El I Ching y la sabiduría prehistórica - Gastón Soublette - E-Book

El I Ching y la sabiduría prehistórica E-Book

Gastón Soublette

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Beschreibung

En este libro, Gastón Soublette interpreta el famoso tratado oracular chino conocido con el nombre de I Ching o Yi King, siendo el primer comentario de este clásico confuciano que se publica en Chile. El nombre de este antiguo texto se traduce como Libro de las mutaciones, y remite a un sistema de pensamiento simbólico que proviene de la prehistoria, basado en una concepción del mundo que pone su acento en el movimiento o el cambio, más que en la noción del "ser", como ocurre en la filosofía griega. En el I Ching se afirma que todo está sometido a un proceso de cambio permanente, el cual constituye la esencia misma de la realidad. Ese cambio permanente puede ser discernido por la mente humana en cuanto tiene una estructura binaria, aquella que los chinos denominan Yang y Yin (lo creativo y lo receptivo). El I Ching es, además, un oráculo que responde preguntas mediante el manejo azaroso de cincuenta varillas y un sistema numérico, sobre lo cual se da en este libro amplia información. No se trata de magia, sino de una concepción diferente a la nuestra del azar y la causalidad, cuya explicación científica la formuló el psicólogo Karl Gustav Jung.

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EDICIONES UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE

Vicerrectoría de Comunicaciones y Extensión Cultural

Av. Libertador Bernardo O’Higgins 390, Santiago, Chile

[email protected]

www.ediciones.uc.cl

EL I CHING

Y LA SABIDURÍA PREHISTÓRICA

Gastón Soublette

© Inscripción Nº 2022-A-5454

Derechos reservados

Julio 2022

ISBN N° 978-956-14-2983-3 ISBN digital N° 978-956-14-2984-0

Diseño: Soledad Poirot Oliva

Diagramación digital: ebooks [email protected]

CIP-Pontificia Universidad Católica de Chile

Soublette, Gastón, autor.

El I Ching y la sabiduría prehistórica / Gastón Soublette.

Incluye bibliografía.

1. I ching – Comentarios.

2. Oráculos Chinos.

3. Filosofía china.

I. Tít.

2022 133.32480931+ DDC23 RDA

Índice

PRÓLOGO

EL I CHINGDESDE LA PREHISTORIA

LOS SÍMBOLOS LINEALES DEL I CHING

SIGNIFICADO DE LOS SÍMBOLOS DE LOS HIJOS Y DE LAS HIJAS

LOS HEXAGRAMAS

LA CONSULTA DEL ORÁCULO POR MEDIO DE LAS VARILLAS

JUNG Y EL LIBRO DE LAS MUTACIONES

EL ORÁCULO. AZAR Y CAUSALIDAD

RAÍCES INDÍGENAS DE LA SABIDURÍA DELI CHING

CONCEPTOS BÁSICOS Y TERMINOLOGÍA

EL HOMBRE SUPERIOR

REPERTORIO DE SÍMBOLOS

CONCLUSIÓN

CRÉDITOS DE ILUSTRACIONES

Prólogo

Entre los libros clásicos que dejó Confucio como herencia sapiencial del pueblo chino, se distingue el así llamado I Ching, nombre que se traduce como Libro de las Mutaciones. Un tratado oracular y de sabiduría sobre la estructura binaria del cambio permanente al que están sometidas todas las cosas.

Cabe hacer notar, sí, que esta definición del Libro de las Mutaciones como un “tratado”, la cual es muy usada entre los sinólogos, no es la más acertada, dado que el orden del libro y hasta su misma diagramación están concebidos conforme a la consulta del oráculo, de manera que la sapiencia que sustenta el texto debe ser deducida concordando entre sí los dictámenes oraculares con los comentarios que se agregaron posteriormente.

Lo que sí es un tratado es el que Confucio y sus discípulos escribieron para explicar la filosofía del libro y el mecanismo de su uso como oráculo, llamado Ta Chuan, esto es, el Gran Tratado.

El presente ensayo sobre el I Ching es el primer comentario que se escribe en Chile sobre este libro, considerando como un primer paso hacia este trabajo la excelente traducción que la doctora Helena Jacoby de Hoffmann realizó al castellano en base a la versión alemana de Richard Wilhelm, la única autorizada por los sabios chinos como versión en lengua extranjera. Este comentario procurará explicitar el pensamiento sapiencial que sirve de fundamento al libro, el cual en el texto original no es eso que los occidentales llamamos filosofía, pero que pasa a ser tal en un comentario realizado en un lenguaje filosófico, pues la filosofía oriental puede ser calificada como filosofía en gran medida por el hecho de que los estudiosos occidentales han racionalizado a su manera los supuestos filosóficos que contiene la sabiduría de las culturas de Oriente.

Considerando el I Ching como el más importante de los clásicos confucianos y algo así como la piedra angular de la cultura china, podemos decir que, así como los israelitas tienen su libro sagrado fundamental llamado la Torah, nombre que en hebreo significa la Ley, y los islámicos tienen su Corán, los chinos durante milenios, tuvieron su I Ching (YiKing).

Los libros sagrados de las culturas semíticas antes mencionados contienen narraciones, revelaciones, preceptos legales y también profecías acerca del destino trascendente que conlleva para ciertos pueblos el hecho de que Dios haya hecho un pacto con ellos por la mediación de un profeta hegemónico entre los de su especie.

Pero en lo que se refiere a la cultura china, esta no se formó en base al ministerio de profetas mediadores entre Dios y los hombres, se formó en torno a una sabiduría de tradición oral que, en el curso de varios milenios, elaboraron los sabios de las diferentes etnias que en la remota antigüedad poblaron el territorio.

La diferencia entre una y otra tradición es grande, pero no tanto, en la medida que esos sabios chinos, guías de su pueblo, cuyo último representante vendría a ser Confucio (Kung Fu Tse), son definidos por ellos mismos como seres inspirados por el cielo.

Pero el comentario del Libro de las Mutaciones que presento en este ensayo no se ajustará tanto al esquema exclusivamente chino con que los diversos autores lo comentan de ordinario, en una actitud de extrema especialización, pues durante los cincuenta y más años que lo vengo estudiando he vinculado su contenido sapiencial con la vasta temática que hoy ofrece la antropología filosófica.

Teniendo en cuenta, por otra parte, que este clásico confuciano no es propiamente una obra concebida por Confucio, sino la puesta por escrito de una tradición milenaria procedente de la prehistoria y heredada por la cultura china posterior, en cuya transmisión mediante un texto canónico (Ching o King) elaborado por muchos sabios antiguos, hasta la forma definitiva que Confucio le dio para hacerlo accesible a los lectores civilizados, justamente por su procedencia prehistórica, resulta pertinente vincularlo y estudiarlo también en el contexto de la cultura natural aborigen de la que surgió.

Esa cultura natural, preagraria, de la que procede el sistema simbólico del I Ching, era originalmente una síntesis de saberes adquiridos mediante la experiencia, la que comprendía un amplio conocimiento del entorno natural, procedimientos y técnicas para la subsistencia y un conocimiento de base instintiva y experiencial sobre la economía vital humana. Y en un ámbito superior, incluía ciertas narraciones orales sobre los orígenes y los rituales que vinculan a la comunidad con el orden invisible, ese al que Heráclito se refirió al afirmar que “La armonía oculta es superior a la manifiesta”, de lo cual todos los pueblos de la antigüedad estaban conscientes.

El tema es delicado y es necesario abordarlo con mucha cautela, pues el criterio que hemos seguido para nuestro comentario del Libro de las Mutaciones nos obliga a tratar, aunque sea someramente, el tema de la evolución de la conciencia, en el que hay varios puntos que es necesario dejar en claro para entender debidamente cómo se gestó en la prehistoria de China un sistema de pensamiento que pretende ser universal acerca de la estructura del movimiento en sí, el cual tuvo una primera forma de expresión por medio de símbolos lineales inscritos sobre placas de hueso o caparazones de tortugas, como recientemente la arqueología lo ha comprobado.

EL VENTUROSO PASADO DE LOS ANCESTROS REMOTOS

En las mitologías de todos los pueblos antiguos abundan las referencias a un pasado venturoso de la especie humana, cuando los hombres en su desarrollo normal alcanzaban una madurez que puede ser definida como integridad y completitud, lo cual solo pudo darse en una total armonía con el orden natural.

Las tradiciones más significativas en ese sentido se hallan en el Génesis de la Biblia, en el mito helénico de las cuatro edades, y en el mito chino de las diez edades y los doce períodos zodiacales.

Pero el problema inevitable que surge en las investigaciones sobre el pasado de la humanidad, en referencia a estas tradiciones comunes a todos los pueblos, es el de un enfrentamiento entre la realidad que pretende representar el mito, y lo que nosotros, desde nuestra racionalidad, consideramos como real, problema magistralmente tratado por el antropólogo Mircea Eliade en su ensayo Mito y Realidad.

Resumiendo lo que se puede decir hoy válidamente en ese sentido, los mitos no contienen narraciones de hechos históricamente comprobables, sus narraciones son ficciones que nos enseñan sobre lo acontecido en un remoto pasado, pero no los hechos tal como se dieron en su materialidad, sino algo mucho más importante que eso, vale decir, el sentido que esos hechos tuvieron. Ese es un punto de capital importancia para nuestra investigación.

Para aproximarnos gradualmente, ahora, a la realidad de las narraciones míticas sobre el pasado venturoso de nuestros ancestros de hace decenas de miles de años, cabe considerar también la relación que el hombre tuvo durante milenios con los demás seres vivos de su entorno, para llegar invariablemente a la conclusión de que todos los seres vivos que pueblan la tierra se hallan en un estado de plenitud de su naturaleza, es decir, que en el desarrollo normal de su forma viviente, conforme a su plan genético, están completos y acabados sin que quede un margen de posibilidades para mejorar su condición.

En tanto que el hombre, desde que surgió en él la función consciente, comenzó a adquirir por evolución un amplio espectro de posibilidades en lo que se refiere a su desarrollo como persona, pues nace dotado de un gran potencial psíquico que le otorga su valor como ser vivo y consciente.

En síntesis, el hombre, si bien nace sobre una base de seguridad conductual instintiva, el margen superior de libertad y conciencia que posee en su potencial interior determina su destino en gran parte como una tarea formativa que debe realizar, la cual puede lograr su propósito o también fracasar en el intento por el abandono de su ser al influjo de impulsos regresivos.

Va de suyo que la experiencia de la historia universal nos muestra a los humanos bastante alejados de la virtud y la sabiduría, hecho del que las tradiciones orales antiguas se hacen cargo mediante el mito de la caída original o las narraciones (chinas) referentes a un proceso gradual de pérdida de la integridad de origen.

Ahora bien, considerando lo antes dicho sobre los otros seres vivos que pueblan la tierra, en el sentido de que todos, sin excepción, en su desarrollo alcanzan la plenitud de su forma viviente según la especie, cabe suponer como un hecho cierto, que la especie Homo sapiens, por pertenecer a una extensa familia de seres vivos descendientes de un linaje prehumano, necesariamente ha debido pasar por un largo período en que alcanzó también la plenitud de su forma viviente, lo cual, como antes se dijo, solo pudo ocurrir por hallarse la criatura humana enteramente inserta en el orden natural, pues el orden natural tiene su propia virtud y su propia sabiduría. Así la función consciente ha podido emerger y desarrollarse por largo tiempo sin ser obstruida por la malicia y las ocurrencias arteras de la humanidad actual, estado cuyo recuerdo nutre todos los mitos del origen.

El Génesis de la Biblia por ser un libro sagrado, no constituye una excepción en el contexto de las antiguas tradiciones de todos los pueblos referentes a la integridad original del hombre, la que después fue perdida por igual en todas las latitudes de la tierra. Porque aun las tribus que hoy viven en la etapa de la recolección y la caza conservan en su tradición oral narraciones sobre sus antepasados remotos, quienes habrían conocido un estado de perfección que sus descendientes perdieron. Y esta revelación fundamental explica en parte el fenómeno del chamanismo, en cuanto el chamán, en sus trances, es el único miembro de la tribu que, momentáneamente, puede ser trasladado al venturoso estado en que vivieron los lejanos ancestros. Lo que en un contexto espiritual superior, pero similar en los hechos, vendría a ser, por ejemplo, la leyenda talmúdica que narra el rapto de Moisés al paraíso, donde él habría cortado de un árbol la madera con la que construyó el arca de la alianza de Israel; o el rapto del apóstol Pablo al cielo, conforme a su propia confesión.

EMERGENCIA DE LA FUNCIÓN CONSCIENTE

La función consciente en el curso de la evolución comienza a manifestarse por la autoconsciencia, es decir, cuando el hombre percibe que en el núcleo interior de su ser él es un sí mismo, un “self”, un yo, situado por sobre los fenómenos de su entorno, y también por sobre su misma constitución psicofísica. Antes percibía los fenómenos y hasta tenía la posibilidad de anticipar situaciones o sucesos, pero no era consciente del sujeto mismo que percibe.

Ya el así llamado Homo habilis, por ser el primero en fabricar instrumentos, el cual está situado más de un millón de años atrás, demostraba tener en su industriosidad la capacidad de realizar con sus manos un objeto cuya imagen mental era percibida por él. Pero desde hace unos treinta y cinco mil años, el hecho de que nuestros antepasados hayan comenzado a enterrar a sus muertos y a incluir en las inhumaciones objetos decorativos corporales de bella artesanía, lo que en su conjunto demuestran ser distintivos destinados a honrar al sujeto fallecido, reconociéndole una especial dignidad, revela que el hombre del paleolítico sabía que él era “alguien” y que, por analogía y reciprocidad, los demás individuos de su comunidad eran sus semejantes.

Esa conciencia de ser alguien del Homo sapiens de hace treinta y cinco mil años, a juzgar por la solemnidad de ciertos entierros, revela una actitud que podríamos calificar de reverencial ante la esencia de lo humano, lo cual parece ser la primera manifestación de la fe en la supervivencia del ser consciente más allá de la muerte.

Por otra parte, debemos considerar que en aquella época nació el arte en el mundo y, con este, una actitud del Homo sapiens que lo inducía a la creación de obras con belleza y significado, las que se diferenciaban de los instrumentos puramente útiles, aunque no estuvieran del todo despojadas de utilidad, pero en un sentido más elevado de cómo es útil un arma o un instrumento doméstico.

Estas primeras manifestaciones del arte empezaron con grabados y pinturas rupestres. En lo que se refiere a las pinturas, las demostraciones del talento pictórico del hombre del paleolítico han sorprendido al mundo. Basta saber para entender lo que Pablo Picasso, frente a las pinturas de la caverna de Altamira en España, exclamó: “ninguno de nosotros sería capaz de pintar así”. Con relación a esto, algo que pocos advierten en presencia de esas pinturas es que ellas no son el resultado de actos gratuitos improvisados por alguien que, a partir de nada, se propuso diseñar y colorear figuras de animales que eran las presas predilectas de los gremios de cazadores, pues la realización de esas obras pone en evidencia una maestría que no puede ser el resultado de una improvisación ocasional, sino de la destreza adquirida por un artista formado en una escuela. Quizás una escuela de chamanes dotados de talento para representar mediante diseño y color algunos seres de su entorno natural, en este caso, los animales cuya carne consumía la tribu en su alimentación habitual. En ese sentido la finalidad de las representaciones de esos animales, parece ser la de realizar imágenes de ellos sobre las cuales se ejercía el poder de un rito de magia analógica, que era determinante para el éxito de la caza.

Pero ateniéndonos a esa sola explicación queda la interrogante que concierne a la estética, pues si solo se trata de magia utilitaria ¿cómo se explica el despliegue de talento de que hicieron gala estos artistas para realizar pinturas cuya estética es tan impactante? ¿Por qué tanto esmero en alcanzar la perfección de una obra plenamente lograda? ¿Acaso no se echa de ver en esa actitud la misma intención que motivó el hecho de enterrar a sus muertos con objetos de arte para honrar su memoria por haber sido quienes fueron en vida? Porque a decir verdad, el esmero y el cuidado con que fueron trabajadas algunas de las principales representaciones de animales de la pintura rupestre, deja en evidencia la intención de glorificarlos, lo cual plantea para nosotros la interrogante de cómo los veían ellos, o qué veían en aquellos animales que nosotros somos incapaces de ver. Se trasluce en esa actitud un respeto que pertenece, por lo demás, a los usos y costumbres de todos los pueblos que han vivido insertos en el orden natural. Un respeto que hoy se manifiesta, por ejemplo, en el acto de una machi mapuche de pedir permiso a un árbol de cuyo tronco ella sacará el trozo de madera que necesita para hacer la vasija circular de su timbal sagrado o Cultrún. O en el acto de devolver a la tierra parte de un brebaje ritual o simplemente vino, en señal de gratitud y retribución a la Pachamama o a la Ñuquemapu (tierra madre).

Pero independientemente de la finalidad a que estaban destinadas esas estupendas pinturas de animales estampadas en la pared rocosa de una caverna, el solo logro de las escuelas de pintura rupestre de Altamira de España y Lascaux de Francia, entre otros templos subterráneos, nos habla de un desarrollo de la función consciente insospechado, considerando el contexto cultural que obligadamente supone un arte pictórico de tal envergadura, tanto por su logro estético como por su técnica.

En realidad algo sabemos del hombre de hace treinta mil años por los vestigios de sus instrumentos útiles, sus entierros solemnes, su artesanía, sus pinturas; algo sabemos también de su organización social por los vestigios de sus asentamientos. ¿Pero qué sabemos de su interioridad, cuando llegó a saber que él era alguien, un sujeto digno de respeto y capaz de verse a sí mismo?

Las creaciones de su cultura antes mencionadas y por sobre todo sus pinturas, todo ese conjunto de realizaciones proyectadas en el mundo visible por procesos mentales de considerable complejidad, todo eso contradice por mucho la idea que nos habíamos formado del ser humano que habitó la tierra antes, mucho antes de los milenios que solemos llamar “noche de los tiempos”.

En esta materia, sí, conviene tener en cuenta que esas pequeñas sociedades de una dotación media de doscientos individuos, no habrían podido subsistir si no hubiesen tenido una cierta organización social mínima (de hecho un “pacto social”), lo cual implica una cierta reglamentación consuetudinaria en el trato recíproco de sus miembros. Por otra parte, los hallazgos arqueológicos no nos inducen a suponer que hace treinta mil años los humanos hubiésemos vivido en perpetuas guerras, y la causa de su tendencia hacia la paz más que a la violencia no es difícil de deducir, pues en el mundo de entonces no existía el habitante de un lugar fijo y en consecuencia no existía la propiedad del suelo. Las bandas de recolectores cazadores eran todas itinerantes, lo cual significa la no existencia de la noción de la propiedad, en general (territorio y patrimonio), pues la itinerancia misma de los recolectores cazadores como forma de vida es incompatible con la noción de la propiedad. En ese sentido, y según los cálculos aproximados realizados por los arqueólogos actuales, el mundo de los tiempos paleolíticos no pudo haber tenido una población superior a los ocho millones de habitantes, sumando la de todos los continentes poblados por el Homo sapiens, de modo que la densidad poblacional de cualquier región era mínima en un mundo inmenso en el que no había nada que disputarse.

La antropología moderna ha detectado lo que parecen haber sido alianzas grupales para trabajos comunes de mayor envergadura, como pudo ser la caza mayor de grandes mamíferos, tales como mamuts, mastodontes, megaterios, milodones, etcétera, lo que podía generar el fenómeno denominado “fusión”, como también su contrario, la “fisión” (separación) justamente para evitar la violencia, fenómenos sociales que se daban en un régimen de mucha libertad y movilidad.

En lo que se refiere a las narraciones mitológicas de la cultura china, el mito de un estado venturoso original de la humanidad situado en un pasado remoto, no está descrito con metáforas tan claramente diseñadas como en el Génesis de la Biblia, aunque lo esencial del mensaje que nos llega de ese pasado es el mismo.

La diferencia que la versión china presenta comparada con la versión bíblica del mito, reside en el hecho de que para los chinos los avances progresivos de la sociedad prehistórica hacia la civilización terminan siendo substitutos destinados a compensar una plenitud perdida, en tanto que en la Biblia, si bien eso puede deducirse de las narraciones posteriores a la expulsión del paraíso, porque está implícito en ellas, no hay reflexiones que aludan directamente a ello y lo hagan consciente como tal, porque de haber sido así se seguiría de eso la necesidad de recuperar el bien perdido, lo cual fue claramente la postura del taoísmo chino. Además, todas las narraciones chinas de los orígenes que se hallan en los libros de los historiadores clásicos, revelan que en algunos de sus autores había una clara conciencia de que en las antiguas tradiciones se entendía que el bien perdido era lo esencial, y tal es el sentido con que los antiguos se referían a una desvinculación del cielo y la tierra.

Cabe observar que en el Génesis de la Biblia, leyendo entre líneas, se detecta una posición anticivilización semejante a la del taoísmo, en primer lugar por la adquisición de una ciencia del bien y del mal, la cual resulta de un desvío de la conciencia en el que se percibe el deseo del hombre de definirse como una entidad autónoma que actúa movida por una tensión de fuerzas positivas y negativas, y conforme a valores establecidos por el arbitrio humano. El estado en que queda esa primera humanidad después de la expulsión del paraíso, pasaje del texto en el que se hace una clara alusión a la revolución agraria, parece contener un mensaje por el cual se entiende que el estado venturoso anterior era un don, esto es, la vida misma como un don, en tanto que el nuevo estado asumido por el hombre autónomo nos muestra la vida como un problema. La frase clave es: “ganarás el pan con el sudor de tu frente…”. Es decir, el trabajo de Adán será el de cultivar con esfuerzos agotadores una tierra de rendimiento difícil. La mención del pan alude al cambio alimentario que afectó a todos los pueblos agricultores por la hegemonía de los granos y especialmente del trigo. El sometimiento de la mujer a la autoridad del marido, hecho que sigue a todo este acontecer, alude al inicio de la sociedad patriarcal.

Pero toda esta evolución hacia la historia conocida se aprecia más claramente en el comportamiento del primogénito Caín, de quien se dice que es agricultor, en tanto que su hermano Abel es pastor. Uno sedentario y el otro itinerante. De lo cual se sigue que Caín será necesariamente el primero en construir una ciudad, el primero en trabajar los metales, pues Caín significa “herrero”, y el primero en derramar sangre humana, por todo lo cual se nos aparece como el primer héroe civilizador, aquel que cierra el ciclo de la caída en lenguaje mitológico, y ese cierre se concreta posteriormente en el diluvio, fin de la civilización cainista.

En el mismo sentido se puede interpretar el cambio radical que adoptó en su vida Abraham después de la revelación a él del Dios único, cambio que puso fin a su vida de rico mercader y ciudadano ilustre de Ur de Caldea, para devenir en patriarca pastor itinerante, como su antepasado Abel, que fue predilecto de Dios.