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En el texto se realiza un breve pero necesario recorrido por el camino del Museo como institución en Cuba desde la época colonial, demuestra cómo su nacimiento apuntaba hacia una tradición occidental que tuvo uno de sus máximos exponentes en la creación del Museo de Bellas Artes. Se expone cómo en un período de veintiún años, este museo fue motivo de las diferentes políticas culturales de la nación cubana y los avatares para que subsistiera como entidad cultural desde su fundación, pero esencialmente entre 1940 y 1961;en él se entrelazan: arte, estrategias, sociedad civil, tradición, patrimonio y política cultural durante ese período. La autora destruye los prejuicios y reduccionismos de muchos que parcelan la historia a través de los sucesos políticos, las creaciones artísticas y literarias, excluyendo la labor patrimonial, sin penetraciones hacia los pluralismos generados por las sociedades históricas. Interesante propuesta que enriquecerá el conocimiento sobre una institución emblemática de nuestro patrimonio cultural, no solo de los habaneros, sino de todos los cubanos y extranjeros que han visitado o deseen visitar ese lugar.
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Seitenzahl: 181
Veröffentlichungsjahr: 2017
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Ya las exposiciones no son lugares de paseo.
Son avisos: son lecciones enormes y silenciosas: son escuelas.
Pueblo que nada ve en ellas que aprender, no lleva camino de pueblo.1
Jose Martí
En toda ciudad moderna hay gran necesidad de establecer
un museo capaz de presentar al público la historia
del desenvolvimiento de la localidad, en términos de su geología,
su fauna, su flora, además de la historia de sus habitantes,
su industria y su comercio.2
Thomas W. Stephen
1 José Martí: «La exposición de Boston», Obras Completas, t. VIII, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, p. 371.
2 Thomas W. Stephen: El Museo y el mundo moderno, Biblioteca Pública de la Sociedad Económica de Amigos del País, La Habana, 1954, p. 21.
A Ilo, que sigue tañendo alegre, como campana al amanecer.
A mi papá, que me enseñó a orientarme en la ciudad
tomando como referente los monumentos de sus calles, inició mis visitas a los museos, y con su ejemplo diario sembró en mí la pasión por el estudio.
A mis colegas del Instituto de Historia de Cuba, en especial a los que integramos el gran equipo de pensamiento y políticas culturales: Joney Zamora, Malena Balboa, Alicia Conde,
Rolando Misa, Eyma Román, Anselmo Montiel, Yoel Cordoví, Yoana Hernández.
A los trabajadores de la Biblioteca del Instituto de Historia de Cuba.
A María Cristina Rodríguez, del Centro de Documentación del Museo Nacional de Bellas Artes.
A Digna, del Archivo del MINCULT.
A Telly, por el ejemplo.
A Dayana, por la hermandad.
A Danay Ramos, María Luisa Pérez López de Queralta y Avelino Víctor Couceiro.
A los profesores de la Maestría en Estudios Interdisciplinarios en América Latina, El Caribe y Cuba.
A Mildred, por la confianza y el apoyo.
A Latvia, por la ayuda y el ejercicio crítico realizado con estas páginas.
A mi familia y amigos de 48.
El museo que conocemos hoy llega a nuestras vidas lleno de prestigio y popularidad, es una institución cultural consagrada por la historia. Por esta razón, existe una gran cantidad y diversidad de ellos: los de arte contemporáneo, arqueología, etnología, bellas artes, historia, entre otros, a nivel internacional y en el plano nacional también, ubicados lo mismo en grandes urbes que en pequeños poblados, o en instituciones públicas o privadas.
Para alcanzar este éxito, el museo, desde su origen, ha tenido que evolucionar en la medida que la sociedad se ha transformado, sin perder de vista su encargo: custodiar y conservar los testimonios de la cultura material, frutos del coleccionismo.
La tradición museística internacional nació en la Grecia antigua, en lo que ellos dieron en llamar «Mouseion», lugar para el culto que se rendía a las musas en las antiguas regiones griegas de Tracia y Beocia, que evolucionó en sus concepciones y funcionamiento hasta convertirse en un lugar donde se recogían los conocimientos de la humanidad: un centro de ciencias. En cambio, los romanos derivaron del término griego al término latino museum para referirse al sitio donde se producían las discusiones filosóficas y que servía, además, para la exhibición de piezas raras de épocas anteriores.
Como se aprecia, el término mouseion-museum se utilizó relacionado con las diversas inspiraciones, como la música, la poesía y las artes en forma general, la ciencia y finalmente con la filosofía. Por tanto, estos espacios no solo se dedicaban a la creación artística, sino, por extensión, a todo el conocimiento.
Una cosa queda clara desde los orígenes mismos de la institución, y es su relación con la actividad coleccionista. La existencia del museo siempre ha quedado justificada por la estrecha vinculación de este con la colección de objetos, en torno a la cual gira la función de tutelar y conservar los testimonios de la cultura material de una comunidad social dada.
Si bien la actividad coleccionista ha acompañado al hombre desde la antigüedad, no fue hasta el renacimiento —período histórico comprendido entre los siglos xv y xvi—, que el término museo se utilizó para designar a un espacio físico destinado a la formación de una colección de objetos valiosos. Las cuantiosas fortunas de las familias ricas de Europa y de los papas colectaron verdaderos tesoros que dieron lugar a la formación de destacados museos en Italia: Capitolio en 1491, Vaticano en 1503, Uffizi en 1581;1 a los que se le sumaron otros no menos importantes y con una proyección más abierta, como el caso del Ashmolean Museum de la Universidad de Oxford, primer museo que abrió sus puertas al público en 1683.2
1 Luz María Gilabert González: La gestión de museos: análisis de las políticas museísticas en la península ibérica, Tesis en opción del grado de Doctor Europeo, Universidad de Murcia, 2011, p. 59. (Inédito)
2 Ibídem, p. 59.
Nacidos en el marco del enciclopédico siglo xviii, el British Museum de Londres y el Museo del Louvre de París han devenido en las instituciones museísticas más importantes del mundo, con una política basada en la expansión de sus colecciones a partir de los más diversos objetos procedentes de diferentes culturas, constituyendo esto un elemento importante a la hora de caracterizar los museos surgidos en esta época y en los siglos venideros.
A partir de la apertura del Louvre al público se inició una nueva etapa, en lo que concierne al coleccionismo y a los museos, caracterizada por el hecho de que las colecciones dejarán de ser exclusivamente de la iglesia, los señores feudales y la naciente burguesía para convertirse en propiedad de la nación. Esto se debió a que los revolucionarios franceses consideraban el arte como creación del pueblo. El Louvre se erigió así en el modelo de museo europeo, al cual se le dotó de una nueva función: custodiar el patrimonio nacional, lo que permitió la construcción del tríptico museo-patrimonio-nación como paradigma institucional durante más de un siglo.
Fue a Napoleón Bonaparte que se debió en gran medida la concepción del museo como instrumento de gloria nacional,3 lo que justificó el surgimiento de grandes museos nacionales en Europa durante el siglo xix que mantuvieron como característica central el papel del Estado como propietario de las colecciones que representaban a todos los individuos de la nación. En este sentido, el museo pretendió erigirse aglutinador de las individualidades humanas y en importante factor para la construcción de la identidad cultural nacional.
3 E. P. Alexander: «Museum master, Their Museum and their influence», en Luz María Gilabert: La gestión de museos: análisis de las políticas museísticas en la península ibérica, Tesis en opción del grado de Doctor Europeo, Universidad de Murcia, 2011, p. 62. (Inédito)
La responsabilidad estatal que esto implicaba provocó un cambio en la forma de gestionar y administrar el museo, que no solo iba a encargarse de la custodia de los bienes patrimoniales, sino que asumió la creación y mantenimiento del mismo, destacándose así la relación política-cultura que a la larga tributa al término contemporáneo de política cultural.
En América, aunque hay algunos antecedentes de museos en el siglo xviii,4 no va a ser hasta el siglo xix que estos despunten asociados a los procesos emancipatorios de la metrópoli colonial y la puesta en práctica de los sistemas de gobierno republicanos. El museo representó una institución útil en la reafirmación de la nacionalidad.
4 En 1790 en la Ciudad de México se inauguró el Museo de Historia Natural, en 1796 en Guatemala se inaugura el Gabinete de Historia Natural según iniciativa del Rey Carlos IV.
En Cuba no va a ser muy diferente el proceso de musealización. Uno de los mitos que han sobrevivido respecto al museo cubano es su escasez numérica al triunfo de la revolución, que cierra la cifra de estas instituciones en siete,5 a saber: Museo Emilio Bacardí, Museo de Cárdenas, Museo Ignacio Agramonte, Museo Fortún, Museo José Martí, Museo Nacional y Museo Antropológico Montané de la Universidad de La Habana, desconociéndose, entre otros, los museos: García Feria, el de objetos indígenas de Banes, el Municipal de La Habana, el de la Policía, el Francisco Fina García en Santiago de las Vegas, El Abra en Isla de Pinos y los de ciencias naturales en algunos colegios, como el del Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana que exhibía la colección de ciencias naturales formada por Juan Cristóbal Gundlach, y tampoco se hablaba de las colecciones privadas que abrían al público determinados días de la semana, como la de Julio Lobo.6
5 Martha Arjona Pérez: «Informe de Cuba», Patrimonio e Identidad, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1986, p. 70.
6 María Mercedes García Santana: Conferencia dictada en Curso de Museología, CENCREM, La Habana, 2004. (Inédito)
Ciertamente estas instituciones actuaban de manera independiente, aunque desde abril de 1913 existía amparado por decreto presidencial el Museo Nacional, y desde 1928 el Estado asumía el cuidado, protección y conservación de las riquezas y bellezas naturales del país y la de otorgarle la condición de «Monumento Nacional» a construcciones de carácter histórico, artístico o patriótico. Dichas acciones fueron institucionalizadas posteriormente en la Comisión Nacional de Arqueología, que unificó con cierta coherencia los trabajos a nivel nacional para la protección de los bienes culturales de carácter patrimonial. El papel jugado por el Estado con atención a la cultura quedaba circunscrito a dos alternativas básicas: por una parte, el dictado de normas jurídicas u otros instrumentos legales para regir las relaciones de individuos e instituciones y sus acciones; y por otra parte, la intervención directa en la producción cultural, expresada de manera clásica en la construcción de centros culturales o en el apoyo a determinadas manifestaciones artísticas o literarias.
Paralelamente existían grupos muy diversos de agentes que actuaban con la intención de promover la producción, la distribución y el uso de la cultura, la divulgación y protección del patrimonio histórico y el ordenamiento del aparato burocrático responsable de ella. Vale mencionar asociaciones como Pro arte musical, Lyceum, Más Luz, Nuestro Tiempo, Círculo de Bellas Artes, Ateneo, Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana y otros sitios del país. Cada una de ellas desarrolló su programa cultural en relación con intereses y fines de la asociación, es decir, desarrollaron de modo individual sus políticas culturales, que superaban con creces la obra emprendida desde la iniciativa gubernamental. Sin embargo, no se conoce plenamente cuál fue el accionar de las mismas y su impacto en la sociedad cubana, situación que se justifica un tanto por la insuficiencia de estudios desde la ciencia historia al interior de las políticas públicas y en especial de las culturales.
El caso del Museo Nacional nos puede servir para ilustrar la anterior afirmación, ya que del mismo existen varios estudios publicados en forma de catálogo, ricos en imágenes de las obras de artes plásticas que forman las distintas colecciones del mismo: arte cubano y arte universal, atendiendo así a la clasificación y ordenamiento escogido para la exhibición permanente en el año 2001. En estos libros —de excelente factura— se incluye un panorama histórico sobre la evolución del museo y las colecciones realizados por María del Carmen Rippe y Corina Matamoros Tuma, información que también se repite en las guías para turistas que se venden en el museo. A pesar de que, tradicionalmente, los textos de los catálogos en línea general son muy escuetos, el caso que nos ocupa quizás sea una excepción. Nos encontramos ante un texto ameno, donde se hace un recorrido por los principales momentos y lugares de la vida de la institución y de la formación de sus colecciones. Así, el catálogo publicado con el nombre Museo Nacional de Bellas Artes, Colecciones de Arte Cubano destaca la labor de sus artífices principales: el comisionado y arquitecto Emilio Heredia Mora y el director y profesor Antonio Rodríguez Morey, relacionándose de forma genérica los principales donantes sin especificar los nombres de personas naturales o jurídicas.
Hay que destacar que en el texto se hace un uso erróneo de la palabra «tesauro». Según el Gran Diccionario de la Lengua Española, tesauro significa catálogo o antología de palabras;7 y según el ICOM,8 no es más que la lista estructurada de descriptores o términos propios de un ámbito científico determinado, entre los cuales se establecen una serie de relaciones jerárquicas y asociativas. Además de la presentación alfabética, ofrecen una representación gráfica de las relaciones entre los descriptores. Sin embargo, ha sido utilizado como sinónimo de colección, que significa, según el diccionario citado, conjunto de cosas que pertenecen a una misma clase. No obstante el uso de licencias expresivas como «nueva política de tesaurización», refiriéndose a la nueva política de formación de colecciones, se pueden leer entre líneas los postulados de la política cultural desplegada por su director y los nuevos rumbos que toma el museo después de la década del 60 en línea general.
7Gran Diccionario de la Lengua Española, Larousse Editorial S.A., 1998. (Versión digital)
8 Consejo Internacional de Museos, organización no gubernamental para el trabajo y funcionamiento de los museos y los profesionales asociados al mismo.
Por su parte, María del Carmen Rippe, bajo el título «Historia del Museo Nacional de Bellas Artes», publicó en el sitio web http://www.lajiribilla.cu/2001/n12_julio/344_12.html el texto que inicia el libro-catálogo de las colecciones de arte universal,9 que supera —en opinión de esta autora— al que inicia el libro dedicado a las colecciones de arte cubano; ya que si bien se relata de forma cronológica el ciclo de vida del museo, apunta elementos valorativos como la clasificación tipológica del mismo con relación a sus homólogos en la región y con respecto al mundo, y detalla las colecciones y su ubicación en sala en la sede de Aguiar. En él se deja sentado que las obras propiedad de la Academia de Pintura y Dibujo San Alejandro entraron en calidad de préstamo y no de donación, como se afirma en el texto antes tratado; detalla también las funciones del Patronato Pro Museo Nacional y del Patronato de Bellas Artes y Museos Nacionales, sin embargo soslaya la presencia en el Palacio de Bellas Artes del Instituto Nacional de Cultura, suavizando el protagonismo del mismo frente al museo.
9Museo Nacional de Bellas Artes, Colecciones de Arte Universal, Editorial Sa Nostra, Mallorca, 2001.
Resulta meritoria la explicación de la evolución de museo polivalente —clasificación dada por Corina Matamoros Tuma en el texto de las colecciones de arte cubano— a museo especializado en bellas artes y los nuevos museos que surgen gracias a los fondos colectados en él. Aporta también el tratamiento de la museografía diseñada para las exposiciones y una excelente semblanza histórica del edificio donde se ubicaron las colecciones de arte universal en la reapertura del 2001. En este trabajo la autora divide en tres etapas el ciclo de vida de la institución, de 1913 a 1920, etapa fundacional; de 1920 a 1958, período de consolidación institucional; y de 1959 a 1996, de transformación por la excelencia. Esta periodización fue sometida a análisis en la investigación que estamos presentando.
En el sitio web http://librinsula.bnjm.cu/210_exped_2.html, María Cristina Ruíz Gutiérrez, jefa del Centro de Información Antonio Rodríguez Morey, publicó «El Museo Nacional de Bellas Artes (1913-2008)», donde sigue la misma línea cronológica y de formación de colecciones y aporta la foto publicada en la revista El Fígaro que muestra el momento inaugural del museo en el año 1913.
Tomando en cuenta estos antecedentes, la autora de estas páginas decidió adentrarse, una vez más, en la vida interna del museo para proponerse un estudio que, desde la historia, aborde las estrategias de la institución museo en el desempeño de su política de conservación y protección del patrimonio cultural de la nación cubana, en un marco temporal circunscrito entre la constituyente de 1940, por los cambios que en materia cultural se debatieron en los mismos y que quedaron plasmados en la carta magna que le sucedió, y hasta el año 1961, con la definición que para la creación artística y literaria se apuntó en las «Palabras a los intelectuales».
Durante el proceso investigativo aparecieron ciertas interrogantes que no fue posible solucionar, las fuentes no permitieron incorporar algunos aspectos que resultarían interesantes y quedaron por decisión de la autora para un segundo momento, si se localizaran fuentes para su desarrollo y estudio.
Vale aclarar que la importancia de este estudio no radica solo en esa necesidad de la ciencia histórica de saldar sus deudas con aquellos temas olvidados, sino en el hecho mismo y necesario de lograr una interrelación en los diferentes estudios que se están efectuando sobre el período republicano cubano y en el que los temas culturales no han sido los más favorecidos.
Hilda María Alonso
La Habana, 2013
El coleccionismo es una actividad meramente humana, generalmente se asocia con el arte y en especial con las artes plásticas, pero la naturaleza de las colecciones es tan diversa como puede serlo el propio universo. La actividad coleccionista, si bien ha acompañado al hombre durante toda su existencia, fue durante el renacimiento1 cuando el individuo, en su afán de conocimiento frente al teocentrismo medieval, no solo coleccionó especímenes de historia natural, obras de arte y objetos disímiles con la función de causar placer y admiración a sus poseedores, sino que sirvieron como fuente de estudio en aras de entender el mundo que le rodeaba.
1 Período cultural que se comienza a desarrollar en Italia hacia el año 1400, donde se consolida a lo largo del siglo xv (quattrocento) y alcanza su plenitud durante los primeros años del siglo xvi (cinquecento), al tiempo que empieza a difundirse en el resto de Europa. Persigue la restauración de los ideales de la antigüedad clásica desde una concepción humanista de la actividad creativa. Tomado de «Historia del Arte», La Enciclopedia del Estudiante, Editorial Santillana, Madrid, 2005.
Así mismo, en el gremio de los artesanos se produjo una escisión entre los que se dedicaban a la confección de utensilios de uso y consumo, sin más pretensiones que la satisfacción de las necesidades de la vida cotidiana, y los que alcanzaron un alto grado de especialización y, tomando como canon la belleza, crean en función de la satisfacción espiritual de sus congéneres. De este modo se liberó lo producido de cualquier encargo mágico-productivo-religioso, como era usual en los tiempos precedentes. Estos artesanos se convierten en artistas.2
2 Ver N. Norma Medero Hernández y Mayra Sánchez: «Hitos del pensamiento estético moderno», Estética, Editorial Félix Varela, La Habana, 2010, p. 112.
Este fue el primer gran paso para que el arte alcanzara su condición autónoma, entendida esta como «capacidad de bastarse a sí mismo para preservar la propia individualidad frente a los demás o frente a la colectividad no obstante necesitarlos en buena medida, (…) así mismo significa desde el punto de vista epistemológico, que ha alcanzado heterogeneidad e independencia del objeto de estudio y de métodos de adquisición del conocimiento».3
3Diccionario de Filosofía, Editorial Herder S.A., 3ra. edición, Barcelona, 1999. (Versión digital)
Otro elemento coadyuvante en el tránsito a la autonomía del arte fue precisamente la creación en el siglo xviii de los primeros museos y galerías nacionales. Aquí van a coincidir disimiles personajes: coleccionistas, marchantes, mecenas, artistas, críticos, galeristas, conservadores, entre otros, que ponderaron el mundo objetual desde la esfera de la sensibilidad, el gusto y la belleza, con independencia de su naturaleza y función, elevándolos a la condición de arte. Sustituyendo en la relación mismidad-otredad con los conceptos arte y coleccionismo, este último facilitó el ascenso del primero a la condición autónoma a la vez que como práctica cultural se hacía autónomo él mismo: «(...) Las obras de arte se salen del mundo empírico y crean otro mundo con esencia propia y contrapuesto al primero, como si este nuevo mundo tuviera consistencia ontológica».4
4 Teodoro Adorno: «Teoría Estética», en Norma Medero Hernández: Ob. cit., p. 112. (La correcta transcripción de todas las citas que aparecen en este libro queda bajo responsabilidad de la autora, por cuanto se trata en su mayoría de un material bibliográfico accesible solo a especialistas e investigadores autorizados. N. de la E.).