El puerto de Dénia y el destierro morisco (1609-1610) - Manuel Lomas Cortés - E-Book

El puerto de Dénia y el destierro morisco (1609-1610) E-Book

Manuel Lomas Cortés

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Beschreibung

En 1609 se inició por orden de Felipe III el proceso de expulsión de los moriscos valencianos. Esta obra aborda el desarrollo que esta operación tuvo en Denia y el distrito de embarque que le fue asignado por influencia de su señor, el duque de Lerma. Además ofrece al lector una exposición cronológica detallada de los acontecimientos desarrollados en el puerto de Dénia.

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Seitenzahl: 644

Veröffentlichungsjahr: 2011

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EL PUERTO DE DÉNIA Y EL DESTIERRO MORISCO (1609-1610)

Manuel Lomas Cortés

UNIVERSITAT DE VALÈNCIA

Esta obra ha obtenido la IX Beca d’Investigació de l’Ajuntament de Dénia (2005) con un jurado integrado por Pau Reig i Pérez, Vicent Ramon Baldaquí Escandell, Salvador Salort i Vives, Joseba Rodríguez Aizpeolea y Rosa Seser Pérez.

Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, ya sea fotomecánico, foto­químico, electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el per­miso previo de la editorial.

© Del texto: Manuel Lomas Cortés, 2009

© De esta edición: Ajuntament de Dénia y Universitat de València, 2009

Coordinación editorial: Maite Simón

Corrección: Pau Viciano

Realización ePub: produccioneditorial.com

Cubierta:

Ilustración: Vicent Mestre, Embarque de los moriscos en el puerto de Denia (1612-1613).

Col. Bancaja

Fotografía: Juan García Rosell

Diseño: Celso Hernández de la Figuera

ISBN: 978-84-370-7320-0

A Elodia Sanchis Siscar

ÍNDICE

PORTADA

PORTADA INTERIOR

CRÉDITOS

DEDICATORIA

INTRODUCCIÓN

I. LA VILLA DE DÉNIA Y LOS PREPARATIVOS DE LA EXPULSIÓN

1. VILLA, PUERTO Y PARTIDO

1.1 Dénia a comienzos del siglo XVII

1.2 La elección de Dénia como puerto de embarque

1.3 El distrito morisco de Dénia

2. LA JUNTA DE VALENCIA Y LA FINALIZACIÓN DE LOS PREPARATIVOS EN DÉNIA

2.1 La llegada de los mandos y el inicio de las reuniones

2.2 Reunión y despliegue de las escuadras

2.3 Don Cristóbal Sedeño

2.4 La elección de los comisarios

II. EL EMBARQUE DE LOS MORISCOS

1. PRIMEROS PASOS DE LA EXPULSIÓN

1.1 El edicto de expulsión

1.2 El desembarco del tercio de Nápoles y la ocupación del territorio

2. EL EMBARQUE INAUGURAL

2.1 Don Carlos de Borja y los moriscos del estado de Gandia

2.2 Reunión y partida

2.3 ¿Transporte real o flete privado?

2.4 La salida de la escuadra real

2.5 El abandono de las aljamas

2.6 Finalización y recuento del primer embarque

3. LA SEGUNDA EMBARCACIÓN

3.1 Los moriscos del seis por ciento

3.2 El traslado de la escuadra de España

3.3 La barcada del marqués de Santa Cruz

3.4 El aumento de los contratos de flete

4. LA BARCADA DE NOVIEMBRE

4.1 Tercer embarque en las galeras de Nápoles

4.2 Progresión de los mercantes

III. LA REBELIÓN DE LAGUAR

1. EL INICIO DE LA REVUELTA

1.1 Pánico en las aljamas

1.2 ¿Rebelión o rumor?

1.3 Avisos de Guadalest

1.4 El alzamiento de Xaló y Laguar

2. PRIMEROS PASOS PARA LA SOLUCIÓN DEL CONFLICTO

2.1 El problema de las competencias militares

2.2 La movilización de la Milicia Efectiva

2.3 Reorganización defensiva de la villa y distrito de Dénia

2.4 Consideraciones previas a la salida de don Agustín

3. LA CAMPAÑA DE LA SIERRA

3.1 Desplazamiento de la rebelión de Guadalest

3.2 El socorro de Murla

3.3 Despliegue militar y primeros intentos de negociación

3.4 La extinción de los focos rebeldes de Tàrbena y La Serella

3.5 La llegada de don Sancho y la destrucción del aparato logístico rebelde

3.6 Las primeras capitulaciones de rendición

4. LA DERROTA DE LOS REBELDES

4.1 Distribución de las tropas reales

4.2 El rebato de la Milicia

4.3 Disposición de las fuerzas rebeldes y la toma del castillo de Las Azabaras

4.4 El asalto de la sierra y la batalla por el llano de Garga

4.5 La rendición

4.6 El embarque de los rebelados

IV. DINERO, PERTRECHOS Y SOLDADOS

1. LA FINANCIACIÓN DE LAS GALERAS Y EL CONCIERTO DE FLETES REALES

1.1 Primeras partidas

1.2 Situación económica de la escuadra hasta el primer embarque

1.3 Abastecimiento de las galeras durante el embarque de los moriscos

1.4 El concierto de fletes

2 EL SOCORRO DEL TERCIO DE NÁPOLES Y LAS CONSIGNACIONES ESPECÍFICAS

2.1 Prevenciones para la paga del ejército

2.2 Suministro de pertrechos y socorros durante la rebelión de Laguar

2.3 Las asignaciones de la Milicia Efectiva

V. PRESENCIA MORISCA TRAS LA EXPULSIÓN

1. LA CLAUSURA OFICIAL

1.1 La invernada de la escuadra y la actividad militar en el puerto de Dénia durante la campaña de 1610

1.2 Los esclavos

1.3 Festejos y reconocimientos

2. EL PERFECCIONAMIENTO DE LA EXPULSIÓN

2.1 La pervivencia de niños y mujeres

2.2 Los manifestados

2.3 La salida del seis por ciento

CONCLUSIONES

BIBLIOGRAFÍA

APÉNDICE

INTRODUCCIÓN

A partir de septiembre de 1609, y a lo largo de prácticamente un año, la villa de Dénia se vio comprometida por los acontecimientos derivados del inicio de la expulsión de los moriscos. Este proceso, que seguramente conforma junto a la Tregua de los Doce Años los dos sucesos políticos más destacados del reinado de Felipe III, gozó de gran reconocimiento entre sus contemporáneos.[1] La aparición de crónicas y relatos sobre el destierro morisco fue constante a partir de aquellos años y hasta la finalización del reinado, y aunque más tarde esta producción decaería, han abundado desde entonces los estudios que han abordado en mayor o menor medida la cuestión. Desde los escritos revisionistas del XVIII, centrados en buscar un origen para la crisis económica, pasando por el nuevo auge decinonómico o los primeros estudios científicos de mediados del XX, la expulsión ha tenido una suerte diversa, pero adoleciendo siempre del mismo problema. La falta de una explicación general, centrada en el análisis de los diferentes aspectos constitutivos del proceso, siempre se ha perdido en favor del estudio de elementos concretos, ya fueran biografías personales, el desarrollo político de los acontecimientos o el recuento aproximado de los expulsados. Esta circunstancia ha estado sin duda motivada por el enorme volumen de documentación y las numerosas implicaciones del proceso, que siempre han complicado en exceso la determinación a realizar un estudio completo. El análisis exhaustivo de las diferentes expulsiones ejecutadas contra los moriscos entre 1609 y 1614 todavía está lejos de materializarse, pero en todo caso es posible realizar ejercicios de aproximación a una explicación general, a partir del estudio de segmentos temporales concretos localizados sobre regiones bien determinadas.

Este intento de definición es la base sobre la que planteamos la elaboración del presente estudio, que se centra en analizar el desarrollo de la expulsión en el ámbito concreto del distrito morisco de Dénia, uno de los tres en que fue dividido el territorio valenciano como paso previo al inicio del destierro. La significación de este espacio es especialmente revelante. El embarque que sirvió como viaje inaugural se dio a través de su puerto, que acabó por convertirse, tras sucesivos traslados, en la principal plataforma de salida de moriscos en volumen de personas. Auténtico referente de la acción política y la gestión de los embarques, el puerto de Dénia adquirió desde el primer momento un papel protagonista en la expulsión, aupado primero por los intereses del duque de Lerma y sancionado más tarde por el propio desarrollo de los acontecimientos. La rebelión que tuvo lugar en sus límites, y la larga permanencia del tercio y las galeras de Nápoles, son otros elementos a tener en cuenta, y que acaban por perfilar un mosaico rico en matices y posibilidades. La toma de decisión, los diferentes factores que intervinieron en ella, el formidable teatro de preparativos que se siguió, las deliberaciones previas, los embarques, los hechos de la rebelión y los problemas administrativos derivados, son algunos de los procesos que probaremos a caracterizar, tomando siempre como sujeto e hilo conductor la villa de Dénia y su distrito, sin dejar en todo caso de observar la evolución general de la expulsión como marco fundamental para un mejor conocimiento de los factores que incidieron en ella.

La expulsión de los moriscos fue un proyecto elaborado y ejecutado bajo el estricto control de los consejos centrales de Felipe III, hecho que repercute en gran medida en el origen de las fuentes documentales que todavía hoy se conservan para su estudio. No debe por tanto extrañarnos la casi total ausencia de noticias relacionadas con la expulsión que aterosan los fondos del Archivo Municipal de Dénia. La buena sintonía entre las autorizades municipales y los mandos militares asentados en la villa evitó las disputas, y ello se traslada negativamente a unos registros donde sólo emergen contados datos que hacen referencia a pequeñas trifulcas por el control de algunas parcelas de poder. Algo muy similar ocurre al profundizar en el estudio de las series del Archivo del Reino de Valencia. Unas pocas noticias, por lo demás dispersas, nos hablan de comisiones encargadas a los alguaciles reales en el distrito, de pequeños gastos y de alguna queja sorda, que difícilmente se pueden articular sin contar con la estructura que aporta la documentación del Archivo General de Simancas, en este sentido muy rica y abundante.

El cuerpo central de nuestro discurso está elaborado a partir de los fondos de dos de las secciones principales de este último archivo, esto es, las de Estado y Guerra Antigua. En las primeras se encuentra un gran volumen de correspondencia original remitida por los principales encargados del proceso, y los acuerdos a los que llegó el Consejo de Estado de acuerdo con los informes que contenían. Estas referencias son claves no sólo para delimitar un marco general, sino también para aclarar todo tipo de cuestiones. Esta información ha sido en gran parte utilizada en los estudios que hasta el momento se han hecho de la expulsión, pero tiene una grave carencia derivada de las competencias originales del Consejo. La administración y gestión financiera de la expulsión, así como el mantenimiento de los tercios y las escuadras reales, no dependía de este organismo, sino del Consejo de Guerra. La consulta de estos fondos, en relación a la expulsión, no se había llevado a cabo hasta el momento, pese a que tienden a dilucidar y poner en relación una parte muy significativa de datos inconexos contenidos en Estado. El discurso se enriquece así gracias a la complementariedad de ambas secciones, pero el aspecto económico de muchas cuestiones planteadas por el Consejo de Guerra genera igualmente una gran cantidad de dudas si no se profundiza en las derivaciones administrativas de la expulsión, esto es, en la gestión del dinero. Recientemente catalogadas, todavía sobreviven en el Archivo General de Simancas las cuentas del destierro. Elaboradas por el pagador Diego Ferroche y conservadas en los fondos de la Contaduría Mayor de Cuentas, estas relaciones contienen una gran cantidad de información derivada del pago de libranzas, que nos permiten ampliar todavía más la visión que hasta hoy teníamos de los embarques y la rebelión morisca. Clave para entender el pago del ejército y sus problemas derivados, estas cuentas aportan luz sobre aspectos desconocidos de la expulsión, aunque para conseguir perfilar por completo esta materia –y en el caso concreto del distrito de Dénia–, se ha hecho imprescindible el estudio en los archivos italianos.

Las tropas y galeras que se encargaron que ejecutar el destierro morisco en el partido de Dénia provenían del Reino de Nápoles. Su administración y mantenimiento no dependía de los consejos centrales, sino de las instituciones propias de aquel virreinato. Por este motivo el estudio en profundidad de estas unidades pasaba por la consulta de los fondos del Archivio di Stato di Napoli. En él se conservan los registros de la Regia Camera della Sommaria –organismo del cual dependía la administración militar napolitana–, pero la destrucción parcial del archivo en 1943 ha dejado en todo muy pocas opciones de trabajo.[2] Dentro de la Scrivania de Razione, fundamental para el estudio de los salarios, la serie de órdenes reales del ramo militar ha desaparecido hasta 1619, y lo mismo ocurre con los registros contables, que no se inician hasta 1623. Por fortuna el primer legajo correspondiente a los billetes originales emitidos por el virrey comienza en 1609. Parcialmente quemado, este lelajo y los sucesivos aportan noticias valiosas sobre los problemas que a nivel administrativo planteó la larga estancia del Tercio y la escuadra en Dénia, aunque no permiten un estudio en profundidad.

El Archivo de la Corona de Aragón también contituye una pieza clave para el estudio específico de la expulsión a través del puerto de Dénia. Esto se debe a la adquisición de un legajo que contiene la documentación privada de don Cristóbal Sedeño que, como gobernador y procurador general del marquesado, sirvió el oficio de comisario de embarque durante los traslados. Perteneciente a la serie de Adquisiciones, depósitos y donaciones menores, este legajo contiene una gran cantidad de información, sin la que se hubiera hecho imposible perfilar la realidad de la expulsión en este ámbito. Su valiosísima lista alternativa de embarques, pero no sólo ella, aporta datos de primer orden que ayudan al estudio crítico de otras fuentes y completan las noticias que se tenían hasta el momento. La función que este legajo cumple para el análisis de la vertiente naval del destierro es en gran parte asumida, en sus aspectos terretres, por la magnífica crónica que legó Gaspar de Escolano. Nunca reivindicada como se merece, esta obra sigue siendo fundamental para el conocimiento de los hechos acaecidos durante la rebelión de Laguar. Su comparación con los datos contenidos en la documentación oficial evidencia una gran honestidad y exactitud a la hora de recoger y anotar estos acontecimientos, por lo que su estudio tiene un gran peso en una parte determinada de este estudio, que también recoge datos fragmentarios del Archivo Histórico Nacional –relativos a algunas parcelas concretas de la administración ordinaria del reino– y el Archivo Ducal de Medinaceli –sobre todo basados en la gestión patrimonial que el duque de Lerma ejerció durante la expulsión sobre el marquesado de Dénia–.

Este trabajo ha sido realizado en el marco del IX Premio de Investigación del Ayuntamiento de Dénia concedido en abril de 2005. El esquema original presentado a concurso se titulaba La expulsión de los moriscos en la Marina Alta, y pretendía analizar este proceso en los límites exactos de Dénia y su comarca. Esta idea dio paso a la necesidad de estudio de todo el distrito morisco que se englobaba en este territorio, por motivos de lógica histórica y documental. En cualquier caso conserva en gran medida el trazado y división de capítulos contemplado inicialmente. Su elaboración ha sido también facilitada por otras ayudas institucionales. La concesión de una beca de investigación predoctoral adscrita al Departamento de Historia Moderna de la Universitat de València para el período 2004-2008, entidad que, junto al Dipartamento Discipline Storiche «Ettore Lepore» de Nápoles, me facilitó los recursos para la estancia en Italia, ha supuesto un impulso clave para la elaboración de este proyecto, así como también los importantes recursos recibidos del proyecto de investigación del Ministerio de Educación y Ciencia «El Reino de Valencia en el marco de una Monarquía Compuesta: un modelo de gobierno y sociedad desde una perspectiva comparada», (Código HUM 2005-05354) financiado con fondos FEDER. Sin todas ellas este trabajo no hubiera podido llevarse a cabo.

Fondos de Archivo

AGS Archivo General de Simancas

Es. Sección Estado. Legajos 213, 214, 215, 216, 217, 218, 219, 220, 224, 225, 227, 228-1, 228-2, 243, 246, 1434, 1889, 1932, 1298, 1105, 1163, 1886, 2638b, 2639.

Ga. Guerra antigua. Legajos 714, 721, 725, 726, 727, 738, 739, 742, 743.

CMC. Contaduría Mayor de Cuentas, 1.ª época, 1840.

MPD. Mapas, planos, Dibujos, VII.

AMD Archivo Municipal de Dénia

ADM Archivo Ducal de Medinaceli

AH Archivo Histórico, 55, 56, 57, 256.

AHN Archivo Histórico Nacional Consejos, 2402E.

ASN Archivio di Stato di Napoli

SV-VO. Segretaria dei vicerè. Viglieti originali. 1, 3.

ACA Archivo de la Corona de Aragón

DV. Diversos Varia 30, volumen 5.

ARV Archivo del Reino de Valencia

Cancillería, 1363.

Cartas a los virreyes, carpeta 110.

Mestre Racional, Comptes d’administració, 216.

[1] En palabras de Fray Juan de Salazar, la expulsión sería la única empresa por la Felipe III fue digno de «eterna alabanza y su nombre de perpetua memoria», Política Española (Madrid), 1997 (1.ª ed. Madrid, 1619), p. 35.

[2] Jole Mazzoleni: Le fonti documentarie e bibliografiche dal sec. X al XX (Convertate presso l’Archivio di Stato di Napoli), 2 tomos, Nápoles, 1978, tomo I, pp. 105-108 y 245-246. La magnitud de la pérdida sufrida se puede evaluar consultando el catálogo anterior al desastre. Francesco Trinchera: Degli archivii napolitani, Nápoles, 1995 (1.ª ed. Nápoles, 1872).

I. LA VILLA DE DÉNIA Y LOS PREPARATIVOS DE LA EXPULSIÓN

La expulsión de los moriscos, que tan profundo significado habría de tener para la villa de Dénia y su puerto, fue una decisión política que tanto en su gestación como en su posterior organización, tuvo múltiples implicaciones que afectaron a la mayoría de los territorios que conformaban las posesiones de la Monarquía Hispánica en espacio europeo a la altura de 1609. La política de paces con Francia e Inglaterra, la reorientación de la política hispánica del norte de Europa hacia en Mediterráneo, la falta de resultados por los que atravesaba la Corona en política exterior y, sobre todo, la cercanía del acuerdo en Flandes, eran factores que en forma de presión influían sobre la monarquía y la empujaban a tomar una decisión que calmara los ánimos, atenuara las críticas y permitiera alcanzar los objetivos ideológicos marcados desde el comienzo del reinado. Lo cierto es que con el inicio de las conversaciones de paz en Flandes la monarquía se hallaba ante un grave problema político. La dificultad para articular un discurso que justificara política e ideológicamente este acuerdo se presentaba complicada y se unía al desgaste que, los sucesivos fracasos militares, provocaban a su prestigio.[1] Hacía falta encontrar una respuesta a las críticas que venían sucediéndose, y que al mismo tiempo reportara un gran éxito que pudiera ser explotado políticamente. La tregua en el norte parecía abrir una nueva etapa en la que, superadas las cargas políticas heredadas del reinado anterior, por primera vez se tenía la oportunidad de construir una estrategia distinta, un ideario diferente nacido de una nueva monarquía que tenía sus propias prioridades y necesidades.[2] En un momento en que el gobierno impuesto por el duque de Lerma comenzaba a dar sus primeros signos de debilidad,[3] la expulsión de los moriscos nacería como la gran apuesta de aquella nueva política, desafío peligroso que tenía muchos signos de una huida hacia adelante.

El viejo problema de la pervicencia de los moriscos en el territorio hispánico[4] volvió a cargarse así de contenido,[5] en un momento de especial trascendencia política. Aceptado el expediente del destierro, cabía diseñar una estrategia que permitiera afrontar con solvencia el proyecto, para el cual acabó por decidirse la participación de todas las fuerzas militares disponibles en la península Ibérica y el espacio mediterráneo. Esta y otras decisiones serían perfiladas en la importante sesión del Consejo de Estado celebrada el 4 de abril de 1609, fecha en la que curiosamente sería firmada en Flandes la tregua con los rebeldes holandeses. En esta reunión se sentarían las bases del fuerte carácter ideológico con el que nacía el proyecto de expulsión. La más importante de las empresas llevada a cabo por la única monarquía que era verdadera garante de la Cristiandad –según se afirmaba en el acta de su resolución final–, o el proyecto que debía dejar en nada la conquista de Argel, según palabras del comendador mayor de León, son expresiones que nos hablan de la necesidad perentoria de la monarquía por lograr una gran victoria, y de los primeros pasos de una elaboración propagandística que debía cifrar en la expulsión el mayor triunfo nunca conseguido por la Corona. La expulsión era pues la gran respuesta ideológica, el primer acto de una nueva orientación política que había de reportar nuevo prestigio y reputación a la monarquía, y más allá de todo eso la apuesta personal de un monarca, Felipe III, y su valido, el duque de Lerma. Ahora bien, decidido que la expulsión comenzaría por Valencia, y que debía llevarse a cabo antes de finalizar aquel año, no había tiempo que perder. Con los principales proyectos de la monarquía para 1609 ya en marcha, y prácticamente a boca del verano, los preparativos de la expulsión tendrían que trastocar necesariamente los planes trazados hasta el momento, y reorganizar la estrategia global que ya se había marcado para aquella campaña. De acuerdo con esta resolución y durante la primavera de aquel mismo año, fueron cursadas órdenes de movilización en Lombardía, Liguria, Nápoles y Sicilia, obligando así a una revisión de las estrategias militares en el espacio italiano que afectó a los diferentes proyectos y campañas que se ejecutaban en aquellos territorios.[6] Algo muy similar ocurriría en Portugal y Castilla,[7] donde de forma paralela serían reunidas y desplegadas la totalidad de las fuerzas navales encargadas de la vigilancia del tráfico marítimo y la seguridad de las costas peninsulares.

De esta forma y con gran secreto, la gran mayoría de los peones de la monarquía en el Mediterráneo se afanaron en cercar sigilosamente el Reino de Valencia a lo largo de los meses de verano, mientras en la Corte todavía se debatía la estrategia que se iba a adoptar para la expulsión. Todos aquellos preparativos se habían ordenado sobre una base estratégica muy precaria, donde los únicos principios que habían quedado bien fijados eran la necesidad de reunir el mayor número posible de recursos, y que la expulsión se iniciara por Valencia. Pero aparte de este esquema tan básico, a mediados de abril todavía no se había comenzado a concretar lo que en aquel momento no era más que un conjunto más o menos coherente de propuestas. De este modo y si verdaderamente se quería propiciar la expulsión en los plazos que se habían marcado, quedaba una ardua tarea por delante. El trabajo consistía en materializar en propuestas concretas todas aquellas sugerencias que habían sido recogidas por el Consejo de Estado, con el fin de elaborar un proyecto que señalara fechas concretas, las formas de financiación, el reparto de responsabilidades o la estrategia general que debían seguir aquellos que fueran designados para ocuparse de la expulsión. Pero toda esta tarea no recayó directamente sobre el Consejo de Estado –que al parecer sólo se ocupó de realizar un seguimiento de las decisiones que se tomaban–, sino sobre el duque de Lerma. Ayudado por los diferentes secretarios de Estado y Guerra, el valido se encargó de repartir las primeras órdenes y negociar personalmente la adquisición de fondos a través del comisario general de la Cruzada.[8] La principal dificultad estribaba en conseguir coordinar de manera satisfactoria el enorme entramado administrativo en el que ya se estaba convirtiendo la expulsión. Que todas las fuerzas estuvieran reunidas en las fechas señaladas y que pudieran aportar su ayuda al proceso de expulsión, era un objetivo que cada vez se veía más difícil de alcanzar, sobre todo después de recibir las primeras noticias de Italia, que auguraban importantes retrasos en la llegada de las escuadras. En cualquier caso el duque continuó con los preparativos según los planes previstos, y así entre abril y mayo se dio la orden para que todos aquellos oficiales que sirvieran cargos en las las armadas y no estuviesen en sus puestos lo hicieran inmediatamente. Las designaciones del marqués de Villafranca como responsable de la organización naval, y de don Agustín Mexía como jefe de las operaciones en tierra se sucederían de inmediato.

Con los monarcas trasladados a Segovia, entre finales de julio y primeros de agosto se darían los últimos pasos de la fase de preparación de la expulsión. Lejos de las miradas indiscretas y el bullicio de Madrid, Felipe III y el duque de Lerma celebraron una última serie de reuniones previas a la salida de los mandos. En ellas se decidió finalmente la inclusión –dentro del organigrama de la expulsión– de don Luis Carillo, marqués de Caracena y virrey de Valencia, y del arzobispo don Juan de Ribera, que junto al marqués de Villafranca y don Agustín Mexía se integrarían en la denominada Junta de Valencia, organismo elegido para decidir sobre el terreno la administración diaria de la expulsión. Acto seguido serían redactadas sendas cartas con instrucciones precisas para cada uno de los mandos militares y civiles de la operación, que fueron firmadas por el rey el 4 de agosto. El duque de Lerma todavía celebraría nuevas reuniones con Agustín Mexía, pero las grandes decisiones estaban ya tomadas. Lo cierto es que hasta ese momento se había conseguido disimular a la Corte el proyecto de expulsión,[9] aunque la salida casi conjunta hacia Valencia de Villafranca y Mexía acabaría por levantar las primeras sospechas, todavía no bien dirigidas.

Que la posición política del duque de Lerma dentro de la Corte podía depender en buena medida del éxito de la expulsión, es un factor que habría de ponerse en consideración en próximas investigaciones, pero por encima de este elemento también existía una motivación de tipo personal. Antes de ser duque de Lerma don Francisco de Sandoval y Rojas había ostentado el marquesado de Dénia como primero de sus títulos, y en la designación del puerto de esta villa para la expulsión jugaban elementos tales como la significación y el prestigio personal que éste poseía en la Corte. Pero más allá de estas cuestiones, lo cierto era que el puerto de Dénia ofrecía una serie de características que hacían de él un enclave fundamental para el éxito de la expulsión. La seguridad de su fondeadero y la proximidad geográfica a las regiones más densamente pobladas por los moriscos eran razones de peso, y que junto a la influencia del duque acabaron por decidir la inclusión de la villa en el proceso. De este modo cuando Agustín Mexía llegó a Valencia traía ya asignado a Dénia un distrito específico de poblaciones moriscas, las cuales deberían ser embarcadas y transportadas al norte de África a través de aquel puerto. Pero antes de ejecutar las órdenes del rey, quedaba todavía un duro trabajo por delante. Con la llegada de Mexía se daría inicio en Valencia a las reuniones de una junta integrada por el propio maestre de campo, el virrey y el arzobispo Ribera. En su agenda quedaban por tratar aspectos fundamentales de los preparativos, como eran la cuestión de los niños, el control de la nobleza, el reparto de las escuadras y la elección de la fecha en que debía darse comienzo a la expulsión. De entre todas ellas, los retrasos en el despliegue naval se convertirían en el mayor de los problemas para la Junta, que tendrían como gran escenario el puerto de Dénia. La tardanza en recoger al marqués de Villafranca en un primer momento, y más tarde la falta de noticias sobre la llegada de la escuadra de galeras de Nápoles a la villa, harían que Dénia centrase gran parte del discurso político. Debido más al nerviosismo que a un verdadero retraso, tras conocer esta noticia la Junta de Valencia procedería a dar los últimos retoques de esta primera fase del proceso. La entrega de despachos al comisario de embarque don Cristóbal Sedeño, y la designación y salida de los oficiales encargados de transportar a los moriscos hasta el puerto de de Dénia, capitalizarían así la atención en los días previos al inicio de la expulsión.

1. VILLA, PUERTO Y PARTIDO

La elección de Dénia como puerto de embarque para la expulsión de los moriscos tuvo sin duda un factor fundamental en la influencia ejercida por el duque de Lerma. Bajo el gobierno del que fuera quinto marqués, esta villa había experimentado un importante desarrollo, fundamentado en la tendencia alcista y expansiva de todo el Reino de Valencia, pero más particularmente gracias al patronato desempeñado por el Duque. Una vez situado como el primero de los ministros de Felipe III, la influencia del valido sobre el monarca quedaría patente en las diferentes visitas y honores que este último otorgaría a Dénia, y que fueron utilizadas por Lerma de forma indirecta para hacer gala y demostración del favor real con el que ahora contaba. Por esta razón no es de extrañar la inclusión de Dénia como puerto de embarque de los moriscos. Pero fuera de esta consideración sin duda esencial, lo cierto es que el puerto de Dénia contaba con una serie de características poco comunes en la costa valenciana que hacían de él uno de los pocos enclaves en los que realmente se podían ejecutar con garantías los planes que la monarquía estaba trazando. De este modo y antes de la salida de los mandos militares hacia Valencia, este puerto ya había sido seleccionado de manera definitiva para la expulsión, así como también delimitado el distrito morisco que se debía embarcar en él hacia Berbería

1.1Dénia a comienzos del siglo XVII

Favorecida por el crecimiento demográfico que experimentó la casi totalidad del Reino de Valencia durante el Quinientos, la villa de Dénia conocía a principios del siglo XVII un verdadero período de expansión y florecimiento. Los habitantes de este enclave costero habían pasado de ser poco más de un millar en 1510, y algo menos de mil quinientos a finales de la década de los años sesenta, a más de dos mil cien habitantes en 1609,[10] año de la expulsión de los moriscos. Dada esta especial situación de desarrollo, Dénia se hallaba inmersa en un proceso de expansión urbana, donde los antiguos límites amurallados de la villa, de origen medieval, ya hacía algunas décadas que habían sido superados. Con calles más amplias y casas de reciente construcción, el arrabal de Dénia se erigía ahora como el principal enclave habitado por delante de la antigua villa que, poco a poco, comenzaba a perder su primacía y funciones como centro administrativo.[11] Pero este importante auge de la villa a finales del siglo XVI y principios del XVII no se debería tanto a una creciente trascendencia comercial o económica como al enorme poder político que su señor, don Francisco de Sandoval y Rojas, había de adquirir en la Corte de Felipe III.

La familia de los Sandoval formaba parte de la nueva y poderosa nobleza castellana nacida del avance de la conquista cristiana en la Península. A inicios del siglo XV y bajo el liderazgo de don Diego Gómez de Sandoval, conde de Castro, había logrado una situación preeminente en el seno del gobierno, pero su participación activa en la lucha entre las facciones cortesanas al lado de los infantes de Aragón durante el reinado de Juan II frustró su creciente importancia, siendo al poco desposeída de sus bienes, títulos y oficios en Castilla. A cambio de estas pérdidas, don Diego fue compensado con la entrega de nuevos títulos adscritos a la Corona de Aragón, siendo el más importante de ellos el marquesado de Dénia.[12] De esta forma la villa valenciana pasó a ser la propiedad más preciada de los Sandovales durante el tiempo en que éstos intentaron recuperar su antigua condición en Castilla, tarea que se prolongaría sin grandes avances hasta finales del siglo XVI. Centrados en lograr el ascenso político por medio del servicio al rey y, sobre todo, a los diferentes príncipes herederos,[13] la suerte les sería esquiva hasta la llegada de don Francisco de Sandoval, V marqués de Dénia. Con más éxito que sus antecesores, el nuevo marqués adquirió con gran habilidad un importante ascendiente sobre el príncipe Felipe, que despertaría los recelos no sólo de los más destacados ministros de Felipe II, sino incluso del propio monarca que, para alejarlo de la Corte y de su hijo, le nombraría virrey de Valencia en 1595. Pero pese a estas medidas, nadie podría evitar la vuelta de don Francisco a la Corte tan sólo dos años después, y su afianzamiento como persona de confianza del nuevo monarca tras la muerte de Felipe II. Convertido de inmediato en el hombre fuerte del nuevo gobierno emergente, el marqués de Dénia pronto se haría con el control y la posesión de diferentes nombramientos y riquezas –como el título de duque de Lerma– casi con tanta rapidez como había logrado su vertiginoso ascenso político. Esta nueva posición de don Francisco tendría rápidas repercusiones sobre la villa de Dénia, que durante tanto tiempo había sido la cabeza del patrimonio familiar. Como señaló Roc Chabàs, ésta sería la época más «brillante» de la villa,[14] que pronto lograría beneficiarse de la nueva situación de su señor.

Don Francisco de Sandoval mostró desde fechas muy tempranas un interés evidente por mejorar y acrecentar el marquesado de Dénia, antes incluso de afianzar su posición dentro de la Corte. Esta voluntad se traduciría en la compra en 1580 del señorío de El Verger, población morisca de alrededor de ochenta casas cercana a Dénia, que vino a unirse a las jurisdicciones que el marquesado ya poseía sobre las poblaciones de Miraflor, Mira-rosa, Setla y Ondara.[15]15 Esta política de mejora del marquesado recibiría un impulso final con el advenimiento de don Francisco como principal ministro de Felipe III, momento a partir del cual el incipiente valido intentaría en repetidas ocasiones influir en la voluntad del rey con el fin de que éste respaldara con diferentes acciones y gestos su nueva posición en el seno la Corte. Este intento de reconocimiento personal pasaba por lograr que el rey realizara diferentes gestos políticos que enaltecieran la preponderancia del valido en una estrategia que, a la postre, tendría importantes repercusiones sobre el marquesado.

La mayoría de las noticias que actualmente se conservan sobre el mecenazgo que el duque de Lerma ejerció sobre el marquesado de Dénia antes de la expulsión de los moriscos fueron recopiladas por Marc Antoni Palau en un manuscrito titulado Diana desenterrada(s. XVII). En este importante documento se recoge la idea de cómo el flamante valido siempre tuvo en gran afecto a la villa de Dénia, donde había habitado antes de iniciar su fulgurante carrera política, y donde había nacido don Cristóbal de Sandoval, futuro duque de Uceda. Según el cronista, la relación de Lerma con su señorío siempre había sido provechosa y sin grandes desavenencias, lo que se traduciría en beneficios inmediatos para la villa una vez don Francisco se afianzó como ministro real. De esta forma, una de sus primeras medidas tras situarse al lado del monarca fue la cesión de todas las rentas del marquesado de Dénia a los jurados de la villa, para que éstos se encargasen del cobro de los impuestos y que, con el dinero resultante, se cancelaran los diferentes censos y deudas cargados por sus vasallos en años anteriores. Gracias a esta medida, y siempre siguiendo el relato de Palau, la villa consiguió en poco tiempo eliminar una deuda que rondaba los treinta y siete mil ducados, además de ser satisfechas importantes sumas cedidas al municipio y su señor por diferentes particulares. Esta medida debió de tener, necesariamente, una importante repercusión sobre la economía de los vasallos del Duque, que vieron como las cargas económicas que soportaban se redujeron con el pago de las antiguas deudas. En esta época además, el duque se encargaría de costear el rescate de todos sus vasallos cautivos en Berbería, práctica que se uniría a otras como la condonación de las deudas personales que con él tenían algunos de sus vasallos, la cesión de mayores cantidades de trigo para asegurar la sementera de cada año y el reparto de importantes limosnas para aliviar la situación de los pobres de Dénia y Xàbia.

Esta política tendente a favorecer y privilegiar económicamente a la vieja cabeza de sus posesiones ejerció sin duda un papel clave en el aumento de la población de la villa, ya que por aquel entonces el marquesado debía de representar un auténtico polo de atracción de nuevos pobladores deseosos de beneficiarse de las ventajosas condiciones de los vasallos valencianos del nuevo valido. A este crecimiento demográfico y urbano también habría de contribuir el duque con la fundación de dos nuevos conventos, a saber, uno de recoletos de San Francisco y otro de monjas agustinas descalzas. Junto con estas dos obras pías, el duque también se ocuparía de acrecentar las rentas de la iglesia parroquial. Pero al parecer la mayor inversión de fondos para la construcción se daría en la reforma y ampliación del palacio de la villa y las fortificaciones del castillo, obra ésta última en la que se decía que había gastado cincuenta mil ducados.[16] Según otras referencias, en esta época también se realizarían obras de mejora en el puerto.[17]

La política adoptada por el valido en el marquesado de Dénia parecía evidente. Por medio de las mejoras en las condiciones de vida del marquesado, don Francisco conseguía proyectar sobre sí mismo no tanto la idea del buen señor que compartía sin ambages su nueva fortuna con sus vasallos, como sobre todo la expresión de un nuevo poder económico y político, adquirido gracias a la estrecha relación que ahora le unía al nuevo monarca. Pero las ansias de reconocimiento de Lerma, que resumían las de toda una familia –los Sandovales– apartada de la primera línea de la política durante más de un siglo, iban mucho más allá. Decidido a utilizar la propia figura del rey como catalizador de su nueva condición, el Duque conseguiría que el monarca visitara hasta en tres ocasiones la villa de Dénia en el corto espacio de seis años, algo totalmente inusitado y que sin duda era una manifestación extraordinaria del enorme ascendiente que ejercía sobre el joven Felipe III.

La primera visita del rey a la villa de Dénia tendría lugar en febrero de 1599, con ocasión de la celebración en Valencia de las bodas entre éste y Margarita de Austria, y de la infanta Isabel Clara Eugenia con el archiduque Alberto de Austria. El cronista del rey, Luis Cabrera de Córdoba, recogió de la siguiente forma los festejos y agasajos que se hicieron a Felipe III en la villa con aquel motivo:

Y en tres pasó a Denia (desde Játiva), que fue a los 11, donde le festejaron mucho entrándole una legua en la mar, para lo cual había hecho venir los bajeles de Alicante y de aquella costa, que divididos en dos escuadras, hicieron una batalla naval disparando mucha artillería. Hecho esto sacaron a Su Majestad y a la señora infanta a tierra, donde se les dio una grande merienda, y el domingo a los 14, se les hizo un torneo por los caballeros de Valencia, el cual mantuvo el vizconde de Chelva. Con esta ocasión se ha dicho que Su Majestad incorporará a Dénia y aquel puerto en la Corona Real, y que dará al Marqués en recompensa a Arévalo o a Tordesillas con título de duque.[18]

Como puede observarse, don Francisco de Sandoval invirtió una gran cantidad de dinero en organizar justas y simulaciones para el rey, su hermana, y la primera plana de la Corte y la nobleza castellana que les acompañaban. El aspecto que ofreció la villa fue sin duda magnífico, a lo que por añadidura debió también favorecer el hecho de que Dénia se encontrara en aquellos momentos en una importante fase de expansión urbana. Las opiniones vertidas por el rey sobre su posible incorporación a la Corona pueden ser vistas como un reflejo del nuevo esplendor de la villa, pero sobre todo como una forma de adulación implícita a la figura de don Francisco. Sea como fuere Felipe III aún tendría tiempo para acabar de formarse una opinión de la villa, ya que el Duque todavía conseguiría que en aquel mismo año el rey visitara por segunda vez la villa a la vuelta de la celebración de Cortes en Barcelona. En teoría a causa del riesgo de epidemias si se tomaba el camino de Zaragoza, pero visto por las mayoría de los estudiosos como un nuevo gesto del poder político del valido, el Rey optó por volver a Madrid atravesando de nuevo el Reino de Valencia. Embarcados así en las galeras, los monarcas hicieron escala en Valencia y luego:

Fueron a Denia a ver cierta pesca de atunes que estaba aparejada, la cual se hizo el domingo en Jábea, lugar del Marqués donde están las almadravas a una legua de Denia. Pero sucedió que aquel mismo día hizo excesivo calor, y como el sol reverberaba en el agua hizo daño a Su Majestad, y así volvió a Denia con calentura; al cual subieron en silla a la fortaleza donde se han aposentado, porque el sitio es enriscado, y si no es de aquella manera no se puede subir a ella.

Aquejado de cierta debilidad, el rey decidió permanecer en Dénia hasta que el calor de agosto desapareciese y se atenuasen las temperaturas, despidiendo a la mayoría de sus criados y acompañantes, que pasaron a alojarse en su mayoría en Valencia. Durante el tiempo que pasó en Dénia, Felipe III tuvo ocasión de recibir una embajada del Reino de Aragón, pero sobre todo de pasar por los rigores de lo que no dejaba de ser una villa costera muy falta del confort que ofrecían las grandes ciudades. Según señalaba el cronista Cabrera:

Todos escriben de Denia quejándose de la descomodidad con que allí lo pasan de todas las cosas; pero la afición que el Rey tiene al Marqués debe de suplirlo todo.[19]

Felipe III no permanecería en Dénia más de lo necesario pero, en todo caso, don Francisco había conseguido prolongar la estancia del monarca en la localidad pese a las quejas de los nobles que le acompañaban, lo cual suponía un gran triunfo tanto personal como para la propia villa, señalada con aquella estancia. Después de aquella ocasión la villa debería esperar hasta enero de 1604 para recibir la última de las visitas del rey, el cual se había desplazado de nuevo a Valencia por influencia del duque para presidir unas nuevas Cortes:

Entretanto que se entablaban y disponían los negocios de las Cortes en Valencia, quiso ir su Majestad a Denia para entretenerse algunos días (...) Llegó Su Majestad a Denia, donde le recibieron con mucha salva de la artillería que había en la fortaleza y cierta pieza mató a dos artilleros. Vio Su Majestad un pasadizo que el Duque había mandado hacer muy largo, para bajar cubierto desde la fortaleza hasta la costa de la mar.[20]

En esta última visita Felipe III asistiría a la fundación del convento de las agustinas descalzas, acto que se unió a otros festejos con motivo de la llegada de las galeras del conde de Niebla.[21] Con todo se puede decir que a principios del siglo XVII la villa de Dénia se había configurado como uno de los enclaves de mayor importancia geopolítica del Reino de Valencia, merced a la importancia de su puerto, al aumento progresivo de sus habitantes y el espacio urbano, y sobre todo por la creciente preponderancia política del marqués don Francisco. En el ideario del nuevo duque de Lerma había para Dénia un papel principal dentro de una bien delimitada política de encumbramiento personal, que pasaba por el reconocimiento de su persona a través de los gestos y privilegios con que Felipe III pudiera obsequiar a la villa. Las tres visitas del rey entre 1599 y 1604 eran buena prueba de ello, pero aunque el rey ya no retornara en lo sucesivo a Dénia, el duque de Lerma continuaría ocupándose a lo largo de toda su vida de incluir a la villa en todos aquellos proyectos de importancia que de alguna manera afectaban al Reino de Valencia. De esta forma y tras la última visita del rey, Dénia atravesaría cinco años sin volver a ser protagonista de las crónicas de la época ni escenario de los versos de Lope de Vega,[22] pero no por ello había sido olvidada por el duque. En 1609 el valido albergaba el deseo de situar a Dénia en la primera línea de los nuevos proyectos de la Corona, aunque lejos de lo que pudiera parecer, el futuro de esta aspiración no se gestaba en la villa valenciana, sino en los campos de batalla de Flandes.

1.2 La elección de Dénia como puerto de embarque

La renovada vitalidad de la villa de Dénia se debía a diversos factores, siendo uno de los principales la primacía de su puerto. Considerado uno de los más seguros de todo el Reino, no estaba demasiado bien situado geográficamente según los parámetros generales de ordenación de la organización naval peninsular de la Corona,[23] pero esta carencia la suplía desempeñando un importante papel vertebrador dentro del propio territorio valenciano. Eje natural de los puertos de Vinaròs, Valencia y Alicante, y enclave peninsular más cercano al reino insular de Mallorca, Dénia ofrecía una preciada seguridad a las naves que atracaban en su dársena, y que muchas veces otros puertos como el propio de Valencia no podían suministrar.[24]

El secreto de esta especial condición no es fácilmente apreciable si atendemos a las representaciones del puerto que se conservan para este período. El Archivo General de Simancas conserva en su sección de mapas, planos y dibujos una representación de la villa y arrabal de Dénia en 1575, donde se reconoce el esbozo de un muelle de madera similar al que por aquellas mismas fechas había en el Grao de Valencia y que como aquel, no parece que pudiera ofrecer grandes garantías en caso de temporal o mal tiempo.[25] Algo muy similar ocurre si observamos la representación de la expulsión de los moriscos a través de este puerto pintada por Vicent Mestre en 1613. En ella se identifican los diferentes recintos amurallados de la villa, pero en este caso ni tan siquiera se representa el antiguo muelle, dando así la impresión de que las embarcaciones no contaban con un amarre seguro.[26] Pero lo cierto es que ninguna de estas dos representaciones contemporáneas al período que estudiamos recogió realmente el lugar donde se ubicaba el puerto de Dénia, sobre el límite sur del antiguo fortín que se revela en primer término en la pintura de Vicent Mestre. Este mismo problema ocurre con el dibujo que realizara en 1693 Francisco Casaus con motivo de la elaboración de un plano general del reino, donde la ciudad de Dénia se representaba de manera idealizada con un esquema de la dársena interior del puerto a sus pies. Lo cierto es que tal y como señala Josep Ivars, habría que esperar hasta el siglo XIX para que en un plano de Dénia recogiera la ubicación exacta de la dársena del puerto, según el estudio de 1811 confeccionado por Laborde y Moulinier.[27] Por fortuna, en 1611 el cronista Escolano sí que ocuparía unas líneas en señalar las especiales condiciones de este fondeadero, en la mejor descripción que sobre él se conserva para este período concreto:

Su puerto, donde surgen los navíos con tanta siguridad de tormenta y enemigos. Es verdad que tiene un grande secreto su entrada, porque se toma por una canal rodeada de secos; y assí está como cerrado con llave de noche y de día y no se puede embocar por ella, que no se ponga la mira en una torre del muro viejo, que responde a cierta peña vermeja que se descubre sobre la hermita que llaman de Santa Paula. Y por tanto necessita de piloto plático y bien mirado para no correr riesgo el navío y abrirse en los secos. Surgido una vez dentro es puerto muy seguro, porque quando el agua de la tormenta corre azia tierra, no puede dar la buelta por la canal, y assí toma los navíos por proa y las xarcias no reciben pesadumbre alguna.[28]

Protegidas de los vientos y las mareas, eran muchas las embarcaciones que utilizaban la dársena de Dénia como etapa final antes de arribar a Valencia –sobre todo en las estaciones frías–. Del igual modo no era inusual que ante el miedo a sufrir algún percance en el Grao de Valencia, muchos patrones se decidieran a desembarcar en Dénia su carga para que luego fuera trasladada hasta la capital. Este papel de antepuerto de la capital dotaría a Dénia de una importancia comercial clave para el abastecimiento de la ciudad y para el desarrollo de los intercambios dentro del territorio valenciano, al tiempo que la villa se enriquecía gracias a los ingresos derivados de este tráfico marítimo y del desarrollo de las industrias navales. Por estos motivos no es de extrañar que si atendemos a los recuentos elaborados por Emilia Salvador a partir de la series de Peajes de Mar del puerto de Valencia para el siglo XVI, nos encontremos con que Dénia estaba a la cabeza en cuanto a puerto de origen de una parte muy significativa del total de embarcaciones que atracaban en el Grao. De esta forma, de un total de 16.444 atraques contabilizados, 1.476 provenían de Dénia, lo cual supone casi un once por ciento del total de embarcaciones. Si aparte consideramos que se computaron del orden de trescientos puertos de origen, la importancia de Dénia cobra todo su significado. Pero además de seguridad, la dársena del puerto también ofrecía calado. Como señala Emilia Salvador, dentro del territorio valenciano casi todos los galeones o galeoncetes que arribaban a Valencia lo hacían desde los puertos de Dénia o Alicante, lo que evidencia la adaptación de este puerto a los nuevos modelos de embarcación de alto bordo, de mayor tonelaje y que en el siglo XVI conocerán una gran proliferación por motivaciones tanto militares como comerciales.

Este papel vertebrador también favorecería la estimulación de las exportaciones de la región. Pasas, almendras, higos, aceite, algarrobas leña y algo de pesca –recordemos que Dénia contaba con unas almadrabas de cierta importancia–, serían los principales productos embarcados desde la marina al puerto de Valencia –junto con piezas de artillería y ciertos aparejos y recambios navales–, aunque en el último decenio del XVI cobraría una creciente relevancia la exportación de trigo, ya que la crisis de producción de este cereal en el Mediterráneo fomentó el aumento de las importaciones desde el norte de Europa, que tendrían en el puerto de Dénia un impacto considerable.[29] La franquicia concedida ya por Jaime I a los habitantes de la villa, y la artillería de la cercana fortificación del marqués, acababan de perfilar algunas otras ventajas que hicieron de este puerto uno de los principales motores económicos del marquesado de Dénia y de la región circundante.[30]

Así pues no es de extrañar que el duque de Lerma no encontrara mayores dificultades para designar el puerto de Dénia como uno de los ejes fundamentales de la expulsión de los moriscos, aunque por desgracia hasta el momento no se han encontrado los documentos e informes que ayudaron a facilitar esta designación desde el punto de vista oficial. Como ya hemos señalado, gran parte de los preparativos de la expulsión fueron llevados a cabo en secreto, y la mayoría de este tipo de decisiones fueron tomadas en reuniones privadas de las que no se conservan noticias ni mucho menos actas. En todo caso parece fuera de toda duda que, desde el mismo momento en que fue aprobada la expulsión, nadie debió dudar que Dénia no podía dejar de ser uno de los puertos de embarque. El control del duque de Lerma sobre toda la operación ya era una garantía notable, a la que habría que sumar la buena disposición de Felipe III a conceder este extremo. Pero por encima de todo, y si consideramos las limitaciones estructurales del Reino de Valencia en cuanto a la existencia de fondeaderos seguros, la elección del puerto de Dénia era más una necesidad realista que un imperativo político. No debemos olvidar que la función de las escuadras de galeras y galeones no era sólo el transporte y desembarco de tropas, sino más concretamente servir como pasaje de los moriscos hasta el norte de África. De esta manera la permanencia de las escuadras en las costas valencianas habría de prolongarse durante meses, y ello significaba la necesidad de encontrar puertos seguros que pudieran albergar a un número bastante amplio de embarcaciones.

Pero de acuerdo con esta premisa la elección no se presentaba sencilla. La realidad de la distribución geográfica de la población morisca, y la racionalización de los puertos de embarque según condiciones de proximidad, fueron sin duda los elementos que primaron en los primeros estudios que se realizaron, aunque los informes acerca del estado de aquellos amarres pronto debieron reducir considerablemente las opciones. Esto no quiere decir que el Reino de Valencia no contara con muchos y diversos fondeaderos. Si observamos los datos publicados por Emilia Salvador, en el comercio con la ciudad de Valencia participaban alrededor de sesenta enclaves costeros dentro del propio territorio valenciano. Esta cifra es sin duda muy alta, pero si computamos sólo aquellos puertos que tenían un tráfico más intenso con la capital –y damos por buena la consideración que este mayor tráfico se debía a unas mejores condiciones portuarias–, la lista se reduce a una docena de puertos. Aparte del puerto de Valencia, tenían pues cierta relevancia los fondeaderos de Vinaròs, Benicarló, Peníscola, Castellón, Cullera, Gandia, Oliva, Dénia, Xàbia, Calp, La Vila Joiosa y Alicante.

En el norte Vinaròs era un puerto que ofrecía ciertas garantías para los amarres, e incluso contaba con unas pequeñas atarazanas que habían llegado a construir un galeón para la Jornada de Inglaterra. En cambio los cercanos puertos de Benicarló, Peníscola y Castellón no podían ofrecer la seguridad necesaria en caso de mal tiempo, aunque se beneficiaban, como otros muchos puertos, de ciertas exenciones fiscales que estimulaban su tráfico comercial. Al sur de Valencia, Cullera junto con Dénia cumplía la función ya mencionada de antepuerto de la capital, su rada era segura y contaba con las defensas apropiadas ante un posible ataque. Por el contrario los puertos de Gandia y Oliva, que habían tenido un desarrollo relativo gracias al comercio llevado a cabo por los mudéjares, habían entrado en franco retroceso tras las Germanías y la prohibición de comercio marítimo impuesto a los moriscos. Por su parte Xàbia cumplía la mayoría de las veces funciones de apoyo al puerto de Dénia, Calp era un pequeño enclave dedicado a la exportación de sal, y LaVila Joiosa sólo había adquirido cierta presencia a finales del siglo XVI debido al comercio interior del trigo. De esta forma y al sur de Dénia, el puerto de Alicante era el único que contaba con las infraestructuras necesarias para albergar con garantías a un número relativamente extenso de embarcaciones.[31]

Por todas estas razones, las opciones de aquellos que habían de decidir y delimitar los ejes de la expulsión se redujeron hasta tal punto que prácticamente se hicieron innecesarias las discusiones. De esta forma se decidió que ningún puerto al norte de Valencia fuera usado para el atraque de las galeras, y que los moriscos más septentrionales tuvieran que desplazarse hasta Vinaròs y esperar allí a que las galeras –que tendrían su base al sur de Tarragona, en el puerto de Els Alfacs– descendieran para realizar los embarques. En el sur no surgieron tantas complicaciones, y de esta forma el puerto de Alicante fue el elegido para encargarse del embarque de las aljamas meridionales. En cuanto a la zona centro del reino, la más densamente poblada por los moriscos, tendría a Dénia como único puerto de embarque. La elección de estos enclaves se basó en la división en tres distritos de toda la población morisca, pero aún así subyacen dudas acerca de la exclusión de puertos que podrían haber cumplido una función importante durante la expulsión, como es el caso de Cullera. La eliminación del fondeadero de Valencia parece mucho más coherente por los problemas de seguridad tanto de sus amarres como de la propia ciudad, pero Cullera representa un caso algo más complicado. En este sentido, los motivos más razonables que explican este descarte son el mayor peso político de Dénia, las precauciones de no dividir las escuadras en demasiadas agrupaciones –algo que hubiera restado efectividad– y el intento de separar lo más posible cada uno de los puertos de embarque para evitar confusiones y simplificar los tránsitos. En todo caso lo que esta división evidenciaba era el enorme peso que se iba a otorgar a Dénia durante la expulsión, ya que por sus situación geográfica este puerto sería el encargado de recibir y embarcar a un mayor número de moriscos que el resto.

1.3El distrito morisco de Dénia

La delimitación de los diferentes partidos en que fue dividida la población morisca valenciana con motivo de la expulsión no es una tarea sencilla. El silencio de las fuentes nos impide conocer el trazado básico de esta distribución, pero aún así es posible concretar una idea aproximada de esta realidad a través de las poblaciones que aparecen recogidas en las posteriores listas de embarque. Estas relaciones por el contrario pueden inducir a error, ya que el propio proceso de expulsión desdibujó sin duda los planteamientos iniciales.

En líneas generales se puede señalar que el partido morisco de Dénia tenía su núcleo principal en torno a las actuales comarcas de La Safor, La Marina Alta, El Comtat y parte de La Costera y La Ribera Alta. Bajo esta demarcación inicial –que se basaba en un principio de proximidad a la costa–, se recogía el principal segmento de población morisca valenciana. Tras los muros cristianos de las poblaciones de la costa comprendida entre Gandia y Callosa –esta ya en la Marina Baixa–, se abría toda una región ocupada mayoritariamente por los moriscos, formada en su gran extensión por pequeños valles irrigados y rodeada de pronunciadas montañas que servían a éstos de defensa y refugio. Este territorio estaba controlado por algunas de las familias más importantes de la nobleza valenciana, aunque también menudeaba una gran cantidad de pequeños señoríos propiedad de la nobleza media. En el extremo septentrional de esta región se enclavaba el primer núcleo importante de poblaciones moriscas, reunidas en torno al monasterio de Santa María de la Valldigna. Esta comunidad representaba la orden religiosa que mayor número de señoríos moriscos poseía en el Reino de Valencia, situados todos ellos en la profunda Vall d’Alfandech. Pero aunque los frailes bernardos de la Valldigna fueran los mayores señores de moriscos de entre todas las órdenes regulares, no lo eran en el conjunto de La Safor. A poca distancia hacia el sur desde la Vall d’Alfandech se descubrían Xeresa y Xeraco, los primeros señoríos del duque de Gandia en la antesala de la huerta del mismo nombre. En ella la familia Borja tenía sus rentas más importantes, al igual que la influyente familia catalana de los Moncada. Junto a Gandia se abrían hacia el sur algunas de las pocas poblaciones moriscas que todavía permanecían junto a la costa, pero era en el interior, en el condado de Oliva –propiedad también del duque de Gandia–, donde esta presencia volvía a ser significativa, en una progresión que continuaba a lo largo del valle y condado de Vilallonga. Cercanos a este último enclave, la Vall de Gallinera y la Vall d’Ebo marcaban el inicio de una región montañosa densamente poblada por moriscos, que se extendían hacia la Vall d’Alcalà. Entre esta región del interior y el propio marquesado de Dénia, todas las poblaciones eran moriscas con la sola excepción de las villas de Pego y Murla. Se llegaba así a los dominios del duque de Lerma, cuya jurisdicción no sólo se limitaba a los moriscos de El Verger, sino también hacía el norte –las poblaciones costeras de Miraflor, Setla y Mira-rosa– y al sur –Ondara o Gata–.

Los Cardona poseían imporantes valles, poblados íntegramente por moriscos, al norte de la Vall de Guadalest, ya dentro de El Comtat. Colindante con la villa de Confrides, la Vall de Seta contaba con casi una docena de poblaciones moriscas, junto con la Vall de Travadell. Dentro de esta región y también en el distrito asignado para la embarcación de los moriscos por Dénia, se encontrarían otros dos valles, esto es, los de Perputxent y Planes, además de las poblaciones del condado de Cocentaina y el distrito de Penàguila, aunque en estos dos últimos casos es difícil conocer con exactitud qué lugares recaían en el partido de Dénia y cuáles en el de Alicante. Fuera de estas cuatro comarcas, existían otras grandes agrupaciones de población situadas en el interior del reino que, aunque más alejadas, también se incluían en el distrito asignado a Dénia. De este modo, dentro de los límites de la Vall d’Albaida fueron comprendidas las aldeas moriscas de la Foia de Salem y, al menos, Castelló de Rugat. Pero sin duda el mayor núcleo morisco fuera de estas cuatro comarcas iniciales era el formado por las poblaciones en torno al hinterland de Xàtiva, donde se sucedían una gran cantidad de pequeños señoríos muy fragmentados y con diversos propietarios. Algo más alejada pero todavía dentro de los límites de la Ribera de Júcar, al menos se situarían también dentro del distrito las poblaciones de Sumacàrcer, Catadau, Llombai, Llaurí y Torís.

El volumen de desplazados que debía soportar la infraestructura del puerto de Dénia, de acuerdo con este reparto, era superior al de Vinaròs y Alicante. De las aproximadamente veinte mil casas moriscas que el virrey de Valencia calculaba para la zona de poniente, Dénia tendría en un principio encomendadas algo más de once mil. Si a estas cifras sumamos el número de casas situadas en la mitad norte del reino de las que se sabe con seguridad que tenían asignado el puerto de Dénia, la cifra rondaría las doce mil casas.

Si contamos con que el número total de fuegos moriscos contabilizados por el virrey rayaba los treinta y dos mil,[32] nos encontramos así con que Dénia tenía asignada para el embarque más de un tercio de la población morisca, esto es, una cifra situada entre las cincuenta y las sesenta mil almas. Este dato concuerda bastante bien con las referencias aportadas por el comisario de embarque Sedeño, quien al finalizar la expulsión señalaba que en un principio se le había encargado el embarque de poco más de cincuenta y cuatro mil personas repartidas en once mil casas.[33]