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El fascismo fue un movimiento político que surgió en la Europa del primer tercio del siglo XX y que encontró acomodo tanto en España como en el País Vasco, así que -a diferencia de la imagen que se ha trasladado- esta región no resultó impermeable a su atracción, sino que desempeñó un papel fundamental en el desarrollo del fascismo español. Destacados intelectuales, acuciados por el contexto crítico que se abrió con la aparición de la sociedad de masas y sus desafíos, contribuyeron a la formación de esta cultura política en nuestro país. Además, los principales partidos fascistas, entre los que destacó Falange Española, se implantaron en las ciudades vascas de manera similar a como lo hicieron en otras regiones. La Guerra Civil supuso un punto de inflexión para este movimiento: si bien en un primer momento, en dos de las provincias vascas, leales a la República, hubo de hacer frente a la violencia de retaguardia, su integración en la coalición golpista le abrió las puertas a un crecimiento exponencial. Paradójicamente, como se vería durante la institucionalización de la dictadura, el fracaso del fascismo para conquistar el Estado por sus propios medios lo conduciría a unas cuotas de influencia y de poder que nunca hubiese alcanzado de otra manera.
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Seitenzahl: 465
Veröffentlichungsjahr: 2021
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HISTÒRIA I MEMÒRIA DEL FRANQUISME / 60
DIRECCIÓ
Ismael Saz (Universitat de València)
Julián Sanz (Universitat de València)
CONSELL EDITORIAL
Paul Preston (London School of Economics)
Walter Bernecker (Universität Erlangen, Núremberg)
Alfonso Botti (Università di Modena e Reggio Emilia)
Mercedes Yusta Rodrigo (Université Paris VIII)
Sophie Baby (Université de Bourgogne)
Carme Molinero i Ruiz (Universitat Autònoma de Barcelona)
Conxita Mir Curcó (Universitat de Lleida)
Mónica Moreno Seco (Universidad de Alicante)
Javier Tébar Hurtado (Arxiu Històric de Comissions Obreres de Catalunya, UB)
Teresa M.ª Ortega López (Universidad de Granada)
Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, ya sea fotomecánico, fotoquímico, electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso previo de la editorial.
© Iñaki Fernández Redondo, 2021
© De esta edición: Universitat de València, 2021
Publicacions de la Universitat de València
http://puv.uv.es
Coordinación editorial: Amparo Jesús-María
Ilustración de la cubierta: Exposición de Auxilio Social
en Bilbao, 1938. Obra anónima. Imágenes procedentes de los fondos
de la Biblioteca Nacional de España
Maquetación: Celso Hernández de la Figuera
Corrección: Letras y Píxeles
ISBN: 978-84-9134-774-3
Edición digital
Para mi padre,a quien le hubiese encantado leerlo
ÍNDICE
PRÓLOGO
INTRODUCCIÓN
SIGLAS Y ABREVIATURAS EMPLEADAS
PUNTUALIZACIONES SOBRE TERMINOLOGÍA
PARTE IEL FASCISMO EN EL PAÍS VASCO DE LA II REPÚBLICA
I. IMPLANTACIÓN Y DINÁMICA POLÍTICA FASCISTA
1. Los dos modelos de Falanges vascas
2. Los militantes falangistas: número y composición
PARTE IIFALANGE EN LA GUERRA CIVIL. REPRESIÓN Y COMBATIENTES
II. LA REPRESIÓN EN LA GUIPÚZCOA Y VIZCAYA REPUBLICANAS (JULIO DE 1936-JUNIO DE 1937)
1. La represión contra Falange Española
III. LA MOVILIZACIÓN DE COMBATIENTES DE FALANGE ESPAÑOLA
1. Incidentes derivados de la competencia por el reclutamiento
PARTE IIIFALANGE Y LA CONSTRUCCIÓNDE LA DICTADURA FRANQUISTA EN EL PAÍS VASCO
IV. LA UNIFICACIÓN. EL NACIMIENTO DE FET DE LAS JONS
1. FE entre la Guerra Civil y el decreto de Unificación
2. La Unificación en el País Vasco. La actitud de Falange
V. EL PARTIDO ÚNICO DURANTE EL PRIMER FRANQUISMO EN EL PAÍS VASCO
1. Los primeros pasos de FET. Conflicto e institucionalización
2. La pacificación de las provincias
3. Los intentos de revitalización de FET
4. El fin de las políticas de integración carlista
5. El largo camino del franquismo
CONCLUSIONES
BIBLIOGRAFÍA
ANEXOS
ÍNDICE ONOMÁSTICO
PRÓLOGO
En Cómo se hace una tesis, Umberto Eco cuenta lo que es una tesis doctoral: «Una tesis de doctorado es un trabajo mecanografiado de una extensión media que varía entre las cien y las cuatrocientas páginas, en el cual el estudiante trata un problema referente a los estudios en que quiere doctorarse. Según la legislación italiana, la tesis es indispensable para doctorarse». Adaptado al siglo XXI podríamos decir que una tesis es un trabajo escrito a ordenador que tiene una extensión variable (menos de cien páginas en el caso de las ciencias experimentales, entre trescientas y quinientas en el caso de las ciencias sociales y humanidades), que resulta indispensable para doctorarse. Debe hacerse en torno a tres años de tiempo máximo según la legislación actual, si bien hay un plazo extra que se puede pedir. Es respaldada por una o dos directoras o directores, que se encargan, una vez la han supervisado y aprobado, de proponer un tribunal que la evalúe que deberá ser avalado por el departamento universitario en que sea presentada. Se trata este de un momento particularmente sensible y, como luego veremos, quienes dirigen las tesis han sido elegidos, en ocasiones, con la mira puesta en salvar este trámite. La celebración del tribunal evaluador de la tesis doctoral tiene un fuerte componente ritual, desde el protocolo de intervenciones que en él tienen lugar hasta la manera en que el tribunal dictamina su parecer. En muchas ocasiones el ritual no suele considerarse completo si el doctorando no asume, posteriormente, la invitación a dar de comer al tribunal, fracción final de una liturgia en la que, también en ocasiones, no se tiene en cuenta la situación económica de quien se doctora. El acto final de defensa de una tesis doctoral tiene como propósito igualar a quien la presenta al resto de doctores que componen los equipos de trabajo de la Universidad española. Esa igualación es meramente formal, dado que probablemente no haya institución más alérgica a la igualdad que la Universidad, en donde cada día transcurrido en ella (de acuerdo a cada tipo de contrato vigente) es susceptible de contar a efectos de marcar la jerarquía a la hora de optar a plazas, repartir docencia o designar libranzas para actividad investigadora.
Lo que Iñaki Fernández presenta aquí es la versión en libro de la tesis doctoral que Luis Castells y un servidor tuvimos la fortuna de dirigir. Hay muchas cosas que se pueden decir de una tesis doctoral y quiero utilizar este prólogo para hacer algunas reflexiones que creo que son pertinentes a la hora de introducir la investigación en que se basa este libro. Dado que es una investigación que va a ser mayoritariamente leída por doctoras y doctores, o aspirantes a serlo, lo que aquí voy a escribir busca generar una reflexión que echo en falta cuando se aborda este formato de investigación, probablemente el más exigente que establece la Universidad española.
Toda tesis doctoral tiene una épica y una poética. La épica es creada y recreada por cada postulante una vez supera este reto iniciático. Se compone, fundamentalmente, del recuerdo de los sinsabores, los (escasos) placeres y las (múltiples) vivencias atesoradas en el transcurso de su elaboración y defensa final. La alimentan los congresos a los que se asistió, las comunicaciones que defendió, el interés que su trabajo pudo generar en personas de renombre, el vértigo ante el folio en blanco y la desorientación ante consultas documentales siempre excesivas. A ello pueden sumarse las torres de documentos y las horas invertidas en su lectura para, al final, quedar reducidos a una pulpa mínima incapaz de reflejar la cantidad industrial de horas invertidas en su recolección, lectura y análisis...
Convengamos, por tanto, en que la épica de la tesis es un ejercicio de memoria personal (inevitablemente subjetiva, cambiante, caprichosa en su selección de los acontecimientos y detalles evocados) que es compartido a lo largo de la vida. El espacio en que se comparte es el académico, el de los colegas y amigos de profesión, el de los congresos y sus horas de atonía. Fuera de esos espacios la tesis doctoral es una experiencia inaprensible por los sentidos para la mayoría de la población. Esta mayoría puede entender que una persona pase ocho o diez horas diarias trabajando en una oficina, un taller, una fábrica o un supermercado, sometida a todo tipo de maltratos laborales y condicionantes ambientales, pero es incapaz de comprender que pase esas mismas horas en un laboratorio, un archivo o una biblioteca, sentada ante un ordenador, normalmente en silencio, durante meses y años, muchas veces sin beca, en cuyo caso aumenta considerablemente la proporción de tiempo que es robado por el doctorando al descanso, a la familia, a la pareja, a los amigos, al ocio, a las aficiones e incluso a los vicios. Ese mismo robo, en proporción menor, lo cometen quienes disfrutan de una beca, y como todo robo no es reversible, el tiempo invertido no nos vuelve, los cuidados y afectos no cultivados no pueden recuperarse y todo lo perdido queda invertido en esa documentación con la que, pasados los años, uno no sabrá qué hacer y que, en muchos casos, acabará alimentando las plantas de papel reciclado...
Esta épica de la tesis solo puede ser compartida, por lo tanto, con quienes nos entienden por haber experimentado el mismo proceso ritual. Sin embargo, ese compartir tampoco es uniforme a lo largo de la vida. Aludimos más a ella en las etapas posteriores a haberla defendido para, luego, irse disipando en el océano de protocolos, incertidumbres y flexibilidades que impone la carrera investigadora española, hasta restar cuatro retazos compuestos por unos cuantos recuerdos mal coordinados y difícilmente cuajados en un relato coherente. Iñaki es quien podría dotar de contenido a su particular épica, pero en este libro no lo va a hacer, permanece fiel al principio de que esta se sostiene en una comunicación oral. Poco puedo (y debo) decir de ella. A lo sumo puedo subrayar que esta su tesis le ha acompañado por un gran número de años, muchos más de los que en sus inicios consideramos que implicaría. En ese curso temporal se han producido acontecimientos trascendentales que le han marcado y que han ido dejando su poso en su manera de afrontarla y resolverla. No es este un asunto baladí pues la proporción de tesis doctorales que naufragan en el devenir de vidas agredidas por un sistema económico tan exigente como el que nos sostiene no es menor. Todos conocemos las historias de colegas que aparcaron sus tesis ante retos vitales (oposiciones, desgracias personales, construcción de familias, necesidades laborales) para no poderlas volver a retomar. Esto precisaría de una perspectiva de género que aplicar, pues en absoluto es igual la proporción de mujeres que de hombres, y tampoco es igual la proporción de mujeres doctoras que no pueden continuar con su carrera universitaria que la de hombres. Son cuestiones que el mundo académico, siempre tan progresista en su estética como conservador en su práctica, tiende a abstraer, si no directamente a silenciar.
Toda tesis doctoral tiene otra dimensión complementaria que voy a abordar de forma más breve y que viene a cuento de esto último que he comentado acerca de la carrera investigadora y sus trampas: su vertiente de poética. Se trata de una narrativa marco que dota de sentido (o eso pretende) toda investigación doctoral. Según cuenta en su página web el Ministerio de Educación, insertarse en la carrera investigadora «supone un reto personal, pero es además una aventura apasionante, al convertirse una persona en agente activo en la generación de conocimiento y de nuevos descubrimientos». Convengamos en que este tipo de lenguaje resulta poco ajustado a la realidad de igual manera que la publicidad tiende a ajustarse mal a los productos que promociona. En la actualidad la elaboración de una tesis doctoral solo habilita para poder iniciar una carrera universitaria (ninguna universidad contrata a no doctores) cuyo curso será imprevisible.
La poética que encierra toda tesis ensalza sus virtudes en la construcción de la ciencia y de la cultura ciudadana y las capacitaciones que proporciona a quien la hace para insertarse en el mundo universitario, pero esto es una mera idealización. Una vez cubierta la tesis doctoral es cuando realmente tiende a empezar la carrera del investigador o investigadora, y tiene poco de «aventura apasionante». En realidad, lo que el doctorando muchas veces aprende en la confección de la tesis doctoral y, sobre todo, en el diseño del tribunal que le evaluará es el campo de batalla en que va a ir insertándose como futuro agente investigador: quiénes son hostiles y quiénes podrían serlo, a quién hay que amar o temer. Esto explica un fenómeno constatado por diversos trabajos sociológicos recientes como es la concentración de las direcciones de tesis doctorales en muy pocas manos académicas. Esta responde a mecanismos de estratificación social de la ciencia que fueron descritos para el caso norteamericano por la socióloga Harriet Zukerman hace más de cincuenta años. Y revela que los perfiles de las directoras y directores de tesis doctorales no son inocuos en la propia construcción de estos productos científicos. Las directoras y directores de tesis tienden a ser buscados por doctorandas y doctorandos con dos criterios referenciales: que sean capaces de garantizar su formación científica y que les doten de la seguridad de que en su tramo final la tesis no sufrirá contratiempos. Esto significa que, incluso en una fase final de elaboración de la tesis, el doctorando no maneja el criterio de que la calidad del trabajo que ha realizado es la variable por la que será evaluado. Sabe que el «peso social» de su directora o director es tenido muy en cuenta en esa fase en tanto que variable complementaria que disipe posibles complicaciones derivadas del funcionamiento clánico de los departamentos universitarios y de muchos de sus grupos de investigación.
A la épica y a la poética de la tesis doctoral me permito, por lo tanto, añadir una tercera variable final como es el peso que en ella tiene la directora o director. La construcción de relaciones estrechas entre doctorando y tutora o tutor generó en el pasado manifestaciones de sumisión feudal, muchas veces disfrazadas de compañerismo e, incluso, amistad; acrecentadas por la presencia de emociones como son la admiración, el respeto o el temor reverencial. Era algo que encajaba en un esquema de relaciones académicas de signo vertical que se ha modificado un poco pero no lo suficiente. La relación entre doctorando y director o directora siempre es compleja y sobre ella podría escribir una presentación entera, pues hay múltiples formas de dirigir tesis doctorales. Hay personas que convierten cada tesis doctoral dirigida en una parte importante de su actividad investigadora; hay personas que no llegan a leerse la propia tesis que han dirigido, que las contabilizan como una mercancía más que les habilitará de méritos en su horizonte profesional y que pueden manifestar la misma sensibilidad para con su pupilo que la que podrían sentir por cualquier oriundo de Yemen del Sur. Hay personas, en fin, que se implican en las tesis que dirigen, aunque intentan dejar que sea la doctoranda o doctorando quien vaya madurando en el proceso de elaborarla, no les restan sinsabores ni crisis personales, pero están ahí, guiándoles, especialmente en la segunda mitad, cuando la tesis se va haciendo real, cuando el material leído y cruzado ha reposado y comienza a definir una estructura narrativa e interpretativa que vislumbra ya un fin. Y hay muchos roles intermedios entre unas y otras figuras prototípicas.
Dirigido por Luis y por mí de acuerdo a una práctica que Iñaki, en todo caso, tendría que calificar de acuerdo a los modelos que acabo de establecer, tras muchos años y todo tipo de circunstancias personales, consiguió defender la tesis doctoral en la que se basa el presente libro. Su investigación parte de un trabajo de fin de máster que tuve el honor de dirigir y que le llevó a un terreno ignoto y, hasta cierto punto, imposible de concebir para buena parte de las vascas y vascos: el fascismo. Bueno, en realidad, los vascos (entiendo por tales quienes hablan en nombre de ellos) siempre han sabido lo que era el fascismo, el problema es que lo han concebido sistemáticamente como algo propio de quienes no son vascos. Con su socarronería característica, el periodista Luciano Rincón escribía en los años ochenta:
En Euskadi, periódicamente nos recorre un temblor de identidad que cada ciudadano conjura como puede. ¿Son exclusivamente vascos los vascohablantes? ¿Somos vascos también los que sin hablar euskera hemos nacido o vivido siempre o el tiempo suficiente en Euskadi para asimilar los paisajes físicos, culturales, históricos, lingüísticos y éticos existentes? (…) ¿Lo somos cuando votamos a un partido considerado vasco y dejamos de serlo si alguien decide que ese partido ya no es vasco? ¿Se puede ser vasco y dejar de serlo por opción política que no administrativa? ¿Se puede ser y dejar de ser vasco cada cuatro años por esa opción política, e incluso puede un ciudadano levantarse vasco y acostarse extranjero, según los enfrentamientos de la jornada?
En una identidad reiteradamente sometida a «temblores» el apelativo de «fascista» fue un instrumento reiterado, desde los años sesenta, de separar a los vascos de los demás. La violencia practicada por el Movimiento Vasco de Liberación Nacional, del que formaban parte organizaciones tan variopintas como Herri Batasuna, ETA o el sindicato LAB, dictaminó quién era vasco y descalificó a quienes no lo eran como «fascistas». Durante décadas el lema «zuek faszistak zarete terroristak» («vosotros fascistas sois los terroristas») atronó en las rutinarias concentraciones y algaradas de quienes formaban la comunidad de violencia que alentó el terrorismo de ETA y la violencia callejera satélite que lo complementó. La identidad (nacional) vasca reinventada a partir de los años sesenta en el contexto del cambio social generado por el desarrollismo, producto de las transformaciones que este generó en el nacionalismo vasco y en la izquierda marxista de ese tiempo, se sustentó en un mito antifascista. La concepción de vasquidad fue construida durante el franquismo y la transición desde la oposición a la atribución de fascismo. El Gobierno vasco así lo había fijado desde su constitución en octubre de 1936 y así lo mantuvo su propaganda en el exilio, y esa misma interpretación recogió ETA y la comunidad política en que se sustentó.
El resultado de ello fue la construcción, a partir de los años setenta, de una particular memoria colectiva en la que olvidar fue tan importante como recordar. El recuerdo de la Guerra Civil en clave de épica nacionalista vasca y del franquismo en clave de agonía de la identidad y «genocidio cultural» requirió, en paralelo, del olvido de los diversos y amplios sustentos sociológicos que tuvo el franquismo en estas tierras, desde los voluntarios que lucharon en sus filas hasta los gudaris reclutados (a la fuerza, obviamente) tras su desmovilización en julio de 1937, pasando por la mayoría consentidora (si no directamente colaboracionista) sobre la que se sustentó el Régimen. De esa mayoría salieron quienes gestionaron el poder local, participaron en la violencia de retaguardia y compartieron el reparto de lo robado. Pero también de ella salieron quienes participaron en la economía liberalizada a partir de 1959, con su lucrativa ausencia de derechos del trabajo, y montaron talleres y empresas que generaron su enriquecimiento particular y familiar.
Esta dimensión del franquismo como marco institucional de ganancia económica ha sido ignorada por quienes reivindican la memoria de los derrotados. De forma correspondiente con esta memoria colectiva, institucionalizada por el Gobierno autonómico a partir de 1979, fundada en un credo nacional antifascista compartido por las distintas vertientes del nacionalismo vasco y por los propios partidos de la izquierda no nacionalista, fue construyéndose un conocimiento histórico que convirtió la Guerra Civil en junio de 1937 en punto final de la historia reciente de los vascos. Apenas una tesis doctoral, a finales de siglo, pretendió analizar los apoyos sociales a la insurrección golpista. La única tesis doctoral sobre los apoyos sociales al régimen instaurado en el conjunto de este territorio, en concreto en la provincia guipuzcoana, fue defendida en la Universidad de Salamanca, a mediados de los años noventa, por una investigadora desconectada de las redes de poder de la historiografía vasca. Ni los historiadores ni las historiadoras afincados en las universidades vascas tuvieron inquietud por el universo político afín a la dictadura o por cómo esta se institucionalizó y qué apoyos directos e indirectos encontró después de la guerra. Solo en este nuevo siglo han comenzado a estudiarse, sustancialmente en Álava, y de forma más limitada en Bizkaia y Gipuzkoa, estos asuntos de la mano de una nueva generación de historiadores e historiadoras. A esta generación pertenece Iñaki Fernández y esta variable generacional es esencial para entender este libro y la tesis doctoral en que se funda.
Toda nueva generación historiográfica se contempla frente a una memoria colectiva que buscará afianzar o cuestionar en tanto que plantilla de representación del pasado reciente. La interrelación entre historia contemporánea y memoria colectiva es esencial para entender la manera en que historiadores e historiadoras preguntan al pasado. De la misma manera que la historia tiende a ser comprendida por la ciudadanía como un relato de un pasado compartido compuesto por los hechos que la memoria oficial ha fijado como esenciales, quienes la escriben pueden cuestionar ese relato y decidir hacer nuevas preguntas: «Son las preguntas las que construyen el objeto histórico, procediendo a un recorte original del universo ilimitado de los hechos y de los documentos posibles», dice Antoine Prost en Doce lecciones sobre la historia. Lo que Iñaki formuló en su tesis doctoral ahora publicada son nuevas preguntas a un pasado que permanecía virgen porque su espacio nadie había querido recorrerlo: ¿hubo un fascismo vasco?, ¿qué rol jugó en el debate político del final de la República?, ¿cómo participó en la Guerra Civil y colaboró en la implantación del nuevo régimen?, ¿cuál era su sociología?, ¿cómo se ubica este fascismo en los debates historiográficos acerca de este fenómeno político? Y, para ello, optó, cuando el curso de su tesis doctoral se alargaba hasta el infinito y los avatares vitales que alimentarían su épica amenazaban con hundirla en tanto que esperanza compartida (toda tesis doctoral es una esperanza compartida), por apostar por centrarse en el suelo acontecimental que cimentará, de la mano de otras investigaciones que puedan surgir en el futuro (¿cuándo alguien se animará a estudiar el tradicionalismo guipuzcoano y vizcaíno en la guerra y la posguerra?), una mirada más desprejuiciada y sensata a la dictadura franquista en tierras vascas.
«No hay historia sin hechos», dice Antoine Prost. Sin embargo, Hayden White nos mostró que los hechos tienen una dimensión de fábula y, por ello, pueden terminar siendo poco más que textos disfrazados. Por ello, acumularlos como hacen los fabricantes de la memoria histórica en Euskadi tiene poca utilidad. Más útil, creo, es cruzarlos con nuevas preguntas que cuestionen la memoria oficial y buscar su consonancia con los debates historiográficos y el estado de los conocimientos acerca de un proceso histórico (el franquismo) y un fenómeno (el falangismo) que en otros territorios del Estado está muy bien estudiado. Eso es lo que hace Iñaki en este libro que aquí presento y que invito al lector a conocer y a apreciar en el valor historiográfico que tiene.
Bilbao, julio de 2020
FERNANDO MOLINA APARICIO
UPV/EHU
INTRODUCCIÓN
Como ocurre en otras comunidades saturadas de historicismo, en el País Vasco dos episodios tan brutales como la Guerra Civil y la larga dictadura que le siguió vienen aquejados en su conocimiento por los efectos de una memoria acomodaticia. Influida por la hegemonía de las narrativas nacionalistas, la sociedad vasca de las últimas generaciones pretende identificar aquellos momentos traumáticos como procesos exógenos, que nada tenían que ver con su trayectoria histórica. La Guerra Civil y la dictadura resultarían, de esta manera, imposiciones exteriores sostenidas por sus propias fuerzas. Es por ello que los grupos políticos que apoyaron a los sublevados han tendido a la invisibilización. Este proceso resultaba complicado en el caso del potente tradicionalismo vasco y navarro, pero la conflictiva relación que mantuvo con el régimen franquista posibilitó su adecuación al paradigma nacionalista mediante la figura de la traición o engaño por el que apoyaron a los rebeldes. Como contraste, la tarea de hacer lo propio con el trasunto español de los fascismos de los años treinta resultó mucho más factible. Falange, que es de lo que habla este libro, simplemente no habría existido aquí y su continuidad en el tiempo durante la dictadura no sería sino expresión de ese genérico fascismo sin conexión con el país y antítesis de la visión estereotipada y construida del mismo.
Sin embargo, el ejercicio de la disciplina histórica nos revela un escenario bien diferente. El País Vasco fue uno de los territorios en los que actuó la crisis de los años treinta del pasado siglo, un contexto de búsqueda de alternativas políticas, filosóficas, artísticas y religiosas que respondía al avance secularizador de la modernidad y a la incapacidad del liberalismo de hacer realidad su promesa primigenia de libertad, igualdad y fraternidad. A la vez, como en el resto del continente, la «guerra civil europea» (Traverso, 2009) que sostuvieron diferentes movimientos y regímenes políticos que prometían una salida a la situación terminal de la civilización occidental que ellos mismos proclamaban encontró aquí su manifestación propia con las versiones locales de cada uno de ellos. El País Vasco, como territorio afectado de manera intensa por el proceso de modernización y por las consecuencias del despliegue de la sociedad de masas, vio también florecer diferentes reelaboraciones de presupuestos ideológicos tradicionales dispuestos a generar un nuevo instrumental adaptado a los nuevos tiempos. En ese sentido, no constituyó ninguna excepción y conoció el mismo despliegue de formaciones fascistas que el resto de España, ocupando además el caso vasco un lugar destacado en la aparición y consolidación de ese movimiento, puesto que aquí surgieron algunos de los más importantes configuradores de esa cultura política. En esta tarea se destacaron una serie de literatos y periodistas bilbaínos, agrupados originariamente en torno a una nebulosa Escuela Romana del Pirineo, pioneros en la estetización de la política y responsables en buena medida de la conformación del estilo y retórica de Falange Española.
A pesar de todo, hablar hoy de fascismo vasco en la primera mitad del siglo XX parece una provocación, que a su vez exige preguntar y responder sobre el porqué de la desaparición de esa cultura política de nuestra memoria colectiva. Existen diversas razones. Una radica en el reducido número de los fascistas vascos y en la asimilación simbólica y doctrinal que el franquismo operó enseguida con ellos. Mediante el Decreto de Unificación de abril de 1937, y a pesar de algunas resistencias, los falangistas fueron integrados en el partido único, diluyéndose su identidad en la amalgama franquista. Algo similar ocurrió con el tradicionalismo vasco, pero el potencial numérico y organizativo de este hizo que las historias de unos y otros fueran bien distintas. Además, la gran mayoría de los antiguos falangistas, y de nuevo en contraste con el tradicionalismo, se integraron en el partido único sin mayores dificultades y actuaron desde allí durante la larga dictadura, reforzando de esta manera su identificación con el Régimen.
Por otra parte, a ese proceso de desintegración en una estructura de mayor proyección y continuidad contribuyó también el antifranquismo vasco, sobre todo en la fase final de la dictadura: los falangistas, en el desprestigio adquirido al final de esta, no eran sino «fascistas» indistinguibles en el conjunto enemigo. Ni los propios ni sus contrarios tuvieron especial interés en mantener su identidad de origen. Además, como señalábamos, se insistió en la idea de que los falangistas eran ajenos al país a todos los efectos y a ellos, ahora sí, se les identificaba, a diferencia forzada de los carlistas, con los foráneos que abusaron de la violencia durante la Guerra Civil o con los que la mantuvieron desde los gobiernos provinciales y demás organismos a lo largo de la dictadura. Al terminar esta, la campaña criminal desatada por el terrorismo contra aquellos colaboradores directos del Régimen hizo que solo los más contumaces levantaran el estandarte de su cultura política original. En todo caso, unos pocos; una minoría dentro de las derechas integradas en el Movimiento que, durante la Transición, tan solo era identificada cuando sus perseguidores querían hacer valer la maldad intrínseca de la víctima y el valor redentor de su acción «depuradora».
Por todo ello, recuperar el protagonismo jugado por aquella Falange vasca contribuye a rebatir una memoria colectiva a la carta erigida sobre la primacía de la voluntad política por encima del análisis histórico y a construir un conocimiento mucho más acabado en su complejidad sobre nuestro pasado. Para ello se ha acudido a una investigación historiográfica estructurada en tres partes –República, Guerra Civil y franquismo– y en cinco capítulos, ordenados conforme a la cronología de los procesos y hechos. El primero trata de la implantación del fascismo en el País Vasco en los años treinta, analizando las diversas realidades provinciales, así como su extensión respectiva, praxis política y perfiles de su militancia. El segundo capítulo, ya en la Guerra Civil, aborda la dura represión de retaguardia sufrida por los falangistas vascos en el territorio controlado por el Gobierno republicano legítimo, mientras que el tercero enfrenta el otro gran fenómeno de entonces: su participación en las milicias de voluntarios para el frente. Ahí se estudia el proceso de expansión que vivió este partido y el papel que jugó en la retaguardia de los alzados. Ya en el franquismo, el cuarto capítulo analiza el Decreto de Unificación y las respuestas de la militancia falangista a este, incluidas las expresiones de resistencia. Finalmente, el último capítulo detalla el proceso de implantación e institucionalización del régimen de Franco, la capacidad mostrada por el franquismo para imponerse en el tiempo a la cultura política falangista, el enfrentamiento habido en algunos casos, pero, sobre todo, la integración y el acceso al poder institucional que acabaron teniendo en diferentes épocas aquellos militantes del original fascismo vasco.
El resultado final contribuye, entendemos, a enriquecer el conocimiento del falangismo español desde un territorio en el que la fortaleza de sus socios competidores relegó a este a un papel secundario dentro de la coalición contrarrevolucionaria. Durante la II República la potencialidad del tradicionalismo atenuó de manera considerable las posibilidades de crecimiento del fascismo en territorio vasco, mientras que durante el franquismo la primacía de las élites económicas y sociales, cuyo mejor ejemplo lo representó la oligarquía industrial vizcaína, hizo por completo imposible la realización del proyecto político fascista. La juventud de sus primeros militantes y la dura represión de retaguardia menguaron notablemente su capacidad de influencia política futura, algo a lo que tampoco resultó ajena la división interna en sus filas. En este sentido, una de las características más interesantes del caso vasco es la posibilidad de observar cómo se comportó el fascismo en una situación de equilibrio de fuerzas desfavorable con sus socios contrarrevolucionarios tanto en una etapa insurreccional como en otra posterior institucional. De esta manera, se constituye en mirador privilegiado para el examen de dos de los procesos cruciales de estos momentos, el de fascistización de las fuerzas de derecha y el de la institucionalización del régimen franquista.
Este libro es una parte de las investigaciones que me permitieron obtener el grado de doctor en Historia Contemporánea ante un tribunal compuesto por los profesores Pedro Barruso, Eduardo Alonso, Teresa Ortega, Carme Molinero y Antonio Rivera. Les agradezco los comentarios que me aportaron en aquella defensa y que han contribuido a mejorar este texto. También tengo que hacer una mención especial a mis directores de tesis, los profesores Fernando Molina y Luis Castells, quienes, con empeño, me han enseñado el oficio de historiador. A ello han colaborado también otros compañeros y amigos del Instituto de Historia Social Valentín de Foronda, especialmente José Antonio Pérez, Rafa Ruzafa, Antonio Rivera, Pedro Berriochoa y Mikel Aizpuru. De la misma manera lo han hecho otros doctorandos y jóvenes doctores con los que me unen lazos de amistad y con los que disfruté, y disfruto, de un rico y ameno intercambio de opiniones científicas: Aritz Ipiña, David Mota, Jon Kortazar, Erik Zubiaga, Bárbara van der Leuw, Guillermo Marín, Javi Gómez Calvo, Germán Ruiz, Virginia López de Maturana, Joseba Louzao y Marijose Villa. Nada hubiera sido posible sin la beca del Programa de Formación y Perfeccionamiento del Personal Investigador que me concedió el Gobierno vasco para desarrollar la investigación, ni sin la estancia en la Universidade de Lisboa, bajo la mirada atenta del profesor António Costa Pinto, que me permitió formarme todavía más, conocer mejor la historia portuguesa y disfrutar de esa bella ciudad. Los empleados y empleadas de archivos y centros documentales han mostrado en general una gran disposición y profesionalidad, por lo que la nota discordante del Archivo Histórico Provincial de Vizcaya se antoja especialmente amarga. Finalmente, tantos años de investigación y de atención casi enfermiza a un tema solo son posibles con el respaldo de los más cercanos. A todos ellos he de agradecer su apoyo incondicional: mi madre, Icíar, mi abuela, Anamari, mi hermana, Amaia, y todos mis amigos, capaces de aguantar con el mejor humor mis ataques de pedantería academicista. Por último, a Laura, por hacer que todo sea mejor. De alguno me olvidaré y pido perdón por ello; fue sin querer.
SIGLAS Y ABREVIATURAS EMPLEADAS
Archivos, bibliotecas, otros centros y publicaciones periódicas
AFB
Archivo Foral de Bizkaia
AGA
Archivo General de la Administración
AGG
Archivo General de Gipuzkoa
AGMAV
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AHPA
Archivo Histórico Provincial de Álava
AHPG
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AHPV
Archivo Histórico Provincial de Vizcaya
AIMNO
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AMB
Archivo Municipal de Bilbao
AMDSS
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AMVG
Archivo Municipal de Vitoria-Gasteiz
ATHA
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BN
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Boletín Oficial del Estado
BOJDNE
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BOM
Boletín Oficial del Movimiento
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FSS
Fundación Sancho el Sabio
Partidos, organizaciones obreras y otras instituciones
ACNP
Asociación Católica Nacional de Propagandistas
AET
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ANV
Acción Nacionalista Vasca
AP
Acción Popular
CE
Concierto Económico
CEDA
Confederación Española de Derechas Autónoma
CNS
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CNT
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CONS
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CT
Comunión Tradicionalista
DA
División Azul
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FAI
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FE
Falange Española
FEA
Falange Española Auténtica
FET
Falange Española Tradicionalista
FJJ
Frente de Juventudes
FUE
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HA
Hermandad Alavesa
JONS
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PCE
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PNE
Partido Nacionalista Español
PNV
Partido Nacionalista Vasco
PRR
Partido Republicano Radical
PSOE
Partido Socialista Obrero Español
RE
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PUNTUALIZACIONES SOBRE TERMINOLOGÍA
Antes de comenzar nuestra exposición hemos de realizar una serie de matizaciones sobre el empleo de determinados términos. Para favorecer la fluidez del texto hemos optado por un empleo laxo del nombre de Falange. Así, podremos emplear este término para referirnos indistintamente a FE/JONS y a FET/JONS. Asimismo, para evitar repeticiones innecesarias y acumulación de largas siglas hemos decidido eliminar la referencia a las JONS, sobreentendiéndose que al referirnos a Falange incluimos a este grupo desde el momento de su fusión, a menos que se señale expresamente lo contrario o que se deduzca de manera indubitable por el contexto.
En lo que respecta a las instituciones provinciales también hemos de realizar una apreciación. Por mor de la corrección terminológica hemos de hacer constar que la denominación correcta para todo el arco cronológico del franquismo es la de comisión gestora, puesto que se trata de un periodo de excepcionalidad y provisionalidad (sin duda muy dilatado en el tiempo) en el que los criterios de representatividad en la formación de las instituciones provinciales y locales fue suprimido. En cualquier caso, y una vez hecha la aclaración, por sencillez expositiva y facilitación de la lectura en las páginas siguientes se emplearán indistintamente los términos Ayuntamiento y Diputación para referirse a las comisiones gestoras municipales y provinciales respectivamente, así como el de alcalde para denominar al presidente de una comisión gestora municipal y concejal para el resto de sus miembros.
La última aclaración es una cuestión lingüística. Este trabajo está redactado en castellano y por ese motivo se ha recurrido a la grafía castellana a la hora de la transcripción de los nombres propios. Siguiendo este criterio, en el caso de la nomenclatura de las localidades se ha optado por mantener la denominación oficial en castellano de la época.
PARTE IEL FASCISMO EN EL PAÍS VASCODE LA II REPÚBLICA
Siglo que bajas de los cielos rojos,
Vírulo te ilumine con sus ojos.
Vírulo. Poema. Mocedades
RAMÓN DE BASTERRA
I. IMPLANTACIÓN Y DINÁMICA POLÍTICA FASCISTA
A lo largo de este capítulo vamos a realizar una visión de conjunto sobre el proceso de implantación y desarrollo de las diferentes manifestaciones orgánicas del fascismo español en el País Vasco durante la II República. Entre estas sobresale FE de las JONS, el principal partido fascista que encontró asiento en las tres provincias vascas y al que dedicaremos la mayor parte de las páginas siguientes. A través del análisis de los procesos de implantación y de la dinámica política pretendemos poner de relieve cómo el fascismo vasco no constituye ninguna excepcionalidad dentro del panorama español y europeo, y sigue unas pautas generales observables en la dinámica nacional de Falange Española y en otros productos fascistas del mapa europeo.
La primera matización que cabría advertir es que esa FE de las JONS que hemos señalado como la principal aglutinadora del fascismo vasco no funcionó en una dimensión regional más que en una serie de aspectos casi anecdóticos. Esto es, no nos encontraremos ante lo que se pueda calificar como una Falange vasca, sino que convivieron una Falange alavesa, una Falange guipuzcoana y una Falange vizcaína, una Falange, en suma, «provincializada». Existió dentro del organigrama estructural de FE de las JONS una Jefatura Territorial de Vascongadas, pero esta estructura apenas tuvo relevancia en la dinámica política de Falange en el País Vasco más allá de ocupar la representación territorial en los Consejos Nacionales. Además, las dinámicas provinciales dentro del País Vasco fueron bastante diferentes entre sí (dentro de un guión común) siendo, en definitiva, las jefaturas provinciales las entidades que regían la vida del partido. Por otra parte, en este aspecto, no dejaban de reproducir los usos políticos del momento, en el que la provincia era en buena medida la «escala» a la que se articulaban los partidos políticos y, hasta cierto punto, la Administración. Además, la provincia ocupaba un lugar privilegiado en la concepción tradicional de España dentro del pensamiento conservador. Así, podemos señalar las Juntas Provinciales de CT o los Buru Batzar, órganos de decisión provinciales del PNV.
Pese a ser Álava el territorio vasco en el que FE de las JONS alcanzó la implantación más limitada, fue en esta provincia donde paradójicamente se produjeron algunas de las manifestaciones más tempranas de grupos fascistas. En este caso, el 18 julio de 1933, Vitoria amaneció sembrada de octavillas con un manifiesto de esta naturaleza.1 Desde las páginas de La Libertad, el PCE alavés alertó de la llegada del peligro fascista a Vitoria y llamó a formar milicias antifascistas.2 A pesar de ello, el suceso no tuvo mucha repercusión más allá de los comentarios entre curiosos y temerosos de los vecinos. Los autores, Hilario Catón, Juan José Abreu, Luis Jevenois, Eduardo Ortiz, Eladio González, Patricio Gómez y Eduardo Valdivielso, eran un grupo de jóvenes, estudiantes en su mayoría y procedentes de familias bien de la capital. El texto envolvía en exaltaciones al fascismo valores conservadores radicalizados que recordaban al PNE de José María Albiñana, al que se referenciaba con admiración en varias ocasiones.3 Esta amalgama aún inmadura reflejaba, como reconocían los protagonistas, que en aquel momento eran un grupo precario, sin ningún vínculo organizativo ni filiación más allá de un genérico y nebuloso apelativo de fascistas. Buena parte de estos jóvenes, así mismo, pertenecían o habían pertenecido a la FAEC. En esta entidad dio comienzo su socialización política y se vieron inmersos en el proceso de actualización que el catolicismo político, y de manera más acuciada los sectores más jóvenes, había venido experimentando en un sentido irracionalista y voluntarista, lo que, en su caso, les aproximó y facilitó el paso al fascismo. En buena medida, sus primeros contactos reales con este se produjeron en el ámbito universitario de las ciudades en las que se encontraban estudiando, Valladolid en el caso de Hilario Catón y Eduardo Ortiz, o Bilbao en el de Eduardo Valdivielso. La importancia de las redes informales y de las relaciones personales entre estudiantes para la difusión del fascismo en España ya ha sido puesta de manifiesto (Rodríguez Barreira, 2013: 98) y, en este sentido, Álava sería un buen ejemplo de ello. Por otra parte, esta procedencia ideológica del núcleo fundador vitoriano, que tenía ecos de una adaptación modernizadora de valores conservadores, suponía una cierta diferenciación de los casos guipuzcoano y vizcaíno, más directamente relacionados, en lo que tienen de recorrido ideológico, con el impacto de la modernidad y la percepción del agotamiento del sistema político liberal ante los desafíos que esta planteaba y la necesidad de articular alternativas radicalmente nuevas.
A nivel organizativo la situación de indefinición se prolongó unos meses hasta la constitución oficial de FE en Vitoria en noviembre de 1933 tras su fundación a nivel nacional.4 El mes anterior, y con una clara intención organizativa, José Antonio Primo de Rivera realizó una visita a Vitoria durante la cual se reunió con sus escasos seguidores y con un grupo de requetés y tradicionalistas.5 Pese a los esfuerzos iniciales, la presencia y actividad de Falange en Álava fue mínima hasta la primavera de 1936.
El caso vizcaíno también fue temprano y presentó una mayor riqueza derivada, por una parte, de la experiencia previa de un núcleo intelectual agrupado bajo la forzada denominación de Escuela Romana del Pirineo, y por otra, de la presencia de varios grupos fascistas y fascistizados. Durante las décadas de los diez y de los veinte, en Bilbao, al calor de las hondas transformaciones que el cambio social que se vivía como resultado del proceso de industrialización estaba produciendo, se conformó un grupo de escritores e intelectuales agrupados en la tertulia del café Lyon d’Or presidida por Pedro Eguillor. Entre los contertulios, y para el objeto de este trabajo, revistieron una cierta importancia una serie de jóvenes literatos, encabezados por Ramón de Basterra, que anhelaban elevar la esfera cultural bilbaína a la altura del desarrollo económico de la ciudad, participando e impulsando algunas de las más emblemáticas iniciativas en este sentido, como la revista cultural Hermes. Basterra articuló en su corta obra conceptos y un estilo que se encuentran en la base de la cultura política de Falange. Su contribución descansaba en un retorno a valores asociados con el clasicismo, especialmente con la Roma imperial, la politización de la estética y la noción de España como depositaria de una misión universal que habría adquirido al convertirse en la heredera del Imperio romano en su destino civilizador tras el descubrimiento de América y la extensión de la civilización católica occidental. Esta idea, perlada de ecos orteguianos y d’orsianos, junto a un estilo clasicista que adjudicaba a categorías estéticas valores político-ideológicos que se elevaban a la categoría de absolutos, fue llevada a Falange Española de mano de los colegas de Basterra encabezados por Rafael Sánchez Mazas, puesto que el primero falleció de manera prematura en 1928. Mazas se convirtió en el principal creador del estilo y retórica falangistas, y no es complicado vislumbrar los planteamientos de Basterra por debajo de nociones centrales del ideario de FE como la del «destino común en lo universal» (Carbajosa y Carbajosa, 2003; Fernández Redondo, 2013).
El hecho de que este grupo intelectual bilbaíno buscase respuestas en el pasado a la situación de crisis o de agotamiento que percibían en la sociedad y sistema político de comienzos del siglo XX no debe conducirnos a asimilar esta experiencia con un grupo reaccionario. Estos escritores no estaban tanto en un proceso de actualización de los valores conservadores tradicionales que podrían remitir en última instancia al Antiguo Régimen o a las alternativas liberales que se le planteaban cuanto en la búsqueda de alternativas y planteamientos radicalmente nuevos que pudiesen poner fin a la sensación de anomia que entendían desprendía el momento que estaban viviendo. Para ello recurrieron al pasado, sí, pero a un pasado remoto y en buena medida construido por ellos mismos a partir de sus propias inquietudes y preferencias. De esta manera, pretendían reinstaurar una perdida mítica época dorada mediante la recuperación de los principios que consideraban la habían posibilitado. Estos valores, que ellos asociaban a la tradición grecolatina y de manera más concreta a la civilización romana, formaban parte en algunos casos de la tradición intelectual occidental, como el de jerarquía o el de autoridad, pero en otros eran elementos novedosos, como el irracionalismo, el vitalismo o el voluntarismo. Pero el elemento diferenciador más importante es que en esta búsqueda de respuestas a los desafíos planteados por la Modernidad emprendieron un camino que condujo al definitivo trasvase de trascendencia desde las esferas de la divinidad a la nación, convirtiéndola en objeto de su religión política secular de la misma manera que había ocurrido y estaba ocurriendo en otros lugares de Europa (Gentile, 2007).
En cualquier caso, como ya hemos mencionado, esta experiencia debemos situarla en el terreno de los antecedentes puesto que está comprendida en las dos primeras décadas del siglo XX. A un nivel estrictamente organizativo, el primero de los grupos al que hemos de hacer referencia, es el del fascistizado PNE. Como ya ha señalado Julio Gil Pecharromán (2000: 127), el PNE no fue legalizado en Bilbao hasta julio de 1932 pero ya funcionaba con anterioridad camuflado bajo el nombre de la sociedad deportiva Laurak-Bat para escapar de la persecución gubernativa. Vinculado a las clases preeminentes bilbaínas y al monarquismo alfonsino más conservador, el PNE nunca dejó de ser un grupo marginal y con nula presencia más allá de los ambientes oligárquicos vizcaínos. Su nicho preferente de implantación y reclutamiento fue copado por FE tras su aparición, siendo los falangistas provenientes del PNE una parte significativa del partido joseantoniano en Bilbao y Guecho. Este fenómeno, que ya hemos visto en Álava, no fue algo privativo del caso vasco sino que ya ha sido puesto de relieve a nivel nacional (Thomàs, 1999: 40).
El otro grupo fascista aparecido en Bilbao con anterioridad a la constitución de Falange fue las JONS. Diversos indicios, como el hecho de que en julio de 1933 las autoridades dispusiesen el cierre de sus locales o que en las rememoraciones de época franquista se hablase de un núcleo previo a la fundación, nos conduce a pensar que ya había actividad de este partido con anterioridad a la fecha de su constitución oficial.6 Esta tuvo lugar en octubre de 1933 en un edificio de Indauchu confiscado por el Gobierno republicano a los jesuitas (Arrarás, 1942: 314; Talón, 1988: 83). Entre los presentes se encontraban algunos futuros militantes de relieve de FE de las JONS, como los que ostentarían la Jefatura Provincial Felipe Sanz Paracuellos y Alberto Cobos, o la Jefatura de Milicias, como Zoilo Zuazagoitia. Los jonsistas bilbaínos, pese a su escaso número, mantuvieron un activismo considerable y protagonizaron algunos incidentes en los que tuvieron que intervenir las fuerzas de seguridad, principalmente derivados de sus actividades propagandísticas.7
La fundación de Falange Española se produjo en Bilbao a finales de 1933, tras el acto fundacional del Teatro de La Comedia madrileño. En su aparición jugaron un papel destacado algunos jóvenes miembros de las familias más renombradas de la alta sociedad bilbaína, como es el caso de Vicente y José María Ybarra Bergé o de Ramón y Juan Antonio Ybarra Villabaso (Ybarra, 1941: 15). Patxo Unzueta (1990: 73-96) también abunda brevemente en esta cuestión en su pequeño y evocador Bilbao. La vida de FE en Bilbao fue muy limitada hasta su fusión con las JONS en febrero de 1934, como parece indicar la ausencia de referencias a la misma con anterioridad a ese momento. De hecho, ante la superioridad organizativa jonsista será Felipe Sanz Paracuellos, el líder de las JONS bilbaínas, el que ocupará la Jefatura Provincial de FE y de las JONS tras la fusión de ambas organizaciones, y esta situación de un antiguo jonsista al frente del partido fascista unificado se reeditaría con la jefatura de Alberto Cobos en 1935.
Por su parte, Guipúzcoa es la provincia en la que las referencias a grupos fascistas organizados son más tardías. No hemos localizado indicios coherentes de la existencia de las JONS, y los primeros comentarios consistentes de una actividad falangista organizada datan de 1934. A pesar de ello, existen indicios fragmentarios que apuntan a que FE funcionaba ya en Guipúzcoa a finales de 1933 tras su fundación a nivel nacional (Loyarte, 1944: 313-314; Ledesma Ramos, 1968: 182). El núcleo fundador de FE estaba articulado en torno al arquitecto donostiarra José Manuel Aizpurúa, jefe provincial, jefe nacional de prensa y propaganda, consejero nacional y amigo personal de José Antonio Primo de Rivera. La Falange guipuzcoana tuvo un componente intelectual del que carecieron sus homólogas alavesa y vizcaína. Se encontraba íntimamente relacionada con la sociedad artísticocultural GU, punto focal del momento de renovación artística y cultural que estaba experimentando San Sebastián. En ella colaboraban destacados elementos de la escena artística de la ciudad, como el propio Aizpurúa, el pintor y el compositor, también falangistas, Juan Cabanas y Juan Tellería, el pintor Jesús Olasagasti, o el arquitecto y pintor Eduardo Lagarde. En sus locales se acercaron las corrientes intelectuales y artísticas de la vanguardia europea a San Sebastián con conferencias y recitales de personalidades como Federico García Lorca, Max Aub, Pablo Picasso o Ernesto Giménez Caballero. La senda que condujo a parte de este núcleo falangista se interrelacionaba estrechamente con la búsqueda de nuevos vocabularios y planteamientos artísticos adecuados para expresar la potencialidad de la nueva sociedad, del nuevo tiempo que estaba naciendo. En este sentido, la radicalidad de los planteamientos palingenésicos fascistas y la estrecha interrelación que planteaba entre estética y política resultaron sumamente atractivos para estos jóvenes que encontraron en el fascismo el nuevo vocabulario político con el que escribir la época de renacimiento y creación que ya estaba alboreando.
La primera noticia que poseemos que hace referencia a la actividad de Falange data del día 7 septiembre de 1934, cuando un grupo de jóvenes falangistas donostiarras bajo la supervisión de Manuel Carrión, jefe local, se dedicó al reparto de octavillas propagandísticas en la playa de Ondarreta. El acto acabó degenerando en violencia cuando otro grupo de jóvenes de filiación nacionalista y comunista intentó impedírselo, y se saldó con varios heridos y detenidos.8 Este hecho daría lugar, a su vez, al único caso que conocemos de la espiral asesinato-represalia en que participó Falange en todo el País Vasco, manteniendo una dinámica en relación con el ejercicio de la violencia discordante de la que encontramos en otras zonas del país en las que Falange jugó un papel clave en la degradación del orden público y de la convivencia política. Con excepción de este incidente, la Falange guipuzcoana mantuvo durante el año 1934 una actividad bastante limitada y dirigida principalmente a su consolidación. Fruto de estos esfuerzos iniciales tuvo lugar la constitución oficial de FE de las JONS y la inauguración de sus locales en la calle Garibay donostiarra con asistencia de José Antonio Primo de Rivera en enero de 1935.9
Durante los primeros meses de vida de FE en el País Vasco su situación fue bastante precaria y en buena medida transcurrió por los mismos cauces que la organización a nivel nacional. Canalizó su crecimiento sobre la base de organizaciones anteriores, ya fuese mediante la atracción de afiliados de otras organizaciones, como en el caso del PNE, o mediante su integración orgánica, como en el de las JONS; se movió en una situación de penuria económica que se reflejaba en la dificultad para acceder a unos locales propios y explicaba que las primeras reuniones se produjesen en cafés y dependencias propiedad de alguno de los miembros; y hubo de hacer frente a la hostilidad de la izquierda y de las organizaciones obreras que lanzaron una intensa campaña antifascista.10 La más mínima actividad falangista, que en las provincias vascas no podía tener más que una pequeña incidencia, provocaba que la prensa izquierdista y los órganos de expresión de las organizaciones sindicales publicasen numerosas notas en las que se alertaba de la llegada del peligro fascista. Ya hemos visto cómo en Vitoria el PCE realizó un llamamiento a la creación de milicias antifascistas tras el reparto del manifiesto vitoriano, campaña que proseguiría pese a las escasas muestras de actividad falangista en Álava, amenazando, por ejemplo, con convocar una huelga general cuando los falangistas vitorianos sopesaron la organización de un mitin en Vitoria en marzo de 1934.11 En Vizcaya las primeras actuaciones fascistas fueron recibidas con llamamientos a la unidad por parte de la izquierda y advertencias sobre la supuesta connivencia con las fuerzas policiales.12 En mayo de 1935 el PC de Euzkadi hacía un llamamiento antifascista como reacción al asesinato de un vendedor de periódicos que imputaba a Falange.13 Cualquier actividad que pudiese remitir a fascismo era recibida con abierta hostilidad y así, en enero de 1934, con motivo de una conferencia del conocido orador Federico García Sanchiz, se produjeron serios altercados en Bilbao y sus alrededores. El literato Juan Antonio de Zunzunegui y su acompañante, el médico de Santurce Bruno Alegría, fueron agredidos en la estación de tren de Portugalete cuando regresaban de ver la charla al grito de «¡Muera el fascismo!».14 En el caso guipuzcoano las cosas fueron más lejos.
Dos días después del reparto de octavillas en la playa de Ondarreta, el diario nacionalista El Día publicó una nota entre amenazante y premonitoria:
Estamos seguros de que los jóvenes fascistas, aprovecharán hoy el gentío de las regatas para repartir sus consejos […]. Cuidado, señor gobernador, con autorizar cierto género de provocaciones. ¡Ayer hubo muchos muertos en Madrid! […] Valga la advertencia. No lamentemos consecuencias lamentables.15
El tono del artículo, y más procediendo de un medio moderado como El Día, es ilustrativo del ambiente de radicalización de los discursos y las posiciones que se experimentaban en aquellos momentos en la sociedad guipuzcoana, crispada por el conflicto de los ayuntamientos vascos y por los rumores de la gestación de un movimiento revolucionario obrero, que finalmente acabaría estallando en el mes de octubre. En este ambiente se produjo el asesinato de Manuel Carrión, el ya mentado jefe local donostiarra. La noche del día 9 de septiembre, cuando este abandonaba el estudio de arquitectura de José Manuel Aizpurúa, que hacía las veces de local de Falange Española, un grupo de pistoleros que se encontraba esperándole en las cercanías del portal disparó varias veces contra él. Falleció en el hospital al día siguiente a consecuencia de las heridas que recibió.16 Significativamente, el atentado se produjo tan solo dos días después de los incidentes de Ondarreta, primer acto propagandístico público de la Falange donostiarra.
Esta agresión es la que dio lugar al único asesinato llevado a la práctica por Falange Española en el País Vasco durante la II República. Al día siguiente del atentado contra Carrión, el 10 de septiembre, caía víctima de las balas falangistas el director general de Seguridad del primer bienio Manuel Andrés cuando regresaba en compañía de un amigo a su domicilio. Por este asesinato fueron detenidos varios falangistas integrantes de las incipientes escuadras de acción donostiarras así como pistoleros reclutados en otras provincias entre los que se encontraban elementos sumamente radicalizados, como Adrián Irusta, que a comienzos de 1935 se encontraba encuadrado en la Falange sevillana, participando en los graves altercados de Aznalcóllar en el que perdieron la vida dos personas y por los que fue condenado junto a otros falangistas sevillanos a dos penas de más de dos años de cárcel por los delitos de homicidio y tenencia ilícita de armas (Dávila y Pemartín, 1938: 134-136). Ya con anterioridad a estos graves sucesos, la violencia contra falangistas había hecho acto de presencia en Guipúzcoa. En enero de 1934, el joven obrero de Industrias Vascas de Eibar, José María Oyarbide, fue objeto de una agresión con armas de fuego de la que milagrosamente salió con vida después de que varios proyectiles impactaran contra su cuerpo. Oyarbide, oriundo de la provincia de Santander, había llevado a cabo en los meses anteriores una campaña de proselitismo falangista entre diversos ambientes de jóvenes eibarreses.17
Estos sucesos, junto al asesinato de Manuel Banús el 15 de julio de 1936 a la salida de los funerales celebrados en honor de Calvo Sotelo en la iglesia del Buen Pastor donostiarra, ejemplifican el fuerte clima de hostilidad en que se movía la Falange guipuzcoana.18