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"El mundo al revés, de Yang Jisheng, es la historia definitiva de la Revolución Cultural, con un detalle demoledor y desgarrador. La Gran Revolución Cultural Proletaria (1966-1976), un acontecimiento político de primer orden y un punto de inflexión crucial en la historia de la República Popular China, marcó el cenit y el nadir de la política ultraizquierdista de Mao Zedong. Reaccionando en parte al «revisionismo» de la Unión Soviética, que consideraba una amenaza para el futuro del socialismo, Mao movilizó a las masas en una batalla contra lo que él llamaba fuerzas «burguesas» dentro del Partido Comunista Chino (PCCh). Esta lucha de clases a gran escala, que duró diez años, devastó la cultura tradicional china y la economía de la nación. Tras su innovadora y premiada historia de la Gran Hambruna, Tombstone. The Great Chinese Famine, 1958-1962, Yang Jisheng presenta aquí la única historia de la Revolución Cultural realizada por un académico independiente con sede en la China continental, y hace una contribución crucial para comprender la influencia de esos años en la actualidad. El mundo al revés somete todos los incidentes políticos, mayores y menores, de esos diez años a un escrutinio extraordinario y mordaz, y llega al español en un momento en que la gobernanza china contemporánea se inclina de nuevo hacia una estructura de poder muy centralizada y un culto a la personalidad al estilo de Mao. «Monumental […] Yang lleva ahora su reputación como uno de los historiadores más atrevidos de China a otra herida abierta en la historia moderna de China, la Revolución Cultural […] El mundo al revés es un formidable trabajo de investigación y análisis […] Lea este libro para recordar uno de los periodos más oscuros de China y para lamentar que gran parte de su historia moderna se siga contando, irónica y trágicamente, fuera de las propias fronteras del país.» Rana Mitter, Financial Times «En lugar de escarmentar, Yang lo ha vuelto a hacer […] En su libro no hay héroes, sino enjambres de combatientes involucrados en un ""proceso repetitivo en el que los distintos bandos se turnaban para disfrutar de la posición de poder y perderlo, ser honrados y encarcelados, y purgar y ser purgados"", un ciclo inevitable, según él, en un sistema totalitario. Yang […] se ha beneficiado del trabajo reciente de otros cronistas impertérritos, a los que atribuye muchos detalles nuevos y escalofriantes sobre cómo la violencia en Pekín se extendió al campo.» Barbara Demick, The Atlantic «Una potente y extensa historia de la Revolución Cultural, una década poco comprendida y catastrófica en la historia moderna de China […] Imprescindible.» Kirkus Reviews «La ideología fanática, la intriga despiadada y el vasto derramamiento de sangre sacuden a China en esta arrolladora historia de la Revolución Cultural […] Este exhaustivo y a veces espeluznante relato demuestra lo desquiciados que llegan a ser los gobiernos cuando no están limitados por la democracia y los derechos individuales.» Publishers Weekly «El libro de Yang ofrece el relato periodístico más completo hasta ahora del trauma fundacional de la China contemporánea [...] describe, con un detalle a menudo abrumador, la intrincada lucha interna por el poder que finalmente estalló en la Revolución Cultural.» Pankaj Mishra, The New Yorker"
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Seitenzahl: 1489
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Akal / Anverso
Yang Jisheng
El mundo al revés
Una historia de la Revolución Cultural china
Traducción castellana de Francisco López Martín, a partir de la versión inglesa traducida y editada por Stacey Mosher y Guo Jian
La Gran Revolución Cultural Proletaria (1966-1976), un acontecimiento político de primer orden y un punto de inflexión crucial en la historia de la República Popular China, marcó el cenit y el nadir de la política de Mao Zedong. Reaccionando en parte al «revisionismo» de la Unión Soviética, que consideraba una amenaza para el futuro del socialismo, Mao movilizó a las masas en una batalla contra lo que él llamaba fuerzas «burguesas» dentro del Partido Comunista Chino. Esta pretendida lucha de clases a gran escala, que duró diez años, devastó la cultura tradicional china y la economía del país.
Tras su innovadora y premiada historia de la Gran Hambruna, Yang Jisheng presenta aquí la única historia de la Revolución Cultural escrita por un académico independiente afincado en China continental. El mundo al revés somete a todos los personajes y a los incidentes políticos, mayores y menores, de aquellos diez años a un escrutinio extraordinario, con un detalle desgarrador y demoledor, ofreciendo la que sin duda es la historia definitiva de la Revolución Cultural.
«Monumental». Rana Mitter, Financial Times
«Imprescindible…». Kirkus Reviews
«Ofrece el relato periodístico más completo hasta la fecha del trauma fundacional de la China contemporánea». Pankaj Mishra, The New Yorker
Yang Jisheng nació en 1940, ingresó en el Partido Comunista Chino en 1964 y trabajó para la Agencia de Noticias Xinhua desde 1968 hasta su jubilación en 2001. Durante quince años fue subdirector de Yanhuang Chunqiu, un diario oficial que elude regularmente la censura con artículos sobre temas políticos controvertidos. En 2015, dimitió bajo presión oficial. Por Tombstone. The Great Chinese Famine, 1958-1962, Yang ganó el Premio Stieg Larsson de Suecia al valor periodístico, el Premio Louis M. Lyons a la Conciencia e Integridad en el Periodismo, el Premio Hayek del Manhattan Institute y el Lemkin Book Award del Instituto para el Estudio del Genocidio.
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RAG
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Nota editorial:
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Nota a la edición digital:
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Título original
The World Turned Upside Down. A History of the Chinese Cultural Revolution
© Yang Jisheng, 2016
© Jeffrey L. Ward, 2012 (mapa)
© Ediciones Akal, S. A., 2024
para lengua española
Sector Foresta, 1
28760 Tres Cantos
Madrid - España
Tel.: 918 061 996
Fax: 918 044 028
www.akal.com
ISBN: 978-84-460-5536-5
Nota de los traductores al inglés
El mundo al revés, de Yang Jisheng, presta una renovada atención a la Revolución Cultural en el quincuagésimo aniversario de su lanzamiento, mientras el presidente de China, Xi Jinping, toma medidas para reforzar el poder centralizado y establecer en torno a él un culto a la personalidad al estilo de Mao. Única historia completa de la Revolución Cultural escrita por un académico independiente que reside en la China continental, El mundo al revés supone una contribución crucial para comprender su historia y su perdurable influencia en la actualidad.
La Gran Revolución Proletaria Cultural (1966-1976), un acontecimiento político de primer orden y un punto de inflexión crucial en la historia de la República Popular China (RPC), marcó el apogeo y la bancarrota de la política de Mao Zedong. Mao movilizó a las masas en una batalla contra lo que él consideraba la burguesía dentro del Partido Comunista de China (PCCh) en el poder, supuestamente para evitar que China se desviara de su senda socialista. Esta lucha de clases a gran escala, que duró diez años, causó un daño sin precedentes a la cultura tradicional y a la economía de la nación. En gran medida, fue el desastre de la Revolución Cultural lo que impulsó a los dirigentes comunistas chinos posteriores a Mao, antes que a sus homólogos soviéticos, a aplicar reformas económicas pragmáticas. Las principales políticas adoptadas por el gobierno posterior a Mao pueden entenderse como una reacción a la política radical de este periodo.
La revolución fue cultural porque Mao la concibió en términos marxistas como una revolución profunda destinada a erradicar la vieja cultura y las viejas costumbres, y a educar a las masas mediante una serie de campañas políticas. Mao consideraba que una población con una conciencia revolucionaria era la mejor defensa contra la llegada de la burguesía al poder. Aunque el programa de Mao logró un éxito considerable en la destrucción de gran parte de la cultura tradicional, la Revolución Cultural también trajo consigo un renacimiento del pasado imperial de China en el culto generalizado a la personalidad de Mao y la deificación del líder.
La revolución también fue política, ya que la tarea principal de este movimiento era purgar a los «seguidores de la vía capitalista» en la dirección del partido y «fortalecer la dictadura proletaria» bajo Mao. Aunque algunos de los líderes así nombrados –como el primer sucesor elegido por Mao, el presidente del Estado Liu Shaoqi– adoptaron un enfoque menos radical que el de Mao respecto al desarrollo económico de China, todos ellos eran comunistas comprometidos y nunca habían diseñado ningún programa para «restaurar el capitalismo» en China, que era de lo que se los acusaba.
La Revolución Cultural tuvo un impacto mucho mayor en la vida de la gente corriente y en la sociedad china en general que cualquier otro movimiento político en la historia de la RPC. Amplios sectores de la población fueron demonizados y perseguidos como enemigos políticos, especialmente los etiquetados como «elementos negros» (terratenientes, campesinos ricos, contrarrevolucionarios, elementos perniciosos y derechistas), junto con profesores, eruditos y artistas cuyo trabajo tenía que ver con la cultura y la educación. Un gran número de ellos fueron detenidos ilegalmente, interrogados, torturados e incluso brutalmente asesinados o empujados al suicidio. A la mayoría de los funcionarios de la administración y los cuadros del partido se los marginó por ser seguidores de la vía capitalista y se los envió a campos de trabajo para someterse a una «reforma». Jóvenes urbanos entusiastas formaron la Guardia Roja y organizaciones rebeldes y sirvieron como ejército cruzado de Mao contra el partido tradicional y la clase dirigente del Estado antes de que la mayoría de ellos –diecisiete millones en total– fueran igualmente enviados al campo para ser «reeducados» por los campesinos, lo que los incapacitaba para participar en la era de Reforma y Apertura posterior a la Revolución Cultural. La violencia entre facciones dentro de las organizaciones de masas por todo el país en 1967 y 1968 causó un gran número de bajas civiles y militares que todavía no se han contabilizado, salvo en estadísticas provinciales y locales esporádicas. Según estimaciones oficiales, el número total de personas afectadas por las campañas contra los enemigos políticos asciende a cien millones, lo que suponía una octava parte de la población de China en aquella época. A causa del grave y duradero impacto de la Revolución Cultural en la economía y la vida nacional de China, se la conoce oficial y popularmente como los «diez años de caos».
La dirección del PCCh posterior a Mao comenzó a finales de 1976 a aplicar medidas concretas para anular las políticas de la Revolución Cultural de Mao en todos los ámbitos. En junio de 1981, la dirección central adoptó la «Resolución sobre ciertas cuestiones de la historia de nuestro partido desde la fundación de nuestro país», un intento de revisar el legado de Mao y concluir un capítulo muy problemático de la historia del PCCh para que tanto el partido como la nación pudieran estar unidos, dejar atrás el pasado y mirar hacia delante. Aunque reconocía que la Revolución Cultural había sido la causa del «revés más severo y de las mayores pérdidas que el partido, el Estado y el pueblo habían sufrido desde la fundación de la RPC», la resolución mantenía el Pensamiento Mao Zedong como principio rector del PCCh, en apariencia por temor a que una crítica a fondo de la Revolución Cultural pudiera poner en entredicho la legitimidad de todo el régimen. Por lo tanto, la Revolución Cultural sigue siendo un tema muy delicado en China, y por ello importantes documentos de ese periodo permanecen clasificados en los Archivos Centrales de Pekín, mientras que estudios independientes serios sobre la Revolución Cultural, como el de Yang Jisheng, son censurados invariablemente en la China continental –la edición china de El mundo al revés (2016) se publicó en Hong Kong y no puede venderse ni circular legalmente en la China continental–.
Aparecido más de una década después de la publicación de estudios oficiales chinos sobre el tema, como Una historia concisa de la Revolución Cultural[*] (1996) de Xi Xuan y Jin Chuming, Historia de diez años de la Revolución Cultural (1988), deYan Jiaqi y Gao Gao, y Época de agitación, 1988), de Wang Nianyi, así como de Mao’s Last Revolution (La última Revolución de Mao, 2006), de Roderick MacFarquhar y Michael Schoenhals, El mundo al revés, de Yang Jisheng, se ha beneficiado de gran número de memorias, historias locales y comentarios publicados entretanto, donde se ofrece gran cantidad de material adicional y nuevas ideas sobre la Revolución Cultural. El libro de Frank Dikotter The Cultural Revolution: A People’s History, 1962-1976 (La Revolución Cultural: Historiade un pueblo) de 2016, también aprovecha material desenterrado más recientemente para ofrecer la tesis de que la resistencia pasiva y la desobediencia popular llevaron al fin del maoísmo. Yang Jisheng, por su parte, postula que la Revolución Cultural fue un partido triangular entre Mao, la Camarilla Burocrática y la facción rebelde, y que al final ganó la Camarilla Burocrática, perdió Mao y la facción rebelde cargó con las consecuencias de la derrota. Yang, que también ha escrito importantes obras sobre la Reforma y Apertura de China (La época de Deng Xiaoping: Veinte años de Reforma y Apertura de China, 1998, y La lucha política en la etapa de la Reforma china, 2004), afirma aquí que la Reforma y la Apertura fueron el resultado de la victoria final de la Camarilla Burocrática, de la que Deng Xiaoping y otros reformistas eran miembros clave, y que, por lo tanto, es esencial comprender la mentalidad y las prácticas de esa camarilla para entender la China que conocemos hoy.
Yang Jisheng rechaza la versión oficial de que los rebeldes se desbocaron y se apartaron de la trayectoria original del Pensamiento Mao Zedong, y opina en cambio que Mao tenía toda la intención de derrocar a los enemigos de la Camarilla Burocrática que se interponían en el camino de su utopía imaginada (ya desacreditada durante el Gran Salto Adelante y la Gran Hambruna), al tiempo que forjaba un «hombre nuevo» mediante campañas políticas. Mao utilizó a la facción rebelde para «aplastar el viejo aparato estatal», pero luego abandonó a los rebeldes y restauró la Camarilla Burocrática purgada para lograr un «gran orden» tras el caos nacional. Mientras que la mayoría de las historias de la Revolución Cultural y el arte y la literatura populares demonizan a la facción rebelde, este libro describe tragedias creadas por la Camarilla Burocrática que superan con creces las ocasionadas por la facción rebelde, en particular entre la gente corriente.
Las historias oficiales chinas afirman que los efectos adversos de la Revolución Cultural se debieron a que «fue utilizada por camarillas contrarrevolucionarias», en particular las de Lin Biao y la Banda de los Cuatro. Este libro demuestra que Lin Biao y Jiang Qing se limitaron a apoyar a Mao y que la mayoría de las llamadas acciones contrarrevolucionarias se llevaron a cabo bajo la dirección de Mao para impulsar la Revolución Cultural. El libro también señala que Liu Shaoqi, presentado en las historias escritas bajo la influencia oficial como una víctima dócil de la Revolución Cultural, fue en un principio un participante plenamente comprometido en la lucha por el poder en las más altas esferas del gobierno, y que Zhou Enlai, retratado por lo general bajo una luz positiva como opositor a la Revolución Cultural y protector de los cuadros, ayudó con fidelidad a Mao durante todo el movimiento.
Después de traducir al inglés Tombstone (La lápida) deYang Jisheng, una vez más nos enfrentamos a la tarea no solo de traducir, sino también de editar El mundo al revés (publicado originalmente con una extensión de ochocientos mil caracteres chinos) para ajustarlo a unas dimensiones aceptables para su publicación en inglés. Al igual que con Tombstone, contamos con la ayuda del Sr. Yang para revisar el libro e introducir cortes, incluida la supresión de tres capítulos. En el proceso de traducción, nuestra labor posterior tuvo como objetivo destacar los hechos y descripciones que mejor apoyan la tesis del Sr. Yang, reducir el a veces desconcertante detallismo del original y preservar el material que no se repite en otras obras publicadas. Esperamos que la versión aquí presentada refleje plenamente los puntos clave del Sr. Yang sobre este tema tan complejo.
El mundo de la traducción está notoriamente infrafinanciado. Agradecemos la confianza que la editorial Farrar, Straus and Giroux ha demostrado al hacer posible esta traducción al inglés de El mundo al revés. También queremos dar las gracias a la Open Society Foundations por su apoyo esencial.
[*] Los títulos de obras en chino aparecen en español a lo largo de toda la obra [N. del T.].
Nota del autor
El escritor chino Wang Meng dijo en cierta ocasión: «¿Quién puede explicar y además resumir, políticamente y en términos de escuelas de pensamiento, los diez años de Revolución Cultural que comenzaron en 1966? […] Esta es la historia de China, y los chinos tienen el deber de resumir correctamente y sin ambigüedades la Revolución Cultural en todos sus aspectos, no solo por China, sino también por el bien de la historia de la humanidad»[1]. La labor que describe Wang Meng me atrae desde hace tiempo, y espero que mi exploración de este terreno complejo y peligroso signifique un punto de inflexión.
Como participante en la Revolución Cultural en la Universidad Tsinghua en 1966 y 1967, viajé a una docena de ciudades de toda China con motivo de la creación de la Gran Red. En enero de 1968 me convertí en periodista de la Agencia de Noticias Xinhua y durante los años siguientes cubrí muchos incidentes relacionados con la Revolución Cultural. Sin embargo, tanto en mi experiencia personal como en mis reportajes periodísticos, «los árboles no me dejaban ver el bosque» y carecía de un conocimiento exhaustivo y profundo de este periodo de la historia. Cuando terminé de escribir Tombstone en 2007, me dediqué a investigar la Revolución Cultural. Aunque se han publicado muchas historias generales al respecto[2], decidí ofrecer mi experiencia y mi comprensión del proceso para que los lectores pudieran juzgarlo con espíritu crítico.
Investigar la Revolución Cultural exige recuperar los rasgos originales de la historia, superando las limitaciones de esa época y los intereses y sentimientos personales, y situándose en el elevado terreno de la civilización humana y política. La versión oficial de la Revolución Cultural está limitada por su ideología y su sistema político originales, lo que contradice de modo inevitable la verdad histórica.
El 27 de junio de 1981, el Sexto Pleno del Undécimo Comité Central del Partido Comunista de China (PCCh) aprobó su «Resolución sobre ciertas cuestiones de la historia de nuestro partido desde la fundación de nuestro país»[3], que se convirtió en el anteproyecto de la historia oficial de la Revolución Cultural. Dicha resolución relataba y comentaba la historia reciente de acuerdo con lo que exigían y permitían las condiciones políticas imperantes y, en realidad, era más bien un acuerdo sobre los problemas políticos a los que se enfrentaba en aquel momento. Sin ella, la gran transformación de China mediante la Reforma y la Apertura durante los treinta años siguientes habría sido imposible. Sin embargo, restaurar la verdad de la Revolución Cultural prohíbe a los historiadores tomar una vía intermedia y optar por una solución satisfactoria para todas las partes, como hacen los políticos.
Esa resolución preservaba el alma del sistema dictatorial, y con ella los intereses de la Camarilla Burocrática, al defender el Pensamiento Mao Zedong y distinguirlo del pensamiento y las teorías que Mao desarrolló después de 1956. Esta poda utilitarista va contra la verdad histórica y no resiste el escrutinio.
La historia oficial de la Revolución Cultural también legitima el gobierno continuo del PCCh, al sostener que la Revolución Cultural fue un «desorden interno, erróneamente lanzado por el líder y utilizado por las camarillas contrarrevolucionarias»[4], intentando hacer recaer la responsabilidad de la Revolución Cultural en «las camarillas contrarrevolucionarias de Lin Biao y Jiang Qing» y remediar así la crisis de confianza en el PCCh. Sin embargo, si estas dos camarillas existieron realmente, su auge y su caída se produjo dentro del partido.
La historia oficial de la Revolución Cultural, y los libros que acusan su influencia, presentan a Liu Shaoqi como una oveja dócil, sometida por entero a los caprichos de Mao y finalmente enviada por un camino sin retorno. En realidad, como revolucionario que había experimentado muchas batallas y años de luchas internas en el partido, Liu Shaoqi, al igual que la Camarilla Burocrática a la que representaba, se resistió a Mao desde el principio de la Revolución Cultural. Después de que Liu Shaoqi fuera desbancado, hubo resistencia a la facción de la Revolución Cultural por medio de la «Contracorriente de Febrero» y la «Represión de Contrarrevolucionarios de Febrero», y desde un grupo representado por Deng Xiaoping, así como una resistencia aún mayor por parte de la Camarilla Burocrática militar. Esta serie de resistencias no obedecía tanto a un sentido del bien y del mal como a una oposición de intereses, y la gente común fue la más afectada por estos enfrentamientos. Representar a Liu Shaoqi como una oveja sumisa es un intento de evitar que se responsabilice a la Camarilla Burocrática de la Revolución Cultural y de encubrir la mala conducta de los burócratas del ejército y del Estado, que tanto asoló a las masas populares. Embellecer la imagen de Zhou Enlai y encubrir su complicidad con Mao durante la Revolución Cultural obedece al mismo objetivo.
La historia oficial intenta exonerar a Mao culpando de las funestas consecuencias de la Revolución Cultural a las «camarillas contrarrevolucionarias», pero la Banda de los Cuatro no surgió hasta agosto de 1973[5], después de que la mayoría de los cuadros veteranos hubieran sido restaurados en sus puestos, y si hubo una «camarilla de Lin Biao» solo existió de abril de 1969 a septiembre de 1971. En cualquier caso, Lin Biao, Jiang Qing y sus respectivos grupos se limitaron a impulsar la Revolución Cultural bajo la dirección de Mao. Jiang Qing dijo: «Yo era el perro del Presidente Mao, y a quien él me decía que mordiera, yo lo mordía». Jiang Qing y Lin Biao fueron utilizados por Mao, y lo más que pudieron hacer fue aprovechar las oportunidades creadas por este para eliminar a algunos de sus respectivos oponentes.
Tras la invalidación de la Revolución Cultural, los cuadros superiores del partido escribieron libros y artículos en los que afirmaban haberse opuesto con firmeza a la Revolución Cultural en todo momento. No hablaron de los periodos en que siguieron el juego, persiguieron a otros cuadros y oprimieron a las masas, y se regodearon en las desgracias de sus colegas. Las historias oficiales cubren ampliamente la persecución de los cuadros durante la Revolución Cultural, pero apenas mencionan o incluso distorsionan las repetidas y sangrientas represiones dirigidas contra la gente común, cuyas víctimas superan en muchos cientos de veces a los cuadros perseguidos. La historia la escriben los vencedores, y dado que el vencedor final de la Revolución Cultural fue la Camarilla Burocrática los sufrimientos de las masas populares han sido ignorados en gran medida.
La Revolución Cultural fue un proceso histórico de extrema complejidad, con múltiples capas de conflicto entre múltiples fuerzas enredadas en repetidas luchas de poder y reveses a lo largo de diez años y de un vasto espacio geográfico. Todo tipo de pensamientos, toda clase de comunidades y toda suerte de grupos de interés chocaron de modo reiterado, pero también se entrelazaron y unieron. Los vencedores en una fase podían convertirse en los perdedores de otra; quienes llevaban a cabo las purgas durante un periodo de tiempo podían ser a su vez purgados en otra coyuntura. Pensar en blanco y negro, con términos simplificados de «aprobación» o «negación», hace imposible registrar o comentar este complejo proceso histórico.
Cualquier tesis razonable que se plantee sobre la Revolución Cultural se encontrará con una refutación igualmente razonable; cualquier relato histórico será criticado por alguien como unilateral, porque la mayoría de quienes vivieron la Revolución Cultural siguen vivos, y sus distintos papeles y situaciones durante ese periodo les ofrecieron perspectivas y experiencias diferentes. Las críticas de estos participantes son muy valiosas y acercan cada vez más a los investigadores a la verdad histórica, pero este recurso inestimable para la historia contemporánea presenta sus propias dificultades.
He llegado tarde en comparación con otros estudiosos de la Revolución Cultural. Estar en la retaguardia tiene sus ventajas, ya que no tuve que empezar de cero y pude utilizar el excelente trabajo de mis predecesores como punto de partida. A medida que he ido leyendo grandes relatos de la historia general de la Revolución Cultural, memorias de quienes la vivieron, investigaciones en profundidad sobre temas fundamentales, historias de la Revolución Cultural en localidades concretas y exploraciones teóricas, estos nombres se han ido incrustando en mi memoria: Gao Gao, Yan Jiaqi, Wang Nianyi, Xi Xuan, Jin Chunming, Roderick MacFarquhar, Wang Youqin, Zhou Lunzuo, He Shu, Wang Shaoguang, Wang Li, Chen Xiaonong, Wu Faxian, Qiu Huizuo, Li Zuopeng, Xu Jingxian, Nie Yuanzi, Yu Ruxin, Liu Guokai, Xu Youyu, Song Yongyi, Hu Ping, Ding Shu, Guo Jian, Gao Wenqian, Gao Hua, Yin Hongbiao, Han Gang, Xiao Xidong, Ding Dong, Chen Yinan, Bu Weihua, Tang Shaojie, Qian Liqun, Zhang Boshu, Zhu Xueqin, Chen Kuide, Wang Ruoshui, Wang Haiguang, Wang Xizhe, Wang Lixiong, Yang Xiguang, Shu Yun, Ding Kaiwen, Xu Hailiang, Qi Zhi, Sima Qingyang, Zhou Ziren, Hua Xinmin, Alateng Delihai, She Namujila, Jin Guangyao, Jin Dalu, Li Xun, Dong Guoqiang y Deng Zhenxin, entre otros. Aún más valiosos son algunos eruditos que estuvieron dispuestos a servir de trampolín para otros investigadores, recopilando, editando y clasificando sin ruido materiales históricos. Fu Sinian[6] decía que, en cierto sentido, el estudio de la historia es el estudio del material histórico. Los editores de obras como Base de datos de la Revolución Cultural China, compilada por Song Yongyi, Ding Shu, Guo Jian y otros; Crónica de los acontecimientos de los diez años de Revolución Cultural, compilada por Zhou Liangxiao y su esposa, Gu Juying; así como colecciones electrónicas de materiales históricos de la Revolución Cultural como Remembrance (Recuerdo) Yesterday (Ayer)y el Museo Virtual de la Revolución Cultural[7] han realizado una contribución profunda e indeleble. Los años que pasé investigando y escribiendo este libro me infundieron el más sincero respeto por estos pioneros.
Xu Youyu, Ding Dong, Bu Weihua, Yu Ruxin, Li Xun y Cong Ziwen leyeron el primer borrador de este libro, mientras que He Shu, Cai Wenbin, Xu Hailiang, Wang Haiguang y Song Yimin leyeron partes de él. Todos ellos me ofrecieron valiosos comentarios, por los que les estoy profundamente agradecido.
[1] Wang Meng, China inexplicable, Anhui wenyi chubanshe, 2012.
[2] Entre las historias generales de la Revolución Cultural publicadas en chino figuran Gao Gao y Yan Jiaqi, Década turbulenta: Historia de la Revolución Cultural, Tianjin renmin chubanshe, 1986; Wang Nianyi, Época de agitación, Henan renmin chubanshe, 1988; Xi Xuan y Jin Chunming, Breve historia de la Revolución Cultural, Zhonggong dangshi chubanshe, 1996; Bu Weihua (ed.), La destrucción del viejo mundo: Estragos de la Revolución Cultural china (1966-1968), Publicaciones de la Universidad China de Hong Kong, 2008; Shi Yun y Li Danhui, La dificultad de continuar la Revolución continua, Publicaciones de la Universidad China de Hong Kong, 2008; Roderick MacFarquhar y Michael Schoenhals, La última Revolución de Mao (edición china), Xinke’er chuban (Xianggang) youxian gongsi, 2009 (edición inglesa, Belknap Press of Harvard University Press, 2006).
[3] «Resolución relativa a ciertas cuestiones históricas desde la fundación de nuestro país», Selección de textos importantes desde el Tercer Comité Central, Renmin chubanshe, 1982, p. 757.
[4] Sala de Investigación de la Historia del Partido del Comité Central del PCCh, Historia del Partido Comunista de China, vol. 2 (1959-1978), Zhonggong dangshi chubanshe, 2011, p. 752.
[5] Wang Nianyi, «Una charla informal sobre la Revolución Cultural», Ershiyi Shiji (Siglo XXI, Hong Kong), octubre de 2006.
[6] Fu Sinian (1896-1950) fue un famoso educador y lingüista chino, líder del Movimiento del 4 de Mayo.
[7] Las URL de estos diarios en línea son las siguientes: Remembrance,http://prchistory.org/remembrance; Yesterday,http://prchistory.org/yesterday/; Virtual Museum of the Cultural Revolution, http://www.cnd.org/CR/halls.html.
Prefacio
El camino, la teoría y el sistema
En 1966 y los nueve años siguientes, casi todos los habitantes de China se vieron envueltos en la Revolución Cultural, una experiencia que dejó una huella permanente en la vida, el destino y el alma de todos los participantes. Aún más profundo fue el efecto del movimiento en la política, la economía y la sociedad chinas.
En un principio, Mao Zedong esperaba que la Revolución Cultural durara como máximo tres años. Pero a medida que avanzaba surgieron muchas situaciones imprevistas. Mao nunca imaginó la completa pérdida de control en agosto de 1967, que le obligaría a abandonar a algunos de los más acérrimos partidarios de la Revolución Cultural. Nunca imaginó que la lucha irreconciliable dentro de las filas militares en 1968 le obligaría a deshacerse de otro grupo de aliados. Esperaba que el Noveno Congreso del Partido condujera a una etapa de «lucha-crítica-transformación», pero nunca imaginó que una desavenencia entre él y Lin Biao desembocaría en el escandaloso intento de fuga y en la muerte de este en 1971. Desde el principio, repetidas colisiones desviaron a la Revolución Cultural de sus objetivos iniciales y dejaron a sus participantes desamparados. Tras el Incidente de Lin Biao, Mao esperaba devolver la Revolución Cultural a su dirección original, pero para entonces el movimiento había perdido apoyo público y la gente había empezado a fijar sus esperanzas en Zhou Enlai. Esto convirtió a Zhou en el nuevo objetivo de la Revolución de Mao. Un nuevo problema siguió a otro y se cometieron nuevos errores para corregir los anteriores. La Revolución Cultural fue un proceso de diez años en el que se buscaban las piedras para cruzar el río, y podría haber durado aún más si Mao no hubiera muerto en 1976.
La Revolución Cultural fue como una corriente de aguas revueltas creada por la interacción de múltiples fuerzas, en la que cada turbulencia se tragaba a un nuevo grupo de víctimas y creaba un nuevo grupo de «enemigos». A medida que el ímpetu de la Revolución Cultural flaqueaba ante la creciente resistencia y la retirada de un número cada vez mayor de personas a los márgenes, las olas fueron menguando de modo gradual, hasta que la Revolución Cultural fracasó y fue repudiada en su totalidad.
Con cada oleada de reveses y luchas, quien se llevaba la peor parte era la gente común, apaleada y reducida a la más abyecta miseria, mientras Mao, desde muy lejos, proclamaba con audacia: «¡Mirad, el mundo está al revés!»[1]. He utilizado esta expresión como título de mi libro para indicar la magnitud de esta agitación y sufrimiento.
Hay que buscar las raíces de la Revolución Cultural en el sistema que existía en los diecisiete años anteriores a su inicio, en la ideología imperante y en el camino que Mao mantenía entonces.
La Revolución Cultural fue una lucha de poder sobre el camino que debía seguir China; el poder no era más que la herramienta para alcanzar una senda política.
Algunos investigadores creen que la Revolución Cultural fue una mera lucha por el poder en la que Mao trató de despojar a Liu Shaoqi del prestigio que había ganado atenuando las secuelas de la Gran Hambruna. Hay algo de verdad en esta opinión, pero no resiste un análisis a fondo. Todo el proceso de la Revolución Cultural estuvo plagado de feroces luchas por el poder, desde el Comité Central hasta las bases. Sin embargo, entre los políticos, el poder es una herramienta para alcanzar objetivos políticos, en este caso la dirección política de China (es decir, «¿Hacia dónde se dirige China?»). Mao y Liu llevaban mucho tiempo distanciados en lo que a esto respecta, y cada uno había establecido su propio contingente de partidarios.
La dirección del Partido Comunista de China estaba unida en la cuestión básica de emprender la vía socialista y lograr la justicia social con un plan integral ejecutado por el régimen, pero Mao y Liu discrepaban sobre las condiciones en que la «nueva democracia» podía transitar al socialismo, y a qué velocidad.
Aunque Liu Shaoqi, al igual que Mao, hacía hincapié en la lucha de clases, los objetivos de su lucha, es decir, de la crítica y la denuncia, eran los terratenientes, los campesinos ricos, los contrarrevolucionarios, los derechistas, los cuadros de base corruptos y degenerados y los intelectuales intratables. Mao fue el cerebro de los ataques contra todo tipo de enemigos de clase, pero sus principales objetivos estaban en los niveles superiores del partido, donde se decidía el rumbo de China. La Gran Hambruna, que duró tres años, intensificó sin duda las divisiones entre Mao y Liu. Al no aceptar el fracaso de las Tres Banderas Rojas, Mao buscaba una nueva oportunidad para establecer su utopía de igualdad total en las esferas política, económica y cultural. Incluso si admitimos que las intenciones de Mao eran buenas, el socialismo, como forma de colectivismo, se basa en la aniquilación del individuo y solo puede lograrse mediante la coerción. Durante siglos, los ideales socialistas habían sido rechazados de manera constante, pero en lugar de reconocer la causa de ello en el propio socialismo, Mao culpó al «revisionismo» y a los «enemigos de clase».
Combatir y prevenir el «revisionismo» fue, por lo tanto, la principal tarea de la Revolución Cultural, mientras Mao intentaba despejar el camino para establecer su utopía. Ello significaba atacar a los «seguidores de la vía capitalista que detentaban el poder» como Liu Shaoqi, cuyos intentos de resolver los problemas de la Gran Hambruna dando a los campesinos más autonomía en el cultivo y adoptando una línea más suave en los asuntos internacionales fueron tachados de «línea revisionista contrarrevolucionaria». El camino establecido por Mao ya había creado un infierno en la Tierra en la época de la Gran Hambruna[2], y la Revolución Cultural que Mao utilizó con vistas a despejar los obstáculos para su paraíso previsto creó otro infierno en la Tierra.
La ideología de la vía política que eligió Mao creó un movimiento de masas fanático que infligió una brutalidad sin precedentes a las clases bajas políticas y a los individuos con puntos de vista alternativos.
La Revolución Cultural fue un movimiento masivo que barrió a la clase baja política[3] en el nivel inferior y atacó a la Camarilla Burocrática en el nivel superior. Todas las unidades de trabajo, distritos y familias se enzarzaron en discusiones; los matrimonios se pelearon, padres e hijos se distanciaron y los amigos más íntimos se separaron. La principal herramienta de Mao para mover a las masas, aparte de su posición de liderazgo y autoridad suprema, era la ideología de la que el pueblo chino se había impregnado durante los últimos diecisiete años a través de libros de texto, periódicos, reuniones y otros medios. La crítica implacable al pensamiento inconformista y la impermeabilidad a las ideas ajenas permitieron que la ideología oficial controlara el cerebro de cada individuo, guiara las acciones de cada persona y monopolizara el discurso social, creando una mentalidad de grupo que llevó a la gente a unirse a movimientos con una enorme pasión política. La fuente de esta ideología era el marxismo, cuya compasión por los oprimidos y explotados le confirió un glamur moral que inspiró a decenas de millones de personas a sacrificarlo todo por la causa. La ideología se convirtió en religión, y Mao en su sumo sacerdote. Agitando la mano desde la torre de la puerta de la plaza de Tiananmén en mítines multitudinarios, Mao despertaba oleadas de ardor que eclipsaban las apariciones papales en el Vaticano.
La moralidad tradicional alcanzó su punto más bajo durante la Revolución Cultural, pero fue sustituida por una moralidad diferente que situaba los objetivos del grupo en el plano más elevado y prescindía de todo lo demás para alcanzarlos. Como dijo Hayek: «La intensidad de las emociones morales que subyacen a un movimiento como el nacionalsocialismo o el comunismo probablemente solo pueda compararse con la de los grandes movimientos religiosos de la historia. […] Cuando hay un fin común que todo lo domina, no queda lugar para ninguna moral o regla general»[4]. El fin común que lo dominaba todo era el comunismo.
La causa fundamental de la Revolución Cultural se encuentra en el sistema de los diecisiete años que la precedieron y no solo en el carácter individual de Mao.
Situado en la cúspide de la pirámide del poder, Mao se corrompió de modo inevitable por los privilegios de que disfrutaba. Pero sería una simplificación excesiva atribuir la Revolución Cultural a las cualidades personales de Mao. Por ello, este libro se centra en los actos de Mao más que en valorar su moral e integridad personales. El sistema que precedió a la Revolución Cultural fue la razón fundamental de que esta se produjera.
La República Popular China construyó una estructura de poder de estilo soviético sobre el suelo de la autocracia imperial china, monopolizando la economía, la política y la ideología. La propiedad estatal canalizaba la producción y las necesidades vitales de cada persona bajo la planificación estatal y permitía que el régimen penetrara en todos los poros de la sociedad. Este sistema estricto y duro se basaba casi por completo en una pirámide de poder de millones de burócratas. Adopto el término «totalitarismo» para designar este sistema, a falta de otro mejor.
Wang Ya’nan sostuvo: «La política burocrática es una política de privilegios. Bajo la política del privilegio, el poder político no se ejerce para expresar la voluntad pública o servir al interés público, sino que se ejerce en nombre del “Estado” o de los “ciudadanos” para controlar y esclavizar al pueblo con el fin de lograr los objetivos egoístas de quienes detentan el poder»[5]. Bajo el totalitarismo, el privilegio se convirtió en un problema aún más grave.
El emperador gobernaba a su pueblo gobernando a sus funcionarios, y gobernar a los funcionarios era el mayor reto del emperador. Como dice un viejo refrán chino: «Es difícil gobernar el Imperio; todo el mundo piensa que el pueblo es difícil de gobernar, sin saber que la dificultad no está en el pueblo sino en los funcionarios». Mao se enfrentó al mismo problema. Era miembro de la Camarilla Burocrática, pero diferente de ella. Necesitaba que los burócratas cumplieran con sus obligaciones aplicando su voluntad, pero los burócratas también tenían un mundo privado, y perseguían sus propios intereses, los de sus familias y sus grupos, que eran independientes de los intereses del gobernante supremo. Mao se percató de que el mundo privado de los burócratas crecía sin cesar y se alarmó ante los signos de que la decadencia se estaba instalando y acelerando.
Aunque Mao ayudó a crearlo, este sistema cobró vida propia. Los ministerios y departamentos del gobierno central y los gobiernos locales se entrelazaban como en una alambrada que confinaba a la sociedad, y los burócratas utilizaban esta fina alambrada para ejercer una represión sin precedentes sobre la sociedad y la gente común. En 1958, Mao rompió con el sistema soviético transfiriendo el poder hacia abajo desde los ministerios y departamentos del gobierno central, pero el resultado fue el caos. Intentó otra transferencia de poder durante la Revolución Cultural, pero esto simplemente dio lugar a otro ciclo de lo que se conoce en la política china como «muerte en la centralización y caos en la liberación».
La insatisfacción de Mao con este sistema tenía varias facetas: El sistema de rangos y el alejamiento de los burócratas respecto de las masas entraban en conflicto con su populismo y anarquismo innatos. Le preocupaba que el uso de los beneficios materiales por parte de los burócratas para despertar el entusiasmo llevara a la sociedad a un materialismo imperante, y que los privilegios y la corrupción convirtieran a los funcionarios en adversarios del pueblo; naturalmente, conocía el viejo dicho «El pueblo es el agua que puede hacer flotar el barco o volcarlo». Por ello, Mao declaró que el «estrato privilegiado» de la «clase burocrática» y las «autoridades académicas» era el nuevo objetivo de la lucha y la revolución.
Como escribió el comunista yugoslavo Milovan Djilas[6]:
La revolución comunista, llevada a cabo en nombre de la eliminación de las clases, ha dado como resultado la más completa autoridad de una nueva clase. […] La nueva clase es voraz e insaciable, como lo era la burguesía. Pero no tiene las virtudes de frugalidad y economía que tenía la burguesía. La nueva clase es tan exclusiva como la aristocracia, pero sin el refinamiento y la orgullosa caballerosidad de esta […]
La tiranía totalitaria y el control de la nueva clase, que surgieron durante la revolución, se han convertido en el yugo bajo el que corren la sangre y el sudor de todos los miembros de la sociedad[7].
Djilas señaló que el poder de esta clase no se basaba en las riquezas que poseía, sino en los bienes estatales que controlaba, y predijo que esta nueva clase dejaría tras de sí «una de las páginas más vergonzosas de la historia de la humanidad»[8]. Esta nueva clase era la clase burocrática.
Aun así, Mao y Djilas partían de bases por completo distintas y tenían soluciones de todo punto diferentes para hacer frente a esta nueva clase.
Djilas declaró que una de las principales razones de su desilusión con el comunismo era la «tiranía» estalinista y el «comunismo dogmático primitivo y simplificado», y que su ideal último era el «socialismo democrático». Mao, sin embargo, defendía a Stalin y quería establecer una utopía que superara el sistema de este. Nunca reconoció el problema fundamental, que era la necesidad de un sistema totalitario para establecer una utopía comunista.
Para resolver el problema de la burocracia, Mao recurrió a las obras de Marx, Engels y Lenin, que reforzaron sus opiniones sobre la dudosa naturaleza del Estado y su eventual disolución. Sin el poder del aparato estatal, no habría nadie que gestionara los asuntos públicos, y los seres humanos se aniquilarían mutuamente. Sin embargo, una vez establecido el aparato estatal, este se convierte en una «excrecencia parasitaria»[9] de la sociedad y hace brotar una enorme Camarilla Burocrática. El anarquismo perdura porque la maquinaria estatal produce opresión de clase y privilegios burocráticos; la maquinaria estatal es indispensable porque la gente teme el poder destructivo del anarquismo. El proceso de la Revolución Cultural fue una lucha repetida entre el anarquismo y el poder estatal. Por desgracia, el poder estatal que prevaleció siguió siendo el de la Camarilla Burocrática.
El término «Camarilla Burocrática», tal como se utiliza en este libro, es neutro en cuanto a los valores. Los burócratas eran ejecutivos administrativos, pero, sin responsabilidad ante la opinión pública ni un sistema fiable de controles y equilibrios, podían utilizar su poder para reprimir y explotar a la población. Solo un sistema democrático moderno puede impedir que los burócratas se conviertan en represores y explotadores y evitar que un «Estado público» se convierta en un Estado burocrático opresivo.
En aquella época, el inmenso sistema burocrático totalitario de China creaba tensas relaciones entre los funcionarios y la población (el primer nivel de relaciones tensas) y también dentro de la propia burocracia (el segundo nivel de relaciones tensas). El segundo nivel de relaciones tensas fue el resultado del sistema de nombramiento de cuadros, en el que los niveles superiores decidían el destino de los inferiores, y también estuvo relacionado con la formación de facciones y «bastiones de montaña» en el proceso de toma del poder estatal. Situado en la cúspide del sistema burocrático totalitario, Mao utilizaba de modo regular el primer nivel como herramienta de control y equilibrio del segundo, al tiempo que utilizaba eslóganes populistas para socavar el primer nivel. Utilizar el poder de las masas como contrapeso al sistema burocrático totalitario significaba animarlas a rebelarse contra los burócratas. En la Revolución Cultural, estos dos niveles de relaciones tensas se entrelazaron y se unieron, de modo que las luchas políticas perdieron sus líneas divisorias entre lo correcto y lo incorrecto, y los participantes se convirtieron en un vasto rebaño corriendo en estampida por la arena.
Antes de la Revolución Cultural, las luchas contra la Camarilla Burocrática siempre se habían llevado a cabo de manera interna, pero Mao descubrió que estos métodos anteriores eran tan ineficaces como operarse a uno mismo. En última instancia, adoptó el método de convertirse en el representante directo de las masas de clase baja para deshacerse de la Camarilla Burocrática, movilizando y dirigiendo directamente a las masas para «aplastar el viejo aparato estatal», «despellejar» a la burocracia y «lograr un gran orden en todo el país mediante el caos masivo»[10].
Con el fin de movilizar a las masas para purgar a la Camarilla Burocrática y lograr el «caos nacional», Mao necesitaba rebeldes, pero no podía permitir que persistiera un estado de anarquía a largo plazo, y restaurar el «gran orden en todo el país» requería burocracia. Los rebeldes eran la mano izquierda de Mao, que necesitaba para atacar a la burocracia; pero la Camarilla Burocrática era su mano derecha, que necesitaba para restablecer el orden.
Durante la primera etapa de la Revolución Cultural, Mao blandió su mano izquierda alentando a los rebeldes a atacar a los burócratas y «despellejarlos durante un tiempo, pero sin arrasarlos»; sin embargo, este equilibrio se hizo difícil de mantener una vez que surgió un intenso conflicto entre los funcionarios y la población[11]. Durante la última etapa de la Revolución Cultural, Mao blandió su mano derecha e hizo que los burócratas contuvieran a los rebeldes, aunque ordenó a los burócratas «no atacarlos»[12]. Pero ¿cómo podían los burócratas recién reinstaurados no tomar represalias contra sus enemigos mortales? La Revolución Cultural fue un partido triangular entre Mao, los rebeldes y la Camarilla Burocrática. El resultado final de este juego fue que la Camarilla Burocrática acabó saliendo victoriosa sobre Mao, y los rebeldes sufrieron las consecuencias del fracaso de Mao. La facción rebelde que sirvió como el instrumento de piedra que Mao utilizó para «aplastar el viejo aparato estatal» y atacar a la Camarilla Burocrática fue finalmente aplastada en pedazos bajo la rueda siempre rechinante del aparato burocrático.
Las grandes calamidades de la historia traen consigo grandes compensaciones, y los factores compensatorios de la Revolución Cultural forman parte de su legado. Sin embargo, como los funcionarios chinos utilizaron su poder político para desviar la culpa de Mao y del sistema totalitario, la Camarilla Burocrática se benefició de la compensación histórica, mientras que las masas siguieron tragándose las amargas consecuencias.
Tanto si se analiza en términos de ideología, de línea política o de sistema, la Revolución Cultural estaba condenada al fracaso. Una vez que se establecieron los comités revolucionarios para «lograr que China sea roja por todas las colinas y valles», el viejo sistema se restauró sin la menor innovación. Cuando el intento fallido de huida de Lin Biao, el colaborador más importante de Mao en el lanzamiento de la Revolución Cultural, provocó un deterioro masivo de la salud de Mao, Deng Xiaoping intervino y emprendió una «revisión general» que aceleró la derrota ulterior de la Revolución Cultural; el «Movimiento del 5 de Abril» de 1976 demostró que la Revolución Cultural había perdido el apoyo público y que su fracaso era una conclusión inevitable. Menos de un mes después de la muerte de Mao, los cuatro líderes de la Revolución Cultural (conocidos como la Banda de los Cuatro), con la viuda de Mao en el centro, fueron arrestados. El viejo sistema que la Revolución Cultural había destruido fue restaurado por completo una vez finalizada la Revolución Cultural.
La Revolución Cultural produjo millones de casos injustos y muertes no naturales que afectaron a más de cien millones de personas en diversos grados[13]. Dado que la mayoría de los datos oficiales permanecen clasificados no hay forma de determinar con exactitud cuántas personas fueron víctimas de la Revolución Cultural. Aun así, lo que puede afirmarse sin ambigüedad es que fue catastrófica para China en términos de víctimas humanas, inmensa destrucción cultural y pérdidas económicas.
Engels dijo: «No hay un gran mal histórico sin un progreso histórico que lo compense»[14], y la compensación histórica de la catastrófica Revolución Cultural forma parte de su legado.
En primer lugar, destruyó la excelente imagen del partido y de los funcionarios que el gobierno había forjado a largo plazo, y eliminó la fe ciega en el partido y el respeto ciego a los funcionarios. La Revolución Cultural destruyó el mito que existía desde 1949, y especialmente desde 1957, de que el Partido Comunista era infalible, y sustituyó la sumisión servil por la sospecha y la crítica. En la década de 1980, el gobierno resumió este fenómeno como una «crisis de confianza», y esta desconfianza en la autoridad política es precisamente la condición necesaria para que una sociedad de súbditos comience a progresar hacia una sociedad de ciudadanos.
En segundo lugar, destruyó la ideología que se había inculcado a la población durante tantos años. Después de que el fracaso de la Revolución Cultural derrumbara su edificio ideológico, el pueblo chino se despojó de las cadenas espirituales de las décadas anteriores y una parte de él dejó de creer en el comunismo. El gobierno lo consideró una «crisis de fe», y esta ruptura de los grilletes espirituales era la condición necesaria para la liberación del pensamiento del pueblo.
También se produjo una crisis de confianza, en la que las masas perdieron la confianza en los sistemas político y económico existentes durante y antes de la Revolución Cultural. De ahí surgió la demanda de una reforma sistémica y la exploración de un nuevo sistema.
Fue precisamente lo que el gobierno percibió como tres crisis lo que imprimió un dinamismo sin precedentes al pensamiento de las masas y permitió a la gente común empezar a formarse una mentalidad independiente. El Movimiento del 5 de Abril de 1976, el Muro de la Democracia de Xidan en 1978 y las protestas políticas de 1989 constituyeron una emancipación del pensamiento que rompió grilletes espirituales, creando las condiciones necesarias para la Reforma y Apertura de China y el posterior impulso hacia la democratización.
En tercer lugar, la carnicería salvaje que se produjo durante la Revolución Cultural puso al descubierto la dificultad de la «lucha de clases como principio rector». La lucha de clases no solo perjudicó a la gente corriente, sino también a la Camarilla Burocrática, en especial a los miembros de su cúpula, como Deng Xiaoping. Abandonar la lucha de clases como principio rector y centrarse en la construcción económica se convirtió en un consenso apoyado por toda la sociedad.
En cuarto lugar, la anarquía de la «dictadura de las masas» no solo perjudicó a la gente corriente, sino también a los altos cargos de la burocracia. Una vez que los burócratas recuperaron sus puestos, empezaron a construir el sistema legal, que, aunque distaba mucho de ser un auténtico Estado de derecho, era al menos un paso en la dirección correcta.
El otrora glorioso edificio ideológico quedó reducido a un montón de escombros, y el inexpugnable sistema totalitario estaba lleno de agujeros. La mayoría del pueblo chino había despertado a la verdad, y un grupo de funcionarios racionales y ambiciosos estaba listo para poner en marcha la locomotora de la Reforma y la Apertura. En ese momento, China entró en un periodo decisivo de modernización acelerada. Esa fue la compensación histórica por el desastre de la Revolución Cultural.
Desgraciadamente, el vencedor final de la Revolución Cultural seguía siendo la Camarilla Burocrática, que ahora ejercía el poder de investigar y castigar a los responsables de la Revolución Cultural, así como el de dirigir la Reforma y la Apertura y repartir su botín.
La asignación de responsabilidades por la Revolución Cultural determinó los nombramientos de las filas de los cuadros durante la Reforma y la Apertura. Deng Xiaoping subrayó: «Los que siguieron a Lin Biao, Jiang Qing y los de su calaña y ascendieron al poder mediante la rebelión, los que estaban infectados por una mentalidad facciosa y los que se dedicaron a golpear, destrozar y saquear no deben ser ascendidos en absoluto, ni uno solo, y se debe retirar sin contemplaciones a los que siguen en puestos de dirección»[15]. Aunque los criterios de nombramiento propuestos por Deng Xiaoping eran adecuados y necesarios, en la práctica se aplicaron con un doble rasero. En la purga de esos «tres tipos de personas» tras la Revolución Cultural, los pilares del Terror de Agosto Rojo de 1966 fueron protegidos en gran medida, y la mayoría fueron ascendidos a puestos de liderazgo hasta convertirse en la siguiente generación de burócratas. En cuanto a los ciudadanos de a pie, el Comité Central del PCCh emitió un documento[16] en el que exigía que se tuvieran en cuenta los antecedentes de los líderes de las organizaciones de masas a la hora de promocionarlos y destinarlos al extranjero, lo que limitó las perspectivas profesionales de muchas personas con talento.
Dirigir la Reforma y Apertura otorgó a la Camarilla Burocrática el poder de decidir qué cambiaría o no cambiaría, y defender los intereses de la camarilla significaba limitar la reforma a la esfera económica. Al tiempo que invalidaban por completo la Revolución Cultural, los nuevos dirigentes de China continuaron con todo el sistema político y la ideología que la habían creado: dictadura de partido único, poder sumamente centralizado y un énfasis acusado en el poder. Apoyándose en estos legados políticos, la Camarilla Burocrática de la era Mao (incluida su progenie y amigos íntimos) logró convertirse en la nueva élite de la era de Reforma y Apertura.
El control de la Camarilla Burocrática sobre la asignación de los frutos de la Reforma y Apertura disoció el pago de los costes de la reforma de la asignación de sus beneficios: los trabajadores, los funcionarios de a pie y los intelectuales soportaron el mayor coste de la reforma y recibieron el menor dividendo, mientras que los sectores de la élite apenas contribuyeron al coste pero fueron, con mucho, los mayores beneficiarios. Los miembros de la primera «generación dorada» que salieron al extranjero para mejorar sus perspectivas procedían de las familias de la élite, y los que aprovecharon las poderosas posiciones de sus mayores para entrar en la economía de mercado y amasar miles de millones a través de los negocios procedían igualmente de estas familias.
Una vez que los funcionarios destituidos durante la Revolución Cultural fueron restaurados en el poder, ignoraron las lecciones de lo que había dado lugar a la Revolución Cultural y, aparte de las incesantes represalias contra los rebeldes, se entregaron a privilegios especiales y a una corrupción que superó los niveles anteriores a la Revolución Cultural. En comparación con la pobreza de los primeros años de la RPC, la Reforma y Apertura trajo consigo condiciones materiales más abundantes para el privilegio y la corrupción; produjo ricos empresarios privados y oportunidades para el intercambio de poder-dinero; y los poderosos podían controlar y manipular el mercado y participar en la competencia de mercado. Hayek afirmó: «Un mundo en el que los ricos son poderosos sigue siendo un mundo mejor que otro en el que solo los ya poderosos pueden adquirir riqueza»[17]. En la China actual, son de hecho los poderosos los que adquieren riqueza.
Los rebeldes se enorgullecían de creer: «En la revolución presté servicios meritorios, en la Revolución Cultural sufrí, bajo la reforma tengo poder». Pero ahora que Mao yacía mudo en su sarcófago de cristal, los rebeldes fueron arrojados al decimoctavo círculo del infierno, y los burócratas hicieron cuanto estuvo en su mano para obstruir el progreso hacia la democracia y promover el mecanismo de mercado. El sistema establecido en treinta años de reformas se denomina «economía de mercado socialista», pero en esencia es una «economía de mercado controlada por el poder»[18] en la que el poder controla y manipula el mercado. En la economía de mercado controlada por el poder, los grandes y pequeños centros de poder son como agujeros negros que atraen las riquezas de la sociedad hacia grupos sociales estrechamente asociados a los que ocupan el poder. El problema fundamental de la economía de mercado controlada por el poder es su injusticia; una sociedad injusta no puede ser armoniosa. En la economía de mercado controlada por el poder, el abuso de poder se combina con la codicia de capital, creando un caldo de cultivo para todos los males de la sociedad. El establecimiento de un sistema con controles y equilibrios sobre el poder y controles sobre el capital es la exigencia ineludible de toda sociedad. La democracia constitucional es dicho sistema.
[1] Un verso del poema de Mao «Dos pájaros: Un diálogo con la melodía de Nien Nu Chiao»: «Las alas del roc se abren en abanico, / se elevan noventa mil li / y despiertan un ciclón furioso. / Con el cielo azul a sus espaldas, mira hacia abajo / Para contemplar el mundo del hombre con sus pueblos y ciudades. / Los disparos lamen el cielo, / los proyectiles agujerean la tierra. / Un gorrión, en su arbusto, está muerto de miedo. / “¡Esto es un desastre! / Quiero salir volando”. / “¿Adónde, si se puede saber?” / El gorrión responde: / “A un palacio enjoyado en las colinas del país de las hadas. / ¿No sabes que hace dos años se firmó un triple pacto / Bajo la brillante luna de otoño? / Habrá mucho que comer, / patatas bien calientes, / gulasch relleno de carne”. / “¡Déjate de tonterías! / Mira, el mundo está patas arriba”», traducción al inglés de Mao Zedong, Poems, Open Source Socialist Publishing, 2008, p. 45). Este poema se escribió en otoño de 1965 y originalmente expresaba oposición al revisionismo soviético, pero cuando la revista Poesía (Shikan) lo publicó el 1 de enero de 1976, los chinos lo relacionaron con la agitación de la Revolución Cultural.
[2] Véase mi libro anterior Lápida: Informe de la Hambruna China de la década de 1960, Hong Kong, Cosmos Books (Tiandi tushu chubanshe), 2008 (edición en inglés: Tombstone: The Great Chinese Famine 1958-1962, trad. Stacy Mosher y Guo Jian, Nueva York, Farrar, Straus y Giroux, 2012).
[3] Lo que aquí se denomina «clase baja política» son los grupos a los que se dirigen las repetidas campañas políticas, incluidos terratenientes, campesinos ricos, contrarrevolucionarios, elementos perniciosos, derechistas, capitalistas y funcionarios del régimen nacionalista. Fueron sometidos a una persecución constante bajo una ideología que los trataba como amenazas para la sociedad.
[4] F. A. Hayek, The Road to Serfdom, vol. 2 de The Collected Works of F. A. Hayek, University of Chicago Press, 2007, p. 168 [ed. cast.: Camino de servidumbre, trad. José Vergara, Alianza, Madrid, 2015]; edición china, traducción de Wang Mingyi y Feng Xingyuan, Pekín, Zhongguo shehui kexue chubanshe, 1997, p. 143.
[5] Wang Ya’nan, Investigación sobre la política burocrática china, Zhongguo shehui kexue chubanshe, 1981, p. 190. Wang Ya’nan (1901-1969), famoso economista, fue el primero en traducir Das Kapital al chino.
[6] Milovan Djilas, uno de los primeros revolucionarios de Yugoslavia, se convirtió en presidente de la Asamblea Federal de la República Federal Socialista de Yugoslavia en 1953 y estaba llamado a ser el sucesor de Tito como presidente de Yugoslavia. Sin embargo, una serie de artículos que escribió sobre la nueva clase privilegiada de Yugoslavia a finales de 1953 y principios de 1954 lo llevaron a ser despojado de su cargo y expulsado del Comité Central del Partido Comunista de Yugoslavia en enero de 1954, y poco después dimitió de la Liga de Comunistas de Yugoslavia.
[7] Milovan Djilas, La nueva clase, traducción al chino de Chen Yi, Oficina de Teoría del Comité de Política y Derecho del Comité Central del PCCh, edición en gran formato para circulación interna, pp. 47, 78, 93. Traducción al inglés: Milovan Djilas, The New Class: An Analysis of the Communist System, Londres, Thames and Hudson, 1957, pp. 36, 60, 72.
[8]Ibid., p. 90; edición inglesa, p. 69.
[9] Nota de los traductores de la edición inglesa: Término utilizado por Marx y Lenin, como en V. I. Lenin, The State and Revolution: The Marxist Theory of the State and the Tasks of the Proletariat in the Revolution, Lenin Internet Archive (Marxists.org), 1993, 1999, pp. 31, 33, marxists.org/ebooks/lenin/state-and-revolution.pdf [ed. cast.: El Estado y la Revolución: La teoría marxista del Estado y las tareas del proletariado en la Revolución,https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/estyrev/].
[10] Wang Lixiong comparte esta opinión: Wang Lixiong, «¿Qué ganó China con la Revolución Cultural?», abril de 2006 (accesible a través del sitio web de Boxun: blog.boxun.com/hero/2006/wanglx/5_1.shtml).
[11] Según las estadísticas de la Organización del Comité Central del PCCh, durante la Revolución Cultural fueron investigados un total de 2,3 millones de cuadros, lo que representa el 19,2% de los 12 millones de cuadros de la época. Un número aún mayor de cuadros que no fueron investigados formalmente fueron objeto de críticas y detenciones injustas, y muchas otras personas se vieron afectadas de un modo u otro. Alrededor del 75% de todos los cuadros de nivel igual o superior a viceministro de Estado o vicegobernador provincial fueron investigados de manera oficial, y se persiguió hasta la muerte a más de sesenta mil cuadros. Se incoaron casi veinte mil causas injustificadas contra «camarillas», que afectaron a cientos de miles de cuadros, y a muchos buenos funcionarios los persiguieron sin piedad. Véase Historia del Partido Comunista de China, vol. 2, 1949-1978, cit., p. 967.
[12] Véase el capítulo 9.
[13] Xi Xuan y Jin Chunming, Breve historia de la Revolución Cultural, Zhonggong dangshi chubanshe, 22006, p. 196.
[14]Obras completas de Marx y Engels, vol. 39, Renmin chubanshe, 1977, p. 149. Nota de los traductores de la edición inglesa: traducción inglesa: «Engels to Nikolai Danielson in St. Petersburg (Abstract)», 1983, traducción de Donna Torr, International Publishers, 1968, Marxists.org, marxists.org/archive/marx/works/1893/letters/93_10_17.htm.
[15] Deng Xiaoping, «Reforma del Sistema de Dirección del Partido y el Estado», Obras escogidas de Deng Xiaoping, vol. 2, Renmin chubanshe, 1993, p. 323.
[16] «Opiniones relativas a la apertura de archivos sobre los principales dirigentes de organizaciones de la facción rebelde en instituciones educativas terciarias durante la Revolución Cultural», Documento del Comité Central del PCCh n.o 6 [1983], 23 de abril de 1983.
[17] Hayek, Camino de servidumbre, edición china, p. 102; edición inglesa, p. 136.
[18] El economista Wu Jinglian se refiere a la «economía de mercado controlada por el poder» como «capitalismo de amiguetes». Véase, por ejemplo, David Barboza, «China’s Mr. Wu Keeps Talking», New York Times, 27 de septiembre de 2009, BU1, nytimes.com/2009/09/27/business/global/27spy.html.
Cronología de la Revolución Cultural