El paraíso que no fue - Emilio Callado Estela - E-Book

El paraíso que no fue E-Book

Emilio Callado Estela

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Beschreibung

En el proceso de renovación temática y metodológica experimentado por la historia, los estudios sobre las mujeres han cobrado especial protagonismo, y entre ellos destacan las investigaciones sobre religiosidad. Tanto que, en algunos casos, el pasado de las monjas es conocido casi mejor que el de los frailes. Sin embargo, no ocurre lo mismo con las dominicas en los territorios de la antigua Provincia de Aragón, y de manera especial en Valencia, pues su memoria escrita quedó desperdigada a causa de los desastres bélicos y las convulsiones políticas contemporáneas. El presente libro rescata al menos conocido de todos los monasterios, el convento de Nuestra Señora de Belén, fundado con el declinar de la decimoséptima centuria por sor Inés del Espíritu Santo, en el siglo Sisternes de Oblites, sin duda la dominica valenciana más ilustre de todos los tiempos.

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El presente trabajo se ha realizado bajo el amparo de los Proyectos de Investigación HAR201⅔2893 y PRCEU-UCH 13/02, financiados por el Ministerio de Economía y Competitividad y la Universi-dad CEU-Cardenal Herrera, respectivamente, y titulados La Catedral Ilustrada. Iglesia, sociedad y cultura en la Valencia del siglo XVIII.

© Del texto: Emilio Callado Estela, 2015© De esta edición: Universitat de València, 2015

Coordinación editorial: Maite SimónMaquetación: Inmaculada MesaCubierta:    Ilustración: Manuel de Palacios (taller de los hermanos Cabrera), Santa Inés de Montepulciano, c. 1837-1841. Óleo sobre tela. Museo Histórico Dominico (Santiago de Chile)    Diseño: Celso Hernández de la FigueraCorrección: Pau Viciano

ISBN: 978-84-370-9701-5

Vuestro es, Marcos y Nicolás…

ÍNDICE

PRÓLOGO de Enrique Martínez Ruiz

INTRODUCCIÓN

PRIMERA PARTE

1. DE LA FUNDADORA Y SUS OTRAS FUNDACIONES

1. Biografías para una santa

2. De la cuna al claustro

3. Nuevas fundaciones para la observancia

4. De vuelta a Santa María Magdalena

2. EL CONVENTO DE NUESTRA SEÑORA DE BELÉN

1. La cuarta revelación

2. El Paraíso de Dios

3. Tiempos recios

4. Nuevas tribulaciones

EPÍLOGO

SEGUNDA PARTE

Libro de fundación del monasterio de Nuestra Señora de Belén

1. Sitio y dotación del convento de Nuestra Señora de Belén, su fundador y dificultades que ocurrieron hasta su fundación

2. Entran las fundadoras en el nuevo convento de Belén. Refiérense al-gunas cosas del gobierno de la venerable madre sor Inés asta el día de su muerte

3. Sucessos en los prioratos siguientes asta la renovación de la iglesia

4. Trabajos del convento en los prioratos siguientes. Entra la Ciudad a visitar a las monjas enfermas

5. Vida de la venerable madre sor Inés del Espíritu Santo, antes Sisternes de Oblites, fundadora de este convento de Nuestra Señora de Belén y de Villarreal y Carcaxente

6. Copia del Libro de difuntas del convento de Nuestra Señora de Belén, de la orden de Predicadores, que escrivió la venerable madre sor Vicenta del Espíritu Santo, religiosa del mismo convento

FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA

ÍNDICE ONOMÁSTICO DE RELIGIOSAS DOMINICAS

ÍNDICE ONOMÁSTICO Y TOPONÍMICO GENERAL

PRÓLOGO

Asistimos en la actualidad a una serie de renovaciones metodológicas de primer orden dentro de la Ciencia Histórica. Especialidades que estaban postergadas, desconsideradas o desarrolladas en círculos minoritarios, gozan ahora de una vitalidad extraordinaria. Tal es el caso de la historia eclesiástica, o si se prefiere Historia de la Iglesia, a la que se han incorporado de manera decidida muchos historiadores seglares, que han empleado ópticas de análisis diferentes, lo que ha enriquecido los enfoques aplicados hasta hoy, además de aportar rigor metodológico y búsqueda de nuevas fuentes, como contribuciones más destacadas de su quehacer.

Dentro de esta área histórica, el interés por el estudio de las órdenes religiosas ha ido en aumento y el panorama presente es francamente prometedor, ya que se ha liberado de los enfoques tradicionales, repetitivos y hagiográficos, que tanto habían constreñido su desarrollo. Algo muy de agradecer, pues a veces, cuando hablamos de órdenes religiosas, de clero regular, no somos muy conscientes de la amplitud y complejidad que encierra: órdenes monacales, mendicantes, observantes, descalzos, canónigos regulares, clérigos regulares, órdenes militares, hospitalarias, redentoras de cautivos…Esto por lo que respecta a las masculinas, pero también están las femeninas y, en algunos casos, la orden tercera. Por si fuera poco, dentro de cada uno de estos grupos, hay diversas comunidades; en el caso de las órdenes monásticas contamos con basilios, benedictinos, cluniacenses, cistercienses, cartujos, jerónimos, jesuatos, trapenses y las congregaciones de los bernardos y de Valladolid; por lo que hace a los canónigos regulares, además de los del Santo Sepulcro y los mostenses, existen las congregaciones de San Rufo, del Gran San Bernardo, de San Víctor y de Letrán. En las órdenes hospitalarias tenemos la del Espíritu Santo, la de los antonianos, la de San Juan de Dios y la de los camilos. Por lo que hace a las órdenes militares, las más conocidas son la de Malta, la del Temple, la del Santo Sepulcro, Santiago, Calatrava, Alcántara y Montesa, pues no citamos las medievales que desaparecen antes del inicio de los tiempos modernos. Referencia especial merecen las órdenes mendicantes, donde los franciscanos ven nacer en su seno, al lado de los conventuales, a los observantes, capuchinos y descalzos; también están los dominicos o predicadores, carmelitas, carmelitas descalzos, servitas, agustinos, agustinos descalzos, mínimos y recoletos de San Agustín. La redención de cautivos es la dedicación de trinitarios, trinitarios descalzos, mercedarios y mercedarios descalzos. Y en cuanto a los clérigos regulares, hay que citar a los del Buen Jesús, teatinos, barnabitas, somascos, jesuitas, de la Madre de Dios, regulares menores y escolapios.

No vamos a referirnos a las órdenes femeninas ni a las terceras. Si hemos hecho tal relación ha sido solamente para recordar la complejidad de este sector del clero y poner de manifiesto el ancho campo de estudio que constituye, donde queda mucho por hacer en una tarea en la que no caben las prisas. Dado que dichos institutos religiosos están repartidos por toda la geografía de la Monarquía, su existencia presenta múltiples variantes que impiden las generalizaciones y solo mediante estudios más o menos locales podremos llegar a reconstruir las piezas de semejante mosaico, pues la regla de cada orden es un denominador común, de carácter general, que prevé las líneas maestras de la convivencia, pero no constituye un condicionante de todos los pormenores de la vida comunitaria y de las relaciones del cenáculo con el exterior. Decir que cada convento o monasterio es un mundo, no es exagerado. El contenido de las páginas de este libro es una buena demostración.

Desde hace mucho tiempo sigo con interés las investigaciones del Profesor Emilio Callado Estela, que lo han convertido en un gran especialista en historia eclesiástica y de los mejores –el mejor ¿tal vez?– en el caso del clero valenciano durante la Modernidad. Su producción es de una gran variedad. Nos ha ofrecido estudios biográficos como los dedicados a los hermanos Crespí de Valldaura, Luis y Francisco, al inquisidor general fray Juan Tomás de Rocabertí, a los arzobispos fray Isidoro Aliaga y fray Pedro de Urbina y la primorosa edición de la obra escrita por el jesuita Francisco Escrivá titulada Vida del illustríssimo y ecxcellentísmo señor don Juan de Ribera, patriarca de Antiochia y arzobispo de Valencia, cuyo estudio preliminar comparte con M. Navarro Sorní. También nos ha brindado retazos de la vida cotidiana de clérigos y seglares. Ahí están sus trabajos sobre el intento de beatificación de Francisco Jerónimo Simó y las controversias inmaculistas; el que relata la participación del clero valentino en la revuelta de los labradores de la Huerta de 1663; o –por citar uno más– el que analiza los sínodos, las fiestas y la religiosidad popular en la Valencia del Seiscientos. No menos interesantes son aquellas investigaciones en torno a las relaciones y conflictos jurisdiccionales, de una u otra índole: los choques de competencias entre la curia episcopal y el banco regio, las relaciones entre mitra y cabildo metropolitano y las cuitas internas en el seno de este último, protagonizadas por canónigos, dignidades, beneficiados o pavordes.

Basten estas muestras para dar una idea de la variada producción investigadora de Emilio Callado, cuya última obra –por lo menos de la que yo tengo conocimiento– está dedicada al convento dominicano de Santa Maria Magdalena de Valencia, comunidad femenina aparecida en varias ocasiones en el libro que ahora prologamos, una obra que, desde mi punto de vista, resulta tan valiosa como interesante por diversos motivos.

Por lo pronto, nos ofrece una fuente eclesiástica nada usual, como es el relato de la fundación de un monasterio. Pero en este caso es mucho más. Se trata del Libro de fundación del monasterio de Nuestra Señora de Belén. En la primera parte del volumen –en lo que podría considerarse una introducción– el autor reconstruye los orígenes de dicho cenobio y el entorno en que se desenvuelve su vida, lo que hace con una profusa información bibliográfica, repartida en las abundantes notas que perfilen el contexto histórico de tal convento, así como una variada documentación que amplía la información en aspectos en que el libro fundacional no es tan explícito. En esta introducción vamos a conocer a las principales personas directamente vinculadas a la fundación, la dirección y la cotidaneidad cenobial, tanto seglares como religiosas.

Entramos luego, directamente, en el Libro de fundación, cuyo contenido no puede ser más interesante, al suscitar reflexiones e interrogantes que no son fáciles de responder. La figura de la fundadora, sor Inés Sisternes de Oblites, es realmente sorprendente, una de esas personalidades desbordantes de nuestro siglo XVII. Su vida es minuciosamente relatada. Alma mater de los conventos de Vila-real y Carcaixent, además del de Belén, su actividad pastoral y fundacional la vinculan noticias y biógrafos a revelaciones que recibe del Cielo, de Jesús, gracias a las cuales sabrá qué debe hacer y cuándo.

Evidentemente, si repasamos relatos hagiográficos, el caso de la madre Sisternes no es único. Pero si quiero llamar la atención de que, desde la aparición de los alumbrados, la Inquisición vigila atentamente toda esta clase de manifestaciones que impresionan la mentalidad popular y provocan el recelo de la jerarquía eclesiástica por lo que puedan tener de superchería o superstición. La figura y la conducta de la fundadora del convento de Nuestra Señora de Belén debían ser ejemplares en todos los sentidos, trascendiendo al público y gozando del beneplácito clerical.

Y ya que hablamos de la citada monja, esta fuente nos habla también de otras dominicas del cenobio, merced a que incluye Copia del Libro de difuntas del convento escrita por sor Vicenta del Espíritu Santo, profesa de esa comunidad. Son veintidós las defunciones anotadas, donde puede verse –como pauta general– el nombre religioso de la difunta, su nombre en el siglo –o sea, antes de profesar–, algunas referencias a su familia, cuando profesó, edad de su muerte y algunas de las circunstancias en que se produjo el óbito. En los primeros registros, las necrológicas son más bien breves. A medida que vamos penetrando en el Libro de difuntas, sin embargo, aumentan su contenido, ganando en extensión y complejidad. En cualquier caso, datos muy valiosos porque exceden el valor estrictamente religioso y suministran informaciones bastante variadas. Veamos unos ejemplos.

De sor Esperanza de San José (reseñada con el número II), nos dice:

[…] padeció por espacio de diez años una enfermedad de fuego del hígado, penosíssima, porque en las manos continuamente le corrían sangre y materia de las llagas y cortes que en ella tenía […] Quando murió, la mano que había padecido mal estava tan hermosa y transparente que era gozo mirarla.

Sobre sor Margarita del Rosario (IV), escribe que:

[…] para todo tenía habilidad y gracia. Era limpísima y muy amiga de lavar y que todo estuviese curioso y aseado. Era hortelana quando murió y tenía las manos rústicas y quemadas del sol; y después de muerta se le clareavan de blancas, suaves y hermosas.

En cuanto a sor María Micaela de la Purificación (IX) padeció

[…] con mucha paciencia ocho meses una llaga en un pie, muy penosa, y la enfermedad también lo era por no poderla dar remedio el médico por sus pocas fuerzas, la calentura maligna y destemplanza de estómago que padeció mucho.

Son noticias escuetas, aunque de indudable valor por mostrarnos cómo se vive la muerte en el claustro y por los cuadros clínicos que refiere.

Junto a estas breves necrológicas, encontramos otras más prolijas, como las de las madres María Ignacia de la Encarnación (X) o Victoria de San José (XI). Pero en lo que a extensión se refiere se llevan la palma las de sor Margarita de la Santísima Trinidad (XV) y sor María Magdalena de San Joseph (XVII). Estos casos –los más representativos, pero no los únicos– son bastante elocuentes, ya que presentan largas relaciones de sus virtudes, que las convierten en modelos dignos de imitación, siendo fácil advertir un tono moralizante; además, abundan noticias del entorno de la monja que incrementan sensiblemente los datos biográficos, hasta el punto de parecer hallarnos más ante una biografía que una necrológica.

Pero no nos quedemos solo con esto. La fuente que nos ocupa, rescatada del olvido por el Profesor Callado, es un libro de fundación y, por tanto, es un aspecto fundamental de su contenido y en su lectura encontramos pormenores interesantes y curiosos, de los que no nos resistimos a hacer una selección para motivar la curiosidad y el interés del lector. La redacción podríamos considerarla «providencialista», en el sentido de que todos los trances por los que pasa el convento, sean alegres o tristes, se aceptan para mayor gloria y honra divinas. Y si hace un momento hablábamos de necrológicas, veamos el relato sobre las circunstancias en que se producen algunos óbitos:

Este trienio [1696-1699] fue muy calamitoso y penoso, que hubo mucho que ofrecer al Señor. Sea bendito por eternidades sin fin. Todos los tres años huvo continuamente enfermas, y a tiempo cinco y seis camas, y semanas huvo de nueve camas. Muriéndose cuatro religiosas […]. Con estas muertes y enfermedades continuas y pocas conveniencias del convento, se passó lo que un solo Dios sabe. Bendito sea para siempre jamás. Amén.

En sus páginas aparecen todas las vicisitudes de la vida conventual. Aquellas que inciden positivamente en la comunidad, como las que anuncian ayudas y favores:

Con estas buenas nuevas, me llamó el padre confesor para que diesse las gracias a todos aquellos señores que tan liberales y con tan cariñoso afecto havían discurrido altamente en beneficiarnos y favorecernos con tanta caridad y benevolencia y magnanimidad […] fuí allí a cumplir con mi obligación y rendirles las debidas gracias de parte de toda esta comunidad y mía. Y los hallé a todos muy alegres y gustosos de favorecernos.

Tampoco faltan las que refieren dificultades económicas que endurecen la existencia de las monjas, como la que sigue:

[…] con tantos altos y bajos como sucedían, yo me hallava sin un dinero, ni en todo este tiempo […] no pude cobrar de las rentas del convento ni un dinero, ni podía hallar quien me prestase ni con prendas. Escriví a innumerables personas de Valencia que lo podían hazer, y todos se escusavan sin socorrerme ni aliviarme […].

Sin embargo, el relato adquiere su mayor intensidad –por lo menos, a mí me lo parece– cuando describe los difíciles momentos que vivió el convento al responsabilizarlo la opinión generalizada de las muertes que se estaban produciendo:

Con estos y otros innumerables ultrajes motejavan el convento con tanta certeza como si fuera Evangelio; y con tanto desprecio y odio que no había alma criada que se acercara al torno a pedir una gota de agua. Ni un punto de labor trahían porque no se les pegasse el mal. Porque los que se morían en la ciudad dezían, era de la ropa que se avía cosido o bordado aquí. Con que no avía otra conversación en calles, esquinas, plazas, estrados y casas, sino murmuraciones e injurias de este despreciado y pobre albergue de Belén.

Una situación crítica a la que contribuían, incluso, miembros del clero masculino, con los consiguientes efectos destructivos de la fama de Nuestra Señora de Belén y los ecos negativos entre la feligresía:

Por otra parte, el padre prior iva publicando que se habían muerto diecisiete éticas, sin distinguir que era en muchos años y todos creían que avían muerto entonces.

Por eso, no puede sorprender que se produjeran escenas como la siguiente, pues los rumores y maledicencias que corrían por Valencia actuaban como elemento disuasorio para ingresar en la comunidad:

[…] vino una señora de Ayora con su madre y otras compañeras, que venía a tomar el hábito, que se avía concertado su entrada de antemano y trahía mil ducados de dote […] diziendo eran forasteras […] se fueron […]. Dieronme noticia de esto las madres torneras, presumiendo si era la monja que aguardábamos […] El padre Royo […] habló a las señoras, y tratando de la entrada halló que no quería entrar en este convento, porque por el camino, y en particular en Algemesi, les avían dicho tantas cosas del convento y que de todos era aborrecido y menospreciado, diziendo mil injurias y escarnios de él, que de ninguna manera quería ser monja de este convento.

Pero el convento superó todas esas vicisitudes. Emilio Callado nos relata el desenlace de la historia, prolongando su estudio con una serie de referencias sobre los derroteros de la fundación a lo largo del siglo XIX y parte del XX, hasta 1972, fecha en que podemos dar por concluidas la crónica y vida de esta comunidad, integrada desde entonces en el convento de la Inmaculada Concepción de Torrent.

Por lo demás considero un acierto pleno la edición de esta fuente conventual femenina, que su responsable anota con profusión y acierto. Su solvencia como historiador avezado en estos temas y la consideración y reconocimiento de que goza entre colegas y especialistas hacían innecesario este prólogo, que escribo con agrado y satisfacción, pues no sólo me permite expresar públicamente mi reconocimiento a su trayectoria investigadora, sino también haber leído en primicia este libro, cuya publicación, como decía, considero conveniente y acertada. Otro acierto del Profesor Callado.

No me queda más que desear que cuando el lector concluya la lectura de estas páginas, piense lo que yo: que el tiempo empleado ha merecido la pena.

Julio 2014

ENRIQUE MARTÍNEZ RUIZUniversidad Complutense de Madrid

INTRODUCCIÓN

Con ocasión de nuestra primera incursión en el tema objeto de estas páginas,1 recordábamos que la preocupación por las órdenes religiosas, como objeto de investigación, análisis e interpretación histórica, tiempo ha que empezó a liberarse de tonos hagiográficos tradicionales, planteamientos y lenguajes clericales para convertirse en territorio de historiadores de oficio.2 Ya en la década de los sesenta del pasado siglo los monasterios medievales franceses eran estudiados sistemáticamente con criterios acordes a los nuevos tiempos. En España, donde la historia del clero regular abandonó los claustros con posterioridad, ha sido uno de los capítulos más y mejor atendidos por la historiografía de las últimas décadas, al menos para la época moderna.3 Aunque no todas las religiones ni todos los lugares se han beneficiado por igual de esta tendencia. Los dominicos de la Provincia de Aragón, por ejemplo, continúan sin suscitar suficiente interés entre los investigadores, pese a los meritorios esfuerzos de algunos trabajos colectivos bastante recientes coordinados por la Profesora R. M.ª Alabrús.4 Ni siquiera los grandes establecimientos blanquinegros, diseminados a lo largo y ancho de los territorios de la antigua Corona de Aragón, cuentan con estudios adecuados. No los masculinos, desde luego. Pero menos los femeninos, prácticamente ajenos al protagonismo cobrado por las mujeres en el proceso de renovación temática y metodológica experimentado por la historia5 y su impacto en el análisis de las órdenes religiosas.6

Quizá sea el caso valenciano uno de los más elocuentes. De los conventos monjiles aquí fundados por la orden de Predicadores desde la Reconquista cristiana, poco se sabe más allá de los datos consignados en las obras de carácter general que tratan de pasada algún aspecto de la vida monacal,7 a menudo desde una perspecticva eminentemente economicista;8 o en las propias crónicas dominicanas, de las que la obra clásica del padre Francisco Diago constituye el mejor exponente.9 Mucho han tenido que ver en ello las vicisitudes padecidas por estos establecimientos como consecuencia tanto de la desamortización de bienes eclesiásticos y la desaparición de algunas de las comunidades religiosas como de la guerra de 1936. Unas y otras motivaron la dispersión de su documentación histórica, azarosamente repartida entre los principales archivos del Estado, cuando no la irreparable pérdida de la misma.10

Véase si no el panorama ofrecido por los tres cenobios femeninos asentados en la capital del Turia. Santa María Magdalena, decano de todos ellos, con anterioridad a la deblacle documental de los siglos XIX y XX, tuvo la fortuna de ser historiado, sólo en parte y con criterios alejados todavía del rigor científico propio de las Luces, por el dominico V. Beaumont de Navarra.11 Nosotros mismos acabamos de dedicarle una monografía, a la que antes se hacía mención.12

Desde una perspectiva muy tradicional todavía, hace ya un par de décadas, fray Adolfo Robles Sierra se ocupó in extenso de Santa Catalina de Siena, levantado en la postrera década del Cuatrocientos y –a diferencia de los otros dos conventos– todavía en pie y activo aunque fuera de su emplazamiento original.13

Mediado el Seiscientos echaba a andar el tercer establecimiento religioso en cuestión, Nuestra Señora de Belén, el de más corta vida y peor conocido con diferencia debido a la pérdida de su archivo histórico, y con él la historia oficial del mismo, elaborada en la décimo octava centuria por el también dominico J. Teixidor, según su propio testimonio:

[…] este convento lo tengo largamente escrito en un tomo en folio, que guardaban en su archivo las monjas, que no está concluido, i ellas hicieron enquadernar sin decirme palabra; i por esto se encuentra sin frontis i sin prefación, y la falta de tiempo no permite que yo le concluya.14

Resulta fácil, pues, justificar la pertinencia del trabajo que ahora presentamos sobre este último cenobio, y más particularmente sobre sus albores, comprendidos entre 1665 y finales del siglo XVII. Etapa siempre decisiva en la singladura de cualquier nueva fundación religiosa, nunca exenta de dificultades y complicaciones, pero especialmente enrevesadas en el caso que nos ocupa. Lo revela así el hasta ahora inédito Libro de fundación del monasterio de Nuestra Señora de Belén de Valencia, cuyo centenar largo de folios, magníficamente conservados en el Archivo del Convento de la Inmaculada Concepción de Torrent, dan noticia de tal establecimiento, de su artífice sor Inés Sisternes de Oblites, de las monjas que constituyeron la primitiva comunidad y de sus primeras grandes prioras, sor Margarita Mascarell –entre 1672 y 1681 y 1684 y 1690– y sor Vicenta Castell –de 1690 a 1693 y de 1696 a 1699– sobre todo.

La autora del citado libro, religiosa anónima, belemita sin lugar a dudas, aunque de una generación algo posterior a los hechos en él narrados, ocuparía con su obra un lugar propio entre las plumas femeninas del ámbito valenciano de la época, tanto dominicanas15 como de otras órdenes religiosas en general.16 Más o menos coetáneas a ella, y algo mejor conocidas, lo fueron sin duda sus hermanas de hábito sor Julia Ferrer, de la ilustre familia del mismo apellido e hija de convento capitalino de Santa Catalina de Siena, con la Vida de sor Gabriela de la Presentación, religiosa del real convento de Santa Catalina de Sena de la ciudad de Valencia;17 y sor María Teresa Agramunt, de la comunidad hermana de Corpus Christi de Vila-real, responsable del Libro de las religiosas que murieron en aquel convento con más fama de santidad.18

A todas luces, sin embargo, no fue nuestra monja tan original como las madres Ferrer y Agramunt, al emplear en su narración manuscrita –entre otra documentación hoy desaparecida– los relatos de la atrás referida sor Vicenta Castell, testigo directo de los acontecimientos descritos en el Libro de fundación que ahora interesa. «Muger adornada de toda la variedad de las virtudes y de una verdad inalterable», en palabras del bibliógrafo V. Ximeno, había nacido esta última fémina el 24 de enero de 1646 en la localidad castellonense de Vistabella, desde donde se trasladó a Valencia, en fecha incierta, para ingresar en el convento de Nuestra de Belén y profesar en él, con el nombre de sor Vicenta del Espíritu Santo, el 9 de marzo de 1670, ejerciendo desde entonces diferentes responsabilidades de gobierno.19

Un par de opúsculos son lo que, tradicionalmente, han sido atribuidos a nuestra religiosa. En primer lugar, De la entrada del magistrado de la Ciudad con sus médicos en el monasterio de Santa María de Belén por setiembre del año 1698. O lo que es lo mismo, la crónica viva de los sucesos acaecidos en esta comunidad como consecuencia de unas virulentas fiebres hectíquicas que, a punto de concluir la decimoséptima centuria, trajeron consigo la ruptura de la clausura por parte de las autoridades municipales. Relato como éste, tan rico en detalles, nada tendría que envidiar a los de otros dietaristas del momento, varones en su inmensa mayoría, como el popular beneficiado de la catedral de Valencia mosén Joaquín Aierdi.20 Y ello pese a la modestia con que sor Vicenta se confesaría en el prólogo de su narración:

Para memoria de las venideras quiero escrivir lo que sucedió en la entrada de la Ciudad en este convento de Nuestra Señora de Belén. Y para dar alguna noticia al historiador o cronista, que piadosa y caritativamente quiera emprender el sacar a luz la historia o crónica de este convento desde su fundación […], aunque con tan mal cortada pluma y estilo a lo pastoril y grosero; que como alcanzo poco y no sé mi mano derecha, me podrá perdonar el ingenio agudo y delicado que esto leyere; que como soy betlemita, soy rústica y pastorcilla ignorante, que en la cueva y portalejo de Belén, aunque ay ángeles, también ay jumento y bestia. Esa soy yo, y me tengo por muy dichosa de estar entre ángeles, y que su ardiente caridad sufra en su santa compañía a este jumento y bruto animal con tanta paciencia y sufrimiento, no siendo de provecho sino para continua mortificación de este coro angélico. A no ser tan perfecta su caridad era imposible el sufrirme, porque es imponderable mi grosería y torpeza. Y assí conozco que su relevada virtud y perfección las impele a soportar con su gran prudencia a esta bestia indómita y sin razón, ejercitando las virtudes de caridad, paciencia, humildad, piedad y resignación con todas las demás que a cada passo las doy ocasión de exercitarlas. Sea el

Señor bendito por su infinita bondad y misericordia, que permite con su inmensa clemencia y piedad que la lana sucia esté con la limpia, el cieno hediondo y sucio con el oro puríssimo y el tizón del infierno en compañía de puríssimos serafines y caríssimas esposas de mi Dulcíssimo Jesús, mi amor. ¡Oh gloria de mi pobrecita alma! No permitáis, Bien mío, que yo sea Judas en este místico apostolado vuestro, sino dadme luz para aprender de esta sapientíssima escuela y dechado de perfección en que vuestra bondad misericordiosamente me ha puesto sin méritos míos. No permitáis que borre yo el lustre y hermosura con que resplandecen estas estrellas de este místico firmamento y cielo estrellado de Belén.21

De carácter bien diferente resulta el segundo título alumbrado por la madre Castell, bajo el epígrafe Vidas de las monjas que resplandecieron en virtud desde la fundación del monasterio hasta 1700.22 Un total de veintidós breves biografías –fieles a la más pura tradición hagiográfica, tan en boga por aquellos días23– de muy desigual extensión y compuestas –a veces a partir de testimonios de las propias difuntas– como modelo de vida para las futuras generaciones de religiosas, belemitas en particular o dominicas en general. Los nombres de sus protagonistas, fecha de profesión en la vida consagrada y óbito se ofrecen a continuación:

Ambos escritos fueron incluidos en el Libro de fundación del monasterio de Nuestra Señora de Belén de Valencia.24 Del siguiente modo justificó su anónima compiladora el uso en éste de los papeles de sor Vicenta Castell, cuya modestia trataría de emular:

Aunque pudiera escrivir las memorias de las venerables religiosas de este convento con estilo más lacónico y conciso del que las escrivió la venerable madre sor Vicenta del Espíritu Santo, me ha parecido más conveniente copiarlas con las mismas palabras. Lo primero, por ser esta venerable señora testigo ocular de quanto escribe; y lo segundo, porque no halla mi ignorancia otras vozes igualmente significadoras de lo que quiere dezir, y fuera quitarles el espíritu y alma que les da su autora. Las más de las vidas que escrivió tienen interpolados altíssimos sentimientos de muchas virtudes y repetidas exclamaciones lleníssimas de finíssimo amor de Dios. Y este lenguaje es oscuro para mí, que tanto ignoro de esta divina sabiduría. Algunas cosas parecen impertinencias, pero como sólo las copio para el uso de las religiosas del mismo convento me parece cierto que, para su consuelo y enseñanza, nada les parecerá sobrado leyendo con afición estas memorias. Es verdad cierta que en los libros, como en las tiendas de varias mercaderías, lo que unos desprecian a otros será muy útil. Son mesa de variedad de manjares; cada cual echa mano a lo que más gusta, y lo que a uno fastidia será para otro recreo. No obstante, será preciso alguna vez colocar las noticias que esta venerable madre escrive incidentemente en su propio lugar, pero siempre será con las mismas voces que ella lo escrive, añadiendo sólo lo que ella omitió por parecerle no necessario. Por exemplo, los padres, patria, recepción, professión de las religiosas.25

La importancia de este hallazgo documental, en fin, merecía en nuestra opinión la presente edición crítica, con el estudio preliminar que la precede –articulado en dos capítulos y un epílogo– y para el que se ha contado con otras fuentes secundarias reseñables. En especial las diferentes biografías de la madre fundadora sor Inés Sisternes de Oblites, reseñadas en páginas posteriores, así como los datos de las monjas que la acompañaron en su empresa, consignados en los registros de su comunidad de origen, no otra que Santa María Magdalena.26Se han utilizado también algunos registros de la serie Consejo de Aragón. Secretaría de Valencia del Archivo de la Corona de Aragón.27 Del resto de fondos archivísticos todavía existentes sobre Nuestra Señora de Belén –pocos, transferidos al Estado durante la exclaustración y desamortización decimonónica, conservados mayoritariamente en el Archivo del Reino de Valencia y de carácter económico– casi nada ha podido aprovecharse.28

No sería justo finalizar estas líneas introductorias sin una mención expresa a quienes de un modo u otro han hecho posible la publicación que el lector tiene en sus manos. De manera muy especial al convento de la Inmaculada Concepción de Torrent, cuya priora sor María Pilar Marco, con afecto fraternal, puso a disposición del abajo firmante los fondos manuscritos custodiados en su archivo. Mi querido amigo Alfonso Esponera volvió a acompañarme, cual santo Job, en todas las fases de la investigación. La Universitat de València, por último, tuvo a bien acoger el estudio en su colección editorial.

 

1.E. Callado Estela, Mujeres en clausura. El convento de Santa María Magdalena de Valencia, Valencia, 2014, pp. 17-18.

2.T. Egido, «Historiografía del clero regular en la España Moderna», en A. Cortés Peña y M. L. López-Guadalupe Muñoz (eds.), La Iglesia española en la Edad Moderna. Balance historiográfico y perspectivas, Madrid, 2007, pp. 22-23.

3.E. Martínez Ruiz (dir.), El peso de la Iglesia. Cuatro siglos de órdenes religiosas en España, Madrid, 2004.

4.En concreto Tradición y modernidad. El pensamiento de los dominicos en la Corona de Aragón en los siglos XVII y XVIII, Madrid, 2011; La memoria escrita de los dominicos, Sant Cugat, 2012; y La vida y la sociabilidad de los dominicos, Sant Cugat, 2013.

5.J. Amelang et alii, Historia y género. Las mujeres en la Europa Moderna y Contemporánea, Valencia, 1990.

6.Un repaso sobre el estado de la cuestión de los claustros femeninos, en la España moderna y para las distintas órdenes religiosas, en M. Reder Gadow, «Las voces silenciosas de los claustros de clausura», Cuadernos de Historia Moderna, 25 (2000), pp. 279-338. Más recientes son las aportacione recogidas en F. J. Campos y Fernández de Sevilla (coord.), La clausura femenina en España, San Lorenzo del Escorial, 2004, y La clausura femenina en el Mundo Hispánico: una fidelidad secular, San Lorenzo del Escorial, 2011; y M.ª I. Viforcos Marinas (coord.), Historias compartidas. Religiosidad y reclusión femenina en España, Portugal y América, siglos XV-XIX, León, 2000, y Fundadores, fundaciones y espacios de vida conventual: nuevas aportaciones al monacato femenino, León, 2005, este último junto a M.ª D. Campos Sánchez-Bordona.

7.C. Sarthou Carreres, Monasterios valencianos: su historia y su arte, Valencia, 1943.

8.M.ª D. Cabanes Pecourt, Los monasterios valencianos. Su economía en el siglo XV, Valencia, 1974, 2 vols.

9.F. Diago, Historia de la Provincia de Aragón de la orden de Predicadores, desde su origen y principio hasta el año de mil y seyscientos, Barcelona, 1599.

10.J. Cortés y V. Pons, «Geografia dels monestirs valencians en la Baixa Edat Mitjana», en Santes, monges i fetilleres. Espiritualitat femenina medieval, Valencia, 1991, p. 77.

11.Compendio histórico del real convento de Santa María Madalena de religiosas del Gran Patriarca santo Domingo de la ciudad de Valencia. Ilustrado con las noticias de heroicas virtudes de algunas de sus hijas más insignes, Valencia, 1725.

12.Véase la nota 1.

13.A. Robles Sierra, Real monasterio de Santa Catalina de Siena. Proyección y fidelidad, Valencia, 1992.

14.J. Teixidor, Antigüedades de Valencia, Valencia, 1895, vol. II, p. 246.

15.C. Fuentes, «Escritoras en la Historia de la Provincia dominicana de Aragón», Teología Espiritual, XLVI (2002), pp. 59-72.

16.M. Martí Ascó, «Cultura literària de la dona en la València dels segles XVI i XVII», y M.ª Ángeles Herrero Herrero, «Les modernes religioses valencianes: entrebancs d’una recerca textual», ambos en Scripta. Revista internacional de literatura i cultura medieval i moderna, 1 (2013), pp. 362-380 y 271-280, respectivamente.

17.La tal sor Julia profesó en este cenobio el 10 de marzo de 1599. A. Robles Sierra, Real monasterio de Santa Catalina de Siena…, op. cit., p. 122. Coincidió en él con la madre Presentación, «religiosa de servicio, natural de Orihuela, virgen extática y de extraordinaria santidad, difunta en 14 de enero del año 1642, de quien ay elogio muy honorífico en las actas del capítulo general celebrado en Valencia en el año 1647; y aviéndole mandado a sor Gabriela el confessor que dictasse su vida a sor Julia, tomó esta la pluma también por obediencia y con impulsso superior [la] escrivió» en un par de cuadernos, en cuarto y octavo, de los que no hay rastro por ahora. V. Ximeno, Escritores del reyno de Valencia, Valencia, 1749, vol. I, 362.

18.Mujer de gran virtud, había nacido en la ciudad de Valencia el año 1664, tomando el hábito blanquinegro allá por 1682 en el convento indicado, «donde hizo una vida exemplaríssima y de singular edificación a toda la comunidad, sin embargo de florecer en ella con el mayor rigor la observancia religiosa». A su muerte, acaecida en 1728, su obra se convirtió en libro de cabecera para la comunidad vilarealense, «donde acostumbran leerle con freqüencia para animarse unas a otras [monjas] a adquirir la perfección de su estado». Ibíd., vol. II, p. 215.

19.Ibíd., vol. II, p. 156.

20.J. Aierdi, Dietari. Notícies de València i son regne, de 1661 a 1664 i de 1667 a 1679. A cura de V. J. Escartí, Barcelona, 1999. A propósito del tema de la dietarística valenciana barroca, resultan indispensables los trabajos de V. J. Escartí, sólo por citar algunos «Els dietaris valencians del Barroc», en La cultura catalana tra l’Umanesimo e il Barroco, Padua, 1994, pp. 281-295; «Intimitat i publicitat a l’àmbit de l’escriptura privada en el segle XVII: el cas de mossén Aierdi», Estudis Castellonencs, 6 (1994-1995), pp. 459-466; y Memòria privada. Literatura memorialística valenciana dels segles XV al XVIII, Valencia, 1998.

21.Archivo del Convento de la Inmaculada Concepción de Torrent [=ACICT]. Fondo Belén. Libro de fundación del monasterio de Nuestra Señora de Belén…Entra la Ciudad a visitar las monjas enfermas, ff. 23-24. El opúsculo, completo, entre los ff. 23-60.

22.Ibíd. Copia del Libro de difuntas del convento de Nuestra Señora de Belén, de la orden de Predicadores, que escrivió la venerable madre sor Vicenta del Espíritu Santo, religiosa del mismo convento, ff. 97-208.

23.Sobre el tema es imprescindible referirse al ya clásico trabajo de J. L. Sánchez Lora, Mujeres, conventos y formas de religiosidad barroca, Madrid, 1988. Algunas otras interesantes aportaciones en relación al mismo, mucho más recientes, en A. Atienza López (ed.), Iglesia memorable. Crónicas, historias, escritos…a mayor gloria. Siglos XVI-XVIII, Madrid, 2012.

24.Ni rastro en éste, sin embargo, del Libro mayor del convento de Nuestra Señora de Belén, al que la madre Castell se refeririría de manera reiterada a lo largo de sus escritos.

25.Ibíd. Advertencia para las vidas siguientes, f. 96.

26.Archivo del Real Convento de Santa Catalina de Siena [=ARCSCS]. Fondo Magdalenas. Libro antiguo de la fundación y privilegios del convento de Santa María Magdalena y ingresos de religiosas.

27.Archivo de la Corona de Aragón [=ACA]. Consejo de Aragón [=CA]. Legs. 690, 691, 780, 853, 896, 917 y 934, básicamente.

28.Archivo del Reino de Valencia [=ARV]. Clero. Lib. 74, Libro del gasto extraordinario del convento de Nuestra Señora de Belén de monjas dominicas de Valencia, 1737-1836; Lib. 214, Colecta mayor del convento de Nuestra Señora de Belén de monjas dominicas de Valencia, 1819-1834; Lib. 843, Libro colecta del convento de Nuestra Señora de Belén de monjas dominicas de Valencia, 1818-1836; Lib. 1512, Libro mayor de gasto y recibo del convento de Nuestra Señora de Belén de monjas dominicas, de extramuros de Valencia, 1813; Lib. 1618, Libro de colecta mayor de casa del convento de Nuestra Señora de Belén de las monjas dominicas de Valencia, 1792-1835; Lib. 2960, Manual de todas las rentas que posee el convento de Nuestra Señora de Belén de la ciudad de Valencia (s. XVIII); Lib. 3079, Calendilla o cuentas de balance del convento de Nuestra Señora de Belén de monjas dominicas de Valencia, 1835-1837; y Lib. 3081, Censo de 350 libras que responde la villa de Mogente por la herencia de María Rovira, convento de Nuestra Señora de Belén de monjas dominicas de Valencia, 1719. También en la sección Bailía. Letra A. 2418, Expediente de visita del convento de Nuestra Señora de Belén, 1739-1740, 1766, 1781-1782, 1788-1791.

PRIMERA PARTE

Capítulo 1

DE LA FUNDADORA Y SUS OTRAS FUNDACIONES

La historia del convento de Nuestra Señora de Belén anda irremediablemente unida a la de su alma mater, sor Inés del Espíritu Santo, en el siglo Sisternes de Oblites, la dominica valenciana más ilustre de todos los tiempos, consagrada a la observancia regular, en plena Contrarreforma, y conocida para la posteridad por su intensa actividad fundacional a ella vinculada, origen de otros importantes establecimientos religiosos. Hasta el punto de no entenderse este convento sin atender antes a la vida de la susodicha, sobre la que conviene detenerse con cierto detalle. Lo hicieron ya algunos coetáneos, interesados en preservar su memoria para la posteridad con la vista puesta en los altares.

1. BIOGRAFÍAS PARA UNA SANTA

Fue el primero de estos personajes fray Francisco Faxardo, dominico murciano, de la casa de los Vélez, profeso en el valentino convento de Predicadores, de donde se trasladó a San Esteban de Salamanca para cursar Artes y Teología, disciplina esta última en que obtendría el magisterio poco antes de condecorársele con el título de regente de la Minerva romana.1 A su regreso a Valencia tuvo una notable proyección académica a través de las aulas del Estudi General, en las que regentó una cátedra de Teología.2 Se ocupó igualmente de la conciencia de señoras y religiosas, como la madre Sisternes de Oblites, su más distinguida devota y a la que dedicó dieciséis cuadernos en folio que nunca vieron la luz.3

Tampoco llegarían a imprimirse las páginas que sobre sor Inés compuso otro de sus confesores. Hablamos del padre Juan Bautista Catalá, de la Compañía de Jesús, doctor en Teología y catedrático de las Universidades de Gandia y Valencia, que también había permanecido una temporada en la corte de los papas –al servicio en este caso del duque del Infantado– antes de dedicarse por entero a la predicación y al confesionario, frecuentado durante un largo tiempo por nuestra monja.4

Idéntica suerte corrió la semblanza que su hermano, don Jerónimo Sisternes de Oblites, encargó al trinitario fray José Rodríguez a partir de algunos retazos autobiográficos atribuidos a la propia religiosa. El mismo autor nos lo cuenta:

[…] llegamos a escribir veinte pliegos, aprobados ya por nuestro arcediano Juan Bautista Ballester. Y aviendo de entrar a lo más arduo de la historia, que era la vida interior de la venerable madre, teniendo en ello poco que hazer, pues toda estava escrita de su mano, murió dicho padre maestro Sisternes, en cuyo poder paravan los originales, y no los hallamos, con que quedó informe, y aún deforme, la relación de la vida. Escriviola tres vezes la religiosa, de orden de sus padres espirituales, y por su humildad, cada una de las tres vezes, la quemó. Mandáronselo quarta vez y resignose, y estos originales fueron los desaparecidos. De todo entregué un resumen, que otros dixeran elogio, a don Pablo Sisternes de Oblites,5 natural de Valencia, primo hermano de la venerable madre, cavallero de la orden de Santiago, paje que avía sido del rey nuestro señor Felipe IV, que día 27 de noviembre 1671 me le pidió para imbiar a un religioso dominico que en Roma estava escriviendo una crónica de los religiosos y religiosas insignes en virtud de toda su orden.6

Parece que de todos estos papeles –más la reseña del obispo fray Domenico Maria Marquese, incluida en el Sacro Diario Domenicano–7 se valió el padre Vicente Beaumont de Navarra, dominico del convento de Predicadores de Valencia, donde leyó un tiempo Artes y Teología, para historiar en el siglo XVIII a sor Inés.8 La excusa, su conocido Compendio histórico del real convento de Santa María Madalena de religiosas del Gran Patriarca santo Domingo de la ciudad de Valencia. De las trescientas veinte páginas que consta la obra, dedicó la mitad a loar las maravillas de la religiosa –bajo el epígrafe Vida de la admirable virgen sor Inés Sisternes, fundadora de los tres observantíssimos monasterios de Corpus Christi de Villareal, de Carcaxente y de Nuestra Señora de Belén de Valencia– para tratar de remover su beatificación.9

A comienzos de la pasada centuria, todavía conocería la madre Sisternes una última biografía, demasiado fiel aún a la hagiografía más tradicional en soslayo de cualquier sombra en la trayectoria de la religiosa. A cargo del dominico fray Luis G. Sempere, fue publicada en 1903, según su prólogo,

[…] para edificación de los fieles, aumento de la devoción que ya desde antiguo se viene teniendo a esta venerable santa, especialmente en Valencia y su reino, y para con lo que se recoja con la venta de este libro ayudar a sufragar los gastos que ocasione la continuación en Roma del proceso de su beatificación, que se terminó en Valencia hace pocos meses.10

2. DE LA CUNA AL CLAUSTRO

Vino al mundo nuestra protagonista en el seno de un linaje de rancio abolengo, fruto a su vez de dos estirpes nobiliarias cuyos destinos se habían unido en el Medievo: los Sisternes, de origen catalán, y los Oblites navarros, llegados ambos a Valencia en el siglo XIII, con el rey Jaime I, y al servicio de la corona desde entonces.11 Especialmente conocidos durante la época moderna serían aquellos miembros de la familia dedicados a la administración de justicia –donde desempeñaron cargos de primer rango, en la Real Audiencia local o en sus homónimas de Mallorca y Cerdeña–12 y vinculados mayoritariamente a la orden de Montesa.13

De todos ellos ha de recordarse al menos a don Melchor Sisternes de Oblites y Centoll, señor de Benillup y jurista de dilatada trayectoria profesional hasta su encumbramiento como regente del Consejo Supremo de Aragón, ya en la cuarta década del Seiscientos.14 Primo hermano de éste fue don Felipe, casado con doña Jerónima Gisbert, otro aristocrático apellido catalanoaragonés. Tres vástagos conocidos hubo tal matrimonio. El primogénito y varón, Jerónimo; Ángela, la mediana, nacida en 1610; e Inés, de quien ahora se habla, veinticuatro meses menor y bautizada el día 21 de enero –festividad de la Virgen y Mártir que le diera el nombre– en la iglesia parroquial de santo Tomás Apóstol de Valencia.15

Los pequeños perdieron a su padre en octubre del mismo año 1612, quedando solo a cargo de su madre. Ni una década sobreviviría ésta al pater familias. Fueron acogidos entonces por una prima hermana del difunto don Felipe, la pía doña Sabina Sisternes de Oblites y Centoll, esposa de don Vicente Sisternes Descals y madre de una numerosa prole de efímera vida. En aquella casa, junto a sus primos, proseguirían los huérfanos con la plácida existencia reservada a los jóvenes de su clase y condición. Hasta que la vocación religiosa irrumpiera en la vida de los tres. Muy tempranamente en el caso de Inés, que a decir de sus biógrafos:

Desde su niñez fue su vida más que un ensayo de la perfección, pues apenas llegava a discernir la razón ya la encontravan retirada en los desvanes de casa hincadas las rodillas en oración fervorosa que tenía por muchas horas. Aprendió a leer con gran brevedad, y consumía lo restante del tiempo que la permitían las pueriles tareas, en que se imponen las niñas, en leer libros espirituales con cuya doctrina conservava el calor de la devoción que el Divino Espíritu avía introducido en su alma. Las diversiones de su niñez eran formar altarcicos y encender luzes, combidando a sus hermanos a cantar a Dios alabanças que eran los rudimentos y oraciones con que instruyen los padres al despuntar la razón a sus hijuelos. Desde niña gustó mucho del retiro y la oración, y como ésta se fervoriza con los rigores de la mortificación desde entonces se familiarizó Inés con ella.16

En efecto, no sólo a Inés, también a sus dos hermanos, deparaba el destino una vida consagrada. El muchacho ingresó en el convento de Nuestra Señora del Remedio de Valencia, con el nombre de fray Onofre; fue superior de diferentes cenobios, visitador y vicario provincial de la orden de la Santísima Trinidad, además de catedrático de Filosofía del Estudi General; y militó en la Escuela de Cristo.17 Unos y otros méritos acabarían incluyendo su nombre en las quinielas episcopales de algunas diócesis, Orihuela en particular.18

Para las chicas buscó acomodo su tía doña Sabina en otra religión, en absoluto ajena a los Sisternes de Oblites. No lo era, aparentemente, la orden de Predicadores, desde que un antepasado familiar había apadrinado a san Vicente Ferrer.19 Inés y Ángela se incorporarían ahora a las filas dominicanas. Pero no en un convento cualquiera, sino en el de Santa María Magdalena, el más antiguo de todos los femeninos levantado en Valencia bajo patrocinio de la Casa Real de Aragón, inmediatamente después de la reconquista de la capital.20

Emplazado en la partida de Na Rovella, aquellos muros mantenían intacto el linajudo marchamo estandarte de sus casi cuatro siglos de historia.21 Nobleza local y oligarquía ciudadana seguían confiando a las monjas magdalenas la educación de sus hijas. Entre los siete y los trece años de edad solían éstas, en calidad de educandas, traspasar por vez primera el dintel conventual –con la preceptiva autorización de las autoridades provinciales dominicanas– para su cristiana formación, que podía derivar en una vocación consagrada definitiva.22 Las hermanas Sisternes de Oblites lo harían el 4 de mayo de 1623 durante el priorato de sor Jerónima de Borja, como se deduce de los registros de Santa María Magdalena.23

En los mismos papeles se recoge que, decididas ambas muchachas a vestir el hábito blanquinegro, mutarían su condición por la de novicias a comienzos de 1628, incorporándose desde entonces al ritmo de vida comunitario, cuyas jornadas –discurridas al son de las campanas– andaban fraccionadas, según el modelo regular ideal, por el ritmo que marcaban los tiempos de oración repartidos a lo largo de las veinticuatro horas.24 En concreto, las dominicas debían levantarse a la medianoche para el canto de Maitines. En voz alta, recitaba alguna un punto de meditación para el ejercicio de la oración mental durante treinta minutos. A las dos de la madrugada regresaban a sus celdas. Nuevamente en pie a las cinco, rezaban Prima con un esquema similar al ya apuntado, más la misa y la comunión cuando así estuviese dispuesto. El resto del día se distribuían las otras horas canónicas intercaladas por tiempo de lectura en voz alta; comida en el refectorio sobre las once y media; después acción de gracias en el coro, algo de recreo, Rosario entorno a las cinco, Vísperas, silencio, a las ocho cena y recogida después del rezo de Completas. Todo ello regido por el capítulo regular, presidido por la priora de turno y celebrado periódicamente para garantizar el correcto funcionamiento interno de la comunidad.25

Un año de probación quedaba todavía por delante a Inés y Ángela para «estudiar las constituciones [de la orden] e imponerse en todas las obligaciones que tal estado lleva consigo», antes de ser admitidas plenamente entre las hijas del Patriarca de Caleruega.26 Ocurriría doce meses después, con la aprobación del consejo y capítulo del convento. El 23 de enero renunciaban al mundo y hacían solemne profesión ante la superiora sor Marquesa Vives de Cañamás,27 nuestra protagonista con diecisiete años de edad, el nombre de Inés del Espíritu Santo y las siguientes palabras:

Yo, sor Inés del Espíritu Santo, Sisternes de Oblites y Gisbert, hago profesión y prometo obediencia a Dios y a la bienaventurada Virgen María y al bienaventurado padre santo Domingo y a vos, reverenda madre sor Marquesa Vives de Cañamás, priora de este convent de Santa María Magdalena de Valencia, en lugar del reverendísimo padre fray Serafín Sicco, Maestro General de la orden de los hermanos Predicadores, y sus sucesores, según la regla de San Agustín y las constituciones de las religiosas, cuya dirección y cuyo gobierno están encomendados a dicha orden, que seré obediente a vuestras reverencias y a las demás prioras, vuestras sucesoras, hasta la muerte.28

3. NUEVAS FUNDACIONES PARA LA OBSERVANCIA

Monja profesa ya quedó sor Inés Sisternes de Oblites bajo la dirección espiritual del franciscano descalzo fray Antonio Ferrer, del convento de San Juan de la Ribera, en breve fallecido y a quien habrían de suceder el citado padre Juan Bautista Catalá, de la Compañía de Jesús, y los dominicos fray Baltasar Roca y fray Francisco Faxardo. Pudieron ser sus confesores los primeros en saber de los desvelos e inquietudes causados en el ánimo de la religiosa por la laxitud en el cumplimiento de la regla entre sus hermanas de hábito de Santa María Magdalena, reticentes aún a la reforma auspiciada por Iglesia y corona desde los albores de la modernidad.29

Debe recordarse, en tal sentido, que este convento no había constituido una excepción al relajamiento que la crisis bajomedieval supuso para las religiones en general, y la de Santo Domingo en particular.30 Es más, durante la denominada claustra –un modo de entender la regla dominicana alejado de los postulados que la habían caracterizado desde sus orígenes y evidenciado en la supresión de la pobreza común, la proliferación de situaciones privilegiadas, la posibilidad de vivir fuera de los claustros o la larga permanencia de los superiores en sus cargos– las magdalenas llegarían a sustraerse de la jurisdicción del Maestro General de Predicadores para someterse a la mitra valentina por espacio de más de una centuria. Desde mediados del Quinientos el cenobio había recuperado su status anterior de la mano de una generación de jóvenes monjas comprometidas con la observancia, bajo el amparo de las autoridades blanquinegras y la reforma auspiciada por Trento.31 Hasta tres nuevos cenobios fieles a la regla –en Calatayud,32 Orihuela33 y Perpiñán34– deberían sus orígenes a tales religiosas, que como sor Bernardina Palafox35 y sor Magdalena Pons36 participaron de la febril expansión conventual que colmaría de claustros la Monarquía Hispánica.37

A comienzos del siglo XVII, sin embargo, la vida observante seguía sin imponerse por completo entre las dominicas de Na Rovella. Su tendencia hacia el diocesano y la desvinculación del gobierno de la orden encontró un motivo más en las reservas de la comunidad a las directrices y ordenaciones del papa Clemente VIII en materia de reforma religiosa, recogidas por los sucesivos capítulos generales dominicanos en lo referente a la obligatoriedad en el aprendizaje de la escritura y la lectura por parte de las monjas, la edad mínima de las niñas acogidas en los conventos, etcétera.38 Pero ni siquiera la intervención directa de los provinciales de Aragón había conseguido doblegar a las magdalenas valencianas, inmersas en toda suerte de cuitas poco acordes con su estado.39

Así lo denunció a la corona en 1631 la entonces maestra de novicias sor María Fe Capdevila.40 Según ésta, la renovación del cenobio distaba mucho de ser una realidad debido no sólo a la actitud de algunas religiosas, sino también a la complicidad de sus influyentes parientes. Hasta tal extremo había llegado la situación que el virrey marqués de Los Vélez acababa de tomar cartas en ella:

[…] aviendo sido el conbento muy religioso y de grande obserbancia, de haños a esta parte es un escándalo por descuydo de los prelados y por culpa de algunas religiosas no tan recatadas en tratar con demasía con personas seglares de mal exemplo, de que por ser algunos dellos casados y llebando mal sus mugeres ha havido muchos ruidos, tanto que, en la Real Audiencia, se han dado memoriales en agravio de dichas religiosas, y el gobernador, en la bacante, se bio obligado a procurar remedio, y el virrey, con celo de lo mismo, desde que entró en Valencia, lo procura por todos caminos, cometiendo al oidor don Pedro Sans bisitasse el dicho conbento haciendo mandatos, con penas de quinientos ducados a algunos seglares.41

Las medidas del lugarteniente general no habían dado resultado, aseguraba la madre Capdevila, «porque las monxas, unas por interés, otras por amistad, y las preladas, por lo mismo y otros fines particulares, las favorecen». De ahí que, por orden del noble, hubiera vuelto a personarse en el cenobio un oidor de la Audiencia, que

[…] alló a Bautista León parlando y le llebó a la cárcel, donde está por inobediente al mandato, con que y otras cosas se ha hecho patente lo que se mormuraba públicamente de que los seglares entran y escalan el conbento y otras cosas indignas, aún de mugeres ruynes, por estarse los seglares todo el día, todos los días, con sus monxas, cosa de tanto incombeniente.42

De tales trances fue testigo directo la madre Sisternes de Oblites, que sumida en la desazón por su contemplación tendría, allá por 1637, la primera de las revelaciones a ella atribuida por quienes le trataron:

Estaba en maytines una noche con el resto de la comunidad y diola un profundo rapto, que ella por su humildad llama sueño, aunque breve. Representósele un coro de religiosas mucho más elevado del que ella estaba. Reparó quedaba inundado aquel sitio con singular claridad y resplandor, como si fuese un cielo, y los hábitos de ellas cándidos y lucidos. Llenose de inefable gozo su corazón al ver aquellas religiosas cuyos hábitos no eran cortados al modo del que ella vestía, sino con más austeridad, pero con notable resplandor y hermosura. Volvió en sí admirada de lo que había visto, pero entonces no le dio a entender Dios lo que aquello significaba.43

Más pronto que tarde comprendería la religiosa el significado de aquella visión, convenciéndose de la necesidad de levantar un nuevo convento que, sin dispensas ni concesiones, recuperase los rigores de la regla primitiva, cuya observancia dejaba bastante que desear en Santa María Magdalena conforme se ha dicho. En palabras de fray Vicente Beaumont de Navarra,

Como vivía tan sedienta de penas, y en el exemplar de su santíssimo patriarca leía tan remontada santidad que se pautó sobre una rigidíssima observancia de sus santas leyes y constituciones, realzada con los exercicios heroycos y continuos de admirables virtudes, anduvo premeditando mucho tiempo si sería possible resucitar aquel primer espíritu. Para examinar la divina voluntad en cosa de tan gran peso, como era lo que ideava de eregir un nuevo monasterio, en que sin dispensación alguna se observasse el rigor de las leyes de su santa religión, aplicose más de lleno a la oración y penitencia, encomendando a otras religiosas de singular virtud ofreciessen a Dios sus oraciones.44

Participado el proyecto a su confesor fray Francisco Faxardo –convertido pronto en «corifeo y principal motor de esta fundación»– sor Inés embarcó en él a la madre Ángela Sisternes de Oblites y a otra joven monja, sor Juliana Ximeno.45 Las tres se procurarían una cuarta religiosa de mayor edad y reputación «que autorizara tan difícil assumpto», sor Luisa Aguilera.46 El padre fray Onofre Sisternes de Oblites, por su parte, empleó cuantos contactos poseía en la capital para procurar financiación a la empresa, finalmente patrocinada por diferentes bienhechores. La señora doña Ana Bou cedió parte de sus posesiones para acometer los planes fundacionales de sor Inés poco antes de abandonar ella misma el siglo para pasar el resto de sus días en el nuevo convento.47 Con la mitad de su fortuna contribuiría el doctor Juan Trullench,48 siempre y cuando las futuras instalaciones quedaran bajo la advocación de Cristo Sacramentado, misterio del que era especialmente devoto, y se levantaran en Vila-real, su localidad natal.49

Contra esta última posibilidad se pronunciaron algunos otros benefactores, partidarios de situar el establecimiento en Jérica. A tales contradicciones –habituales por lo demás, bajo las más variopintas especies, en los orígenes de tantos monasterios erigidos a lo largo y ancho de la Monarquía50–se refieren los cronistas dominicanos de manera lacónica:

No logró el Demonio sus designios, que fue embarazar este nuevo presidio de espirituales amazonas, que avía de ser freno a sus diabólicas tiranías; aunque atravesó mil contradiciones y disturbios con los que, y otros pretextos, se avía desvanecido que se fundara el convento en la villa de Xérica, donde avía para ello algunos legados.51

Cualquier duda al respecto fue despejada por la preceptiva autorización del vicario general de la Provincia de Aragón, fray Acacio March de Velasco, para asentarse en Vila-real.52 Ahora bien, otros tantos obstáculos surgirían en esta localidad. Primero, a la hora de dar con el emplazamiento más adecuado. Los enormes dispendios ocasionados por la habilitación del edificio finalmente escogido vendrían después. Y por último, la jurisdicción sobre el establecimiento. Más generosas en detalles se muestran esta vez las crónicas de la orden:

Abraçaronle con mucho gusto la villa, clero y todos, y deseavan hazer elección de una iglesia que llamavan la cofradía de Santiago; y ofreciéndose algunos reparos que embaraçaron la suerte de esta expedición, la resolvieron en la Casa de los Cucalones, llamado vulgarmente en dicha villa El Palacio. Compró todo su sitio el doctor Trullench, si bien por aver estado inhabitable mucho tiempo padecían ruyna todos sus compartimentos, y para reedificarlo y disponerlo en forma de iglesia y convento gastó gran cantidad de dinero el padre maestro Faxardo. En esta reedificación y disposición huvo más dificultades que en los ajustes de la fundación, entre la villa y el clero. Y los de éste no fueron pocos y mesclados con muchas pesadumbres nacidas de pretender con vivas ansias que aquel nuevo convento estuviere sugeto al ordinario, pues no avía allí convento de religiosos de la orden. Y para convencer que esse cuidado no era molestia para la religión, ni perjuizio para las religiosas, se ofrecieron quiebras de calidad, y para soldarlas se vio en riesgo la execución.53

Desde el 6 de febrero de 1639 permanecerían en Vila-real, para dar forma a su anhelado convento titulado de Corpus Christi, sor Luisa Aguilera, sor Juliana Ximeno, sor Ángela y sor Inés Sisternes de Oblites, como priora, subpriora, vicaria y maestra de novicias respectivamente. Renunciaba así nuestra religiosa al gobierno del nuevo cenobio para ocuparse de una responsabilidad que, según las constituciones de la orden, parecía hecha a su medida:

La madre maestra de novicias […] debe ser muy religiosa, prudente y sabia, zeladora de la observancia regular y que su vida sea un vivo espejo de virtud de la qual aprendan las novicias a ser otras tales.54

Como maestra de novicias, pues, instruiría personalmente a las jóvenes aspirantes en la vida religiosa, la oración, la lectura o la escritura, garantizando de este modo una escrupulosa selección de la comunidad, en la que pronto se integrarían un par de beatas de la tercera orden dominicana y una sobrina del doctor Trullench.55

Entretanto las obras de rehabilitación experimentaron importantes avances gracias a las limosnas recaudadas por el procurador cenobial fray Francisco Faxardo.56