El otro, el extranjero - Roger Bartra - E-Book

El otro, el extranjero E-Book

Roger Bartra

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Beschreibung

La intolerancia, asiento de fundamentalismos, recorre nuestro mundo, donde la marginación y el racismo potencian una cultura del miedo a la diferencia, de pavor por aquello que se percibe como distinto. Distinto es el otro, y el otro es un enemigo. Al pensar la democracia, la cultura occidental generó una ética y un conjunto de "reglas del tener razón": opinar, argumentar, disentir, apoyar, refutar, convencer, disuadir. Dicha cultura produjo también una ciencia que cuestionó las bases de un pensamiento mágico religioso sobre el cual se fundaron concepciones de superioridad de unos pueblos respecto a otros. Los ensayos reunidos en el presente libro responden a estas preocupaciones y parten de la premisa de que el concepto de extranjero condensa un proyecto que desde antiguo viene elaborando la cultura de Occidente. El punto de partida es la figura del otro, a través del cual se recorta nuestra propia identidad. Un otro, un extranjero que no es más que un espejo deformante de nuestro sentido de lo individual. Desde disciplinas como el psicoanálisis, la literatura, la antropología, la historia y la biología, los autores dan cuenta de ese juego de refracciones entre un nosotros y los otros, tratando de explicar o cuestionar aquello que por su naturaleza diverge de los usos de una comunidad.

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Fanny Blanck-Cereijido · Pablo Yankelevich (Compiladores)

Roger Bartra · Fanny Blanck-Cereijido · Marcelino CereijidoMónica Szurmuk · Marcelo N. ViñarJuan Vives Rocabert · Pablo Yankelevich

El Otro, El Extranjero

PrólogoR. Horacio Etchegoyen

El otro, el extranjero / Roger Bartra ... [et.al.] ; compilado por Fanny Blanck-Cereijido y Pablo Yankelevich ; con prólogo de R. Horacio Etchegoyen. - 1a ed. - Ciudad

Autónoma de Buenos Aires : Libros del Zorzal, 2014.

E-Book.

ISBN 978-987-599-382-2

1. Estudios Culturales. 2. Ensayo. I. Bartra, Roger II. Blanck-Cereijido, Fanny, comp. III. Pablo Yankelevich, comp. IV. Etchegoyen, R. Horacio, prolog.

CDD 306

Diseño: Ixgal

© Libros del Zorzal, 2003

Buenos Aires, Argentina

Libros del Zorzal

Printed in Argentina

Hecho el depósito que previene la ley 11.723

Para sugerencias o comentarios acerca del contenido de El otro, el extranjero, escríbanos a:

[email protected]

www.delzorzal.com.ar

Índice

Prólogo | 6

A manera de presentación | 9

La mirada sobre el extranjero

Fanny Blanck-Cereijido | 16

El reconocimiento del prójimo.

Notas para pensar el odio al extranjero

Marcelo N. Viñar | 30

El extranjero y sus hijos

Juan Vives Rocabert | 45

El extranjero como simulacro.

Las redes imaginarias del terror político

Roger Bartra | 64

Extranjería y exilio en La nave de los locos de Cristina Peri Rossi

Mónica Szurmuk | 87

Ser otro en ambas patrias.

Exiliados latinoamericanos en México

Pablo Yankelevich | 107

La ciencia del Otro

Marcelino Cereijido | 129

Prólogo

A principios de este año, la Dra. Fanny Blanck-Cereijido y el Dr. Pablo Yankelevich, argentinos que emigraron a México hace ya muchos años, tuvieron una idea afortunada: organizar dos mesas redondas sobre un tema por demás interesante, El Otro/El Extranjero, alrededor de las cuales se reunió un grupo de pensadores para discutir en profundidad. Fanny ideó el encuentro al constatar que algunas opiniones suyas eran desconocidas por ciertos colegas, hecho que atribuían a su condición de extranjera. Ella se quedó pensando y decidió reflexionar sobre el asunto con amigos que compartían su preocupación, sobre todo con el otro compilador de este volumen, el historiador Pablo Yankelevich. El coloquio se realizó en la ciudad de México en febrero de 2003 y contó con el auspicio de la Asociación Psicoanalítica Mexicana y el Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora.

De la discusión de aquellos textos y de su posterior elaboración, donde participaron activa e inteligentemente Teresa Lartigue Becerra y Santiago Portilla de Partearroyo, surgió este libro, que publica ahora la joven y vigorosa editorial Libros del Zorzal, que tiene en su catálogo, entre otros, el libro de Silvia Bleichmar, Dolor país, panorama certero de los últimos años argentinos, Ser humano, de Julio Moreno, que se interna profundamente en la condición humana, y el más reciente de Marcelino Cereijido y Laura Reiking, La ignorancia debida, que nos alerta severamente sobre nuestro atraso frente a la ciencia moderna. Se trata de textos que realmente enriquecen la cultura argentina, no menos que los de Noam Chomsky, Françoise Dolto y Beppo Levi, también de dicha editorial.

En la Presentación, los autores pasan revista de las valiosas y penetrantes contribuciones que conforman el volumen, lo que me exime de un estudio detallado; pero, al prologarlo, quiero expresar mi entusiasmo por la forma en que se aborda un tema de importancia capital para nuestra cultura.

En este mundo singular y complejo que nos toca vivir, donde el progreso de la ciencia nos ha abierto perspectivas no hace mucho inimaginables, donde la comunicación acerca los puntos más dispares y remotos del planeta, el problema del otro como lo ajeno y a la vez lo próximo se impone a nuestra diaria reflexión.

Como bien dice el libro, nuestra identidad viene del otro, la madre en primer lugar; y si la semejanza marca noblemente la unidad de nuestra especie, la diferencia se impone como necesaria, si queremos evitar la confusión a que nos lleva el narcisismo cuando nos hace creer que los demás son sólo un reflejo de nosotros mismos. La necesidad de conocer la autonomía al par que la dependencia de los otros, que son también autónomos en las coordenadas de la dependencia y la libertad, es tal vez la tarea más ardua y primordial de nuestra vida.

Un valor singular de este libro reside en el sutil entrecruzamiento de varias disciplinas, para dar cuenta del permanente y enigmático problema de ser nosotros mismos en el seno de la sociedad que nos pertenece y nos comprende. Hablan aquí lúcidamente la literatura y la ciencia, la sociología y la biología, la historia, la antropología y el psicoanálisis.

Sabemos ahora con razonable seguridad que el homo sapiens nació hace unos doscientos mil años en las márgenes del Lago Turkana y se dispersó por el mundo entero, erecto en sus dos piernas gracias al prodigio de la bipedestación, que ya había alcanzado el Homo erectus hacía un millón de años. Somos, pues, todos uno solo y, al mismo tiempo, todos extranjeros, todos forasteros, todos emigrantes.

Este libro denuncia claramente la extranjería como una doble falla del individuo para asimilarse a la vida cultural que lo acoge y de esta última para cobijarlo, en el eterno conflicto de afirmar nuestra identidad sin desconocer la de los otros. La lucha para reconocernos como alguien distinto y singular, respetando las diferencias sin ver la alteridad como extrañamiento, constituye el corolario de nuestra propia identidad, el complemento que nos permite reconocer y asimilar al otro.

Otro de los grandes méritos de esta compilación es mostrar lo difícil que resulta aceptar al otro con sus diferencias y similitudes; y, en este sentido, es un canto a la esperanza de lograr el milagro de la integración. El respeto y la empatía por las diferencias y la variedad nos une a todos y, al tiempo que nos destaca, nos enriquece. El dolor inevitable de la migración puede llegar a ser un estímulo para buscar una nueva identidad, una vida nueva más allá de la nostalgia de lo que se ha perdido, para alcanzar lo nuevo, comprenderlo y amarlo. Como dice el libro, captar la armonía de la cooperación y del altruísmo, siendo uno y otro en ambas patrias. Ser, como Sarmiento, porteño en las provincias y provinciano en Buenos Aires.

Ameno, profundo y estimulante, este libro se lee con placer y con provecho.

R. Horacio Etchegoyen

Buenos Aires, 18 de septiembre de 2003

A manera de presentación

El término extranjero condensa el concepto de un proyecto que desde antiguo viene elaborando la cultura de Occidente. En el fondo, responde a una necesidad de identificación, una catalogación que trata de explicar o cuestionar aquello que por su naturaleza diverge de los usos de una comunidad. Con ello surge la figura del otro, a través del cual se filtra nuestra propia identidad. El extranjero no es más que un espejo deformante de nuestro sentido de lo individual. El ahora denominado mundo del progreso, en su afán de trazar las líneas de una identidad personal, ha buscado obstinadamente la ocultación de una certeza: el sabernos extranjeros en los dominios de ese mismo mundo del progreso. Se trata en realidad de un juego de refracciones entre un nosotros y los otros, donde la mirada del sujeto que rechaza al otro no hace más que recusar la visión de sí mismo. Lo que en definitiva caracteriza al extranjero, figura lejana y próxima a la vez, que viene de lugares ignotos para instalarse en un territorio que creemos propio, es la conciencia de que la diferencia es su estado natural. La condición de otro dibuja entonces la conducta de esa gente, procedente de otros lugares y culturas, y que han asumido como algo cotidiano su presunta peligrosidad, ser la sospecha del semejante y la transgresión de lo común.

La intolerancia recorre nuestro mundo como asiento de fundamentalismos, y la marginación, el racismo y la pobreza potencian una cultura del miedo a la diferencia, de pavor por aquello que al percibirse como distinto enciende las alarmas de un peligro real o potencial. Esa cultura del miedo gobierna nuestro planeta, y ha encontrado las más irracionales de sus manifestaciones en las recientes guerras convencionales y en la secuela y magnitud de los atentados terroristas que hilvanan el diario acontecer. No sorprende entonces que, como nunca antes en la historia del pensamiento, estén cobrando notoria significación los debates y reflexiones en torno a la otredad y a la extranjería en sus más diferentes acepciones y significaciones.

El concepto de extranjería, de otredad, sólo se explica a partir de la existencia de una figura opuesta: la de identidad. Pensar una identidad absolutamente igual a sí misma excluye el hecho de que incluso el cuerpo biológico no sea el resultado puro de una determinación genética previa, sino también el resultado de inscripciones familiares, sociales e históricas. Identidad/ otredad son conceptos que se oponen si se parte de un criterio binario absoluto, de carácter esencialista, que Derrida denomina logocentrismo. Este sistema de pensamiento busca establecer lo real, la presencia del ser, a través de un saber que debe acceder a la mente de forma inmediata e inequívoca, según una concepción de raíz aristotélica que se apoya en una lógica fundada en la exclusión y polarización de las diferencias. Nietzsche fue el primero en cuestionar esta forma de aproximarse a la diferencia, inaugurando así la crítica en la teoría contemporánea; por su parte, Freud profundizó este cuestionamiento al sistematizar ideas que descubrían a un hombre que no es dueño de sus pensamientos y que no es igual a lo que sabe de sí mismo.

En años recientes, el pensamiento desconstructivo ha propuesto otra manera de entender la oposición identidad/ diferencia. Si identidad es lo positivo y la diferencia es la ausencia de identidad, Derrida afirma que el primer término deriva de la supresión del segundo. Identidad y diferencia dependen de la diferencia pero también de la oposición radical entre sus términos. Para indicar una “diferencia distinta” es creado un neologismo: la différance. Este concepto refiere a la simultánea condición de diferencia y de identidad; la différance es la condición del logocentrismo y, al mismo tiempo, su negación. La propuesta derridiana recupera la génesis de la oposición binaria, para resaltar aquello que amenaza la dicotomía de los términos. Esta nueva noción implica que la oposición identidad/diferencia puede no ser absoluta, es decir que el extranjero y el autóctono comparten similitudes y diferencias comunes al género humano.

A estos debates pretende sumarse este libro al reunir una serie de trabajos que, desde perspectivas distintas, se acercan al tema de los otros que delimitan un nosotros cada vez más difícil de aprehender. Hemos seguido la propuesta de Marcelo Viñar, quien subraya en este mismo volumen que “en el arduo trámite de reconocer y calificar al prójimo no tenemos otro remedio que recurrir a una pluralidad de disciplinas, a una ensalada mixta de observaciones y códigos teóricos, para poder apenas balbucear su planteo, no ya pretender soluciones a sus tensiones”. Así, desde el psicoanálisis, la historia, la antropología, la literatura y la heterodoxa mirada de un científico en el campo de la biología celular, se ha querido escudriñar en los orígenes de los prejuicios contra los extranjeros, la xenofobia, el racismo, las nuevas formas que asume el poder político, así como los procesos de gestación de nuevas identidades en condiciones de destierro y exilio.

Se trata de un ejercicio de reflexión, en el que un grupo de profesionales insertos en diversos campos del conocimiento conjuntan sus saberes para dar cuenta de facetas o parcelas del gran tema de nuestro tiempo: el otro, el extranjero. Y las entradas son múltiples, tanto en las perspectivas de abordaje como en los asuntos de que se ocupan los autores. Fanny Blanck-Cereijido, Juan Vives Rocabert y Marcelo Viñar armados, aunque no exclusivamente con las herramientas del psicoanálisis, se internan en el territorio del psiquismo y la extranjería. Blanck-Cereijido estudia el prejuicio, la xenofobia, el ataque a la cultura del otro, sosteniendo que el libro de cada comunidad (la Torá, la Biblia, el Corán) representa al Padre Simbólico y a la línea genealógica de un pueblo dado, y por servir de articulación entre el individuo y su grupo, termina por convertirse en el objeto privilegiado de la agresión racista.

Rescatando textos clásicos de Freud, se interna en la lógica del psiquismo individual para aproximarse a los mecanismos de construcción del otro, entendidos desde una necesidad de proteger la coherencia de la propia imagen. Por otra parte, Vives Rocabert enfatiza la ambivalencia frente al extranjero y la polaridad exogamia/endogamia, para luego estudiar la paradoja de que establezcamos relaciones amorosas con personas extrafamiliares y desconocidas. El otro es lo incógnito, aunque somos desde el otro y fincamos nuestra identidad desde la manera en que el otro materno nos ha mirado. El cuadro se completa con el trabajo de Viñar, quien hace hincapié en la necesidad de articular los fenómenos del psiquismo individual en una matriz etnocultural: “interrogar una identidad no es sólo definir lo que contiene y alberga al interior sino lo que hace frontera y límite diferencial y el trato que damos a ese afuera, esto es la creación de lo extraño y el extranjero”. Entender a los otros obliga a una indagatoria en torno a las formas con que nosotros pensamos y nos ubicamos frente al amor, la muerte, la constitución de lo sagrado y de lo intolerable, los ideales y los valores éticos y estéticos.

Las fronteras disciplinarias se entrecruzan y estos tres primeros textos, sirven de entrada al resto de los trabajos aquí reunidos, abren ventanas hacia otros territorios. La mirada antropológica de Roger Bartra advierte sobre temas y problemas que necesariamente deben quedar incorporados en la agenda del antropólogo contemporáneo. La descripción de un simulacro militar que se realiza anualmente en Fort Bragg, ubicado en un país ficticio llamado Pineland, en Estados Unidos de Norteamérica, sirve de excusa para destacar que no se puede comprender la actual realidad política sin internarse en el estudio de las redes imaginarias del terror político. Son estas redes las que delimitan los mitos de la marginalidad y de la normalidad, de la identidad y la otredad. Los grupos terroristas Islámicos y las sectas esotéricas poseen un poder imaginario y simbólico que es manipulado y ampliado por los gobiernos con el fin de aumentar la propia cohesión y legitimidad. Un siglo atrás, escribe Bartra, los antropólogos se dedicaban al estudio de los salvajes y de los primitivos que vivían en tierras remotas; hoy en cambio deben estudiar herejes, lunáticos y guerrilleros que operan en nuestros entornos. Se deben examinar las otredades pero también las identidades y máscaras de los occidentales, el rebelde y el indígena pero también el militar y el sheriff.

En la experiencia del exilio se condensa el universo de la extranjería, y sobre esa experiencia se detienen varios autores. Vives Rocabert dedica parte de su trabajo a reflexionar sobre la doble pertenencia de exiliados y migrantes, y el modo en que esta circunstancia se imprime en las concepciones vitales que estructuran los ideales de los hijos nacidos en la nueva tierra. Estos hijos crecen con la convicción de pertenecer al país abandonado por los padres, de modo que junto al aprendizaje de los códigos culturales, la lengua y hábitos de país de adopción, existe una referencia constante a los códigos y normas parentales correspondientes a la patria de origen.

Por otra parte, y desde la crítica literaria, Mónica Szurmuk, analiza las diferentes formas de alteridad que aparecen en la novela La nave de los locos de Cristina Peri Rossi, libro que articula distintas marginalidades al mostrar los mecanismos que permiten la construcción de los Estados nacionales sobre la base de la exclusión de sectores que son percibidos como peligrosos. El exilio constituye un modo de controlar a los indeseables y aparece en la novela en tanto pérdida de la identidad, del lugar propio, pero también como el modo de evidenciar otras formas de exilios: el lugar asignado a las mujeres, la discriminación política y social y la homofobia. La identidad nacional, dice Szurmuk, exige múltiples modos de identificación que definen género, raza y filiación, el ciudadano es contrastado con el extranjero, a quien se le cierran puertas al exigirle la representación de un gobierno que lo avale para cruzarlas.

Un contrapunto en la reflexión sobre el exilio se da en el texto de Pablo Yankelevich, quien, con los métodos del historiador, revisa el proceso de reconstrucción de identidades en un contingente de sudamericanos en México. Las preguntas que sirven de guía son las siguientes: ¿Qué sucedió en México para fincar relaciones de pertenencia que sobreviven muchos años después de concluido el exilio? ¿Qué tipo de experiencias se vivieron en aquel país, capaces de generar tal arraigo que permite valorar como pérdida el regreso al país de origen? La respuesta se construye a partir de una polifonía de voces que rescata el testimonio de protagonistas de ese exilio. México aparece entonces, como un país capaz de poner en movimiento aquello que Blanck-Cereijido estudia en su propio texto: la particular capacidad que puede desarrollar un extranjero para conocer una sociedad a la que no pertenece, y las maneras en que esa experiencia trasforma la manera de mirar y mirarse en este mundo. Si el psicoanálisis obliga a aceptar otra mirada sobre la propia, los que llegamos de otros países, dice Blanck-Cereijido, sabemos que la mirada de los otros cuestionó nuestro parroquialismo, y que nosotros pudimos objetar situaciones que los locales daban por sentado.

El recorrido que proponemos concluye con el sugerente y provocador ensayo de Marcelino Cereijido, quien nos recuerda la larguísima evolución biológica de que es resultado el ser humano, no acabada el día del nacimiento para dejar paso a un desempeño puramente cultural. Nuestros humanistas, indica Cereijido, siguen desgraciadamente atrapados en la añeja y errónea división cuerpo/alma, no menos que en el prejuicio de que lo único que hacen los individuos y las especies es luchar despiadadamente por la vida. Se desconoce que ya desde las edades en que el ser más complejo del planeta era un unicelular, la cooperación, la simbiosis y el altruismo entre diferentes han jugado papeles importantes. En biología, la otredad no es sinónimo de siniestro, sino que ofrece ventajas cruciales, al punto de que en todos los niveles de la jerarquía biológica los individuos, sean células, organismos o especies, se influyen mutuamente y se hacen otros, se diferencian. Desde este mirador, se interna el autor en un campo crucial de nuestro tiempo: las formas en que la producción y la apropiación del conocimiento científico han cavado un abismo que separa cada vez más a pueblos y naciones. La conclusión es contundente: “La ciencia moderna por un lado, y el analfabetismo científico por otro, hacen que el Primero y el Tercer Mundo sean literalmente otros, que la diferencia se agigante cada día, y que hoy superen al mismísimo racismo, a las diferencias económicas y de clases en la génesis de otredad, desigualdad y violencia bélica”.

Los orígenes de este libro remiten a un coloquio realizado en la ciudad de México, bajo el patrocinio de la Asociación Psicoanalítica Mexicana y el Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora en febrero de 2003. La mayoría de los textos presentados en aquel encuentro fueron discutidos y reelaborados para la presente edición. Dejamos constancia de nuestro agradecimiento a aquellas instituciones y de manera particular a la Dra. Teresa Lartigue Becerra y al Dr. Santiago Portilla de Partearroyo.

Fanny Blanck-Cereijido

Pablo Yankelevich

La mirada sobre el extranjero

Fanny Blanck-Cereijido1

En su libro El pájaro pintado, Jerzy Kozinski (1965) cuenta que en los días que comenzó la Segunda Guerra Mundial era un niño que vivía en Varsovia con sus padres. Éstos lo enviaron entonces a un pueblito remoto bajo la suposición de que allá estaría alejado de cualquier acción bélica. En cierta manera tuvieron razón, pero Kozinski cuenta que por ser judío, tener tez oscura, pelo negro y nariz ganchuda en un lugar donde todos eran católicos, rubios, de ojos azules y nariz recta, lo explotaban en tareas extenuantes y peligrosas, lo molían a palos al menor incumplimiento y error, y lo torturaban salvajemente cada vez que ocurrían desgracias que nada tenían que ver con él, tales como accidentes de otros habitantes, problemas con la cosecha y enfermedades de animales de granja. En cierto momento, el por entonces niño Kozinski conoció a un pajarero, que cazaba con trampera para luego ir vendiendo las aves por los pueblitos de Polonia y que le mostró el fenómeno que da nombre al libro. Cuando atrapaba a un pájaro, el resto de la bandada sobrevolaba de una manera que, con cierta dosis de antropocentrismo, podríamos llamar “protesta” y “clamor para que se liberara al compañero preso”. Si el hombre lo liberaba, el pájaro volaba a reunirse con el resto de la bandada y escapar. Pero si antes de hacerlo le pintaba el pico de azul, o un ala de amarillo, o la cabeza de verde, en cuanto el animal se mezclaba con sus congéneres éstos le arrancaban los ojos, las plumas y despedazaban su cuerpo, de modo que en instantes caía muerto. Por eso Kozinsky no atribuye sus desgracias personales a la mala suerte de haber ido a parar a un pueblo de católicos polacos, particularmente perversos, sino una característica mucho más fundamental que compartimos con al menos algunos animales: la agresión a quien, a pesar de pertenecer a la misma especie, así y todo es distinto. Ni la gente ni los pájaros agreden a una raza desconocida de perro, de vacuno, de ave; el otro al que se ataca debe tener suficiente similitud. Los esclavistas que martirizaban negros y los soldados que prendían fuego a los ghettos no eran perversos con los animales.

Prejuicio y Xenofobia

El otro, el semejante, es el primer objeto satisfaciente, el primero hostil y la única fuerza auxiliar. Así lo afirma Freud

(1978) en el Proyecto, marcando la única posibilidad de vida para el nuevo sujeto, a partir de un otro anterior y externo a él, de quien es imperativo que lo ame y que lo invista si es que ha de devenir sujeto. Esta necesidad del otro para la vida y constitución de cada sujeto crea el amor y también el odio. El amor a partir de la satisfacción y el odio que se incrementa a partir de la frustración, de la rivalidad, del desencuentro.

En esta trama compleja de los vínculos, la aparición de un otro distinto que viene de otro lugar y tiene otros hábitos y creencias provoca una respuesta particular. La palabra extranjero contiene la raíz griega xénos y su enunciado expresa el desprecio y extrañeza que suscita lo que se considera extraño, ajeno, bárbaro, indeseable, aunque algunas veces el extraño pueda ser amado y admirado. Esta diferencia despierta desconfianza y agresividad, sólo vencida por la civilización. Pero también sabemos que la diferencia es la que permite el amor, la atracción sexual, y que las diferencias culturales permiten el enriquecimiento de los grupos humanos y la ampliación de sus horizontes. Con todo y diferencias, tengamos en cuenta que, desde el momento que los humanos pertenecemos a una misma especie que se originó en un solo punto del planeta y que lo cubre hoy por entero, todos, nos encontremos donde nos encontremos, hemos llegado a nuestra residencia actual como extranjeros.

Dar por sentado que la propia mirada es la correcta y que los valores de la colectividad propia son los valores reales, objetivos y naturales es una manera muy extendida de mirar al mundo y se designa como postura etnocéntrica (TODOROV: 1989). Es válido discutir estas cuestiones porque la historia se hace por factores económicos y sociales, pero las ideas son también actos decisivos, son acontecimientos y motores del hecho histórico.

Quien está inmerso en una cultura tiende a tomar sus principios como ley: Esta situación lleva a Montesquieu a escribir las “Cartas persas” (1721), en su esfuerzo por pensar la diversidad de los pueblos a partir de la unidad del género humano. En este libro se narra la visita (ficticia) a París de dos persas que resultan más lúcidos respecto a la realidad francesa que los mismos franceses. El lector descubre gracias a ellos aquello que por serle familiar no puede percibir, ya que las costumbres y justificaciones del diario vivir banalizan las circunstancias cotidianas y las sustraen al examen crítico. Montesquieu utiliza sistemáticamente el método del distanciamiento para su examen. Esto no equivale a decir que los persas son lúcidos y los franceses ciegos, si no que ser el “ajeno” les permite su observación. De modo que la condición del saber es la no pertenencia a la sociedad descripta, ya que no se puede vivir en una sociedad y simultáneamente conocerla. Esto no garantiza la sabiduría del extranjero pero la posibilita.

De este modo se ve transpuesto a las relaciones entre pueblos aquello que los psicoanalistas sabemos con respecto a los individuos, que se es ciego con respecto a uno mismo. Por eso el que desea analizarse debe aceptar otra mirada sobre sí. En el plano social, el narcisismo es sustituido por los prejuicios, que son “aquello que hace que uno se ignore a sí mismo” como grupo. Los que llegamos de otros países sabemos que la mirada de los otros cuestionó nuestro parroquialismo, y que nosotros, asimismo, pudimos objetar situaciones que los locales daban por sentado.

Estamos colocados ahora frente al problema del prejuicio, que es, como dijimos, la parte inconsciente de la ideología de una sociedad, conjunto de sentimientos, juicios y actitudes que provocan y justifican medidas discriminatorias, separación, segregación, y explotación de un grupo por otro (BASTIDE: 1969).

El prejuicio racial se halla muy extendido. Hoy entendemos que la raza no está definida por un carácter biológico o antropológico sino sociológico. La biología contemporánea no sustenta la noción de raza ya que, en primer lugar, si bien los seres humanos difieren entre ellos por sus características físicas, para que estas variaciones den nacimiento a grupos claramente delimitados deberían coincidir entre ellas, y éste no es el caso. Se obtendría un primer mapa de las “razas” si se mide las características genéticas, un segundo si se mide como criterio el análisis de sangre, un tercero, el sistema óseo, un cuarto, la epidermis. Por otro lado, en el interior mismo de los grupos así constituidos se observa una mayor distancia entre los individuos que los componen que la que existe entre los grupos. Por estas razones la biología contemporánea ya no recurre a la noción de raza, a la que hoy se concibe como un problema de la psicología social.

Otro prejuicio muy extendido es el prejuicio de clase, y los pobres son los primeros discriminados en todas las sociedades. También existe el prejuicio cultural y religioso: cuando los hombres del Occidente Europeo entraron en contacto con América, África o Asia los consideraron pueblos bárbaros o salvajes, y hoy, en el siglo xxi, los diferentes fundamentalismos ponen al mundo en peligro de extinción. Bastide (1969) cree que la ignorancia interviene en el nacimiento del prejuicio y que factores económicos, políticos y sociológicos coadyuvan en su constitución. También se vincula el prejuicio con la personalidad autoritaria, rígida, que no se puede adaptar a la evolución de las estructuras sociales, mientras que el sujeto con personalidad democrática, en cambio, sería más flexible y tolerante.

El odio al extranjero es una condición tan extendida que ya el Viejo Testamento nos informa que todos los pueblos que habitaban el perímetro de la Tierra Prometida fueron muertos sin discriminar sexo ni edad, sus templos destruidos, los bosques arrasados, por orden de Jahvé. Estamos así ante el primer documento en el que hay noticia escrita del odio exterminante al otro (cf. Éxodo 23, 33, Levítico 18, Josué 6). El racismo y el odio al extranjero son rasgos universales de las sociedades humanas, testimonios de la imposibilidad de constituirse sin excluir, desvalorizar y odiar al otro. El tema abarca el psiquismo individual y el imaginario social. Cada sociedad se constituye con sus valores, su concepto de justicia, de lógica y de estética de tal modo que la inferioridad del otro resulta el reverso de la afirmación de la propia verdad. De aquí a que los otros estén dotados de una esencia malvada y perversa hay una corta distancia (CASTORIADIS: 1985).

Tal como lo reconstruye Viñar (1998), Todorov (1982) considera al menos tres ejes para situar la problemática de la alteridad: