El Medioevo peronista - Fernando Iglesias - E-Book

El Medioevo peronista E-Book

Fernando Iglesias

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Beschreibung

Volveremos, en los años setenta. Vamo a volvé, en 2019. ¿En qué consiste el Medioevo Peronista? ¿Por qué se produce su eterno-retorno? ¿Es cierto que nuestros días más felices siempre fueron peronistas? ¿Será que el peronismo es un intérprete legítimo de las aspiraciones de democracia y justicia social argentinas? ¿O será que las promesas enunciadas por la Leyenda Peronista y su hijo, el Relato Kirchnerista, son más importantes a la hora del voto que la descorazonadora realidad? La Argentina del siglo XXI permanece atrapada en su Día de la Marmota, un tiempo circular como el de aquella película en la que el protagonista se despierta, cada día, reviviendo el mismo día. ¿Estamos cerca o lejos de salir de nuestro Día de la Marmota? ¿Cómo hacerlo? ¿Cómo sobrevivir al Medioevo Peronista como individuos, y cómo superarlo como sociedad? ¿Tiene el país algún futuro que no sea este presente signado por el Medioevo y por la Peste? Este libro es un intento de responder a estas preguntas desde una perspectiva republicana y antipopulista; es decir, crítica del peronismo. Intenta hacerlo sobre la base de hechos comprobables de la historia y datos confiables de la realidad, y no en torno a fábulas, leyendas y relatos. Su autor espera que sea un aporte para que la superación del Medioevo Peronista y su eterno-retorno dejen de ser una utopía. ¿Lo logrará?

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Seitenzahl: 580

Veröffentlichungsjahr: 2020

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Fernando A. Iglesias

El Medioevo Peronista

y la llegada de la Peste

Iglesias , Fernando A.

El medioevo peronista : y la llegada de la peste / Fernando A. Iglesias . - 1a ed Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Libros del Zorzal, 2020.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-599-621-2

1. Historia Política Argentina. 2. An·lisis de Políticas. 3. Corrupción Política. I. Título.

CDD 320.0982

Imagen de tapa: collage sobre La boda, de Niccolò di Giacomo da Bologna. Ilustración de manuscrito iluminado.

Diseño de tapa: Osvaldo Gallese

©Libros del Zorzal, 2020

Buenos Aires, Argentina

Printed in Argentina

Hecho el depósito que previene la ley 11723.

Para sugerencias o comentarios acerca del contenido de esta obra, escríbanos a: <[email protected]>.

Asimismo, puede consultar nuestra página web: <www.delzorzal.com>

“El siglo veintiuno será de las democracias populares, por mucho que se opongan los anglosajones. Es, por otra parte, la línea ya perfilada por las corporaciones de la Edad Media que, a través de las democracias burguesas, vuelve a levantar sus banderas. La Revolución Rusa, Mussolini y Hitler demostraron al mundo que la política del futuro es del pueblo y, en especial, de las masas organizadas”.

Juan Domingo Perón (carta a John William Cooke)

Índice

Introducción. Tiempo circular y Día de la Marmota | 7

1. El Medioevo Peronista | 14

La camiseta de Boca | 19

La dimensión no geográfica de la grieta | 29

Peronismo o productividad | 33

La verdadera grieta argentina | 44

2. La leyenda del primer trabajador | 51

Los mejores días siempre fueron peronistas | 55

Los únicos que pueden gobernar este país | 81

Los que saben manejar la economía | 100

Los que hicieron crecer a la Argentina | 108

Los que construyeron las bases de la Nación | 121

Los que industrializaron el país | 148

Los que inventaron la Justicia Social | 158

3. Los trucos de la Leyenda y el Relato | 170

Truco 0: Psicopatear, psicopatear, psicopatear. | 173

Truco 1: Asumir en un “país incendiado” o una “tierra arrasada” | 178

Truco 2: No hacerse cargo nunca de nada | 191

Truco 3: Promover la sinécdoque anumérica peronista | 195

Truco 4: Generar un país de pequeños perones | 200

Truco 5: Masajear la megalomanía nacional y el narcisismo argento | 204

Truco 6: Robustecer la doble vara nacional | 211

Truco 7: Minguitearla, “se ’gual” | 214

Truco 8: Disfrazarse de payador perseguido | 226

Truco 9: Destruir la racionalidad | 234

Truco 10: Instalar fake-news históricas | 240

Truco 11: Gobernar solo para los propios | 254

Truco 12: No irse nunca | 258

Conclusión | 264

4. Los colaboracionistas | 268

Tribus colaboracionistas: las elites argentas | 269

Tribus colaboracionistas: los coreanitos del centro | 276

Tribus colaboracionistas: los alfonsinitos | 278

Tribus colaboracionistas: los betisarlistas | 281

Tribus colaboracionistas: los liberalotes | 286

Tribus colaboracionistas: la banda vaticana | 289

Tribus colaboracionistas: los cierragrietas | 293

Tribus colaboracionistas: el votante-champagne | 300

Conclusión | 302

5. Los errores de Cambiemos | 304

Optimismo exagerado, círculo rojo y metro cuadrado: la teoría duranbarbista de la política y la comunicación | 306

La ingenuidad frente al peronismo | 310

Un paciente en terapia intermedia | 315

Un fracaso de bolsillo | 319

¿Fue un fracaso el gobierno de Cambiemos? | 325

6. ¿Existe un futuro para la Argentina? | 339

¿Puede ser republicano el peronismo? | 339

¿Qué puede pasar? | 345

7. La llegada de la Peste | 352

Conclusión. El tamaño de mi esperanza | 363

Breve manual de autoayuda | 375

Bibliografía | 383

Introducción

Tiempo circular y Día de la Marmota

“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”.

Augusto Monterroso

Argentina es ese país al cual se vuelve después de un año y todo cambió, pero se vuelve después de veinte años y todo sigue igual. Así me dijo un señor que conocí en el tren de Roma a Bologna en diciembre de 2019, un abogado del sindicato de bancarios de la confederación sindical de izquierda italiana, la Confederazione Generale Italiana del Lavoro (cgil). Según me contó el señor, su tía usaba esa frase —que todos hemos escuchado en alguna de sus muchas variantes— para justificar sus pocas ganas de cruzar el mar y visitar a sus hermanas. Y sin embargo, en aquel momento, pocos días después de la asunción del séptimo gobierno peronista sobre diez desde la recuperación de la democracia, la frase cobraba un significado especial. La experiencia de Cambiemos había acabado en una derrota electoral y el peronismo reunificado volvía al poder de la mano de Cristina Kirchner, Alberto Fernández y Sergio Massa; tres sujetos que pocos meses antes se insultaban y amenazaban con la cárcel. Para 2023, cuando el gobierno de Fernández-Fernández termine, habrá concluido un período de cuarenta años de democracia durante el cual el peronismo habrá gobernado casi todo el tiempo gracias a la repetida operación de convencer a los argentinos de que el desastre nacional se ha desarrollado enteramente durante los pocos años en los cuales no gobernó.

El hecho comprobable de que en la Argentina todo cambia de un año a otro pero nada cambia en el largo plazo solo puede ser explicado por la vigencia de un tiempo circular; el tiempo de los ciclos naturales de las antiguas civilizaciones en que cada invierno era completamente diferente al verano que lo había precedido pero completamente igual a miles de inviernos anteriores y posteriores; un tiempo determinado por la repetición y el estancamiento; el tiempo sin evolución ni desarrollo que existía en el Medioevo antes de que la Modernidad inaugurara el progreso acumulativo y su correlativa idea de tiempo social lineal y progresivo. El tiempo argentino es el tiempo circular y repetitivo de los pueblos que Hegel describió como ajenos a la Historia; el tiempo premoderno cuyo lento paso podía medirse con relojes de sol y de arena; el tiempo medieval del eterno-retorno determinado por las ideas y las prácticas del peronismo que Borges definió magistralmente diciendo que tenía todo el pasado por delante.

La pregunta acerca de cuándo comenzó el tiempo circular del estancamiento argentino merece varias respuestas. Cuando el 10 de diciembre de 2023 finalice el gobierno de Alberto Fernández, también habrán pasado noventa y tres años desde el 6 de septiembre de 1930, fecha en la que Uriburu entró en la Casa Rosada acompañado de cerca por el joven teniente Juan Domingo Perón. Desde entonces, han sido muy pocos los gobiernos no encabezados por militares, por peronistas o por un militar peronista. Si excluimos a Ortiz y Castillo, cuyas presidencias estaban contaminadas por el fraude patriótico que les había dado origen, las apuestas de la sociedad argentina por la República fueron pocas, breves y espaciadas: Frondizi e Illia antes de la Dictadura y, después de ella, Alfonsín, De la Rúa y Macri. Y eso si dejamos de lado el hecho no banal de que Frondizi e Illia llegaron al poder en elecciones viciadas por la proscripción del peronismo. Se trata de cinco presidencias sobre un total de treinta y cuatro (contra doce presidentes militares y catorce presidentes peronistas), y de diecinueve años sobre noventa y tres: un año de cada cinco. Una nimiedad. La nada misma.

Son números concluyentes para dar una primera respuesta a nuestra pregunta: el tiempo circular de la decadencia nacional comenzó con el golpe de 1930, que dio origen al Partido Militar; se consolidó con el de 1943, que dio origen al peronismo, y sigue siendo el tiempo dominante de la política nacional. Terminada la Dictadura, la sociedad argentina realizó tres intentos de salir de ese laberinto; todos ellos culminados en derrocamientos o en derrotas electorales a manos del peronismo. Alfonsín, a quien sucedió Menem. De la Rúa, a quien sucedieron Rodríguez Saá, Duhalde y los Kirchner. Y Macri, a quien siguió Alberto Fernández.

¿Por qué se produce este eterno-retorno de la pesadilla peronista? ¿Será que nuestros días más felices siempre fueron peronistas, o es que los peronistas logran hacer que los argentinos solo recuerden esos días? ¿Se debe a que el peronismo es un intérprete legítimo de las aspiraciones de Democracia y Justicia Social, o será que las promesas eternamente incumplidas de la Leyenda Peronista y su hijo, el Relato Kirchnerista, resultan más importantes a la hora del voto que la realidad? ¿Será que los peronistas gobiernan bien o que —como dijo el General— no es que sean buenos gobernando sino que los otros han sido mucho peores, o será que es mejor no prestarle atención a lo que dicen los peronistas y el General? Cualquiera sea la respuesta que se dé a estas cuestiones es necesario concluir que son preguntas válidas, que merecen consideración más allá de las opiniones formadas, y que de esas respuestas depende la actitud que se tome frente al futuro argentino; un futuro que otra vez mira al pasado y que no parece ya augurar una salida del laberinto sino nuevos y vertiginosos loops por la espiral descendente en que se ha transformado nuestra Historia.

Tiempo circular. Eterno-retorno. Espiral descendente. Metáforas para explicar un fracaso reiterado y repetitivo; un fracaso en el cual las claves centrales son las mismas del fracaso anterior; un fracaso que en los momentos de auge peronista conduce al país hacia alguna forma atenuada de totalitarismo: de Derecha, en los Cincuenta del General; de Izquierda, en los Setenta de Cámpora y durante los años recientes, dominados por la figura de Cristina Kirchner. Un fracaso nacional que en sus escasos momentos de auge republicano no ha logrado conseguir más que alguna forma de empate catastrófico como el descripto por Gramsci, en el cual las dos fuerzas en pugna son incapaces de concretar su modelo de país pero son eficaces en impedir que la otra lo haga.

Tiempo circular. Eterno-retorno. Para aquellos que prefieren el cine a los tratados de filosofía, la Argentina está atrapada en un eterno Día de la Marmota1 como el de la película protagonizada por Bill Murray. En ella, una tormenta de nieve sorprende a un cronista infeliz y frustrado y lo sumerge en un bucle de tiempo en el cual se despierta, cada día, reviviendo el mismo día: el Día de la Marmota; el día en que las conductas imprevisibles de una marmota que sale de su hibernación son tomadas por una sociedad aparentemente civilizada como previsión razonable del curso de la Historia. Y bien, después de varios intentos de salir del tiempo circular y de varios suicidios seguidos de sus correspondientes resurrecciones, el personaje de El Día de la Marmota comprende que la única forma de evitar la repetición de sus frustraciones es cambiar su propia conducta, disminuir sus pretensiones, mejorar sus capacidades y cambiar su relación con las personas y con el mundo. Solo así logra quebrar el maleficio y salir del laberinto del tiempo circular hacia el futuro.

En todo caso, para lograrlo, una pregunta es relevante: ¿por qué el peronismo siempre logra volver, muchas veces, después de poco tiempo? ¿Qué es lo que impide a las fuerzas no peronistas enhebrar un período de al menos una década de gobierno como la que se necesita, como mínimo, para enderezar la proa del barco después de décadas de populismo y decadencia? ¿Qué impide a los no peronistas lo que al peronismo le resulta natural: llegar al poder y mantenerse en él, como hicieron el primer Perón, que gobernó nueve años (1946-1955), Menem, que gobernó diez (1989-1999), y los Kirchner, que gobernaron doce (2003-2015) y en 2019 volvieron?2

Este libro es un intento de responder estas cuestiones desde una perspectiva crítica del peronismo; es decir, republicana y antipopulista. Como los argumentos son muchos y reconocen variados campos, establecer un orden de enunciación comprensible es una hazaña incumplible. Para intentar poner un poco de orden en la argumentación, en primer lugar he optado por describir la esencia del Medioevo Peronista, en qué consiste y qué representa; en segundo lugar he analizado La leyenda del primer trabajador, es decir, los argumentos peronistas, seguidos por su correspondiente intento de refutación; el tercer capítulo —Los trucos de la Leyenda y el Relato— se ocupa de la descripción de los mecanismos utilizados por el peronismo para perpetuarse en el poder; en el cuarto —Los colaboracionistas— se describe a la incontable multitud que se declara no-peronista pero trabaja incansablemente a favor del eterno-retorno del partido fundado por el General; el quinto —Los errores de Cambiemos— ejerce una necesaria autocrítica tratando de no confundirla con la autoflagelación; en sexto lugar, intento responder a una pregunta crucial: ¿Existe un futuro para la Argentina?; séptimo lugar para una coda inesperada: La llegada de la Peste; y como conclusión, algo borgeano: El tamaño de mi esperanza, que incluye un muy poco borgeano manual de autoayuda para sobrevivir al Medioevo Peronista.

Sabrán disculparme. Este libro abunda en cifras aburridas y gráficos hostiles. Si prefieren, pasen a la página siguiente cuando los vean, pero se perderán algo importante. No es que quiera ensañarme con mis lectores. Es que para desmentir una Leyenda y un Relato resulta imprescindible concentrarse en el análisis de la realidad, lo que en una sociedad enorme y compleja como la argentina solo es posible recurriendo a las estadísticas. Lamentablemente, la política nacional ha caído en una forma de posmodernismo en el cual el análisis del discurso ha reemplazado al análisis de lo real. Sesudos papers, copiosos artículos y cerebrales ensayos usan como material propulsor las declaraciones de unos y de otros y sus correspondientes desmentidas, transformando el debate público argentino en una disputa de metarrelatos carentes de conexión con lo real. Esta barbarie se completa con el prejuicio antiestadístico de una Argentina prenumérica para la cual es posible conocer lo que sucede en una nación de cuarenta y cinco millones de habitantes sobre la base de las cien personas que nos rodean en el preciso punto geográfico en el que transcurre nuestra existencia.

País extraño, en Argentina sobra la gente que exige que su médico haga todos los análisis y chequeos posibles antes de tomar la trascendental decisión de sacarse una verruga pero frunce el ceño ante las estadísticas, convencida de que los números “son fríos” y “no reflejan la realidad”; al menos, no tan bien como las conversaciones con sus familias, sus amigotes y los taxistas y kiosqueros. Hoy, que ha quedado demostrado que no solo el peronismo puede terminar sus mandatos, el uso de las cifras resulta fundamental para desmentir el imaginario de la “tierra arrasada” instalado durante la campaña de 2019, según el cual el peronismo puede ser autoritario y corrupto pero es el único capaz de manejar eficientemente la economía; una afirmación que la Historia argentina ha desmentido con puntualidad y eficiencia.

“De un lado, las instituciones; del otro, la heladera”. Esta versión decadente del tradicional “Justicia Social o República” peronista, repetida acríticamente por los loros barranqueros del paleo-progresismo argento, les bastó para ganar las elecciones en 2019. “Veníamos bien y apareció el coronavirus” es su continuación, utilizada para intentar ocultar un fracaso que ya era evidente para febrero de 2020. He aquí dos modestas falacias presentadas como verdades evidentes por los muchachos peronistas, y que es necesario analizar y desmentir. Ojalá este modesto libro logre aportar un pequeño grano de arena al debate público argentino, ese debate democrático que quienes aman las tradiciones militares suelen denominar “batalla cultural”. Ese debate pluralista sin el cual la superación del Medioevo Peronista y su eterno-retorno continuará siendo un imposible. Porque Dato mata Relato, y la verdad es la única realidad, como dijo Aristóteles y se copió el General.

1

El Medioevo Peronista

Ojalá el único problema que planteara el peronismo fuera el de su eterno-retorno. Pero es peor. Es peor porque ese eterno-retorno no es más que la manifestación en el aspecto temporal del medievalismo que impregna todas sus concepciones; “la línea perfilada por las corporaciones de la Edad Media, que vuelve a levantar sus banderas”, según la formulación del General en su carta al Gordo Cooke. Es peor porque el peronismo logra sistemáticamente arrastrar a toda la Argentina hacia un proyecto de país que no es más que una rémora del pasado; el decantado de un conjunto de ideas sobre la sociedad, la economía y la política que ya eran obsoletas cuando nacieron, hace más de setenta años. La historia de su gestación es simple. La crisis global de 1930 trajo al mundo consecuencias similares a las que hemos presenciado en 2008: estancamiento de la economía, aumento de la pobreza y las desigualdades, descontento social, descreimiento en las instituciones y en la capacidad de representación de los parlamentos, repudio del sistema democrático-liberal, auge de los nacionalismos y de los liderazgos mesiánicos y antisistémicos, del pensamiento mágico, la superchería religioso-política, el pesimismo cultural y el rechazo de la Modernidad. Así llegaron al poder en Europa los totalitarismos de Derecha e Izquierda, con su pesada carga de desprecio por los valores universales; de estatismo, dirigismo y proteccionismo económicos; de resentimiento social y deseos de imponer un incendio regenerativo; de una hegemonía política basada en el partido único; de aspiraciones de reemplazar la democracia republicana y sus instituciones por regímenes corporativos basados en el verticalismo militarista y el disciplinamiento social.

A la Argentina, esa ola medievalista llegó junto con la crisis. En 1930, de la mano del golpe falangista de Uriburu, expresión de un nacionalismo autoritario cuyo proyecto era la “nación católica”3 propiciada por el Revisionismo Histórico elitista y basada en la unión de la Iglesia y el Ejército, la cruz y la espada. En 1943, con el golpe del Grupo de Oficiales Unidos (gou), que daría origen al peronismo, añadiendo a la alianza entre la cruz y la espada un elemento novedoso: el bombo, expresión de un nacionalismo autoritario plebeyo propiciado por el Revisionismo Histórico populista y basado en la unión entre el Ejército y los sindicatos, con la Iglesia bendiciendo el modelo. El modelo peronista es ese, el que Perón describió en 1949 en La comunidad organizada, recientemente reeditado con prólogo del actual jefe de Gabinete de ministros, Santiago Cafiero. Todas esas ideas surgidas y desarrolladas durante la crisis de los Treinta, que Perón había observado de cerca en su etapa de estudios en Italia, y que lejos de traer soluciones habían llevado al caos y la tragedia a Europa, encontraron una encarnación peronista en nuestro país. Y aquí siguen, persistiendo en el proyecto y en las prácticas que los gobiernos peronistas llevan adelante apenas se hacen con el poder.

La línea perfilada por las corporaciones de la Edad Media volvió a levantar sus banderas en nuestro país con el primer peronismo y ha generado un paisaje medieval que regentean hoy los gobernadores feudales del Norte, los jeques petroleros del Sur y los barones del conurbano. Y el peronismo y sus afanes modernizadores y democratizantes se han transformado en lo opuesto: una oligarquía dominada por sindicatos que parecen más gremios medievales que organizaciones modernas, por gobernantes convertidos en monarcas que reinan sobre empresarios transformados en súbditos y sobre ciudadanos devenidos en acólitos de una religión política; víctimas propiciatorias obligadas a pagar el diezmo y chivos expiatorios en los que expurgar su reiterado fracaso. Su corte medieval es un séquito de pajes papales y bufones nacionales y populares, siervos de la gleba estatales y vasallos dependientes de las limosnas otorgadas por la casta político-sindical. Gracias a su magna obra, en todos lados florecen los estamentos medievales: la nobleza peronista, el clero cardenalicio y el pueblo llano de Fuerte Apache y de Gregorio de Laferrere. Cada uno con su credo y su escolástica. Y todo el conjunto, bendecido por la más específica de las instituciones medievales: la Iglesia católica, con el Vaticano convertido por el primer Papa peronista en unidad básica barrial.

Las ideas económicas del peronismo, basadas en el trípode estatismo + proteccionismo + industrialismo, han sido incapaces de desarrollar un solo país desde hace al menos medio siglo; este medio siglo marcado por el auge de las producciones inmateriales, la economía del conocimiento y la globalización. El peronismo atrasa, y su medievalismo económico no es casual. Existe una línea directa entre el “combatiendo al capital” de la “Marcha peronista” y el pensamiento antimoderno, antiliberal y anticapitalista de la Iglesia, que mantiene su visión preconciliar del dinero como “excremento del demonio”, de la pobreza como estado de pureza y de la riqueza como síntoma de debilidad moral. Esa visión medieval de la economía se expande entre sindicatos modelados por la “Carta del Lavoro” mussoliniana y finaliza imponiéndose en la casta de empresarios sometidos al vasallaje y amigos del poder; ese capitalismo clientelista argento que no vive de la inversión y la innovación sino que caza en el zoológico, a la manera de las medievales cazas al zorro entre los castillos de la Loire y de Hampshire. Y lo que pasa en la economía sucede también en la política, donde las ideas autoritarias, antiliberales y antirrepublicanas del peronismo solo han traído atraso, opresión y sufrimiento a las sociedades en las cuales han sido aplicadas a lo largo del mundo y de la Historia; ya sea en sus formas de Derecha como de Izquierda. Aunque la crisis económica les haya dado nueva vigencia en buena parte del mundo avanzado, siguen siendo expresiones de un pasado premoderno y llevan a un escenario medieval. Para entenderlo, basta comprobar el efecto de su aplicación por décadas en la Argentina que, junto con los Estados Unidos, supo ser el paraíso de la movilidad social ascendente y se ha visto hoy transformada en una sociedad estamental, con sus castas determinadas por el nacimiento y la imposibilidad de transcenderlas mediante el esfuerzo individual y el mérito personal.

Lejos de ser vanguardia de la Historia, el populismo peronista impregna la escena política con los aromas putrefactos de la era monárquico-feudal medieval. En el lugar donde las revoluciones liberales y democráticas erigieron la República definida por el pluralismo y la diversidad, el populismo entroniza a la Nación definida por las circunstancias del nacimiento y la uniformidad cultural; donde construyeron la independencia de poderes, restaura al monarca y al caudillo que todo lo comandan desde el Ejecutivo; donde había federalismo, impone el Estado unitario y su caja domesticadora; donde existía limitación de poderes, reconstruye el viejo y querido poder absoluto central; donde crecía la interdependencia de los pueblos del mundo, sacraliza la soberanía nacional, expresión resucitada del poder soberano sobre el territorio y los súbditos; donde había Estado de derecho, hace crecer el despotismo y la arbitrariedad; y donde se había levantado una muralla que separaba la propiedad pública de la privada, el populismo santifica la apropiación del patrimonio estatal por el monarca y su corte. El proyecto populista no es contingente ni espontáneo. Por el contrario, tiene un objetivo preciso: la reducción del ciudadano autónomo de la Modernidad a la condición de cliente, esa versión posmoderna del siervo de la gleba. Desde luego, en plena era global de la información y el conocimiento, la epopeya populista está destinada al fracaso; lo que no quiere decir que no logre arrastrar a una entera sociedad al abismo. En este sentido, el peronismo es ejemplar.

Sin embargo, nada nuevo hay en él. El peronismo es la reencarnación argenta del viejo y querido bonapartismo, aquella invención política francesa que clausuró las conquistas liberales de la Revolución, defraudó sus aspiraciones democratizantes y restauró el antiguo régimen monárquico medieval bajo una fachada novedosa y pretendidamente moderna. El ex primer ministro francés Lionel Jospin ha resumido brillantemente las características centrales de aquel primer populismo de la Historia: jefe carismático directamente unido al pueblo, degradación del Parlamento, censura y amordazamiento de la información, domesticación de los contrapoderes, uso masivo de la propaganda, severas restricciones a las libertades públicas,4 naturaleza dictatorial del poder, represión de los opositores, utilización de la policía con fines políticos, manipulación de la opinión pública, centralización del Estado, búsqueda de la gloria exterior para suscitar el orgullo de los franceses y reunir la Nación alrededor del Ejército y del Emperador, que es padre y salvador de la Patria.5 Hasta el paralelo que Jospin traza entre el Primer Imperio bonapartista y su emperador, Napoleón, y el Segundo Imperio bonapartista y su emperador, Luis, recuerda extraordinariamente la sucesión entre el peronismo original y el actual: “Si los círculos dirigentes se distinguen por la misma búsqueda de prebendas y por el gusto por el dinero y la corrupción, la especulación es más pronunciada durante el Segundo Imperio”.6

El peronismo como restauración del Medioevo. Podríamos pasarnos horas y gastar decenas de páginas haciendo chistes sobre el mensajero papal Grabois, el paje de la reina Pichichi Scioli, el galanesco casanova Amado Boudou, el gnomo Axel y el bufón Dady Brieva. Pero no hay mucho que agregar a la caracterización del peronismo como fuerza medieval que no se haga evidente con un simple vistazo a los feudos de Formosa, La Pampa, La Rioja, San Luis y Santa Cruz, o a las baronías conurbanas de La Matanza, Almirante Brown, Berazategui, Moreno, José C. Paz y Florencio Varela, donde los muchachos peronistas gobiernan ininterrumpidamente desde 1983. Sin embargo, el Medioevo Peronista ejerce sus potestades e impone su eterno-retorno. El “Volveremos” de los Setenta se ha transformado en el “Vamo a volvé” de 2015-2019, y este, en el gobierno de Alberto Fernández. Desconocerlo, o menospreciar el profundo arraigo del peronismo en la sociedad argentina, es condenarse a la derrota. Porque para salir del Día de la Marmota hay que poder cambiar la propia actitud, y para hacerlo, comprender qué representa y a quiénes representa el peronismo es condición necesaria y fundamental. Y para eso, hay que entender las razones por las cuales la geografía de nuestro país se parece a la camiseta de Boca.

La camiseta de Boca

La idea de un país partido al medio y en guerra interna forma parte de la percepción que la sociedad nacional tiene de sí misma. Las metáforas para expresar esta fractura han ido desde la “grieta” señalada por Jorge Lanata hasta el “Hay dos bandos” que por casi una década esgrimió el ponciopilatismo vernáculo para lavarse las manos y justificar lo injustificable del kirchnerismo. Lejos de permitirnos ver más allá, esta módica enunciación de lo aparente configura uno de los mayores obstáculos a la comprensión de lo que sucede. En primer lugar, porque señalar que existe una grieta que separa a dos bandos es tan adecuado para describir a la Argentina de hoy como a la Chicago que se disputaban Eliot Ness y Al Capone. En segundo lugar, porque la Argentina está partida a la mitad, pero la comprensión de esta división en términos de mera disputa del poder por dos facciones políticas es solo la espuma de la espuma.

Los mapas electorales argentinos desmienten categóricamente esta visión simplista. Basta darles un vistazo para verificar que en las provincias centrales, las más productivas, avanzadas y desarrolladas, el Partido Justicialista y sus aliados han logrado alternarse en el gobierno con otras fuerzas políticas, pero nunca han logrado instalar ningún tipo de hegemonía. En cambio, el peronismo ha sido y sigue siendo hegemónico en los distritos donde subsisten los despojos de los fracasos del pasado nacional: 1) las provincias del Norte, que a fines del siglo xix quedaron relegadas como periferias de la economía agraria, y en las que proliferaron y subsisten formas monárquico-feudales de organización político-social: ayer, las dinastías y los caudillos conservadores, y hoy, las dinastías y los caudillos peronistas; 2) las provincias del Sur, en las que predomina el modelo extractivo típico de la producción petrolera y minera, y en las que comandan los jeques petroleros, las cajas estatales repartidoras de bendiciones y el clientelismo; 3) el conurbano de las grandes ciudades, donde el industrialismo de mano de obra intensiva perdió el rol progresista que desempeñara durante el siglo xx dejando a millones de sus habitantes sometidos a salarios miserables, trabajo en negro, contaminación ambiental y a la violencia desatada por la batalla por el territorio entre las patotas, los aparatos políticos, las barras bravas y las policías más bravas aún. Es el territorio de los barones del conurbano, que junto con los gobernadores feudales del Norte, los jeques petroleros del Sur y los gremialistas de aquí, de allá y de todas partes constituyen las castas privilegiadas, la nobleza feudal del sistema peronista. Son la columna vertebral del Medioevo, la que lo sostiene manteniendo amplias porciones del poder incluso cuando gobiernan otros partidos, y es esencial para garantizar el eterno-retorno.

El Norte, el Sur y el conurbano. Ninguno de estos tres sectores geográficos del país está integrado al sistema global de producción de valor, ni es viable sin los subsidios aportados por los demás sectores, ni sobreviviría si se lo trasplantara fuera del país. Es una parte de la Argentina que vive hoy, pésimamente, de la otra. Y el Estado nacional y los estados provinciales, que ayer fueron agentes del desarrollo, han sido colonizados y convertidos en agencias de empleo, por abajo, y de reclutamiento mafioso, coordinación y captación de recursos para la oligarquía populista que comanda el proceso, por arriba. ¡Es el Medioevo Peronista, compañeros! Sus principales víctimas son los habitantes del Norte, del Sur y del conurbano que votan al peronismo. Y su peso muerto sobre la economía argentina hace imposible el desarrollo nacional. Por eso no es casual que desde el retorno a la democracia hayamos tenido una década presidida por un representante del Norte feudalizado, Menem, y otra por los del Sur petrolero, los Kirchner. Tampoco es casual que ocupe hoy la presidencia de la República un mediocre operador político, Alberto Fernández, cuya única capacidad es la de mediar entre todos los sectores peronistas a los que la división de 2015 había llevado desde el gobierno a los tribunales o la prisión.

¿Gorilismo? ¿Abstracciones? ¿Mistificación? Para ver y comprender la gran grieta nacional, nada mejor que la camiseta de Boca.7

Bienvenidos al desfile. Nuestra modelo, Argentina, luce hoy un elegante diseño político camiseta de Boca style, con las provincias centrales en amarillo pro-Cambiemos y el Norte y el Sur en azul peronista. Las circunstancias electorales hacen que la proporción entre las manchas se modifique según las ocasiones, llevando a algunas provincias hacia uno u otro lado y achicando o agrandando cada mancha, pero la sustancia es siempre la misma. Las provincias centrales, las más avanzadas y productivas, manifiestan una tendencia persistente a votar por el amarillo modernoso de los candidatos republicanos, y las demás, las del Norte y el Sur, por el peronismo y su color característico: el azul medieval. ¡Gracias, Argentina!

La camiseta de Boca electoral que luce la Argentina no es casual y coincide con otras camisetas. Por ejemplo, sectores productivos y competitivos, de un lado, y sectores de baja productividad que viven de los impuestos que pagan los productivos y competitivos, del otro. Para medir la productividad y competitividad de las provincias, nada más simple que observar las cantidades exportadas, ya que los sectores económicos competitivos son —por definición— los que pueden competir con el resto del mundo, y por lo tanto, exportar. Los datos son abrumadores: el 70,5% de las exportaciones nacionales sale de tres provincias de la banda central, Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe, contra el 9,7% de toda la Patagonia (combustibles incluidos), el 6% del noa, el 5,3% de Cuyo y el 1,9% del nea.8

Del otro lado, el lado deficitario y subsidiado de la grieta, los datos sobran. Por ejemplo, el del empleo público. Un medio que no puede ser acusado de antikirchnerismo, Chequeado, lo dice así: “Las cuatro provincias con mayor porcentaje de ocupados en el sector estatal como porcentaje del empleo total son dos petroleras y dos mineras; y las dos primeras son las tierras de Néstor y Cristina Kirchner y de Carlos Menem, los presidentes que gobernaron el país durante 22 de los últimos 26 años: Santa Cruz (41%), La Rioja (37%), Catamarca (35%) y Neuquén (31%)”.9 Además, en seis provincias, la cantidad de empleados públicos supera a la de los empleados privados registrados, y todas ellas son de color azul: Catamarca (171%), Formosa (167%), La Rioja (147%), Jujuy (135%), Santiago del Estero (117%) y Chaco (104%). Y en solo cuatro provincias esta proporción desciende por debajo de la media nacional, el 35%.10 Todos ellos son distritos centrales, y tres de los cuatro, “amarillos”: Ciudad Autónoma de Buenos Aires (12%), Córdoba (25%) y Santa Fe (32%). La excepción, por supuesto, es Buenos Aires (27%), una provincia dividida por su propia grieta entre su interior desarrollado y productivo, amarillo, cuyos niveles de bienestar están entre los más altos del país, y su conurbano dependiente y devastado, azul, en manos de barones medievales. A pesar de los diferentes resultados finales, lo muestran muy bien los mapas electorales de 2015 y 2019.

La correlación entre altos niveles de empleo público y voto por el peronismo, por un lado, y predominio del empleo privado y voto republicano, por el otro, no depende de la casualidad, sino que es consecuencia de una apuesta política sostenida en el tiempo. El peronismo en el poder promueve desde siempre el aumento del empleo público. Por razones económicas, como forma de paliar el fracaso de sus políticas de creación de empleo privado. Por razones políticas, vistos los excelentes resultados electorales que obtiene entre quienes dependen del Estado, convertidos hoy en siervos de la gleba del Medioevo Peronista, sin posibilidades de ascenso ni mejora social pero con estabilidad laboral garantizada. Es el núcleo duro del sistema medieval que se expresa en la relación de vasallaje y sometimiento entre el dominante y el dominado; un siervo de la gleba emancipado de la opresión de la esclavitud pero que, como el esclavo, es completamente dependiente de la voluntad y el ánimo del amo peronista a cargo de su destino; ya sea este un sindicalista, un intendente o un gobernador.

¿Datos? Un informe conjunto de la Asociación Argentina de Presupuesto (asap) y del Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (cippec)11 revela que, durante el kirchnerismo, el número de trabajadores del Estado aumentó de 484.000 a 779.000, haciendo que el costo del sector público nacional no financiero a su cargo pasara de representar el 13,5% del producto bruto interno (pbi) en 2004 al 27,9% en 2014. Más del doble en una década. Solo en la administración pública nacional, el empleo creció 46% debido a la contratación de 103.644 nuevos trabajadores, y en los organismos descentralizados subió 42%, por la incorporación de 97.270 trabajadores. Pero el mayor crecimiento se dio en las empresas públicas, que aumentaron el 349% sus plantillas y sumaron 93.540 trabajadores: 17.000 en el Correo Argentino, 6.000 en aysa, 10.700 en Aerolíneas Argentinas, 22.000 en ypf y 22.000 en Ferrocarriles Argentinos. Los tres poderes sumaron lo suyo. El Poder Ejecutivo creció 45% (87.182 trabajadores); el Legislativo, 57% (5.468 trabajadores), y el Judicial, 53% (10.994 trabajadores).

Resulta fácil acusar del hecho a toda la clase política, pero la verdad es otra. Por ejemplo, desde 2005 hasta 2015, con el peronismo gobernando en todo el país, el empleo público en la Administración Pública Nacional (apn) creció en 113.480 puestos de trabajo, al ritmo de 11.348 por año. Por contraste, de 2015 a 2019, con Cambiemos a cargo de la apn, la baja fue de 44.085 puestos de trabajo, a un ritmo de 11.021 por año, casi exactamente igual, pero inverso, al incremento anterior.12 Estamos hablando de empleados de la administración pública nacional —es decir, de administrativos y sus jefes—, y no de maestros, médicos, policías o bomberos. Y si bien el gobierno de Cambiemos detuvo e invirtió la tendencia a nivel nacional, las cifras de la tabla siguiente demuestran también la inutilidad de ese esfuerzo.

He aquí la apuesta consciente del peronismo por el empleo estatal, caracterizado por su baja eficiencia económica y su alta lealtad política. Mientras Cambiemos bajaba empleos en el orden nacional, las provincias y los municipios, controlados mayoritariamente por el peronismo, aumentaron sus plantillas en 69.739 y 29.914 puestos, respectivamente. De manera que la plantilla total de estatales argentinos se mantuvo invariable (-0,1%).

Son las provincias, controladas mayoritariamente por el peronismo y el filoperonismo, las que concentran el 60% del empleo estatal y llegan hasta el 73% si se les agrega otro feudo tradicionalmente peronista: los municipios. Se trata del núcleo consolidado del Medioevo Peronista: el Estado, como principal proveedor de empleo, y los empleados estatales, como modernos siervos de la gleba, fuente inmanente de votos para el peronismo municipal de los barones del conurbano, para el peronismo provincial de los caudillos norteños y los jeques sureños, y para el peronismo nacional mediado por Alberto, producto del amontonamiento de todos ellos. He aquí otro de los motores permanentes del eterno-retorno peronista con el que cada gobierno nacional no peronista tiene que lidiar en condiciones de inferioridad.

Muchos otros datos reflejan la camiseta de Boca en su aspecto esencial: la abrumadora grieta existente entre los sectores económico-sociales avanzados de las provincias “amarillas”, que son aportantes netos y hacen sustentable el sistema, y los sectores económicos y sociales atrasados de las provincias “azules”, que son demandantes netos del sistema nacional. Si se toman como referencia los fondos que recibe cada provincia en términos de coparticipación, no sorprende encontrar que las diez provincias que más fondos nacionales recibieron por habitante (Santiago del Estero, Chaco, Santa Cruz, San Juan, San Luis, Tierra del Fuego, La Pampa, La Rioja, Formosa y Catamarca) son provincias azules, de las cuales cinco (Formosa, La Pampa, La Rioja, San Luis y Santa Cruz) fueron gobernadas ininterrumpidamente por el peronismo desde 1983.13 ¿Quiénes pagaron la cuenta? La caba y la provincia de Buenos Aires, gobernadas por el pro, por supuesto, cuyos egoístas habitantes recibieron entre cuatro y seis veces menos per cápita que los generosos habitantes de las provincias azules, y menos que la mitad que los de la tercera provincia más perjudicada, Mendoza, gobernada por el radicalismo, vaya casualidad.

La destrucción del federalismo por subordinación de las provincias al poder central también se expresa en cifras contundentes: los diez distritos provinciales más dependientes del Estado nacional (Salta, San Juan, Chaco, Corrientes, Jujuy, Formosa, San Luis, Catamarca, La Rioja y Santiago Del Estero), en los cuales los giros desde la Nación representan entre el 63% y el 78% de los recursos fiscales provinciales, son, con la sola excepción de Corrientes, reconocidos feudos peronistas.14 Además, de las siete provincias que menos aporte por habitante recibieron durante el gobierno de Cambiemos (caba, Buenos Aires, Mendoza, Chubut, Córdoba, Neuquén y Santa Fe), cinco eran provincias “amarillas” y las otras dos, provincias petroleras cuyos presupuestos son sustentables gracias a las regalías venidas del subsuelo hidrocarburífero de la Patria. Esas regalías, que históricamente habían sido de todos los argentinos, fueron alienadas del patrimonio nacional y provincializadas por Menem en 1992, entre aplausos azules y filoazules llegados desde Santa Cruz, Neuquén y Chubut, tres provincias cuya población es menos del 15% del total del país, pero que reciben hoy el 70% del total nacional. Ahora bien, el principio que hace que por el simple hecho de nacer en una provincia con petróleo y gas en el subsuelo sus habitantes disfruten de un bonus respecto al resto de los argentinos ¿promueve la solidaridad social y la unidad nacional, o favorece la grieta y los feudalismos provinciales del Medioevo Peronista?

Menem lo hizo. El peronismo lo hizo. Y los Kirchner lo aprovecharon, llevándose los fondos de las regalías de Santa Cruz a Suiza, usándolos para financiar su campaña política nacional y —según testimonio del fiscal Vivanco, de Santa Cruz— pagarle a Duhalde por la candidatura a la Presidencia en 2003.15 Finalmente, todo terminó como se merecía, con Kirchner-Macbeth asesinando políticamente por la espalda en 2005 a su promotor y condecorador Duhalde-Duncan, rey de Escocia, con la ayuda y el consejo de Lady Macbeth, que no hace falta decir quién es.

Shakespeare es, por supuesto, lo más adecuado para describir el medievalismo nacional y popular, es decir, para hablar de políticos peronistas y de la política reducida a mera disputa por el poder, sin valores y con principios mutantes. Al inicio, el corporativismo fascista; anteayer, el neoliberalismo; ayer, la revolución imaginaria; la semana que viene, Dios dirá. Esa parte de la política, la lucha pura y dura por el poder, que ocupa precisamente una parte de la política en los países avanzados pero que en la Argentina que parieron los dictadores militares y el general populista lo ocupa todo. Por eso es que si Shakespeare viviera no encontraría ya a su Hamlet en Copenhague, donde se discute de tecnologías de la información, robótica, cambio climático y esas cosas. Si Shakespeare viviera, encontraría a su Hamlet en La Matanza, donde de lo que se trata es de quién muere y de quién llega a ser rey.

La dimensión no geográfica de la grieta

La división del territorio argentino entre provincias desarrolladas y distritos feudales donde se enseñorean los duques y barones de la oligarquía peronista no solo se extiende geográficamente por todo el territorio, sino que además atraviesa de manera transversal a toda la sociedad nacional. Cerca de tres cuartos del gasto primario argentino se destinan hoy a gasto social, tomando la forma de 18 millones de cheques que recibe el 40% de la población. Si el déficit fiscal se disparó hasta niveles precatastróficos durante el kirchnerismo, se debió en gran parte al descontrol del sistema jubilatorio, que representa hoy más de un tercio de los gastos totales del Estado y sigue creciendo en volumen y proporciones a pesar de que la mayor parte de las jubilaciones apenas superan la línea de pobreza.16 El motivo es simple. La relación óptima de cuatro aportantes por cada jubilado ha bajado en nuestro país hasta 1,4 por jubilado, una tercera parte del ideal. El aumento exponencial de este desequilibrio, que se cubre con inflación o con deuda, está directamente relacionado con las políticas peronistas que llevaron al gasto público del 23% del pbi en 2003 al 42% del pbi en 2015; casi el doble en poco más de una década, con escasos precedentes en el mundo. Las estadísticas del Sistema Integrado Previsional Argentino (sipa) explican el porqué de ese aumento: de los menos de dos millones de jubilados del primer trimestre de 2003, que se mantuvieron estables hasta 2006, pasamos a 3.664.916 en 2009: un 54% de aumento en solo tres años, producto de jubilaciones masivas sin aportes y del cierre del sistema jubilatorio privado, cuyos aportantes fueron pasados al sistema de reparto. Por su parte, las pensiones no contributivas para madres de más de siete hijos pasaron de 57.522 en 2003 a 202.788 en 2009, cuadruplicándose, y las pensiones por vejez e invalidez, de 120.756 a 374.165, triplicándose. ¿Cómo se distribuyó geográficamente esa mutación? Las trece provincias que más aumentaron los subsidiados por el gasto estatal nacional están, por supuesto, en la parte azul de la camiseta de Boca, con los feudos peronistas de Formosa (+254%), Chaco (+171%) y Misiones (+169%) liderando la tabla de posiciones.

De manera que hoy el gasto social argentino representa dos tercios del gasto total del Estado y más del 14% del pbi,17 sin contar la deuda, que obliga a destinar recursos crecientes a su pago y que no es otra cosa que déficit fiscal consolidado. Semejante esquema deja muy pocos recursos disponibles para la inversión estatal y hace que la carga impositiva sobre el sector productivo sea tan alta que no queden recursos para la inversión privada. Y sin inversión privada, no hay empleo privado ni desarrollo. Así, desde hace décadas, en nuestro país el sector estatal se come al privado, y el presente, al futuro; generando a lo largo y ancho de la sociedad nacional el mismo conflicto político que la camiseta de Boca expresa geográficamente: la disputa entre sus sectores altamente productivos y sus sectores poco productivos o improductivos.

Tiene razón el gramscismo nacional y popular: la política argentina expresa hoy la lucha por la hegemonía entre dos bloques, el moderno y el medieval. El gran problema de la Argentina es que el bloque medieval ha encontrado en el peronismo una representación política consecuente desde hace setenta años, en tanto que la otra mitad del país ha carecido por demasiado tiempo de una capacidad política similar, y no es seguro que haya terminado de encontrarla en Cambiemos. Solo el futuro lo dirá. En tanto, el atraso nacional en un país donde el peronismo es, por diferencia, el sector político más poderoso e influyente no es producto de la hubris, ni de la incapacidad, ni de la ceguera. Todo lo contrario. El Medioevo Peronista es el resultado de la lucha coherente de la parte decadente de la sociedad nacional por evitar la disolución del poder que ejerce desde mediados del siglo xx, cuando las fuerzas modernizantes de la Argentina fueron derrotadas por el Partido Militar y el Partido Populista. Esto, y no solo fanatismo ideológico, es lo que expresan las batallas ejemplarizantes emprendidas por el peronismo kirchnerista contra el campo, las empresas avanzadas, los unicornios y pymes digitales, los medios de comunicación independientes y las clases medias urbanas, en un intento de sepultar a la Argentina razonablemente exitosa y productiva de la cual estos sectores son la punta del iceberg.

Es que la grieta que divide al país no es una grieta, sino algo peor: es la expresión superficial de un terremoto, el choque del futuro con el pasado, el producto del desplazamiento de gigantescas placas tectónicas cuyos temblores nos sacuden y conmueven. Lo que está en juego es si la Argentina fracasada del siglo xx ha de extenderse al resto del país, conurbanizándolo, medievalizándolo y ocupándolo todo con sus villas miseria y sus countries, con sus patotas y sus punteros, con sus mafias y sus oligarquías new age; o si —por el contrario— la Argentina del siglo xxi logrará quebrar la hegemonía populista y ampliar a todos los sectores sus estándares de vida y su modo de producción basado en el trabajo intelectual. Si lo logra, podrá rescatar del Medioevo Peronista a sus principales víctimas, que no son las elites ni las clases medias, sino los habitantes del Norte, del Sur y de la periferia de las grandes ciudades, en las que el peronismo es el señor feudal.

No habrá desarrollo, ni Justicia Social, ni condiciones de vida dignas hasta que las capacidades intelectuales y creativas de los argentinos se conviertan en el núcleo de producción de la riqueza nacional, reemplazando al territorio y al bestializante trabajo repetitivo que los defensores del industrialismo manufacturero ensalzan en sus discursos, pero rechazan para ellos y sus hijos. No habrá un futuro digno para la Argentina si las fuerzas opositoras no encarnan la demanda que se expresó con total claridad en las marchas que en 2008 derrotaron a la 125, que acabaron en 2012 con el proyecto releccionista Cristina Eterna, que sostuvieron al gobierno de Cambiemos en 2016 y 2018, cuando el Club del Helicóptero parecía estar ganando la batalla, y que llevaron al honroso 41% obtenido en 2019 gracias a las masivas movilizaciones del tramo final de la campaña. Digan lo que digan los peronistas y los paleoprogres, los reclamos de la parte más desarrollada y avanzada del país no constituyen una defensa de clase ni de una situación privilegiada, sino que expresan una exigencia de extensión de los beneficios del progreso y la prosperidad al conjunto de la sociedad nacional.

No habrá ningún porvenir para la República si los republicanos no terminamos de entender qué valores representa el peronismo, si seguimos ignorando que no va a cambiar porque no puede hacerlo sin traicionar lo que representa y lo que es. No habrá prosperidad ni progreso si no comprendemos, además, que el ciclo nacionalista-industrialista-estatista está agotado y es necesario reelaborar en clave global y postindustrial los valores progresistas que un día encarnó, y que hoy combate. Ni habrá futuro, finalmente, si los voceros de la República no le hablan con una voz despojada de miedo a esa parte moderna y genuinamente progresista del país cuyo desarrollo es indispensable para sacarlo de la decadencia.

De lo contrario, más allá de los ocasionales resultados electorales, el Medioevo Peronista seguirá siendo el fulcro hegemónico sobre el que gira el país, la actual dinámica se agravará y la Argentina global del siglo xxi terminará de sucumbir a manos de la liga de los caciques feudales provinciales del siglo xix y de los barones del conurbano del siglo xx. Ese día, si llega, el nacionalismo acabará de hundir a la Nación, y el industrialismo terminará de sepultar a la industria. Ese día, el estatismo enterrará al Estado, y el populismo, al pueblo argentino y sus esperanzas de paz, progreso y prosperidad.

Peronismo o productividad

“El peronismo convirtió un país del primer mundo en uno del tercero”.

Mario Vargas Llosa

El desarrollo no es una moda, y el atraso no es gratis. El nivel de vida en los países avanzados era, hace apenas medio siglo, inferior al de los países de mediano desarrollo de hoy.18 Apostar por los sectores menos productivos se paga con atraso, y el atraso es subdesarrollo económico, sometimiento político y condiciones de vida degradadas. El Medioevo Peronista es, esencialmente, atraso. Atraso voluntario. Porque ¿qué otra consecuencia puede tener la transferencia enorme y creciente de recursos de los sectores más productivos a los menos productivos ejecutada durante décadas por el peronismo si no una disminución de la productividad y, por lo tanto, del desarrollo? ¿Qué otra cosa que lo acontecido en Argentina desde 1945 puede suceder si los sectores que son competitivos a nivel internacional subsidian a los sectores protegidos, que no lo son pero subsisten cazando en el zoológico creado por el peronismo desde la época de la sustitución de importaciones? ¿Qué puede suceder si la industria nacional, a cuya majestad están obligados a postrarse los demás sectores, funciona al costo de 30.000 millones de dólares de déficit anual o tiene que parar? ¿Qué pasa si el sector público crece sin proporcionalidad respecto al sector privado, si los recursos generados por los ciudadanos que participan de las marchas de Cambiemos van a financiar la improductividad de los que participan de las marchas peronistas, si la franja amarilla de la gran camiseta de Boca nacional gasta cada vez más en financiar el gasto corriente de las franjas azules, mientras la inversión estatal y privada cae sistemáticamente, víctima de los fastos del permanente carnaval peronista, esa festividad medieval?

El resultado fatal de la combinación entre subsidios a la ineficiencia y consumo sin inversión, corazones ideológicos del modelo peronista, es la disminución vertical de la productividad y, por lo tanto, de la riqueza. Aun si se corrige el total bruto en dólares aplicando la Paridad del Poder Adquisitivo (ppa) para obtener un valor más favorable a la Argentina, el pbi per cápita argentino (20.567 dólares) es ya menor al de nuestros vecinos Chile (25.283 dólares) y Uruguay (23.530 dólares), dos países pequeños pero sin peronismo; es decir, con una institucionalidad muy superior. Y sin el ajuste por ppa, el pbi per cápita argentino cae a 11.638 dólares, una quinta parte del pbi per cápita de Australia (57.373 dólares) y la cuarta parte del de Canadá (46.233 dólares), países que ocupaban el 4º y el 11º lugar del ranking de pbi per cápita en 1895, cuando la Argentina era primera. Finalmente, si queremos restringirnos al espectro latino, el valor de nuestro pbi es aproximadamente un tercio del de España (30.370 dólares) e Italia (34.483 dólares), países latinos de los que provienen la cultura y los ancestros de la mayor parte de nuestra población. Países, además, de los que seguían llegándonos inmigrantes hasta los años Cincuenta por la simple razón de que en 1945 la Argentina ocupaba el sexto lugar en riqueza en el mundo, mientras que España ocupaba el puesto 21° e Italia, el 26°.19

“El peronismo convirtió a un país del primer mundo en uno del tercero”. La frase es de Mario Vargas Llosa, y el siguiente gráfico muestra implacablemente ese retroceso; el de aquella Argentina que había llegado al primer lugar de la riqueza mundial en 1895 y se mantuvo entre los diez primeros puestos hasta 1949, cuando todo colapsó al acabarse simultáneamente el ciclo positivo de los commodities y los activos acumulados en la etapa anterior: las reservas del Banco Central dilapidadas en tres años para financiar la primera plata dulce argenta, la del primer gobierno peronista.20

Casi horizontal durante medio siglo, de 1895 a 1945, y en picada desde 1949, la trayectoria descendente de nuestro país en su marcha del primer mundo al tercero es concluyente, así como es claro el comienzo de esa decadencia, que coincide exactamente con la aparición del peronismo y el agotamiento (en 1949) de stocks. Durante los supuestamente gloriosos nueve años del primer gobierno de Perón, Argentina retrocedió del 6º al 15º lugar en el ranking del pbi per cápita mundial, a razón de un puesto por año; más rápido aún que los 45 puestos retrocedidos en los sesenta años que siguieron a aquel momento decisivo en que comenzó la batalla contra el capital declamada por la marchita y, con ella, la decadencia de nuestra productividad.

Convenientemente ayudado por el paleoprogresismo populista y la Iglesia católica, extraña pareja, el peronismo ha logrado instalar la idea de que el principal problema del país es la mala distribución de la riqueza y que, por lo tanto, la solución a la pobreza es transferir recursos de los ricos a los pobres, de las provincias más desarrolladas a las menos desarrolladas y de los sectores más productivos a los menos productivos. El resultado ha sido un índice de desigualdad (gini) relativamente aceptable (41.2 en 2017); mucho mejor que el de los otros dos grandes países latinoamericanos (Brasil, con 53.3, y México, con 48.3); a mitad de camino entre el elitista Chile (46.6) y el igualitario Uruguay (39.5), y no muy lejano de los índices de Australia (35.8), Canadá (34), España (36.2) e Italia (35.4). Lamentablemente, el resultado de estas políticas ha sido también un aumento consistente de la pobreza, que en los últimos treinta años ha promediado el 36% de la población nacional. Es una consecuencia previsible del hecho de que desde 1983 hasta el presente el crecimiento del pbi per cápita argentino promedió el 1% anual, cuando el pbi mundial solo cayó por debajo de esa cifra un año (el de la crisis global de 2009) de los 37 años transcurridos.

¿Qué explica mejor el permanente incremento de la pobreza en nuestro país, pobreza que, indiferente a la retórica de los gobiernos, disminuye sistemáticamente durante los períodos de recuperación para volver a subir con cada crisis, superando los niveles anteriores? ¿Y quiénes son los perjudicados por el pobrismo peronista y católico? ¿Quiénes sufren el empobrecimiento de sus condiciones de vida y sus posibilidades de desarrollo personal sino los pobres, mientras que, visto el fracaso, los paleoprogres embellecen la situación con el discurso de la pobreza redentora y el orgullo villero? ¿Quiénes, sino los pobres, son las víctimas predestinadas de la demonización del desarrollo capitalista, del mérito personal, del ascenso social, de la cultura emprendedora, de la apertura al mundo y del progreso individual que enarbolan como signo de superioridad moral las elites biempensantes que vacacionan en París y Miami, emigran a Europa y los Estados Unidos y habitan en Recoleta y Puerto Madero, y si no en Palermo Trotski, mientras reservan para sus queridos grasitas21 las bondades de la vida en La Matanza y las vacaciones en Punta Lara?

Está de moda, queda bien y suena progre sostener que el problema central de la Argentina es la desigualdad. Pero no es cierto. La desigualdad es un problema, y no menor. Pero el problema principal del país es la productividad, liquidada por el peronismo en nombre de la Justicia Social. Gracias a la acumulación de décadas de anticapitalismo cato-peronista, los argentinos ya no producimos casi nada que tenga valor en el mercado mundial. El problema principal de la Argentina, el mayor creador y reproductor de pobreza, no es la desigualdad, sino la falta de productividad. Pongámoslo así: ¿qué mejoraría más rápida y profundamente la condición de los pobres en Argentina, que el país alcanzara los niveles de igualdad de Australia y Canadá o el pbi per cápita de Australia y Canadá? Antes de responder impulsivamente, es bueno saber que igualar el coeficiente de desigualdad de Australia y Canadá implicaría pasar del valor gini 41.2 de Argentina al 35.8 de Australia o el 34 de Canadá. Se trata de una mejora importante, sin duda, pero igualar el pbi per cápita de Australia y Canadá implicaría multiplicar por cuatro o cinco la productividad argentina y, por lo tanto, la riqueza a disposición de todos, pobres incluidos, que recibirían cuatro o cinco veces más bienes que hoy aun si no se modificaran los niveles de desigualdad. ¿Qué sería mejor para los argentinos pobres y los pobres argentinos, ser cuatro o cinco veces más ricos en una sociedad con niveles de desigualdad como los actuales, o un poco menos pobres que ahora en una sociedad con igualdades australiano-canadienses? No lo sabemos, porque la felicidad humana es asunto subjetivo y es imposible darle una respuesta única. Pero si lo pensamos en términos de reducción de la pobreza, no puede haber dudas. Si queremos disminuir consistentemente ese vergonzoso índice, la única solución viable es un aumento consistente de la productividad.

Lo sé, Australia y Canadá son culturas anglosajonas muy diferentes de la nuestra. Muy bien, comparemos pues con España e Italia. Alcanzar sus índices de desigualdad implicaría pasar de un gini de 41.2 a otro de 36.2 o 35.4, respectivamente. Pero alcanzar la productividad per cápita de España o de Italia, dos países de cultura latina que deben importar toda su energía y buena parte de sus alimentos, implicaría multiplicar por 2.6 y por 2.9 la producción y los ingresos de todos los argentinos sin modificar la actual distribución de la riqueza.

Desarrollar los sectores avanzados en lugar de castigarlos es la única manera de desarrollar sustentablemente la economía de un país. He dicho “desarrollar”, y no “hacer crecer”, ya que son cosas diferentes. Lamentablemente, aun en los momentos de recuperación y auge, la economía argentina que parió el peronismo nunca se parece a un ser humano normal, sino más bien a un enorme bebé cabezón, gigante y de piernas cortas, que creció sin desarrollarse. Modernizar y desarrollar sustentablemente la economía del país no es una idea tecnocrática de ingenieros sin corazón, sino la única esperanza que tienen las principales víctimas del Medioevo Peronista: los habitantes de los feudos provinciales del Norte, los califatos petroleros del Sur y las baronías conurbanas, que sobreviven hoy en la miseria económica y la opresión política votando por sus victimarios. Trabajo privado en blanco, y no subsidios y puestos estatales; agua, cloacas, escuelas y hospitales; conectividad digital y equipos electrónicos de calidad a precios razonables, y no solamente un mango más en el bolsillo; infraestructura y transportes del siglo xxi, y no Fútbol para Todos y récord mundial de feriados. Es la vía opuesta a la recorrida por la Argentina desde la recuperación de la democracia, que ha ido del orgulloso ciudadano de los Ochenta al consumidor de los Noventa y al cliente de hoy.

Después de todo, no es tan difícil saber cuáles son los sectores competitivos de cualquier economía. Son los que pueden exportar, es decir, los que tienen la capacidad de sobrevivir a la competencia externa. Esos sectores, precisamente, cuyas cantidades exportables solo crecieron el 4,5% en doce años del kirchnerismo y perdieron el 21,5% durante el último gobierno de Cristina, pero crecieron cuatro años consecutivos durante el gobierno de Cambiemos (de 3.796 millones de dólares en 2015 a 4.585 millones de dólares en 2019), superando en 20,7% los valores de 201522 a pesar de la baja de precios de los commodities y del contexto recesivo que atravesó el resto de la economía. A esos sectores autónomos y sustentables se ocupó de agredir desde el principio el gobierno de Alberto Fernández, con una suba de los derechos a las exportaciones que afectó indistintamente a todos: productores de soja y granos, de carnes, de frutas, de vinos, algunos pocos sectores automotrices y siderúrgicos, y los unicornios y pymes digitales.

Luego de décadas de quejas tercermundistas por los “intercambios desiguales” y de culpar al mundo avanzado por sus políticas proteccionistas, la globalización ha demostrado por el absurdo que el cuello de botella de la economía argentina residía en la incapacidad de producir, en la oferta, ya que la demanda de productos de calidad y valor razonables es hoy, a los efectos prácticos de las capacidades productivas nacionales, infinita. Por eso China se ha convertido en la fábrica del mundo al mismo tiempo que el modelo peronista de la sustitución de importaciones fracasaba miserablemente. A este deshonor, el peronismo industrialista le ha agregado otros: el de aplicar impuestos a las exportaciones en un mundo donde los países racionales hacen exactamente lo contrario: subsidiarlas y capturar mercados a través del dumping; y el de comprobar que su supuesto sector líder y ahorrador de dólares, la industria nacional, es el gran despilfarrador de divisas, con entre 20.000 y 30.000 millones de dólares anuales de déficit de la balanza industrial que les son imprescindibles para seguir tirando. Es esta la razón por la cual nuestro país se encuentra sometido a la alternancia entre la recesión, que mantiene la balanza comercial equilibrada, y la “restricción externa”, vocablo usado en la jerga populista para decir que apenas se recupera la economía el sector industrial consume más en maquinarias e insumos de lo que exporta, con lo que pone en crisis toda recuperación. La “restricción externa”, consecuencia inevitable de la falta de competitividad, es el Día de la Marmota aplicado al terreno económico. Argentina consume más de lo que produce por culpa de la patria industrialista, su salvavidas de plomo. Subsidios, caza en el zoológico y chantajes al grito de “Sin industria no hay Nación”, mezclados con oportunos aportes a los gobernantes sensibles, son su especialidad. ¿La productividad? ¿El riesgo? ¿El esfuerzo laboral y de inversión? Te los debo.

Fascinado por el discurso pobrista del cato-peronismo y atrapado en polémicas ideológicas desarrolladas sobre el eje Derecha-Izquierda, nuestro país parece haber renunciado a enfrentar el problema de la pobreza de manera racional. Los valores de la igualdad y la solidaridad son reconocidos y respetados. Los asociados con la productividad, como la eficiencia, el esfuerzo y el mérito, son despreciados como parte de una ideología tecnocrática y antihumanista que algunos denominan “neoliberalismo”. No es que no exista el neoliberalismo, sino que en el Medioevo Peronista se usa el término para estigmatizar los fundamentos macroeconómicos que en todos los países exitosos se consideran el ABC de la buena economía: una moneda fuerte, un tipo de cambio razonable, respeto por los sectores productores de divisas, balance racional entre consumo e inversión, mejoras de salarios atados a las mejoras productivas, Banco Central independiente, equilibrio comercial y fiscal.