Vergel de perfectísimas flores - Emilio Callado Estela - E-Book

Vergel de perfectísimas flores E-Book

Emilio Callado Estela

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Beschreibung

En el proceso de renovación temática y metodológica experimentado por la historia, los estudios sobre las mujeres han cobrado especial protagonismo, destacando entre ellos las investigaciones sobre el mundo religioso, tanto que, en algunos casos, el pasado de las monjas -sobre todo en el tiempo barroco, de la Contrarreforma, en el que abundó aquella forma de vida- es conocido casi mejor que el de los frailes. No ocurre lo mismo, sin embargo, con las dominicas, fundamentalmente en los territorios de la antigua Provincia de Aragón, y de manera especial en Valencia. Su memoria escrita quedó desperdigada a causa de los desastres bélicos y las convulsiones políticas contemporáneas, que condenaron al olvido a los grandes cenobios monjiles aquí establecidos por la Orden de Predicadores. El presente libro se ocupa de una de tales fundaciones, que, bajo la advocación de "Corpus Christi", levantaría en Carcaixent con el mediar de la decimoséptima centuria sor Inés del Espíritu Santo, en el siglo Sisternes de Oblites, la dominica valenciana más ilustre de todos los tiempos.

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El presente trabajo se ha realizado bajo el amparo del Proyecto de Investigación La Catedral Barroca. Iglesia, sociedad y cultura en la Valencia del siglo XVII, financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad del Gobierno de España (HAR2016-74907-R).

Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, ya sea fotomecánico, fotoquímico, electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso previo de la editorial.

© Del texto: Emilio Callado Estela, 2020

© De esta edición: Universitat de València, 2020

© De la ilustración de la cubierta:

Coordinación editorial: Maite Simón

Maquetación: Inmaculada Mesa

Cubierta:

Ilustración: Eduardo González Gallinas, Estigmatización de Santa Catalina de Siena, 1862, óleo sobre lienzo, 214 × 134 cm, Museo Nacional del Prado

Diseño: Celso Hernández de la Figuera

Corrección: Iván García Esteve

ISBN: 978-84-9134-602-9

Edición digital

Alphonso Esponeramagistro collegae amico fratri dicatum

ÍNDICE

PRÓLOGO, Ángela Atienza López

INTRODUCCIÓN

PRIMERA PARTE

1.LA AVENTURA FUNDACIONAL DE SOR INÉS DEL ESPÍRITU SANTO

2.EN CARCAIXENT Y DE CORPUS CHRISTI

3.FRAY JOSÉ AGRAMUNT

4.VERGEL DE PERFECTÍSIMAS FLORES

5.LAS MADRES AGUSTINA DE SAN NICOLÁS Y HERMENEGILDA DE SAN BERNARDO

6.CRISIS, CONFLICTOS Y GUERRAS

SEGUNDA PARTE

1.EL PARAYSO DE DIOS. IDEA DEL RELIGIOSÍSSIMO MONASTERIO DE SEÑORAS DOMINICAS DE LA REAL VILLA DE CARCAXENTE, DE FRAY JOSÉ AGRAMUNT

2.CATÁLOGO DE RELIGIOSAS DEL CONVENTO DE CORPUS CHRISTI DE CARCAIXENT (1654-1984)

FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA

1.FUENTES MANUSCRITAS

2.FUENTES IMPRESAS

3.BIBLIOGRAFÍA

ÍNDICE ONOMÁSTICO DE RELIGIOSAS DOMINICAS

ÍNDICE ONOMÁSTICO Y TOPONÍMICO GENERAL

PRÓLOGO

«La última entrega de mi trilogía monjil dominicana…». Tales eran las palabras utilizadas por Emilio Callado Estela para referirse a este libro cuando me proponía prologarlo. Seguramente aquellos que siguen con interés sus investigaciones y conocen bien la perseverante búsqueda de documentación histórica y la extraordinaria capacidad de trabajo de la que hace gala nuestro autor coincidirán conmigo en pensar que esta es, efectivamente, «la última entrega». Pero que lo sea de «una trilogía» entra en el terreno de la duda razonable, porque es muy posible que la obra que el lector tiene en sus manos sea el postrero episodio de lo que quizá pueda llegar a ser «una serie» de estudios sobre los conventos de monjas dominicas establecidos en territorio valenciano. Aún quedan otras comunidades religiosas blanquinegras fundadas en esta geografía durante la Edad Moderna y muy probablemente el profesor Callado recupere, antes o después, fuentes inéditas y desconocidas sobre ellas que le permitan ofrecer nuevos trabajos y seguir ampliando los conocimientos sobre la historia de la Iglesia valentina, campo de investigación del que es indiscutible especialista y en el que acumula una obra extraordinariamente copiosa, abierta también al análisis del mundo religioso femenino, como su trayectoria muestra y esta nueva publicación reafirma.

En 2014 aparecía el libro que titulaba Mujeres en clausura. El convento de Santa María Magdalena de Valencia. Al año siguiente nos ofrecía el segundo trabajo de esta índole, con el título de El Paraíso que no fue. El convento de Nuestra Señora de Belén. La aportación que ahora presentamos sigue la estela formal de las dos anteriores. En los tres casos Emilio Callado nos brinda los tesoros documentales que ha logrado descubrir, acompañados de un estudio preliminar que siempre es detallista, preciso y riguroso y en el que despliega el producto de ese seguimiento incansable de datos e información útil para su investigación que le caracteriza.

Este convento de Corpus Christi de Carcaixent tiene un interés especial. Nuestro autor destaca su «carácter modesto», perfil que podemos pensar que tuvo un número importante de claustros femeninos que se fueron estableciendo por el territorio español durante los siglos modernos y que –seguramente debido a esta misma caracterización, como comunidades «modestas»– han dejado menos rastro documental que el relativo a otros monasterios y cenobios de identidad más aristocrática y oligárquica y filiación de mayor relevancia; comunidades que han recibido una atención historiográfica más amplia. Y es que las dominicas carcagentinas se encuadraron en sectores sociales menos pudientes, más humildes, con sus cuentas acompasadas con esta realidad. Aquellas religiosas no estuvieron en condiciones de dedicar su jornada en exclusiva a la contemplación y a la oración. La habitual economía rentista de los conventos femeninos no era suficiente y debieron trabajar para su propio sustento, ocupándose, por ejemplo, de la manufactura sedera, para lo que contaban con un telar del que salían tejidos de seda; confeccionaban también medias de hilo; y fabricaban perfumes para las celebraciones solemnes en las iglesias. Nos situamos en un escenario de actividad laboral desarrollada por las monjas todavía poco conocido y que reclama mayor atención por parte de los historiadores.

El libro que prologamos y la documentación que el profesor Callado saca ahora a la luz ofrece –como en las obras anteriores– un rico caleidoscopio de proyectos, acciones, vivencias, empeños, preocupaciones… de las mujeres que formaron parte de la comunidad religiosa que centra su estudio, empezando por sor Inés del Espíritu Santo, en el siglo Sisternes de Oblites, una monja clave ya en la historia del convento de Santa María Magdalena de Valencia y protagonista en la empresa fundadora de Carcaixent. Nuestro autor sigue sus pasos en un capítulo que refleja los problemas de observancia en el mundo religioso femenino, una problemática que fue percibida, vivida y respondida también desde dentro de ese mismo universo femenino. Porque, efectivamente, muchas monjas pusieron su empeño en buscar y encontrar soluciones. Algunas, como sor María Fe Capdevila, intentando apoyarse en las autoridades, pero tomando ella la iniciativa. Otras, como la propia sor Inés, optando por partir de cero y levantar nuevas fundaciones conventuales en las que edificar y asentar el desarrollo de una vida religiosa comprometida con la observancia. De ninguna manera puede sostenerse ya en el actual panorama historiográfico la idea de que las iniciativas de reforma únicamente vinieron de arriba, de los superiores masculinos, y que aquellas mujeres permanecieron pasivas e inertes ante los problemas que afectaban a la observancia religiosa de sus comunidades y de las órdenes en las que habían profesado. Por supuesto, tampoco cabe seguir pensando que la respuesta de las monjas a las exigencias de reforma fue únicamente la de la reacción airada y la resistencia obstinada. La hubo, sin duda, hubo réplicas y oposiciones que plantearon argumentos, justificaciones y formas que la investigación histórica está sacando a la luz. Pero también se dieron respuestas en términos de movilización e iniciativa reformista desde dentro de ese mismo mundo conventual femenino. Y seguramente este nervio reformista, esta búsqueda de soluciones desarrollada e impulsada por las propias religiosas fue más amplio y tuvo mayor presencia de la que hasta aquí historiadores e historiadoras hemos considerado. Ciertamente, se trata de intervenciones que tuvieron un radio de acción limitado al marco interno de sus claustros y/o una proyección restringida en el ámbito de lo local. Las madres Capdevila o del Espíritu Santo no fueron Teresa de Jesús o Mariana de San José, ni tuvieron la trascendencia histórica que ellas tuvieron, reformadoras de sus órdenes religiosas. Pero sus acciones, su celo reformista y renovador seguramente ejemplifiquen las preocupaciones y las acciones de muchas otras religiosas, comunes, que también se movilizaron o lo intentaron con los mismos objetivos e idénticas aspiraciones. Acciones que, en todo caso, es necesario recuperar e incorporar a la historia del rico e inquieto mundo espiritual y religioso de aquellos siglos. No tengo ninguna duda de que el enfoque interpretativo renovado de la Contrarreforma exige hoy incorporar e integrar a las mujeres y sus acciones en su historia y en su construcción, también más allá de las célebres fundadoras y reformadoras.

El estudio de Emilio Callado y la documentación que ofrece nos permite ver, igualmente, cómo se tejieron y convergieron voluntades y aspiraciones de mujeres en torno a la nueva fundación conventual. La figura de doña Sabina Sisternes de Oblites –tía de sor Inés– apunta un perfil característico, como ejemplo de tantas viudas que decidieron profesar en un convento, pero que también decidieron no renunciar a todo ni abandonar los negocios del siglo por completo. Doña Sabina, efectivamente, optó por encarar los años de su viudedad como religiosa, aunque no resistió la tentación de reservar para sí misma el patronato de aquel claustro ni se privó de dejar establecido –y bien establecido– el orden sucesorio que había de observarse en dicho patronato; lo hizo con gran detalle. Tiene mucho interés, además, contrastar la realidad que ofrece esta información que tenemos sobre ella y su comportamiento con la imagen ejemplar de la sor Sabina que el manuscrito de fray José Agramunt editado por nuestro autor nos presenta. Las fronteras entre lo sacro y lo mundano eran realmente muy porosas.

El trazo hagiográfico es, sin duda, el que domina el contenido del citado manuscrito, dedicado a presentar la semblanza biográfica de religiosas destacadas de la comunidad carcagentina; cada una identificada con las propiedades de una flor. Y casi todas, como ya hemos avanzado, de extracción social humilde. Destaca el profesor Callado a dos de ellas, sor Agustina de San Nicolás y sor Hermenegilda de San Bernardo. Despliega el texto los rasgos y atributos estereotipados y repetidos que caracterizan e identifican este tipo de literatura hagiográfica tan común en la época. Pero también el escrito contiene notas que individualizan a las biografiadas o que particularizan la realidad de la comunidad cuya historia se refleja; contienen trazos de realidad y de mundo cotidiano que es preciso saber ver y leer. Solo pondré un ejemplo de los muchos que me han llamado la atención. Conmueve un poco el relato de la muerte de estas dos monjas que reciben la atención preferente del padre Agramunt por su fama de santidad, porque lo que se plasma son unas muertes que concitaron la afluencia de la población local, como muchas otras en aquellos tiempos. Claro que lo que se refleja en estas líneas es también una «muerte pobre». Así, cuando falleció sor Agustina: «Pedían unos con instancia algunas florecitas de las que adornaban el cadáver. Anelavan muchos alguna cosilla de su uso. Pero avía muerto tan pobre que huvo nada o muy poco que repartir».

El relato de lo acontecido en el óbito de sor Hermenegilda de San Bernardo resulta del mismo tenor:

Toda la villa se honrrava de tener tan santa religiosa depositada en este convento. Pero todos los particulares, y quanto mayores, más deseavan tener alguna reliquia para su consuelo. Nos molestavan pidiendo algunos recuerdos para su mayor veneración. Y como de la pobreza de tan pobre religiosa era poco lo que se podía sacar, era común el desconsuelo de verse privados de su devoto deseo. A algunos de los principales no se les pudo negar alguna memoria. Otros pedían una florecita de manos de las que adornaban su virgíneo cadáver y se yvan más contentos que si llevasen un gran tesoro. Y todos pedían les tocasen los Rosarios al venerable cuerpo. Y assí todos quedaron contentos.

En efecto, tocan algo la sensibilidad estos relatos que lo que retratan es, como digo, una «muerte pobre», de una monja pobre, en una comunidad pobre, en el seno de una sociedad también pobre.

He insistido en alguna ocasión –y quisiera volver a hacerlo– en que no puede descalificarse sin más la utilidad de estos textos como materiales para el conocimiento histórico. Se trata de productos culturales, construcciones culturales, y como tales dicen igualmente mucho de la época; son «testigos» de un tiempo, espejos de sus ideas y convicciones, de sus intereses, de sus representaciones y concepciones y de sus formas de ver…

Libros como el de Emilio Callado, en fin, nos brindan mucho. Recuperan y ponen al alcance de todos un patrimonio histórico escrito, inédito y de difícil acceso, que siempre es valioso, que nos facilita ir directamente al documento y que abre la posibilidad de abordar lecturas singulares. Su importancia se redobla si pensamos además que ello permite seguir enriqueciendo el mundo de los registros y fuentes que alumbran la historia de las mujeres.

Logroño, junio de 2019

ÁNGELA ATIENZA LÓPEZ

Catedrática de Historia Moderna

Universidad de La Rioja

INTRODUCCIÓN

Como antes en otros países, hace ya varias décadas que las órdenes religiosas en España se han convertido en objeto de investigación, análisis e interpretación por parte de una nueva historiografía alejada de cualquier tono hagiográfico y lenguaje clerical.1 Hasta el punto de constituir en la actualidad uno de los capítulos más y mejor atendidos por los investigadores, al menos para la Edad Moderna.2 Claro que no todas las religiones ni lugares se han beneficiado por igual de esta tendencia. Por ejemplo, los dominicos en general y la provincia de Aragón particularmente continúan sin suscitar suficiente interés entre la comunidad científica, amén de algunas obras colectivas sin continuidad por ahora.3 Podría decirse, pues, que ninguno de los grandes establecimientos dominicanos de la antigua Corona de Aragón cuenta con estudios específicos sobre su pasado. Entre los masculinos constituye una excepción el de Santa Catalina de Siena de Barcelona, protagonista de una reciente tesis doctoral.4 No es mejor el panorama de los claustros femeninos, al margen del protagonismo adquirido por las mujeres en el proceso de renovación temática y metodológica experimentado por la historia, cuyo impacto ha sido y continúa siendo relevante en las investigaciones sobre el clero regular.5

En este último sentido, resulta especialmente relevante el caso valenciano. De los muchos conventos monjiles aquí fundados por la Orden de Predicadores poco se sabe, más allá de los datos consignados en los estudios de carácter general que tratan de pasada aspectos de la vida monacal, a menudo desde una perspectiva bien artística, bien económica;6 o en las propias crónicas blanquinegras, de las que la obra clásica del padre Francisco Diago constituye el mejor exponente.7 Bastante han tenido que ver en ello las vicisitudes padecidas por estos establecimientos, a raíz tanto de la desamortización eclesiástica y la desaparición de no pocas comunidades religiosas como de la posterior guerra de 1936. Unas y otras motivaron la dispersión de su documentación histórica, azarosamente repartida entre los principales archivos del Estado, cuando no supuso su irreparable pérdida.8

De casi milagrosa, pues, debería calificarse la reconstrucción histórica llevada a cabo en los últimos tiempos con respecto a los tres cenobios que las dominicas regentaron en la capital del Turia. Ciertamente, el convento de Santa María Magdalena, decano de todos ellos, había tenido la fortuna de ser historiado ya con anterioridad a la debacle documental de los siglos XIX y XX, aunque solo en parte y con criterios alejados todavía de cualquier rigor científico.9 Todavía tardaría en llegar la monografía que, acorde a los nuevos criterios historiográficos y a partir de su Libro antiguo de la fundación, privilegio y yngresios de religiosas, con información comprendida entre la erección conventual posterior a la Reconquista cristiana y el año 1824, le dedicamos hace ahora un lustro.10

V. Beaumont de Navarra: Compendio histórico del real convento de Santa María Madalena de religiosas del gran patriarca santo Domingo de la ciudad de Valencia. Ilustrado con las noticias de heroicas virtudes de algunas de sus hijas más insignes, Valencia, 1725.

Desde una óptica más tradicional y con documentación harto fragmentaria, Adolfo Robles Sierra se había ocupado antes de Santa Catalina de Siena, convento levantado en la postrera década del Cuatrocientos, todavía activo –a diferencia de las otras comunidades–, aunque fuera de su emplazamiento original.11

Fachada del antiguo convento de Santa Catalina de Siena.

Y, finalmente, se encuentra el convento de Nuestra Señora de Belén, echado a andar mediada ya la decimoséptima centuria, de corta vida y desconocido prácticamente hasta la aparición de nuestro estudio al respecto, para el cual volvería a contarse con el correspondiente libro de fundación, bajo la inspiración de sus primeras religiosas.12

Libro de fundación del monasterio de Nuestra Señora de Belén de Valencia. Convento de la Inmaculada Concepción. Torrent.

Hoy estamos en condiciones de completar esta trilogía con un cuarto claustro establecido en el levante peninsular por las hijas de Santo Domingo, más o menos coetáneo al último de los citados y con idéntica fundadora, no otra que sor Inés Sisternes de Oblites, ilustre entre todas las hermanas de hábito de su generación. Se trata del convento de Corpus Christi de Carcaixent, a unas leguas tan solo de Valencia y, a pesar de ello, en el olvido desde la reciente extinción de su comunidad.13

Quizá la ubicación geográfica del establecimiento en cuestión, fuera del área metropolitana, así como su carácter modesto, en comparación a los más opulentos del cap i casal, refugio tantas veces para hijas de nobles y oligarquías ciudadanas, podrían explicar este silencio historiográfico, al que igualmente han contribuido las carencias documentales antes aludidas, todavía mayores aquí. Apenas unas páginas le dedicó Francisco Fogués Juan, en su ya clásica Historia de Carcagente. Compendio geográfico-histórico de esta ciudad, publicada en 1934.14 Solo el cronista local Bernat Darás Mahiques –a través de los registros parroquiales– ha podido ofrecer algunos datos a propósito de las monjas que, entre 1654 y su marcha de la localidad, habitaron entre aquellos muros durante más de tres siglos.15

La historia del cenobio, en fin, estaba por escribir. Y así habría continuado probablemente de no dar con el relato oficial de su fundación y primera generación de habitadoras fallecidas en opinión de santidad, compuesto a comienzos del Setecientos por el dominico fray José Agramunt, confesor de la comunidad. Hablamos de El Parayso de Dios. Idea del religiosíssimo monasterio de señoras dominicas de la real villa de Carcaxente, conservado de manera excepcional en el actual Archivo del Convento de la Inmaculada Concepción de Torrent, pese a creerse perdido para siempre durante mucho tiempo. Semejante hallazgo recomendaba su preservación, análisis y divulgación tras su edición. Esta es la que ahora se presenta, con un estudio preliminar sobre el establecimiento que lo inspiró y un catálogo final de las mujeres protagonistas de aquel pasado ignoto.

J. Agramunt: El Parayso de Dios. Idea del religiosíssimo monasterio de señoras dominicas de la real villa de Carcaxente. Convento de la Inmaculada Concepción. Torrent.

Para ello se ha recurrido a otras fuentes documentales secundarias, partiendo de las diferentes biografías de la madre fundadora. También de los datos sobre las monjas que la acompañaron en esta empresa, recogidos en los libros de sus respectivas comunidades de origen y destino final.16 Se han utilizado del mismo modo los asientos de la serie Consejo de Aragón. Secretaría de Valencia del Archivo de la Corona de Aragón.17 Y, por supuesto, el Archivo Histórico Parroquial de Carcaixent, con su fondo Corpus Christi, podría decirse que inédito.18 De carácter eminentemente económico –y, por tanto, alejados del objeto de nuestro análisis– son los legajos transferidos al Estado durante la exclaustración y desamortización decimonónica, conservados en el Archivo del Reino de Valencia.19

Pero nada habría sido posible sin la concurrencia de algunas personas cuyos nombres deben ser recordados. Sor María Pilar Marco, priora en su día del convento de la Inmaculada Concepción de Torrent, puso a disposición del abajo firmante cuanta documentación manuscrita custodiaba esta comunidad. Por su parte, Francesc Torres se encargó de facilitar nuestras investigaciones en el Archivo del Reino de Valencia. No menos atento y generoso fue el ya citado Bernat Darás. Porque, además de abrirnos las puertas del Archivo Parroquial de Carcaixent bajo su cuidado, compartió con nosotros investigaciones propias sobre las dominicas de Corpus Christi todavía no publicadas y fundamentales para completar el repertorio monjil al que arriba se aludía. En la edición documental contamos con la colaboración incondicional de Pilar Valor. Lo prologó quien mejor podía hacerlo, Ángela Atienza. La Universitat de València tuvo a bien acogerlo en su colección editorial. Y a Alfonso Esponera, maestro, colega, amigo y hermano, se lo dedico, que bien lo tiene merecido…

Valencia, mayo de 2019

1. T. Egido: «Historiografía del clero regular en la España Moderna», en A. Cortés Peña y M. L. López-Guadalupe Muñoz (eds.): La Iglesia española en la Edad Moderna. Balance historiográfico y perspectivas, Madrid, 2007, pp. 22-23. También M. de Pazzis Pi Corrales, D. Pérez Baltasar, V. León Sanz y D. García Hernán: «Las órdenes religiosas en la España Moderna: dimensiones de la investigación histórica», en Iglesia y sociedad en el Antiguo Régimen, Las Palmas de Gran Canaria, 1994, tomo I, pp. 205-252.

2. E. Martínez Ruiz (dir.): El peso de la Iglesia. Cuatro siglos de órdenes religiosas en España, Madrid, 2004.

3. R. M.ª Alabrús Iglesias (coord.): Tradición y modernidad. El pensamiento de los dominicos en la Corona de Aragón en los siglos XVII y XVIII, Madrid, 2011; La memoria escrita de los dominicos, Sant Cugat, 2012; y La vida y la sociabilidad de los dominicos, Sant Cugat, 2013.

4. A. López Ribao: Religión, cultura y política de la orden de Predicadores en la Cataluña Moderna. El convento de Santa Catalina, Virgen y Mártir de Barcelona en el siglo XVIII (tesis doctoral inédita), Universitat Autònoma de Barcelona.

5. Un repaso sobre el estado de la cuestión de los claustros femeninos, en la España Moderna y para las distintas órdenes religiosas se encuentra en M. Reder Gadow: «Las voces silenciosas de los claustros de clausura», Cuadernos de Historia Moderna, 25, 2000, pp. 279-338. Posteriores son las aportaciones recogidas en F. J. Campos y Fernández de Sevilla (coords.): La clausura femenina en España, San Lorenzo del Escorial, 2004, y La clausura femenina en el Mundo Hispánico: una fidelidad secular, San Lorenzo del Escorial, 2011; M.ª I. Viforcos Marinas (coord.): Historias compartidas. Religiosidad y reclusión femenina en España, Portugal y América, siglos XV-XIX, León, 2000, y Fundadores, fundaciones y espacios de vida conventual: nuevas aportaciones al monacato femenino, León, 2005, este último junto a M.ª D. Campos Sánchez-Bordona; y A. Atienza López: «El mundo de las monjas y de los claustros femeninos en la Edad Moderna. Perspectivas recientes y algunos retos», en E. Serrano Martín (ed.): De la Tierra al Cielo. Líneas recientes de investigación en Historia Moderna, Zaragoza, 2013, vol. I, pp. 96-97. De reciente aparición es el estudio de A. Atienza López (ed.): Mujeres entre el claustro y el siglo. Autoridad y poder en el mundo religioso femeninos, siglos XVI-XVII, Madrid, 2018.

6. C. Sarthou Carreres: Monasterios valencianos: su historia y su arte, Valencia, 1943, y M.ª D. Cabanes Pecourt: Los monasterios valencianos. Su economía en el siglo XV (2 vols.), Valencia, 1974.

7. F. Diago: Historia de la Provincia de Aragón de la orden de Predicadores, desde su origen y principio hasta el año de mil y seyscientos, Barcelona, 1599.

8. J. Cortés y V. Pons: «Geografia dels monestirs valencians en la Baixa Edat Mitjana», en Santes, monges i fetilleres. Espiritualitat femenina medieval, Valencia, 1991, p. 77.

9. V. Beaumont de Navarra: Compendio histórico del real convento de Santa María Madalena de religiosas del gran patriarca santo Domingo de la ciudad de Valencia. Ilustrado con las noticias de heroicas virtudes de algunas de sus hijas más insignes, Valencia, 1725.

10. E. Callado Estela: Mujeres en clausura. El convento de Santa María Magdalena de Valencia, Valencia, 2014. Hace tiempo que las crónicas fundacionales femeninas fueron puestas en valor no solo para la construcción de la historia de conventos y órdenes religiosas, sino también como textos historiográficos y literarios en sí mismos. J. Muriel: Cultura femenina novohispana, México, 1982, pp. 44-100; S. Evangelisti: Memoria di antiche madri. I generi della storiografia monástica femminile in Italia (sec. XVI-XVIII), Madrid, 1992; C. Woodfrord: Nuns as historian in Early Modern Germany, Oxford, 2002; K. J. P. Lowe: Nun’s Chronicles and convent culture in Renaissence and Counter-Reformation Italy, Cambridge; A. Lavrin: Brides of Crist. Convent life in colonial Mexico, Stanford, 2008; M. L. Coolahan: Women, writing and language in Early Modern Ireland, Oxford, 2010; etcétera. Para el caso peninsular véase N. Baranda Leturio: «Fundación y memoria en las capuchinas españolas de la Edad Moderna», en G. Zarri y N. Baranda Leturio (coords.): Memoria e communità femminili. Spagna e Italia, secc. XV-XVII, Florencia, 2011, pp. 169-185.

11. A. Robles Sierra: Real monasterio de Santa Catalina de Siena. Proyección y fidelidad, Valencia, 1992.

12. Entre ellas sor Vicenta Castell, «muger adornada de toda la variedad de las virtudes y de una verdad inalterable», que había venido al mundo en el año 1646, en la localidad castellonense de Vistabella, desde donde se trasladaría a Valencia para ingresar en este convento y profesar en él, con el nombre de sor Vicenta María del Espíritu Santo, en marzo de 1670, ejerciendo desde entonces diferentes responsabilidades de gobierno. V. Ximeno: Escritores del reyno de Valencia, Valencia, 1749, tomo II, p. 156. Dejó escritos un par de opúsculos: De la entrada del magistrado de la ciudad con sus médicos en el monasterio de Santa María de Belén por setiembre del año 1698 y Vidas de las monjas que resplandecieron en virtud desde la fundación del monasterio hasta 1700. C. Fuentes: «Escritoras en la historia de la provincia dominicana de Aragón», Teología Espiritual, 136-137, 2002, pp. 65-66; y M.ª A. Herrero Herrero: Lletraferides modernes. Catàleg de les escriptores valencianes dels segles XVI-XVII, Alicante, 2009, pp. 57-58, y «Les modernes religioses valencianes: entrebancs d’una recerca textual», Scripta. Revista Internacional de Literatura i Cultura Medieval i Moderna, 1, 2013, p. 275. Ambos escritos –junto al citado libro fundacional– fueron editados en E. Callado Estela: El Paraíso que no fue. El convento de Nuestra Señora de Belén de Valencia, Valencia, 2015. No puede dejar de mencionarse para el tema N. Baranda Leturio y M.ª C. Marín Pina (eds.): Letras en la celda. Cultura escrita de los conventos femeninos en la España Moderna, Madrid, 2014. De reciente aparición es el estudio de M. Marcos Sánchez: «Escritura de la memoria, escritura del alma. A propósito de la escritura conventual femenina», en M.ª L. Sánchez Hernández (ed.): Mujeres en la corte de los Austrias. Una red social, cultural, religiosa y política, Madrid, 2019, pp. 537-569.

13. Por ello, ya le dedicamos unas brevísimas notas en E. Callado Estela: «Vergel de perfectísimas flores. Las dominicas valencianas de Carcaixent según fray José Agramunt», Scripta. Revista de Literatura i Cultura Medieval i Moderna, 8, 2016, pp. 224-232.

14. Citada en adelante por su reedición de 2000.

15. Decesos sobre todo. Más bautismos y confirmaciones en los casos de las religiosas oriundas del lugar, consignados todos en los Quinque Libri. B. Darás Mahiques: «El monestir de Corpus Christi (Les Dominiques)». Disponible en línea: <http://antoniosabater mira.golbered.com/categoria.asp?idcat=21> (consultado: 02/06/2018), y «Les monges dominiques del monestir de Corpus Christi de Carcaixent (segles XVII-XX)», en Sant Bonifaci Màrtir, patró de Carcaixent, Sueca, 2004, s. p.

16. Fundamentalmente Santa María Magdalena, ACSCS, Fondo Magdalenas. Libro antiguo de la fundación y privilegios del convento de Santa María Magdalena de Valencia, y Nuestra Señora de Belén, ACICT, Fondo Belén. Libro de fundación del monasterio de Nuestra Señora de Belén de Valencia.

17.ACA, Consejo de Aragón, Legs. 690, 875, 896 y 922.

18.AHPC, Conventos, Corpus Christi, Leg. 32.3.2.

19.ARV, Clero, Lib. 204, Libro mayor de cuenta y razón del convento de Corpus Christi años 1690-1737; Lib. 437, Colecta de los arrendamientos y cartas de gracia del convento de Corpus Christi; Lib. 450, Libro racional de misas del convento de Corpus Christi años 1776-1835; Lib. 490, Colecta corriente de las rentas del convento de Corpus Christi; Lib. 497, Colecta de arrendamientos de tierra del convento de Corpus Christi año 1813; Lib. 502, Libro colecta de las rentas para el uso del procurador del convento de Corpus Christi años 1775-1784; Lib. 503, Libro colecta del convento de Corpus Christi años 1738-1753; Lib. 512, Colecta del convento de Corpus Christi año 1748; Lib. 734, Libro racional de las misas que tiene obligación de celebrar el convento de Corpus Christi año 1654; Lib. 929, Títulos de censales del convento de Corpus Christi años 1666-1765; Lib. 978, Contra colecta hecha en el convento de Corpus Christi año 1758; Lib. 983, Colecta de arrendadores del convento de Corpus Christi años 1784-1824; Lib. 1203, Libro de títulos y censales del convento de Corpus Christi año 1665; Lib. 1542, Libro 4º de recibo (1785-1795). Libro 4º de gasto (1755-1795); Lib. 1703, Libro mayor del convento de Corpus Christi años 1654-1690; Lib. 1758, Libro mayor de gastos y recibos del convento de Corpus Christi años 1796-1829; Lib. 2155, Colecta de rentas y censos del convento de Corpus Christi años 1712-1730; Lib. 2156, Colecta sobre censales del convento de Corpus Christi años 1689-1698; Lib. 2198, Libro de cuenta y razón del convento de Corpus Christi años 1737-1766; Lib. 2462, Libro de cuentas de las rentas y censos del convento de Corpus Christi años 1698-1710; Lib. 2463, Libro de cuentas y colectas del convento de Corpus Christi años 1738-1748; y Lib. 3565, Libro de colecta del convento de Corpus Christi años 1804-1820.

 

Todo el libro es un delicioso jardín de fragantes bellezas, un ameno Parayso de florecientes virtudes, un agraziado vergel de perfectíssimas flores, que sirviendo de glorioso ornato a la dominicana religión es deleytoso recreo del Cordero Imaculado Jesús, que entre puras candidezes apacienta su hermosura.

J. AGRAMUNT

El Parayso de Dios. Idea del religiosíssimo monasteriode señoras dominicas de la real villa de Carcaxente

PRIMERA PARTE

Capítulo 1

LA AVENTURA FUNDACIONAL DE SOR INÉS DEL ESPÍRITU SANTO

La historia del convento de Corpus Christi de Carcaixent está unida a la de su alma mater, sor Inés del Espíritu Santo, en el siglo Sisternes de Oblites, la dominica valenciana más ilustre de todos los tiempos, consagrada a la observancia regular, en plena Contrarreforma, y conocida para la posteridad por su intensa actividad fundacional a ella vinculada, origen de otros importantes establecimientos religiosos. Hasta el punto de no entenderse el claustro que ahora nos ocupa sin atender antes a la vida y obra de la susodicha, sobre las que conviene detenerse con detalle. Lo hicieron ya algunos coetáneos, interesados en preservar su memoria para la posteridad con la vista puesta muy probablemente en los altares.

El primero, un dominico murciano de la casa de los Vélez. Su nombre era fray Francisco Faxardo, fraile profeso en el convento de Predicadores de Valencia, de donde se había trasladado a San Esteban de Salamanca para cursar Artes y Teología, disciplina esta última en la que obtendría el magisterio poco antes de condecorársele con el título de regente de la Minerva romana.1 A su regreso a la capital del Turia tuvo una notable proyección académica a través de las aulas del Estudi General, en las que regentó una cátedra de Teología.2 Se ocupó igualmente de la conciencia de señoras y religiosas, como la madre Sisternes de Oblites, su más distinguida devota y a la que dedicó dieciséis cuadernos en folio que nunca vieron la luz.3

Tampoco llegarían a imprimirse las páginas que sobre sor Inés compuso otro de sus confesores. Nos referimos al padre Juan Bautista Catalá, de la Compañía de Jesús, doctor en Teología y catedrático de las universidades de Gandia y Valencia, que también había permanecido una temporada en la Corte de los papas –al servicio en este caso del duque del Infantado– antes de dedicarse por entero a la predicación y al confesionario, frecuentado durante un largo tiempo por nuestra monja.4

Sor Inés Sisternes del Espíritu Santo. Convento de la Inmaculada Concepción. Torrent.

Idéntica suerte corrió la semblanza que el hermano de la susodicha, don Jerónimo Sisternes de Oblites, encargó al trinitario fray José Rodríguez a partir de algunos retazos autobiográficos atribuidos a la propia religiosa. El mismo autor nos lo cuenta:

[…] llegamos a escribir veinte pliegos, aprobados ya por nuestro arcediano Juan Bautista Ballester. Y aviendo de entrar a lo más arduo de la historia, que era la vida interior de la venerable madre, teniendo en ello poco que hazer, pues toda estava escrita de su mano, murió dicho padre maestro Sisternes, en cuyo poder paravan los originales, y no los hallamos, con que quedó informe, y aún deforme, la relación de la vida. Escriviola tres vezes la religiosa, de orden de sus padres espirituales, y por su humildad, cada una de las tres vezes, la quemó. Mandáronselo quarta vez y resignose, y estos originales fueron los desaparecidos. De todo entregué un resumen, que otros dixeran elogio, a don Pablo Sisternes de Oblites,5 natural de Valencia, primo hermano de la venerable madre, cavallero de la orden de Santiago, paje que avía sido del rey nuestro señor Felipe IV, que día 27 de noviembre 1671 me le pidió para imbiar a un religioso dominico que en Roma estava escriviendo una crónica de los religiosos y religiosas insignes en virtud de toda su orden.6

Parece que de todos estos papeles –más la reseña del obispo fray Domenico Maria Marquese, incluida en el Sacro Diario Domenicano–7 se valió el padre Vicente Beaumont de Navarra, dominico del convento de Predicadores de Valencia, donde había leído un tiempo Artes y Teología, para historiar a sor Inés ya en el siglo XVIII.8La excusa: su conocido Compendio histórico del real convento de Santa María Madalena de religiosas del Gran Patriarca santo Domingo de la ciudad de Valencia. De las 320 páginas que consta la obra, dedicó la mitad a loar las maravillas de la religiosa –bajo el epígrafe Vida de la admirable virgen sor Inés Sisternes, fundadora de los tres observantíssimos monasterios de Corpus Christi de Villareal, de Carcaxente y de Nuestra Señora de Belén de Valencia– para tratar de remover su beatificación.9

De esa misma época o quizá algo anteriores en el tiempo son un par de apuntes biográficos localizados en la Biblioteca Universitaria de Valencia, procedentes de la antigua librería del convento de Predicadores. De los primeros, anónimos aunque de autoría dominicana sin lugar a dudas, podemos decir que se centran básicamente en la etapa villarealense de su protagonista.10 Los segundos, de similares características a los anteriores, llevan por título Relación de la vida y virtudes de la venerable madre sor Inés del Espíritu Santo, en el siglo Sisternes, religiosa en el convento de Santa María Madalena de la ciudad de Valencia.11

Además de estos opúsculos, todavía conocería la madre Sisternes una última biografía a comienzos de la pasada centuria. Lástima que fuera demasiado fiel todavía a la hagiografía tradicional, sin mácula alguna en la trayectoria de la religiosa y siempre a la mayor gloria de la Orden de Predicadores. A cargo del dominico fray Luis G. Sempere, fue publicada en 1903, según su prólogo,

[…] para edificación de los fieles, aumento de la devoción que ya desde antiguo se viene teniendo a esta venerable santa, especialmente en Valencia y su reino, y para con lo que se recoja con la venta de este libro ayudar a sufragar los gastos que ocasione la continuación en Roma del proceso de su beatificación, que se terminó en Valencia hace pocos meses.12

Podría decirse, en consecuencia, que la vida de nuestra protagonista resulta bastante conocida. Y así es, al menos en sus rasgos más generales y sobre todo desde la publicación de un moderno estudio biográfico a propósito de ella, del que las líneas que siguen constituyendo una apretada síntesis, si bien actualizada con nuevas informaciones.13

Inés vino al mundo en el seno de un linaje de rancio abolengo, fruto a su vez de dos estirpes nobiliarias cuyos destinos se habían unido en el Medievo: los Sisternes, de origen catalán, y los Oblites, navarros, llegados ambos a Valencia en el siglo XIII con el rey Jaime I y al servicio de la corona desde entonces.14 Especialmente célebres durante la época moderna serían los miembros de la familia vinculados en su mayoría a la Orden militar de Nuestra Montesa.15 Pero sobre todo lo fueron aquellos miembros dedicados a la administración de justicia, donde desempeñaron cargos de primer rango, en la Real Audiencia local o en sus homónimas de Mallorca y Cerdeña.16

CUADRO IPrimera generación de la familia Sisternes

Fuente: L. Gómez Orts: La saga jurídica de los Sisternes…, p. 90.

CUADRO IISegunda generación de la familia Sisternes

Fuente: L. Gómez Orts: La saga jurídica de los Sisternes…, p. 90.

Algo más modesto sería el caso de don Felipe Sisternes y Gómez de la Torre, casado con doña Jerónima Gisbert, aristocrático apellido catalanoaragonés. Tres vástagos tuvo tal matrimonio. El primogénito y varón, Jerónimo; Ángela, la mediana, nacida en 1610; y de quien ahora se habla, veinticuatro meses menor y bautizada el día 21 de enero –festividad de la Virgen y Mártir que le daría el nombre– en la iglesia parroquial de Santo Tomás Apóstol de Valencia.17

Los pequeños perdieron a su padre en octubre del mismo año 1612, por lo que quedaron a cargo de su madre. Ni una década sobreviviría esta al pater familias. Fueron acogidos entonces por una prima hermana del difunto don Felipe, la pía doña Sabina, personaje decisivo en toda esta historia. Era hija de don Marco Antonio Sisternes de Oblites y doña Esperanza Centoll, y hermana, por tanto, de don Melchor Sisternes de Oblites y Centoll, señor de Benillup y regente del Consejo de Aragón.18 En 1620 había contraído nupcias a los veintidós años de edad.19 Y lo hizo con su primo don Vicente Descals, asesor del portant-veus de general governador de Valencia.20 Hasta diez vástagos llegarían a atribuirse a este matrimonio.21 Aunque solo alcanzaron la edad madura don Ramón, don Marco Antonio y doña Aldonza.22

Con estos tres muchachos y su madre, pues, se criaron nuestros huérfanos, en una plácida existencia sin sobresaltos reservada a los jóvenes de tal clase y condición.23 Hasta que la vocación religiosa irrumpiera en su vida. Muy tempranamente en el caso de Inés, que a decir de sus biógrafos:

Desde su niñez fue su vida más que un ensayo de la perfección, pues apenas llegava a discernir la razón ya la encontravan retirada en los desvanes de casa hincadas las rodillas en oración fervorosa que tenía por muchas horas. Aprendió a leer con gran brevedad y consumía lo restante del tiempo que la permitían las pueriles tareas, en que se imponen las niñas, en leer libros espirituales, con cuya doctrina conservava el calor de la devoción que el Divino Espíritu avía introducido en su alma. Las diversiones de su niñez eran formar altarcicos y encender luzes, combidando a sus hermanos a cantar a Dios alabanças, que eran los rudimentos y oraciones con que instruyen los padres al despuntar la razón a sus hijuelos. Desde niña gustó mucho del retiro y la oración, y como ésta se fervoriza con los rigores de la mortificación, desde entonces se familiarizó Inés con ella.24

También a sus dos hermanos deparaba el destino una vida consagrada. Jerónimo ingresó con el nombre de fray Onofre en el convento de Nuestra Señora del Remedio de Valencia;25 fue catedrático de Filosofía del Estudi General y superior de diferentes cenobios, visitador y vicario provincial de la Orden de la Santísima Trinidad.26 Méritos que acabarían incluyendo su nombre en las ternas episcopales de diócesis como Orihuela.27

Entretanto, doña Sabina Sisternes de Oblites y Centoll había buscado acomodo para sus sobrinas en otra religión, en absoluto ajena a la familia. No lo era la Orden de Predicadores, desde que un antepasado había apadrinado a san Vicente Ferrer.28 Inés y Ángela se incorporarían así a las filas dominicanas. Pero no en un convento cualquiera, sino en el de Santa María Magdalena, el más antiguo entre los femeninos levantado en Valencia después de la Reconquista y bajo patrocinio de la Casa Real de Aragón.29

Detalle del convento de Santa María Magdalena de Valencia. Plano de T. V. Tosca.

Emplazados en la partida de Na Rovella, aquellos muros mantenían intacto el linajudo marchamo estandarte de sus casi cuatro siglos de historia.30 Nobleza local y oligarquía ciudadana seguían confiando a las monjas magdalenas la educación de sus hijas. Entre los siete y los trece años de edad solían estas, en calidad de educandas, traspasar por vez primera el dintel conventual –con la preceptiva autorización de las autoridades provinciales dominicanas– para su cristiana formación, que podía derivar en una vocación consagrada definitiva.31 Las hermanas Sisternes de Oblites lo harían el 4 de mayo de 1623 durante el priorato de la madre Jerónima de Borja, como se deduce de los registros de Santa María Magdalena.32

En los mismos papeles se recoge que, decididas ambas muchachas a vestir el hábito blanquinegro, mutarían su condición por la de novicias a comienzos de 1628, incorporándose desde entonces al ritmo de vida comunitario cuyas jornadas andaban fraccionadas –según el modelo regular ideal– por el ritmo que marcaban los tiempos de oración, repartidos a lo largo de las veinticuatro horas. En concreto, las dominicas debían levantarse a medianoche para el canto de maitines. En voz alta, recitaba alguna un punto de meditación para el ejercicio de la oración mental durante treinta minutos. A las dos de la madrugada regresaban a sus celdas. Nuevamente en pie a las cinco, rezaban prima con un esquema similar al ya apuntado, más la misa y la comunión cuando así estuviese dispuesto. El resto del día se distribuían las otras horas canónicas intercaladas por tiempo de lectura en voz alta; comida en el refectorio sobre las once y media; después acción de gracias en el coro, algo de recreo, Rosario en torno a las cinco, vísperas, silencio, a las ocho cena y recogida después del rezo de completas. Todo ello regido por el capítulo regular, presidido por la priora de turno y celebrado periódicamente para garantizar el correcto funcionamiento interno de la comunidad.33

Un año de probación les quedaba todavía por delante a Inés y Ángela para «estudiar las constituciones [de la Orden] e imponerse en todas las obligaciones que tal estado lleva consigo», antes de ser admitidas plenamente entre las hijas del patriarca de Caleruega.34 Ello ocurriría doce meses después, con la aprobación del consejo y capítulo del convento. El 23 de enero renunciaban al mundo y hacían solemne profesión ante la superiora sor marquesa Vives de Cañamás.35 Nuestra protagonista lo hizo con diecisiete años de edad, el nombre de Inés del Espíritu Santo y las siguientes palabras:

Yo, sor Inés del Espíritu Santo, Sisternes de Oblites y Gisbert, hago profesión y prometo obediencia a Dios y a la bienaventurada Virgen María y al bienaventurado padre santo Domingo y a vos, reverenda madre sor Marquesa Vives de Cañamás, priora de este convento de Santa María Magdalena de Valencia, en lugar del reverendísimo padre fray Serafín Sicco, Maestro General de la Orden de los hermanos Predicadores, y sus sucesores, según la regla de San Agustín y las constituciones de las religiosas, cuya dirección y cuyo gobierno están encomendados a dicha orden, que seré obediente a vuestras reverencias y a las demás prioras, vuestras sucesoras, hasta la muerte.36

Monja profesa ya, quedó la madre Inés bajo la dirección espiritual de fray Antonio Ferrer, del convento franciscano descalzo de San Juan de la Ribera, en breve fallecido y a quien habrían de suceder el jesuita Juan Bautista Catalá y los dominicos fray Baltasar Roca y fray Francisco Faxardo. Estos pudieron ser los primeros en saber de los desvelos e inquietudes causados en el ánimo de la religiosa por la laxitud en el cumplimiento de la regla entre sus hermanas de hábito de Santa María Magdalena, reticentes aún a la reforma auspiciada por la Iglesia y la corona desde los albores de la modernidad.37

Debe recordarse en tal sentido que este convento no había constituido una excepción al relajamiento que la crisis bajomedieval supuso para las religiones en general y la de Santo Domingo en particular.38 Es más, durante la denominada claustra–un modo de entender la regla dominicana alejado de los postulados que la habían caracterizado desde sus orígenes y evidenciado en la supresión de la pobreza común, la proliferación de situaciones privilegiadas, la posibilidad de vivir fuera de los claustros o la larga permanencia de los superiores en sus cargos–, las magdalenas llegarían a sustraerse de la jurisdicción del maestro general de Predicadores para someterse a la mitra valentina por espacio de más de una centuria. Desde mediados del Quinientos el cenobio había recuperado su estatus anterior de la mano de una pléyade de jóvenes monjas vinculadas a san Luis Bertrán y comprometidas con la observancia.39 Por supuesto, bajo el amparo de las autoridades blanquinegras y la reforma auspiciada por Trento, en cuyo punto de mira estuvieron las monjas en general.40

Hasta tres nuevos cenobios fieles a la regla –en Calatayud,41 Orihuela42 y Perpignan–43 deberían sus orígenes a tales mujeres, que como las madres Bernardina Palafox44 y Magdalena Pons45 participaron de la febril expansión conventual que colmaría de claustros la monarquía hispánica.46

A comienzos del siglo XVII, sin embargo, la vida observante seguía sin imponerse por completo entre las dominicas de Na Rovella. Su tendencia hacia el diocesano y la desvinculación del gobierno de la Orden encontró un motivo más en las reservas de la comunidad a las directrices y ordenaciones del papa Clemente VIII en materia de reforma religiosa, recogidas por los sucesivos capítulos generales dominicanos en lo referente a la obligatoriedad en el aprendizaje de la escritura y la lectura por parte de las monjas, la edad mínima de las niñas acogidas en los conventos, etcétera.47 Y ni siquiera la intervención directa de los provinciales de Aragón había conseguido doblegar a las magdalenas valencianas, inmersas en toda suerte de cuitas poco acordes con su estado.48

Así lo denunció a la corona en 1631 la entonces maestra de novicias sor María Fe Capdevila.49 Según esta, la renovación del cenobio distaba mucho de ser una realidad. No solo por la actitud de algunas religiosas, sino debido también a la complicidad de sus influyentes parientes. Hasta tal extremo había llegado esta situación que el virrey marqués de los Vélez acababa de tomar cartas en el asunto:

[…] aviendo sido el conbento muy religioso y de grande obserbancia, de haños a esta parte es un escándalo por descuydo de los prelados y por culpa de algunas religiosas no tan recatadas en tratar con demasía con personas seglares de mal exemplo, de que por ser algunos dellos casados y llebando mal sus mugeres ha havido muchos ruidos, tanto que, en la Real Audiencia, se han dado memoriales en agravio de dichas religiosas, y el gobernador, en la bacante, se bio obligado a procurar remedio, y el virrey, con celo de lo mismo, desde que entró en Valencia, lo procura por todos caminos, cometiendo al oidor don Pedro Sans bisitasse el dicho conbento haciendo mandatos, con penas de quinientos ducados a algunos seglares.50

Las medidas del lugarteniente general no habían dado resultado, aseguraba la madre Capdevila, «porque las monxas, unas por interés, otras por amistad, y las preladas, por lo mismo y otros fines particulares, las favorecen». De ahí que por orden del noble hubiera vuelto a personarse en el cenobio un oidor de la Audiencia, que

[…] alló a Bautista León parlando y le llebó a la cárcel, donde está por inobediente al mandato, con que y otras cosas se ha hecho patente lo que se mormuraba públicamente de que los seglares entran y escalan el conbento y otras cosas indignas, aún de mugeres ruynes, por estarse los seglares todo el día, todos los días, con sus monxas, cosa de tanto incombeniente.51

De tales trances fue testigo directo la madre Inés del Espíritu Santo, que sumida en la desazón por su contemplación tendría allá por 1637 la primera de las revelaciones a ella atribuida por quienes le trataron:

Estaba en maytines una noche con el resto de la comunidad y diola un profundo rapto, que ella por su humildad llama sueño, aunque breve. Representósele un coro de religiosas mucho más elevado del que ella estaba. Reparó quedaba inundado aquel sitio con singular claridad y resplandor, como si fuese un Cielo, y los hábitos de ellas cándidos y lucidos. Llenose de inefable gozo su corazón al ver aquellas religiosas cuyos hábitos no eran cortados al modo del que ella vestía, sino con más austeridad, pero con notable resplandor y hermosura. Volvió en sí admirada de lo que había visto, pero entonces no le dio a entender Dios lo que aquello significaba.52

Más pronto que tarde comprendería la religiosa el significado de aquella visión, convenciéndose de la necesidad de levantar un nuevo convento que, sin dispensas ni concesiones, recuperase los rigores de la regla primitiva, cuya observancia dejaba bastante que desear en Santa María Magdalena, conforme se ha dicho. En palabras de fray Vicente Beaumont de Navarra:

Como vivía tan sedienta de penas y en el exemplar de su santíssimo patriarca leía tan remontada santidad que se pautó sobre una rigidíssima observancia de sus santas leyes y constituciones, realzada con los exercicios heroycos y continuos de admirables virtudes, anduvo premeditando mucho tiempo si sería possible resucitar aquel primer espíritu. Para examinar la divina voluntad en cosa de tan gran peso, como era lo que ideava de eregir un nuevo monasterio, en que sin dispensación alguna se observasse el rigor de las leyes de su santa religión, aplicose más de lleno a la oración y penitencia, encomendando a otras religiosas de singular virtud ofreciessen a Dios sus oraciones.53

Conforme a lo habitual en estos casos, sor Inés presentó primero el proyecto a su confesor fray Francisco Faxardo, pronto «corifeo y principal motor de esta fundación». Seguidamente, embarcaba en él a su hermana y a la joven madre Juliana de la Santísima Trinidad.54 Las tres se procurarían una cuarta monja de mayor edad y reputación, sor Luisa Aguilera.55 Por su parte, el padre Onofre Sisternes de Oblites empleó cuantos contactos poseía en la capital para procurar financiación a la empresa, patrocinada al final por distintos bienhechores. Como doña Ana Bou, que cedió para ello parte de sus posesiones poco antes de abandonar ella misma el siglo para enclaustrarse en el nuevo convento.56 Con la mitad de su fortuna contribuiría también el doctor Juan Trullench, colegial perpetuo del Real Colegio Seminario de Corpus Christi de Valencia, siempre y cuando las futuras instalaciones quedaran bajo la advocación de Cristo Sacramentado y se levantaran en Vila-real, su localidad natal.57

Contra esta última posibilidad se pronunciaron algunos otros benefactores, partidarios de llevar el establecimiento hasta Xèrica. A tales contradicciones se referirían los cronistas dominicanos de manera lacónica:

No logró el Demonio sus designios, que fue embarazar este nuevo presidio de espirituales amazonas, que avía de ser freno a sus diabólicas tiranías; aunque atravesó mil contradiciones y disturbios, con los que, y otros pretextos, se avía desvanecido que se fundara el convento en la villa de Xèrica, donde avía para ello algunos legados.58

Las autoridades provinciales de la orden zanjaron la polémica decretando el asentamiento en Vila-real.59 Aquí surgirían otros tantos obstáculos. Primero, a la hora de dar con el emplazamiento adecuado. Los enormes dispendios ocasionados por la habilitación de los espacios escogidos vendrían después. Y, por último, la jurisdicción sobre el establecimiento. Más generosas en detalles se muestran esta vez las crónicas de la Orden:

Abraçaronle con mucho gusto la villa, clero y todos, y deseavan hazer elección de una iglesia que llamavan la cofradía de Santiago; y ofreciéndose algunos reparos que embaraçaron la suerte de esta expedición, la resolvieron en la Casa de los Cucalones, llamado vulgarmente en dicha villa El Palacio. Compró todo su sitio el doctor Trullench, [que entre lo que gastó en comprar las cassas y lo que dio de ornamentos y otras halajas para convento, yglesia y altares passaron de 6 mil ducados, y de que, aún no bien satisfecha su gran piedad, hizo donación de toda su hazienda a dicho convento]; si bien, por aver estado inhabitable mucho tiempo padecían ruyna todos sus compartimentos, y para reedificarlo y disponerlo en forma de iglesia y convento gastó gran cantidad de dinero el padre maestro Faxardo. En esta reedificación y disposición huvo más dificultades que en los ajustes de la fundación entre la villa y el clero. Y los de éste no fueron pocos y mesclados con muchas pesadumbres nacidas de pretender con vivas ansias que aquel nuevo convento estuviere sugeto al ordinario, pues no avía allí convento de religiosos de la orden. Y para convencer que esse cuidado no era molestia para la religión, ni perjuizio para las religiosas, se ofrecieron quiebras de calidad, y para soldarlas se vio en riesgo la execución.60

Desde el 6 de febrero de 1639 y bajo patronato municipal finalmente, permanecería en esta localidad sor Inés del Espíritu Santo para dar forma a su convento en colaboración con su hermana Ángela y las madres Juliana Ximeno y Luisa Aguilera, esta última como priora de la nueva fundación. Renunció así nuestra biografiada al gobierno conventual para ocuparse de las novicias que empezaban a llegar. Un oficio a su medida a tenor de las constituciones de la Orden, para las cuales debía recaer tal cometido en monja «muy religiosa, prudente y sabia, zeladora de la observancia regular y que su vida sea un vivo espejo de virtud de la qual aprendan las novicias a ser otras tales».61

Fachada del antiguo convento de Corpus Christi de Vila-real.

Como maestra de novicias, pues, instruiría sor Inés personalmente a las jóvenes aspirantes en la vida religiosa, la oración, la lectura o la escritura, garantizando de este modo una escrupulo sa selección de la incipiente comunidad de Corpus Christi de Vilareal, en la que pronto se integrarían dos beatas de la Tercera Orden dominicana y una sobrina del doctor Juan Trullench.62

Entretanto, la rehabilitación de los edificios experimentó importantes avances.63 Fundamentalmente gracias a las limosnas recaudadas por el primer vicario o procurador del cenobio, a quien conforme a la tradición establecida por santo Domingo correspondía tanto su jusrisdicción espiritual como temporal. Este era fray Francisco Faxardo, que llamado a Roma por el nuevo embajador español en aquella corte –su sobrino, el marqués de los Vélez– continuaría favoreciendo desde allí la fábrica y ornato conventual,

[…] con ricos dones de ornamentos de telas preziosas matizadas de labores primorosas, cálizes, láminas, turíbulo, palia, custodia, viril y muchas y grandes reliquias, y sin esto más de dos mil ducados en dinero entre diferentes limosnas que uno y otro avía recogido del señor embaxador […] y otros príncipes de Roma.64

Todo ello posibilitó en poco tiempo que la madre Inés del Espíritu Santo y sus monjas hicieran de este establecimiento un baluarte observante. Véanse las estrictas prácticas en el vestido, el ayuno, la oración, el silencio o el aislamiento del exterior, recopiladas por fray Luis G. Sempere a partir de una antigua relación manuscrita:

[…] las religiosas visten ropa de lana al interior y al exterior; el hábito es de estameña muy blanca, pero de más baja calidad, más basta y de menos valor que la generalmente usada en la mayoría de los conventos de la orden. Se ayuna desde el 14 de septiembre hasta el día de Resurrección, fuera de los domingos. También se ayuna todos los viernes del año, los días de Témporas y Rogaciones y las vigilias de san Juan Bautista, san Pedro, Santiago, nuestro padre santo Domingo, san Lorenzo Mártir, Asunción de Nuestra Señora, san Bartolomé y Natividad de la Santísima Virgen. La comida es siempre de vigilia, sin comer nunca carne ni viandas guisadas con ella, fuera de las religiosas enfermas y en la enfermería. Los maytines se rezan a medianoche. Todos los días se tienen dos horas de oración mental en común. El silencio es rigurosísimo, la abstracción del mundo extremada, hasta el punto de no haber en todo el convento sino un solo torno para todo el servicio de la casa, inclusive el de la sacristía, y un solo locutorio pobrísimo y pequeño. Las religiosas únicamente reciben visitas tres o cuatro veses al año, sin admitirse más, aunque sean de su familia, fuera del caso de grave necesidad, urgencia o servicio del Señor.65

Claustro del antiguo convento de Corpus Christi de Vila-real.

El perfeccionamiento de tales costumbres guiaría los pasos de este convento como poco durante los tres lustros en que su fundadora formó parte de él. Porque, cumplidos ya los cuarenta años, se la llevaría de allí otra revelación. Cuentan sus hermanas de hábito que

Estando […] un día en oración en el convento de Villareal la reveló [Dios] ser de su gusto fundara otro convento en que plantasse la misma observancia, de la que avía de ser exemplar y norma, cuyos buelos siguirían muchos espíritus de su agrado. Manifestole avía de ser en la villa de Carcaxente, noble población de este reyno, y que su poder abriría camino a tan alta empressa.66

Comenzaba así la segunda estación en el periplo fundacional de sor Inés del Espíritu Santo, con las vistas puestas en la población de Carcaixent, a unas leguas tan solo de Alzira, cuyo monasterio de San Bernardo Mártir regía por entonces su hermano fray Onofre, cuyo parecer debió de pesar mucho en este episodio. La implicación verdaderamente decisiva, sin embargo, sería de su tía doña Sabina Sisternes de Oblites y Centoll, sin la concurrencia económica de la cual quizá jamás se habría materializado el proyecto.

1.BUV, Ms. 149, J. Agramunt: [El Palacio Real de la sabiduría. Idea del convento de Predicadores de Valencia] Tomo tercero en que se trata de los obispos, prelados, inquisidores, confessores de reyes, cathedráticos y escritores hijos de este real convento, pp. 155 y 318. De su fallecimiento en 1672 se hicieron eco las Acta capituli provincialis celebrati Caesaraugustae, in regali Praedicatorum conventu, die 14 aprilis, anni 1674, Zaragoza, 1674, p. 24. También las crónicas conventuales, en alguna de las cuales se incluiría su biografía. BUV, Ms. 158, D. Alegre: Historia de las cosas más notables del convento de Predicadores de Valencia, 1672.

2. A. Felipo Orts: La Universidad de Valencia durante el siglo XVII (1611-1707), Valencia, 1991, p. 324.

3. Nada dicen de tal escrito ni de su autor los más conocidos repertorios bibliográficos valencianos. Solo algunos de sus biógrafos, como V. Beaumont de Navarra en su tantas veces citada obra.

4. V. Ximeno, op. cit., pp. 80-81. Véase en cualquier caso M. A. Pasqual: Vida del venerable padre Juan Bautista Catalá, religioso de la Compañía de Jesús, Valencia, 1679. También nota 40 del siguiente capítulo. Otros detalles en la nota 2 del capítulo 5.

5. Debe de referirse a don Pablo Sisternes de Oblites Pellicer, hijo de don Melchor Sisternes de Oblites y Centoll y doña Casilda Pellicer, casado con doña Isidora Pertusa y fallecido en 1683. Véase nota 16 de este mismo capítulo.

6. J. Rodríguez: Biblioteca valentina, Valencia, 1747, p. 118.

7. «[…] tomando las noticias, como él afirma, de una relación auténtica que embiaron del convento de Belén al [Maestro] General Rocabertí». V. Ximeno, op. cit., tomo II, p. 52. La posterior edición española, aparecida en 1747 con el título Sacro Diario dominicano en el qual se contiene una breve insinuación de las vidas de los santos, beatos y venerables de la orden de Predicadores para cada día del año, con alguna reflexión y oración, estuvo a cargo del valenciano fray Francisco Vidal.

8. El religioso de Xàtiva, graduado en Filosofía por el Estudi General valentino y examinador sinodal de la diócesis de Teruel, «predicava con aplauso y era tenido por sugeto benemérito de los empleos de la Provincia». Ninguno de tales oficios obtuvo, sin embargo, debido a su muerte prematura en 1728. BUV, Ms. 933, J. Teixidor: Necrologio de este real convento de Predicadores de Valencia. Devidas memorias a sus hijos nativos con extensión en los más ilustres recogidas de monumentos antiguos y fidedignos. Tomo 4. Contiene los difuntos desde el año 1478 hasta 1775, p. 333. De su pasión por el arte y la historia dan buena cuenta –además de su crónica magdaleniense– una Breve y devota descripción de la gloriosa celda del padre san Luis Bertrán, acreditada con singulares prodigios y favores celestiales, venerada en el real convento de Predicadores de Valencia, Valencia, 1722, o la Carta dirigida a mossén Miguel Pujalte, recomendándole el cuidado y asistencia de sor Beatriz Ana Ruiz, de la tercera Orden de san Agustín, fechada en Orihuela el año 1711 y aparecida inserta en la vida que, sobre esta venerable religiosa, debemos al maestro fray Thomás Pérez. V. Ximeno, op. cit., tomo II, pp. 50 y 214-215. También V. Pascual y Beltrán: Játiva biográfica, Valencia, 1931, vol. II, pp. 85-86.

9. V. Beaumont de Navarra: Compendio histórico del real convento de Santa María Madalena…, pp. 215-320. Más breve es la anónima Vida de la venerable madre sor Inés del Espíritu Santo, antes Sisternes de Oblites, fundadora de este convento de Nuestra Señora de Belén y de Villareal y Carcaxente, basada en la anterior y conservada en ACICT, Fondo Belén. Libro de fundación del monasterio de Nuestra Señora de Belén…, ff. 61-96.

10.