El mejor hombre - Peggy Moreland - E-Book
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El mejor hombre E-Book

Peggy Moreland

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Beschreibung

Era el último hombre en el que podría confiar y sin embargo deseaba compartirlo todo con él... A Rory Tanner le encantaban las mujeres, pero Macy Keller era una excepción desde que había llegado a la ciudad amenazando la reputación de su familia. El instinto de protección hizo que Rory prometiera controlar a la misteriosa Macy. Fue entonces cuando descubrió la belleza salvaje que lo mantenía despierto todas las noches con escandalosas fantasías... Macy había acudido hasta Tanner's Crossing a buscar sus raíces, pero no pudo resistirse a los encantos de aquel cowboy de ojos azules. Rory Tanner era un seductor nato que parecía empeñado en descubrir sus secretos.

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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2004 Peggy Bozeman Morse. Todos los derechos reservados.

EL MEJOR HOMBRE, Nº 1379 - agosto 2012

Título original: The Last Good Man in Texas

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Publicada en español en 2005

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Harlequin Deseo son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0788-4

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo Uno

La esquina noroeste de la plaza de Tanner’s Crossing bullía de actividad. Había camiones de todo tipo, sobre todo de construcción, aparcados a lo largo de toda la calle y los hombres trabajaban sin parar bajo un sol de justicia.

Rory Tanner miraba el edificio casi terminado.

–Quiero que parezca una cuadra –dijo–. Hay que poner vayas de madera y algo de alambre, pero sólo en una esquina, ya sabes, no en todo el local. También un par de cactus por aquí y por allá y, tal vez, una calavera de vaca en la pared. No quiero maniquíes –añadió estremeciéndose–. Me dan grima. En las paredes, pon las telas que te apetezca y coloca pares de botas por todas partes, sobre balas de heno. Quiero que el barro sea de verdad. Quiero mucho realismo. Mucho color y mucho teatro. Quiero que los que pasen por la calle se queden alucinados y entren en la tienda.

Dicho aquello, miró a la mujer que anotaba sus indicaciones.

–¿Vas entendiendo lo que quiero?

–Sí, creo que sí, aunque no sé si voy a poder hacerlo en tan poco tiempo.

Rory sonrió y le pasó el brazo por los hombros.

–Eres la mejor escaparatista del estado, así que no vas a tener problema. Es la primera tienda de mi cadena que abro en mi ciudad natal y tiene que ser la mejor. No quiero que nadie diga que Rory Tanner hace las cosas mal. Tengo que dejar el apellido familiar bien alto –se despidió yendo a buscar al carpintero–. Hola, Jim –saludó a un hombre que estaba colgado en un andamio en la fachada del edificio–. Asegúrate de poner bien ese cartel para que la gente pueda leerlo con facilidad y no se tenga que romper el cuello.

El carpintero chasqueó la lengua y continuó con la tarea de fijar el cartel en el que se leía Tanner’s Cowboy Outfitters.

–¿Necesitas que te ayude con algo, Don? –le preguntó Rory al fontanero.

–Pues lo cierto es que sí porque Gus no ha aparecido hoy, así que échame una mano. Tengo otro casco en la furgoneta y, de paso, tráete más tuberías.

Rory, al que se le daba igual de bien la madera que el aluminio, se puso el casco y ayudó al fontanero.

Mientras ayudaba a Don, Rory miró con orgullo aquella tienda que iba a ser la joya de la corona de su cadena de locales.

Y así debía ser pues allí había nacido y lo conocía todo el mundo. De hecho, muchos se preguntaban cuándo iba a abrir tienda allí y hasta hacía poco tiempo jamás se le había ocurrido.

Sin embargo, desde que había muerto el viejo, los hermanos Tanner habían vuelto poco a poco a casa, a ser una familia de nuevo.

El primero en volver había sido Ace que, al ser el mayor, había tenido que hacerse cargo del testamento.

No sólo eso sino que también se había hecho cargo del Bar-T, el rancho familiar, y de la hija póstuma de su padre, una preciosa niña que había aparecido, literalmente, en la puerta de su casa.

Aquello había pillado a los hermanos completamente por sorpresa. Menos mal que Ace se había casado con Maggie y habían adoptado a Laura.

El último que había vuelto había sido Ry, que también se había casado y se había instalado en el hospital local como cirujano.

Hacía mucho tiempo que Rory no veía a su hermano tan feliz y mucho se lo debía a Kayla, su mujer.

Entre la llegada de Ace y de Ry, Woodrow también había vuelto a casa y se había casado con una pediatra llamada Elizabeth.

Eso quería decir que los únicos solteros que quedaban eran Whit y él. No había hablado con su hermanastro de aquello, pero él tenía muy claro que pensaba seguir disfrutando de su soltería durante muchos años.

Tal vez, para siempre.

No era que no le gustaran las mujeres, por supuesto. Le encantaban las mujeres, le gustaban demasiado como para conformarse con una.

Le gustaba la delicadeza de las mujeres, esa ternura y feminidad que caracterizaban a aquellas maravillosas criaturas.

No como la mujer que se acababa de bajar del Jeep Cherokee. Aquélla no tenía nada de femenina o lo escondía muy bien.

Iba vestida de tela vaquera de arriba abajo, lo que para Rory eran prendas de hombre porque no marcaban las curvas femeninas.

¡Y qué pelo!

Cualquiera hubiera dicho que la habían trasquilado como a una oveja y el resultado era que llevaba mechones de pelo rubio cayéndole por la cara.

En aquel momento, se los estaba apartando con un gesto impaciente mientras miraba el cartel que Jim había terminado de colgar.

Llevaba unas gafas de sol que le ocultaban los ojos, pero tenía pómulos altos, nariz recta y labios carnosos.

Fue en los labios en lo que Rory se fijó mientras iba hacia ella dispuesto a desempeñar el papel del perfecto anfitrión.

–Hola –la saludó con una gran sonrisa–. Todavía no hemos abierto, pero, si quiere que le enseñe la tienda, lo haré encantado.

La mujer lo miró y se giró para irse.

–No, gracias. Me he acercado porque he visto el cartel y estoy buscando a un miembro de la familia Tanner.

Hubo algo en su tono de voz que le indicó a Rory que aquella visita no era de cortesía, lo que hizo que se pusiera en guardia.

–Hay varios Tanner en esta ciudad. ¿A cuál de ellos busca?

–A Buck Tanner –contestó la mujer–. ¿Lo conoce?

Al oír el nombre de su padre, Rory sintió cierta ansiedad, pero consiguió controlarse.

–Sí, lo conozco.

–¿Anda por aquí? –preguntó la mujer mirando a su alrededor.

–No –contestó Rory mirándola con curiosidad–. ¿Para qué lo busca?

La mujer se quitó las gafas y lo pulverizó con la mirada.

–Eso no es asunto suyo.

–Siento decirle que Buck ha muerto –lo informó Rory.

–¿Muerto? –repitió la desconocida palideciendo–. ¿Cuándo?

–El otoño pasado. De un infarto. Se fue así –le explicó Rory chasqueando los dedos.

–No puede estar muerto. Yo... –dijo la mujer mordiéndose los labios y desviando la mirada.

Rory hubiera jurado que tenía lágrimas en los ojos, pero ella se apresuró a ponerse las gafas de sol de nuevo.

Rory se quedó esperando porque no sabía muy bien qué decir.

–Me ha dicho que hay otros Tanner en la ciudad, ¿no? ¿Son familia de Buck?

–Sí, lo son. Tiene cuatro hijos, un hijastro y una hija pequeña a la que jamás conoció.

–Necesito hablar con ellos. ¿Dónde puedo encontrarlos?

–En el Bar-T, el rancho familiar. Está a unos veinte kilómetros a las afueras.

–¿Me podría decir cómo llegar?

–Sí, pero le advierto que no va a conseguir entrar porque ese rancho está más protegido que Fort Knox.

–Tiene que haber alguna manera de ponerse en contacto con esa gente. Tendrán teléfono, ¿no?

–Sí, pero sus números no figuran en la guía –contestó Rory–. Si usted quiere, le puedo concertar una cita.

–¿Para cuándo?

–No lo sé seguro. Son muchos y hace falta darles tiempo para que se reúnan. Dígame en qué hotel se hospeda y yo la llamaré.

–No estoy en ningún hotel. Tengo la caravana aparcada al sur –contestó la mujer montándose en su jeep–. Éste es mi teléfono. Llámeme a cualquier hora del día o de la noche –añadió entregándole un trozo de papel.

Rory miró el número e intentó no sonar irritado cuando habló.

–¿Y usted cómo se llama?

–Macy –contestó la mujer poniendo el coche en marcha–. Macy Keller.

En cuanto Macy Keller se alejó, Rory se puso en contacto con sus hermanos sin perder un minuto.

Llamó a Ace el primero.

–No sé si tenemos problemas –le dijo.

–¿Problemas?

–Sí, acaba de estar aquí una mujer, en la tienda. Ha parado al ver el letrero con nuestro apellido y me ha dicho que estaba buscando a Buck.

–¿A Buck? ¿Te ha dicho para qué?

–No, me ha dicho que no era asunto mío. Le he dicho que murió en otoño y ahora resulta que quiere hablar con su familia. Por supuesto, no le he dicho que era su hijo porque no me ha gustado su actitud. Además, he creído que lo que tuviera que tratar con el viejo debe tratarlo con todos nosotros juntos.

–Maldición.

–Lo mismo digo. Le he dicho que me pondría en contacto con la familia Tanner para concertarle una cita. Ya sé que te aviso con muy poco tiempo, pero ¿podrías pasarte por el rancho esta noche? Creo que, cuanto antes sepamos lo que quiere, mejor.

–Me parece bien. ¿Has hablado con los demás?

–No, tú eres el primero.

–Llámalos y cítalos en el rancho a las ocho.

–Muy bien –contestó Rory colgando el teléfono.

Pensó en llamar a Macy Keller para decirle que la cita estaba concertada para aquella noche a las ocho, pero recordó que le había dicho que le iba a llevar algún tiempo y decidió que era mejor esperar un par de horas.

De lo contrario, tal vez, sospechara algo y comenzara a hacerle preguntas. Por ejemplo, cómo se llamaba.

Y no quería decirle su nombre por teléfono porque, cuando lo hiciera, quería tenerla enfrente para ver la expresión de su rostro cuando se diera cuenta de que la persona que le había concertado una cita con la familia Tanner era nada más y nada menos, que Rory Tanner, el hijo pequeño de Buck.

Rory cruzó las verjas del Bar-T y miró por el espejo retrovisor para asegurarse de que el jeep lo seguía.

Cuando vio que así era, no supo si sentirse aliviado o irritado.

–Prefiero ir en mi coche –murmuró.

¿Por quién lo tomaba?

¿Acaso creía que iba a intentar ligar con ella? ¡Pues lo llevaba claro! Antes, intentaría ligar con una serpiente venenosa.

Aunque era cierto que estaba mucho más guapa que aquella tarde.

Se había puesto unos pantalones de lino y una blusa sin mangas que, sin embargo, tampoco marcaban sus curvas, por lo que Rory no podía deducir si tenía un buen cuerpo o no.

Lo único que sabía era que no debía de haber estado en la cola cuando Dios había repartido pechos; estaba más plana que una tabla.

Al llegar a la casa, Rory contó los coches que había y suspiró aliviado al comprobar que todos sus hermanos habían llegado.

Aparcó al lado del coche de la esposa de Woodrow y salió de su furgoneta. Esperó a que Macy se uniera a él, le indicó que subiera las escaleras y, al llegar a la puerta principal, la abrió sin llamar.

Macy lo miró enarcando una ceja.

–No pasa nada, nos están esperando.

Una vez dentro, la llevó directamente al salón, donde estaban sus hermanos esperándolos. Las conversaciones se acallaron cuando Macy entró en la estancia.

–Macy Keller –les presentó Rory–. Éstos son los Tanner. El que está detrás de la mesa es Ace, el hijo mayor, y la preciosidad que está a su lado es Maggie, su esposa, y Laura, su hija, que también es la hija de Buck.

Macy lo miró confusa y Rory se encogió de hombros.

–Es una historia muy larga. Para resumir, Ace y Maggie adoptaron a la niña cuando Buck murió. Ese tipo enorme y feo que ves en el sofá es Woodrow y la maravillosa mujer que está a su lado es su esposa, la doctora Elizabeth Tanner. A su lado está Kayla, el miembro más reciente de esta familia, que se acaba de casar con el doctor Ry Tanner, que es el segundo hijo de Buck –le explicó–. Y el lobo solitario que está junto a la chimenea es Whit, el hijo adoptado que se cree diferente por ello, pero que no lo es porque es un Tanner, exactamente igual que el resto de nosotros.

–¿Nosotros? –exclamó Macy.

Aquél era el momento que Rory había estado esperando.

–Rory Tanner –se presentó con una gran sonrisa–. Soy el hijo pequeño de Buck Tanner –añadió alargando la mano.

Macy se cruzó de brazos para no estrechársela.

–Podía haberme dicho que era hijo de Buck –lo acusó.

–Sí, pero, como nunca me lo preguntó... –sonrió Rory–. Tome asiento.

–No, gracias, no pienso estar mucho tiempo –contestó Macy acercándose a la mesa y dejando un sobre encima. Miró a Ace–. Tenía que dársela a su padre, pero me imagino que, al ser usted el hijo mayor y albacea de su testamento, sabrá qué hacer con él.

Ace tomó el sobre y lo miró a contraluz.

–Parece un cheque –le dijo frunciendo el ceño.

–Así es. Es un cheque por valor de setenta y cinco mil dólares.

–¿Y hay alguna razón para que me lo entregue?

–Sí, para devolverle a su padre lo que es suyo.

–Lo siento, pero va a tener usted que darnos alguna explicación más.

Intrigado por lo que estaba ocurriendo, Rory se sentó en una silla sin perder de vista a Macy, que tenía los puños apretados a ambos lados del cuerpo.

–Buck me hizo un fondo –le dijo–. Y yo se lo devuelvo –añadió señalando el sobre.

–Me gustaría que nos contara la historia entera.

–¿Qué es exactamente lo que quieren saber?

–Todo. Para empezar, por qué Buck le hizo un fondo.

Macy apretó los dientes.

–Porque creía que era mi padre.

Ace enarcó una ceja.

–¿Creía?

Macy asintió.

–¿Y cómo es eso?

–Mi madre le dijo que estaba embarazada y que el niño era suyo.

–¿Y era mentira?

Macy apretó los dientes.

–Sí.

–¿Y usted lo sabía?

–No, yo creía también que era mi padre.

–¿Y cuándo se ha enterado de que no lo era?

–Hace un par de meses que mi madre me lo dijo. Supongo que quería irse con la conciencia tranquila porque se estaba muriendo.

–¿Ha gastado usted el dinero del fondo antes de enterarse de que no era su padre?

–¿Y eso qué importa? Lo estoy devolviendo, que es lo que cuenta, ¿no?

–Lo devolverá si nosotros lo aceptamos –la informó Ace.

–¿Por qué no lo iban a aceptar? –gritó Macy–. Era de su padre y me lo dio porque lo engañaron. Yo lo único que quiero es dejar las cosas claras.

–Aquí lo único cierto es que Buck se sintió en la obligación de poner cierta cantidad de dinero a su nombre, así que el dinero es suyo –le dijo moviendo el sobre hacia ella–. Mis hermanos y yo no tenemos nada que ver.

–No, he venido hasta aquí para devolverlo y eso es lo que quiero hacer –insistió Macy alejándose de la mesa–. En lo que a mí respecta, ya está todo dicho.

–Pero...

Macy levantó una mano para interrumpirlo.

–Ese dinero no es mío sino suyo. Ustedes son Tanner. Yo no.

Y, dicho aquello, salió de la casa sin que a nadie le diera tiempo de impedírselo. El portazo confirmó su salida.

–¿Qué os parece? –dijo Ace poniéndose en pie.

–Parece que no hemos salido mal parados de ésta –contestó Woodrow.

Ace frunció el ceño.

–No sé si hemos salido todavía.

–¿Por qué dices eso? –preguntó Woodrow confuso–. La chica acaba de decir que Buck no era su padre, ha devuelto el dinero y se ha ido sin pedir nada. Deberíamos estar dando gracias al cielo porque podría habernos pedido una parte del rancho.

–Sí, podría haberlo hecho y eso es, precisamente, lo que me preocupa. ¿Por qué no lo ha hecho?

Rory miró a sus hermanos y vio que todos se preguntaban lo mismo.

–¿Quizá porque es honrada y sólo quería deshacer un entuerto?

–Puede ser –contestó Ace pasándose los dedos por el pelo–, pero también podría ser que tuviera algo preparado para nosotros. Puede ser que la confesión de su madre moribunda no fuera cierta. A lo mejor, nos devuelve los setenta y cinco mil dólares porque va a pedirnos mucho más.

–¿Por qué preocuparnos por algo que no ha sucedido? –objetó Rory.

–Porque más vale estar preparados –contestó Ace.

–Yo creo que Ace tiene razón –intervino Maggie–. Pensadlo. ¿Qué mujer en su sano juicio iba a devolver setenta y cinco mil dólares a unas personas que ni siquiera sabían que los tenía?

–¿Una persona honrada? –insistió Rory.

–¿Y tú sabes que lo es? –le espetó Ace.

Rory se encogió de hombros.

–Claro que no. La conozco desde esta tarde. Jamás la había visto antes en mi vida.

–Me ha parecido que se ha ido llorando.

Rory se giró hacia Elizabeth.

–¿Sí?

Elizabeth asintió.

–¿Te ha dicho de dónde venía? –preguntó Ace.

–No, sólo sé que tiene la caravana aparcada al sur de la ciudad –contestó Rory.

–Si ha venido en caravana es porque piensa quedarse por aquí un tiempo y creo que deberíamos vigilarla para descubrir qué es lo que se propone.

–¿Y cómo demonios vamos a hacer eso? –preguntó Rory.

–Uno de nosotros tiene que hacerse amigo suyo –contestó Ace–. Es la única manera de descubrir sus planes.

–¿Y en quién estás pensando para esa bonita tarea? –preguntó Rory.

Ace se quedó mirándolo y Rory se dio cuenta de que todos los demás también lo miraban.

–No, no, yo no pienso ponerme a espiarla.

–No hay que espiarla sino ser su amigo –contestó Ace.

–¿Por qué yo?

–Porque tú vives aquí ahora.

–Whit también.

Ace se giró hacia Whit.