteresada labor suya pude completar la información que se ofrece en las fichas biográficas del diccionario que incluye este libro. Hasta que nos conocimos personalmente en Madrid, en noviembre de 2005, llegué a pensar en algunos momentos que en realidad él no existía y era Dios quien colaboraba en mi abarcador empeño y me enviaba por el correo electrónico tan sustanciosas informaciones.
Hoy, cuando llega el momento de cerrar esta investigación a la cual he dedicado más de quince años, por toda su valiosísima ayuda deseo manifestar mi agradecimiento a José Luis Lastra López de Goicoechea.
También deseo manifestar mi agradecimiento al navarro Martín Zapirán, residente en LH, y al doctor Gregorio Delgado García, historiador del Ministerio de Salud Pública de Cuba, quienes me brindaron información, respectivamente, sobre los vascos y sobre los médicos y paramédicos del exilio republicano en tierra cubana. Con el amigo Pablo Argüelles, investigador literario, estoy en deuda por su valiosa ayuda en el proceso de informatizar esta obra. De igual forma, quiero expresar mi gratitud hacia don Antonio Olivares, encargado del Archivo Histórico de la Universidad Complutense de Madrid, por la eficaz ayuda que le brindó a José Luis Lastra en la búsqueda de muchos datos.
LH, abril de 2009
En la Divina Comedia, Dante le habla al exiliado: “Abandonarás todas las cosas que más has amado: esa es la primera flecha que dispara el arco del exilio. Experimentarás cuán amargo es el pan del prójimo y cuán duro es ascender y descender por la escalera de los demás”.
Y cuán amargo es el olvido, añadiría yo.
Este libro se inscribe en el combate contra el olvido. España vivió en los años treinta una tragedia nacional sobre cuyas responsabilidades individuales no hay que volver, pero cuyas raíces y evolución deben ser objeto de estudio para el conocimiento de todos.
Hace treinta años que España vive una democracia normalizada, pero incompleta en cuanto no se ejerce con naturalidad la libertad de recordar, la libertad de expresar reconocimiento o sanción moral.
Reivindico la libertad, también la libertad para recordar, la memoria de los vencidos frente a la larga memoria de los vencedores. La memoria es un instrumento de construcción social. ¿Qué somos, sino una comunidad de recuerdos?
España es un país de exilios, pero ninguno como el exilio de los republicanos españoles. Los que huían de la persecución identificaban exilio con libertad. Cuenta Sánchez Barbudo que, en Barcelona, le dijo Machado: “Deberíamos quedarnos aquí hasta que nos matasen; sería el testimonio de nuestra fidelidad. Yo, si no fuera por mi madre, así lo haría”. Con la pérdida de la guerra los republicanos perdían el sentido de su vida.
El número de exiliados oscila según los diferentes historiadores entre 300 000 y 800 000 personas, pero, como dijo Vicente Llorens, lo importante es que “nunca en la historia de España se había producido un éxodo de tales proporciones ni de tal naturaleza”.
Todo el que ha de abandonar su país forzosamente sabe que allí donde es acogido genera pronto, pasado el primer momento de compasión y solidaridad por su penosa situación, un sentimiento de rechazo o desconfianza. Como sabe que su presencia incomoda, habrá de actuar con humildad y servidumbre. Su vida se llenará de nostalgias y recuerdos, deseando siempre regresar a su patria y naufragando en el puerto de su sueño, con el desengaño de no poder realizarlo, sobreviviendo gracias al amargo pan del exilio.
En España, a la conclusión de la Guerra Civil española (GCE) centenares de miles de españoles, hombres, mujeres, ancianos y niños, fueron víctimas de la intolerancia, sufrieron la triste tragedia del exilio. Un exilio que duraría años, largos años en tierras de Europa, África o América, pero con una constante presencia de España en su vida errante. Los exiliados sentían su país con una profundidad desconocida entre los que se quedaron. Los unos, los vencedores, tomaron a España por su exclusivo patrimonio y acusaban de anti-España a los demás, incluyendo a los exiliados; y los otros, los que luchaban por la democracia y la libertad, consideraban el concepto de patria contaminado por la retórica del régimen autoritario. En el exilio, entre la indigencia y el desarraigo, los desterrados creían en una España reconciliada, soñaban con un país en el que todos pudieran convivir en paz, la España que instaura en 1978 la Constitución democrática.
De la recuperación de la democracia han pasado ya treinta años, un tiempo demasiado dilatado para seguir eludiendo el reconocimiento de los que hubieron de sufrir el destierro por profesar ideas de libertad y modernidad. Porque sobre el olvido no es posible construir una sociedad justa y pacífica.
El estudio del exilio es un viaje por el mundo de la dignidad. Sabemos que el exilio arrastró lejos de su país a la gran mayoría de intelectuales, artistas, escritores, científicos, profesores, a la élite cultural de la sociedad española, pero es necesaria una inmersión en el conjunto de exiliados para descubrir que la calidad de aquella generación no estaba solo en los grandes nombres del exilio. Personas sencillas, muchas anónimas, sin gestas conocidas, dan una lección de humanidad y concordia.
Debemos saludar la aparición de este libro para que se recupere la memoria vívida de una generación excepcional, castigada por la historia, y aún no restituida a su lugar en ella. Completará el ya considerable compendio de obras de estudiosos e historiadores que hoy nos permiten conocer la verdad de aquel pavoroso final de la GCE.
Con el fundamental estudio dirigido por José Luis Abellán, El exilio español de 1939 (6 volúmenes, Taurus, 1976-1978) y las vigorosas aportaciones de Geneviève Dreyfus-Armand, Dora Schwarzstein, Alicia Alted, Roger González, Giuliana di Febo, Adrian Bell y otros muchos, tenemos ante nosotros un cuerpo de estudio que nos facilita la difusión de lo que verdaderamente fue el exilio republicano español. Son honestos, laboriosos y brillantes ejemplos que pretenden la difusión de un trágico acontecer de nuestra historia, para ampliar su conocimiento a vastos sectores de la sociedad contemporánea y, sobre todo, a un gran número de jóvenes.
Pero, si conocemos bien el exilio español europeo y el de los republicanos españoles en México, existía una laguna casi absoluta acerca del exilio en Cuba. El libro El exilio republicano español en Cuba, de Jorge Domingo Cuadriello, viene a cubrir el hueco que era preciso rellenar, y lo hace, a mi parecer, de manera magistral.
Cuando se proclama la Segunda República, España vivía en el ámbito cultural una Edad de Plata que la colocaba en un lugar destacado de la cultura europea de comienzos de siglo. La guerra, el exilio, la diáspora acabaron con esa posición privilegiada en la cultura de la época. Los exiliados tuvieron que seguir sus trabajos de creación y estudio fuera del país. La España que se hacía fuera era más importante que la que se hacía dentro. En España se prohibían los libros de exiliados, se condenaba su obra. Así, durante años se produjo una cultura española fuera que era totalmente desconocida dentro de España.
La lista de las grandes personalidades exiliadas sería interminable. Basten unos nombres con fines simbólicos: Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Pedro Salinas, Juan Gil Albert, Jorge Guillén, Rafael Alberti, León Felipe, Emilio Prados, Luis Cernuda entre los poetas. Piénsese que de los cuatro premios Nobel españoles tres pertenecen al exilio: Juan Ramón, Severo Ochoa y Aleixandre del exilio interior. En materia científica, Severo Ochoa, Juan Negrín, Josep Trueta, Rafael Méndez, Anselmo Carretero. En música, Halffter, Manuel de Falla y Pau Casals. En filosofía, José Gaos, Ferrater Mora, García Bacca, María Zambrano, Joaquín Xirau, Eduardo Nicol, Adolfo Sánchez Vázquez y tantos otros. Entre ellos, 85% de los profesores universitarios de España, con once rectores a la cabeza. Solo una muestra: editaron más de 650 periódicos, algunos con tiradas impresionantes, de hasta 100 000 ejemplares.
El exilio español ofrece características propias que lo distinguen de otros muchos movimientos migratorios y masivos del siglo xx. Es un exilio de una fidelidad insobornable a la legalidad republicana. Mantiene las instituciones de la República (Presidencia, Gobierno, Cortes) durante treinta y ocho años, hasta el 21 de junio de 1977. Se da un exilio masivo de intelectuales, sobre todo a la América que había logrado su independencia política no muchos años antes.
Otra de las características del exilio de los republicanos es la enorme importancia cultural de su obra y la irradiación de esta cultura hacia España y hacia los países de acogimiento. El exilio americano contribuye también a recuperar un puente de comunicación entre la América hispana y España, así como a la fusión de culturas y saberes, al mestizaje.
Domingo Cuadriello ha realizado un estudio detallado y riguroso del exilio republicano español en Cuba, al que ha dedicado quince años de trabajo, lo que nos da idea de la magnitud de la obra. Nos advierte de la deficiencia de los estudios dedicados a los exiliados que llegaron a Cuba —solo citan a un grupo de intelectuales, Juan Ramón Jiménez, María Zambrano o Juan Chabás— y buscaron otro destino al no encontrar la ayuda, como sucedió en México, de instituciones y organizaciones apoyadas por las autoridades del país. Domingo Cuadriello va a romper esta indiferencia de los estudiosos haciendo una verdadera nómina de todos los republicanos españoles que llegaron a la Isla, incluyendo a su propio padre, a quien dedica el libro, como forma de homenaje a los defensores de la República Española.
La sublevación de parte del ejército español en 1936 y la derivación, ante su fracaso, en una guerra civil habría de tener una repercusión inmediata e intensa en la sociedad cubana. Hay que considerar que en el censo de 1931 la comunidad española en Cuba superaba la cifra de 600 000 personas, lo que representaba 15.8% del total de la población de la Isla. Debían, por tanto, existir importantes conexiones familiares, políticas y económicas entre españoles de las dos orillas del océano.
El autor traza un mapa político-ideológico de la comunidad española incluso con anterioridad a la fecha de la instauración de la República en España. Organizaciones como Acción Gallega (conservadora) y Unión Progresista Gallega (más democrática y liberal) ejemplifican el enfrentamiento político que se intensificaría con el inicio de la GCE. Los dos bandos que luchaban en España tenían sus correlatos en Cuba: el Círculo Español Socialista, que publicaba el boletín Contra el Fascismo Español, y las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista de España en Cuba, que repetían las justificaciones de los franquistas presentando la rebelión como un hecho inevitable ante el “peligro comunista”.
La intensa campaña política de los dos grupos incitó a muchos jóvenes a desplazarse a España para participar en la lucha de las dos concepciones políticas enfrentadas. A causa de las relaciones personales, del alto grado de politización de la sociedad cubana y de la participación directa de los jóvenes en la guerra de España, esta se convirtió en un asunto político interno. Actos públicos, manifestaciones, publicaciones, colectas de fondos, programas de radio se multiplicaron en la Isla en relación con aquella lejana, pero cercana guerra.
Pronto un impactante grupo de intelectuales habría de salir de España. A Cuba llegarían inicialmente tres personalidades muy representativas de los diferentes matices políticos: Juan Ramón Jiménez, Ramón Menéndez Pidal y el historiador Constantino Cabal. Inicialmente, y temerosas de una avalancha incontrolable de refugiados, las autoridades cubanas intentan, mediante restricciones, detener la llegada de los republicanos españoles. En la sociedad cubana se alzaron voces contra la llegada de “revolucionarios españoles”, pero casi no se podían oír entre el conjunto de asociaciones progresistas que ayudaban a los republicanos internados en los campos de concentración en Francia, en las cárceles franquistas y a los que desembarcaban en la Isla.
Jorge Domingo Cuadriello nos ofrece una panorámica exhaustiva y profunda de las circunstancias en las que se van a ver abocados a desenvolverse en Cuba los exiliados españoles, que, huyendo de la represión de las autoridades franquistas, encuentran refugio en una realidad diferente a la que deben adaptarse pronto.
El autor proporciona un dato bien contrastado que distingue al exilio español en Cuba de todos los que cohexistieron en los demás países: el gran número de españoles exiliados que habían nacido en la Isla; tal característica deshace el tópico de que el exilio español tuvo en Cuba solo una tierra de tránsito, pues muchos de ellos se sintieron en su país, desempeñaron una fecunda labor y no habrían abandonado la Isla si no hubiesen tenido que vivir una suerte de segundo exilio —más benévolo este que el primero— con la implantación de un régimen comunista como consecuencia de la Revolución de 1959.
Nos describe con amplio conocimiento los primeros años de adaptación a la nueva situación por parte de los recién llegados tras el fin de la GCE. Resulta especialmente interesante, por desconocida, la evolución que se producirá en el trato a los exiliados en razón de los cambios políticos en Cuba. Tras la promulgación de la Constitución de 1940, las elecciones dieron el triunfo a Fulgencio Batista, que formaría gobierno, en su primer mandato, con el Partido Comunista, circunstancia que le hizo evolucionar hacia una posición antifascista, identificándose con la causa democrática, lo que habrían de sufrir las organizaciones cubanas partidarias de los vencedores en la guerra española. Lecciones que da la historia: Batista, el dictador contra el que se levantan y al que derrocan los guerrilleros de la Sierra Maestra, había gobernado con los comunistas. Los triunfadores de la revolución contra Batista terminaron implantando un régimen comunista en Cuba.
Como ocurre en todos los procesos migratorios, pronto se levantaría en Cuba el temor a que los recién llegados de España ocuparan los puestos de trabajo, especialmente en el ámbito intelectual y universitario, que desempeñaban los autóctonos. Esta, y no otra, fue la razón que empujó a muchos exiliados —profesores, abogados y médicos— a probar fortuna en otros países hispanoamericanos, ante las dificultades que se cernían para su incorporación al claustro de profesores de la Universidad de La Habana (UH), o para el desempeño de la vida profesional. Se frustró así el propósito de Juan Ramón Jiménez de atraer a un gran número de académicos españoles atrapados en los combates de la GCE. Aun con todas las dificultades se pudieron escuchar las lecciones impartidas por personalidades extraordinarias como José Gaos, Juan Ramón Jiménez, María Zambrano, Manuel Altolaguirre, Fernando de los Ríos, Luis Recaséns y Joaquín Xirau. Una clara prueba de que existía un apoyo notable a la causa republicana en la UH lo constituye el hecho de que fuera en la capital cubana donde habría de celebrarse la Primera Reunión de Profesores Universitarios Españoles Emigrados, en septiembre de 1943.
Domingo Cuadriello no ignora otras circunstancias menos favorables al exilio republicano español, como son las pugnas internas entre facciones políticas, que en nada beneficiaron a su causa en la región. El autor expone con objetividad y precisión las secuelas de la guerra en la división política de los republicanos españoles.
Cuando Batista asumió el poder por medio de la fuerza, sometió a los republicanos españoles a una represión cargada de atropellos. La revolución triunfante en 1959 y la caída del régimen autoritario de Batista fueron recibidas con simpatía por los republicanos españoles, aunque pronto comprobarían la presión ejercida por el nuevo orden para que se unificasen todas las organizaciones republicanas con clara orientación y dominio comunista.
A la desaparición del general Franco y cuando se produce la transición política española, el exilio republicano en Cuba era un fenómeno perteneciente al pasado, aunque algunos de sus miembros aún permanecían activos. Como nos dice Domingo Cuadriello, “atrás quedaban muchas vidas y esperanzas rotas”. El momento de la recuperación democrática en España emplaza a los exiliados a una angustiosa decisión. ¿Volver a la patria de origen o continuar la vida hasta su agotamiento en la patria de destino? Enrevesado dilema. Si quedarse, el anhelo de la vuelta reproduce al cabo de tantos años la angustiosa nostalgia de la tierra; si marchar, se abandonan hijos, nietos, amigos, una vida tejida durante medio siglo.
Cuando María Zambrano explica sus pensamientos a la hora de la vuelta, deviene boca de verdades:
hay ciertos viajes de los que solo a la vuelta se comienza a saber. Para mí, desde esa mirada del regreso, el exilio que me ha tocado vivir es esencial. Yo no concibo mi vida sin el exilio que he vivido. El exilio ha sido como mi patria, o como una dimensión de una patria desconocida, pero que una vez que se conoce, es irrenunciable.
Una vez que el desterrado se convierte en un exiliado, su vida se escinde en dos, a ninguna de las cuales quiere renunciar.
El filósofo Adolfo Sánchez Vázquez expresa su asombro llegado el final de la razón de su destierro:
Y entonces el exiliado descubre con estupor primero, con dolor después, con cierta ironía más tarde, en el momento mismo en que objetivamente ha terminado su exilio, que el tiempo no ha pasado impunemente, y que tanto si vuelve como si no vuelve, jamás dejará de ser un exiliado.
El dilema queda resuelto con la aceptación de dos tierras, de dos raíces: “Lo decisivo es ser fiel —aquí o allí— a aquello por lo que un día se fue arrojado al exilio. Lo decisivo no es estar —acá o allá— sino cómo se está”.
Durante todo el período de la dictadura los exiliados mantuvieron formalmente las instituciones republicanas, como forma de preservar la legitimidad democrática que no reconocían en el régimen autoritario de España. La República, como “Numancia errante” (Luis Araquistáin), acordó su autodisolución el 21 de junio de 1977, solo unos días después de la celebración de las elecciones democráticas del 15 de junio. En un acto de gallardía no exenta de desgarro, los representantes de la República, mantenida con denuedo y bravura, explican en el documento de anuncio de autodisolución:
Las Instituciones de la República en el exilio ponen así término a la misión histórica que se habían impuesto. Y quienes las han mantenido hasta hoy se sienten satisfechos porque tienen la satisfacción de haber cumplido con su deber.
Se produciría después la entrevista entre doña Dolores Rivas Cherif, viuda del presidente Azaña, y S. M. el rey Juan Carlos en noviembre de 1978, sellando con este acto de reconocimiento la mutua actitud de respeto y concordia. Pronto, en diciembre de 1978, la aprobación por el pueblo español de la Constitución española establecería las bases de la convivencia de todos los españoles. Una mujer exiliada lo expone con tal limpieza que nada sería posible añadir. Las palabras de María Zambrano deberían convertirse, ya para siempre, en un presagio cumplido:
Mi exilio está plenamente aceptado, pero yo, al mismo tiempo, no le pido ni le deseo a ningún joven que lo entienda, porque para entenderlo tendrá que padecerlo, y yo no puedo desear a nadie que sea crucificado.
Una gran generación se perdió para España, pero fructificó en otros pueblos, especialmente en América. Los españoles vivieron su “segundo descubrimiento” de América, se integraron con los pueblos y estos recibieron la llamarada de esperanza y de cultura que llevaron los exiliados republicanos españoles.
En resumen, el legado del exilio es: político (valores de libertad, democracia...), moral (no cedieron, fueron una Numancia errante) y cultural (nos permitieron el entronque con la España de la Edad de Plata). Los exiliados se convirtieron en la conciencia de España, al final triunfaron. Ellos representaban la legitimidad democrática y la Constitución de 1978 es deudora de la de 1931.
Los homenajes a los exiliados, las exposiciones, los documentales, las jornadas que se celebran ahora han tenido una espectacular recepción en los españoles, mayores y jóvenes. Adentrarse en el conocimiento del exilio republicano español no es una dedicación solo de estudiosos, es un verdadero viaje a través de la dignidad humana, es una suerte de reivindicación de la memoria de los exiliados y reparación de su sufrimiento.
La conclusión del estudio, de la preocupación por el exilio es que debemos desterrar para siempre el exilio como forma de no convivencia en la que domina la barbarie. La vigencia de un cuarto de siglo de la Constitución de 1978 hace albergar algunas esperanzas, pero no debemos debilitar nuestra convicción de relegar a los arcanos la posibilidad de un exilio. La más eficaz y ética forma de rechazo de otros exilios es recordar y dar a conocer el trágico exilio de los republicanos españoles.
Como dice Luis Cernuda en un bello poema:
Recuérdalo tú y recuérdalo a otros.
El autor de este magnífico libro expone a los lectores interesados en el exilio republicano español una extensa relación de todas las actividades desarrolladas en Cuba por los refugiados españoles, y culmina su excelente trabajo con un diccionario bio-bibliográfico de todos y cada uno de los exiliados españoles que arribaron a Cuba.
Jorge Domingo Cuadriello ha escrito un libro que será ya de manera inevitable la obra de referencia para el conocimiento del exilio republicano español, para conocer los datos del movimiento migratorio y para entender una parte de la historia de Cuba, ligada a la contribución que los exiliados hicieron con su trabajo y su creación a la cultura y la realidad de la isla que los acogió.
cubano e hijo de español exiliado, nos lega un hermoso homenaje a la causa de los republicanos que se vieron forzados a salir de su país por la furia de la persecución de una guerra a la que nadie pudo ser indiferente porque anunciaba el despertar de la barbarie que conduciría a una terrible guerra mundial. Todos los que en Cuba, o en cualquier otro país, aportaron algún esfuerzo para acoger a aquellos desterrados (o transterrados) tienen aquí, en este libro, el reconocimiento y el homenaje que merecen.
Alfonso Guerra
Madrid, 2009
El fenómeno demográfico de carácter político que se conoce como el exilio republicano español ha sido, de modo general, objeto de estudio y valoración principalmente en las últimas décadas. Aquel desplazamiento humano que abarcó a decenas de miles de personas y tuvo su origen en la fatídica GCE (1936-1939) constituyó un suceso de notable significación no solo para el país que fue escenario de la contienda, sino para naciones distantes desde el punto de vista geográfico. Esto explica que no escaseen las investigaciones sobre los exiliados españoles en el caso de los países que fueron grandes receptores de estos, como México y Francia. Otra situación muy distinta ofrece el caso peculiar de Cuba, adonde no arribó desde el punto de vista comparativo un contingente numeroso de aquellos perseguidos políticos. Este hecho innegable al que se suman otros factores ha dado pie a la creencia infundada de que el exilio republicano español en la mayor de las Antillas fue irrelevante. Esa desacertada valoración es posible hallarla no solo en textos publicados fuera de Cuba, lo que tal vez pudiera tener cierta justificación a partir del desconocimiento de este asunto, sino en ensayos con muy serias aspiraciones impresos en LH. Valgan como demostración los siguientes ejemplos:
En su estudio Literatura y edición de libros. La cultura literaria y el proceso social en Cuba (1900-1987) afirma Pamela María Smorkaloff:
... después de concluida la Guerra Civil Española, Cuba no se beneficia con la intelectualidad republicana exiliada. La coyuntura política no permitió que estos españoles, expulsados, sin patria, se asentaran en Cuba. Al llegar al país, encontraron un clima de hostilidad, y siguieron rumbo a México. Los estatutos de la Universidad de La Habana —refugio y modus vivendi tradicional del intelectual desarraigado— estipulaban que para ser profesor había que ser cubano por nacimiento o naturalización, y el hacerse ciudadano del país demoraba cinco años. Fue un problema a la vez práctico y político. Por un lado, el gobierno cubano fue reacio a darles acogida a los españoles por razones de índole política...1
En igual sentido se pronunció el historiador Carlos del Toro en su ensayoFernando Ortiz y la Hispanocubana de Cultura: “La derrota de la República Española generó un cuantioso flujo migratorio hispánico hacia las naciones latinoamericanas, principalmente hacia México. En esta coyuntura histórica, Cuba fue un país de tránsito donde solo estableció su residencia una minoría de intelectuales exiliados, como Francisco Prat Puig y Julián Alienes, entre otros”.2
¿Qué causas han provocado esas apreciaciones tan poco objetivas? De acuerdo con nuestro criterio son varias, y la primera, la más importante, radica en la ausencia de una investigación seria, detallada y profunda acerca del exilio republicano español en Cuba. A dicha razón primordial pueden agregarse otras no menos elocuentes: a este país no arribaron grandes contingentes de refugiados procedentes de la España en guerra ni barcos repletos de exiliados, como ocurrió en México con el Sinaia, en República Dominicana con el Flanders y en Chile con el Winnipeg. Sin que la cifra total alcanzara la de otras naciones, la llegada a suelo cubano de muchos de aquellos perseguidos se produjo en cantidades más reducidas, a veces procedentes de un tercer país como Francia o República Dominicana, desde el inicio de la contienda española hasta una vez concluida la segunda guerra mundial.
Por otra parte, y también a diferencia de México, donde los académicos y escritores transterrados lograron agruparse en instituciones docentes o culturales como el Instituto Luis Vives, el Ateneo y el Colegio de México, y así ofrecer un aporte intelectual mancomunado, los exiliados en Cuba tuvieron que enfrentarse a situaciones muy distintas y poco favorables. No pudieron contar con el apoyo planificado y constante del Gobierno y se vieron obligados a ganarse de modo individual un espacio en la sociedad cubana. Esto provocó la atomización de sus esfuerzos como colectividad y, diluidos entonces sus integrantes en un mar de aspiraciones particulares, que ningún proyecto conjunto alcanzó a conjurar plenamente, tomaron rumbos distintos en una especie de sálvese el que pueda. Como resultado de ese fracaso en llevar adelante una empresa grupal, para muchos cubanos pasó inadvertida, además del fecundo quehacer de no pocos de aquellos inmigrantes políticos, la razón incluso de su traslado a la Isla. Del mismo modo, para una mayoría que se considera incluso bien informada, el exilio republicano español en Cuba se limitó a unos cuantos intelectuales sobresalientes como el poeta Juan Ramón Jiménez, la pensadora María Zambrano, el ensayista Juan Chabás, el hematólogo Gustavo Pittaluga y el impresor Manuel Altolaguirre, quienes se han visto beneficiados con investigaciones que recogen su respectiva labor en tierra cubana. El resto de los exiliados españoles que buscaron refugio en este mismo país, por lo general, se pierde en el desconocimiento y en las brumas del pasado. Este libro aspira, de forma ecuménica, a rescatarlos a todos y precisar de modo individual y colectivo sus contribuciones en Cuba en los planos culturales, científicos, políticos y sociales.
1 Pamela María Smorkaloff:Literatura y edición de libros. La cultura literaria y el proceso social en Cuba (1900-1987),p. 96.
2 Carlos del Toro:Fernando Ortiz y la Hispanocubana de Cultura, p. 57.
El estallido de la Guerra Civil en España en julio de 1936 como consecuencia de las contradicciones insalvables entre amplios sectores de la sociedad animados por el deseo de llevar adelante la modernización del país y, en la trinchera opuesta, otros sectores apegados tozudamente a estructuras económicas y políticas retrógradas provocó de inmediato un vivo interés en todo el panorama social cubano. Fue esta una reacción lógica si tomamos en consideración los estrechos vínculos históricos, culturales, religiosos e incluso familiares entre españoles y cubanos, así como la existencia entonces en la Isla de una numerosa e influyente comunidad de naturales de España, que contaba con importantes capitales y desempeñaba un papel sobresaliente en la economía nacional.
Al concluir en enero de 1899 la dominación colonial española en Cuba después de un enfrentamiento que había costado a los contendientes numerosas vidas y cuantiosos recursos, se inició una nueva etapa histórica para ambas naciones. La exmetrópoli tuvo que aceptar la pérdida de sus últimas posesiones en el continente americano y Cuba, bajo la ocupación de las fuerzas estadounidenses, que intervinieron en la contienda para decidir la derrota de la Corona española y asegurar una buena parte del botín, comenzó a aproximarse a su independencia. Finalmente, el 20 de mayo de 1902 se completó el retiro de las tropas de Estados Unidos y con la investidura del presidente Tomás Estrada Palma se proclamó la República de Cuba.
A partir del momento en que cesó la hegemonía de España, las relaciones cubano-españolas comenzaron también a tomar nuevos matices. Junto con el ejército vencido retornaron a la península ibérica los funcionarios del disuelto aparato administrativo y judicial en la Isla, muchos elementos hispanófilos recalcitrantes como el periodista gallego Waldo Álvarez Insúa y la escritora asturiana Eva Canel y, en sentido general, aquellos que se negaban a admitir el acontecimiento histórico irreversible que constituía la emancipación de Cuba. En cambio decidieron permanecer en suelo cubano y aceptar las nuevas circunstancias, favorecidos por la seguridad y las ventajas que les proporcionaban los acuerdos del Tratado de Paz de París, otros muchos españoles que en su mayor parte habían formado familia. Como un mecanismo lógico de defensa ante los cambios políticos y sociales ocurridos o que se avecinaban, estos miembros de la comunidad hispana buscaron un mayor amparo en el asociacionismo y dieron vida entonces a diversas agrupaciones de beneficencia, instrucción y recreo o contribuyeron a consolidar aquellas que ya habían sido fundadas en décadas anteriores, como la Sociedad de Beneficencia Naturales de Cataluña (1840), el Casino Español de La Habana (1869) y el Centro Asturiano de La Habana (1886). Resulta muy significativo observar que tan solo en 1899, tras la repatriación, se establecieron a lo largo de la Isla el Casino Español de Matanzas, la Colonia Española de Manzanillo, el Centro de la Colonia Española de Camagüey, el Casino Español de Santa Clara, el Centro de la Colonia Española de Santiago de Cuba y la Colonia Española de Ranchuelo.1 Ni los ocupantes estadounidenses ni la población nativa se opusieron a la creación de aquellas sociedades, que en algunos casos contaron muy pronto con revistas y órganos propios de divulgación como El Eco Español (Matanzas, 1899), El Correo Español (Sagua la Grande, 1899), La Colonia Española (Santiago de Cuba, 1900) y El Eco Español (Pinar del Río, 1901).
De acuerdo con lo pactado por Estados Unidos y España en 1898 en París, tratado al que no se invitó a los independentistas cubanos a pesar de la heroica lucha librada, los españoles establecidos en la Isla podrían conservar, además de sus propiedades, su nacionalidad y transmitírsela a sus respectivos cónyuges e hijos con solo formalizar sus deseos en el Registro Civil. Este proceso legal se inició en julio de 1899 y al vencerse el plazo establecido, en abril de 1900, los resultados arrojaron un total de 66 834 españoles nativos, en su gran mayoría del sexo masculino y oriundos, en orden descendente, de las regiones de Galicia, Asturias e Islas Canarias. A la cifra anterior debe sumarse la cantidad de 72 721 personas, a quienes por razones de parentesco familiar directo también se les otorgaba esa ciudadanía.2 Por tal motivo, en los umbrales del siglo xx la colonia española en Cuba estaba integrada oficialmente por alrededor de 140 000 individuos. Al margen de ese recuento quedaron, aunque habría que considerarlos también, aquellos naturales de España que por pereza o por haber decidido integrarse plenamente a la sociedad cubana no acudieron a las oficinas del censo.
En aquellos días la tarea ineludible que se presentaba era el inicio de la reconstrucción del país, devastado por la guerra y por la cruel política de reconcentración que aplicara el general Valeriano Weyler. En ese empeño coincidían los empresarios españoles en la Isla, los ambiciosos inversores estadounidenses y la población cubana, en su mayor parte sumida en la pobreza. Mas escaseaba la mano de obra y en particular los brazos de jóvenes que pudieran enfrentar arduas labores. Ante esta situación se buscaron fórmulas para propiciar un rápido movimiento inmigratorio y en este deseo unieron fuerzas tanto el Círculo de Hacendados y Agricultores de la Isla de Cuba como el Partido Unión Democrática y el secretario de Agricultura, Comercio e Industrias del gobierno interventor de Estados Unidos.3 Por motivos raciales, lingüísticos, culturales y religiosos, entre otros, se estimulaba el ingreso de extranjeros jóvenes oriundos de Galicia y de Islas Canarias, conocidos además por su laboriosidad, y no de braceros antillanos que podrían “africanizar” el país.
Toda esta campaña habría sido infructuosa si en distintas regiones de España, por su parte, no hubiesen existido las condiciones esenciales para propiciar el traslado a Cuba de emigrantes en busca de fortuna. Como es bien conocido, en el período de medio siglo que se extiende de 1880 a 1930 ocurrió en suelo español un éxodo que llevó a América a centenares de miles de individuos, en su mayor parte hombres residentes en zonas rurales. Las causas de este fenómeno demográfico fueron diversas, pero radicaron fundamentalmente en el vertiginoso aumento de la población en regiones agrarias pobres, el lento proceso de crecimiento industrial en algunos territorios, la repetida propaganda acerca de un fácil y rápido enriquecimiento en los países hispanoamericanos y el incremento de la navegación transoceánica bajo mejores condiciones.4 Al margen de otros factores generales que se correspondieron con otros momentos específicos, como la deserción de los jóvenes del Servicio Militar ante la guerra colonial en Marruecos, en el caso de la emigración hacia Cuba en las primeras décadas del siglo xx coincidieron algunos motivos particulares, entre ellos la existencia de una numerosa comunidad, bien afincada y con sus propiedades bien protegidas; los estrechos lazos familiares, de amistad o de paisanaje con los residentes en la Isla, y cierta estabilidad política en ella, a diferencia, por ejemplo, de México, azotado por movimientos revolucionarios.
Las cifras de que disponemos hoy acerca de aquel movimiento migratorio procedente de España difieren de acuerdo con cada fuente bibliográfica, dan pie a la duda y a la especulación y, por tanto, estamos obligados a admitirlas con reservas; pero aun así contribuyen a demostrar el enorme número de inmigrantes españoles que desembarcaron en los puertos cubanos y los años en que fue mayor o menor ese movimiento, pues por lo general en estos puntos coinciden las fuentes. A continuación reproducimos, de modo comparativo, las cifras que nos proporcionan dos textos muy diferentes: la Biblioteca histórica cubana (Matanzas, 1924), del bibliógrafo e historiador Carlos M. Trelles y Govín, y la Historia general de la emigración española a Iberoamérica (Madrid, 1992).
Año
Biblioteca5
Historia6
1902
9716
9715
1905
44 100
34 957
1910
28 380
27 714
1912
30 660
33 391
1916
36 286
41 247
1919
32 157
48 367
1920
73 500
97 569
1921
11 600
24 729
Sin entrar a considerar las diferencias entre cada cómputo, podemos estar todos de acuerdo en que el saldo migratorio final fue impresionante, incluso si tomamos en cuenta la muy lúcida y precisa llamada de alerta formulada por el historiador catalán Jordi Maluquer de Motes acerca del frecuente error de considerar automáticamente cada una de esas cifras anuales como el ingreso a Cuba de un nuevo inmigrante, cuando en verdad es posible hallar muchos casos de españoles que realizaron el viaje de ida y vuelta en varias ocasiones.7
Diversas coyunturas económicas y políticas favorecieron en algunos momentos de aquel amplio período el deseo de trasladarse a Cuba en busca de fortuna. Entre ellas estuvo el alza sorprendente del precio del azúcar durante la primera guerra mundial. El país conoció entonces una gran prosperidad material, corrió el dinero y la época fue bautizada como “de las vacas gordas”. Atraídos por aquella bonanza económica, desembarcaron en Cuba decenas de miles de jóvenes españoles con el sueño de “hacer la América”. Mas a este período le sucedió otro, llamado “de las vacas flacas”, que se inició en 1921 con el brusco descenso del precio del azúcar a nivel internacional. Numerosos bancos quebraron, capitales que parecían consolidados cayeron de un modo estrepitoso, el dinero volvió a escasear y no pocos inmigrantes retornaron a la Península tan pobres como antes. En los años siguientes la afluencia humana hacia la Isla continuó desde los puertos españoles, pero ya no con la fuerza anterior.
Fue a partir del año 1929 que por efecto de la crisis económica surgida en Estados Unidos, cuya repercusión en Cuba resultó desastrosa, el número de llegadas al país disminuyó de modo alarmante. Ya por entonces algunas de las causas que propiciaban el éxodo de los españoles, como la guerra en Marruecos, habían desaparecido y España daba muestras de encaminarse hacia un proceso de modernización que dejara atrás ataduras semifeudales como el nefasto caciquismo. Por otro lado, la situación política cubana brindaba un amplio margen a la preocupación y a la inseguridad. El gobierno de Gerardo Machado demostraba cada día más su esencia despótica y la oposición, ante esta realidad, se inclinaba más a favor de la lucha armada.
El censo poblacional de 1931 arroja la respetable cantidad de 625 449 individuos que integraban la comunidad española establecida en territorio cubano, lo cual representaba nada menos que 15.8% del total de habitantes del país.8 Mas no podemos olvidar que a muchos se les incluía dentro de ese segmento poblacional por ser cónyuges o hijos de españoles y en realidad habían nacido en Cuba. Del decrecimiento del componente español en la sociedad cubana daban fe entonces otras fuentes estadísticas, entre ellas la relación de los miembros de la Sociedad de Beneficencia Naturales de Galicia. En 1919 contaba con un total de 1929 asociados; en 1932 esa cantidad había descendido a la cifra de 930, y al año siguiente a 855.9 Similar fenómeno encontramos en el seno del Centro Asturiano. En 1925 su capital ascendía a 6 992 611 pesos y sus miembros a 60 351 socios; en 1933 los fondos se habían elevado a 7 759 602. 23 pesos, pero su relación de asociados había descendido a casi la mitad: 32 478 miembros.10
En el año 1933, marcado por la violencia, la represión policíaca y el sangriento derrumbe de la dictadura de Machado, acontecimientos que conmovieron a toda la sociedad cubana, también ocurrió un hecho que repercutió con gran fuerza en la colonia española: la promulgación por las nuevas autoridades revolucionarias, el día 8 de noviembre, de la Ley de Nacionalización del Trabajo, que establecía la obligación de que en cada fábrica, empresa, comercio o negocio, al menos 50% de los trabajadores estuviese formado por cubanos nativos. Esta discutible medida de carácter nacionalista, que aspiraba a proteger al trabajador oriundo del país ante la fuerte competencia de la mano de obra extranjera, resultó sumamente perjudicial para el cubano por naturalización, aunque la Constitución de la República entonces vigente no establecía diferencias entre este y el nativo cuando se tratara de ocupar un empleo. Las consecuencias inmediatas de esa ley fueron el despido masivo de numerosos trabajadores y empleados, algunos de larga experiencia en su sector, y el rápido incremento del desempleo entre los cubanos naturalizados y los extranjeros residentes. Aquellos afortunados que lograron conservar su puesto laboral se vieron imposibilitados de ascender a cargos de mayor responsabilidad y mejor retribución, y muchos trabajadores, para no ser despedidos, tuvieron que soportar humillaciones y mayores exigencias. Paradójicamente, aquella ley tan nacionalista sirvió para afectar a numerosas familias cubanas cuyo miembro principal, por haber nacido en España, fue separado de su plaza de trabajo. Y en los meses posteriores a su desafortunada promulgación marcharon a España bajo la condición de repatriados, casi en estado de indigencia y gracias a la ayuda económica de algunas sociedades regionales españolas, que cubrieron los gastos del pasaje, matrimonios cargados de hijos que casi en su totalidad habían visto la luz en Cuba.11
No obstante todas esas adversidades, las variaciones del flujo migratorio, las oscilaciones de la situación económica y la inestabilidad política que padeció en algunos momentos el país, la comunidad española logró conservar su cohesión a lo largo de las primeras décadas del siglo xx. A su fortaleza contribuyó también el surgimiento de numerosas agrupaciones regionales como el Centre Català de l’Havana (1905), el Centro Aragonés (1908), el Centro Valenciano (1917), el Centro Andaluz de La Habana (1919) y Naturales del Concejo de Navia (1925) y el eficaz funcionamiento de otras creadas con anterioridad, así como la labor asistencial desplegada por la Casa de Salud La Benéfica y la Quinta Covadonga, de los centros gallego y asturiano, respectivamente. Ambos contaron además desde finales del siglo anterior con dos importantes planteles de enseñanza, Concepción Arenal y Jovellanos, que gozaron de amplio prestigio docente y ofrecieron clases diurnas y nocturnas. No pocas de esas agrupaciones regionales contaron con una casa social, biblioteca y panteón en el Cementerio de Colón, llevaron a cabo actos culturales y realizaron campañas de beneficencia. Al estar insertadas en el ámbito de la sociedad cubana tomaron también parte activa en esta.
No menos importante fue el peso económico de aquella comunidad, principalmente en la esfera del comercio mayorista y minorista, la industria tabaquera y papelera, la banca, las propiedades urbanas, la imprenta y la venta de libros. Como consecuencia de la disminución de la corriente inmigratoria procedente de España y del natural proceso de extinción de muchos propietarios, no pocas empresas dejaron paulatinamente de estar en manos de españoles y pasaron a sus descendientes cubanos. José Manuel Álvarez Acevedo, economista asturiano, autor del oportuno y bien documentado estudio La colonia española en la economía cubana (1936), nos ofrece el siguiente ejemplo: al iniciarse el siglo xx la mayor parte de los centrales azucareros se encontraba en poder de españoles. Sin embargo, en 1935 solo contaban con 36, superados por los propietarios estadounidenses, con 69, y por los cubanos, con 49.12 Este estudio nos ofrece además otras valiosas informaciones acerca del poder económico de la comunidad española en la Isla al iniciarse la Guerra Civil en España.
Aunque aquellos inmigrantes españoles estaban movidos por marcados intereses económicos y, por lo general, poseían un nivel educacional bastante bajo, una vez en tierra cubana muchos de ellos lograron superarse, mejorar su instrucción deficiente y tomar un poco de conciencia acerca de las luchas políticas y sociales que se libraban en su época. El amor a la patria y la nostalgia del suelo nativo en varias ocasiones se conjugaron para insuflar en muchos de ellos un excesivo patrioterismo basado en la defensa a ultranza de la nación española, de su historia y su presente, y en el rechazo a cualquier crítica que se le formulara a la Madre Patria, al rey y a sus gobernantes. A la consolidación de esos criterios contribuyó en gran medida la propaganda realizada por algunas publicaciones periódicas impresas en LH como el Diario de la Marina, La Unión Española, el Correo Español y la revista Vida Española, que dirigió el periodista madrileño Martín Pizarro. En aquellos inmigrantes, incluso en los de extracción social muy humilde, que habían sufrido en su rincón natal la pobreza, el analfabetismo y la insalubridad, arraigaron muchas veces ideales marcadamente monárquicos, clericales e hispanófilos. Y al calor de esos sentimientos de intransigencia patriotera surgieron organizaciones como España Integral, en 1922, se realizaron colectas para lisonjear al rey Alfonso XIII y campañas para respaldar con hombres y armas la nefasta guerra colonial en Marruecos.
En la trinchera opuesta a la de estos españolistas recalcitrantes se situó un número reducido, pero animoso, de inmigrantes que por el contrario se presentaron desde un inicio como críticos de la estructura económica, social y política de España. Sus criterios ideológicos se orientaban más bien hacia el anarquismo o el socialismo, de distinto matiz, y algunos de ellos predicaban la lucha armada para transformar radicalmente la sociedad. Ya en la última década del siglo xix el catalán Enrique Messonier se había encargado de difundir entre los obreros habaneros el ideal anarquista y había formado las primeras células de los partidarios de esta corriente ideológica. Unos años después arribaron a Cuba, principalmente de Cataluña y de Andalucía, no pocos ácratas con el fin de llevar adelante un intenso activismo político en el seno de la clase trabajadora. Para desarrollar sus planes fundaron algunas publicaciones como Nuevo Ideal y Tierra, pero fueron duramente acosados por las fuerzas policíacas, de modo especial durante el gobierno de Mario García Menocal, comprendido entre 1913 y 1921, y algunos fueron expulsados del país bajo la acusación de “extranjeros perniciosos”.
A diferencia de estos rebeldes, otros inmigrantes procedentes de la península ibérica sostuvieron posiciones liberales más moderadas y crearon agrupaciones que predicaban la conveniencia de establecer en territorio español un sistema republicano de gobierno. Así surgió a principios del siglo xx el Partido Republicano Español de la Isla de Cuba, que contó a partir de 1903 con un órgano oficial, el semanario La República Española, bajo la dirección de Julio César Estrada. La llegada a LH a mediados de 1906 del militar y escritor canario Nicolás Estévanez, de firmes posiciones antimonárquicas, avivó el ideal republicano entre la colonia española y propició la fundación de la revista En Marcha. Unos años después el periodista gallego Manuel Fernández Doallo creó el Centro Republicano Español de Cuba, de corta vida.
Si bien estas organizaciones tuvieron una escasa incidencia en la gran masa de españoles residentes en la Isla, más interesados en abrirse camino y conquistar al menos un capital decoroso que en dedicarse a las luchas sociales y políticas, abonaron el terreno para que ya en la década de los veinte, con motivo de la dictadura de Primo de Rivera y la guerra en Marruecos, tomase más fuerza la repulsa al rey Alfonso XIII. Así lo demostró el semanario surgido en 1921 España Nueva, que contó con una amplia circulación, vio la luz durante cinco años y llevó por lema “Contra la monarquía, el clero, los militares, la guerra de Marruecos y los españoles patrioteros de Cuba”. No debemos olvidar que entonces se encontraban en Cuba, así como en otros países hispanoamericanos, numerosos jóvenes desertores de la aventura colonial de España en África.
Como reflejo de la oscilación política que estaba ocurriendo en territorio español, en la comunidad de españoles en la Isla fueron cobrando fuerza el convencimiento acerca del carácter retrógrado y obsoleto de la Corona y, como solución a este mal, la necesidad de instaurar un sistema republicano de gobierno. Esta corriente de pensamiento fue torpedeada, como es de suponer, por los prohombres de la colonia, los empresarios acaudalados, los grandes comerciantes y, en general, aquellos que sostenían posiciones conservadoras. Por el contrario, contó con el apoyo de algunos periodistas importantes, miembros de la clase media y, de modo más amplio, individuos de principios democráticos y liberales. En correspondencia con aquel proceso de evolución política, en marzo de 1929 quedó constituida la Alianza Republicana Española de Cuba, que tuvo como primer presidente al empresario santanderino y maestro masón Basilio Portugal Martínez y entre sus fundadores al periodista asturiano Santiago Suárez Longoria, el escritor gallego Domingo Quiroga Ríos y el librero valenciano Alberto Sánchez Veloso.13 A partir del mes de noviembre de 1930 esta entidad contó con un órgano oficial, la revista quincenal España Republicana, que en sus inicios dirigió el periodista cántabro Joaquín Aristigueta Senroma. En aquellos días vino a sumarse a la campaña a favor de la proclamación de la República Española el importante Diario Español, que desde 1907 dirigía el periodista ferrolano Adelardo Novo Brocas.
Bajo el proceder despótico del presidente Machado, la situación política y económica de Cuba se deterioraba. Sin embargo, la agitación cívica cobraba fuerza en la comunidad española, que no se mostró indiferente ante la caída del rey Alfonso XIII en abril de 1931 y demostró, por el contrario, un gran interés en los acontecimientos trascendentales que se sucedían en su país de origen. Unos meses después, en octubre de aquel año, la Alianza Republicana Española de Cuba pasó a denominarse Círculo Republicano Español e incrementó su labor de proselitismo. A partir de abril de 1934 dio vida a otra publicación, el mensuario República, que fundamentalmente se encargó de reproducir artículos de carácter ideológico o social pertenecientes a Marcelino Domingo, José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón y otros destacados intelectuales españoles.
Al calor de aquel entusiasmo político se fundó en diciembre de 1931 la Juventud Española Republicana,14 que tuvo corta vida y muy pobre relevancia, y poco después, como demostración de las distintas tendencias que florecían en el concierto de las filas republicanas, surgen el Círculo Español Socialista,15 el Ateneo Socialista Español16 y la Izquierda Republicana Española.17 La primera de estas tres últimas agrupaciones quedó fundada en enero de 1934 y aunque se definía como una “sociedad de cultura y subsidios”, declaraba en el artículo 2 de sus estatutos: “Constituye su objeto la cultura general y específicamente la socialista-marxista de los socios, debiendo propiciar el estudio y la divulgación de las doctrinas acerca de Sociología, Economía y otras conexas, que puedan propender a crear o reafirmar conciencia colectiva que favorezca la implantación de una justicia social universal...”. Fue su primer presidente Ignacio González Cobos y entre sus miembros más destacados estuvieron el escritor asturiano Hilario Alonso Sánchez, el periodista catalán Baltasar Pagés Cubinya, Avelino Rodríguez Vázquez, Dictino Gómez Quiroga, Jacinto del Peso Ceballos y Manuel Somoza. De carácter ideológico más moderado, el Ateneo Socialista Español fue constituido en agosto de 1935, tuvo como sede inicial el palacio del Centro Gallego de La Habana y fue su primer presidente Pegerto Gallego. En su directiva, integrada además por Fernando Castañón, Avelino García, Pedro Buján Cardelle y Antonio Lourido, prevalecieron los naturales de Galicia. En cuanto a Izquierda Republicana Española, podemos asegurar que fue creada oficialmente el 9 de diciembre de 1935 y tuvo como principal figura al gallego Víctor Acuña Lamas.
Sus posiciones políticas estaban inspiradas en las orientaciones de Manuel Azaña.
Durante aquellos años las fuerzas reaccionarias de la colonia española no permanecieron inactivas y a partir de la grave derrota sufrida con el desplome del sistema monárquico intentaron agruparse en una organización. Con ese fin dieron vida en abril de 1935 al Centro Primero de Hispanoamérica. Delegación en La Habana de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA),18 inspirado en el partido creado en Madrid por Gil Robles para enfrentar a las fuerzas republicanas. Esta organización declaraba entre sus objetivos difundir, fomentar y propagar en sus asociados los ideales de acción social, labor educativa y de sana enseñanza moral. Su primer presidente fue Germán López Ruiz y entre sus miembros más destacados estuvieron José Sotero Sáenz, Diego G. Aureoles Jiménez y el poeta bilbaíno Arturo Liendo Lazcano. A principios de 1936 comenzó a publicar un órgano oficial titulado Patria, que estuvo bajo la dirección del periodista y dramaturgo vasco León Ichaso. Con un carácter político más cerrado y con objetivos de acción inmediata y precisa, aquellas fuerzas españolas reaccionarias constituyeron el 9 de junio de 1936 la Asociación Falange Española, que tuvo como principales líderes a José Antonio de Avendaño y los hermanos Antonio y Alfonso Serrano Vilariño.19 Ya entonces la fatídica guerra que ensombreció a España estaba a punto de empezar.
Cuba en aquellos días transitaba por un período histórico en sombras. Tras el derrocamiento en enero de 1934 de un efímero gobierno revolucionario de carácter nacionalista, los militares de mentalidad retrógrada, comandados por el coronel Fulgencio Batista, detentaban el poder y perseguían a los opositores sin escatimar encarcelamientos y golpizas, mientras llenaban sus arcas particulares con el botín que les proporcionaba el erario público o los negocios fraudulentos. Al exilio habían tenido que marchar no pocos miembros de la vida pública cubana, la universidad habanera permanecía clausurada y la oposición política más tibia reclamaba la instauración de un Estado de derecho. La credibilidad del gobierno impuesto por los militares era mínima y al margen del escenario público se hallaban desde los seguidores del Partido Revolucionario Cubano (Auténtico), de matiz nacionalista y progresista, hasta los revolucionarios de Joven Cuba, los reformistas del ABC y los militantes del Partido Comunista. Mientras tanto, en las cárceles se hacinaban centenares de presos políticos, desde torturadores del régimen de Machado hasta miembros de las organizaciones revolucionarias.
Con el fin de maquillar un poco el gobierno, los militares celebraron en enero de 1936 unas elecciones amañadas de las que resultó electo presidente un civil de limpia trayectoria cívica, Miguel Mariano Gómez. A pasos cortos y no exentos de tropiezos, el país retornaba a un estado de relativa normalidad y comenzaba a quedar en el pasado la crisis económica iniciada en 1929. Fue entonces que ocurrió el alzamiento militar en España.