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Baldo, un aspirante a escritor, por fin tiene entre las manos un personaje prometedor. El problema es que un buen día, el personaje desaparece sin dejar rastro. No es el único, porque nadie sabe dónde está una niña que trabaja en un circo. En realidad, uno y otra han sido secuestrados. Baldo tendrá que liberarlos. Para ello contará con la ayuda de la maga Melidora.
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Seitenzahl: 145
Veröffentlichungsjahr: 2013
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Alfredo Gómez Cerdá
2
COMO Baldomero Baladuque había imaginado, los quince días a cuenta de las vacaciones de verano le fueron concedidos sin problema y, al día siguiente de la solicitud, empezó a disfrutarlos. Se entenderá que disfrutarlos es una forma de decirlo, una forma coloquial y extendida que siempre se relaciona con los días de vacaciones, aunque estos resulten funestos.
Así pues, la mañana siguiente, Baldo Duque se levantó muy temprano –había decidido dormir y no pasar una segunda noche en vela–, con el ánimo desaforado y la autoestima por las nubes. Estaba convencido de que esta vez iba a conseguir hacer realidad todas sus ambiciones literarias.
Aquella noche había soñado con Mateo. Lo había visto y sentido como algo más que un simple personaje: era un ser humano creado por él. Se dijo a sí mismo que en eso consistía la verdadera literatura: inventar un personaje que fuese como un ser humano, en el que otros muchos pudiesen verse reflejados. ¡Él lo había conseguido! El reconocimiento y la fama llegarían solos.
Se preparó un café con leche bien cargado, para espabilarse del todo, y un par de tostadas con mantequilla y mermelada. Se lo zampó en un abrir y cerrar de ojos, tal era la ansiedad que se había apoderado de él. Luego, literalmente, se lanzó a su mesa de escritorio y conectó su portátil.
Mientras el ordenador arrancaba, cogió la carpeta en la que había guardado los folios impresos el día anterior. Allí estaban. Sonrió orgulloso una vez más y comenzó a hojearlos.
De repente, algo llamó poderosamente su atención. En los folios escritos había grandes espacios en blanco, como si el texto se hubiese borrado. Miró y remiró aquellos folios varias veces. No entendía nada. Faltaba por lo menos la mitad del texto. Él estaba seguro de que los folios estaban completos cuando los había guardado el día anterior.
Comenzó a leer. La historia daba saltos. Faltaban los primeros párrafos y, luego, otros muchos a lo largo del capítulo. Enseguida se dio cuenta de un detalle, al que al principio no había concedido mayor importancia: faltaban los textos en los que se hablaba de Mateo, los fragmentos en los que él aparecía. Habían quedado otros, los que le habían servido para ambientar la historia: algunas descripciones de lugares, algunas reflexiones generales, algún comentario, personajes secundarios... Pero Mateo había desaparecido por completo, como si los papeles se lo hubieran tragado.
Baldo Duque se tranquilizó un poco cuando vio que, en el ordenador, el documento Mateo estaba guardado entre sus carpetas. Movió el cursor con el ratón y pinchó para abrirlo.
Y en ese preciso instante, Baldo Duque comenzó a sudar. No tenía calor, pero una sensación desconocida e incómoda invadió su cuerpo. Su corazón se había acelerado y un temblor le recorría de pies a cabeza.
El texto guardado en el ordenador coincidía exactamente con los folios impresos, es decir, estaba también salpicado de grandes espacios en blanco.
–¡No es posible! –Baldo Duque se restregaba los ojos con fuerza y volvía a mirar la pantalla.
Pensó que todo podría deberse a un problema informático. Ocurre a veces. Los ordenadores son imprevisibles y hacen cosas que la mayoría de los usuarios no versados en informática no pueden comprender. Quizá el texto se había traspapelado y estaba en otra carpeta o en otro archivo. Eso parecía lo más lógico.
Con paciencia, conteniendo la desesperación que iba creciendo poco a poco en su interior, revisó todo su ordenador, lo que le llevó un tiempo considerable. Pero la búsqueda resultó infructuosa, pues no halló el texto que buscaba por ninguna parte: ni en otras carpetas, ni en otros archivos, ni en otros programas... ¡Nada de nada!
No podía entenderlo. Pero, resuelto, se dijo que no iba a perder más tiempo buscando una explicación a aquel enigma. Había pedido quince días a cuenta de las vacaciones de verano para escribir un libro, y eso era lo que debía hacer. Y si, por un motivo que desconocía, había extraviado parte del texto, volvería a escribirlo. Así de sencillo.
Eso pensaba Baldo Duque. Pero en el instante en que se puso manos a la obra, descubrió que la cosa era más seria de lo que pensaba. Mateo había desaparecido de sus folios impresos. Mateo había desaparecido también de su ordenador. Pero, lo que era mucho más grave, Mateo había desaparecido de su mente.
Recordaba perfectamente su nombre, su aspecto físico, sus dolorosas circunstancias familiares... Pero, cuando trataba de escribir algo sobre él, solo descubría una gran mancha blanca en su cerebro, como una nebulosa que lo ocultaba todo.