Ventura y desgracia del Homo Sapiens - Gastón Soublette - E-Book

Ventura y desgracia del Homo Sapiens E-Book

Gastón Soublette

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Beschreibung

La idea central de este libro es reestudiar el mito del paraíso y la caída de la humanidad que se narra en los primeros capítulos de la Biblia, e investigar hasta qué punto lo dicho en el lenguaje propio de los mitos coincide con lo que enseña la antropología moderna sobre el Homo sapiens paleolítico y la posterior revolución agraria de la que emergió el fenómeno social de la civilización. Las reflexiones que aquí surgen comienzan por reconocer que todos los pueblos del mundo tuvieron ancestros que vivieron en un estado de plenitud que sus descendientes posteriormente perdieron. Las aptitudes que demuestran haber tenido constituyen el fundamento sobre el que se construyeron los numerosos mitos del paraíso que registra la historia. Si nuestros ancestros paleolíticos no hubiesen sido seres íntegros, ni tenido un vasto conocimiento del mundo en que vivían, si hubiesen vivido en permanente conflictos con bandas rivales, nuestra especie se habría extinguido hace muchos miles de años.

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EDICIONES UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE

Vicerrectoría de Comunicaciones y Extensión Cultural

Av. Libertador Bernardo O’Higgins 390, Santiago, Chile

[email protected]

www.ediciones.uc.cl

VENTURA Y DESGRACIA DEL HOMO SAPIENS

Gastón Soublette

© Inscripción Nº 2023-A-6191

Derechos reservados

Mayo 2023

ISBN Nº 978-956-14-3116-4

ISBN digital Nº 978-956-14-3117-1

Diseño: Francisca Galilea R.

Diagramación digital: ebooks Patagonia

www.ebookspatagonia.com

[email protected]

CIP-Pontificia Universidad Católica de Chile

Soublette, Gastón, autor.

Ventura y desgracia del homo sapiens / Gastón Soublette.

1. Antropología cultural y social.

2. Origen del hombre.

I. t.

2023 301 + DDC23 RDA

La reproducción total o parcial de esta obra está prohibida por ley. Gracias por comprar una edición autorizada de este libro y respetar el derecho de autor.

ÍNDICE

PARTE I

Creación de Adán

Origen de la figura de Adán

La prueba de la libertad

El germen del mal

PARTE II

Emergencia de la función consciente

De la magia

La integridad original

· PARTE I·

Este libro trata del mito del paraíso y la caída de la humanidad, tema que, con diferentes variantes, aparece en ciertas tradiciones de antiguas culturas de Oriente y Occidente. El cual posteriormente fue transferido a la teología bíblica, y al que hoy la antropología comienza a aproximarse en sus investigaciones sobre quiénes fueron y cómo vivieron nuestros ancestros de hace decenas de miles de años.

Con relación a esto último, lo que se intenta hacer es descubrir qué características de esa primera humanidad pueden haber servido de base a los muchos mitos del paraíso, la ventura original y posterior desventura de nuestros ancestros anteriores a la revolución agraria y a la emergencia del fenómeno de la civilización.

En ese sentido la antropología más avanzada ha llegado a conclusiones que hace un siglo habrían sido inimaginables acerca del Homo sapiens paleolítico sobre el cual siempre ha pesado el prejuicio de que era poco menos que un animal con la apariencia de un hombre, concepción peyorativa de nuestros antepasados basada en la creencia gratuita de que los modos de vida que comenzaron a darse en el mundo desde la revolución agraria y el surgimiento de las sociedades de producción, con sus ciudades, su población sedentaria y sus jerarquías sociales, son los únicos dignos del ser humano.

En lo que se refiere a los mitos que describen el estado venturoso en que habrían vivido los representantes de una primera humanidad, por así llamarla, entre los que se destaca la versión bíblica, nos plantean una interrogante en el sentido de si se trata solo de ficciones narrativas sin un referente real, pero que contienen enseñanzas acerca de la naturaleza humana, o se trata de relatos procedentes de tradiciones de larga data sobre lo que fue realmente esa antigüedad tan lejana, las que después se habrían transmitido a la posteridad bajo la forma de narraciones mitológicas.

Con relación a lo dicho antes y en lo que se refiere a los capítulos iniciales del Génesis de la Biblia, aquellos que versan sobre el origen del hombre, el paraíso terrenal, y la caída de la humanidad, se puede adelantar como conocimiento cierto y seguro que el relato que en ellos se lee está constituido en buena parte por ficciones narrativas destinadas, sobre todo, a reforzar el monoteísmo israelita y a rechazar, no sin violencia, la cosmovisión y las prácticas cultuales del paganismo circundante en el Medio Oriente, las cuales amenazaron con desviar la orientación espiritual del pueblo de Israel durante dos milenios, tema que se desarrollará más adelante.

Pero esto se dice sin perjuicio de que, en principio, y a juzgar por el tenor del texto, se entiende que la intención del autor ha sido también la de enseñar a su manera, cómo creó Dios el mundo y en él a la especie humana a partir de una pareja primordial.

En este sentido cabe puntualizar que el autor del Génesis compuso el texto con elementos narrativos preexistentes y de público conocimiento en la antigüedad Medio Oriental, tomados de las culturas sumeria, accadia y cananea. Se trata de una serie de metáforas procedentes en su mayor parte del célebre poema de Gilgames, epopeya mesopotámica que gozó de la fama de ser la obra literaria suprema de la antigüedad prehelénica.

Este empréstito cultural por el que, en un texto religioso monoteísta hebreo, se emplea todo un imaginario procedente de una obra de literatura épica pagana, solo se explica en cuanto esos elementos narrativos son empleados por el hagiógrafo en una actitud polémica, con lo cual se quiere decir que fueron utilizados justamente para demostrar al pueblo de Israel que todo eso era radicalmente incompatible con la fe en Iahvé, el único y verdadero Dios.

Del poema de Gilgames el redactor habría tomado las referencias correspondientes a la estepa inculta original de Mesopotamia de cuya arcilla o polvo Dios modeló el cuerpo de Adán; el jardín de Edén; la desnudez adámica; el árbol del fruto prohibido; la seducción de Eva por la serpiente y de Adán por su mujer para desobedecer al mandato divino de no comer del fruto de ese árbol; el imperio de la muerte sobre la familia humana; y el así llamado «árbol de la vida».

En lo que se refiere a la serpiente que sedujo a Eva, su procedencia parece hallarse en los ritos de fecundidad de Canaán, territorio en el que vivió el pueblo de Israel durante dos milenios.

La estepa inculta antes mencionada era en esos remotos tiempos un amplio territorio situado entre los ríos Tigris y Éufrates, en el cual, un pueblo prehistórico de agricultores (cultura de Obeid) emprendió la obra de regar mediante una red de canales, la que con el correr de los siglos llegó a ser extremadamente compleja y vasta, activando al máximo la fertilidad potencial de ese territorio. Tal fue la base agropecuaria de la posterior cultura de Sumer, la más antigua de Occidente, la que inauguró en esa región la agricultura de regadío en gran escala.

Se discute si ese territorio ocupado por la civilización sumeria se limitaba solo a la parte sur de Mesopotamia, pues posteriormente los de Sumer fueron dominados por los accadios, quienes asumieron la cultura de aquellos. Así los reyes de la época se designaban a sí mismos como monarcas de Sumer y Accad, uniendo el sur con el norte.

Es probable que el autor del Génesis al referirse al jardín que Dios plantó al Oriente (Mesopotamia) en Edén, haya tomado como ejemplo el jardín sumerio que también fue plantado en Edén, pues esta palabra procede del accadio (lengua del pueblo semita que dominó a los sumerios), la cual significa «estepa», de manera que la expresión «jardín de Edén» significa jardín de la estepa, esto es, plantado en un territorio que fue estepario y que después fue tierra de regadío, de mucha fertilidad.

En su lengua originaria esa palabra es «Edín», y los hebreos buscando una palabra en su idioma que se le asemejara usaron la voz Edén que significa «delicia». De todos modos, el texto bíblico la utiliza para designar un lugar geográfico cuya ubicación, si bien hace referencia a la estepa mesopotámica, no se conoce su ubicación.

El texto bíblico correspondiente se halla en Gen 2, vers. 8 y siguientes:

«Plantó Iahvé Dios un jardín en Edén, al Oriente (de Palestina), y puso en él al hombre que había formado. Y Iahvé Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles deleitosos a la vista y buenos para comer, también el árbol de la vida en medio del jardín y el árbol de la ciencia del bien y del mal.

De Edén brotaba un río que regaba el jardín y se dividía desde ahí en cuatro brazos. El nombre del primero es Pisón; este rodea todo el país de Havilah, donde hay oro. Y el oro de este país es bueno; allí hay también bedelio y ágata. El nombre del segundo río era Guijón; este rodea todo el país de Kush. El nombre del tercer río es Tigris (corriente veloz); este corre al oriente de Assur (Asiria). Y el cuarto río es el Éufrates (gran vasija)».

De estos cuatro ríos conocemos solo dos de ellos, el Tigris y el Éufrates, los otros dos, Pisón y Guijón, nos son hasta hoy desconocidos.

Ahora bien, si el hagiógrafo tomó como modelo el jardín de regadío sumerio para elaborar la imagen del jardín de Dios, situándolo en Mesopotamia y haciendo brotar árboles y hierbas donde antes no los había, aludiendo también al manantial que regaba esa tierra, pero no precisando su ubicación (que por lo visto, parece aproximarse más a la región septentrional de Mesopotamia), debemos entender que se trata de un arquetipo y no de un jardín real, al igual que lo es la pareja primordial, símbolo de la primera humanidad. En este sentido el jardín de Dios puede estar en cualquier región del mundo, lo cual sin embargo no parece avenirse con la mentalidad del hagiógrafo quien tiene una idea muy restrictiva de la creación de los humanos y su hábitat terrestre. Él no se aparta del área donde ha transcurrido la historia de los pueblos del Medio Oriente, solo se aleja prudentemente de Canaán (Palestina) hacia el oriente.

Esta ficción narrativa obedece probablemente a la necesidad de iniciar el relato de los orígenes de la humanidad desde la etapa pre agraria, la de la recolección de frutos, lo que en el texto del Génesis se representaría como un estado de inocencia original, pues el jardín en cuestión, según las características que se le atribuyen en el texto bíblico, solo ofrece a nuestros primeros padres árboles de hermoso aspecto que dan buenos frutos para comer. En ese sentido entonces y pese a las coordenadas geográficas que sitúan el jardín en Mesopotamia, se trata, como antes se dijo, del jardín del mundo o jardín original de la tierra, en abstracto, de donde surgió nuestra especie libre de todo mal. Por eso no es erróneo suponer que el autor del Génesis haya estado informado de lo que antiquísimas tradiciones orales relataban sobre ese lejano pasado de la humanidad, antes de que el mal viniera a corromper la creación en su etapa culminante.

De todo lo dicho se deduce que el autor del Génesis le atribuye al jardín paradisíaco plantado por Dios una doble función. Por una parte, es el jardín original de la tierra, libre de todo mal, y por otra parte es el jardín histórico plantado entre los ríos Tigris y Éufrates de todos conocido en esos tiempos. Así, la transgresión cometida por nuestros primeros padres, en un sentido, concierne a toda la humanidad, y en otro sentido es una advertencia dirigida específicamente al pueblo de Israel acerca de la tentación que lo asechaba constantemente de traicionar su fe monoteísta para caer en la idolatría, como se explicará más adelante.

En lo que se refiere a lo primero, y como antes se hizo notar, no es improbable que el hagiógrafo estuviese informado de lo que enseñan antiquísimas tradiciones sobre la primera humanidad y su estado de inocencia e integridad. Y en lo que se refiere a lo segundo, la advertencia que esos textos contienen, dirigida a reforzar la fe monoteísta del pueblo de Israel, está basada en el supuesto cierto de que el texto fue escrito en una época tardía de la historia de ese pueblo (siglo VI a. C.), lo cual a su vez supone que la experiencia de la tentación de la idolatría pesaba sobre Israel desde muchos siglos antes.

Cabe considerar también que el cuadro inicial de la vida de nuestros primeros padres, carentes de todo artificio de la industria humana, sin necesidad de cubrir sus cuerpos con el vestido ni guarecerse en viviendas para su seguridad, habitando un mismo espacio con toda suerte de animales, incluidas las fieras, y alimentándose solo del fruto de los árboles, sin padecer necesidad de nada ni verse obligados a concebir un plan de vida que diera sentido a su existencia, se parece mucho a las descripciones de la edad de oro del mito helénico de las cuatro edades del mundo, y del mito chino de las diez edades. En ese sentido es probable que Hesíodo (Los trabajos y los días) y todos aquellos que describieron a la humanidad originaria en esos mismos términos, se hayan basado en tradiciones que llegaron a ser conocidas procedentes de culturas más antiguas.

Pero si ese cuadro, aunque breve en su formulación escrita, tiene el mismo sentido del de la versión helénica de la edad dorada, hay algo en él que es específicamente israelita y que marca la diferencia, y eso de específicamente israelita que tiene la versión bíblica es la presencia manifiesta de Dios en el mismo territorio habitado por el hombre. No es improbable entonces que la descripción del estado paradisíaco de la humanidad que leemos en el Génesis tenga un carácter polémico en la intención del hagiógrafo, quien parece no ignorar que ha habido otras descripciones semejantes, las que han sido de público conocimiento. Por eso la presencia manifiesta de Iahvé Dios en el jardín de Edén constituye una especie de llamado al orden exigido por la fe monoteísta.

El texto bíblico correspondiente es el siguiente: «Dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen como semejanza nuestra, que señoreen sobre los peces del mar y las aves del cielo, las bestias y todos los animales terrestres, y todos los reptiles que se arrastran sobre la tierra. Creó pues Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios los creó, varón y hembra los creó. Después los bendijo Dios con estas palabras: Sed fecundos, multiplicaos y henchid la tierra y sometedla. Mandad en los peces del mar y en las aves del cielo y en todo animal que anda sobre la tierra». Esta cita corresponde a Gen 1, 24-28, y en ella Dios es llamado con el nombre de Elohim, palabra que se traduce como las «potestades». Se trata de un plural que, por su función gramatical en la fraseología, se entiende que es usado como si fuera un singular. Se usa también para designar a todos los seres espirituales. En ese sentido serían también elohim los ángeles y aun los dioses de otros pueblos. Se asemeja esta palabra a la voz «Pillán» de la lengua mapuche la cual es usada para designar indistintamente al ser supremo y a las otras potestades del panteón mapuche en cuanto todas tienen en común el hecho de no estar encarnados en un cuerpo material.