El negocio de papá - Alfredo Gómez Cerdá - E-Book

El negocio de papá E-Book

Alfredo Gómez Cerdá

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Beschreibung

Semana a semana, Tomás le cuenta a Juanjo, su psicólogo, por qué ha suspendido cinco asignaturas, si él jamás había suspendido antes. Parece que algo tiene que ver el cambio de negocio de su padre. ¿No dicen que hay que ser coherente con los propios pensamientos? Una historia sobre amistad y autonomía personal.

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Seitenzahl: 103

Veröffentlichungsjahr: 2014

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El negociode papá

Alfredo Gómez Cerdá

1 Primera semana

Yo, la verdad, no sé qué hago aquí, tumbado en esta cama, o en esta camilla, o como se llame esto. Es un poco grande para mí, preferiría estar sentado en una silla. Tengo entendido que al psicólogo acuden los niños que tienen algún problema, pero le aseguro, señor psicólogo, que yo no tengo ningún problema.

¿Eh...? ¿Prefieres que te llame de tú? No me importa llamarte de tú. A mi profe también le llamo de tú: se llama Daniel, pero le llamo Dani; todos le llamamos Dani. Sí, como quieras, te llamaré Juan José. ¿Juanjo? Bueno, pues Juanjo.

Te decía, Juanjo, que a mí no me pasa nada, pero que nada de nada, te lo aseguro. Conozco a niños y niñas que van al psicólogo, pero es porque ellos sí que tienen problemas. Ramón, por ejemplo, se mea encima. Tenías que conocer a Ramón. No, no creo que lo conozcas, porque él va a una psicóloga llamada Rita. ¡Sí conoces a Rita...! Pues Ramón es genial, tiene una imaginación más grande que esta casa. ¡La de cosas que se inventa! Cuando nos las cuenta a los amigos nos deja a todos con la boca abierta, y se emociona tanto contándolas que se olvida de que tiene ganas de ir al servicio. ¿Comprendes, Juanjo? Por eso le pasa lo que le pasa: casi todos los días vuelve a su casa con los pantalones mojados. La culpa la tiene su imaginación, es que él siempre está.., como en otro mundo. ¿Tú crees que eso podrá arreglarlo Rita?

Marisa va también al psicólogo porque ya ha repetido dos cursos. No estudia nada y saca unas notas horrorosas. Sus padres piensan que el psicólogo le va a hacer estudiar, pero yo sé que están equivocados. A mí, Marisa me ha contado la verdad. Me lo dijo un día, al salir del colegio.

—¿Tú qué vas a ser de mayor? —me preguntó.

—Ingeniero y escritor —le respondí, porque esas dos cosas quiero ser de mayor.

—¿Y para ser ingeniero y escritor habrá que estudiar mucho? —volvió a preguntarme.

—Muchísimo.

—Pues yo aún no lo tengo decidido. Estoy dudando entre cajera de supermercado y peluquera. ¿Tú crees que hay que estudiar mucho para eso?

—Nada —le respondí con seguridad.

—Es lo que pienso yo.

Por eso Marisa no se molesta en estudiar, y ningún psicólogo del mundo la hará cambiar. ¡Si conoceré yo a Marisa!

Sí, sí, Juanjo; yo quiero ser ingeniero y escritor. Estoy completamente seguro. Ya sé que hay que estudiar mucho, pero eso no me asusta: desde que empecé a estudiar saco las mejores notas de la clase. Lo de los cinco suspensos de la última evaluación fue... un accidente premeditado. ¿No lo entiendes? Ya te lo explicaré más adelante. También voy a una academia de música, donde aprendo solfeo y a tocar el violín. Pero de mayor no quiero ser músico, solo ingeniero y escritor. Ingeniero para construir cosas que los hombres puedan utilizar. Y escritor para contar en los libros lo que siento por dentro. Sé que son dos trabajos muy difíciles. Si supiera escribir, por ejemplo, no tendría que venir aquí, ni sentarme en esta camilla o lo que sea esto, ni contarte cosas... Me bastaría con escribir un libro y que tú lo leyeses.

Pero... ¡qué difícil es escribir! ¿Lo has intentado alguna vez, Juanjo? A veces me sucede que tengo la cabeza llena de ideas, de personajes, de aventuras.... entonces cojo un bolígrafo y unos folios y trato de escribir. Quiero trasladar esas cosas que dan vueltas y vueltas dentro de mi cabeza a los papeles, para que así los demás puedan leerlas y sentirlas como yo las siento. Pero no me sale nada y, si algo consigo escribir, no es lo que me daba vueltas en la cabeza. A veces también lo intento con el ordenador, pero me ocurre lo mismo.

No. si yo no me desanimo por eso. Sé que soy pequeño todavía. He repasado la historia de la literatura y he comprobado que ningún escritor publicó un libro a mi edad. Sé que cuando sea mayor lo conseguiré. Sí. estoy convencido. Ya ves, soy un tipo con las ideas claras, seguro de sí mismo, responsable y trabajador. ¿Acaso lo dudas? Por eso te decía que no sé qué pinto aquí. Pero mis padres se han empeñado en traerme, sobre todo después de los cinco suspensos. Sí, creo que los cinco suspensos han sido la causa.

¿Aún no te he dicho mi nombre? Pensaba que ya lo sabías, que te lo habían dicho mis padres cuando acudieron aquí para que tú..., para que... pues eso, hablásemos, me tratases, o lo que hagáis los psicólogos, que yo no sé muy bien lo que hacéis con la gente. Y no te enfades, pero es la verdad; no sé para qué sirve un psicólogo, aunque estoy seguro de que para algo servirá. Pues sí, pensaba que ya sabías cómo me llamaba. Me llamo Tomás. Algunos me llaman Tomi, pero no consiento que nadie me llame Tomasín.

A mi familia ya la conoces, por lo menos a mis padres. ¿Quieres saber más cosas de mi familia? Mi padre se llama Ricardo y mi madre María Luisa.

Yo soy el pequeño de tres hermanos: Julio es el mayor, y luego va Conchi. Julio tiene dieciocho años y Conchi acaba de cumplir los dieciséis. Mis padres solo querían tener dos hijos, y estaban muy contentos con Julio y Conchi, un niño y una niña. ¡Qué más podían pedir! Pero al cabo de unos años aparecí yo.

¡No, no, Juanjo! Te aseguro que nunca me he sentido menos querido que ellos. Al contrario, si preguntas a mis hermanos te dirán que yo soy el ojito derecho de mis padres, el niño mimado, el consentido..., y todas esas tonterías que suelen decirse. Y yo creo que es verdad, a mis padres les hizo mucha ilusión que al cabo de unos años apareciese yo.

Pero si quieres saber más cosas de mi familia, tengo que hablarte también de mis abuelos. Mis abuelos matemos se llaman Diego y Carmela, y los paternos, Benito y Ramona. Además, están mis tíos Jacinto, que es hermano de mi madre, y Elvira, su mujer. Raquel es hija de mis tíos y, por tanto, mi prima. Tengo otros tíos, otros primos y otros familiares más lejanos: pero los más próximos son los que te he dicho. A lo mejor te haces un lío con tanto nombre, pero si seguimos hablando de mi familia, ya los irás conociendo mejor a todos.

Cuando mi padre era como yo, poco más o menos, no sabía muy bien lo que sería de mayor. Tenía varias ideas. En primer lugar, quería ser piloto de aviones, pero no de aviones de pasajeros, sino de aviones de combate. Él me explicó en una ocasión que esa afición le vino después de leer muchos tebeos de guerra, en los que los aviones de un bando combatían en el aire contra los del otro bando. Pero su ilusión de ser piloto se derrumbó cuando cumplió los doce años.

—El niño se acerca mucho a los libros para leer —le dijo mi abuela Ramona a mi abuelo Benito—.

Y cuando ve la tele, arruga los ojos de una manera muy extraña.

—Habrá que llevarlo al oculista —respondió mi abuelo Benito.

El oculista sentó a mi padre en un sillón y le señaló un cartel blanco lleno de letras que estaba colgado de la pared de enfrente. Mi padre leyó las cuatro primeras filas, pero en la quinta se atascó y ya no pudo seguir.

—Este niño es miope y deberá usar siempre gafas —dijo el oculista—. Ahora mismo les doy la tarjeta de un óptico amigo mío, que les hará un buen descuento.

Otra de las ilusiones de mi padre era ser bailarín. Sí, ya sé que parece algo raro. Mis abuelos, ante su insistencia, lo llevaron a la academia de baile de Giorgio Revuelta, y le compraron unas mallas blancas muy ajustadas, y unas zapatillas de baile... Al cabo de tres meses, Giorgio Revuelta habló con mis abuelos.

—El chico tiene voluntad —les dijo—. Pero, claro, es un poco patizambo y tiene los pies planos. Mi consejo es que se dedique a otra cosa.

Mi padre tenía una lista de las cosas que quería ser. La lista la había escrito en una cuartilla y la cuartilla la había clavado con chinchetas en una de las paredes de su cuarto. Y en esa cuartilla, y por orden de preferencia, podía leerse: piloto de aviones, bailarín, delantero centro de un equipo de primera división, locutor de radio, domador de leones. policía secreta, bombero, cura y carpintero. Y una a una, no sin pena, fue tachando todas aquellas actividades o profesiones que le hubiese gustado ejercer. Tachó todas menos una, la última.

A los dieciséis años entró a trabajar de aprendiz en la carpintería de Balta. Y no se arrepintió, ya que descubrió enseguida que para ser carpintero no importaba ser miope, ni patizambo, ni tener los pies planos... Le encantaba ensamblar las maderas y crear todo tipo de muebles: mesas, sillas, librerías, armarios... Cuando barnizaba se colocaba una mascarilla para no aspirar los gases tóxicos.

Poco después conoció a María Luisa, mi madre, y se hicieron novios.

Mis abuelos Diego y Carmela le preguntaban a mi madre:

—Y ese novio que te has echado, ¿a qué se dedica?

—Es carpintero.

—¡Carpintero! —exclamaban mis abuelos, llevándose las manos a la cabeza.

Mi abuelo Diego era militar; pero no vayas a creerte que era general o coronel, o algo así, y que llevaba la pechera del uniforme llena de medallas. ¡Qué va! Era sargento y, por lo que tengo entendido, los sargentos mandan poco. Mi padre siempre le llamó chusquero, claro, cuando él no estaba delante. A veces, mi madre se enfadaba con él por ese motivo.

—¡Te he dicho que no llames chusquero a mi padre!

—Tu padre es un chusquero con humos de teniente general. Y se cree que todo el día está en el cuartel y que todos estamos a sus órdenes.

Yo algunas veces le pregunté a mi padre, cuando no estaba mi madre delante:

—Oye, papá, ¿qué quiere decir chusquero?

—Ya lo sabrás cuando hagas el servicio militar —siempre me respondía lo mismo.

Yo no sé, Juanjo, si tú sabrás lo que quiere decir chusquero. Un día busqué la palabreja en el diccionario que hay en casa, pero no viene. Allí solo encontréchusco.Mi abuelo Diego ya está retirado del ejército por la edad, así que, si ya ha dejado de ser sargento, también habrá dejado de ser chusquero, digo yo.

Pero te estaba hablando de cuando mi padre se hizo novio de mi madre. Eran muy jóvenes los dos. Mi madre iba a buscarlo a la salida del trabajo y daban un paseo por la orilla del río. Mi padre hacía muchos planes para el futuro:

—Cuando aprenda bien el oficio, alquilaré un pequeño local y me estableceré por mi cuenta. En la puerta colgaré un cartel en el que se lea:CARPINTERÍA RICARDO.Trabajaré mucho y ahorraremos para comprarnos un piso y luego para ampliar el negocio.

Posiblemente, mi padre pronunció la palabranegociopor primera vez en esos paseos que daba con mi madre cuando eran novios, por la orilla del río. Mi madre no trabajaba, porque mis abuelos Diego y Carmela piensan que las mujeres no deben trabajar, y bien que se lo reprochaban mis abuelos Benito y Ramona a mi padre.

—Si María Luisa trabajase, como hacen otras mujeres, os sería mucho más fácil ahorrar —decía mi abuelo Benito.

Mi abuela Ramona pensaba lo mismo, pero no decía nada porque siempre ha sido muy prudente.

Cuando mis padres se casaron, ya habían comprado un piso en las afueras de la ciudad, un piso barato y, por supuesto, pequeño. Y cerca del piso, en una zona dedicada a locales comerciales, alquilaron una pequeña nave, donde instalaron la carpintería. Encima de la gran puerta de entrada, mi padre colocó un panel de madera, sobre el que antes había escrito con unas letras preciosas y grandes, para que pudiesen verse desde lejos:CARPINTERÍA RICARDO.