Pablo Neruda, profeta de América - Gastón Soublette - E-Book

Pablo Neruda, profeta de América E-Book

Gastón Soublette

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Beschreibung

Gastón Soublette, en estas páginas, plasma una lectura sapiencial, atenta a la sabiduría ancestral y bíblica que recorre especialmente los poemas "La lámpara en la tierra" y "Alturas de Macchu Picchu", del Canto general, de Pablo Neruda. Es un modo de leer abierto a la hondura de la poesía y movilizado por el deseo de la verdad, aquella posible de decir y de leer, de escuchar y de escribir. Pablo Neruda, profeta de América fue publicado por Ediciones Nueva Universidad, de la Vicerrectoría de Comunicaciones de la Pontificia Universidad Católica de Chile, en 1979. Era la única edición hasta ahora, cuando los diversos avatares de la sociedad latinoamericana suscitan nuevas interrogaciones acerca de las raíces de su cultura. Un libro que hoy vuelve a la luz pública desde la misma universidad que lo impulsara hace más de cuarenta años.

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EDICIONES UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE

Vicerrectoría de Comunicaciones y Extensión Cultural

Av. Libertador Bernardo O’Higgins 390, Santiago, Chile

[email protected]

www.ediciones.uc.cl

Pablo Neruda, profeta de América

Luis Gastón Soublette Asmussen

Edición y prefacio de Roberto Onell

© Inscripción Nº 50.158

Derechos reservados

Agosto 2023

ISBN Nº 978-956-14-3160-7

ISBN digital Nº 978-956-14-3161-4

Diseño: Francisca Galilea R.

CIP-Pontificia Universidad Católica de Chile

Soublette, Gastón, autor.

Pablo Neruda: profeta de América / Gastón Soublette; prefacio Roberto Onell.

Incluye bibliografía.

Neruda, Pablo, 1904-1973 - Crítica e interpretación.

t.

2023 Ch861 + DDC23 RDA

La reproducción total o parcial de esta obra está prohibida por ley. Gracias por comprar una edición autorizada de este libro y respetar el derecho de autor.

Diagramación digital: ebooks [email protected]

Tabla de contenidos

Prefacio a la segunda ediciónRoberto Onell H.

Prólogo

EL OFICIO DEL POETA

«LA LÁMPARA EN LA TIERRA»

«Amor América (1400)»

«ALTURAS DE MACCHU PICCHU»

Conclusión

Bibliografía

Prefacio a la segunda edición

1

–¿Y qué piensas de la tesis del libro?

Con esta pregunta, Gastón Soublette respondía mi saludo esa tarde en que, tras presentarme, le dije que acababa de leer su trabajo sobre Neruda. El diálogo comenzaba a fines de la década de 1990, justo afuera del Campus Oriente de la Universidad Católica, cuando ambos esperábamos locomoción colectiva. Me animé a hablar a Soublette sin otro propósito que el de oír cualquier asunto que él quisiera compartir de la experiencia de hacer ese libro y, por cierto, de su amplia lectura del poeta.

Pero el profesor Soublette me dejó –¡él a mí!– el desafío de responder. Yo titubeaba sobre la dificultad, precisamente, de verificar dicha tesis: que Pablo Neruda incorpora en su persona a los espíritus ancestrales de la América andina y les da una voz literaria en los poemas «La lámpara en la tierra» y «Alturas de Macchu Picchu», del libro Canto general. Empecé por verbalizar esto, para estar seguro de haber captado, al menos intelectualmente, la idea central. Luego de que el profesor asintiera, intenté explicarme.

Por cierto: la conversación se extendió tanto, que tuvo que seguir en otro encuentro, digamos que casual, esta vez en el comedor del mismo campus. Mientras almorzábamos, rodeados de una ruidosa espesura, el diálogo desbordó las fronteras de aquel libro y se aventuró hacia otros asuntos gravitantes y posibles de ser pensados gracias a esa poesía y al enfoque de Soublette: a veinte años de su escritura, la conversación abierta por el libro seguía cobrando vida. Quizá por eso el profesor la terminó, esa vez, con signos de apertura:

–¿Crees que todo esto tenga sentido hoy en día?

2

La concesión del Premio Nobel de Literatura, en 1971, y la muerte del poeta, a diez días del golpe de Estado de 1973 en Chile, habían sido los últimos acontecimientos nerudianos que suscitaron nuevas oleadas de publicaciones, que incluían poemarios póstumos, memorias y nuevas antologías y traducciones. No obstante, hacia fines de esa misma década, la copiosa obra nerudiana corría el riesgo de considerarse ya leída, es decir, sabida, archivada. Parecía improbable hallar otro camino de entre las múltiples caras de lo erótico, de lo telúrico, de lo político, de lo elegíaco y de lo poético mismo, habida cuenta de que esta obra desarrolló, a diferencia de otros grandes poetas y para mayor complicación de eruditos, una cierta variedad de modos de concebir y de ejercer la poesía.

El libro Pablo Neruda, profeta de América logró internarse en otro camino.

Porque sucede que Gastón Soublette se atrevió a acentuar un aspecto nada marginal de esta obra literaria, pero que por varias décadas no constituyó una prioridad, quizá solo una leve tendencia, entre los estudiosos. Esto, aun cuando lo profético ya había sido explicitado por Neruda en el poema «Arte poética», de Residencia en la tierra I, en 1933, libro ineludible si queremos entender a los diversos «nerudas» que eclosionaron después. «Me piden lo profético que hay en mí», dice aquella voz afligida, y que empieza a cobrar consciencia de su propio rol como voz poética. Es un hablante que, en esos poemas, suele expresarse en el límite entre la descripción directa y la imagen verbal, tan fulgurante y extraña, o entre la vigilia y el sueño, como el mismo Soublette explorará mucho después en La ciudad amarga, relectura personal de Pablo Neruda, libro de 2018.

Era una modalidad profética que clamaba en el boscaje de un sinfín de otros estudios.

En un sentido menor al del profetismo judeocristiano, pero siempre vinculado a aquel, Soublette sostiene que la voz nerudiana se consolida como voz profética especialmente en «La lámpara en la tierra» y en «Alturas de Macchu Picchu». A partir de estos poemas y con gran seguridad expresiva, Neruda desarrollaría un plan bíblico –dice Soublette– que será la estructura sostenedora de Canto general, en la medida en que otorga unidad narrativa y de visión de conjunto a ese libro copioso y abigarrado de 1950. Seguridad expresiva que no es mera altisonancia, esa predecible vehemencia enunciativa de juventud, sino más bien una hondura semántica que es posible visitar, recorrer y habitar en esta poesía, gracias a esta lectura. Y es que, en Soublette, el profesor y el lector se funden, se identifican por un momento, para enseñarnos otro derrotero de lectura y algunos de sus insospechados alcances.

Así, la obra de Neruda volvía a quedar abierta.

En una década marcada por la ruptura de la comunidad política en Chile y en tantos lugares de nuestra América, y por su difícil recomposición, la lectura de Soublette nos descubría otra veta en la obra nerudiana. En medio del nuevo orden social, de esa tranquilidad que sin embargo bullía de dolores, el profesor y lector pareció haber descendido «como gota entre la paz sulfúrica» hacia las raíces de estos cantos esenciales. Cuando a nuestro alrededor todo hablaba de política –de política económica, de política social, de la política que evita hablar de política–, podíamos empezar a escuchar la otra raigambre de esta poesía, aquella que nos recuerda que lo mejor suyo no nace de la racionalidad hegemónica –más técnica o más discursiva, a la derecha o a la izquierda–, sino de otro lugar, más profundo, más originario, casi insondable. Soublette se detuvo a buscar esa veta y, al encontrarla, nos proponía volver a su escucha.

Esa raíz, esa viva raíz, se llama sapiencia.

3

Detectar ese lugar más originario supone la posibilidad de remontar el caudal de la historia moderna, pero también de desmontar la superficie solidificada de la cultura reciente. La modernización ilustrada europea pudo constituir un modo de vida por el despliegue arrollador y casi unívoco de racionalidades –argumentativa, procedimental, técnica– que confinaron las modalidades alternas del conocer y del vivir a la esfera individual y doméstica. El saber del silencio y de las creencias religiosas, de las artes y de la intuición, del cuidado amoroso de cuanto nos rodea y nos sostiene, se juzgó superado por diversos racionalismos excluyentes de sus otredades. El saber para la vida, recibido en la alteridad del mundo y en el diálogo intergeneracional, parecía sucumbir ante la autorreferencia dominante de lo humano, ante esa complaciente autonomía respecto de lo trascendente.

El valor social del sabio quedaba ahora reducido, cuando no cancelado.

Pero entonces, ¿cómo puede la poesía –digamos– rimar con la sabiduría? Recordemos que los románticos alemanes e ingleses, de maneras más explícitas o más presentidas, respondieron a los primeros iluministas alertando acerca del peligro de acallar el diálogo con lo trascendente. Así el Fausto de Goethe, los Himnos a la noche de Novalis, el Hiperión de Hölderlin, el Kubla Khan de Coleridge, las Odas de Keats, el retorno a la infancia de Wordsworth y tantísimas otras páginas, son un recordatorio genuinamente dramático: no hay verdadera humanidad sin la conversación permanente con lo Otro inherente al Uno, sin el careo con el Absoluto, sin la apertura a la voz de los dioses, sin el intercambio con los susurros que pueblan la Naturaleza, ese «templo de vivientes pilares» que vería Baudelaire. No puede cercenarse el lazo con lo sagrado sin amputarse algo humano constitutivo.

En nuestra América, el caso de Pablo Neruda no es diferente.

Si la poesía moderna es una ardorosa búsqueda de sabiduría, su escritura es el constante esfuerzo por modelar y modular esa búsqueda y, a veces, ese hallazgo. Los autores, en sus poemas, no solo confesarán un propósito existencial, sino además lo reformularán permanentemente en consonancia con las vicisitudes de la vida misma que, por cierto, incluyen las relaciones de sus propias obras con otras tantas. Heredero de la tentativa romántica, es en ese afán donde entra el joven Neruda, habitante que despliega y aprende su esperanza justo en esa tensa transición entre el ocaso del Modernismo y el auge de la Vanguardia. Así, en esta poesía, las intuiciones metafísicas brotadas en la áspera o tersa piel del mundo, los desmembramientos de la guerra y los cuestionamientos de la acción política, la precariedad corporal de cara a la muerte, son a menudo la vibración de dramáticas meditaciones acerca del sentido mayor de lo real.

Los cuerpos nerudianos llevan invisibles, pero audibles, signos de interrogación.

«Pablo Neruda, el cronista de todas las cosas», se llamó a sí mismo el hablante lírico en medio del Canto general al dirigirse al general Artigas, con la consciencia del ministerio abarcador que ostenta el poeta, acompañante y consejero de administradores y líderes en la tarea organizativa del mundo, y en la lectura de la historicidad de lo real. Y es que el ímpetu acumulativo de la poesía nerudiana es, también y, sobre todo, motor de articulación de la vastedad del mundo. «Yo estoy aquí para contar la historia», declara al inicio del gran libro. Y contar es conferir sentido, proponer direccionalidad al acontecer que se enuncia. Advertida la insuficiencia ontológica de la voluntad y de la técnica en la acción social, ese relato debe hacerse en diálogo abierto con la fuente del sentido, con el origen mismo de la vida. De ahí que Soublette, sin dejar de asumir los alcances estéticos de la construcción ficcional que es todo poema, postule que Neruda, en ese solemne pórtico de Canto general que es «La lámpara en la tierra», adopta la voz de un oráculo.

La ficción poética se cumple como voz de lo sagrado.

Ahora bien, no contento con establecer para sí el sentido de la ficción literaria de esta poesía, de la direccionalidad de su sintaxis, de una cierta red de referencias literarias, ejercicio común a todo lector y estudioso, Gastón Soublette se dio a la tarea, además, de escuchar el latido de la cultura donde brota y fructifica este particular fruto hecho de ritmos, de sonidos y de símbolos. Y, en un gesto análogo al del poeta, cedió a la iniciativa de eso Otro mayor que pide palabra y que se deja oír, y de ese modo se incorporó a la breve pero pujante ruta interpretativa jalonada, entre otros pocos, por Juan Villegas, Cedomil Goic y Beltrán Villegas, tal como el mismo Soublette lo declara en sus líneas iniciales; ruta donde se venía discerniendo esa semántica de la profecía, y donde cabe pensar la relación de ese profetismo con el mesianismo judeocristiano.

Es la experiencia de la lectura como camino compartido.

Todavía antes de declarar que ha llegado «hasta ti, Macchu Picchu», la voz del peregrino se ha detenido a meditar cuestiones mayores que convergen en esta larga pregunta por la vida perdurable, por el núcleo generatriz de lo real: «Qué era el hombre? En qué parte de su conversación abierta/ entre los almacenes y los silbidos, en cuál de sus movimientos metálicos/ vivía lo indestructible, lo imperecedero, la vida?». El subsiguiente coloquio con la muerte nos deja saber la radicalidad del peregrinaje y, por lo mismo, la expectativa y apertura existencial con las que asciende a la «alta ciudad», donde conoceremos un nuevo despliegue de la consciencia interrogante. Y es que, de tanto preguntar sobre el ser humano, lo humano mismo se vuelve pregunta. Y de tanto contarlo, recorrerlo, deleitarse en él y sufrirlo, el mundo entero termina por mostrarse como el gran escenario del peregrino, de un caminante que no se contentará sino en el encuentro con la Vida misma.

Realidad inagotable, el mundo se revela como mysterium.

Por eso, porque no se agota, es posible seguir interrogando su figura hasta, acaso, volver a descubrir la propia humanidad trascendida, sostenida por «el más grande amor». El mismo amor que se diversifica en nuevas preguntas. «¿Dónde está la Vida que hemos perdido viviendo?/ ¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en el conocimiento?/ ¿Dónde está el conocimiento que hemos perdido con la información?», son las interrogantes de T. S. Eliot en el poema «La roca» («The Rock»), hermanas de la ardorosa búsqueda del peregrino nerudiano. Nadie se extrañe, entonces, de la insistente mención del alma que Neruda hace en toda su poesía, hasta llegar a confesar en Memorial de Isla Negra, como el mismo Soublette destaca: «mi oficio/ fue/ la plenitud del alma». Es decir, no la pura expresividad de un individuo, no la sola lucha por la justicia, no el mero bienestar.

Bastante más: la plenitud del alma.

Ahí donde se verifica lo único de la persona, el poeta cifra la finalidad de su poesía y queda, de tal manera, habilitado para traducir las grandes interrogantes de la condición humana, a despecho incluso de su falible persona, para conjeturar y ofrecer intuiciones, las huellas de sentido que supone la presencia del ser humano en el mundo: el sentido del dolor y de la muerte, del amor y de las luchas políticas. El de Soublette, en definitiva, es otro modo de leer a Neruda, ciertamente, pero en el cual inteligimos no apenas una alternativa entre otras, sino más bien una clave interpretativa que, al hacer más transitable y habitable esta poesía, ayuda a que nos reconciliemos con el mundo como un espacio donde descubrir y construir el propio hogar. Y tamaña conquista no se emprende sin sabiduría, sin el deseo de la verdad, aquella posible de decir y de leer, de escuchar y de escribir.

Al abrirse a esta poesía, se afina entonces la escucha para toda otra palabra.

4

Pablo Neruda, profeta de América fue publicado por Ediciones Nueva Universidad, de la Vicerrectoría de Comunicaciones de la Pontificia Universidad Católica de Chile, en 1979. Era la única edición hasta ahora, cuando los diversos avatares de la sociedad latinoamericana suscitan nuevas interrogaciones acerca de las raíces de su cultura.

Agradezco entonces: al profesor Gastón Soublette, por acoger estas palabras iniciales y por autorizar esta segunda edición; al Centro UC de Estudios de Literatura Chilena, CELICH, por el apoyo dado a este trabajo; a la Biblioteca de Humanidades UC, por la atenta transcripción del volumen original; y a Ediciones UC, por hacer realidad la nueva edición de este libro.

Pablo Neruda, profeta de América vuelve a la luz pública, así, desde la misma universidad que lo impulsara hace más de cuarenta años.

5

–¿Crees que todo esto tenga sentido hoy en día? –sigue preguntando el maestro.

–Sentido, sí; quizá también verdad –podría contestar algún discípulo.

Roberto Onell H.

Facultad de Letras UC

Otoño de 2023

Prólogo

El título de este ensayo podrá parecer desmesurado. Yo sostengo que no lo es, en el entendido de que la palabra «profeta» no tiene aquí el significado mayor que tiene en la Biblia. Sin embargo, el significado menor con que yo la empleo, no está tan distante del otro significado como para ser totalmente distinto.

El profeta recibe de lo alto y entrega su profecía a los hombres a través de la palabra hablada o escrita. Lo específico en él, obviamente, es que la recibe del cielo, es decir de Dios. Pues bien, sin entrar a definir, por ahora, de dónde recibió Pablo Neruda el «mensaje» de los dos primeros poemas del Canto general: «La lámpara en la tierra» y «Alturas de Macchu Picchu», yo advierto en ellos un tan elevado vuelo sapiencial y religioso que, dados la ideología y el carácter del poeta, se percibe más allá de su persona algo así como un polo de tensión o una fuente desconocida, de donde ha emanado este discurso, cuyas líneas matrices presentan tan considerable desproporción con las convicciones y la personalidad de su autor.

En efecto, al comienzo del Canto general hay un verso que dice:

«Yo estoy aquí para contar la historia».

Si me detengo a pensar quién es aquel que dice «yo» y habla en primera persona, descubro, en el desarrollo del poema, que este «hablante» es un narrador de fuerte raigambre aborigen, cuyo pensamiento se rige por estructuras míticas en todo ajenas a la racionalidad imperante. En cuanto a la historia narrada, en lo inmediato, es la historia de América; pero, en el ciclo formado por los dos grandes poemas iniciales, es la historia espiritual del mundo todo, regida por un plan bíblico teológicamente ortodoxo. Esa historia comprende la creación en siete días, el estado paradisíaco, la caída y la pérdida de la ventura original, la violencia y la sordidez del mundo, el advenimiento de un «salvador» bajo las apariencias de un héroe mesiánico, que padece, que muere, que es resucitado y glorificado, que juzga, que castiga, que da vida y salva a los hombres, restaurando el cuerpo único de la familia humana.

El conjunto así estructurado revela una sapiencia, en el sentido antiguo de la palabra, y un conocimiento tan cabal de las Sagradas Escrituras, que no puedo menos que preguntarme una y otra vez: ¿quién era realmente Pablo Neruda?

En cuanto a la sapiencia, me parece que habría base como para emitir la hipótesis de una «iniciación»; otro tanto podría decirse de los conocimientos bíblicos, cuya profundidad haría suponer la presencia de un «guía», porque hay en estos dos poemas una maestría en el manejo de los símbolos universales y americanos, una consecuencia tan perfecta en el discurso poético, en cuanto a su desarrollo mítico y bíblico, a pesar de la gran profusión lírica que lo disfraza, una tan sorprendente propiedad en el empleo de las palabras por su significación «sagrada» y sus «resonancias» arquetípicas, un ritmo «dramático» tan vivo en la sucesión de las instancias de la historia, a modo de una gran respiración que va configurando los diferentes cantos y grupos de cantos, y, en fin, una suma (Summa) tan perfectamente armonizada de todo lo que la vida humana tiene de más trascendente que, contra toda manera habitual (entiéndase literaria) de considerar al poeta y su obra, yo me siento fuertemente impulsado a penetrar en el arcano de la fuente o polo de tensión de donde pudo emanar todo este universo, aunque debo rendirme a la evidencia de que no dispongo de más medios para averiguarlo que de un texto literario. Ahora bien, si no hubo iniciación a la manera tradicional (escuela, maestro, profesión, grados, etc.) no me queda otra alternativa que admitir que Pablo Neruda padecía de una maravillosa división de su personalidad, por la cual, en el acto solitario de la creación, se transformaba en un receptor «espiritual», en todo diferente al ser que dialogaba con los hombres. Y siendo esta la única conclusión a que puedo llegar, por eliminación, vuelvo al comienzo de este prólogo, pues creo haber esbozado en él una explicación capaz de justificar el título de este ensayo.

Entiendo que el punto de vista de este estudio sobre la poesía de Pablo Neruda es inhabitual y que quien se atreve a publicar un trabajo sobre esta materia siguiendo un criterio mítico, sapiencial y religioso, corre muchos riesgos, porque hablar de conocimientos bíblicos, de profecía y de iniciación, a propósito de un poeta marxista, parece expresamente concebido para escandalizar al lector y al crítico. Quien lo hace, no obstante, en este libro, se atreve a hacerlo en la seguridad de que todo el discurso nerudiano, desde el Crepusculario hasta la última obra póstuma recientemente editada, supone un otro discurso interno que, tras el ropaje lírico que le es tan característico, se desarrolla a cierta distancia del lector. Esa distancia es semejante a la que va de la expresión de una metáfora a su sentido.

Para definir ese discurso interno cito el siguiente pasaje del gran mitólogo e historiador de las religiones Mircea Eliade: «Ciertos comportamientos míticos perduran aun ante nuestros ojos. No se trata de “supervivencias” de una mentalidad arcaica, sino de que ciertos aspectos y funciones del pensamiento son constitutivos del ser humano».

Cierto es que lo dicho, en este sentido, sobre Pablo Neruda, es válido también para todo texto literario; pero si esto se puede afirmar en principio, el fenómeno señalado por Mircea Eliade es particularmente detectable en la poesía de Neruda. Y el propósito de este trabajo ha sido precisamente el de explicitar ese lenguaje «distante» pero que, con toda precisión y consecuencia, subyace tras la «belleza» de las imágenes que a todos los lectores del mundo han deslumbrado.

Como se dijo ya, ese lenguaje es el de un ancestro que habla en una estructura mítica de pensamiento, lo que también se puede decir del fondo bíblico de los dos grandes poemas mencionados, en cuanto el discurso bíblico también se rige por una estructura mítica de pensamiento (aunque la Biblia, palabra de Dios, no es un repertorio de mitos).

Naturalmente no es este el único trabajo que se ha publicado sobre exégesis mítica y religiosa de la poesía nerudiana. En la bibliografía que cito al término del libro, figuran algunas obras tales como Estructuras míticas y arquetipos en el Canto general de Neruda de Juan Villegas, editado en Barcelona, obra poco conocida, por desgracia, entre nosotros; un ensayo de Cedomil Goic sobre «Alturas de Macchu Picchu» y un estudio del padre Beltrán Villegas sobre la teología de la resurrección en el mismo poema; trabajos que me han sido de utilidad para iniciarme en el punto de visto básico de este ensayo. Con todo, la absoluta independencia que he procurado conservar respecto de autores y obras, al extremo de evitar toda cita y referencia, se debe al espíritu con que el trabajo ha sido hecho, y es importante precisarlo, aunque ello acentúe al máximo «lo personal». Pues bien, debo confesar que al escribir este ensayo no me sentí yo situado para nada en el mundo de las letras, ni siquiera en el ámbito de aquello que llaman «cultura» ni había en mí la más remota intención de agregar algo al desarrollo de los estudios «literarios» chilenos, y eso, en la medida que los textos poéticos que tenía ante mis ojos dejaron de ser para mí monumentos de «literatura»