Una boda para toda la vida - Peggy Moreland - E-Book
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Una boda para toda la vida E-Book

Peggy Moreland

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Beschreibung

Shelby siempre había soñado con casarse por amor… y, en cierto sentido, así había sido, aunque Troy Jacobs fuera un perfecto desconocido, un vaquero a quien le había propuesto matrimonio en una cafetería. ¡Pero la hija de un predicador no podía tener un hijo sin estar casada! Troy nunca pensó en casarse, así de simple. Sin embargo, Shelby Cannon estaba desesperada y asustada. Solo necesitaba un certificado de matrimonio. Entonces, ¿por qué se empeñaba en seguir protegiéndola? ¿No sería que él también se había casado accidentalmente por amor… después de todo?

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2000 Peggy Bozeman Morse

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una boda para toda la vida, n.º 1040 - septiembre 2018

Título original: In Name Only

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-9188-665-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Un gato negro cruzó la puerta de la cafetería justo delante de Troy Jacobs, que se quedó parado mirando cómo el animal desaparecía. Sabía que los gatos negros daban mala suerte y que debería dar media vuelta, pero no creía que la suya pudiera empeorar, así que decidió seguir su camino.

Abrió la puerta y se encontró de bruces con los hermanos Corley, que se iban.

Saludó a los vaqueros levantando el sombrero.

–Qué mala suerte lo del novillo de hoy. Nunca había visto a ninguno que se escapara tan rápido. No te ha dado tiempo ni a reaccionar –dijo Rudy dándole una palmada en el hombro.

–Sí, últimamente me tocan a mí todos los raros –asintió Troy.

–Sí, pero ya cambiará tu suerte. Es una mala racha, pero no puede durar siempre –sonrió Rudy.

Troy intentó devolverle la sonrisa. Llevaba tres meses sin ganar dinero, gastándose el que tenía.

–Eso espero –suspiró– porque, si no, me voy a arruinar y tendré que vender mi caballo.

–Si llegas a eso, llámame. Siempre me ha gustado Danny Boy. Es el caballo con más corazón de por aquí –contestó Rudy inclinando el sombrero en señal de despedida–. Hasta luego, Troy.

–Hasta luego.

Troy miró alrededor en busca de una camarera. Hubiera preferido llegar un poco antes y haber podido cenar con los dos hermanos en vez de solo. Era muy tarde y solo quedaban un par de camioneros en la barra tomando café y una mujer sentada en la otra punta del salón. Troy se dio cuenta de que lo estaba mirando fijamente, pero ella bajó la vista cuando sus miradas se encontraron y se sonrojó.

Troy pensó que era una mujer guapa. Rubia, de ojos azules, buen cuerpo. Si su amigo Pete estuviera allí ya se habría acercado a la mesa para entablar conversación. A Pete le encantaban las mujeres y parecía que a ellas les encantaba Pete.

Troy se preguntó si debería intentar una de las tácticas de Pete para no cenar solo, pero descartó la posibilidad. Él no era Pete. Prefería cenar solo que arriesgarse a que lo rechazaron.

Se sentó y agarró la carta, tras haber dejado el sombrero sobre la mesa de al lado.

Odiaba comer solo, pero sus amigos, Pete y Clayton, no estaban para hacerle compañía. Pete le estaba guardando el rancho a Clayton mientras este corría detrás de su mujer para convencerla de que no lo dejara. A Troy le caía bien Rena y quería que se arreglaran aunque no podía evitar preguntarse cómo podía haber soportado durante tanto tiempo la indiferencia de su marido.

–¿Qué te traigo, vaquero? –le preguntó una camarera boli en mano.

–¿Qué me recomiendas? –sonrió Troy.

–El asado está bueno y tiene guarnición de judías verdes, puré de patatas y pan de maíz.

–Me parece bien. Y una taza de café, cuando puedas.

–Muy bien –contestó ella dirigiéndose a la barra.

Troy miró por la ventana. Desde allí se veía la autopista, por la que de vez en cuando pasaba algún camión de dieciocho ruedas. En el cristal, se reflejaba el interior de la cafetería. Vio a la camarera que colocaba el café en la bandeja e iba hacia la mesa. Se giró para hacerle sitio.

–¿Has participado en el rodeo de hoy? –preguntó la camarera.

–Sí.

–¿Con toros?

–No, no me subiría en uno ni por todo el oro del mundo.

–Ya decía yo. Tú tienes buenos modales, no como los que se dedican a los toros.

–Bueno, eso hay que agradecérselo a mi abuela, que me los inculcó desde que era pequeño.

–¿A qué te dedicas en el rodeo?

–A los novillos.

–Creí que era igual de peligroso.

–Yo creo que no. Si sabes montar bien a caballo y eres bueno con el lazo, tienes muchas posibilidades –contestó Troy agradeciendo el café y la compañía.

–No me puedo imaginar bajándome del caballo y atando a ese animal con cuernos. Me daría miedo que me ensartara.

–Ocurre de vez en cuando, pero mucho más a menudo con los toros.

La camarera miró atrás y vio que los camioneros estaban esperando a que les cobrara.

–Ahora mismo te traigo la comida –sonrió.

–No hay prisa –contestó Troy.

–La próxima vez que veas a tu abuela, le dices que te educó muy bien.

Troy volvió a mirar por la ventana. Sí, le gustaría decírselo, pero ya no lo reconocía ni lo entendía. El Alzheimer había podido con ella. Siempre que iba a verla a la residencia, se preguntaba cómo la vida podía ser tan cruel con una mujer tan buena como ella. Había trabajado toda su vida y se había ocupado de Troy cuando murió su madre.

Vio en el reflejo que la camarera le traía la cena y le sonrió apartando los dolorosos recuerdos de su abuela.

–Gracias.

–¿Quieres algo más?

–No, gracias –contestó mirando la generosa ración que le había servido.

La camarera se alejó y Troy se colocó la servilleta sobre las rodillas. Aquello olía maravillosamente. Cuando había dado buena cuenta de la mitad del plato, sintió una mirada. La mujer del otro lado de la cafetería lo estaba mirando desesperada. Le puso un poco nervioso, pero era muy guapa. Parecía delicada, femenina e inocente, como un angelito.

Se limpió la boca con la esquina de la servilleta y la saludó con la cabeza, nervioso.

No había dado más de dos mordiscos cuando vio una sombra sobre el plato. Levantó la mirada y se encontró con la mujer de pie junto a su mesa. De cerca, era todavía más guapa, pero parecía asustada.

–Siento interrumpirlo –dijo apretando la correa del bolso entre sus manos–. ¿Le importaría que me sentara con usted un momento?

–Claro que no –dijo mostrándole una silla.

Ella se acomodó y esperó a que él se volviera a sentar.

–Me llamo Shelby Cannon –le dijo tendiéndole la mano.

Él se limpió la mano antes de estrechar la suya, que era pequeña.

–Troy Jacobs, encantado de conocerla.

Ella lo miró intensamente cuando sus dedos se rozaron y Troy se preguntó si habría sentido la misma descarga que él.

–Señor Jacobs… –empezó ella retirando la mano.

–Troy –sonrió.

–Troy –repitió ella tomando aire y haciendo un esfuerzo por sonreír también–. Sé que puede parecerte raro que te haya abordado así, pero no tengo mucho tiempo y tengo que ser clara. ¿Estás casado? –le espetó.

–No –respondió sorprendido.

–Menos mal. Había visto que no llevas alianza, pero tenía que cerciorarme –dijo aliviada.

–¿Y tú? –se vio forzado a preguntar puesto que ella lo consideraba tan importante.

Ella negó con la cabeza.

–No he podido evitar oír la conversación que has mantenido en la puerta con esos dos hombres.

–¿Los hermanos Corley? Sí, somos vaqueros y llevamos años enfrentándonos en los rodeos, pero últimamente siempre ganan ellos.

–Te he oído decir que, como tu suerte no cambie, vas a tener que vender tu caballo –dijo ella acercándose y apretando el borde de la mesa.

–No es para tanto –contestó molesto porque supiera que había perdido de nuevo, no porque necesitara dinero.

–¿Cuánto vale tu caballo?

–¿Quieres comprarme el caballo?

–¡No! No quiero el caballo, no –rio–. No sé montar, así que no sabría qué hacer con él.

–Entonces, ¿para qué quieres saber cuánto cuesta?

–Yo… yo… simplemente me interesa.

–Veinticinco mil dólares.

–¿Veinticinco mil? –preguntó hundiéndose en el sillón–. Veinticinco mil –repitió cerrando los ojos. Cuando volvió a abrirlos, Troy hubiera jurado que se le estaban saltando las lágrimas–. No tengo tanto dinero. Gracias por tu tiempo, Troy. Siento haberte molestado.

–Espera un momento –dijo Troy haciendo que se volviera a sentar–. Creí que habías dicho que querías el caballo.

–No, solo quería saber cuánto costaba.

–¿Por qué?

–Bueno, quería hacer un trato contigo –contestó sonrojándose.

–Si no quieres mi caballo, ¿qué quieres de mí?

Ella agarró una servilleta y comenzó a destrozarla. Se había puesto como un tomate.

–Tu apellido –contestó.

–¿Mi apellido? –debía de haber entendido mal.

–Sí –dijo secándose furiosa una lágrima que le había resbalado por la mejilla. Fue inútil. Otra la reemplazó. Troy se puso de pie y le dio un pañuelo–. Gracias.

–¿Por qué quieres mi apellido? –preguntó confuso.

–Bueno, no es solo tu apellido –contestó mordiéndose el labio.

–Creo que deberías decirme exactamente qué es lo que quieres de mí –dijo Troy apartando el plato.

–Lo siento. No quiero llorar, pero es que tenía esperanzas de que te casaras conmigo y pudiera llevar tu apellido –dijo con los ojos llenos de lágrimas.

–¿Has dicho casarme contigo?

–Te pagaré, por supuesto –se apresuró a explicar–. Tengo dinero, pero solo cinco mil dólares.

–¿Por qué querría una preciosa jovencita como tú casarse con un viejo vaquero como yo? Pero si ni siquiera me conoces.

–No, no es que quiera casarme contigo, es que necesito tu apellido. Mi idea era casarnos, irnos cada uno por nuestro lado y divorciarnos cuando hubiera nacido el niño.

–¿Niño? –dijo Troy sorprendido.

–Sí, estoy embarazada –contestó llorando con la mano en la tripa.

Troy pensó que estaba siendo víctima de un programa de cámara oculta. Aquello no podía estar sucediéndole a él. Miró a su alrededor, pero solo vio a la camarera poniendo sal en un salero.

–Niño –repitió mirando a Shelby –ella asintió–. ¿Por qué no le pides al padre que se case contigo?

–Se lo dije, pero se negó –dijo con dolor y humillación. No paraba de llorar.

–Lo tendrías que haber pensado antes de acostarte con él. Hay métodos anticonceptivos. Los embarazos son fáciles de evitar hoy en día –la recriminó Troy.

–Sí, pero no todos son cien por cien efectivos –contestó ella asegurándose de que la camarera no los oía–. Bueno, olvídate –dijo dejando el pañuelo sobre la mesa y levantándose furiosa ante la acusación–. Creí que podría ser una buena solución para los dos, pero ya veo que me he equivocado –concluyó saliendo por la puerta.

Troy la siguió a través de la ventana. La vio atravesar el aparcamiento con la cabeza bien alta y se dijo que no era asunto suyo mientras la observaba entrar en el coche. Se le encogió el alma al ver que Shelby apoyaba la cabeza en el volante y gimoteaba histérica.

Su apellido, era lo único que necesitaba aquella joven. No estaba pidiendo tanto. No era como si le hubiera pedido una donación de riñón o algo parecido. Solo serían un par de meses, lo suficiente como para que no dijeran que el niño era bastardo. ¿Quién mejor que él entendía lo que era nacer fuera del matrimonio? Tal vez su vida habría sido diferente si su madre hubiera hecho lo que aquella mujer estaba intentando hacer.

–Maldición –juró. Agarró el sombrero y salió no sin antes pagar y despedirse de la camarera–. Muchas gracias.

Cuando llegó al coche de Shelby, estaba cerrado con seguro. Dio un golpe en la ventana.

–Abre –gritó enfadado.

–Vete –contesto mirándolo y dejando caer la cabeza de nuevo.

–O abres o rompo la ventana, lo que prefieras.

–Dime lo que me tengas que decir y vete. No es asunto tuyo –dijo abriendo la ventana.

–No creo que te interese que todo el mundo se entere de lo que te tengo que decir –dijo abriendo la puerta–. Tienes razón, no es asunto mío –dijo echando el asiento para atrás y cerrando la puerta con decisión. Ella se había apartado y le molestó que una mujer se sintiera acobardada por su presencia–. ¿Cuánto?

–¿Qué?

–¿Cuánto estás dispuesta a darme por mi apellido?

–Cinco mil –le contestó mirándolo.

–¿Y cuánto tiempo tenemos que estar casados?

–Hasta que nazca el niño.

–¿Y eso cuándo será?

–El cinco de mayo. Estoy de tres meses.

–No se te nota nada –dijo sorprendido siguiendo la mano de ella hasta la tripa.

–No, pero dentro de poco, sí.

–¿Qué esperas de mí? –preguntó con el ceño fruncido.

–Nada –se apresuró a asegurarle–. Bueno, solo una cosa.

–¿Qué?

–Que vengas a casa a conocer a mis padres. Si no, no se creerán que estoy casada.

–¿Tengo que ir a conocer a tus padres? –se revolvió Troy en el asiento–. ¿No es suficiente con enseñarles el certificado de matrimonio?

–No, no es suficiente. Bastante se va a enfadar ya mi padre por que no nos hayamos casado por la iglesia. Es pastor y…

–¡Pastor! ¿Tu padre es predicador? –dijo echando la cabeza hacia atrás–. Pete y Clayton no se lo van a creer. De hecho, ¡no me lo creo ni yo!

Troy miró por la ventana y, en mitad de la oscuridad, vio dos ojos verdes que lo miraban.

El gato negro.

«Quizás debería darme la vuelta e irme en la otra dirección», pensó mezquinamente.

Ya era demasiado tarde. Había accedido a casarse con la hija embarazada de un predicador a cambio de cinco mil dólares.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Estaba amaneciendo, pero el cielo estaba todavía teñido de los colores de la noche. La carretera por la que iban estaba tan iluminada que parecía de día.

Las Vegas.

Troy sacudió la cabeza y miró a la mujer que dormía junto a él, en el asiento del copiloto. Tenía una expresión inocente, como un ángel. Algo le dijo que al padre de la angelita no le iba a gustar mucho lo de la boda en Las Vegas.

–¿Shelby? –le dijo suavemente.

Ella se movió, estiró una mano y sacó un pie desnudo de la camiseta con la que se había envuelto para dormir. Troy sintió deseos de acariciarle el tobillo y de seguir subiendo por aquellas piernas… desvió la mirada y se controló.

–Hmmmm –contestó ella medio dormida.

–Despierta, ya hemos llegado.

Ella se desperezó inmediatamente y miró sorprendida por el parabrisas.

–Madre mía –comentó mirando todos aquellos hoteles y casinos.

–¿No habías estado nunca en Las Vegas? –sonrió Troy.

–No.

–Bienvenida al templo del vicio –dijo él parando el coche ante la puerta de un hotel.

–¿Por qué paramos aquí? –preguntó Shelby recelosa.