La sexta Tele - Alfredo Gómez Cerdá - E-Book

La sexta Tele E-Book

Alfredo Gómez Cerdá

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Beschreibung

La sexta Tele: La sexta Tele habla con humor y afecto retrospectivo de una época (inicios de los años 90 del siglo XX, no más atrás) en la que se multiplicó el número de emisoras de televisión en España: hasta entonces, una pantalla y dos o tres cadenas ofrecían el menú compartido en cada casa y en las de todos. Se trata de un relato sobre el inicio de las transformaciones que la era audiovisual ha ido introduciendo en las vidas familiares, esa tendencia aumentativa al encapsulamiento, cada quien subsumido en su nicho - televisivo, cibernético, celular-, contrapesado por una extimidad (intimidad extravertida) que lleva a compartir una supuesta privacidad con cuasi-desconocidos, inclinación que, con frecuencia, deviene en exhibición sin significado comunicativo intersubjetivo. Y, mientras tanto, ¿de qué hablamos juntos en cuarto de estar? Recomendada para lectores de 11 años en adelante.

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© de esta edición Metaforic Club de Lectura, 2016www.metaforic.es

© Alfredo Gómez Cerdáwww.almezzer.com

ISBN: 9788416873029

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la portada, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, sin el previo permiso escrito del editor. Todos los derechos reservados.

Director editorial: Luis ArizaletaContacto:Metaforic Club de Lectura S.L C/ Monasterio de Irache 49, Bajo-Trasera. 31011 Pamplona (España) +34 644 34 66 [email protected] ¡Síguenos en las redes!  

A todos los niños y niñas,

jóvenes y adultos que he conocido durante los últimos años en colegios, bibliotecas, institutos, centros culturales...Juntos, hemos pasado momentos inolvidables, soñando y hablando de libros.

Primera Parte

Una historia de humor

Primera carta

Sr. director de A ver si te enteras Urbecualquiera, lunes 9 de abril

Muy señor mío:

EN primer lugar quiero felicitarlo por la revista que dirige con tanto éxito. Me parece que A ver si te enteras es una revista estupenda, llena de cosas interesantes: buenos artículos, reportajes sobre temas variados, fotografías maravillosas, entrevistas a gente importante... Es una revista muy buena, al menos, eso dice mi amiga Ana María. Yo, la verdad, no la leo porque, como podrá comprobar usted más adelante, no tengo ni un rato para leer.

Desde hace algún tiempo, mi amiga Ana María compra A ver si te enteras todos los meses y, conociéndola a ella, estoy segura de que la lee desde el principio hasta el final. Nunca se conforma con mirar los titulares o las fotografías y lee incluso hasta la letra pequeña.

Fue Ana María quien me habló de la revista y me sugirió la idea de escribirle, señor director, contándole con detalle mi «caso». Ana María lo llama así, «caso», aunque sería mejor decir «el caso de la familia Revuelta».

La familia Revuelta es mi familia.

Mi abuelo se llama Jeremías Revuelta.

Mi padre se llama Jeremías Revuelta.

Mi hermano se llama Jeremías Revuelta.

Reconozco que es un poco lioso, con tanto Jeremías Revuelta, pero como podrá comprender yo no tengo la culpa. Ellos tres son los hombres de la casa.

Mi padre y mi madre, además de marido y mujer, son primos segundos. Por este motivo mi madre tiene el mismo apellido que mi padre. Ella se llama Rebeca Revuelta.

Sólo me queda decirle mi nombre para que usted, señor director, conozca a mi familia al completo. ¿No se imagina ya cómo me llamo? Pues sí, claro está, me llamo Rebeca Revuelta Revuelta.

Mi amiga Ana María ha insistido mucho en que le escriba. Asegura que mi «caso» debe ser conocido de inmediato por todo el mundo, para que así las familias puedan tomar medidas y sepan a qué atenerse si cometen la misma imprudencia que nosotros cometimos.

—No puedes permanecer callada, Rebeca —me repetía una y otra vez Ana María.

—Lo que no puedo es salir a la calle, parar a la gente y dedicarme a contar a todo el mundo lo que nos ha pasado —replicaba yo.

—No se trata de eso —insistía Ana María—. Debes contarlo sólo una vez, pero de forma que se entere todo el mundo.

—Eso es imposible.

—No lo es.

—Pues explícame cómo hacerlo.

—Hay muchas formas. Por ejemplo, podrías salir en un programa de televisión y contarlo todo.

—¿En qué programa?

—No lo sé, hay muchos. Ahora está de moda que la gente cuente su vida en la tele.

Lo de salir en la tele confieso que no me parecía mal. Me compraría un vestido nuevo y me cambiaría el peinado para estar más guapa, que eso de salir en la tele y que te vea todo el mundo no ocurre todos los días. Además, me han dicho que cuando sales en la tele te maquillan y te pintan los ojos y los labios.

Pero ni Ana María ni yo sabíamos muy bien lo que hay que hacer para que te saquen en la tele, por eso pensamos en otras posibilidades.

—Podrías contarlo en un programa de radio —comentó entonces Ana María.

La radio me hacía menos ilusión, pues como sólo se oye la voz nadie podría ver mi vestido nuevo ni mi peinado.

Pero también lo de la radio nos pareció muy complicado, pues aunque hay programas a los que la gente llama por teléfono para contar cosas que le han ocurrido, siempre te dan muy poco tiempo. Ana María y yo recordábamos cómo a veces personas que habían llamado a la radio eran cortadas sin contemplaciones por el locutor cuando se alargaban demasiado. Y mi «caso» necesitaba tiempo, desde luego no podía ser despachado de cualquier manera, en un par de minutos.

Entonces Ana María chascó los dedos y abrió mucho los ojos. Suele hacer esto cuando se le ocurre alguna idea.

—¡Ya lo tengo! Escribiremos una carta al director de A ver si te enteras.

Ana María me llevó a su casa y me metió en su habitación. De una estantería sacó un montón de ejemplares de A ver si te enteras y me los enseñó.

—Mira, mira —me dijo—. Muchos temas de interés general son tratados en la revista. ¿Te das cuenta? Hay de todo: los avances de la ciencia y de la medicina, el mundo del arte, la historia, los deportes...

—Ya veo.

—Tu «caso», de eso estoy segura, es de interés general. Así que no pierdas más tiempo y comienza a escribir todo lo que pasó. Y procura no olvidarte de ningún detalle.

A mí no me gusta escribir. Bueno, no sé si me gusta o no. Nunca lo he intentado. En realidad, lo que me pasa es que no tengo tiempo para escribir.

Se lo dije a Ana María:

—No me gusta escribir.

—¡Te aguantas! —me respondió—. Piensa que puedes hacer un gran servicio a la humanidad.

—Es que... no tengo tiempo.

—Tienes que sacar tiempo de donde sea.

—Además..., no sé escribir.

—¡No digas tonterías!

—Entiéndeme, sé escribir, claro; pero no sé redactar.

—Yo te ayudaré.

No vaya a creer, señor director de A ver si te enteras, que me decidí a escribirle sólo porque Ana María insistió. ¡No, no! Me decidí porque creo que ella tiene razón y tal vez pueda hacer un servicio a la humanidad contando mi «caso».

¡Un servicio a la humanidad! La frase es de las que impresiona. ¡Un servicio a la humanidad! ¿Se lo imagina?

Si mi carta le parece bien redactada y no encuentra en ella faltas de ortografía es porque mi amiga Ana María la ha corregido. Ana María es la más lista de la clase, siempre saca unas notas buenísimas. Además, le gusta la lectura y es capaz de leer hasta libros enteros. Dice que también le gusta escribir. La verdad es que es un poco rara, ve poquísimo la tele y se pasa el día entre libros.

Ella no quería que pusiera estas cosas en mi carta. Pero yo le he dicho que si no las ponía, no contaría mi «caso» a nadie. Ya sé que es un pequeño chantaje, pero no me importa. Ana María ha tenido que aguantarse. Me parece que va a tener que aguantar muchas más cosas.