El proceso de edición de la Biblia hebrea y griega - Julio Trebolle Barrera - E-Book

El proceso de edición de la Biblia hebrea y griega E-Book

Julio Trebolle Barrera

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La edición de la Biblia hebrea que nos ha llegado no era la única existente. Los manuscritos del Mar Muerto y la investigación reciente sobre la Biblia griega revelan que los libros bíblicos circulaban en diferentes ediciones hasta que prevaleció la más reconocida en los años en torno al cambio de era. Este libro reconstruye el proceso de edición y traducción de la Biblia hebrea en las épocas helenística y romana. Desarrolla un proceder metodológico que permite rastrear los restos de ediciones marginadas que han pervivido en la Biblia griega y han reaparecido en los manuscritos de Qumrán. El libro de los Reyes es el mejor campo de pruebas para esta investigación dada su variada y compleja historia editorial. La Biblia hebrea surgió en Babilonia y en Jerusalén, pero se hizo griega en Alejandría y en Antioquía de Siria. La pluralidad de textos en hebreo y griego obliga a replantear cuestiones que han marcado durante siglos la identidad y las fronteras entre el judaísmo y el cristianismo, y entre católicos, protestantes y ortodoxos orientales. El panorama textual aquí desarrollado plantea nuevos retos tanto a la investigación histórico-crítica como a la exégesis canónica y midrásica. Este libro presenta el estado actual de la investigación y sintetiza los trabajos realizados por el autor a lo largo de cinco décadas.

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Seitenzahl: 1036

Veröffentlichungsjahr: 2025

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El proceso de ediciónde la Biblia hebrea y griega

El proceso de ediciónde la Biblia hebrea y griega

Julio Trebolle Barrera

Esta obra ha recibido una ayuda a la edición del Ministerio de Cultura y Deporte

 

 

 

BIBLIOTECA DE CIENCIAS BÍBLICAS Y ORIENTALES

dirigida por Julio Trebolle Barrera

 

 

 

© Editorial Trotta, S.A., 2024

http://www.trotta.es

© Julio Trebolle Barrera, 2024

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

ISBN (edición digital e-pub): 978-84-1364-291-8

A Susana Pottecher

CONTENIDO

Introducción. Investigar en Humanidades. La edición de la Biblia

Primera parteHISTORIA Y MÉTODO

Introducción

1. Unidad y diversidad del texto bíblico

2. Historia del texto y metodología crítica

3. Los manuscritos bíblicos de Qumrán. Pluralidad de textos y ediciones

4. Texto y canon. Historias paralelas

5. La edición de la Biblia hebrea y su reflejo en la historia de la Biblia griega y latina

6. La función editorial de los vacats en los manuscritos medievales y de Qumrán

Segunda parteEl LIBRO DE LOS REYES

Introducción. La historia de reyes, profetas y sacerdotes

1. El libro de los Reyes en el canon de «Ley, Profetas y escritos»

2. Historia paralela de los textos hebreo y griego

3. Los textos hexaplar, kaige y preluciánico. Los respectivos textos hebreos

4. Las versiones antiguas

5. Historia del texto e historia de la lengua

6. Intervenciones editoriales

7. La edición de Reyes conocida por Crónicas en la época persa

8. Las ediciones hebrea y griega comparadas

9. La historiografía de Israel y Judá. Modelos y esquemas contrapuestos

Conclusión. Texto, traducción e interpretación

Bibliografía

Índice de autores citados

Índice general

Introducción

INVESTIGAR EN HUMANIDADES. LA EDICIÓN DE LA BIBLIA

«¿Siguen escribiendo libros los filósofos?», escuché esta pregunta en una comisión evaluadora de la investigación universitaria en España. Investigar en Ciencias o en Humanidades parece diferenciarse por una cuestión editorial: en Ciencias se publican artículos, en Humanidades se escriben libros. Un hallazgo científico cabe en unas pocas páginas; una investigación en Letras necesita un largo recorrido argumental para probar una hipótesis o una tesis. La investigación en Ciencias es analítica y experimental; explica los fenómenos de la naturaleza asépticamente, con datos objetivos y resultados aplicados en tecnologías que mejoran la vida de los humanos. La investigación en Letras es más sintética que analítica, trata de comprender más que de explicar, de interpretar más que de establecer conclusiones definitivas; nace de la experiencia más que del experimento, necesita conocer y discutir las opiniones a favor o en contra, atiende más a la excepción que a la regla. Las humanidades se rigen por el imperativo socrático «conócete a ti mismo» y el horaciano y también kantiano «atrévete a pensar» o a «saber» (sapere aude). El conocimiento de uno mismo parece provenir hoy de la bioquímica del cerebro. El hebreo tiene un mismo término, lēb, para designar la «mente» o el hemisferio izquierdo que piensa, conoce, investiga, ensaya, se equivoca o acierta y el «corazón» o el hemisferio derecho que habla y calla, llora y ríe, odia y ama, «todo a su tiempo», como dice el libro del Eclesiastés.

Los libros son la materia prima de la investigación en Letras. La Biblia es el Libro de los libros al que filólogos, historiadores y teólogos han dedicado sus desvelos desde la Antigüedad. Hoy es también objeto de estudio de las ciencias sociales, en particular de la Antropología, la Sociología y la Psicología, desde las más diversas perspectivas culturales e ideológicas. Todo estudio sobre la Biblia opera sobre un texto editado y traducido al idioma del investigador. Hasta ahora prácticamente existía un único texto de la Biblia, el transmitido durante dos mil años con sorprendente fidelidad como han demostrado los manuscritos del mar Muerto. Sin embargo, estos mismos manuscritos han dado a conocer que antes del cambio de era los libros bíblicos circulaban en diferentes ediciones. La investigación reciente sobre los manuscritos bíblicos y «parabíblicos» hallados en las cuevas de Qumrán ha producido un verdadero cambio de paradigma en los estudios sobre la historia de la Biblia hebrea y griega. Un tratamiento mínimamente integral de los nuevos planteamientos de la investigación exige un desarrollo expositivo que no cabe en artículos sueltos publicados en revistas científicas. Solo un libro, más o menos amplio, puede ofrecer a un tiempo la necesaria visión de conjunto y la multitud de análisis pormenorizados sobre la que tal visión se sustenta.

«¿Tienen los filósofos un método de análisis o dicen lo que se les ocurre?», también escuché en aquella misma comisión evaluadora. Desde Descartes en su Discurso del método para conducir bien la propia razón y buscar la verdad en las ciencias hasta la obra de Gadamer Verdad y método, la filosofía no ha dejado de bregar con la cuestión del método, con la lógica o la duda y la certeza de sus razonamientos y, en definitiva, con la pregunta por la verdad. Lo verdadero parece estar hoy del lado de las Ciencias más que de las Letras, cuya «ciencia» es o era distinguir entre lo verdadero y lo falso, el bien y el mal. La investigación en humanidades involucra al sujeto, al investigador condicionado por sus presupuestos y prejuicios, tanto como por los de su especialidad y de su época. «Las Letras, ya se sabe, se rigen por las modas», escuché decir en el tribunal del premio de investigación científica de la Comunidad de Madrid que hoy lleva el nombre de Margarita Salas, la cual formaba parte entonces de aquel tribunal. Por imperativo de la convocatoria debía estar presente un representante de Letras, sin voto y casi sin voz para dar una mínima respuesta a aquella afirmación. El caso es que las Ciencias no dejan de ser también humanas, sujetas a la ley histórica de los cambios de paradigma (Kuhn) y al principio de indeterminación (Heisenberg) que acompaña a toda intervención humana en la naturaleza.

Ciencias y Letras son por igual hijas del espíritu racional de las primeras universidades, creadas ya en el primer Renacimiento en el siglo XII. Su programa de «Estudios generales» (Studia generalia) integraba las siete «vías» del conocimiento: el trivio de las Letras —gramática, dialéctica y retórica— y el cuatrivio de las Ciencias: la aritmética, la geometría, la astronomía y entre ellas la música. Un «hombre del Renacimiento» como Leonardo da Vinci podía dominar los conocimientos de su época en todos los campos del saber y de las artes. Más tarde el idealismo alemán consagró el divorcio entre las «ciencias del espíritu» (Geisteswissenschaften) y las «ciencias de la naturaleza» (Naturwissenschaften). Las Letras elaboraron entonces unos métodos histórico-críticos para garantizar la «objetividad» de sus estudios, con notables éxitos en la reconstrucción de la literatura e historia del mundo antiguo y de la propia Biblia.

El análisis de los manuscritos hallados en las cuevas de Qumrán involucra a Ciencias y Letras. En el año 1947 en el que se hallaron los primeros manuscritos se descubrió también el método de análisis del carbono-14, que hacía posible conocer la fecha de material orgánico antiguo con un margen de error de unos cincuenta años. Por entonces este análisis exigía destruir gran cantidad de material, por lo que hubieron de pasar bastantes años hasta que fue posible aplicarlo en fragmentos de manuscritos como los hallados en Qumrán. Entretanto el estudio paleográfico de cientos de fragmentos realizado por F. M. Cross de la Universidad de Harvard estableció la tipología y la evolución de la escritura de Qumrán a lo largo de los períodos arcaico (250-150 a.C.), asmoneo (150-30 a.C.) y herodiano (30 a.C.-70 d.C.) (infra). Cuando en 1990 se hubo desarrollado una técnica más sofisticada de análisis del carbono-14, denominada accelerator mass spectromety (AMS), la Autoridad de Antigüedades de Israel encargó el análisis de ocho manuscritos de las cuevas de Qumrán y siete de otras cuevas del mar Muerto. Al año siguiente se celebró en El Escorial un congreso que reunió a los miembros del equipo internacional de edición de los manuscritos. Magen Broshi, representante de la Autoridad de Antigüedades de Israel dio a conocer los resultados de dos análisis independientes. Al concluir su exposición, todos los presentes se dirigieron con un fuerte aplauso hacia F. M. Cross, a quien escuché decir «Lo sabía, pero está bien que la ciencia lo confirme». En numerosas ocasiones he repetido esta anécdota para afianzar la confianza de los estudiantes en los métodos de análisis propios de las Letras y homenajear la ironía y la elegancia de Cross.

La «paleografía digital» realizada mediante algoritmos y técnicas de inteligencia artificial podrá hacer avanzar el estudio futuro de los manuscritos. Un reciente análisis del «gran rollo» del libro de Isaías de la cueva 1 de Qumrán concluye que fue escrito por dos copistas, el primero responsable de las primeras veintisiete columnas y el segundo de las restantes. El propio informe reconoce que la paleografía «tradicional» ya había identificado dos manos en la copia de este manuscrito. El rollo aparece escrito con tinta marrón y caligrafía del período asmoneo correspondiente a los años 125-100 a.C., pero en la columna vigésimo octava es fácil observar dos líneas escritas con tinta negra y caracteres de la posterior época herodiana (30-1 a.C.). Un segundo copista aprovechó una línea en blanco para intercalar el breve poema: «Alégrense el desierto y el yermo / exulte de júbilo la estepa...» (infra). La paleografía digital confirma un resultado de la paleografía tradicional, tachada de estar basada en «factores subjetivos», pero que logra resultados objetivos más allá de lo alcanzado al menos hasta el momento por la paleografía digital. Son siete las manos de épocas diferentes que según la paleografía tradicional han dejado alguna huella en el manuscrito. La inserción de glosas es un fenómeno frecuente que caracteriza las diferentes ediciones de los libros bíblicos.

Un proyecto de investigación realizado actualmente en Israel «utiliza la genética para revelar los secretos de los manuscritos del mar Muerto». Cuando hace treinta años comenzaba a hablarse del ADN, escribí lo que por entonces era solo una predicción futurista: «El análisis del ADN de la piel de cabra o de oveja con la que están confeccionados los manuscritos de Qumrán permitirá reconocer qué fragmentos de piel o pergamino corresponden a un mismo animal. De este modo será posible casar unos fragmentos con otros y, en consecuencia, unos textos con otros. Los fragmentos de una misma piel corresponden a un mismo escrito. El estudio del ADN permitirá identificar las posibles cabras y ovejas intrusas o importadas de otras majadas y dilucidar qué manuscritos fueron escritos en Qumrán y cuáles en otros lugares como Jerusalén»1. El citado estudio concluye que unos fragmentos de manuscritos del libro de Jeremías pertenecen a pergaminos hechos con piel de vaca y otros a los confeccionados con piel de oveja. En el desierto de Judá no era posible la cría de vacuno, por lo que los fragmentos de piel de vaca pertenecen a copias escritas fuera de Qumrán2. A diferente piel, diferente texto y diferente época. De nuevo un hallazgo realizado con técnicas científicas confirma conclusiones obtenidas con los métodos «tradicionales», que en este caso han revelado la existencia de dos ediciones del libro de Jeremías, una más antigua y breve transmitida en el manuscrito 4QJerb y traducida en la versión de los Setenta (LXX, Septuaginta) y otra más desarrollada, como la de 4QJera y la transmitida hasta hoy en el texto masorético. La existencia de diversas ediciones de los libros bíblicos que circulaban al mismo tiempo en el período helenístico es una de las novedades más significativas aportadas por los manuscritos de Qumrán.

Las denominadas digital humanities están llamadas a tener especial incidencia en la edición crítica de los textos de la Biblia. Una edición electrónica puede poner a disposición de los estudiosos todos los instrumentos de trabajo necesarios y todos los testimonios manuscritos digitalizados a partir de los cuales generar una edición crítica con los aparatos críticos correspondientes3. La reciente obra en varios volúmenes Textual History of the Bible (2016-2023) pone de relieve la importancia que la investigación sobre la historia del texto de la Biblia ha adquirido en los últimos años. Sin embargo, a falta de un consenso entre los estudiosos, esta «historia» resulta ser una obra enciclopédica y de referencia más que una verdadera «secuencia histórica, única y coherente» del desarrollo de los textos bíblicos, desde los más antiguos manuscritos de Qumrán hasta los códices hebreos medievales y la investigación moderna4.

El presente libro ensaya justamente una visión del proceso de formación y edición de la Biblia hebrea y griega, con especial referencia al libro de los Reyes caracterizado por su notable diversidad de textos y ediciones5. Este proceso, desarrollado a lo largo de varios siglos, responde a dos movimientos de signo opuesto. La creciente helenización del mundo oriental propició la traducción al griego de la Biblia hebrea. Por otra parte, la reacción de al menos una parte del judaísmo en defensa de su identidad lingüística, cultural y religiosa frente a la amenaza de su disolución en la cultura global helenística condujo a abandonar la Biblia griega o a corregir su texto para adecuarlo al hebreo. El primero de estos movimientos es una muestra de la exitosa helenización del Oriente que, según la descripción clásica de inspiración hegeliana propuesta por J. G. Droysen, consistió en un programa de síntesis y fusión (Verschmelzung) de las culturas mediterránea y oriental, que impulsó desde un comienzo Alejandro Magno. Pero la helenización puede ser caracterizada más bien como un movimiento generalizado de reacción por parte de unos pueblos reacios a la pérdida de su propia identidad6. Por otra parte, la heterogeneidad y disgregación cultural y religiosa del período helenístico englobaba culturas y corrientes muy diversas: dualismo iranio, astrología babilónica, monoteísmo hebreo, movimientos apocalípticos, cultos mistéricos, gnosticismos varios, etc.7. Nuestra cultura occidental es hija no tanto de la cultura griega clásica, vista generalmente como la antítesis de la semítica, sino de aquella cultura y globalización helenística, que abarcaba desde la península ibérica hasta más allá de Persia.

El pluralismo de la época helenística alcanzó también a una Biblia todavía en proceso de formación, cuyos libros circulaban en diferentes ediciones hasta la fijación del texto de la edición masorética, la única que superó el corte histórico que supuso la caída de Jerusalén en el año 70 d.C. El proceso de unificación del texto bíblico y del mismo judaísmo tras la catástrofe condujo a un proceso de abandono de la Biblia griega o de revisión de su texto para adaptarlo al masorético «autorizado» o receptus. El desarrollo paralelo de edición de la Biblia hebrea y de recensión de la Biblia griega se salda con una extraña paradoja: el texto en la lengua original, el hebreo, es más reciente que el texto de la traducción, basado en una edición hebrea más antigua que la masorética. La versión griega del Pentateuco y de los libros históricos y proféticos fue realizada a lo largo de los siglos III y II a.C. Traducía una edición hebrea anterior a la fijada a finales del siglo I d.C. Las historias de la edición, traducción e interpretación discurren en paralelo, de modo que unas y otras se entrecruzan incesantemente, creando un inmenso mosaico de relaciones intertextuales.

Esta historia se hizo todavía más compleja cuando el cristianismo asumió la versión griega «de los Setenta» como «Antiguo Testamento», al que añadió el «Nuevo Testamento», formando así la Biblia cristiana o la Biblia griega que se difundió por el mundo antiguo al ritmo con el que era traducida a las lenguas de pueblos dentro y fuera de las fronteras del Imperio romano. Enseguida se produjo un nuevo movimiento de reflujo y de retorno al texto hebreo que derivó en otra situación paradójica. Las versiones al latín, copto, etíope, armenio y georgiano traducían un texto griego en principio más antiguo que el que nos ha llegado en la tradición manuscrita, que incorpora bastantes elementos tomados del texto hebreo masorético.

La complejidad de la historia de la Biblia conduce a una excesiva compartimentalización de sus numerosas subespecialidades, un mal que aqueja en general a la investigación. La crítica bíblica ha operado a partir de un axioma metodológico que establecía una separación nítida entre la crítica textual que se propone recuperar el texto «original» (Urtext) y la crítica literaria cuyo objetivo es reconstruir la historia literaria y las formas originales (Urform). Cuando en 1971 iniciaba la preparación de la tesis doctoral en l’École Biblique de Jerusalén, apareció el libro de Wolfgang Richter sobre teoría literaria y metodología exegética, muy representativo de la crítica literaria alemana (Literarkritik). En cuatro líneas declaraba que la crítica textual es una disciplina filológica que no forma parte de la teoría y metodología del estudio literario e interpretativo que el autor desarrolla sistemáticamente a lo largo de su libro8. Richter analiza con todo detalle el texto hebreo del primer capítulo de 1 Reyes, el mismo que Alfred Rahlfs había desmenuzado en su estudio sobre el texto griego antioqueno. Hoy llama la atención que a lo largo del libro Richter no mencione variante textual alguna, pero sorprende sobre todo que el nombre de Rahlfs y la referencia a su edición de la versión griega no aparezcan ni en la bibliografía ni en el índice de autores citados. Tras imbuirme de la férrea metodología desarrollada por Richter inicié el estudio de los relatos sobre la división del reino de Salomón, tema de mi futura tesis doctoral. Muy pronto me encontré frente a la «versión alternativa» de tales relatos en la versión griega, cuya simple existencia no entraba en los esquemas de la historia del texto y de la metodología exegética expuesta por Richter y generalizada en aquellos años. Por entonces las mismas autoridades de los estudios sobre la versión griega, J. Wevers y Gooding en particular, explicaban las variantes de LXX como interpretaciones targúmicas o midrásicas, de modo que venían a ser los máximos defensores del texto masorético como el único existente antes y después de su traducción al griego.

Para encontrar una salida al punto muerto provocado por el dilema de tener que optar por el texto hebreo o el griego, comencé a indagar en los «informes preliminares» sobre los primeros manuscritos bíblicos hallados en la cueva 4 de Qumrán, los publicados por F. M. Cross sobre el manuscrito de Samuel 4QSama y P. Skehan sobre el de Deuteronomio 4QDeutq. Más reveladora fue, si cabe, la monografía pionera de D. Barthélemy Les Devanciers d’Aquila (1963). Qumrán abría la posibilidad de una investigación fundada en la existencia de una pluralidad de textos y, en consecuencia, de la existencia de un original hebreo de la versión griega diferente del texto masorético. Inicié entonces el estudio comparativo de ambos textos que desembocó en el libro Salomón y Jeroboán. Historia de la recensión y redacción de 1 Reyes 2-12; 14 (1980). Seguidamente amplié la investigación a pasajes del segundo libro de los Reyes en el que el texto griego antioqueno conserva el de la versión griega (Old Greek, OG), frente al texto mayoritario que sigue al de la recensión kaige y en definitiva al texto masorético. De este planteamiento surgió un nuevo libro, Jehú y Joás. Texto y composición literaria de 2 Reyes 9-11 (1984). Los subtítulos de ambos libros indican que el estudio de la historia del texto es previo y en todo caso necesario para el estudio de la historia del antiguo Israel, en concreto, de los reinados de Salomón y Jeroboán como también de Jehú y Joás. Por otra parte, el término «redacción», omnipresente en la crítica literaria de las décadas pasadas, dejaba paso al término «composición», significando que el proceso de reedición de los libros bíblicos es tanto o más una cuestión de composición —de integración y ordenamiento de nuevos materiales— que de redacción o redacciones deuteronomísticas.

En los años setenta se disponía ya de la información básica sobre la existencia de una pluralidad de textos bíblicos en la época de Qumrán, pero esta información no alcanzaba todavía más allá del reducido grupo de especialistas en Qumrán o, más bien, no calaba entre exegetas y comentaristas reacios a reconocer la existencia de textos que pudieran poner en cuestión los presupuestos de su trabajo. Por otra parte, hasta los años noventa no se disponía apenas de información sobre los textos «parabíblicos», las «reescrituras» de libros bíblicos y los diferentes manuscritos de obras conocidas hasta entonces en un único texto como, por ejemplo, la Regla de la Comunidad. Solo en las dos últimas décadas se ha comenzado a tomar conciencia de la pluralidad de formas textuales en las que circulaban tanto los libros bíblicos como los no bíblicos, hasta el punto de que esta división de libros se ha vuelto borrosa en la investigación actual. Unos y otros tuvieron un proceso continuado de reedición o de reescritura en formas textuales que varían sobre todo por la incorporación y diferente ordenación de nuevos materiales.

La historia del texto bíblico es la de un proceso de marginación de textos antiguos por otros nuevos. El texto «hebreo antiguo» (Old Hebrew) traducido en la versión griega fue progresivamente marginado por el de la edición masorética. Igualmente, el texto «griego antiguo» de LXX (Old Greek) fue revisado progresivamente con el fin de adaptarlo al hebreo masorético que había adquirido el estatuto de texto autorizado. Seguidamente, el texto «antiguo» de las versiones filiales de LXX fue revisado para adecuarlo al de la recensión griega hexaplar, la fase más reciente en la historia del texto griego.

Este proceso de editar, reeditar y revisar la Biblia hebrea y la griega determina un proceder metodológico que consiste en rehacer retrospectivamente el modo en el que los textos antiguos fueron desplazados, o corregidos, por otros nuevos. Toda investigación parte de lo conocido y atestiguado por las fuentes disponibles y se propone reconstruir etapas anteriores carentes de testimonios directos. Este libro quiere mostrar cómo las versiones y recensiones de una época tardía y generalmente subestimada contribuyen a recuperar formas antiguas del texto griego y por consiguiente del hebreo. Ello se refiere sobre todo a la Vetus latina (VL) y su contribución para la recuperación de los textos antiguos griego y hebreo, conforme a lo expresado en el título del artículo «From the Old Latin through the Old Greek to the Old Hebrew» (1984). Asimismo, los añadidos hexaplares al texto griego corresponden en principio a glosas o a interpolaciones introducidas anteriormente en la edición hebrea masorética. Constituyen un dato empírico del desarrollo textual (the textual growth) de los libros bíblicos que la crítica no suele tener en cuenta. Por otra parte, los vacats o espacios en blanco de los manuscritos de Qumrán y los intervalos de los manuscritos hebreos medievales señalan con frecuencia puntos en los que se ha producido un añadido o una trasposición en el hebreo, y es que las variantes textuales se acumulan justamente en los puntos de fricción entre las piezas que componen las diferentes ediciones de un libro.

Con anterioridad a la bifurcación de las ediciones de la época helenística representadas por LXX y el texto masorético (TM), el libro de Crónicas reescribió los de Samuel y Reyes utilizando para ello una edición de estos libros conocida en la época persa. De este modo el estudio comparativo de los textos de Reyes y Crónicas permite reconstruir una fase temprana de la composición y edición de Reyes. Por otra parte, la versión al griego de Crónicas —Paralipomena— conocía la versión griega de Reyes, por lo que se convierte en ocasiones en el testimonio más antiguo de LXX Reyes. El análisis comparado, textual y literario, de Reyes (TM y LXX), Crónicas y Paralipomena es un campo de estudio prometedor, teniendo en cuenta en todo caso el testimonio del texto antioqueno y de las versiones secundarias.

El giro en los planteamientos de la investigación en las últimas décadas queda reflejado en los cambios introducidos por Emanuel Tov en la tercera edición de su obra Textual Criticism of the Hebrew Bible. Revised and expanded (2012) respecto a la primera de 1992. Tras considerar que la crítica textual bíblica tiene por meta la reconstrucción del texto masorético que hace autoridad en la tradición judía, Tov pasa a reconocer que el texto masorético no era el único texto ni el más antiguo, de modo que otros textos podían gozar de una autoridad comparable9. Ello conlleva aceptar también que la pluralidad de formas textuales exige una aplicación conjunta de los métodos de la crítica textual y de la crítica literaria con el fin de reconstruir en la medida de lo posible el texto arquetípico del que sus variantes toman origen.

La Biblia hebrea no es ya el solo texto masorético. Abarca también el Pentateuco samaritano y los textos de los manuscritos bíblicos de Qumrán, así como el de la edición hebrea traducida en la versión de los Setenta. En consecuencia, no se trata ya de «corregir» el texto masorético con la ayuda de las versiones, como se ha venido haciendo hasta ahora, sino de reconstruir antiguos textos no masoréticos y de recobrar en la medida de lo posible el arquetipo, el texto más antiguo reconstruible o las variantes de las que derivan las transmitidas en la tradición manuscrita conservada. Esta tarea se enfrenta a serias dificultades, como es la retroversión del griego al hebreo, pero no deja de lograr resultados que avanzan considerablemente sobre lo conocido hace tan solo unas décadas.

Este libro, al igual que los anteriores, opera en gran medida conforme a una de las «normas areales» de la lingüística, aquella según la cual la fase más antigua de un fenómeno lingüístico se conserva en las áreas geográficas más aisladas o en espacios marginales, como son los palimsestos, los márgenes de los manuscritos o las cuevas de Qumrán10. Los textos consagrados corrigieron o rechazaron formas antiguas o arcaicas propias de los textos marginados. La traducción de los Setenta y sus versiones filiales atestiguan el texto de una edición hebrea que la tradición textual hebrea marginó y que solo ha subsistido como un fósil en versión griega. Es frecuente contraponer la homogeneidad del texto hebreo masorético frente a la variedad de textos de la Biblia griega. Pero el hecho nuevo y significativo es que la varietas griega refleja la variedad de textos hebreos existente en la época anterior a la definitiva implantación del texto masorético.

La crítica moderna es reacia a reconocer la pluralidad textual hebrea debido a una tradición heredada, tanto filológica como teológica. El principio hermenéutico de la Ilustración según el cual la Biblia ha de ser sometida a las mismas condiciones de comprensión que cualquier otra literatura ha derivado en tratar los libros de la Biblia como si fueran obras de autor al modo de los escritos de los autores clásicos y modernos. Al mismo tiempo este prejuicio ilustrado limitó su sentido prácticamente al que tenían en su contexto histórico, el establecido mediante los métodos histórico-filológicos. Ello redunda en una pérdida de sensibilidad para comprender la importancia de dos especificidades de la literatura bíblica: la pluralidad de textos y la pluralidad de sentidos más allá del literal e histórico. También desde la teología y en particular desde el principio protestante de la Sola Scriptura se tiende a operar con la idea de la existencia de un texto único, el masorético («tradicional») o «canónico», y de un único sentido, el literal, que viene a ser el establecido por la filología y la interpretación histórica. Por ello predomina hoy también una tendencia a basar las traducciones a las lenguas vernáculas sobre el texto masorético sin apenas más variantes que las señaladas en The Hebrew Old Testament Project (infra). La mentalidad ilustrada y la tradición religiosa se alían de alguna manera en favor de un texto único en lengua hebrea dotado de un sentido literal e histórico que la exégesis trata de desentrañar. Sin embargo, la pluralidad de textos existente en la época helenística determina que la pluralidad de sentidos es constitutiva de esos mismos textos, de modo que la historia del texto y la de su traducción e interpretación han corrido parejas en todo momento.

La Segunda parte de este libro trata de dar cuenta de la formación de las ediciones y recensiones del libro de los Reyes en hebreo, griego y demás versiones a lo largo del tiempo. Centra la atención en la génesis de las variantes textuales y no tanto en el significado exegético o teológico de las mismas. Filología y teología convergen en el estudio del texto y en la interpretación de la Biblia, pero filólogos y teólogos han tenido serios enfrentamientos, como los que acabaron en los tribunales de la Inquisición y en penas de cárcel para figuras como fray Luis de León. La interpretación teológica es generadora de textos y variantes textuales, pero el método filológico aconseja explicar primeramente los mecanismos de la producción de tales variantes antes de atribuir a motivaciones exegéticas el origen de las mismas. La preocupación por encontrar motivos teológicos tras las diversas formas del texto conduce con frecuencia a juicios basados en datos que encuentran explicación como fenómenos filológicos.

El capítulo titulado «Las ediciones hebrea y griega comparadas (TM y LXX)» pone a prueba la metodología de la investigación propuesta. Desarrolla un análisis conjunto de crítica textual y literaria aplicado a pasajes representativos de la doble edición de Reyes (TM y LXX). Frente a un escepticismo bastante generalizado tanto respecto a los resultados de la crítica textual como a los de la crítica literaria, este libro mantiene una razonable confianza en una correcta aplicación de los métodos de la filología histórica, al igual que se ha hecho anteriormente en relación con los resultados de la paleografía. Este capítulo constituye un ensayo de comentario textual y literario que sería preciso hacer extensivo a la totalidad del libro.

La crítica bíblica trata de remontarse a fases antiguas de la composición y redacción de los libros bíblicos, de los históricos en particular (Josué, Jueces, Samuel y Reyes). Con el propósito de avanzar en este sentido este libro propone una hipótesis de trabajo según la cual Reyes tuvo una primera edición a finales del período monárquico. El capítulo titulado «La historiografía de Israel y Judá. Modelos y esquemas contrapuestos» muestra cómo a la caída de Samaría, las tradiciones originarias del reino del Norte se amalgamaron con las del reino de Judá y formaron de este modo la primera historiografía bíblica, estructurada conforme a un modelo historiográfico asirio que concebía la historia como una sucesión de patriarcas («reyes que vivían en tiendas»), de héroes o ancestros tribales y, finalmente, de reyes de la dinastía reinante. Esta historiografía, inspirada en la ideología regia del antiguo Oriente, se proponía legitimar la dinastía y demostrar su continuidad desde los más remotos orígenes hasta el tiempo en el que se escribe la historia sincrónica de los reyes de Israel y Judá.

En el siglo VI a.C. en la época del exilio en Babilonia y por influjo de la historiografía babilónica, a la sucesión de patriarcas, héroes tribales y reyes se antepuso la «historia primordial» de la creación al diluvio en su doble versión yahvista y sacerdotal (Gn 1-11). Esta historia mítica pasó a ser una especie de prólogo de la historiografía anterior y más tarde del libro del Génesis. Paralelamente las tradiciones del Éxodo se introdujeron entre el Génesis y los libros históricos, convirtiéndose en el eje central de los relatos (stories) y de la historia (history) e historiografía bíblicas. A los dos «grandes relatos» —del Éxodo y de la historia de patriarcas, héroes y reyes— se añadió la versión de Deuteronomio sobre los orígenes de Israel (Dt 4,45-28,26), la cual, a su vez, influyó en los libros de Josué, Jueces, Samuel y Reyes constituyendo la llamada historia deuteronomística. Por ello la crítica literaria de estos libros se ha centrado en el estudio de la «redacción deuteronomística», basándose en el análisis del solo texto masorético. El presente libro trata de recuperar líneas de investigación marginadas por la corriente que ha dominado la exégesis en las décadas pasadas, por lo que se refiere a la valoración crítica de la versión griega y de sus recensiones, en particular de la corriente textual antioquena y de su reflejo en las versiones filiales de LXX. El estudio de la historiografía y de la historia del antiguo Israel es hoy inconcebible sin tener en cuenta el texto de la edición hebrea traducido en la versión griega.

El breve texto de la Conclusión, «Texto, traducción e interpretación», bien pudiera ser objeto de otro libro que pusiera de relieve en su justa medida el carácter exegético de las variantes textuales, así como la estrecha relación existente entre la historia del texto y la de su interpretación en versiones y comentarios como los conocidos hoy por los manuscritos de Qumrán. En la actualidad la historia de la interpretación incluye la del propio texto hebreo masorético respecto a formas textuales anteriores.

Finalmente añadir que este libro trata sobre la edición de la Biblia hebrea y griega, es decir, del Antiguo Testamento, por lo que no contempla la historia y la crítica del texto del Nuevo Testamento, un campo de investigación hoy muy activo y más cercano a la crítica textual del Antiguo Testamento de lo que se suele pensar. Los escritos del Nuevo Testamento forman parte del mundo inmediatamente anterior al gran corte histórico (the great divide) provocado por las revueltas judías contra Roma entre los años 68 y 135 d.C., que condujo a la fijación definitiva del texto masorético y al olvido de formas textuales anteriores. Las citas que el Nuevo Testamento hace del Antiguo reflejan esta pluralidad textual. Las más significativas, introducidas por la fórmula «como está escrito en...» u otras similares, están tomadas del inicio de una unidad literaria como un salmo o un oráculo profético. Ello significa que el sentido de la cita no se limita al de la frase citada, como si se tratara de la cita de una frase célebre de un autor clásico, sino que la cita bíblica arrastra consigo el conjunto del salmo o del oráculo, haciendo eco a multitud de pasajes y de sentidos conexos. Este punto de enlace entre el Antiguo y el Nuevo Testamento exige un estudio más amplio y profundo.

Este libro es fruto de la investigación realizada en los últimos veinte años tras la publicación íntegra de los manuscritos de Qumrán concluida a comienzos de este siglo. La investigación aquí recogida se ha llevado a cabo en el marco de sucesivos proyectos de investigación y ha estado jalonada por la celebración de varios congresos y seminarios internacionales en torno a las cuestiones debatidas en este libro, organizados en colaboración con Pablo Torijano Morales y Andrés Piquer Otero en el Departamento de Estudios Hebreos y Arameos de la Universidad Complutense de Madrid. Mención especial merecen los titulados After Qumran. Old and Modern Editions of the Biblical Texts (2010) y The Text of the Hebrew Bible and its Editions (2014)11. Mi recuerdo agradecido a cuantos participaron en estos encuentros, así como a los amigos y colegas en los estudios de Qumrán y de la Septuaginta, a quienes fui conociendo y tratando desde los tiempos de estudiante en Jerusalén y a partir sobre todo del congreso internacional sobre manuscritos del Mar Muerto celebrado en El Escorial en 199112, del que surgió la creación de The International Organization for Qumran Studies que ha organizado desde entonces sucesivos congresos en distintas ciudades y universidades europeas. Guardaré siempre los nombres de todos ellos en la mente y en el corazón.

Deseo expresar mi agradecimiento a Alejandro Sierra Benayas, editor y director de la Editorial Trotta, y a su equipo editorial. Un libro sobre la historia y crítica de la edición de la Biblia no puede menos que reconocer y admirar la inmensa y fructífera labor tanto de los escribas antiguos como de los editores modernos.

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1. Julio Trebolle, «Los descubrimientos de Qumrán, sin ánimo de escándalo», en F. García Martínez y J. Trebolle Barrera, Los hombres de Qumrán, Trotta, Madrid, 1993, p. 31.

2.https://www.cell.com/cell/fulltext/S0092-8674(20)30552-3.

3. Marilyn Lundberg (ed.), 3D. Science, Technology, and Textual Criticism, Brill, Leiden, 2022.

4. Lange, 2016-2017, XIII. El último volumen aparecido se titula The Textual History of the Bible from the Dead Sea Scrolls to the Biblical Manuscripts of the Vienna Papyrus Collection, eds. R. A. Clements, R. Fuller, A. Lange y P. D. Mandel, Brill, Leiden, 2023. [Los datos completos correspondientes a las obras citadas de modo abreviado figuran en la bibliografía final (N. del E.)].

5. Se hace referencia indistintamente al libro o a los libros de los Reyes, significando la unidad del conjunto o la división en dos libros, que se impuso en la traducción manuscrita en griego y pasó seguidamente a la hebrea.

6. Johann Gustav Droysen, Alejandro Magno, FCE, México D.F., 2011; William N. Tarn, Hellenistic Civilisation, Arnold, Londres, 1927; Claire Préaux, El mundo helenístico, Labor, Barcelona, 1984, pp. 325-361: «Crítica de la idea de una civilización mixta».

7. Hans Jonas, La religión gnóstica, Siruela, Madrid, 2000.

8. Richter, 1971, 22.

9. Tov, 1992, 177; Íd., 2012, 248.

10. Trebolle, 1989, 25 y 29.

11. H. Ausloos, B. Lemmelijn y J. Trebolle (eds.), After Qumran, Peeters, Lovaina, 2012; A. Piquer Otero y P. Torijano Morales (eds.), The Text of the Hebrew Bible and its Editions, Brill, Leiden, 2017.

12. J. Trebolle Barrera y L. Vegas Montaner (eds.), The Madrid Qumran Congress, Brill, Leiden/Editorial Complutense, Madrid, 1992.

Primera parte

HISTORIA Y MÉTODO

INTRODUCCIÓN

En los dos últimos siglos la ciencia bíblica ha hecho sorprendentes avances en el conocimiento de la historia de la Biblia, de sus fuentes, documentos y tradiciones, en particular de las relativas a los períodos de la monarquía de Israel y de Judá, del exilio en Babilonia y de la restauración en la época persa. Numerosas fuentes directas procedentes de archivos y bibliotecas de Asiria, Babilonia y Egipto, así como infinidad de nuevos datos aportados por incesantes hallazgos arqueológicos, han ampliado el conocimiento de la historia, literatura y religión del antiguo Israel. Sin embargo, tanto la crítica histórico-literaria como los estudios comparativos de las fuentes del antiguo Oriente se han basado sobre el «solo texto hebreo masorético». La investigación sobre los manuscritos de Qumrán ha dado a conocer que en la época helenística los libros bíblicos circulaban en diferentes ediciones. Anteriormente apenas se disponía de fuentes directas sobre este período tachado con frecuencia de tardío e incluso de improductivo y decadente. El período del «Segundo Templo» no ha recibido una atención comparable a la época del «Primer Templo», considerada clásica tanto en la lengua como en la literatura e historia del antiguo Israel. Sin embargo, el proceso de formación literaria de los libros bíblicos a lo largo de unos seis siglos —del siglo IX/VIII al IV/III a.C.— es inseparable del proceso de edición, traducción e interpretación, que se prolongó a lo largo de otros seis siglos, los tres que preceden y los tres que siguen al cambio de era.

En la época helenística se editaron los libros bíblicos y se tradujeron al griego; se inició el proceso de transmisión de su texto, estableció el canon, fijó el texto masorético, inició el largo proceso de recensión de la versión de los Setenta, se desarrollaron diversos métodos exegéticos, y se creó una rica literatura de interpretación y reescritura de los libros bíblicos. En esta época tomó forma el judaísmo clásico y surgió el cristianismo. Sin un adecuado conocimiento de lo sucedido en este largo período de tiempo no es posible conocer adecuadamente lo acaecido en el período anterior.

La crítica bíblica ha operado siempre bajo el supuesto de que no existía más que un único texto hebreo sobre el que se basaron las traducciones antiguas y están fundadas las modernas. Ha predominado por ello la idea de que la versión griega es una especie de targum, que al modo de las versiones arameas traduce y al mismo tiempo interpreta el texto conforme a la exégesis judía de la época. Las discrepancias más significativas de LXX respecto al texto masorético —como las llamadas «misceláneas» de 1 Re 2 y la «versión alternativa» de 12,24a-z— han sido calificadas de «reliquias de la exégesis antigua», que responden a «tendencias» exegéticas de carácter «midrásico». Hoy se tiende, por el contrario, a reconocer que la versión griega no hizo sino traducir un texto hebreo diferente del masorético. Sin embargo, persiste la inclinación a considerar que la versión de los Setenta tradujo una edición hebrea posterior a la masorética.

Este libro traza las grandes líneas de la historia del texto y desarrolla la metodología crítica adecuada para su estudio. Establece vínculos entre campos de estudio y métodos de análisis cuya conjunción resulta especialmente fructífera: por una parte, la investigación sobre los manuscritos bíblicos de Qumrán y sobre la traducción griega de los LXX con sus versiones filiales y, por otra, los métodos de la crítica textual y de la crítica literaria, estrictamente separados en la metodología al uso. La historia y la crítica de fuentes, tradiciones y redacciones deben ser completadas con el método de «historia y crítica de la recensión», la cual se propone colmar el vacío en el que la crítica ha dejado el período de edición y recensión de los textos hebreo y griego en los siglos que precedieron y siguieron al cambio de era.

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UNIDAD Y DIVERSIDAD DEL TEXTO BÍBLICO

Tras la invención de la imprenta la Biblia fue editada en tres formatos y modelos desarrollados en muy pocos años, entre 1514 y 1517: el modelo políglota, el del «texto mejor» y el del «texto crítico». Hoy, cinco siglos más tarde, las nuevas técnicas de edición electrónica y los nuevos conocimientos tras el hallazgo de los manuscritos de Qumrán han impulsado nuevos proyectos y modelos de edición de la Biblia hebrea y griega.

La Biblia Políglota Complutense, editada en los años 1514-1517, inauguró el modelo de edición políglota: reproduce los textos hebreo, griego y latín en columnas correspondientes con una cuarta reservada para el texto arameo del Pentateuco. Este modelo pone de relieve la pluralidad de lenguas y tradiciones textuales que conforman la Biblia. Las políglotas posteriores, la de Amberes editada por Arias Montano (1569-1572) y las de París (1629-1645) y Londres (1657-1669), añadieron nuevas columnas con los textos siríaco, árabe, persa y el hebreo del Pentateuco samaritano.

La primera Biblia rabínica publicada en Venecia en 1517 estableció el modelo de edición basado en el «texto mejor», seleccionado entre los manuscritos hebreos medievales. Hoy se considera que este texto es el de los manuscritos de la familia Ben-Asher, en particular el Códice de Alepo de ca. 980 y el Leningradensis (B 19a), del año 1008-1009. Los judíos conversos que intervinieron en la Políglota Complutense y el también converso Felix Pratensis, quien editó la primera Biblia rabínica garantizaban la continuidad entre la tradición hebrea medieval y las nuevas ediciones renacentistas, cuya tendencia, acentuada más tarde en la Ilustración, era romper con la tradición medieval.

Erasmo había editado en 1516 el Nuevo Testamento conforme a un modelo crítico o ecléctico que se proponía reconstruir «el texto original» o el más próximo posible al autógrafo del autor. Las ediciones de los clásicos grecolatinos han seguido este modelo, al igual que la de la Biblia griega (LXX) y las del Nuevo Testamento hasta la actual de Nestle-Aland (edición vigésima octava).

Desde las ediciones renacentistas era bien sabido que los manuscritos hebreos medievales transmiten numerosas variantes textuales y que las versiones antiguas podían reflejar variantes hebreas respecto al texto hebreo tradicional o masorético. Sin embargo, siempre cabía la posibilidad de atribuirlas a un deficiente conocimiento de la lengua hebrea o a un influjo de la exégesis judía contemporánea en el trabajo de los traductores. Por otra parte, se ha tenido siempre la idea de que los manuscritos hebreos conservados transmiten un texto consonante único, fijado en sus mínimos detalles. Por el contrario, la vocalización y la acentuación del texto según la tradición masorética no han dejado de suscitar reticencias. La crítica moderna ha mantenido un cierto prejuicio contra la tradición masorética, por lo que a la hora de reconstruir los «textos originales» ha despreciado estos y otros elementos de la tradición textual manuscrita1.

Por todo ello a lo largo de los cinco siglos pasados no se consideró posible llevar a cabo una edición crítica y ecléctica de la Biblia hebrea al modo de las ediciones de los textos clásicos o del Nuevo Testamento. Charles François Houbigant (1686-1783) realizó un intento en este sentido en su edición de 1753. Sin embargo, la crítica bíblica moderna comenzó a desarrollarse siguiendo otros derroteros, como los de establecer la autoría, el lugar, la fecha, las fuentes y el sentido original de los libros bíblicos. Surgieron entonces los métodos «histórico-críticos» que combinan la crítica literaria —el estudio de la lengua, las fuentes y la composición de los escritos bíblicos— y la crítica histórica, que establece el valor histórico de tales escritos con la ayuda de la paleografía, la arqueología y la geografía.

La crítica bíblica ha tendido siempre a establecer una distinción neta entre la crítica textual y la crítica literaria. La primera estudia la historia de la transmisión del texto a manos de escribas y copistas, con el propósito de reconstruir el texto «original» (Urtext) o la forma textual más antigua atestiguada por la tradición manuscrita. La crítica literaria estudia por su parte el proceso de formación literaria de un libro bíblico, desde las tradiciones orales y escritas más antiguas hasta su redacción final y la definitiva fijación de su texto. Los métodos de la crítica literaria tuvieron un desarrollo progresivo, desde la crítica de las fuentes, pasando por la de las formas o géneros literarios y de las tradiciones, hasta la crítica de la redacción final. La aplicación de estos métodos en la práctica exegética ha seguido este mismo orden (capítulo 2, «Historia del texto y metodología crítica»).

El reciente estudio de los manuscritos bíblicos y parabíblicos hallados en las cuevas de Qumrán ha modificado radicalmente nuestros conocimientos sobre la historia del texto bíblico en la época helenística o del Segundo Templo. Hoy se sabe que en los tres siglos anteriores a la aparición del cristianismo, los libros bíblicos circulaban en ediciones o formas textuales diferentes y que la versión griega de los Setenta traducía en bastantes libros un texto hebreo diferente del tradicional masorético. Los manuscritos de Qumrán han aportado, además, un número muy considerable de variantes textuales, muchas de ellas reflejadas en la traducción de LXX y en sus versiones filiales, lo cual obliga a reconocer que la historia del texto bíblico es mucho más compleja y variada de lo que cabía imaginar hace pocos años. En consecuencia, apremia replantear sobre nuevas bases la edición y traducción de los libros de la Biblia hebrea y griega y, en general, la práctica de la crítica textual, así como la de la histórico-literaria.

La publicación íntegra de los manuscritos bíblicos de Qumrán ha generado dos nuevos proyectos de edición: la Biblia Hebraica Quinta (BHQ), llamada a reemplazar progresivamente a la Biblia Hebraica Stuttgartensia (BHS), y The Hebrew Bible: A Critical Edition (HBCE) que se presenta como una edición crítica y ecléctica.

Una edición ideal habrá de combinar los tres modelos establecidos en el Renacimiento: por un lado, la edición diplomática del «mejor» manuscrito, que pone de relieve la unidad y la fiel transmisión del texto de la tradición masorética; por otro, la edición crítica del texto más próximo al «original» y, finalmente, la edición «políglota-sinóptica», que pone de manifiesto la pluralidad de textos generada por la existencia de diferentes ediciones de los libros bíblicos, como son las representadas por el texto masorético (TM) y por el original hebreo de la versión de los Setenta (LXX).

I. LENGUAS Y TEXTOS. LAS TRADUCCIONES EN ORIENTE Y OCCIDENTE

El presente libro comienza a partir de los testimonios considerados más tardíos, en principio más distantes de los originales y, en consecuencia, menos fiables, por lo que han sido generalmente marginados o totalmente ignorados en la investigación moderna. Este arranque a partir de lo más reciente se justifica por una de las «normas areales» de la lingüística, según la cual las fases más antiguas de una lengua o de un texto se preservan en las áreas más aisladas, como, por ejemplo, en la isla de Cerdeña, donde el sardo ha conservado palabras latinas como domus, ianua y magnus frente a las innovaciones de las demás lenguas romances, casa, porta, grandis2. Un escritor sardo, Lucífero de Cagliari, es quien nos ha legado extensos fragmentos de la Vetus latina de los libros de Samuel y Reyes. También en zonas aisladas del norte de la península manuscritos de la Vulgata han conservado en sus márgenes lecturas de la Vetus latina. El texto de un palimpsesto borrado para escribir otro encima es la mejor prueba de la marginación del anterior. Tal es el caso del palimpsesto de Viena que conserva porciones de texto de la Vetus latina de Reyes. Los manuscritos sepultados en las cuevas de Qumrán conservan formas textuales hebreas marginadas por la forma masorética que se impuso a las anteriores. En la historia textual y literaria de los textos bíblicos se produce un fenómeno denominado «reacción de sustrato», por el que todo sustrato textual o literario ejerce continua presión sobre sus adstratos y superestratos, de modo que se producen corrimientos y superposiciones entre unos y otros, especialmente en los puntos en los que entran en contacto. Con frecuencia se compara la formación de los libros bíblicos con la superposición de estratos arqueológicos en un tell, de modo que los inferiores quedan sepultados y «sellados» bajo los más recientes, inactivos y vírgenes hasta que la paleta del excavador los descubre. Sin embargo, esta comparación sería más adecuada por referencia a los estratos geológicos que emergieron en el pasado a la superficie en terremotos o fenómenos volcánicos, a cuyo estudio se dedican los geólogos con el fin de conocer la historia de la formación de la corteza terrestre.

Martin L. West, editor de la Ilíada, compara los problemas de editar a Homero con los de la edición de la versión de los Setenta y llama la atención sobre «la importancia de tener siempre en cuenta la historia completa de la transmisión, en tanto es conocida o puede ser plausiblemente hipotetizada: un problema que se manifiesta en una fase tardía de la tradición puede en ocasiones encontrar su solución en una fase temprana»3. Así, las versiones antiguas de la traducción griega de LXX constituyen una fase tardía de la tradición textual bíblica que refleja todo el proceso anterior de edición, recensión y transmisión de los textos hebreos y griegos.

El valor de estas versiones radica en el hecho de que traducen un texto griego antiguo, anterior a las recensiones que afectaron a la versión de los Setenta. Por otra parte, las versiones antiguas constituyen testimonios independientes del texto antiguo de LXX u Old Greek, pues desde un principio, o en todo caso a partir del siglo IV, no tuvieron contacto entre ellas, por lo que no pudieron contaminarse o influir unas en otras.

La Biblia fue políglota desde sus orígenes: escrita en hebreo, leída en el arameo de la época, y traducida muy pronto al griego y al arameo. Era también pluritextual, como muestran los manuscritos de Qumrán y como reflejaba la edición de Orígenes en seis columnas (hexapla) con los diferentes textos en hebreo y griego.

Una edición políglota de la Biblia integra lenguas de los tres grandes pueblos —semitas, jafetitas y camitas— divididos «según sus lenguas» conforme al «mapa de las naciones» del Génesis (cap. 10). Recoge los textos hebreo, arameo y siríaco de los semitas; el griego, el latín y el armenio de los jafetitas, y dos lenguas de pueblos camitas: el copto y el etiópico o afrosemítico, lengua semítica de un pueblo camita.

La Biblia se desarrolló en un contexto plurilingüe antes y después del exilio de Babilonia en el año 587 a.C. El mapa lingüístico de Palestina en torno al cambio de era se caracterizaba por un acentuado pluralismo lingüístico. En Jerusalén y en Judea se hablaba preferentemente el hebreo, con el arameo como segunda lengua. A mediados del siglo II a.C., tras el triunfo de la revuelta nacionalista de los macabeos, la lengua hebrea conoció un renacimiento, reflejado en la copiosa literatura en hebreo de esta época (Ben Sira, Jubileos, Testamento de Neftalí, escritos de la comunidad de Qumrán, etc.). En la zona costera mediterránea y en la región de Galilea se hablaba con preferencia el arameo, con una cierta preponderancia sobre el griego. En los períodos de la Misná y del Talmud las lenguas de referencia para el estudio de la Biblia eran el hebreo misnaico y el arameo. El influjo del griego se hacía notar en el uso de términos técnicos, en particular de instituciones sociales y religiosas.

La Biblia fue desde muy pronto una «Biblia traducida», antes incluso de que se pudiera hablar de «la Biblia» como conjunto de libros que integran el canon bíblico. Tan pronto como a finales del siglo II d.C. se hubo constituido la Biblia cristiana —Antiguo y Nuevo Testamento—, comenzó a ser traducida a las principales lenguas de la Oikoumene, trastocando el sentido originario de este término que pasó a incluir también a pueblos hasta entonces considerados «bárbaros». La historia de la Biblia griega —de la difusión, revisión y traducción de sus textos— es un reflejo de la historia del cristianismo en sus primeros siglos y, en particular, de las iglesias y patriarcados de Egipto, Siria, Armenia, Georgia y de la metrópoli bizantina. Ello es tan cierto que la crítica textual del Nuevo Testamento enlaza hoy los estudios del Nuevo Testamento con los dedicados al cristianismo bizantino4. La historia de la Biblia griega es la de su relación con la Biblia hebrea y, por ello mismo, es también la historia de las relaciones entre el judaísmo y el cristianismo en los siglos fundacionales de uno y otro, unas relaciones que eran más estrechas de lo que se tiende a reconocer.

La versión del Pentateuco al griego fue realizada según la Carta de Aristeas a comienzos del siglo III a.C. Algunos papiros de LXX y los fragmentos griegos de la Torah hallados en Qumrán avalan esta fecha. El texto hebreo elegido para la versión de LXX gozaba entonces de la autoridad requerida para una traducción oficial, impulsada por la autoridad egipcia. A lo largo del período helenístico se fueron traduciendo los demás libros hasta formar la Biblia griega.

El proceso de traducción de la Biblia griega siguió líneas muy diferentes en el Este y en el Oeste. Los procesos anteriores de helenización del Oriente y de latinización del Occidente determinaron dos vías diferentes de aculturación de la Biblia entre los pueblos situados dentro y fuera de los limes del Imperio5. La Biblia comenzó a difundirse por un Occidente muy latinizado, hasta el punto de que las lenguas de los pueblos autóctonos se encontraban ya en proceso de extinción. Llegó a Roma a través del griego, aunque el fondo de la cultura de los pueblos de Italia, la Galia e Hispania era latino. A finales del siglo II los cristianos de estas zonas utilizaban ya el latín y a mediados del siglo III únicamente el latín. La Galia celta dejó de existir después de César, por lo que la Biblia no llegó a ser traducida a la lengua celta. La península ibérica estaba todavía más latinizada que la Galia, de modo que la Biblia no fue traducida a las lenguas ibéricas.

La versión de la Biblia al latín no se llevó a cabo en Roma, como cabría esperar, sino en el norte de África, donde, a pesar de la difusión de la lengua púnica, la Biblia nunca fue traducida a esta lengua. La versión gótica de mediados del siglo IV fue la primera de las traducciones a las lenguas de los pueblos situados en las fronteras septentrionales del Imperio. Para ello fue necesario crear previamente el correspondiente alfabeto gótico. Hasta una época muy tardía la Iglesia cristiana no utilizó las lenguas germánicas. La Bretaña fue latinizada de forma superficial y en una época también tardía. Las consecuencias de la escasa latinización de estas tierras y pueblos se hicieron sentir en el siglo XVI, cuando el protestantismo promovió la versión de la Biblia a las lenguas vernáculas, al inglés y alemán de modo particular, como reacción a la hegemonía del latín y de la Vulgata.

El cristianismo se difundió por el Oriente a través de la versión de la Biblia griega y de sus traducciones a las lenguas de los pueblos situados en los limes del Imperio romano-bizantino: siríaco, copto, etiópico, armenio y georgiano. La lengua siríaca y la versión Peshitta, realizada probablemente a mediados o finales del siglo II d.C., fueron determinantes para la expansión del cristianismo hacia el Oriente hasta Asia Central y China. El influjo de la Peshitta alcanzó a las versiones armenia, georgiana y etiópica. Traduce con razonable literalidad un texto hebreo que no difiere apenas del masorético. La versión siro-hexaplar, basada en las Hexapla de Orígenes, fue obra de Paul de Tella en torno a los años 615-617. En el siglo VII Jacobo de Edessa llevó a cabo una traducción que intenta conjuntar la tradición de la antigua Peshitta con la autoridad del texto griego de los Setenta6.

La traducción al copto se inició a finales del siglo II cuando la lengua copta pasó de la fase oral a la escrita a partir justamente de la traducción de la Biblia. El copto desarrolló siete formas dialectales. Se conservan secciones de la Biblia en seis de estos dialectos. El sahídico es el más importante para el estudio de las primeras versiones. La versión bohaírica, realizada posiblemente en el siglo IV, desplazó progresivamente a las demás. Todas ellas se basan sobre el griego de los Setenta7. La versión al etiópico se inició posiblemente a mediados del siglo IV o poco después a partir del texto griego de LXX. La tradición manuscrita, posterior al siglo XIII, muestra un texto mixto. Para la traducción al armenio, realizada a comienzos del siglo V, se hubieron de forjar los correspondientes caracteres de escritura. Fue realizada sobre un texto griego o siríaco, revisado posteriormente conforme a la recensión hexaplar. La versión georgiana fue realizada a lo largo de varias épocas a partir de textos griegos o siro-armenios.

No parece haber existido una versión al árabe anterior a la aparición del islam. Las versiones de algunos libros bíblicos realizadas a partir de originales siríacos tienen interés para la historia de la Peshitta, así como de la interpretación bíblica en relación con el islam. Las antiguas versiones al árabe de algunos libros apócrifos o pseudoepígrafos conocidos únicamente a través de un único texto siríaco o de fragmentos en griego o en siríaco contribuyen en ocasiones a un mejor conocimiento de tales obras, como es el caso del apocalipsis de Baruc, la carta de Baruc y 4 Esdras8.

El permanente enfrentamiento y el definitivo cisma entre Bizancio y Roma, entre Oriente y Occidente, condujo a la separación lingüística entre dos mundos que se creían hegemónicos, el de habla griega y el de habla latina. La intensa latinización de Occidente y la difusión de la Vulgata impidieron por mucho tiempo que proliferaran las traducciones vernáculas y, en consecuencia, las herejías nacionales. Por el contrario, la pluralidad lingüística del Oriente contribuyó a la división de la Iglesia cristiana en iglesias nacionales, dotadas de la correspondiente traducción de la Biblia a sus lenguas respectivas. Desde finales del siglo IV las lenguas nacionales desarrollaron literaturas propias a expensas de la lengua griega, de modo que el helenismo se vio amenazado por los nacionalismos lingüísticos. El intento por Juliano el Apóstata de reavivar un helenismo integral constituyó una empresa desesperada. Hasta comienzos del siglo V la separación lingüística en Siria entre greco- y siro-parlantes no parece que fuera un obstáculo para la unidad de la fe cristiana en esta zona. Sin embargo, en el año 424 las iglesias persas proclamaron su autonomía, encerrándose en un nestorianismo intransigente y las demás iglesias de lengua siríaca se adhirieron al monofisismo. A partir de entonces la ortodoxia o la heterodoxia de una iglesia venían determinadas por su pertenencia al grupo lingüístico griego o siríaco y a las correspondientes traducciones.

En Occidente se repitió de alguna manera esta historia siglos más tarde, cuando las lenguas y literaturas romances alcanzaron suficiente desarrollo y se crearon los Estados nacionales a finales de la Edad Media. Hasta entonces el latín y la Vulgata habían garantizado la unidad de la Iglesia latina, pero el Renacimiento y la Reforma cuestionaron la primacía de la Vulgata