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Este ensayo comienza exponiendo lo que no sabemos, es decir las preguntas fundamentales que se hace el ser humano con respecto a su propia existencia y la del Universo. Durante milenios las diferentes religiones han intentado explicar estos enigmas mediante mitos y dogmas no demostrados. Todas las religiones han atribuido a uno o más dioses la creación de todo cuanto existe. Estas explicaciones religiosas, solo mantenidas por la fe, se enfrentan en la actualidad a las hipótesis y hallazgos científicos, que contradicen casi por completo los dictámenes religiosos, aunque tampoco todas sus respuestas se hayan verificado. En todas estas cuestiones aparece la figura de Dios, un Dios laberíntico y cambiante que el hombre ha contemplado de diferentes maneras a través de la Historia. ¿Pero podemos saber qué o quién es Dios? En la primera parte de El laberinto de Dios se analizan los diferentes modelos de Dios. Se explora después el Universo y el origen de la vida, para finalizar con una reflexión acerca de nuestra conciencia y nuestro cerebro. No se pueden ofrecer respuestas, pero sí una reflexión sobre las alternativas que se han propuesto, tanto científicas como religiosas.
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Seitenzahl: 134
Veröffentlichungsjahr: 2016
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El laberinto de Dios
Manuel Casanova
ISBN: 978-84-15930-70-9
© Manuel Casanova, 2015
© Punto de Vista Editores, 2015
http://puntodevistaeditores.com
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.
ÍNDICE
BIOGRAFÍA DEL AUTOR
LO QUE NO SABEMOS
1. UN DIOS LABERÍNTICO
Religiones y dioses
Modelos de Dios
El modelo bíblico
El modelo de Jesús
El modelo de la Iglesia
El modelo posmoderno
¿Por qué hay religiones?
O Dios o nada
2. EL UNIVERSO
La nueva física
¿Cómo empezó todo esto?
El problema de las leyes
El principio antrópico
Infinitos universos
Problemas con el tiempo
3. VIDA Y EVOLUCIÓN
El origen de la vida
Evolución
El sentido de la vida
4. EL PROBLEMA DIFÍCIL
La conciencia
EPÍLOGO
LIBROS CONSULTADOS
BIOGRAFÍA DEL AUTOR
Manuel Casanova nació en Toledo el 19 de febrero de 1941 y es doctor en Medicina. Estudió en la Universidad Complutense de Madrid, licenciándose en 1965.
Trabajó como médico rural en Bailén (Jaén) en 1967 y posteriormente en el antiguo Hospital Provincial de Madrid. Obtuvo la especialidad de Cardiología en 1971 y ese mismo año se vinculó al Servicio de Cardiología Pediátrica del Hospital Infantil de La Paz, formando parte de uno de los equipos pioneros del tratamiento de las cardiopatías congénitas en España. Perfeccionó esta especialidad en el Children's Hospital de Boston (Massachusset) en el año 1973. En 1976 obtuvo por oposición la plaza de jefe de Sección de Cardiología Pediátrica en el Hospital Ramón y Cajal de Madrid, asumiendo en 2003 la responsabilidad del Servicio hasta su jubilación en 2010.
Es autor de numerosos artículos de la especialidad, así como de colaboraciones en libros de cardiología pediátrica. Al margen del ámbito profesional ha escrito cinco novelas inéditas y el presente ensayo.
“What does It All Mean?”
Thomas Nagel
"¡Si supiese Dios cuánto le debe a Bach!"
Emil Cioran
LO QUE NO SABEMOS
Sea uno ateo o creyente es imposible eludir a Dios cuando nos planteamos el misterio de nuestra existencia. ¿Por qué existo en vez de no existir? ¿Por qué existe todo lo que existe? Sólo sabemos que vivimos en un espacio tridimensional inmenso llamado Universo que comenzó una vez, sin que sepamos por qué, y que no ha dejado de expandirse, aunque no sabemos hacia dónde ni sobre qué se expande. En nuestro planeta —un minúsculo lugar de este Universo—, hace millones de años, unas determinadas moléculas comenzaron a autoreplicarse, tampoco sabemos por qué, y apareció la vida. Esta vida evolucionó formando seres cada vez más complejos guiada por un proceso llamado selección natural, que sabemos que existe pero ignoramos por qué se puso en marcha. La ciencia afirma que todo lo que existe, desde una ameba a la más lejana galaxia, se rige por unas determinadas leyes, las leyes de la naturaleza, que se consideran inmutables, aunque no sepamos por qué, ni cuál es su origen ni por qué son las que son y no otras. Desconocemos también el destino último de nuestro Universo y el nuestro propio como seres humanos. En todas estas cuestiones subyace la idea de Dios. Para negarlo o para afirmarlo, pero es un punto de referencia que no se puede soslayar: Dios como premisa o Dios como conclusión; Dios existente o inexistente; Dios malvado o Dios creador. ¿Pero quién o qué es Dios?
1. UN DIOS LABERÍNTICO
Religiones y dioses
Es obvio que Dios y religión no son la misma cosa. Son conceptos relacionados, pero distintos, y deben discutirse de manera independiente. Sin embargo, las personas religiosas creen que su religión —sea ésta cristiana, islámica o cualquier otra— emana de Dios y para ellas los conceptos Dios y religión suelen ser inseparables. Paradójicamente, muchos ateos caen en un error parecido y cuando niegan a Dios piensan que también debe ser negada la religión. Sin embargo, hay religiones sin Dios y dioses sin religión. Las religiones son un conjunto de ritos, normas y preceptos, de diferente complejidad, cuyo origen se puede constatar históricamente; pero Dios es sólo una hipótesis, al menos mientras no pueda ser demostrada su realidad de manera científica, lo cual todavía no ha ocurrido. Sucede lo mismo con otras hipótesis de la ciencia moderna que se toman en consideración aunque todavía no estén demostradas, como la gravedad cuántica o la energía oscura.
Un segundo aspecto que es necesario tener en cuenta es que el nivel de credulidad humano es directamente proporcional al grado de información que posee en un momento dado. No es comparable la capacidad de creer y comprender de un sujeto del siglo I con la de un individuo del siglo XXI. Esto también se olvida a menudo y un ejemplo evidente es la obstinación de la Iglesia católica en mantener algunos dogmas y verdades pertenecientes a la Edad Media, que si en esa época fueron creíbles, hoy en día no son convincentes. De igual modo, algunos ateos de este siglo, cuando combaten a Dios, hacen referencia a modelos antiguos, como el Dios bíblico, dando por ciertas las atrocidades que se describen en las Escrituras.
También hay que tener en cuenta el tipo de enseñanza recibida. El concepto que tiene de Dios y las religiones quien ha recibido una educación laica, es muy diferente al que tienen las personas educadas bajo normas religiosas, sean católicas, islámicas o de cualquier otra índole. Los niños españoles de mi generación, por ejemplo, fuimos educados en un catolicismo muy radical y es interesante analizar cómo evolucionó nuestro pensamiento. A grandes rasgos hubo tres tipos de evolución. Algunos continuaron siendo fieles creyentes y siguieron cumpliendo con los ritos católicos: ir a misa, confesarse, comulgar, etc. Otros reaccionaron visceralmente contra la tiranía eclesiástica y abrazaron el ateismo con precocidad. Por último —y ésta es en mi experiencia la evolución más frecuente—, muchos adoptaron una posición “moderada” en la que, sin abandonar por completo sus creencias, prescindieron de ritos y liturgias y arrinconaron la idea de Dios en un lugar de su mente donde, sin dejar de estar, no creaba demasiados problemas en la vida cotidiana. El pecado quedó reducido a los actos que la sociedad moderna considera execrables, como robar o matar, y algún otro delito no especificado por la Iglesia como la pederastia y el genocidio. El resto de los llamados pecados capitales quedó tamizado por una suave tolerancia, cómoda para vivir y apta para disfrutar de los placeres terrenales. Por lo demás, muchas de esas personas han seguido casándose por la Iglesia, bautizando a sus hijos y asistiendo a funerales. Tampoco han abandonado, en el lenguaje coloquial, expresiones como “Gracias a Dios”, “Dios te oiga”, “Bendito sea Dios” y tantas otras, sin olvidar el tremendo “Hasta mañana si Dios quiere”, vestigio de una época tenebrosa en la que los curas te inculcaban el terror de que podías morir inconfeso durante el sueño.
Estas personas suelen autodenominarse agnósticas, una postura cómoda semejante al no sabe/no contesta de las encuestas. Hay diferentes tipos de agnosticismo, pero todos tienen en común la indefinición.
Imaginemos que uno de estos agnósticos quiere abandonar esa indefinición y decantarse por una creencia más sólida: abrazar una religión o declararse definitivamente ateo. ¿Cómo debe contemplar hoy el concepto de Dios ese individuo occidental no agresivo, no fanático, no religioso, de cultura media o alta, probablemente educado en el cristianismo y con acceso a cualquier fuente de información?
Modelos de Dios
Cuando le preguntaban a Carl Sagan si creía en Dios, respondía preguntando a su vez qué entendía su interlocutor por Dios. La respuesta solía ser: “¡Oh! Ya sabe usted, Dios. Todo el mundo sabe quién es Dios”. O bien: “Pues un tipo de fuerza superior a nosotros y que existe en todos los puntos del universo”. Parece que cada persona tiene su propio concepto de Dios, pero entonces ¿a qué o a quién nos referimos cuando nombramos a Dios?
Si escribimos dios con minúscula, como un sustantivo, se entiende que nos referimos a uno de los múltiples dioses o deidades que hemos relegado a las diversas mitologías. Pero si le otorgamos la categoría de nombre propio y escribimos Dios con mayúscula (o sus respectivas equivalencias en otros idiomas), no habrá duda de que nos referimos al Dios de las tres religiones monoteístas: judaísmo, cristianismo e islam. Sin embargo, Dios es una palabra no demasiado antigua. Deriva del latín deus, ‘deidad’, y antes de Roma hubo muchos dioses y muchas civilizaciones. Es seguro que en tiempos de Abraham o Moisés no se le llamaba Dios a Dios. Este vocablo latino, escrito con mayúscula, fue instaurado por la Iglesia para unificar un sinfín de nombres y conceptos y es el nombre que utilizan hoy en día tanto creyentes como ateos. Veremos que existen por lo menos cuatro modelos diferentes de este Dios.
Según los expertos el vocablo dios procede de la voz dyeus, que era la deidad suprema de los pueblos protoindoeuropeos (4000 a.C) y se definía como ‘el titular del cielo luminoso’. Dyeus se conservó en el idioma sánscrito y habría originado entre otros el theos griego (Zeus) y el deus romano (Júpiter tendría su raíz en dius-pitar, ‘padre de los dioses’) con el significado genérico de ‘deidad’.
El modelo bíblico
Yahvé, el Dios del Génesis, es una de las divinidades más antiguas de la Historia. Es el genuino Dios bíblico, ya que la Biblia que hoy conocemos, la que integra el Antiguo y el Nuevo Testamento, es una compilación de la Iglesia cristiana relativamente tardía. Antes, la religión hebrea estaba contenida en diversos libros sagrados, escritos en hebreo y arameo, que no constituían un canon, y en conjunto recibían el nombre de Tanaj, nombre que los judíos siguen usando en la actualidad. La redacción definitiva de la Biblia cristiana, con la inclusión del Nuevo Testamento, no se realizó hasta el Concilio de Hipona, en el año 393 d.C.
La Biblia, o el Tanaj, es una recopilación de relatos orales de muy diverso origen, que fueron compilados y ensamblados por uno o varios escritores anónimos. Con bastante torpeza, por cierto. El compilador cae en frecuentes anacronismos y en ocasiones transcribe dos versiones del mismo relato sin preocuparse de si son contradictorias. Quizás el compilador bíblico tratara de fusionar la tradición oral de distintas tribus de Israel, no encontrando mejor solución que escribir de manera consecutiva las dos versiones de un mismo suceso.
Véanse las dos narraciones consecutivas y diferentes de la Creación que relata el Génesis. En la primera versión, Dios crea primero a los animales y por último crea, al mismo tiempo, al hombre y a la mujer. A partir del versículo 5 se hace otra descripción menos detallada de la creación, en la cual Adán aparece antes que los animales y antes que Eva, que nace de su famosa costilla. En el relato del Diluvio también pueden diferenciarse dos versiones.
Yahvé era un dios exclusivo del pueblo judío, celoso de otros dioses y enemigo de los enemigos de Israel. No hay en todo el Antiguo Testamento ningún intento de universalizar la religión hebrea, sus patriarcas y profetas no hacen proselitismo, son el pueblo elegido y consideran a los gentiles indignos de participar en sus creencias. Yahvé sólo firma su pacto con Israel y ofrece a los judíos tierras fértiles, que no siempre consiguen, y abundante descendencia. Otras veces se olvida de su pueblo y tarda en oír sus lamentos, entonces se encoleriza y devasta ciudades y comete genocidios en masa. El ataque furibundo de los ateos contra Dios se sustenta en gran medida en los actos de barbarie divina que se describen en el Antiguo Testamento. Suelen afirmar: “Dios no existe, pero si existiera sería un malvado”. Esto es una falacia: se juzgan con mentalidad del siglo XXI acontecimientos de la más remota antigüedad y se da carta de consideración a relatos míticos que quizá no fueron otra cosa que plagas o desastres naturales, o simplemente no ocurrieron. Lo cierto es que cada pueblo crea los mitos que necesita. Los dioses del Olimpo no eran menos crueles que el dios hebreo. No es probable que los antiguos judíos considerasen un malvado a su dios. En la antigüedad, el comportamiento de Yahvé debió ser no sólo justificable, sino conveniente para su pueblo, sobre todo si consideramos que la conducta humana en aquella época no debía ser menos atroz. El Dios bíblico, despiadado y feroz, era el que necesitaba el pueblo hebreo.
Por si acaso, ni en las familias ni en los colegios católicos españoles se enseñaba la Biblia. Se nos decía que era un libro para personas formadas, por lo que en el bachillerato estudiábamos un texto adaptado, llamado Historia Sagrada, que ofrecía una versión abreviada del Antiguo Testamento, en la que se omitían la mayor parte de las atrocidades cometidas por Dios. Sabíamos sin embargo –por las películas o por las novelas– que los protestantes leían la Biblia en familia y en sus iglesias se cantaban salmos y motetes inspirados en los profetas, y nos preguntábamos por qué los protestantes (a pesar de estar demonizados por el Vaticano) estaban más formados que nosotros para leer el sagrado libro.
Los judíos creían que era una falta de respeto pronunciar el nombre de su dios, de ahí que en el Antiguo Testamento se le adjudiquen diferentes nombres, como Adonay o El-Shaday , que no son en realidad nombres, sino apelativos reverenciales: ‘el Salvador’, ‘el Poderoso’, etc. (Aún hoy, en algunos textos religiosos judíos se escribe D-os en lugar de Dios). El nombre Elohim, que figura en el primer versículo de la versión hebrea del Génesis, ha dado origen a una curiosa polémica, muy aprovechada por los ateos beligerantes. La Biblia en hebreo comienza con las palabras Bereshit bara Elohim et hashamayim ve’et ha’arets, que en todas las Biblias del mundo se traduce como En el principio Dios creó los cielos y la tierra. Ahora bien, Elohim en hebreo es plural y la traducción literal sería ‘dioses’. Los autores críticos han aprovechado este detalle para proclamar que, en sus inicios, el pueblo judío adoraba a varios dioses, ya que Elohim parece ser el plural de El, el dios cananeo más importante. (Lo sorprendente es que el Vaticano se hizo eco de estas afirmaciones y ofreció dos explicaciones: la primera, que se trataba de un plural mayestático; la segunda, totalmente surrealista, que era un anuncio divino de la Trinidad).
Los historiadores coinciden en que en su origen la religión judía fue politeísta, igual que otras religiones de su entorno. En el Pentateuco se reconoce la existencia de otros dioses (Éxodo 15-11; 20-3; 20-5), aunque siempre inferiores a Yahvé (Es lo que los expertos llaman henoteísmo). Se cree que los hebreos no fueron monoteístas hasta que Moisés los sacó de Egipto, y algunas hipótesis sostienen que podrían haberse inspirado en el culto egipcio a Atón, la primera religión monoteísta de la historia, para construir su propio monoteísmo. Concentrar todo el impulso espiritual en un solo dios es un arma política de primer orden y es posible que, después de la unificación de Israel, sus reyes y sacerdotes utilizaran este vínculo para gobernar al pueblo. No es extraño que cuando Dios habla a Moisés en el episodio de la zarza ardiente, éste pregunte: “¿Quién diré que me ha hablado?” Que es como decir, ¿cuál de los dioses que adora mi pueblo eres tú? La pregunta no encoleriza a Dios, que responde con las enigmáticas palabras: “Yo soy el que soy”. Y añade: Éste es mi nombre (Yahvé) para siempre; con él se me recordará por todos los siglos (Éxodo 3,15). Y más adelante afirma: Yo me aparecí a Abraham, a Isaac y a Jacob como Dios Omnipotente, pero con mi nombre Yahvé no me di a conocer a ellos (Éxodo, 6,3)
Según los expertos, Dios dijo llamarse YHVH, palabra hebrea sin vocales, conocida como tetragrama o tetragrámaton, que los judíos primitivos no pronunciaban. Hacia el siglo VI algunos rabinos se atrevieron a utilizar algunas vocales creando el nombre Yahvé. El apelativo Jehová aparece por primera vez en una traducción del siglo XVI.
Parece evidente que el dios de Moisés no era el dios de Abraham ni el de su nieto Jacob. Ambos debían adorar al dios cananeo El. Hay un misterioso pasaje en la Biblia (Génesis 32:28) en el cual Jacob lucha toda la noche con un extraño. Al alba cesa la contienda y el extraño le dice: “Ya nunca te llamarás Jacob, sino Israel, porque has luchado con Dios”. En efecto, Isra-el se traduce como ‘Dios lucha’, es decir, ‘el que ha luchado con El’. Es la primera vez que se menciona en las Escrituras el vocablo Israel, que dará nombre a todo un pueblo.
Se sabe por los textos encontrados en Ugarit que, aunque de origen mesopotámico, El