El Papus (1973-1987). Contrapoder informativo en la Transición española - Maria Iranzo Cabrera - E-Book

El Papus (1973-1987). Contrapoder informativo en la Transición española E-Book

Maria Iranzo Cabrera

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Beschreibung

El tardofranquismo necesitaba, a principios de los años setenta del siglo XX, transmitir la imagen de que se liberalizaba la prensa. Su estrategia fue dejar cierto margen de actuación a las publicaciones no diarias. Una de ellas, el semanario satírico 'El Papus', se atrevió a realizar crítica política a través de un humor rupturista. Su primer objetivo fue demoler los pilares del régimen, sólidos incluso tras la muerte del dictador, pero con el paso del tiempo iría poniendo en el centro de su crítica a quienes abusaban de los poderes del Estado, sin distinción de ideologías ni de instituciones. En sus historietas evidenció también su descontento con las cesiones de la oposición política y con la gestión gubernamental del PSOE. La historia del periodismo español recupera con este libro las vicisitudes de la revista de humor con mayor tirada entre octubre de 1975 y julio de 1976; también, la experiencia del primer medio de comunicación en sufrir, en democracia, un atentado terrorista con una víctima mortal.

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Maria Iranzo-Cabrera es investigadora y profesora de periodismo en la Universitat de València. Se adentró en los estudios de la comunicación satírica de la mano del catedrático J. L. Gómez Mompart, investigador principal del grupo de I+D Gricohusa. Su tesis doctoral es una monografía exhaustiva sobre la revista satírica El Papus (2014), reconocida con el I Premio Internacional de Investigación Doctoral de la Asociación de Historiadores de la Comunicación, el Premio Extraordinario de Doctorado de la UV y el Premio Lorenzo Gomis (accésit).

Actualmente, como miembro del grupo I+D+i Mediaflows, sus líneas de investigación se inscriben en el ámbito de la autorregulación periodística y la perspectiva de género. Como periodista, ha desempeñado tareas de redacción en medios de comunicación como Europa Press, Antena 3 TV, Radiotelevisión Valenciana, Telecinco, Cuatro, Valencia Plaza y la revista Mètode. También ha sido responsable de comunicación de la Fundació Parc Científic Universitat de València.

CONSEJO DE DIRECCIÓN

Dirección científica

Jordi Balló (Universitat Pompeu Fabra)

Josep Lluís Gómez Mompart (Universitat de València)

Javier Marzal (Universitat Jaume I)

Santiago Ramentol (Universitat Autònoma de Barcelona)

Dirección técnica

Anna Magre (Universitat Pompeu Fabra)

Joan Carles Marset (Universitat Autònoma de Barcelona)

M. Carme Pinyana (Universitat Jaume I)

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CONSEJO ASESOR INTERNACIONAL

Armand Balsebre (Universitat Autònoma de Barcelona)

José M. Bernardo (Universitat de València)

Jordi Berrio (Universitat Autònoma de Barcelona)

Núria Bou (Universitat Pompeu Fabra)

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Maria Corominas (Universitat Autònoma de Barcelona)

Miquel de Moragas (Universitat Autònoma de Barcelona)

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Raúl Fuentes (iteso, Guadalajara, México)

Josep Gifreu (Universitat Pompeu Fabra)

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Carlo Marletti (Università di Torino)

Marta Martín (Universitat d’Alacant)

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Carolina Moreno (Universitat de València)

Hugh O’Donnell (Glasgow Caledonian University, Reino Unido)

Jordi Pericot (Universitat Pompeu Fabra)

Sebastià Serrano (Universitat de Barcelona)

Jorge Pedro Sousa (Universidade Fernando Pessoa, Oporto, Portugal)

Maria Immacolata Vassallo (Universidade de São Paulo, Brasil)

Jordi Xifra (Universitat Pompeu Fabra)

BIBLIOTECA DE LA UNIVERSITAT JAUME I. Dades catalogràfiques

Noms: Iranzo-Cabrera, Maria, autor | Universitat Autònoma de Barcelona. Servei de Publicacions, entitat editora | Universitat Jaume I. Publicacions, entitat editora | Universitat Pompeu Fabra. Departament de Comunicació, entitat editora | Universitat de València. Servei de Publicacions, entitat editora

Títol: El Papus : (1973-1987) : contrapoder informativo en la Transición española / Maria Iranzo-Cabrera

Descripció: Primera edición | Bellaterra : Universitat Autònoma de Barcelona, Servei de Publicacions ; Barcelona : Universitat Pompeu Fabra, Departament de Comunicació ; Castelló de la Plana : Publicacions de la Universitat Jaume I. Servei de Comunicació i Publicacions ; València : Publicacions de la Universitat de València, septiembre de 2023 | Col·lecció: Aldea global ; 46 | Inclou referències bibliogràfiques i índex

Identificadors: ISBN 978-84-19333-73-5 (UAB : paper) | ISBN 978-84-19333-75-9 (UAB : PDF) | ISBN 978-84-19647-22-1 (UJI : paper) | ISBN 978-84-19647-28-3 (UJI : PDF) | ISBN 978-84-1118-176-1 (UV : paper) | ISBN 978-84-1118-178-5 (UV : PDF)

Matèries: Papus (Revista) -- Història | Premsa i política – Espanya – S. XX

Classificació: CDU (051)(460.235 B.)(091) | CDU 070:32(460) | THEMA JBCT4 1DSE

Edición

Universitat Autònoma de Barcelona

Servei de Publicacions

08193 Bellaterra (Barcelona)

[email protected]

ISBN 978-84-19333-73-5

ISBN pdf: 978-84-19333-75-9

Publicacions de la Universitat Jaume I

Campus del Riu Sec

12071 Castelló de la Plana

[email protected]

ISBN 978-84-19647-22-1

ISBN pdf: 978-84-19647-28-3

Universitat Pompeu Fabra

Departament de Comunicació

Roc Boronat, 138

08018 Barcelona

[email protected]

Publicacions de la Universitat de València

C/ Arts Gràfiques, 13

46010 València

[email protected]

ISBN 978-84-1118-176-1

ISBN pdf: 978-84-1118-178-5

Primera edición: septiembre de 2023

© del texto: Maria Iranzo-Cabrera, 2023

© de las fotografías interiores y de cubierta: Daniel Navarro Abbad

Producción

Publicacions de la Universitat de València

Edición digital

ISBN ePub: 978-84-1118-177-8 (UV)

Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente, ni grabada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, ya sea fotomecánico, electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso previo de los editores.

A la ingeniosa y ácida redacción de El Papus,que me ha acompañadoen la reconstrucción de su periplo comunicativoen el último tercio del siglo XX en España.

A Josep Lluís Gómez Mompart,por dignificar el periodismo de humoren la investigación académica.

Índice

PRÓLOGO: EL HUMOR BRUTO, INCONFORMISTA Y JUSTICIERO,Antonio Franco Estadella

PREFACIO

1. REVISIÓN EPISTEMOLÓGICA DEL HUMOR

1.1. Teorías sobre la función del humor

1.2. El humor como medio de la comunicación periodística

1.3. El nacimiento del chiste gráfico

2. EL ECOSISTEMA COMUNICATIVO DEL TARDOFRANQUISMO Y LA TRANSICIÓN A UN SISTEMA DEMOCRÁTICO (1973-1987)

2.1. Marco jurídico de la libertad de prensa (1966-1986)

2.2. Contexto político, económico y sociocultural

3. LA HISTORIA DEEL PAPUS

3.1. Radical en lo social (octubre de 1973 - marzo de 1975)

3.2. Destape frenético (marzo de 1975 - septiembre de 1977)

3.3. Explosión (septiembre de 1977 - diciembre de 1977)

3.4. Resurgimiento (diciembre de 1977 - octubre de 1982)

3.5. Un proyecto que agoniza (octubre de 1982 - octubre de 1984)

3.6.El Papus versus El Pupas y El Pulpo (octubre de 1984 - 1987)

4. UN SEMANARIO DE HUMOR RUPTURISTA

4.1. Destape sexual y político en las portadas

4.2. Ejército, Iglesia y Monarquía en la diana

4.3. Expedientes administrativos, sentencias y suspensiones

4.4. Sexismo, la lacra social con la que también se hace crítica

4.5. Tirada y difusión

4.6. Una audiencia crítica

4.7. Financiación y publicidad

CONCLUSIONES

APÉNDICES

BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES

ÍNDICE ONOMÁSTICO GENERAL

ÍNDICE DE MEDIOS Y EMPRESAS DE COMUNICACIÓN

PrólogoEl humor bruto, inconformista y justiciero

La de El Papus no es una historia cualquiera. Nació en 1973 con vocación de ser una revista de humor, aunque sus páginas se convirtieron indirectamente en un inventario de las injusticias y los dolores provocados por la falta global de libertad que teníamos cuando Franco se les moría a los suyos y nos dejaba en paz a los demás. Practicó un humor duro, desbarrado, ácido, que retrataba la miseria vital en la que nos habían arrinconado por medio de la larga represión educativa, policial y sexual con la que nos crucificó el franquismo, una represión que aún persistió, aunque de capa caída, bastantes años más. En paralelo, esta biografía de la revista rememora los forcejeos con la censura de un grupo de dibujantes y periodistas que se sentían profesionales de la libre expresión, cuyas historietas tenían como telón de fondo las amarguras de la realidad y las ilusiones crecientes de una población que simplemente quería –como continúa queriendo– una vida normal, medios razonables para subsistir, el sexo al que tiene derecho y que se le tuviera el respeto básico que siempre se merece.

Escudriñando en un panorama dramático, El Papus trabajó con su herramienta natural, el humor. Un humor que, visto desde la distancia y la perspectiva que dan los años, no deja de tener un regusto triste, quizá porque se difundió en tiempos en los que en la calle predominaba un malhumor difuso por lo que nos habían hecho a todos. Pero también porque en 1973 y en los años siguientes todavía estábamos encorsetados contra natura por una amalgama pastosa de políticos no representativos, malos y en ocasiones ridículos, militares abusones, jueces injustos y funcionarios que le hacían el juego al autoritarismo y que luego justificaron lo hecho con la sucia excusa del «cumplíamos órdenes», y todo ello aderezado por un clero oscurantista que mentía al decir que estaba al servicio de los desfavorecidos y del que ahora sabemos, además, que era bastante pecador –medido por su propio catecismo– y muy encubridor de delitos si los cometían los de su propia casta. ¿Había excepciones? Claro que sí, pero muy individuales.

Las revistas de humor le hicieron bastante daño al Régimen. Subrayaban de una forma muy comprensible y al alcance de todos los públicos sus sinvergüencerías con la excusa de que contaban una especie de chistes, cuando en realidad lo desacreditaron a través de la burla. Conectaron con todos, con la gente simplemente descontenta, con el nivel ya un poco más cualificado de los inconformistas que suspiraban en silencio esperando cruzados de brazos que el cielo los librase milagrosamente de la pesadilla, y con aquellos adversarios descarados del poder imperante que eran los activistas que se la jugaban.

Quienes vivimos aquellos años sabemos que lo que más desgastó al franquismo declinante, junto a su propia esencia absurda, fue la rebeldía obrera, la agitación universitaria, la desafección de los intelectuales que reeducaban a la juventud con criterios opuestos a los oficiales y los militantes políticos clandestinos, que multiplicaban esfuerzos para despertar a la dormida población sumisa. El periodismo de combate –incluyendo las publicaciones de humor–, en el fondo, solo podía limitarse a subrayar las contradicciones de los que detentaban el poder, a hacerse eco indirectamente de sus excesos cuando era posible, a contar entre líneas, insinuando, lo que no se podía explicar abiertamente y a cargar la mano contra las corrupciones que el Régimen decidía publicitar para simular que era justo. Pero la prensa comprometida –no era mucha, yo diría que no más allá del 10 %– era sobre todo la retaguardia que enlazaba o conectaba entre sí a la gente que estaba en contra, sosteniéndola moralmente. Pienso que el franquismo infravaloró mucho tiempo, hasta que ya fue demasiado tarde, las revistas satíricas. Las multó mucho, impuso numerosísimas suspensiones temporales que les impedían llegar al quiosco, castigó a los profesionales prohibiendo que firmasen temporalmente sus trabajos para que se autodiluyesen y cerró cabeceras.

Pero esas perrerías, aun siéndolo, no eran comparables con lo que el franquismo hacía en las comisarías con, por ejemplo, los trabajadores huelguistas. El Régimen consideraba que los dibujantes y redactores malos eran unos desviadillos, y que sus verdaderos enemigos eran los otros. Y confiaba mucho en la eficacia de las sanciones, pensando que generarían autocensura. Recuerdo textualmente una noticia de aquellos años tal como la transmitió la agencia oficial EFE/CIFRA: «Manifestación violenta de campesinos reclamando más agua en un pueblo de Jaén. La policía tuvo que dispersarlos con unos tiros al aire. Cuatro muertos y seis heridos». Ante eso, la semana siguiente era más fácil dibujar, sin incluir naturalmente la palabra Jaén, a unos científicos con un telescopio diciendo que al parecer los obreros españoles habían aprendido a volar, que hacer el más mínimo comentario de texto serio en cualquier diario; y, además, la viñeta acababa publicándose (porque se les podía pasar por alto a los represores poco inteligentes), mientras que la información crítica que se apartaba de la versión oficial de los textos de EFE/CIFRA no tenía ninguna probabilidad de hacerlo.

Tuvimos muy buenas revistas satíricas de esas que los de El Papus, entre nosotros, llamábamos «de señoritos», como Hermano Lobo, Por Favor y Muchas Gracias; de humor más blanco, siguiendo la estela dejada por la inolvidable La Codorniz, con gente tan valiosa y malintencionada en el buen sentido de la palabra como Manolo Vázquez Montalbán, Juan Marsé, Josep Ramoneda o José Martí Gómez, y también muy eficaces para desprestigiar a los fascistas. Pero nosotros optamos por el humor canalla, bruto, desmadrado, frecuentemente feísta, que el núcleo principal del equipo fundador ya habíamos experimentado en el ensayo general que constituyó unos pocos años antes Barrabás, que se autodenominaba La Revista Satírica del Deporte. En relación con lo que se decía del fútbol alienante, los árbitros comprados, los directivos ladrones y los federativos partidistas, el Régimen tuvo grandes tragaderas, tal vez porque consideraba que nuestras extralimitaciones contribuían a perfeccionar la calidad y eficacia del opio adormecedor que se suministraba al pueblo.

El Papus, versando sobre las tristezas, alegrías e incoherencias de la vida gris cotidiana, pero también sobre el peso aplastante de los poderes políticos, financieros y clericales, así como sobre el papel del erotismo de consumo y el sexo como grandes juguetes baratos accesibles para toda la gente, era una asignatura mucho más compleja y difícil que Barrabás, pero creo que la aprobamos gracias a que el principal orientador de la revista, el dibujante Ivà, era tan magnífico y creativo como arrollador. Desbordante en lucidez, tenía maestría para el humor fuerte, duro, incisivo y desgarrador. Y le respaldaba muy bien su tradicional compañero, Òscar Nebreda, otro dibujante espectacular dotado de especial sensibilidad para captar y expresar las circunstancias cotidianas de la vida popular y la filosofía que emanaba de las sesiones dobles de los cines de barrio. Completaba el trío fundamental un genio de la caricatura, Gin, que además aportaba, por su veteranía y experiencia internacional, algo milagroso: calidad estética y cierto sentido común en la elaboración de un producto que, paradójicamente, tenía vocación de ser del peor gusto posible. Otros dibujantes con personalidad contribuyeron a marcar a fuego la línea satírica y neurasténica que necesitarían aquellas páginas. De aquella primera etapa me vienen a la cabeza los nombres del irrepetible JA y los de Ventura & Nieto, Fer, Vives y Manel, pero hubo muchos otros, y han quedado registrados debidamente en este libro de Maria Iranzo.

También es justo mencionar que, en los momentos iniciales, uno de los que concibió con acierto los buenos equilibrios entre ilustraciones y textos fue el diseñador Fermín Vílchez, muy conocido en la profesión porque estuvo asimismo entre quienes diagramaron las maquetas originales de El País y El Periódico.

Xavier de Echarri, valiente, era el periodista director / pantalla ideal: hijo de un director de La Vanguardia prestigioso en su condición de periodista de orden, Xavier, gracias a sus contactos familiares, era perfecto para representar y defender a la revista ante las mentalidades conservadoras de los tribunales (tuvo muchísimo trabajo de este tipo) y para aplicar vaselina ante los propietarios, también conservadores, que ponían el dinero; se trata de un doble aspecto sobre el que la autora de este libro aporta muchos datos y documentación. Y sería injusto no citar aquí a Carlos Navarro, el listo de la banda, que manejaba la bolsa del dinero y los temas burocráticos. A efectos del éxito de la publicación, Navarro fue como un humorista de El Papus, pese a que ni dibujaba ni escribía. Los plumillas, redactores de textos, siempre tuvimos un papel secundario en relación con los dibujantes, aunque tuve compañeros de tanto nivel como Maruja Torres, Joan de Sagarra y Albert Turró.

Éramos una revista de humor, pero muchas cosas las fraguábamos en serio. Por ejemplo, el lenguaje. Discutimos intensamente hasta definir que queríamos escribir tal como malhablaba la gente de la calle, y los dibujantes en sus viñetas rompieron para ello todas las reglas ortográficas. Otro ejemplo: el grado de erotismo que debía tener la revista. Para cualquier lectura crítica que se haga desde los parámetros de hoy, El Papus fue desaforadamente machista. Pero si hilan fino en el análisis, convendrán probablemente conmigo en que, de hecho, practicaba una denuncia del machismo imperante por la vía de la exageración esperpéntica, como se hacía con otras cosas. Eso se calibraba en la reunión semanal de búsqueda de ideas, que trataba de encontrar lo que llamábamos «el tema» del próximo número, un tema siempre genérico que daría pie a la portada (los empleos basura, los pisos pequeños, la adulteración de alimentos, las rebajas, las barras americanas, las colas, el salario mínimo, los fallos de la educación, los menús baratos, la emigración a Alemania…). Se discutían posibles filones para sacarles punta y se distribuían las tareas y las páginas. Todo ello en un ambiente informal de peña y dando por entendido que se trataba de reírse de todo y de conseguir un trasfondo justiciero que castigase a los responsables de los desastres implícitos en aquellas materias. El ácido sulfúrico respecto a la política casi siempre se administraba después, sobre la marcha, al hilo de la actualidad concreta de la semana, y a través de las secciones fijas que fue creando El Papus.

Desde el ataque terrorista a Charlie Hebdo se ha abierto un profundo debate internacional sobre la validez y legitimidad de lo que mucha gente llama «las extralimitaciones de la prensa satírica». Yo respetaré siempre todas las opiniones razonadas que puedan hacerse sobre este tema, pero explicaré la mía. La libertad de expresión tiene límites, pero todos sabemos que, cuando los administran los poderes públicos, de forma casi invariable, la restringen a favor de sus propios intereses. Ante esto, muchos periodistas y no periodistas consideramos que, en las situaciones democráticas, en esta materia debe imperar el autocontrol responsable de los humoristas y la actuación final de los tribunales de justicia, siempre que sean verdaderamente independientes de las instituciones, personas e ideas criticadas. Con todo, ni siquiera atendiendo a estos dos elementos es fácil delimitar la raya en la que empiezan los excesos objetivamente censurables. Porque, aunque moleste a los creyentes de su religión, ¿hay alguna razón para que no se pueda criticar a Alá, lo que dice, lo que dicen que dice, lo que representa y lo que son y representan las religiones? No hay una respuesta fácil que aglutine un consenso general. Y ese es el problema insoluble.

Sin embargo, hay situaciones menos complejas. ¿Se pasaba El Papus criticando lo más desaforadamente que podía al franquismo y sus consecuencias? Creo que, en una situación no democrática primero, y todavía solo pseudodemocrática después, tal como sucedía en los años de estas páginas desmadradas, era éticamente lícito combatirlo con todas las armas posibles –incluyendo el humor desacreditador, la exageración, el insulto disimulado– para erosionarlo, esforzándose, eso sí, por no calumniar a personas verdaderamente inocentes. Muchos atribuyen el atentado criminal contra El Papus al deseo de escarmentar por una broma indirecta sobre Millán Astray, fascista desbocado famoso por ser un mutilado de guerra. Los autores de lo que se publicó me dijeron que su idea era sugerir que a algunos de esos excombatientes franquistas, además de que habían perdido un ojo, un brazo y una pierna, lo que también les faltaba era un pedazo de cerebro, y aun así les dejaban ejercer cargos públicos de responsabilidad para los que era necesario criterio. Y criticarlo. No sé si es exactamente la verdad, pero en todo caso la pregunta que eso suscita es si una broma desmadrada sobre el desmadrado fundador de la desmadrada Legión de entonces constituye una ofensa a todos los mutilados de guerra llamémosles normales. Y la cuestión consiguiente es si un posible exceso de opinión así merece como respuesta una bomba asesina que mató a un hombre.

Pasen y lean. Rían, sonrían o quédense serios. Conozcan o recuerden. Y mediten; por favor, mediten y reflexionen. Tanto lo que hizo El Papus como el complicado trabajo de reconstruir ahora su historia creo que lo merecen.

ANTONIO FRANCO ESTADELLA

* El periodista Antonio Franco quiso prologar el volumen del que tanto le hablaba y me envió este texto el 17 de octubre de 2018. Quiso subrayar que lo hacía como «miembro del equipo pensante de la revista antes de salir y en la que trabajé intensamente durante los primeros años de vida de la publicación. Luego fui espaciando mi colaboración porque pasé a dedicar casi todo mi tiempo y esfuerzos al periodismo de información general, mi vocación, también difícil en la Transición y después, cuando los españoles recuperamos las libertades». Falleció en Barcelona el 25 de septiembre de 2021. Le estaré siempre agradecida por la atención inconmensurable que me dedicó.

Prefacio

Tres motivos justifican este libro. En primer lugar, la inexistencia de un estudio monográfico exhaustivo, publicado dentro o fuera de España, del seminario satírico El Papus (1973-1987). Le sigue el propio atractivo de la revista, en tanto en cuanto fue la más longeva, anarcocorrosiva y popular del mercado editorial humorístico de la Transición española, llegando a ser líder de ventas entre 1975 y 1976. Y, en tercer lugar, el recorrido que este volumen realiza por documentos administrativos, judiciales y personales, recopilados para contextualizar el periplo de este semanario contrainformativo. Hay un desgraciado cuarto motivo. Poner en el lugar que se merece al primer medio de comunicación español en sufrir un atentado mortal de la extrema derecha durante el proceso de consolidación de un sistema democrático.

El objetivo principal de este libro es mostrar la contribución de El Papus a la percepción del proceso histórico que abarca desde el tardofranquismo hasta el tránsito político y social a una supuesta democracia. En este sentido, desde una perspectiva histórica, cualitativa y cuantitativa, se analizan las estrategias comunicativas con las que abordó la nueva cultura política. Y también se explora si fue reflejo de las propias contradicciones sociales del momento, en donde los deseos de libertad convivieron con actitudes estigmatizadas por una moral reprimida y represora.

Este camino lo he recorrido, afortunadamente, de la mano de la mayoría de profesionales que formaron parte de la redacción. Me refiero a los dibujantes Òscar Nebreda, Jordi Amorós (JA), Joan Barjau (Snif), Enrique Ventura, Josep Maria Rius (Joma), José Antonio Fernández (Fer), Carlos Giménez, Lluís Recasens (l’Avi), Adolfo Usero y Víctor Luna (Curcó); también a los periodistas Antonio Franco, Maruja Torres, Enric Bañeres, Cristina Dachs, Albert Turró y Francisco Arroyo, y al escritor Ramoncín. No fue posible hacerlo con dos de los humoristas alma mater de este proyecto, Ivà y Gin, fallecidos en 1993 y 1996, respectivamente. Sí he podido admirar los originales que conserva Gloria Sánchez, la mujer de Ivà, en su casa de Vigo.

Respecto al archivo histórico, debo subrayar la cantidad ingente de material que el gerente, Carlos Navarro, junto con su hijo Daniel, han puesto a mi disposición para recuperar del olvido y dignificar esta publicación satírica. Su director, Xavier de Echarri, hace años que rechazó hablar del semanario, pero ha podido estar al corriente de este trabajo gracias a su socio en la editorial Amaika.

El Papus recuperó la sátira política expresada, como en la II República, con crispación y radicalidad, para incomodar a las altas esferas gubernamentales, militares y eclesiásticas. Pero ¿por qué se creó esta revista?; ¿de qué habló?; ¿con qué lenguaje?; ¿fue un semanario de destape sexual o de destape político?; ¿quién la apoyó?; ¿cuándo fue contradictoria?; ¿cuáles fueron sus límites?; ¿cómo la censuraron?; ¿se ha llegado a juzgar el caso Papus?; ¿por qué desapareció?

Para responder a estas preguntas, el libro se organiza en cinco capítulos. Tras una revisión epistemológica del humor y su función dentro del periodismo, se adentra en la historia de esta profesión en España. En primer lugar, presenta el ecosistema comunicativo que abarcó desde 1973 a 1987, y a continuación disecciona los catorce años de vida de El Papus. Situada la revista en su contexto, el siguiente paso ha sido analizar con detalle sus temáticas, lenguajes y públicos, de modo que quien lea este libro pueda concluir si fue o no una revista rupturista.

1.Revisión epistemológica del humor

El hombre es el único animal que ríe y llora, pues es el único animal que descubre la diferencia entre lo que las cosas son y lo que debieran ser (Hazlitt, 2002: 71).

En 2002 Felicísimo Valbuena y Eva Aladro coordinaron un número de la revista Cuadernos de Información y Comunicación dedicado a la comunicación del humor, ese elemento que «modifica profundamente el conocimiento, la emoción y el estilo» (Valbuena y Aladro, 2002: 9). En él dieron voz a autores fundamentales en el desarrollo de las teorías del humorismo, como Jean Paul Richter (2002: 53-68), el primer pensador contemporáneo que ofreció una teoría completa sobre el humor, que se basaba en cuatro proposiciones o normas pragmáticas para lograr los efectos cómicos: 1) el humor, sin hacer desaparecer lo individual, busca la idea universal; 2) esa idea aniquila lo sublime; 3) en el humorista el yo desempeña el papel fundamental, y 4) lo cómico está lleno de notas sensibles y concretas.

Por su parte, William Hazlitt (2002: 69-94) distinguió los términos humor, ingenio e imaginación. Para el escritor inglés, el humor es el desarrollo del absurdo en la propia naturaleza o adquirido por accidente, mientras que el ingenio es la invención lúdica, la habilidad para exponerlo, comparándolo o contrastándolo con algo más. En este sentido, estableció otra distinción, esta vez entre imaginación e ingenio:

De la imaginación puede decirse que consiste en descubrir algo similar en cosas por lo general distintas, o sentimientos parecidos dedicados a ellas; mientras que el ingenio, principalmente, trata de encontrar algo que parezca lo mismo o depare una momentánea decepción donde esperabas encontrarlo, es decir, en cosas completamente opuestas (Hazlitt, 2002: 87).

La esencia de lo risible es, por tanto, lo incongruente. Y detectar y exponer la diferencia es una parte esencial de la razón y el juicio, un acto voluntario de la mente. En este sentido, matiza: «las referencias cruzadas, donde los disparates se producen adrede, son ingenio; pero si alguien las iluminara por ignorancia o accidente, serían puramente lúdicas» (Hazlitt, 2002: 87).

Por tanto, dentro de lo risible, este crítico literario estableció tres grados: lo simplemente risible (provocado por la sorpresa inmediata de un acontecimiento pero que, una vez pasada, nada hay que contrarreste nuestra expectativa inicial), lo lúdico (suscitado por lo improbable o inquietante) y lo ridículo (surge de lo absurdo no solo respecto a la costumbre, sino al sentido y a la razón: el defecto o la debilidad se los ha buscado un hombre mismo). Hazlitt señaló que el impedimento moral que nos indica que uno no debe reírse de algo es precisamente lo que aumenta su fuerza y estalla de la manera más violenta, en carcajadas. Con todo, afirmó:

Solo las personas muy sensibles o muy honradas se ríen tan libremente de sus propios absurdos como de los absurdos de sus vecinos. En general, prevalece la regla contraria, y solo nos reímos de aquellas desgracias de las que somos espectadores, no partícipes (Hazlitt, 2002: 75).

Para el crítico literario de la segunda mitad del siglo XX Julio Casares (2002: 170), se debe utilizar el vocablo humor para designar el sentimiento subjetivo de un individuo que es capaz de contemplar lo cómico, y reservar el término humorismo para referirnos a la expresión externa del humor, mediante la palabra, el dibujo o la talla.

Sin embargo, como apuntó el propio Casares (2002: 171), «todas las cosas existieron antes de tener un nombre adecuado», y por ello encontramos expresiones del humor desde la antigüedad. Puso como ejemplo la respuesta del filósofo Sócrates cuando, tras verse parodiado en la comedia Las Nubes, de Aristófanes, se rio junto con el resto de los espectadores de sí mismo. Por tanto, el humor es de índole intelectual, sin ningún componente afectivo; es decir, los juicios que formamos son juicios de valoración –nos reímos de lo que no llega o se pasa, de lo que quiere ser y no es, de lo que sucede al contrario de como lo esperábamos, de lo inadecuado y fallido y, sobre todo, de lo que siendo absurdo se nos presenta como razonable–. Estos juicios que nos provocan regodeo quedarían desvirtuados en cuanto se asociase a ellos un sentimiento, como la simpatía, la lástima o el temor.

En esta línea incidió la teoría del dramaturgo Luigi Pirandello (2002: 95-130), quien definió el humor como «el resultado de la contraposición de dos sentimientos que suscita la lectura reflexiva de una obra o situación» (Pirandello, 2002: 95). Pirandello ilustró con varios ejemplos su idea de que «lo cómico» nace de una respuesta inmediata al observar una situación en la que ocurre lo contrario de lo que esperábamos; esto es, en la comicidad prevalece un advertir lo contrario. Sin embargo, una vez pasada la primera impresión, se da un proceso de reflexión y llega el sentimiento de lo contrario, propio ya del verdadero humorismo.

El escritor italiano pone como ejemplo la obra Don Quijote de la Mancha, cuyo humorismo fue un factor clave en el éxito de la novela. Al presentarse, el personaje protagonista resulta cómico; por edad y por rol social resulta inverosímil su empeño en combatir contra los molinos. Como apunta Meléndez (2005: 67),

hasta aquí la observación de lo contrario, que nos divierte. Sin embargo, acabamos experimentando finalmente el sentimiento de lo contrario, pues tras un proceso reflexivo, se apodera de nosotros una sensación de empatía con el personaje y ya no podemos reírnos de Don Quijote, pues nos identificamos con él, con su lucha incomprendida, que es al fin y al cabo la de todos los seres humanos. Si nos reímos de él, nos reímos cruelmente de nosotros mismos.

La identificación con su lidia postergada nos hace interpretar la risa como algo cruel. De este modo, señaló por qué lo cómico es casi lo contrario del humor. El proceso cómico aniquila la justicia, la bondad y la cordura, y el humor, por el contrario, las restaura y nos las hace ver con mayor claridad (Pirandello, 2002: 105).

Para Pirandello, el cómico desmontará la construcción vanidosa que hacemos de nosotros mismos para simplemente reírse de ella; sin embargo, el humorista verá el lado serio y doloroso de esa imagen ficticia y, tal vez riéndose de las incongruencias, la compadecerá. El dramaturgo italiano consideró como uno de los mayores humoristas, sin saberlo, a Copérnico, ya que «desmontó no propiamente la máquina del universo, sino la orgullosa imagen que nos habíamos hecho de él» (Pirandello, 2002: 127).

El novelista Pío Baroja (2002: 137), por su parte, distinguió al humorista del satírico. Definió al primero como «un sentimental», con un punto de vista filosófico de la vida. En contraposición, el satírico juzga el mundo desde un punto de vista moral, es un «hombre de espíritu lógico» que «tiende a la corrección y al látigo». Sirviéndose de la metáfora, indicó:

El satírico desde el banco de los buenos, señala a los malos y a los locos; para el humorista el mundo tiene por todas partes algo de jardín, de hospital y de manicomio.

Por su parte, el periodista Iván Tubau (1987: 17), coincidiendo con Freud, sostuvo que el humor es «un principio de liberación»; sin embargo, consideraba que esta victoria debía ser entendida como resultado de una frustración. Así pues, se hacen chistes porque no se puede hacer otra cosa más directamente agresiva.

En la interpretación de Casares (2002), el humorismo requiere una cierta predisposición intelectual del receptor, que va más allá de lo risible o cómico y es capaz de interceptar el mensaje subliminal del autor. En esta idea ya insistió el comediógrafo y novelista Enrique Jardiel Poncela, quien subrayaba que el público es mentalmente superior a la crítica. Jardiel Poncela (2002: 141) rechazó definir el humorismo, puesto que era «tan disparatado como la tarea de separar la arena del polvo en el desierto del Sáhara». Consideró absurdo pensar que el humorismo es una tendencia sometida a reglas, cuando más bien es una «singularidad del espíritu» y por ello se puede ser humorista y no escribir.

Lo que sí estableció el comediógrafo son dos «realidades» del humorismo. En primer lugar, a diferencia de otros teóricos, señaló que

lo humorístico abraza muchas veces dentro de su órbita a lo cómico. Y de ahí también el que lo cómico no sea siempre inferior, sino que tenga a menudo tanta calidad como lo humorístico, por parte integrante de un todo (Jardiel Poncela, 2002: 141).

Y, en segundo lugar, aseveró que la característica común del humorismo español es «la acritud, la violencia, la descarnadura». El dramaturgo tenía claro dónde se encontraba el éxito del humor: en los últimos diez minutos, donde debía actuar el efecto sorpresa o contraste.

1.1. Teorías sobre la función del humor

Todas estas definiciones pueden clasificarse en cuatro teorías sobre la funcionalidad del humor, tal y como sintetiza Meléndez (2005: 75). Las cuatro pueden operar de manera autónoma o combinarse entre ellas:

–Teorías fisiológicas, terapéuticas y evolutivas: Hipócrates o Bajtin coincidieron en señalar los beneficios de lo que hoy llamamos risoterapia, es decir, los efectos positivos que el humor procura en la salud, tanto a nivel mental como físico. En este sentido, Kant (1997: 261), en su Crítica del juicio, consideró la broma y la risa entre las artes agradables, en contraposición al arte bello.

–Teorías de la liberación de la tensión: ya en Filebo, Platón recogió un diálogo entre Sócrates y Protarco acerca de la mezcla del placer y el dolor que caracteriza determinados actos humanos como la risa. En esta línea, las teorías de Mijail Bajtin (1990) sobre la risa en la Edad Media y el Renacimiento contribuyeron a la valoración de la faceta lúdica, regeneradora y liberadora de la risa, en tanto que el humor puede funcionar como construcción creativa ante una realidad que no agrada. Mediante la composición de otro mundo, se desplaza el que ya no puede mantenerse porque ha perdido su sentido y se convierte entonces en una liberación. Los más tempranos partidarios de esta función fueron el naturalista Herbert Spencer (1860) y el filósofo Theodor Lipps (1900), ambos inspiradores de Freud (2000).

–Teorías de la superioridad: entre los pensadores griegos están quienes sentaron las bases de las teorías sobre el papel preeminente de la risa en el ataque a las debilidades del otro. Revelaron el placer que proporciona reírse del enemigo para humillarlo. Precisamente por ello el humor busca resaltar la superioridad, no ante un elemento más débil, sino, por el contrario, ante uno más poderoso. Para Freud (2000), no existe mejor chiste que el que ridiculiza a la autoridad, tanto más cuanto en mayor medida abuse esta de sus privilegios.

–Teorías sobre la función social del humor: Bergson señaló que la risa es en sí un acto social, grupal. Por su parte, Freud afirmó que en el caso del chiste tendencioso –tanto si es de tipo hostil como obsceno– se precisan tres personas: la que lo dice, la que se toma por objeto de la agresión hostil o sexual y una tercera en la que se cumple la intención creadora de placer del chiste. Así, mientras la comicidad puede ser gozada aisladamente, pues bastan solo los dos primeros participantes, en el chiste se añade el impulso de comunicación y, en consecuencia, una tercera persona «riente». En relación con esta faceta social, Lorenzo Gomis (1974: 452) definió la función del chiste y la risa como compensadora, equilibradora y restauradora de la euforia social.

En consonancia con estas teorías, Iván Tubau (1973: 99-108) propuso dividir el humor en dos grandes géneros según los propósitos u objetivos del autor: humor puro y humor crítico. El humor puro toma como base la invención humorística desvinculada de la realidad. En este tipo de humor se encontrarían el humor abstracto (pura invención gratuita), el absurdo o surrealismo (está por encima o más allá de la realidad), la poesía y el humor negro (una forma clara de agresión, con carga revulsiva).

En cambio, el humor crítico constituye, para Tubau, una radiografía subjetiva e intencionada de la vida del país o del mundo. Dentro de este tipo, incluyó el costumbrismo (descriptivo, esteticista), la crítica sociológico-moral (sátira) y el humor político (bien directo, a través de la caricatura de políticos concretos, o bien indirecto, a través de la crítica de comportamientos políticos).

1.2.El humor como medio de la comunicación periodística

El recurso del humor, aplicado en las diversas modalidades de artículos o textos de opinión, ha sido considerado un instrumento idóneo para interpretar y valorar las actuaciones políticas, los comportamientos sociales y las prácticas culturales de una comunidad (Abril, 1999: 111).

Así justifica Natividad Abril el peso notable del humor en las piezas periodísticas de opinión. La utilización de recursos de humor aporta vitalidad al periodismo reflexivo por su capacidad comunicativa y su profundo sentido humano; aligera y procura placer en la lectura (entretiene) y facilita la comprensión del mensaje (desmitifica y remueve conciencias).

Por lo que se refiere a los semanarios puramente satíricos, el periodista Joaquim Roglan (1996: 30) señala las características frecuentes de estas publicaciones: uso de mecanismos miméticos; deformación de nombres, personas y cosas; utilización de personajes arquetípicos y simbólicos para representar las diferentes respuestas ideológicas y vitales, y empleo de la realidad y las noticias reales como material base del que se alimentan, reinterpretándolo con una finalidad persuasiva.

Al repasar la historia de la práctica del periodismo de opinión a través del humor, Natividad Abril destaca entre sus iniciadores a Menipo de Gadara, fundador en el siglo III a. C. de la sátira que lleva su nombre y que consiste en la exposición de vicios humanos y abusos del poder. Le siguieron nombres clásicos como Aristófanes, Luciano, Cicerón, Juvenal o Marcial, quienes unieron el humor al ejercicio de la crítica y la didáctica.

Por lo que respecta al Estado español, decenas de obras literarias se han servido del humor y la sátira, aunque destacan especialmente en los siglos XVI y XVII autores como Cervantes, Quevedo y Góngora.

Es el siglo XVIII la época en la que Francesc-Andreu Martínez-Gallego (2010: 21-22) contextualiza las dos primeras manifestaciones de la prensa satírica española. Se trata del periódico Duende Crítico y de «una amplia panoplia de obras cómicas –teatrales, narrativas–» que, bajo la faz de la risa, pretenden reflejar la vida civil y las costumbres sociales. No obstante, fue en el marco del Romanticismo y de la revolución liberal-burguesa cuando la risa se convirtió en conciencia de la emergente clase media. Dentro de estas primeras publicaciones satíricas, basadas básicamente en el texto, Martínez-Gallego se refiere a multitud de variantes:

• Títulos primigenios como la Abeja Española o El Zurriago, o nombres como Espronceda o Ayguals de Izco (que comanda La Risa, El Dómine Lucas, El Fandango y La Linterna Mágica), los cuales utilizan la sátira para pisotear los últimos restos del Antiguo Régimen.

• Periódicos que retoman la tradición de El Duende, una corriente demoniaca asociada al humor popular contra el poder, como el valenciano El Satanás (primer periódico republicano aparecido en España).

• Periódicos como El Mole, de José María Bonilla, que convocaron al pueblo llano para que discutiese sobre las medidas que la revolución tomaba y plantearon, con gracia, caminos futuros. Sus recursos fueron la caricatura, lo coloquial y lo escatológico.

• Periódicos satíricos que, lejos de la prensa popular, pretendieron abrir camino hacia las cúspides del nuevo poder a quienes los redactaban. Es el caso de El Guirigay (1839), periódico de González Bravo, que, con el seudónimo de Ibrahim Clarete, definió «una postura progresista cargada de demagogia» (Seoane, 1989: 181).

• Prensa satírica con intenciones contrapuestas, donde se combinó, por un lado, la contumaz crítica al liberalismo excluyente y, por otro, un populismo de matriz moderada vinculado a la propiedad. En este grupo, Enrique Bordería, Martínez-Gallego e Inmaculada Rius (2004) incluyen los periódicos del valenciano Josep Bernat i Baldoví (El Tabalet, La Donsayna y El Sueco).

No obstante, la ley de prensa de 1852, del Gobierno presidido por Juan Bravo Murillo, erradicó la prensa satírica, previamente acosada por denuncias, multas y suspensiones. Nació pues el género que Valeriano Bozal (1989) llama joco-serio, donde la sátira fue sustituida por la ironía. La gran sátira no retornó hasta dos años después, en 1854, con la llegada de los progresistas al poder.

Más allá de la prensa propiamente satírica, el humor también formó parte del periodismo diario interpretativo. En el siglo XIX, Mariano José de Larra fue el artífice del artículo de costumbres, pretexto para calar en la conciencia de las personas y a través del cual ejerció la crítica sociológica y moral. Gómez de la Serna o Julio Camba continuaron esta tradición costumbrista en el siglo XX.

Con la promulgación en 1810 de las Cortes de Cádiz y el inicio del parlamentarismo español, apareció un género periodístico de la mano de Bartolomé José Gallardo: la crónica parlamentaria en tono satírico. Precisamente, la mordacidad de Gallardo en sus textos le llevó a más de un duelo y le valió ser destituido de su puesto. Ya en el siglo XX, se hicieron famosas las crónicas parlamentarias de Josep Pla, José Martínez Ruiz –Azorín–, Wenceslao Fernández Flores y Luis Carandell.

1.3.El nacimiento del chiste gráfico

Aun cuando cualquier investigador puede rastrear atisbos de humor gráfico en la prehistoria, en el antiguo Egipto, en la Grecia clásica o en el Medievo, el chiste propiamente dicho nace cuando los medios de impresión le permiten difundirse en gran número de ejemplares (Tubau, 1987: 19-20).

Hasta la progresiva difusión de la litografía durante el siglo XIX, los dibujos de humor circularon en soportes tradicionales como estampas, hojas sueltas o láminas –básicamente en portafolios, pasados de mano en mano después de las cenas–, con su incipiente difusión en prensa (Abreu, 2001). Uno de los ejemplos más célebres del uso del dibujo con intención política data de mayo de 1754. El grabado de Benjamin Franklin publicado en Pennsylvania Gazette representaba a una culebra dividida en ocho partes, cada una con las iniciales de una de las colonias, acompañada de la sentencia «Join or die» (‘Unirse o morir’, en inglés), en referencia a la necesidad de organizar las colonias norteamericanas contra indios y franceses.

En Europa, se considera que es Inglaterra la cuna del dibujo de humor político. Durante los siglos XVIII y XIX