El golpe militar de 1936, Valencia - Eladi Mainar Cabanes - E-Book

El golpe militar de 1936, Valencia E-Book

Eladi Mainar Cabanes

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Beschreibung

El fracaso de los militares golpistas de la Tercera División Orgánica, cuya cabecera era la ciudad de Valencia, para subvertir la legalidad republicana es uno de los hechos más notables de la Guerra Civil española en nuestro territorio. En esta división, los encargados de la preparación de la trama golpista eran los miembros de la Unión Militar Española (UME), asociación ilegal de militares reaccionarios que, a pesar de su voluntarismo, no habían trazado un plan eficaz para la toma del mando y la declaración del estado de guerra en todas las provincias bajo su autoridad militar. En esta obra se evidencian los factores que provocaron el fracaso absoluto de la intentona golpista después de varias semanas de incertidumbre: el cambio a última hora del general encargado de la toma de la División, la pasividad –y en algunos casos la abierta oposición– de los coroneles en jefe de los regimientos, la nula coordinación de la Junta de la UME con los oficiales de la Guardia Civil, así como la declaración de la huelga general y la creación de las diferentes milicias de partidos y sindicatos.

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HISTÒRIA I MEMÒRIA DEL FRANQUISME / 71

DIRECCIÓN

Ismael Saz (Universitat de València)

Julián Sanz (Universitat de València)

CONSEJO ASESOR INTERNACIONAL

Paul Preston (London School of Economics)

Walter Bernecker (Universität Erlangen, Núremberg)

Alfonso Botti (Università di Modena e Reggio Emilia)

Mercedes Yusta Rodrigo (Université Paris VIII)

Sophie Baby (Université de Bourgogne)

Carme Molinero i Ruiz (Universitat Autònoma de Barcelona)

Conxita Mir Curcó (Universitat de Lleida)

Mónica Moreno Seco (Universidad de Alicante)

Javier Tébar Hurtado (Arxiu Històric de Comissions Obreres de Catalunya, UB)

Teresa M.ª Ortega López (Universidad de Granada)

Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, ya sea fotomecánico, fotoquímico, electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso previo de la editorial.

© Eladi Mainar Cabanes, 2024

© De esta edición: Universitat de València, 2024

Publicacions de la Universitat de València http://puv.uv.es

[email protected]

Coordinación editorial: Amparo Jesús-María

Fotografía de la cubierta: Milicianas apostadas en una barricada de las calles de Valencia durante los primeros días de la sublevación. José Lázaro Bayarri. Biblioteca Valenciana.

Diseño de cubierta: Inmaculada Mesa

Maquetación: Celso Hernández de la Figuera

Corrección: Letras y Píxeles, S. L.

ISBN (papel): 978-84-1118-353-6

ISBN (ePub): 978-84-1118-354-3

ISBN (PDF): 978-84-1118-355-0

Edición digital

Per a Néfer, sense el teu caliu i estima havera sigut quasi impossible.

Recorda, mai és prou per a un somni.

ÍNDICE

LISTA DE ABREVIATURAS

PRÓLOGO

INTRODUCCIÓN

PRIMERA PARTE

1. Rumbo incierto, las elecciones

2. Los resultados

3. La deriva de la derecha valenciana después de las elecciones

4. Incertidumbre

5. Del voto a la violencia

6. Ruido de sables

7. El Gobierno no actúa

8. Sin vuelta atrás

9. La derecha valenciana, entre el golpe y el posibilismo

10. La preparación del golpe en Valencia

SEGUNDA PARTE

11. Los militares se sublevan

12. De la conjura a la revolución

13. El comité ejecutivo popular

14. La fisonomía de un fracaso

15. Las dudas del jefe de la división

16. Los coroneles

17. Dentro de los cuarteles

18. El fracaso de la columna Castellón

19. El asalto y desenlace final

20. Epílogo de un fracaso

 

BIBLIOGRAFÍA

LISTA DE ABREVIATURAS

CEDA Confederación Española de Derechas Autónomas

CEP Comité Ejecutivo Popular

CNT Confederación Nacional del Trabajo

DRV Derecha Regional Valenciana

FAI Federación Anarquista Ibérica

FET y de las JONS Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista

FUE Federación Universitaria Española

JAP Juventudes de Acción Popular

PCE Partido Comunista de España

POUM Partido Obrero de Unificación Marxista

PSOE Partido Socialista Obrero Español

PURA Partido de Unión Republicana Autonomista

UGT Unión General de Trabajadores

UME Unión Militar Española

UMRA Unión Militar Republicana Antifascista

URN Unión Republicana Nacional

ARCHIVOS CONSULTADOS

 

AMB Arxiu Municipal de Benissa

AGHD Archivo General e Histórico de Defensa. Madrid

AGA Archivo General de la Administración. Alcalá de Henares

AGMAV Archivo General Militar de Ávila. Ávila

AGMS Archivo General Militar de Segovia. Segovia

AGMAB Archivo General de la Marina «Álvaro de Bazán». Viso del Marqués. Ciudad Real

ANC Archivo Naval de Cartagena

AGMB Archivo del Gobierno Militar de Barcelona

AHPCE Archivo Histórico del PCE. Madrid

ARV Arxiu del Regne. València

BN Biblioteca Nacional. Madrid

BV Biblioteca Valenciana. València

CDMH Centro Documental de la Memoria Histórica. Salamanca

CAC Churchill Archives Centre. Churchill College. Cambridge

FSS Fundación Salvador Seguí. Madrid

HMV Hemeroteca Municipal. València

IISH International Institute of Social History. Ámsterdam Juzgado Togado Militar Territorial núm. 32. Zaragoza

NA National Archives. Public Record Office. Londres

PRÓLOGO

Vamos avanzando en esta centuria y el interés académico y mediático-social por la Guerra Civil no disminuye. En el año 2007, José Luis Ledesma afirmaba que «Los libros curvan ya las estanterías»; en 2011, Ángel Viñas recalcaba que «Rara es la semana en que no sale algún título nuevo»; y en el año 2019, cuando se alcanzaban los ochenta años de su finalización, se sucedía la programación de congresos, jornadas y monográficos de ámbito nacional, comarcal o local. En este ininterrumpido flujo historiográfico destaca la constante actualización temática (historia política, aspectos internacionales, género…) o la irrupción de nuevos temas y enfoques (pacifismo, abastecimientos). En este flujo constante, siempre destaca la preeminencia de los enfoques micro de la historia local o de los estudios biográficos. También se suceden los estados de la cuestión, como el editado por Ángel Bahamonde y Rosario Ruiz Franco (Los libros sobre la Guerra Civil, 2021), que sistematizan este alud y subrayan los vacíos y carencias. Tampoco se ha interrumpido la publicación de memorias y dietarios. Líneas a las que se debe sumar una relevante historiografía, aunque fraguada desde hace décadas, proveniente del campo de la didáctica. Por otra parte, un repaso a las ediciones digitales de los principales periódicos nos advierte de un aluvión de noticias, muy diversas, referidas a este período histórico y a sus consecuencias.

En este marco general, se incluye El golpe militar de 1936, Valencia, firmado por Eladi Mainar Cabanes. El autor es un referente de la historiografía valenciana sobre la Guerra Civil. Su tesis de licenciatura (Guerra y revolución en Valencia, los intereses británicos 1936-1939) exploraba la potencialidad de las fuentes documentales internacionales, en este caso británicas. Fue un pionero, ya en 1987, en la aproximación a los bombardeos franquistas sobre el País Valenciano, una línea de estudio que ocupa en la actualidad un papel relevante historiográficamente, así como en su vertiente de recuperación patrimonial y translación socioeducativa. En 1998 aparecería un primer estudio sobre las milicias valencianas (De milicians a soldats), una de las temáticas abordadas en su tesis doctoral. El final de la Guerra Civil desarrollado en Gandia, con la decisiva influencia e intervención de las potencias europeas, fue abordado junto con José Miquel Santacreu y Robert Llopis en La agonía de la II República: del golpe de Casado al final de la guerra (2014). Esta trayectoria fue reconocida en la lectio del hispanista Paul Preston durante su acto de investidura como honoris causa por la Universitat de València en octubre de 2015. Por último, Eladi Mainar confeccionó un estudio biográfico de una personalidad del franquismo, el padre franciscano Miguel Oltra, en el que, además de recuperar su protagonismo cercano al dictador, alumbró cuestiones relativas a la transición dentro de la Iglesia católica (El último cruzado español, 2015).

El autor ha desarrollado una fecunda labor de dinamización cultural en la Valldigna y la Safor a través de la creación de la editorial La Xara, que hizo posible la publicación y divulgación de investigaciones principalmente centradas en estas comarcas (aunque también con temas internacionales) y de obras literarias. Esta pasión de Eladi por su tierra, sus hombres y mujeres ha conducido a la organización de exposiciones y ciclos de conferencias en su Simat de la Valldigna natal, la Valldigna y la Safor. En la década de los ochenta codirigió un proyecto novedoso de recuperación de la memoria oral en Simat de la Valldigna con setenta entrevistas que constituye un valioso patrimonio de la población.

Ahora presenta una renovación de una investigación de los años noventa, L’Alçament militar de juliol de 1936 a València, que alcanzó dos ediciones. Sin embargo, su publicación en una editorial con una capacidad de difusión menor y su texto en valenciano restringieron considerablemente su conocimiento tanto en los ámbitos académicos como entre el público. Pero El golpe militar de 1936 no es una mera traducción. El autor ha renovado de manera considerable sus aportaciones bibliográficas y, principalmente, los pilares archivísticos, que en la década de los noventa todavía no estaban disponibles para la investigación o reunían considerables restricciones de acceso. Por ello, incorpora fondos de archivos militares: el Archivo General e Histórico de Defensa en el que se custodian los Procedimientos Sumarísimos del Tribunal Militar Territorial Primero; el del Gobierno Militar de Barcelona y de Zaragoza; el Archivo General Militar de Ávila y Segovia; el Archivo Naval de Cartagena o el de la Marina Álvaro de Bazán; junto a archivos ingleses (el Churchill Archives Centre en Cambridge y el National Archives en Londres).

A priori, puede parecer que no tenemos entre nuestras manos un tema novedoso y original. La preparación del golpe de Estado de julio de 1936 que inició la Guerra Civil, acompañada por la confluencia y participación de varios países europeos, ha constituido una materia de estudio y debate que podríamos calificar como clásica. Por ejemplo, ya en 1986, Ismael Saz estudiaba las implicaciones de la Italia fascista, que ha continuado Ángel Viñas. Por sus implicaciones en la legitimación que cultivó la dictadura franquista surgida en la victoria bélica, en los discursos antirrepublicanos de autores como Pío Moa o César Vidal, y en la deconstrucción del discurso franquista antirrepublicano y antidemocrático, también forma parte de las memorias en conflicto sobre el carácter verdaderamente democrático de la República y cómo los meses frentepopulistas fueron (o no) determinantes en la conspiración militar y en sus apoyos civiles, lo que terminó con el golpe de Estado y, por ende, en la Guerra Civil y sus violencias. Memorias que también forman parte de la confrontación política.

En esta línea historiográfica, sin olvidar los caminos abiertos por Julio Aróstegui o Rafael Cruz, en el año 2011 aparecía Julio de 1936: conspiración y alzamiento contra la Segunda República, de Francisco Alía, un vasto trabajo en el que se diseccionaba la planificación y el desarrollo del golpe en cada una de las provincias y en el que incidía como causa explicativa del posterior devenir de cada territorio en la fortaleza del complot militar (y de las fuerzas de seguridad).

Eladi Mainar ofrece, siempre inmersa en la perspectiva general, una lectura del 18 de julio desde el País Valenciano, desde sus protagonistas, desde sus propios condicionantes particulares militares y sociopolíticos, desde edificios y espacios reconocibles, en la mejor tradición de la historia local con excelencia.

En una primera parte, el autor confecciona una síntesis a través de la bibliografía, la hemeroteca y los informes británicos, que se inicia en el proceso electoral de febrero de 1936, la victoria del Frente Popular y los meses siguientes hasta el mes de julio: los debates históricos sobre la participación de la cúpula de la Derecha Regional Valenciana, una fórmula de confluencia conservadora y regionalista específicamente valenciana, en la organización del golpe del Estado y la conflictividad heterogénea (política, social, anticlerical), pero nunca revolucionaria.

En una segunda parte, Eladi Mainar analiza los mecanismos y vaivenes que fueron construyendo el golpe de Estado dirigido por la Unión Militar Española en la Tercera División Orgánica de Valencia (que comprendía el País Valenciano, Albacete, Murcia y la base naval de Cartagena), la Guardia Civil, el Cuerpo de Carabineros y la Guardia de Asalto, subrayando su dirección militar, por más que contará de manera estratégica con la colaboración de falangistas, tradicionalistas y de sectores de Derecha Regional Valenciana. A través de un copioso material archivístico, el autor visibiliza a los protagonistas de unos días convulsos que no se resolvieron hasta principios del mes de agosto y que podrían, en un ejercicio contrafactual, haber marcado el posterior desarrollo de la guerra, si la guarnición valenciana hubiera sido leal o se hubiera sublevado con éxito desde los primeros días de julio de 1936.

En estos días frenéticos, el autor se adentra en los cambios y acontecimientos minuto a minuto que se producían en el interior de los cuarteles, en los que vemos aflorar los sentimientos y dudas que sobrevolaron todas las guarniciones militares de la España todavía republicana: obedecer a la disciplina militar, pensar en la carrera profesional o seguir las convicciones ideológicas.

Se nos presenta un apasionante ejercicio con nombres y apellidos, con flaquezas humanas más que con decisiones heroicas, un relato presidido por seres humanos. Se rescata también las consecuencias individuales de estos días. El franquismo nunca fue benigno ni siquiera con sus partidarios. González Carrasco fue condenado por su fracaso en un consejo de guerra en primera instancia a ocho años de prisión. Sin embargo, el comandante Bartolomé Barba, igualmente ineficaz en conseguir el triunfo de la sublevación, fue premiado con una carrera política más que importante. Como curiosidad, Eladi Mainar señala la damnatio memoriae de su ineptitud en la reseña periodística de su nombramiento como gobernador civil de Barcelona.

Eladi Mainar califica el golpe de Estado de «chapuza», en la que la oficialidad antirrepublicana ni siquiera se había coordinado con la oficialidad de la Guardia Civil. Una «chapuza» tal que ni siquiera el general González Carrasco, que debía hacerse cargo de la guarnición valenciana, disponía de un aparato de radio para conocer el curso de los acontecimientos, y en el que podemos seguir al general, mientras que la oficialidad está indecisa, cenando en un hotel del puerto. Acontecimientos sucesivos, como el controvertido telegrama de Luis Lúcia contra la sublevación o la derrota del golpista Goded en Barcelona, favorecieron el fracaso. Sin duda, también la movilización de la izquierda obrera tuvo su influencia en estas semanas, lo que constituyó la base previa para la intensidad revolucionaria posterior.

En definitiva, en las páginas que siguen, gracias a una metodología exhaustiva, Eladi Mainar ofrece un pormenorizado y humano relato de los acontecimientos que pretendían sumar al País Valenciano a la causa de la destrucción de la democracia republicana y de sus valores, que se estaba dilucidando en el resto de los territorios. Una imprescindible y necesaria visión de las particularidades y rasgos propios de la sociedad, la política y los condicionantes autónomos valencianos.

Por último, querría agradecer a Eladi Mainar el ofrecimiento por compartir este proyecto desde sus inicios. Siempre ha sido un referente académico que ha hecho posible también conocer a una persona siempre comprometida e inquieta socialmente desde su gran humanidad.

ANTONIO CALZADO ALDARIA

Universitat de València

INTRODUCCIÓN

Mucho se ha escrito sobre la Guerra Civil, pero poco sobre algunos aspectos. Existen lagunas importantes en esta inmensa bibliografía, y una de ellas son los estudios referentes al golpe de Estado en las diferentes guarniciones militares españolas. Ya hace algunas décadas publicamos el libro L’Alçament militar de juliol del 36 a València, concretamente en 1996, con dos cortas ediciones que tuvieron buena acogida entre el público interesado en la contienda española, pero con poco eco entre los investigadores especializados en el tema militar español. Las citaciones de la obra entre la bibliografía especializada fueron más bien escasas.

Ahora, desde la perspectiva que nos dan más de veinte años desde la publicación del libro antes mencionado, nos adentramos en el mismo tema, el golpe militar en la Tercera División Orgánica, y concretamente en su capital, la ciudad de Valencia, para con nuevas aportaciones reescribir la historia olvidada de un estrepitoso fracaso, por no decir chapuza.

Hemos vuelto a recorrer los archivos españoles, además de algunos extranjeros, y consultar nueva documentación, sobre todo, los sumarios que se encuentran en el Archivo General e Histórico de Defensa (cosa que nos fue imposible cuando realizábamos nuestra tesis doctoral, debido a la negativa de los responsables militares de la Capitanía General valenciana, para de esta manera poder contar esa historia de intrigas y fracasos en que se vio inmersa la guarnición valenciana).

El libro está dividido en dos partes interconectadas entre sí. En la primera realizamos un recorrido por el entramado político conservador que, después de su fracaso en las elecciones de febrero del 36, apostó claramente por la sublevación. El resultado de las elecciones no fue el esperado para estos partidos, que pensaban en una holgada victoria frente a los coaligados del Frente Popular. Todos estos partidos conservadores y ultraconservadores, que habían puesto en marcha una intensa campaña electoral en cuanto a medios económicos y propagandísticos, vieron que la victoria, su victoria, que también pronosticaban los representantes diplomáticos extranjeros en España, se les había ido de las manos. Buena culpa de esa derrota vino de la movilización de los elementos confederales, que vieron que después de la huelga de octubre del 34 muchos de sus afiliados estaban en prisión.

Después de la derrota, a pesar de la alta participación electoral, no solo en tierras valencianas sino en toda España la realidad del panorama político español quedó marcada por una división casi idéntica en cuanto a votos electorales, pero no en cuanto a representación parlamentaria.

Debido a esta inesperada debacle electoral, las pretensiones de la CEDA de cambiar todo el conjunto de reformas que se habían sucedido con más o menos éxito desde la proclamación de la República el 14 de abril de 1931, se fueron al traste con el triunfo del Frente Popular. Solo cabía, pues, apoyar a los elementos más reaccionarios del Ejército español para acabar con todo lo que hacía peligrar su status social y económico.

Los partidos políticos valencianos conservadores, tradicionalistas y agrarios, los del Bloque Nacional, el pequeño partido fascista español, Falange –cuyos dirigentes y afiliados estuvieron muy activos desde las elecciones de febrero– y el gran partido conservador valenciano, Derecha Regional Valenciana, cuyo líder, Luis Lúcia, era uno de los hombres fuertes de la CEDA, y al mismo tiempo de los más moderados y respetuosos con el régimen republicano hasta ese momento, traspasaron, las semanas siguientes al 16 de febrero de 1936, el umbral de la legalidad para adentrarse y apoyar completamente el movimiento conspirativo. Una decisión controvertida que ha sido siempre tema de debate, debido sobre todo a la implicación o no de su máximo líder, el exministro Luis Lúcia, con el golpe militar. Este envió, el 18 de julio, un telegrama de apoyo al Gobierno, telegrama que ha dado mucho que hablar y que, en el juicio posterior de las autoridades franquistas contra Lúcia, sirvió de base para su condena y destierro.

Ante la imprevista derrota electoral, los elementos más jóvenes de DRV habían optado por la opción golpista, aunque su líder, con el telegrama de apoyo al Gobierno en las primeras horas de levantamiento militar, había sembrado de dudas a todos sus simpatizantes y afiliados. Lúcia se escondería, sería detenido y encarcelado, y después los franquistas lo volverían a juzgar y condenar. Triste historia para un político que durante los años en que se mantuvo la legalidad republicana optó por transformarla asumiendo la legitimidad del régimen, aunque lo que pasó a partir de las elecciones del 36 aún es fuente de discusión.

La derrota electoral del bloque conservador favorecería, pues, un clima de violencia que comenzó a ser frecuente en las semanas posteriores. El pistolerismo y los atentados entre grupos de distinto signo se sucedieron mes tras mes, a pesar de que el Gobierno intentaba frenar cualquier conflicto que alterara el orden social y político en todo el territorio nacional. Los gobernadores civiles recibían órdenes constantes desde el Ministerio para mantener el orden en todas las provincias, aunque el éxito de lo propuesto distó mucho de lo esperado. El ambiente era tan hostil que las medidas puestas en práctica no servían para resolver el problema de orden público.

Mientras tanto, los militares más reaccionarios, que nunca habían desistido de sublevarse contra un Gobierno al que consideraban el epítome de todos los males, mantenían sus proyectos golpistas. Las dudas y los fracasos de estos generales fueron uno de los motivos por los que el general Mola transformaría todo el proceso conspirativo, reorganizándolo y centralizándolo desde su puesto en Pamplona. Sanjurjo sería la figura reconocida como jefe, al tiempo que el que luego acabaría siendo jefe indiscutible y Caudillo, el general Francisco Franco, dudaba desde su puesto en Canarias.

A pesar de todo esto, el Gobierno de Casares, que conocía los planes de insurrección, actuó de una manera incomprensible para evitar el golpe, lo que permitió que los militares golpistas continuaran con sus preparativos. Todo indicaba que se sublevarían antes del verano, que según el general Mola debía ser harto violento con el fin de cercenar cualquier oposición.

En la segunda parte del libro, nos centramos en los prolegómenos, preparativos y fracasos en la Tercera División Orgánica. Podemos afirmar que hubo una improvisación total por parte de los miembros de la Junta de la UME, que en Valencia contaba con un puñado de oficiales de grado medio, sobre todo, capitanes y comandantes completamente involucrados en la conspiración.

En la guarnición de la Tercera División, los militares rebeldes que pensaban derrocar el Gobierno del Frente Popular no eran numerosos, al menos entre la oficialidad de mayor rango. El conjunto ciertamente simpatizaba con las ideas conservadoras, y veían con amargura y desolación los continuos vaivenes políticos y sociales del país, huelgas y estatutos de autonomía, pero en términos generales permanecían expectantes y pasivos, sin ganas de arriesgar su persona y su carrera militar-funcionarial.

Una de las múltiples causas del fracaso, lo que resultó fatal para los planes conspirativos de los militares valencianos, fue el cambio inesperado y a última hora del general encargado de sublevar la División. En un primer momento, el designado era el general Goded, pero finalmente sería el general andaluz Manuel González Carrasco el que a toda prisa llegaría a Valencia para intentar tomar los mandos de la jefatura divisionaria. Este general había participado en la intentona de Sanjurjo del año 32, y por ello había sido condenado y apartado del Ejército, para ser reintegrado durante el bienio conservador. Goded había decidido días antes encabezar la sublevación en Barcelona con el beneplácito del general Mola, lo que llevó a la confusión total entre los militares valencianos, pues no tenían conocimiento del cambio. En esos meses cruciales, el jefe de la División valenciana era el general de brigada Fernando Martínez Monje, nombrado para un empleo superior al de su categoría por el Gobierno de Azaña, y al que los militares golpistas pretendían dejar sin mando ante su presunta fidelidad al Gobierno; no se fiaban de él.

Con ese cambio inesperado, el telegrama de Lúcia en los primeros momentos, el fracaso del golpe en Barcelona, la rendición de Goded y las noticias alarmantes que llegaban de Madrid, el general González Carrasco, que además contaba con la ayuda del que había sido fundador de la UME, el comandante Bartolomé Barba, no pudo hacerse con el mando de la División y declarar el estado de guerra, a pesar de los numerosos intentos durante estos primeros días. En esos momentos, buena parte de la oficialidad con mando en tropa se encontraba de facto sublevada, excepto algunos oficiales con una fuerte personalidad en algunos regimientos como el de Artillería. Señalemos los casos de los hermanos Pérez Salas y del coronel Velasco Echave.

Ante el cariz de los acontecimientos en Valencia, donde los militares golpistas no habían proclamado el estado de guerra, y la convocatoria de una huelga general, el Gobierno central, completamente debilitado y con la intención de que Valencia no se les escapara de las manos, como había ocurrido en Cataluña, envió una Junta Delegada del Gobierno, presidida por el presidente de las Cortes, Diego Martínez Barrio. Esta Junta pretendía reconducir el movimiento revolucionario que se vislumbraba en tierras valencianas.

Con la convocatoria de la huelga general, el día 22 de julio el Comité de Huelga creó el Comité Ejecutivo Popular, un organismo alternativo que no solo intentaba sofocar la rebelión, sino también encauzar un movimiento revolucionario incipiente. Pero la Junta poco pudo hacer para reconducir la situación, y su debilidad se acentuó con el fracaso de la columna enviada a Teruel para reconquistarla. Los guardias civiles que la formaban se rebelaron y pasaron en masa a las filas rebeldes. A pesar de todo esto, los militares golpistas se negaban a obedecer las órdenes tanto de la Junta Delegada como del general en jefe de la División, que en algunos momentos vio peligrar su vida cuando se dirigía a los oficiales rebeldes, siendo encañonado por un oficial.

Los días pasaban y la falta de acción de estos militares, que no habían pergeñado una verdadera trama entre los oficiales de otros regimientos y, sobre todo, con los mandos de la Guardia Civil, condujo a un impasse negativo en el que cada día que pasaba se esfumaban las posibilidades de que triunfase el golpe. Todo ello llevó a su completo fracaso tras varias intentonas. Con una huelga general en marcha desde poco después de que se sublevaran las fuerzas del Ejército en Marruecos y la ciudad paralizada, era difícil que los rebeldes consiguieran sus objetivos. González Carrasco y el comandante Barba, alma mater de la ilegal Unión Militar Española, iban y venían de sus diferentes escondites, siempre a contracorriente. En algún momento, la policía estuvo a punto de detenerlos, solo la suerte impidió que fueran apresados.

La gran chapuza se había hecho realidad. Las milicias de todos los partidos y sindicatos recorrían la ciudad, y solo era cuestión de tiempo que los oficiales que no querían obedecer las órdenes gubernamentales depusieran su actitud golpista.

El fracaso de la sublevación militar en la sede de la División Orgánica valenciana se materializó dos semanas después con el asalto a los cuarteles de la Alameda, el 2 de agosto. Días antes, concretamente el 29 de julio, el sargento Fabra, junto a unos pocos soldados, detuvo después de un fuerte tiroteo a los militares del cuartel de Zapadores en Paterna, ante la posibilidad de que salieran con la tropa a declarar el estado de guerra.

Después del asalto a los cuarteles, muchos de los militares involucrados huyeron, otros fueron detenidos y algunos desempeñaron cargos en el nuevo Ejército que se comenzaba a formar, esperando el momento para pasar a las filas rebeldes. Algunos, buena parte de los que formaban parte de la trama golpista, fueron detenidos esos días, encarcelados y asesinados en las semanas posteriores. Cuando se celebró el juicio por estos hechos, en el mes de septiembre, gran parte de aquellos fueron condenados a muerte, aunque cuando se dictó sentencia ya habían sido fusilados en sacas incontroladas.

Terminaba así la incertidumbre en la sede de la División. El general González Carrasco y el comandante Barba se escondieron en diferentes lugares, y parece ser que fueron ayudados por algún sindicalista. Concretamente, el comandante Barba pudo llegar a Barcelona y desde allí pasar a la zona rebelde. El general González Carrasco conseguiría huir en barco por Alicante, con ayuda del consulado italiano. Después sería juzgado y condenado por las autoridades franquistas por no haber conseguido sublevar la Tercera División Orgánica. Caso contrario fue el del comandante Barba, quien comandaría algunas unidades rebeldes durante la guerra y después sería recompensado por el general Franco con diversos cargos políticos.

A partir de aquí, comenzaría un proceso revolucionario en todos los ámbitos, uno de ellos el militar, con la creación de diferentes columnas de partidos y sindicatos hasta la llegada del Gobierno a Valencia, que volvería a encauzar la situación.

PRIMERA PARTE

1. RUMBO INCIERTO, LAS ELECCIONES

El 7 de enero de 1936 se disolvían las Cortes, y el 15 se anunciaba la constitución del Frente Popular. No era una fórmula nueva. En Francia ya se había instituido un Frente Popular siguiendo las directrices del Komintern celebrado en Moscú en julio de 1935. En esta reunión se propuso la constitución de estos frentes no como un pacto de gobierno, sino con fines electorales claramente moderados, aunque ya meses antes, desde la Komintern, se aconsejaba al PCE que iniciara una aproximación a los partidos de izquierda republicanos, así como a la izquierda catalanista. La idea era crear «a wide anti-fascist concentration», para sacar del poder a los partidos de la derecha, en ese momento en el Gobierno.1

El Frente Popular español, cuyo núcleo principal estaba en el PSOE y en el partido de Manuel Azaña, Izquierda Republicana, establecía en sus bases programáticas, como puntos más importantes, la inmediata amnistía general para los represaliados en octubre del 34, la reforma de la propiedad de la tierra, una serie de medidas sociales y económicas de talante progresista y el desarrollo de una política claramente autonomista. No eran medidas revolucionarias, solo se pretendía volver al camino recorrido durante los primeros Gobiernos republicanos. Las más radicales se obviaron en un intento de evitar reacciones contrarias por parte de la derecha española. Era un programa netamente republicano moderado, que evitaba los maximalismos, en el que se planteó solo la nacionalización de la banca, nada extraño en muchos de los programas políticos de partidos relativamente moderados a lo largo de Europa.2

La derecha, por el contrario, acudía a los comicios dividida. No alcanzaron acuerdos a escala nacional. No se llegó en momento alguno a un manifiesto electoral conjunto que permitiera una gran coalición, aunque Gil Robles decidió alcanzar pactos puntuales. La opción que lideraba la CEDA reflejaba un conjunto «mal articulado de grupos y tendencias».3 Ir coaligados con partidos que proponían expresamente la liquidación del régimen republicano, como los monárquicos, era difícil de gestionar para algunos conservadores más moderados; a pesar de ello, en muchas provincias estos partidos antirrepublicanos formaron parte de la candidatura auspiciada por la CEDA. Los dirigentes de Renovación Española, monárquicos alfonsinos, antirrepublicanos irredentos, consideraron esta participación como un mal menor, «era como tomar aceite de ricino, pero no había otra manera de cambiar las cosas».4 Antonio Goicoechea, uno de sus principales líderes, pocos días después de las elecciones llegó a afirmar que «el más grave error de la dirección de esta campaña ha sido el de formar un frente contrarrevolucionario heterogéneo, que en lugar de prestarle robustez, le ha restado fuerzas».5 Los monárquicos mantenían que la curación de los males de España no llegaría con la victoria electoral, y desde hacía años estaban conspirando para derrocar al régimen republicano por la vía del golpe de Estado. Esta pléyade de monárquicos subversivos, que con el tiempo navegaron ideológicamente entre teorías corporativistas con gruesas pinceladas fascistoides, se habían reunido en París después del fracasado golpe de Sanjurjo de 1932, reunión a la que asistió su majestad don Alfonso XIII para fundar Renovación Española. Uno de sus puntos principales mantenía que se había de preparar un «golpe de fuerza para derrocar el nuevo régimen republicano»,6 y en ello estaban a pesar de su participación en las elecciones de febrero de 1936.

Aunque la desunión era evidente en el bloque de las derechas, en los círculos diplomáticos de la capital de España se esperaba la victoria de los partidos conservadores. El embajador alemán, el conde Welczeck, no dudaba de esa victoria, aunque presagiaba que los comunistas provocarían muchos problemas si las derechas se hacían con el poder. El propio embajador le confiaba a su homólogo británico sus temores al respecto, y ante los posibles disturbios que se pudieran producir había hecho acopio de rifles, bombas de mano y algunos revólveres para defender su embajada.7 Para el régimen nazi, España era un país marginal del sudoeste europeo con apenas valor estratégico y táctico, poco interesante en sus futuros planes expansionistas.8 El propio embajador británico, igual de mal informado que el alemán, también presuponía la victoria abultada de los partidos de la derecha, e informaba a su Gobierno de que probablemente conseguirían más de 300 diputados.9

El exrey Alfonso XIII, por otra parte, desde su exilio en la Italia fascista de Mussolini, intentaba intoxicar de una manera burda y un tanto ridícula los servicios diplomáticos británicos. En una entrevista con el embajador británico en Roma, le informó de que había un peligro evidente de un golpe comunista en España antes de las elecciones de febrero, y que estos (los comunistas) estaban muy bien organizados, contando con más de 300.000 desesperados (sic), bien estructurados y armados, y además con grandes sumas de dinero a su disposición.10

Por otra parte, para concurrir a las elecciones, desde el Gobierno presidido por Portela Valladares se creó una candidatura centrista alejada tanto de los postulados de las derechas como del Frente Popular. Los movimientos del presidente del Consejo de Ministros y el de la República, Alcalá Zamora, parecían, según algunos historiadores, orientarse a controlar, intervenir y manipular las elecciones a partir del entramado institucional del Estado.11 Las sospechas sobre posibles fraudes se dirigieron hacia el Gobierno de Portela Valladares, que con todos los resortes del poder en sus manos podía presionar en un sentido u otro. El periódico de Derecha Regional Valenciana, Diario de Valencia, se hizo eco de estos temores, y en un artículo del 7 de febrero llegaba a decir que «el señor Portela continúa sus conversaciones con los gobernadores civiles en aquellas provincias en donde le interesa sacar diputados centristas».12 Los sueños sin sentido de Portela le hacían pensar, de manera completamente ilusoria, que podría obtener en las elecciones cerca de 113 diputados.13

Por otro lado, en Valencia, los conservadores iniciaron los contactos para la presentación de una candidatura única, a pesar de que Luis Lúcia, el líder de Derecha Regional Valenciana, recelaba profundamente de los partidos más antirrepublicanos como el Tradicionalista, y de los monárquicos de Renovación Española, con el catedrático de la Universidad Mariano Puigdollers14 y Ricardo Trenor, marqués de Mascarell, a la cabeza. Estos partidos demandaban un «Estado Nuevo totalitario, antidemocrático y antiparlamentario… y de la restauración de la monarquía gloriosa de los Reyes Católicos».15 Esto hizo que otros partidos conservadores, como el liderado por Miguel Maura, decidieran concurrir en solitario a las elecciones.16

Las candidaturas se hicieron públicas el día 5 de febrero, y el Diario de Valencia daba notoriedad de estas en primera plana.

La inclusión de miembros de los tradicionalistas y monárquicos había dejado fuera al líder del Partido Agrario en Valencia, Eduardo Molero Masa, quien se quejó amargamente a José María Cid, uno de los máximos dirigentes de su partido, de la falta de sensibilidad de DRV para incorporarlos en la lista derechista.17

Para Molero era obvio que las afinidades con la derecha eran absolutas. Luis Lúcia llegó incluso a disculparse personalmente con el dirigente agrario valenciano por no haberlo podido integrar en la candidatura para las elecciones de febrero: «Querido Eduardo. He hecho un gran esfuerzo, pero no he podido vencer entre la masa las consecuencias del recuerdo de las últimas elecciones».18

Lúcia se refería al pacto en las elecciones de 1933 entre el Partido Agrario Español y el PURA (Partido de Unión Republicana Autonomista) valenciano, muy criticado en aquel entonces por muchos miembros de DRV. Finalmente, Molero Masa anunciaría, el 6 de febrero, que a pesar de no formar parte de la candidatura de las derechas votarían a estas y no se presentarían a las elecciones de forma independiente, para no dispersar el voto conservador.19

La campaña electoral desplegada por los grupos de derecha fue realmente intensa en cuanto a medios económicos y propagandísticos. Los mítines y las reuniones de los grupos conservadores españoles llegaron a todos los rincones de España. No se escatimaron esfuerzos para que los argumentos de estos partidos alcanzaran hasta los pueblos más pequeños. Sirva de ejemplo uno de los últimos mítines de Gil Robles, celebrado en Madrid en el cine Europa, que se retransmitió a toda España mediante un total de cuatrocientas salas.20

En Valencia, en el último fin de semana de enero, DRV había organizado mítines en treinta y cuatro pueblos de la provincia, «la DRV, volvió a ser con gran diferencia […] el partido que mayor actividad propagandística realizó a lo largo de la campaña electoral de febrero de 1936».21 Las comitivas llegaban en varios coches, o en autobuses, y sobre todo en el cine de la población congregaban a sus simpatizantes locales, a los que se les advertía de la importancia para España de estas elecciones y del peligro que se corría en caso de que ganara el Frente Popular. En el pequeño pueblo de Simat de la Valldigna en Valencia, los oradores advirtieron en su Salón Cinema del riesgo de que España se convirtiera muy pronto en una colonia soviética.22

Se editaron miles de folletos, así como pósteres que se repartían por todos los rincones de la geografía peninsular. Era tal su certeza y confianza que no dudaban en fanfarronear de sus medios y destacar la falta de recursos de la izquierda: «Diariamente, solo para Acción Popular, las imprentas madrileñas imprimen dos millones y medio de carteles… Las fuerzas revolucionarias no encuentran talleres litográficos a los que encargar su propaganda antinacional».23

Además, muchos particulares aportaron de manera gratuita sus automóviles para la campaña, vehículos que eran un auténtico lujo en aquellos años del primer tercio del siglo XX.24 También se utilizaron elementos totalmente novedosos por aquellas fechas, especialmente carteles luminosos colocados en puntos estratégicos de las ciudades y carreteras españolas. Aunque hubo situaciones totalmente divertidas por su mal funcionamiento:

en la Puerta del Sol, se ha inaugurado otro luminoso, siendo inmenso el gentío que se detenía a contemplarlo y a comentarlo. Donde se decía “Contra la Revolución” y sus cómplices, en la primera palabra, la sílaba tra, aparecía sin lucir, por lo que se leía: con la Revolución y sus cómplices. Inmediatamente se dio aviso a Acción Popular y se pudo comprobar que no se trataba de un sabotaje, sino de un contacto averiado.25

El embajador británico en España, Horace Chilton, confirmaba estos datos; decía que «Madrid está completamente lleno de posters, principalmente de los partidos de derechas que están trabajando muy duro para conseguir la victoria», y llegaba a afirmar en su informe que probablemente los partidos de derechas podrían conseguir cerca de trescientos diputados en las nuevas Cortes. Chilton participaba del entusiasmo desmedido de los conservadores españoles en cuanto a su futura victoria,26 igual que buena parte del Gobierno británico y del establishment conservador, que veían con recelo el nuevo régimen democrático español. Recelos que aumentaron de manera progresiva desde el inicio de la Guerra Civil española, y que se materializó con el Acuerdo de No Intervención, producto evidente de la política de appeasement del primer ministro británico Neville Chamberlain.27

En sus carteles no faltaban apelaciones al miedo: dragones con lenguas viperinas, lobos famélicos que se comían a dulces jovencitas, martillos y hoces que inundaban de sangre España…; incluso algún periódico de la provincia de Alicante presentaba un cuadro catastrófico si ganaban las izquierdas: «Reparto de bienes y tierras. Reparto de mujeres. ¡¡Ruina, ruina, ruina!!.».28 El Diario de Valencia, órgano de DRV, la víspera de las elecciones dejaba claro a sus electores lo que suponían estas: «Con la civilización o con la barbarie. Con España o con Rusia»,29 o avisos a sus electores: «Ciudadano: el 16 de febrero te lo juegas todo: tu religión, tu hacienda, tu libertad, tu vida».30 Para el partido fundado por Luis Lúcia, a pesar de su barniz social católico, «Revolución eran todos aquellos cambios y transformaciones sociales o políticas que fueran más allá de sus propias alternativas».31 Días antes se intentaba convencer a las mujeres de la utilidad del voto a las derechas; uno de los argumentos hacía referencia al amor libre que, según sus autores, preconizaban las izquierdas: «… ¿habéis pensado lo que esto significaría para la mujer? […] ¿que será el día que las leyes den carta blanca a todos los ciudadanos para elegir la que más les guste?».32 No había lugar para medias tintas en la propaganda conservadora. Se pretendía movilizar a todos los sectores conservadores con un discurso de alarma social.

Calvo Sotelo y otros líderes de la derecha más rancia no dudaban en afirmar que, en caso de victoria, las Cortes serían constituyentes, y que no habría más legalidad que las que ellas dicten, «y después se llevará a cabo un plebiscito sobre la forma de estado».33 Estas declaraciones del líder monárquico, realizadas en un mitin en tierras extremeñas, produjo un gran revuelo y una profunda conmoción entre las filas conservadoras de la CEDA, en un momento en que el líder cedista Gil Robles y todo el aparato conservador pretendían dar una imagen de respeto al orden republicano. Gil Robles y el propio Lúcia calificaron esta manifestación de «insensata y totalmente falsa […] La CEDA ni ha tratado, ni ha suscrito, no suscribirá jamás disparate y locura semejante».34 Aunque uno de sus objetivos principales era la reforma constitucional, para cambiar algunos de los artículos más problemáticos de la constitución republicana de 1931, no se llegaba a límites tan extremos como los que anhelaba Calvo Sotelo,35 que desde hacía años venía apoyando una sublevación militar contra la República.

La posiciones del líder de la derecha más reaccionaria no diferían de otras posturas netamente ultramontanas como las de Ramiro de Maeztu, uno de los intelectuales con más influencia entre los elementos contrarrevolucionarios españoles: «Estimo que sería necesario que las derechas se organizasen en alguna forma de movimiento fascista para hacer frente al peligro (comunista)».36 Obviamente, las declaraciones de Calvo Sotelo provocaron una crisis a escasas semanas de las elecciones entre los futuros coaligados. Alguno de ellos, como Luis Lúcia, no aceptaron estas condiciones. El líder monárquico, después de las elecciones, argüiría que una de las causas de la derrota electoral había sido que determinados políticos habían sometido a su partido a cuarentena,37 a pesar de que en Valencia se habían integrado en la candidatura conjunta. Para el líder de Renovación Española, el sufragio universal carecía de importancia, argumentando que lo que España necesitaba era un Estado fuerte.38

Las palabras de los dirigentes reaccionarios en nada indicaban moderación ni apego al régimen republicano, y menos aún al sistema democrático. Víctor Pradera llegó a decir que todo era revolución: «laicismo, separatismo, divorcio y marxismo […] Apostillando, La República es la Revolución».

El líder de Renovación Española, Calvo Sotelo, no escondía sus opciones, ni sus esperanzas y se posicionaba claramente a favor de un golpe de estado:

la fuerza militar puesta al servicio del Estado. La fuerza de las armas, no es fuerza bruta, sino fuerza espiritual […] Cuando las hordas rojas del comunismo avanzan, solo se concibe un freno: la fuerza del Estado y la transfusión de las virtudes militares a la sociedad misma para que ellas descasten los fermentos malsanos que ha sembrado el marxismo. Por eso invoco al Ejército y pido patriotismo al impulsarlo […] por eso hemos de procurar a toda costa que estas elecciones sean las últimas…39

Para el líder ultraderechista, la opción del Ejército era la única posible, ante la falta de elementos civiles suficientes para dar un putsch al estilo mussoliniano; esta idea se la había insinuado al propio Duce, cuando en una carta que le había enviado se lamentaba de que en España no había viejos combatientes y de que el papel de estos debía ser suplido por el Ejército español.40

Algunos sectores más moderados, encabezados por el político valenciano Luis Lúcia, habían optado ante estas elecciones por la vía legalista, y a pesar de la tensión política y social existente nada parecía augurar la derrota. El propio jefe de DRV, Lúcia, se mostraba confiado con este triunfo, y llegó a afirmar que en Valencia no ofrecía ninguna duda;41 su análisis resultaba erróneo, ya que presuponía que los anarcosindicalistas se abstendrían, al igual que hicieron en las elecciones de 1933.

El ambiente durante el periodo electoral fue tenso debido a la rivalidad de los grupos, y al apasionamiento político del momento. El Gobierno en ningún instante se planteó suspender las elecciones ante estos sucesos, que apenas llegaban al conocimiento de la sociedad, debido a la fuerte censura sobre la prensa. Contaba para ello con un gran instrumento de orden público en su política, la ley de Defensa de la República. El Gobierno había prohibido totalmente los mítines en espacios abiertos, ante la previsión de sucesos violentos, por lo que se tuvieron que realizar en cines y teatros. No obstante, en algunos lugares se produjeron hechos luctuosos y también peleas entre los seguidores de las diferentes formaciones políticas. La censura trató por todos los medios de diluirlos, impidiendo cualquier publicación en la que se hiciera referencia a aquellos, y aun así no lograron provocar el temor entre los electores a depositar su voto.

En la Comunitat Valenciana, se produjeron catorce incidentes durante esta campaña electoral, en los que seis personas resultaron heridas, dos de ellas graves, pero ninguna muerta,42 lo que confirma que la presumible violencia electoral fue más una invención creada por los sectores más reaccionarios e interesados en crear un ambiente de malestar que una realidad.

En Valencia, el gobernador civil censuró el uso de emblemas, banderas o uniformes sin su autorización.43 A pesar de este control gubernamental, el 20 de enero un grupo de estudiantes, pertenecientes a Falange y Renovación Española, irrumpieron en el claustro de la Universidad de Valencia, pistolas en mano y con pancartas contra la autonomía catalana. Los incidentes se repitieron el día 24, pero tuvieron una respuesta inmediata de los estudiantes de la FUE.

En la Font de la Figuera, en la provincia de Valencia, después de un mitin de Derecha Regional Valenciana el domingo 26 de enero, se disparó a la comitiva conservadora y se hirió a dos de sus miembros.44

En la provincia de Alicante solo hubo ligeros altercados, como arrancadas de pasquines o denuncias de obreros de presiones a la hora de votar, pero, como han llegado a afirmar algunos historiadores, «las elecciones no presentan un panorama lleno de violencia».45

1 Estos mensajes enviados desde Moscú al PCE eran descifrados en su mayor parte por los servicios de inteligencia británicos de manera habitual. National Archives, PRO, HW 17/26, 4 de enero de 1935.

2 José Luis Martín Ramos: El Frente Popular. Victoria y derrota de la democracia en España, Barcelona, Ediciones de Pasado y Presente S. L., 2015, pp. 134-135.

3 Santos Juliá: Antecedentes políticos: la primavera de 1936, en Malefakis, E. (ed.): La Guerra de España, Madrid, El País, 1986, p. 72.

4 «Men behind the spanish pawns», Evening Standard, 14 de febrero de 1936.

5Las Provincias, 19 de febrero de 1936.

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