6,49 €
Esto es una novela basada en personajes reales, que existieron en la zona, tales como el protagonista Ariacaiquín, como su padrastro Cayastacito y sus hermanos Naré y Paiquín. Según la historia Ariacaiquín fue un cacique violento que al mando de treinta nativos atacó la zona de San Justo y sus colonos robando y quemándoles las casas, también violando a sus mujeres y dando muerte a sus moradores. Las autoridades de San Justo no lo podían contener por lo tanto se pidió ayuda a las fuerzas de la Nación, quién haciéndose eco del pedido envía a un Coronel de raza negra de nombre Francisco Manzanares al mando de setenta hombres. El informe del mismo es que lo expulsó hasta el otro lado de Calchaquí, con lo que Ariacaiquín nunca más apareció. El Coronel renunció al ejército y se radica en san Justo, en el que fue alcalde. Hoy está sepultado en el Cementerio Municipal y todavía existen algunos descendientes.
Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:
Seitenzahl: 239
Veröffentlichungsjahr: 2019
Aguiar, Oscar Roque
El gran Cacique Ariacaiquín... más cuentos y poemas / Oscar Roque Aguiar. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2019.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: online
ISBN 978-987-761-760-3
1. Novela. I. Título.
CDD A863
Editorial Autores de Argentina
www.autoresdeargentina.com
Mail: [email protected]
Diseño de portada: Justo Echeverría
Ilustración de portada: Prof. Hugo Darío Viñuela
Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723
Impreso en Argentina – Printed in Argentina
Gracias a la colaboración incondicional de mi hija,
Licenciada Ema Carina Aguiar, pude editar este libro;
sin su ayuda me hubiese sido imposible hacerlo.
Prólogo
Este es mi primer libro, contiene una novela con personajes que existieron realmente, los hechos son pura y exclusivamente imaginación…
Además los cuentos y poemas que están en el libro representan lo mucho que quiero mi tierra, su gente y mi familia; a mi escuela primaria, a mi pueblo Nare, en el que viví casi toda mi vida, del que fui Presidente de la Comuna durante ocho años.
Hoy estoy jubilado y como la vida me dio el don de escribir, dedico mi tiempo plasmando en el papel las vivencias de toda mi imaginación.
Lo dejo a criterio de Uds. Señores lectores las críticas o la benevolencia de decir que les gustó.
¡Hasta mi próximo libro!
Oscar Roque Aguiar
Capítulo I
Sentado en su oficina el Coronel “Francisco Manzanares”, ojeaba unos papeles, pero su mente estaba en otra parte, lejos, allá en la pradera, luchando con los indígenas o con los salteadores de caminos y sus bandas. Los golpes en la puerta lo sobresaltaron:
–¡Adelante!...
Su voz ronca retumbó en el despacho como un trueno, él hablaba fuerte, comotodo buen militar; su tez morena… ya que pertenecía a la raza negra… brillaba por la acción misma del sol, que penetraba por la ventana aquel lunes de febrero; la puerta se abrió y en el umbral el oficial de guardia se cuadró militarmente, su mano no bajó de la sien hasta que el Coronel que correspondióal saludo no lo habría hecho.
–¡Parte del General mi Coronel!... comunica que en breve se presente en su despacho…tiene una misión muy importante para Ud.
–¡Comprendido Sr. Oficial!… el Coronel hizo la veña, el oficial respondió,dio media vuelta y se retiró, no sin antes pegar un fuerte tacazo; la puerta se cerró tras él y Manzanares se quedó pensando:
¿Qué otra misión tan importante le encomendaría el General?... sabía que adonde había riesgo, él era el representante elegido, tanto por ser un buen militar, como por coraje y valentía, miró la ventana… el sol caía a pleno, serían las diez…pensó.
Tomó su gorra, acomodó su correaje, desenvainó su sable reluciente y afilado, se paró gallardamente y emprendió el camino hacia la oficina del General.
–¡Descanse Coronel!…lo he mandado llamar porque creo que es Ud. el militar indicado para desempeñar esta misión.
El Coronel lo observa sin que ningún músculo de su cara se mueva.
–El Gobierno de Santa Fe me ha enviado un pedido con el aval de Buenos Aires, al Norte de esa provincia; (aquí hace una pausa), según dicen en San Justo una veinte leguas de la ciudad se ha sublevado un Cacique abipón, ataca los colonos, mata y además quema sus viviendas, mientras su gente viola las mujeres,luego se esconde en los montes; parece que no tiene asentamiento fijo, se diría que más que un Cacique… es un delincuente, no tiene más de una treintena de hombres, pero muy violentos, las fuerzas de allá no lo pueden contener y han pedido auxilio militar al gobierno nacional.
–Elija a los hombres que crea necesarios y parta lo más pronto posible, póngase a las órdenes del Gobierno provincial y trate de hacer desaparecer a este delincuente y su gente. Sé que Ud. lo hará y aprovecho para felicitarlo por su valentía y coraje. (El General lo miró fijo).
–¡Nada más Coronel!… ¡Buena suerte!
El General hizo la veña y el Coronel Manzanares respondió de la misma manera, dio media vuelta, pegó un tacazo y se retiró sin pronunciar palabra.
El carromato traqueteaba por la huella polvorienta, rumbo al Norte de la ciudad de Santa Fe… cuatro caballos más dos cadeneros tiraban del carro; sentado en el pescante, un hombre de unos treinta y tantos años iba silbando una vieja melodía que tal vez la habría aprendido cuando chico, “Jacinto Arias” sentía una inmensa alegría en el pecho, estaba eufórico, mientras repasaba mentalmente lo que llevaba en el carro: telas, ponchos, ojotas, bebidas alcohólicasy muchas cosas más, todo lo que podría llevar un “mercachifle” (como lo catalogaban en ese entonces) y todo lo que le cabía al carro.
El destino era un asentamiento nativo, distante unas doce leguas al Norte, ¿pero por qué estaba tan contento?, es que allí lo esperaba “Caiquín”, una nativa a la que Arias había enamorado. Él también lo estaba, le prometióque en este viaje la traería consigo y formarían un hogar, ya que Caiquín estaba embarazada…
Pronto tendrían un hijo, fruto de ese amor que se profesaban, recordaba su figura, su hermoso cuerpo, su cabello renegrido, largo hasta la cintura, sus ojos achinados, su boca carnosa, y esa dulce voz que le había dicho más de una vez que lo amaba con todo su corazón.
Ya había preparado su casa, la amuebló lo mejor que pudo, tenía todo listo para que Caiquín sea su esposa y madre de su hijo… ¿Cómo lo llamaríamos?...¡No!... el nombre se lo elegiría él, no le gustaban los nombres abipones… eran muy complicados…¿y si lo llamáramos Jacinto?...¡no!... tiene que ser otro nombre más moderno…ya que lo haría estudiar y con el tiempo sería un hombre de bien… podría llegar a ser médico o abogado o militar… ¡ah no!...¡milico no!...nada tenía contra ellos, pero bueno… sería lo que él quisiera ser… ya elegiría a su tiempo.
El jinete salió de un montecito cercano a la carrera, gritando y empuñando un revólver, le dio la voz de alto, lejos de parar Jacinto azuzó a los caballos que se lanzaron en una loca carrera, mientras que tres jinetes más se sumaban al salteador. Arias había desenfundado el revólver; sabía que eran delincuentes, salteadores de caminos y también sabía que había que jugárselas en serio, matar para seguir viviendo…
El que le había dado la voz de alto se le acercó tratando de sofrenar los caballos del carro, Jacinto apuntó, disparó y el delincuente cayó con una herida en el costado.
Los otros se enfurecieron y dispararon a mansalva contra el cuerpo de Jacinto que recibía las balas, mientras que rojos manchones de sangre dibujaban su figura… las riendas escaparon de su mano y el revolver cayó en el piso del carro, se dobló sobre sí mismo, y su último recuerdo fue para Caiquín… ¡perdóname…ya no podré ir a buscarte!
Capítulo II
La lluvia caía en forma torrencial, como queriendo herir la tierra, los charcos en el piso formaban pequeñas lagunas, donde distintos globitos se deslizaban mansamente y terminaban reventándose, salpicando los alrededores donde otros globos se habían formado, el agua queriendo viajar, producía pequeñas canaletas hacia el Saladillo cercano donde se reuniría con la que transitaba por el río…
En el fondo de la habitación “Caiquín” modelaba con sus ágiles manos la arcilla, produciendo hermosos cacharros de distintas formas, nadie en la tribu lo hacía como ella, la asombrosa habilidad la había adquirido gracias a su capacidad y a las enseñanzas de “Lamaiquín”, una anciana que en su juventud se fue en pareja con un nativo de otra tribu del Norte y que al morir su esposo, volvió llena de sabiduría a su lugar de origen… allí empezóa enseñar distintas habilidades que aprendiera; sabía tejer ponchos, modelar arcilla, y curar distintas enfermedades con hierbas; a más de sus cualidades como madama (persona que atiende los partos), tenía un hijo que había traído con ella y que de a poco le iba enseñando toda su sapiencia… también oficiaba de “chamán” (especie de maga o curandera de la tribu).
Caiquín fue su mejor alumna, aprendió muy rápido todas las técnicas, ya sea tejido con lana de oveja o la alfarería. Sentado en cuchillas frente a ella estaba su hijo “Ariacaiquín”, que ya tenía 5 años y la miraba absorto como trabajaba su madre.
La voz del niño la sobresaltó:
–¡Caiquín! ¿Porqué yo no tengo “tata”?, “Tuduquín” dice que yo nunca voy a tener padre y que yo soy blanco (Tuduquín era un niño de su misma edad, pero nativo).
La madre lo miró sorprendida… ¿Es que habría llegado el momento de contarle a su hijo toda la verdad?... y su mente voló seis o siete años atrás; cuando conoció a Jacinto Arias, él comercializaba con los nativos, traía de Santa Fe distintas cosas, y luego llevaba plumas, cueros y todo lo que era vendible en la ciudad. Recordó a Jacinto, joven y apuesto, su pelo rubio un tanto largo meciéndose en el viento, alto y de hombros anchos, su cara curtida por los soles de Santa Fe, su sonrisa fácil y su gran léxico como todo buen comerciante; Jacinto Arias era simpático e inteligente, ella se había enamorado de él, y por lo que decía también lo estaba de ella… recordó aquella tarde de primavera, sería Octubre…quizás cuando caminaban por la orilla del Saladillo, bajo los frondosos árboles tomados de la mano; más allá un pez saltó del agua y volvió a caer como saludándoles, produciendo un reflejo dorado que quedó grabado en la retina de los enamorados; se miraron en silencio y sonrieron…él la tomóde los hombros, la acercó y le dio el primer beso que recibieron sus labios, luego se sentaron en la barranca con los pies colgando hacia el agua.
Un benteveo en la copa de una algarrobo hacía su nido cantando con su compañera, más allá una pareja de calandrias también construían el suyo, un zorzal en un aromo florecido entonaba un ronco canto producto de su silencio de invierno, los ceibos, los chañares y los aromos en flor perfumaban el ambiente silvestre con un aroma particular. Una bandada de patos silbones pasaba muy bajo, como rozando los árboles, más allá un carau lanzaba su estridente grito al aire, todo era primavera como ese amor que nacía de Jacinto y Caiquín.
La tarde para no dejar de ser cómplice, hizo un guiño con su sol… y lo escondió…una tenue brisa trajo una mantilla oscura para cubrir cálidamente ese amor pasional. Los ojos estaban empañados de lágrimas, recordaba perfectamente esa primera vez…
El fruto lo tenía enfrente, en cuquillas y haciendo una pregunta… ¿qué fue de aquel amor tan pasional de Jacinto? ¿Por qué no vino a buscarla como le había prometido? ¿Qué le habría pasado?, tal vez le mintió y él tendría otra pareja, otro hogar… ¿cómo podría haber sido tan cruel?, jurarle amor sin sentirlo… ¡No!... ¡No lo podía creer!... ¿y si le hubiese pasado algo?...¿Pero qué le podría pasar?....él era valiente y siempre iba armado… ¡no! ¡Definitivamente no! ¡Sólo que la había abandonado!…
Fue tan fuerte el amor por Jacinto Arias que no quiso tener pareja, aunque muchos de los nativos se lo habían propuesto, hasta el mismo “Cayastacito”, hijo del Cacique y que ahora lo era por la muerte de su padre. Ella sabía que él la amaba, y claro, él tampoco tenía pareja, esperando que algún día Caiquín lo aceptara.
Lejos estaba ella de saber lo que le pasara a Jacinto y lo seguía esperando. Había preguntado a otros comerciantes que hacían lo mismo que él, si lo conocían, pero nadie le podía decir adonde estaba, ya que hacía mucho tiempo que no lo veían.
Ella había criado a su hijo como pudo, haciendo ponchos y telas, haciendo ojotas o como ahora trabajando la arcilla y modelando cacharros que luego cambiaba a sus hermanos por carne, pescado y otras clases de comidas. También vendía a los comerciantes blancos o cambiaba por ropa para ella y su hijo.
Se mantenía siempre linda y deseable, era la mujer más hermosa de la tribu, a pesar de su tristeza interior, sus ojos conservaban esa mirada límpida, su cabello peinado y lacio, largo hasta la cintura y su cuerpo que con el tiempo estaba más modelado aún. Sus piernas morenas y bellas, su cintura estrecha y sus senos firmes, todo en ella era hermosura.
–¡Si Ariacaquín hijo mío, te contaré despacio toda la verdad!…
Capítulo III
La lluvia había cesado, el sol alumbraba de a ratos, cuando las nubes empujadas por el viento se lo permitían…
Caiquín salió de la habitación con su hijo, otros niños jugaban en un charco, resbalando con sus piececillos descalzos y cayendo en el agua para luego levantarse y seguir haciendo lo mismo.
Ariacaquín se dirigió hacia ellos con pasos seguros y gallardos, su madre de la puerta lo observaba, era demasiado alto para su edad, caminaba igual que el padre, a pesar de que su cabello era negro, tenía el mismo porte que Jacinto… un nudo se le subió a la garganta, la emoción la embargaba, es que amaba tanto a su hijo, que para ella todo lo de él era hermoso.
El niño se paró frente a los otros, miróa Tuduquín y exclamó:
–¡Tenías razón… soy un blanco!... ¡mi padre lo era y nunca lo voy a tener, porque se olvidó de nosotros, jamás nos vino a buscar como lo había prometido a mi madre!… ¡los blancos son unos mentirosos!… ¡los odio!… ¡cuando sea grande los mataré a todos!
Tuduquín no entendía bien lo que le quería decir, él no tenía la inteligencia de Ariacaiquín…
–¿Y sabes por qué me llamo así? prosiguió… ¡por el nombre de mi madre y el de mi padre que se llamaba Jacinto Arias!…
El otro niño lo miraba con el ceño fruncido sin entender mucho y como para salir del paso invitó:
–¿Vamos a jugar?...
Caiquín miróhacia un costado, afirmado con el hombro en el tronco del viejo algarrobo que le servía de cobijo y sombra a su vivienda, estaba la figura de Cayastacito observándola, como embobado, el torso desnudo, los largos cabellos al viento, su cuerpo musculoso, con su fina cintura y sus largas piernas un tanto separadas, los pies calzaban ojotas que ella misma había confeccionado, aquel hombre también era hermoso.
–¿Es que todo me parece lindo?... pensó, se acercó y se paróa un metro de distancia de él.
–Te saludo Cacique, eres un hombre muy apuesto…
Él la miró un tanto sorprendido.
–¡Apreciaba tu belleza Caiquín!...he venido a proponerte que seas mi pareja, ya ves, no la tengo porque estoy enamorado de ti.
Caiquín se acercó un poco más, tomo la cara del hombre entre sus manos y lo besó en la boca. Cayastacito la abrazó, la trajo hacia él y prolongó el beso, hasta que los dos se ahogaron por la emoción.
–Amaré a tu hijo como te amo a ti, y sólo nos separará la muerte, tendremos otros hijos y trataremos de ser felices…todo lo posible… quiero que Jacinto Arias, sólo sea un recuerdo para vos… él no cumplió su palabra.
Los ojos de la joven estaban cubiertos de lágrimas, su corazón había decidido aceptar al Cacique como su compañero, comprendió que él tenía razón, que Jacinto tendría que ser sólo un recuerdo.
Una bandada de teros gritaban haciendo piruetas… ¿era porque el tiempo había mejorado?, o ¿era que se daban cuenta de lo que estaba naciendo en ese momento y lo festejaban?
Una gallineta gritó:–¡pacaá!, desde el pajonal cercano; los niños venían corriendo, se pararon en seco, para observar el beso interminable del Cacique y Caiquín.
Ariacaiquín se acercó:
–¿Ahora voy a tener papá?
–¡Claro! le dijo su madre… también tendrás hermanitos con los que podrás jugar.
–¡Quélindo!, ¿y donde vamos a vivir, aquí en nuestra casa?
–¡No!...le contestó Cayastacito…vivirán conmigo.
El niño corrió, se prendió de las piernas de su madre que le puso un brazo sobre los hombros.
–¿Yo cuando sea grande, seré Cacique?
–¡Por supuesto que lo serás!, para ese tiempo yo seré viejo y alguien tendrá que suplantarme.
El niño los dejóy se fue caminando orgulloso hacia donde estaban los otros.
–¡Algún día yo también seré Cacique!
Lo miraron… y Tuduquín le dijo…:
–¿Vamos a jugar?
Capítulo IV
Aquel año había sido pródigo, muy pródigo, puesto que las lluvias caídas temporariamente y en forma abundante produjeron que el Saladillo creciera y la cantidad de peces era notable.
También el sol que alumbraba cálidamente, transformaron la pradera en no menos que en un paraíso. Pareciera como que la unión de la pareja de Cayastacito y Caiquín transformó todo el ambiente natural.
¿Sería que estaban bendecidos?... es que desde hacía mucho tiempo atrás toda la comunidad era católica. Primero los Jesuitas, luego los franciscanos y ahora curas misioneros, tres o cuatro veces por año venían hasta el asentamiento y se quedaban semanas enteras evangelizando…
El año estaba por terminar, dos padres misioneros estaban en la Comunidad, se quedaban a festejar la navidad con los nativos, todo era algarabía, los niños correteaban jugando distintos juegos propios de sus entendimientos…
La mañana del veinticuatro de diciembre encontróa Cayastacito y Caiquín tomados de la mano, mirando como el sol asomaba en el horizonte. Es que dentro de poco, en dos meses más nacería el primer hijo de la flamante pareja, estaban contentos y eufóricos. Se había preparado todo para recibir la noche buena, también ese día los padres misioneros, los casarían…
Con los ojos un tanto adormilados, Ariacaiquín se acercó a su madre, le tomó la mano y preguntó:
–¿Es cierto que voy a tener un hermanito?
Por la tarde el festejo evolucionaba, ciervos, lechones y sábalos se doraban en las estacas colocadas temporariamente para tal fin, los misioneros recorrían las distintas chozas llevando la palabra de Dios.
Hacía tiempo que los nativos dejaran de creer en “Koyocotá”, un ser supremo de los “Pilagá”, para creer sólo en Dios y su hijo Jesús. Algunos ya se habían bautizado, Caiquín lo había hecho desde muy joven y también su hijo, Cayastacito que era un hombre muy creyente, amaba esa religión.
Ariacaiquín con apenas seis años era un ágil niño, con muchísimas cualidades, sabía arrojar la lanza con una precisión asombrosa, ya confeccionaba sus propias armas, pero tenía un maestro: “Cavuquín”, anciano guerrero de la tribu cuando ésta todavía no estaba tan civilizada.
Le había enseñado a confeccionar arcos y flechas, lanzas y boleadoras que el niño arrojaba practicando en los árboles, pasaba corriendo, las tiraba y éstas quedaban enroscadas en los troncos de chañares y algarrobos, su lanza caía donde él ponía la vista, todo se compenetraba con su agilidad impresionante…
(Hasta los mismos monos, se hubiesen quedado anonadados de ver como se trepaba a los añosos árboles, y saltaba de uno a otro tomado de las ramas).
Y había llegado Febrero, una fuerte tormenta se avecinaba, el Cacique venia de pescar, traía los sábalos colgados en su lanza; las mujeres corrían de un lado a otro, en la choza y atendida por Lamaiquín (la madama y curandera de la tribu), Caiquín estaba a punto de dar a luz.
Los nubarrones con relámpagos y truenos se hacían escuchar, el viento puntero de la tormenta sopló con fuerza, el Cacique miró al cielo y pidió una señal… nacía su hijo y tendría que ponerle un nombre.
(Ver “El fuego que bautizó un pueblo”)… Pág: 161
El rayo cayó en el viejo algarrobo seco y empezó a arder, su mujer había dado a luz y el fuego se extendió… corrió el nativo hasta su choza y levantando a su hijo gritó: –¡Nare!...¡Nare!...que en lengua abipona quiere decir “fuego”.
Tomó a su mujer y con ella y el niño en brazos corrió al Saladillo cercano y volvió para ayudar a su gente. Así bautizó a su primer hijo, con el nombre de “Nare” o “fuego”.
También Ariacaiquín corrió con los otros integrantes de la tribu hacia el rio y vio como el fuego destruyó todas las casas precisamente el día que naciera su hermano. Pero los nativos con el tiempo construyeron nuevamente las chozas. Ariacaiquín recordaba aquel día del fuego, que se había quedado grabado en su mente para siempre…
Mirando a su hermano que estaba acostado y dormido en un catrecito de tiento y madera pensó:
–¿Sería por eso que el niño se llamaba Nare?
Capítulo V
A los dos años de aquel acontecimiento tan cruel para la tribu por la destrucción de sus viviendas, pero muy benévola y recordado por toda la familia del Cacique, el nacimiento de Nare, otro niño venía para integrar el clan, se le llamaría “Paiquín”.
Nare seguía a todas partes a Ariacaiquín; ya jugaba con su hermano mayor y lo había tomado como su líder…
Cuando Ariacaiquín cumplió diez años, su madre lo llamó a su vivienda:
–¡Estoy orgullosa de ti, sé cómo manejas las armas, ya sabes cazar y pescar, por lo tanto creo que ha llegado el momento de entregarte este cuchillo, que tu padre Jacinto Arias me dejara la última vez que vino para que yo me defendiera de cualquier cosa!
El niño se quedó atónito, era un hermoso facón con cabo de plata e incrustaciones de oro, su hoja reluciente era un espejo, su vaina también de plata estaba limpia y brillaban pequeños botones de oro, que estaban dispersados maravillosamente; era un arma fenomenal…
Tomó el facón el niño; era demasiado alto para su edad, ya casi tenía la altura de su madre, no lloraba nunca, pero dos lagrimones se le escaparon de los ojos, tal vez haya sido por la emoción, abrazó a su madre, la besóen la frente, dio media vuelta y se fue hacia el montecito cercano, se sentó en un tronco para observar eso que tenía en la mano, con esto completaba todo su armamento.
Estaba maravillado, ¿cómo es que nunca lo había visto?, ¿dónde lo había guardado su madre?, bueno…eso no importaba, lo trascendental era que ahora lo tenía en sus manos y era suyo…
Fue hasta la choza de Cavuquín, este lo tomó, lo miró, desenvainó y la hoja produjo un reflejo en la habitación. Tenía unos cincuenta centímetros y en la punta diez centímetros de doble fijo.
–¡Niño…esto es realmente hermoso!... yo te enseñaré a usarlo, empezaremos mañana en el montecito de chañar… dile a tu madre, que con la habilidad de sus manos, te haga un cinto para llevarlo que cuelgue en el lado izquierdo, para que puedas desenfundarlo con rapidez.
Esa noche Ariacaiquín no durmió, esperando el momento que Cavuquín le empezara a enseñar su manejo.
Y llegó la hora, caminaron lentamente hasta el montecito, se internaron en él, encontraron un espacio libre, más allá una planta de tuna con sus hojas como palmas de mano y sus frutos rojos maduros…
–¡Aquí podré enseñarte!
Así comenzó el aprendizaje y manejo del facón de Ariacaiquín. Al cabo de un tiempo era tan hábil con el cuchillo como lo era con la lanza, las boleadoras y las flechas. Los otros niños lo miraban con admiración y respeto; muchas veces partían de caza conél al frente. Pero quien más lo seguía era su hermano Nare… aquella mañana se internaron en el bosque, gruesos y añosos algarrobos cobijaban con su sombra la tierra humedecida y cubierta de malezas…
Nare que iba un poco retrasado con apenas sus cinco años también era tan corajudo como su hermano. Cuando se les cruzó un lechón de pecarí(chancho del monte).
–¡Quédate aquí Nare, yo lo cazaré!
Fue tras el animal, lo gateaba sin producir ningún ruido, como sólo él sabía hacerlo, el llanto del hermano y el grito retumbóen el monte…abandonó su cacería y retornó corriendo…
Frente al pequeño con las fauces abiertas, lanzando un rugido estaba un puma, muy bien crecido, su pelo amarillento y reluciente, sus uñas largas y afiladas, dispuesto a atacar a su pequeña presa…
Sin dudarlo un instante arrojó su lanza, esta se clavó en la paleta del felino, que dio vuelta para encontrarse con su nuevo atacante, sacudiósu cuerpo y la lanza se desprendió, dejando la herida sangrando. Saltó hacia el niño, pero éste con la agilidad que lo caracterizaba, se corrió hacia un costado y su mano armada con el facón, se clavó en el vientre de la bestia, dio vuelta y con un nuevo salto alcanzó con una de sus garras el pecho del niño y una mancha roja se dibujó en él… No por esto se amilanó, el que saltó fue él y cayó acaballado sobre el puma, clavó su facón en el cuello del animal y lo rajó hacia abajo, una bocanada de sangre y mezcla de rugido y dolor se escuchó en el monte, se desplomó quedando tendido cuan largo era, desangrando por todas sus heridas…
Con el cuchillo ensangrentado todavía corrió hacia su hermano que lo miraba con ojos desorbitados, ya no lloraba, lo abrazó y le dio un beso:
–¡Te quiero Ariacaiquín!
–¡Yo también te quiero Nare!... nadie te hará daño mientras yo viva y pueda evitarlo…
Todo el cuerpito de Nare se mezcló con la sangre de su hermano y salvador que manaba del pecho herido…
Con los cuidados de su madre y las curas de Lamaiquín su herida fue cerrando poco a poco, hasta curarse por completo. Más en el pecho le quedaría la cicatriz para siempre como mudo recuerdo de su valentía y arrojo en el hecho de salvar a su hermano.
Capítulo VI
Ariacaquín con su espíritu libre y aventurero, lo llevó aquella mañana de noviembre a internarse en el monte, para luego seguir las márgenes del Saladillo rumbo al Sur, iba en compañía de Tuduquín que ya tenía como él quince años.
No sabía cuándo volverían pues cazarían para conseguir cueros y plumas para luego venderlos. Habían caminado todo el día y de pronto se les abre ante su vista un hermoso paisaje luego de un bosque espeso, a su costado el rio desembocaba en una asombrosa laguna de aguas claras, distintos animales acuáticos: bandurrias, flamencos y muchísimas especies más la adornaban; también había yacarés, sabían los jóvenes que su piel era muy valiosa, por lo tanto se decidieron acampar cerca, en un claro del bosque.
Fabricaron con esteras (ya sea totoras, juncos y espadañas), un toldo que les serviría de cobijo los días que estuvieran allí. Al tercer día, ya teníangran cantidad de cueros y plumas que iban acumulando celosamente en un rincón del toldo.
Aquella tarde hacía bastante calor:
–¡Tú te quedas aquí Tuduquín!, yo me internaré en la laguna para cazar yacarés, traeré los cueros y algún pedazo de carne, Cavuquín me enseñó a cazarlo, y que su cola es muy buena para comer.
Por supuesto que sabía cazarlos y muy bien, le producía un sonido gutural con la boca para llamarlos… cuando estaban cerca su arma preferida era la bola de uno, que caía con asombrosa precisión sobre el caique (nuca del animal). Luego boyaría en el agua, ya muerto…
Era la tardecita, el sol queriendo ocultarse, muy pocas nubes en el cielo, el joven muy bien disimulado en unas totoras, esperaba con paciencia envidiable la aparición de algunos de los reptiles.
Los tres hombres observaban el toldo, cómo el joven nativo iba y venía acomodando los frutos de sus cacerías, cueros y plumas seleccionados previamente se apilaban en un costado.
–¿Tiene una buena cantidad,…no te parece Juan?
–¡Sí!... nos va a venir muy bien.
–¡Tendremos que matarlo Sixto!
–Sin duda… además es casi un pibe…
–¿Qué opinas Manuel tú?
–Y… ¡que no hay otra!...si queremos robarle todo… ¡esos nativos suelen ser bravos!
–Hace mucho que no damos un golpe bueno…si mal no recuerdo…varios años…
–¡Sí Juan! ¿Te acordás esa vez que matamos al mercachifle que traficaba con estos? Ese tenía de todo en el carro…vivimos muy bien un tiempo…
–Sí… pero el maldito se cargó a Jeremías… también lo acribillamos a balazos…
–Eso es lo que haremos con este nativo… ¡no nos podemos arriesgar…!
–Guarda que no suelen andar solos, puede haber algún otro…
–Esperaremos hasta la tardecita, por las dudas Juan.
Irrumpieron de distintos costados, revólver en mano, sin darle tiempo a defenderse a Tuduquín… las balas se incrustaron en el cuerpo joven del adolescente, varios manchones rojos se dibujaban en su piel, se dobló en dos y cayó muerto…
Una risotada escapó de la boca de Juan…