El fervor de tener libros - Gaetano Volpi - E-Book

El fervor de tener libros E-Book

Gaetano Volpi

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Beschreibung

Este no es un libro cualquiera: es una "conversación" con un apasionado editor de los albores de la imprenta. Su apariencia de glosario y su intención pedagógica lo alejan de una lectura convencional y lo convierten en una auténtica aventura. Adentrarse en las escuetas y precisas palabras de Gaetano Volpi resulta balsámico, apaciguador, genuino. Volver a las fuentes primeras, a las sabias reflexiones de quienes nos precedieron en el oficio editorial, de quienes hacían las cosas con la debida calma, 'festina lente', que pensaban y aprendían de su experiencia y de sus errores al ritmo que imponen el saber hacer y el trabajo bien hecho… Obras como esta son un homenaje al trabajo y la entrega ded tantísimos que han hecho posible el desarrollo imparable de los libros hasta nuestros días. Estamos, pues, en deuda con ellos, y les debemos una reposada y atenta lectura que compensarán con buen humor y buenos consejos pese a los muchos años que nos separan.

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Gaetano Volpi

El fervor de tener libros

Varias advertencias útiles y necesarias para los amantes de los libros, dispuestas en orden alfabético

PRÓLOGO Y TRADUCCIÓN DE Natalia Zarco

Esta obra ha recibido una ayuda a la edición del Ministerio de Cultura y Deporte.

© De la traducción, Natalia Zarco, 2022

© De esta edición, Trama editorial, 2022

Zurbano, 71,

28010 Madrid

Tel.: 91 702 41 54

[email protected]

www.tramaeditorial.es

isbn: 978-84-126859-0-9

Índice

A modo de presentación

EL FERVOR DE TENER LIBROS

Notas

Navegación estructural

Cubierta

Portada

Créditos

Prólogo

Comenzar a leer

Colofón

Notas

A MODO DE PRESENTACIÓN

Lo que tiene entre sus manos el lector no es únicamente un libro, sino que va más allá. Es como una conversación con un apasionado editor de los albores de la imprenta. Su apariencia de glosario y su intención pedagógica lo alejan de una lectura convencional y lo convierten en un pequeño tesoro. Puede resultar a priori que, al referir términos, polémicas y anécdotas de hace ya tres siglos, el contenido vaya a entrañar más enigmas que los misterios eleusinos, pero lo que en realidad causa es sorpresa. Sorpresa y reconciliación en unos tiempos en los que prima el exceso, la sobrecarga, el espectáculo en definitiva. Adentrarse en las escuetas y precisas palabras de Gaetano Volpi resulta balsámico, apaciguador, genuino. Volver a las fuentes primeras, sencillas pero sabias reflexiones de quienes nos precedieron, de quienes hacían las cosas con la debida calma, festina lente, con sumo cuidado, que pensaban y aprendían de su experiencia y de sus errores, que probaban e intentaban, avanzando al ritmo que imponen el saber hacer y el trabajo bien hecho, sin la prisa ni el vértigo del presente.

Los libros como éste, que no es único en su género ni en su presentación, duermen en las bibliotecas como supervivientes de un naufragio, a salvo en esos templos eternos en los que cada volumen es una puerta que se abre a infinitos caminos que se entrecruzan. Los libros como éste aguardan a que una mano los despierte y los desvele, les insufle aliento, y les dé la oportunidad de volver a pronunciar las palabras que contienen. Y son un homenaje al trabajo y la entrega de todos, tantísimos, los que, con su amor al oficio, quizá filia, por darle un nombre más patológico, han hecho posible el desarrollo imparable de los libros hasta nuestros días. Estamos, pues, en deuda con ellos, les debemos una reposada y atenta lectura que nos compensarán con buen humor y buenos consejos pese a los muchos años que nos separan.

Es verdaderamente exigua la información de la que disponemos del autor, Gaetano Volpi. Se sabe que nació en Padua en 1689, hijo con sus ocho hermanos de Giovanni Domenico y Cristina Zeno. Junto a su hermano Giovanni Antonio, funda en 1717 la imprenta Volpi-Cominiana, nombre compuesto también por el apellido del coeditor Giuseppe Comino (?-1762), famoso tipógrafo de la época, quien durante décadas fue el jefe y coordinador de la imprenta donde colaboraba, además, el conocido profesor de anatomía Giambattista Morgagni (1687-1757). La imprenta Volpi-Cominiana, con sede en Padua, produjo, a lo largo de la primera mitad del siglo xviii, libros de textos clásicos muy cuidados y elegantísimos tipográficamente. Una extensa colección de sus ediciones, llamadas «cominianas», se conserva todavía en la Biblioteca Cívica de Padua. Gaetano ejerció su oficio con verdadera pasión, como bibliófilo y como librero, y sobre todo como editor prácticamente en el sentido moderno del término. Al contrario que otras figuras significativas de su época, Gaetano Volpi no fue únicamente un impresor, sino que fue transformándose progresivamente en un verdadero maestro de la edición. Los libros publicados obtuvieron aprecio y reconocimiento tanto por la distinguida factura como por la corrección de los escritos, de la que los hermanos Volpi eran mayormente responsables. Giovanni Antonio se ocupaba de elegir los textos y añadirles comentarios críticos; Gaetano se ocupaba de la corrección, que llevaba a cabo con sabiduría y pericia. Entre las obras que escribió es particularmente conocida ésta que nos ocupa, el opúsculo Del furore d’aver libri. Varie avvertenze utili e necessarie agli amatori de’buon libri, disposte per via d’alfabeto, de 1756, una recopilación de términos y conceptos que abrirá camino a los libros dedicados a la bibliofilia que, un siglo después, encontrarán en el joven Flaubert o en Asselineau a dos de sus más fieles seguidores.

Gaetano Volpi será autor también del valioso catálogo La libreria de’ Volpi e la Stamperia Cominiana, illustrate con utili e curiose annotazioni, donde se describen los libros adquiridos y conservados en la «Vulpiorum bibliotheca domestica», es decir, la propia biblioteca de los dos hermanos, y donde se incluye el catálogo cronológico de todas las ediciones de su imprenta. Esta obra se publicó con una tirada de doscientos ejemplares, y a día de hoy sigue siendo una verdadera rareza todavía consultada por los bibliófilos por sus verdaderamente útiles y curiosas anotaciones. Anexo a ese catálogo apareció el texto aquí traducido, una particular pequeña biblia de la edición y de la bibliofilia, donde la erudición y los conocimientos técnicos se narran de manera cercana y con un sentido del humor que nace de un profundo amor a los libros y que, sin perder ni un ápice de chispa ni de compostura, se pronuncia ferozmente a la hora de denunciar los desastres que pueden causar la negligencia, la inexperiencia, la ignorancia y la fatuidad de aquellos que poseen libros sin valorarlos.

«Proteger los libros, disciplinar a los lectores». Esta sentencia (que da título a un artículo publicado en el Bulletin du bibliophile en 1991 sobre las «enseñanzas» de Volpi) resume perfectamente la intención del autor. No cabe duda, después de leer esta obra, que Volpi, apasionado de ese «milagro» que en aquel momento supuso la aparición de la imprenta y con ella el explosivo desarrollo de la actividad editorial, que ante sus ojos evolucionaba a toda velocidad abriendo un enorme mundo de posibilidades, tuvo que presenciar también muchos accidentes y pérdidas irreparables, situaciones ante las cuales su espíritu sufría en carne propia el daño infligido al libro o a los libros. En una de las entradas del texto, es así como se refiere a la importancia que la imprenta suponía (y aquí, a tenor de la enfática metáfora, cabe mencionar que Gaetano Volpi era, además, cura):

Parece como si, del mismo modo que Dios creó al hombre después de haber creado las otras cosas, para que cuando llegase como Señor de todas ellas éstas lo asistieran, lo sirvieran y lo ayudaran, hubiera decidido traer al mundo al Arte más noble, a la Reina de todas las artes, para que el resto de oficios, ya establecidos y perfeccionados, la asistieran, sirvieran y atendieran en sus necesidades.

De ahí que decidiese que su aportación era necesaria, importante, alguien tenía que hablar de ello, alguien tenía que contar sus experiencias pues los que se interesaban por la adquisición de libros eran cada vez más numerosos, pero no todos estaban impulsados por una devoción literaria, o un afán conservador y protector. No todos sabían el inmenso trabajo que había detrás de la edición, encuadernación e impresión de cada libro que se fabricaba. Resulta sorprendente, sobre todo para profanos y no profanos del oficio de la edición, que la mayoría de las indicaciones que nos da Volpi en sus útiles advertencias sigan teniendo en la actualidad una vigencia más que justificada.

En efecto, hasta el momento los conocimientos y procesos de cada oficio se trasladaban a los aprendices de forma oral, por lo que con este libro Volpi manifiesta también un interés adicional y en ningún caso menor por crear una especie de manual de referencia, al menos un esbozo, que reuniera las indicaciones básicas, consejos y directrices para ejercer el oficio con excelencia. En aquel tiempo el inapelable despunte de la industria, las maquinarias, entre ellas las imprentas, empezaba a mermar progresivamente el modelo de producción medieval, enteramente artesano, y como consecuencia irremediable, también los objetos producidos de este modo. Ese matiz se aprecia concretamente en lo que nos cuenta Volpi sobre los libros del medievo: si bien había lectores que los consideraban tesoros que conservar, recuperar y proteger, otras personas, tal y como éstos caían en sus manos, cuando se trataba de viejos legajos, maltrechos o incompletos, de los que no veían cómo sacar provecho, los utilizaban en los más ignominiosos fines, para desesperación, claro, de nuestro carismático editor.

De entre los variados temas que aborda el autor, todos con suma seriedad y con finísima ironía, resulta especialmente divertido un comentario relacionado con la producción de libros, que a su entender estaba a punto de rozar la demasía –qué diría ahora el abate Volpi si contemplara la nuestra–, lo cual suponía, según él, un grave perjuicio para los lectores:

… se causa confusión en las mentes humanas por la excesiva cantidad de Libros, porque no se sabe en cuál emplearse, y porque los pocos libros buenos (en comparación) están oprimidos y asediados por los infinitos malos e inútiles; y además, se da pie a la adulación desenfrenada con las continuas Composiciones Poéticas y las copiosas Recopilaciones de textos con cualquier motivo banal…

También aparecen detalles que, en nuestros días, resultan curiosos, por ejemplo, en la nomenclatura de algunos materiales y compuestos químicos según los conocimientos de la época. Sin ir más lejos, en la primera entrada, «Aguafuerte», Volpi emplea el vocablo nitro para referirse al ácido nítrico, es decir, el componente principal del aguafuerte, pero después advierte que esa aguafuerte debe ser de Zecca, es decir, lo que conocemos como agua regia, mezcla de ácido nítrico y clorhídrico, con lo que su acción oxidante y corrosiva se incrementa; aquí, la asociación de términos es coherente, pues la fuerza limpiadora tiene que ver con el nitrógeno. Sin embargo, el segundo nitro, al que alude en la cita bíblica «Si laveris te nitro, maculata es…», y que en la versión de Reina-Varela aparece traducido como «Aunque te laves con lejía y amontones jabón sobre ti…», demuestra claramente que el vocablo tenía una dimensión más amplia, denominando cualquier sal alcalina con la que se obtenía jabón mezclándola con aceite o grasa: aquí, por tanto, el responsable de la limpieza ya no es el nitrógeno sino sus alcalinos. Por tanto, la palabra lejía en la traducción castellana de ese versículo es, cuando menos, poco afortunada, dado que su fuerza limpiadora (blanqueadora más bien) recae en el cloro, que en ningún caso generaría los montones de jabón que menciona Jeremías. La traducción inglesa ha optado por la palabra «soda», agua carbonatada, que resulta mucho más coherente que la opción castellana, pues la soda se fabrica con carbonato de sodio, sal alcalina débil, de uso muy difundido desde tiempos de los faraones por ser más económica y accesible que otras sales más fuertes y más caras o difíciles de obtener. Por supuesto, no es de cuestiones como esta de lo que va el libro, pero sí es uno de los muchos detalles interesantes que se pueden colegir tirando del hilo, y de alguna forma ese es el encanto de ésta y de casi cualquier otra lectura.

Por otra parte, en mis visitas a la Biblioteca Nacional tuve la suerte de toparme con un facsímil, inconfundible primo hermano del libro de Volpi, y que no podía dejar de citar porque es también un libro lleno no sólo de conocimiento sobre la materia sino de sorprendentes datos en los que se analiza con más profundidad la terminología, los usos de los materiales y su evolución, así como sus propiedades para utilidad de las recetas que recoge. El pequeño opúsculo se titula Curiosidades o secretos del oficio de librero, con las voces que don Martín Fernández, vecino de esta ciudad de Orense, pudo experimentar y adquirir de él y está fechado en 1799, y como cuenta Arsenio Sánchez Hernampérez en su magnífico estudio introductorio1, «fue escrito por un hombre del que no parecía haber quedado más recuerdo que su nombre y cuatro breves escritos sobre vino, aleaciones de plata y oro, técnicas de encuadernación y un bálsamo para alargar la vida». Todas ellas, debo decir, materias que personalmente me resultan harto atrayentes, sobre todo la última.

El texto, probablemente uno de los compendios en castellano más antiguos del arte de la encuadernación, no tiene desperdicio y no quería dejar pasar la oportunidad de mencionarlo y recomendarlo. Mi imaginación, contagiada por la literatura, me lleva a fabular cómo hubiera sido un encuentro entre ambos personajes, y cuán interesante resultaría haber asistido a una conversación libresca de estos dos entregados amantes de su oficio. Dejo esa posibilidad abierta a los lectores de este libro para que lleguen tan lejos como su propia fantasía los lleve.

Para terminar, permitidme dar las gracias, en primer lugar, a Gaetano Volpi por haber escrito este libro, para que doscientos sesenta y cinco años después yo lo tradujera (con las inestimables observaciones de mi cómplice Ángel Fernández); a las bibliotecas, en especial a la Biblioteca Nacional, guardianas de tantos tesoros; y a Manuel Ortuño, editor de Trama, que ha hecho posible esta resurrección.

Natalia Zarco

agua. Véase lluvia

agua salobre. Véase manchas

aguafuerte

De infinita utilidad resulta este tipo de Agua para las Bibliotecas, puesto que con ella se eliminan las inútiles palabras que a menudo afean los Libros excelentes. Se despoja el ejemplar de las cubiertas de pergamino, eliminando del lomo los títulos, por repetidos, los números, y qué sé yo… Es menester, sin embargo, asegurarse de que esta agua sea legítima, y de Zecca2, preparada exprofeso para separar metales, pues de lo contrario resulta ineficaz y, como suele decirse: emborrona pero no borra, o sea, decolora la escritura, la torna rojiza o amarillenta, y al no eliminarla lo que hace más bien es deteriorar los propios Libros. Semejante fuerza proviene del nitro