El Príncipe - Nicolás Maquiavelo - E-Book

El Príncipe E-Book

Nicolas Maquiavelo

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Beschreibung

El Príncipe (en el original en italiano, Il principe) es un tratado de teoría política escrito por Nicolás Maquiavelo en 1513, mientras este se encontraba encarcelado en San Casciano por la acusación de haber conspirado en contra de los Médici. El libro fue publicado en 1531 y dedicado a Lorenzo II de Médici, duque de Urbino, en respuesta a dicha acusación, a modo de regalo. Tiene ciertas inspiraciones en César Borgia. Se trata de la obra de mayor renombre de este autor, aquella por la cual se acuñaron el sustantivo maquiavelismo y el adjetivo maquiavélico. Su objetivo es mostrar cómo los príncipes deben gobernar sus Estados, según las distintas circunstancias, para poder conservarlos exitosamente en su poder, lo cual es constantemente demostrado mediante múltiples referencias a gobernantes históricos y a sus acciones Nicolás Maquiavelo (Florencia, 3 de mayo de 1469 - ib., 21 de junio de 1527) fue un diplomático, funcionario público, filósofo político y escritor italiano. Fue asimismo una figura relevante del Renacimiento italiano. En 1513 escribió su tratado de doctrina política titulado El príncipe, publicado póstumamente en 1531 en Roma.    Traducción A. Zozaya

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The Sky is the limit

ISBN: 9788899617974
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tabla de contenidos

Dedicatoria

​Capítulo I

​Capítulo II

​Capítulo III

​Capítulo IV

​Capítulo V

​Capítulo VI

​Capítulo VII

Capítulo VIII

​Capítulo IX

Capítulo X

​Capítulo XI

​Capítulo XII

​Capítulo XIII

​Capítulo XIV

​Capítulo XV

​Capítulo XVI

​Capítulo XVII

Capítulo XVIII

​Capítulo XIX

​Capítulo XX

​Capítulo XXI

​Capítulo XXII

​Capítulo XXIII

​Capítulo XXIV

​Capítulo XXV

​Capítulo XXVI

Agradecimientos

Nicolás Maquiavelo

El Príncipe

Dedicatoria

Los que desean congraciarse con un príncipe suelen presentársele con aquello que reputan por más precioso entre lo que poseen, o con lo que juzgan que más ha de agradarle; de ahí que se vea que muchas veces le son regalados caballos, armas, telas de oro, piedras preciosas y parecidos adornos dignos de su grandeza. Deseando, pues, presentarme ante Vuestra Magnificencia con algún testimonio de mi sometimiento, no he encontrado entre lo poco que poseo nada que me sea más caro o que tanto estime como el conocimiento de las acciones de los hombres, adquirido gracias a una larga experiencia de las cosas modernas y a un incesante estudio de las antiguas. Acciones que, luego de examinar y meditar durante mucho tiempo y con gran seriedad, he encerrado en un corto volumen, que os dirijo.

Y aunque juzgo esta obra indigna de Vuestra Magnificencia, no por eso confío menos en que sabréis aceptarla, considerando que no puedo haceros mejor regalo que poneros en condición de poder entender, en brevísimo tiempo, todo cuanto he aprendido en muchos años y a costa de tantos sinsabores y peligros. No he adornado ni hinchado esta obra con cláusulas interminables, ni con palabras ampulosas y magníficas, ni con cualesquier atractivos o adornos extrínsecos, cual muchos suelen hacer con sus cosas, porque he querido, o que nada la honre, o que sólo la variedad de la materia y la gravedad del tema la hagan grata. No quiero que se mire como presunción el que un hombre de humilde cuna se atreva a examinar y criticar el gobierno de los príncipes. Porque así como aquellos que dibujan un paisaje se colocan en el llano para apreciar mejor los montes y los lugares altos, y para apreciar mejor el llano escalan los montes, así para conocer bien la naturaleza de los pueblos hay que ser príncipe, y para conocer la de los príncipes hay que pertenecer al pueblo.
Acoja, pues, Vuestra Magnificencia este modesto obsequio con el mismo ánimo con que yo lo hago; si lo lee y medita con atención, descubrirá en él un vivísimo deseo mío: el de que Vuestra Magnificencia llegue a la grandeza que el destino y sus virtudes le auguran. Y si Vuestra Magnificencia, desde la cúspide de su altura, vuelve alguna vez la vista hacia este llano, comprenderá cuán inmerecidamente soporto una grande y constante malignidad de la suerte.

​Capítulo I

De las distintas clases de principados y de la forma en que se adquieren

Todos los Estados, todas las dominaciones que han ejercido y ejercen soberanía sobre los hombres, han sido y son repúblicas o principados. Los principados son, o hereditarios, cuando una misma familia ha reinado en ellos largo tiempo, o nuevos. Los nuevos, o lo son del todo, como lo fue Milán bajo Francisco Sforza, o son como miembros agregados al Estado hereditario del príncipe que los adquiere, como es el reino de Nápoles para el rey de España. Los dominios así adquiridos están acostumbrados a vivir bajo un príncipe o a ser libres; y se adquieren por las armas propias o por las ajenas, por la suerte o por la virtud.

​Capítulo II

De los principados hereditarios

Dejaré a un lado el discurrir sobre las repúblicas porque ya en otra ocasión lo he hecho extensamente. Me dedicaré sólo a los principados, para ir tejiendo la urdimbre de mis opiniones y establecer cómo pueden gobernarse y conservarse tales principados. En primer lugar, me parece que es más fácil conservar un Estado hereditario, acostumbrado a una dinastía, que uno nuevo, ya que basta con no alterar el orden establecido por los príncipes anteriores, y contemporizar después con los cambios que puedan producirse. De tal modo que, si el príncipe es de mediana inteligencia, se mantendrá siempre en su Estado, a menos que una fuerza arrolladora lo arroje de él; y aunque así sucediese, sólo tendría que esperar, para reconquistarlo, a que el usurpador sufriera el primer tropiezo.

Tenemos en Italia, por ejemplo, al duque de Ferrara, que no resistió los asaltos de los venecianos en 1484 ni los del Papa Julio II en 1510, por motivos distintos de la antigüedad de su soberanía en el dominio.
Porque el príncipe natural tiene menos razones y menor necesidad de ofender: de donde es lógico que sea más amado; y a menos que vicios excesivos le atraigan el odio, es razonable que le quieran con naturalidad los suyos. Y en la antigüedad y continuidad de la dinastía se borran los recuerdos y los motivos que la trajeron, pues un cambio deja siempre la piedra angular para la edificación de otro.

​Capítulo III

De los principados mixtos