El resto de sus vidas - Renee Roszel - E-Book
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El resto de sus vidas E-Book

Renee Roszel

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Beschreibung

Amy Vale estaba decidida a casarse con un ganadero de Wyoming y convertirse en una esposa modelo. Había encontrado un hombre bueno y cariñoso con el que pasar el resto de su vida y prefería eso a un amor apasionado. Beau Diablo, el futuro hijastro de Amy, hacía honor a su apellido: era un vaquero endiabladamente atractivo. Pero Beau no pensaba dejar que su padre hiciera el ridículo casándose con aquella rubia ambiciosa y estaba decidido a impedir el matrimonio a toda costa.

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Seitenzahl: 163

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1995 Renee Roszel

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El resto de sus vidas, n.º 1416 - noviembre 2021

Título original: To Lasso A Lady

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1105-182-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

EL ALTO vaquero entró en la tienda acompañado por una ráfaga de viento y nieve. Incluso después de cerrar la puerta tras de sí, un escalofrío pareció quedar flotando en el ambiente.

Su aspecto era rígido, desafiante, casi furioso. Tenía los brazos separados del cuerpo, como si fuera Gary Cooper en Solo ante el peligro y parecía dispuesto a desenfundar la pistola.

Amy no podía resistir la tentación de echar una mirada a su cara para ver si coincidía con el aspecto de malo de película del oeste, pero se sintió decepcionada al ver que sus facciones quedaban escondidas bajo el sombrero Stetson. Aún así, con la nieve derritiéndose sobre su chaqueta de cuero, era una visión espectacular.

No era como los hombres que frecuentaban el bar de Chicago en el que había trabajado como camarera durante los últimos cuatro años. Aquel hombre, con sus botas de cuero y sus vaqueros gastados, era un vaquero de verdad, pensaba, sin poder evitar un temblor de femenina admiración.

Él se había quitado el sombrero y lo golpeaba contra su pierna para quitarle la nieve. Amy siguió el movimiento con los ojos y se percató de los fuertes músculos que marcaba el apretado pantalón. De esa forma se diferenciaba un vaquero de verdad del que no lo era, le habían explicado sus compañeras en el bar. Los vaqueros de verdad tenían los músculos de los muslos muy desarrollados por las horas que pasaban sobre la silla de montar. Amy tuvo que tragar saliva, incapaz de recordar un par de piernas masculinas más atractivas; excepto quizá en los juegos olímpicos.

Cuando el hombre se pasó la mano enguantada por el pelo negro, su mirada siguió de nuevo el movimiento y se sorprendió al ver que la estaba mirando.

Su mirada era descarada, hostil, del mismo azul plomo que el cielo aquella tarde. Antes de que pudiera reaccionar, él empezó a sacudirse la nieve de los hombros, mirando alrededor como si buscara a alguien.

La mayoría de los pasajeros del autobús que se habían refugiado en la tienda hacían cola delante de la cabina de teléfono, buscando alojamiento para aquella noche o llamando a sus familiares para decirles que estaban retenidos por la gran nevada.

Amy oyó las fuertes pisadas del vaquero sobre el suelo de madera y vio que se dirigía a la cabina telefónica. Sus movimientos eran pausados y parecía capaz de controlar cualquier situación. Sin embargo, tenía la mandíbula apretada, como si estuviera contrariado, y aquel era un hombre al que ella nunca desearía contrariar.

Apartando la atención del extraño, Amy miró su reloj, preocupada. Ira debería haber estado esperándola para llevarla al rancho Diablo Butte, su nuevo hogar, en el que pensaba pasar el resto de su vida como esposa del ganadero, pero no había señales de él. Habían quedado citados en aquella tienda, la única de Big Elk, el pueblecito de Wyoming donde el autobús había tenido que finalizar su trayecto a causa de la nieve y, si no acudía a la cita, tendría que buscar un sitio donde dormir. Esa era precisamente la causa de su preocupación, porque sólo le quedaban siete dólares en el bolsillo.

Amy volvió a fijarse en el extraño cuando éste se dirigió a una joven que viajaba con ella en el autobús. Lo único que Amy sabía de ella era que se había pasado el viaje entero fumando como una chimenea y contando a quien quisiera escucharla que era bailarina y que iba de camino a Hollywood y se preguntaba lo que podía tener en común aquel alto y formidable vaquero con una mujer que tenía un piercing en la nariz y el pelo rubio platino. La chica llevaba un vestido corto de rayas, botas de cuero blanco y un abrigo de piel sintética y, al verlos juntos, pensó que parecían Madonna y John Wayne.

Madonna negaba con la cabeza ante la pregunta del hombre, echando el humo de su cigarrillo por la nariz y el vaquero se dio la vuelta, mirando de nuevo alrededor. O a aquella mujer no le gustaban los vaqueros impresionantes o él le había preguntado algo que no sabía. Debía de ser lo último, pensaba, calibrando el atractivo del hombre y la mirada que la chica tenía clavada en su imponente espalda.

Amy se preguntaba por qué se estaba fijando en aquel vaquero cuando tenía tantas preocupaciones en la cabeza y apartó la mirada. Probablemente, Ira estaría de camino, pero lo mejor sería llamar al rancho para asegurarse.

Amy rezaba para que fuera una llamada local, porque sus siete dólares en el bolsillo eran todo lo que tenía y no pensaba llamar a cobro revertido. Él le había contado que, en el pasado, había tenido mala suerte con las mujeres y Amy estaba decidida a probarle que no quería casarse con él por su dinero y que intentaría ser una esposa modelo, pero aún no era su mujer; no lo sería hasta el día de San Valentín, tres días más tarde.

Amy se acercó al empañado escaparate de la tienda para ver si veía a su prometido, pero lo único que veía a través del cristal era nieve y más nieve cayendo de un cielo gris plomo.

–Usted debe de ser la señorita Vale –dijo una voz profunda a su espalda.

Sorprendida al oír su nombre con un tono tan poco amistoso, Amy se dio la vuelta.

Lo primero que vio fue una mandíbula cuadrada y unos hombros anchos bajo una chaqueta de cuero. Quien se dirigía a ella era el vaquero al que había estado observando y, cuando levantó la mirada, se encontró con unos ojos azules que la miraban tan hostiles como cuando había entrado en la tienda.

–Sí. Yo soy Amy Vale –dijo ella, sorprendida.

–Ira me ha enviado a buscarla. Él no ha podido venir porque la carretera hasta su rancho está cortada –dijo el hombre con un brillo caústico en los ojos.

Amy se sintió un poco desilusionada, pero no sorprendida. El viaje al oeste había empezado mal desde el principio y se había temido que ocurriera aquello.

–Agradezco su oferta, pero no puedo aceptar, señor…

Él se echó hacia atrás el sombrero y miró a su alrededor, como si no hubiera oído su negativa.

–¿Dónde está su maleta?

–Perdone, pero le acabo de decir que no puedo aceptar.

–Ya la he oído –replicó él–. Mire, a mí me gusta ésto tan poco como a usted, pero Ira me ha pedido que venga a buscarla y eso es lo que voy a hacer. Tardaremos casi una hora en llegar a mi rancho, así que dígame de una vez dónde está su maleta.

Amy se quedó mirándolo, indignada. Él era muy alto y estaba tan cerca de ella que la ponía nerviosa. Además, la miraba con una insolencia incomprensible. Ella estaba acostumbrada a soportar las insinuaciones de los hombres, pero tenía que hacer un esfuerzo para sobreponerse a la fría animosidad que había en los ojos de aquel vaquero.

–Le doy cinco segundos para que se aparte de mí –dijo ella, intentando que su voz sonara firme–. O me pondré a gritar.

–Mire, señorita Vale, no soy un secuestrador –dijo él, cruzándose de brazos–. Ira me ha pedido que la lleve a mi rancho durante un par de días, hasta que abran las carreteras, así que le estoy haciendo un favor –añadió. Amy no estaba muy segura de qué debía hacer. El hombre intentaba parecer cordial, pero su actitud seguía siendo tensa–. Y ahora dígame dónde está su maleta porque nos queda un largo camino por delante.

Amy seguía mirándolo con desconfianza. En su trabajo había visto muchos hombres dominantes, pero aquel tipo se llevaba la palma.

–Espere un momento –dijo ella, acercándose al dueño de la tienda–. Perdone… –intentó hacerse oír en medio del ruido de voces–. ¿Conoce a ese hombre? –preguntó, señalando al vaquero.

–¿Beau? –preguntó el hombre, levantando la mirada–. Claro.

–¿Tiene un rancho cerca de aquí?

El hombre sonrió de oreja a oreja, mostrando unos dientes de caballo.

–Yo diría que sí, señorita. Si ochocientos acres de tierra le parecen suficientes para un rancho.

Amy no entendía mucho de ranchos, pero aquella cantidad le parecía exagerada. En cualquier caso, el tamaño de su rancho no indicaba que pudiera fiarse de él.

–¿Usted cree que puedo confiar en él? –preguntó, sintiéndose un poco tonta por hacer esa pregunta. Estaba claro que aquel hombre tan grosero era conocido en la comunidad. Y también estaba claro que era suficientemente guapo como para que las mujeres cayeran a sus pies, pensaba Amy sin saber por qué. Si fuera un poco más agradable, no tendría que hacer el más mínimo esfuerzo para conseguir todo lo que quisiera, de eso estaba segura.

El propietario de la tienda volvió a mirar al vaquero, que se había colocado al lado de Amy, tan cerca que podía oler su loción de afeitado.

–Pues la verdad es que nunca ha habido quejas contra él –rió el hombre–. Al menos, ninguna mujer se ha quejado.

Beau emitió un gruñido, al parecer más molesto que complacido por aquel comentario.

–Señorita Vale… –empezó a decir él.

–¿Qué?

–No tengo tiempo para juegos –dijo él con tono solemne–. Como le he dicho, le estoy haciendo un favor a Ira. Y a usted.

–Pues no parece hacerlo con agrado.

–Ninguno en absoluto –replicó él. Desconcertada por la sinceridad del hombre, Amy levantó la mirada y se encontró con unos ojos azules que la miraban irónicos–. Por cierto, me llamo Beau Diablo.

Amy no podía haberse quedado más sorprendida.

–¿Es usted pariente de Ira?

–Sí.

Amy estaba perpleja. Aquel hombre no se parecía nada al simpático y cariñoso hombre que había conocido en Chicago y con el que iba a casarse. Un hombre de más de cincuenta años, pero con un corazón sorprendentemente joven y generoso, incapaz de mirar a nadie con el desprecio con el que aquel vaquero la miraba. Pero si Ira le había pedido que fuera a buscarla, debía de ser de su total confianza.

–Señor Diablo, ¿por qué no me ha dicho…?

–¡Maldita sea! –exclamó él–. Señorita Vale, tiene cinco segundos para decirme dónde está su maleta o nos vamos sin ella.

 

 

Durante el viaje en la camioneta de Beau, Amy se sentía como en una cárcel. No tenía ni idea de cuánto tiempo había pasado desde que salieron de Big Elk, pero rezaba para que llegaran pronto al rancho. Le dolía el brazo de apoyarse contra la puerta para alejarse lo más posible de aquel hombre, cuyos hombros parecían ocupar todo el espacio.

Intentando calmar sus nervios, miraba por la ventanilla el paisaje cubierto de nieve, del que emergían de vez en cuando pinos y abetos de un tamaño espectacular. Los copos de nieve parecían más blancos, más limpios, en medio de aquel paraje solitario de Wyoming que los que solía ver desde la ventana de su diminuto apartamento en Chicago o desde la ventana del hospital en el que estaba internada Mary.

La pobre Mary. Su hermana pequeña estaba recuperándose de una operación que esperaban fuera la última y, en cuanto estuviera repuesta del todo, se iría a vivir al rancho con ella y su futuro marido.

Mary era una chica muy valiente y Amy echaba de menos su sonrisa alegre. Sin darse cuenta, dejó escapar un suspiro y miró de reojo a Beau para ver si se había dado cuenta. Pero él miraba la carretera completamente concentrado y Amy siguió observando el paisaje en silencio.

Estaba segura de que podría lanzar un grito poniéndose la mano en el corazón, caer de bruces al suelo y él seguiría conduciendo como si no pasara nada. Desde que habían salido de Big Elk, no había abierto la boca y el silencio empezaba a ser incómodo.

El hombre había dejado el sombrero detrás del asiento porque era demasiado alto para llevarlo dentro del coche y un mechón de pelo le caía sobre la frente, suavizando el gesto furioso que parecía tener grabado permanentemente en su rostro.

Tenía una cara de rasgos marcados, con una mandíbula cuadrada, pómulos altos y unas pestañas largas y rizadas que más parecían pertenecer a una modelo que a un rudo vaquero de Wyoming. Amy tenía que reconocer que era un hombre increíblemente atractivo.

Irritada por aquellos pensamientos, volvió a mirar por la ventanilla, estirándose los pantalones arrugados después de un viaje de dos días en autobús.

Mirando a su compañero de viaje de reojo, se debatía entre decir algo o no. Lo último que quería era pedirle un favor a aquel ogro, pero sabía que tendría que hacerlo más tarde o más temprano.

–¿Podría… podría lavar mi ropa cuando lleguemos a su rancho? –preguntó por fin. Él giró la cabeza para mirarla un momento, pero no contestó–. Mire, señor Diablo, que usted sea un maleducado es cosa suya, pero imagino que Ira le habrá pedido que, al menos, se comporte como una persona civilizada.

Él la sorprendió con una especie de risa ronca, aunque era lo menos parecido a una risa que había oído en su vida.

–Ira espera que usted no se congele. Eso es todo.

–Si tanto le desagrada llevarme a su casa, ¿por qué ha aceptado?

Él la miró entonces durante unos segundos, como si estuviera estudiándola.

–Porque me ha amenazado.

–Sí, claro –dijo ella, imaginándose a un encantador hombre de mediana edad amenazando a aquel gigante–. ¿Y con qué lo ha amenazado? ¿Con pegarle un tiro?

–No –contestó él, girando en una curva–. Me ha amenazado con venir a visitarme.

A Amy aquello la pilló por sorpresa.

–Muy gracioso. Ya veo que no se lleva muy bien con Ira. ¿Qué es es usted, un primo lejano o algo así?

–No exactamente.

–Muchas gracias por ponérmelo tan fácil –dijo ella, decidida a conseguir una respuesta como fuera–. Bien, ¿qué es usted, un sobrino? No. Más bien un primo dipsómano. No, tampoco –siguió diciendo ella, como si estuviera sola–. Ah, ya lo sé… ¡es usted el sobrino transexual! –bromeó. El hombre no parecía oír nada–. Tampoco. Veamos … ¿no será usted un hermano que acaba de salir de la cárcel?

–Soy su hijo, señorita Vale.

Lo había dicho tan bajito que Amy no estaba segura de haber oído bien.

–¿Qué ha dicho?

En ese momento, él paró la camioneta y se volvió para mirarla apoyando el brazo en el respaldo del asiento. Aunque su aroma masculino era muy atrayente, el brillo de sus ojos era tan frío como el acero.

–Estamos en casa… mamá –dijo con una sonrisa irónica–. ¿Qué tenemos para cenar?

Capítulo 2

 

 

 

 

 

NO HABÍA nada amenazador en la proximidad de Beau, pero algo le decía que se apartara de aquel hombre. De repente, parecía terriblemente peligroso y no sabía por qué.

Sus facciones eran solemnes, pero increíblemente atractivas. Demasiado atractivas para un hijastro, pensaba Amy saliendo de la camioneta. La nieve seguía cayendo y se había hecho de noche, pero la luz del porche permitía observar la rústica edificación de madera recortada contra un grupo de colinas nevadas.

El alero del tejado, cubierto de nieve y el porche sujeto por columnas hechas de troncos de árboles, con corteza incluída, formaban un conjunto armonioso con el entorno. En medio de aquella oscuridad, el lugar tenía una calidez especial, paradójica considerando la frialdad de su propietario.

Beau, con su maleta en la mano, la tomó del brazo y caminaron juntos hasta el porche.

–La dejo aquí con Cookie –dijo abriendo la puerta y dejando la maleta en la entrada–. Vamos, entre –insistió. En ese momento, una mujer con el cabello gris y vestida con vaqueros apareció frente a ellos.

–Yo me encargo de todo, jefe. No se preocupe –sonrió ella. Antes de que Amy se diera cuenta de nada, la mujer había agarrado la maleta y la conducía por un pasillo–. Supongo que querrá darse una ducha antes de cenar. Hay un asado estupendo.

–Muchas gracias. La verdad es que me vendrá bien una ducha.

–Sé cómo te dejan esos viajes en autobús –rió su acompañante–. Me llamo Cookie y me encargo de cuidar la casa. Después le presentaré a mi marido, Archie, el mejor cocinero de todo Wyoming, según él mismo.

La mujer, que no dejaba de hablar, parecía tener una sonrisa constante en los labios y Amy se preguntaba cómo se podía tener una disposición tan alegre trabajando para aquel ogro.

Mientras Cookie seguía diciendo que era una pena que el mal tiempo hubiera impedido a Ira ir a buscarla, pasaron por delante del salón, que tenía una impresionante chimenea de piedra. El techo era de vigas de madera y el mobiliario rústico y agradable, como todo en aquella casa. Después, siguieron por un pasillo cuya única decoración consistía en una enorme alfombra india colgada de la pared.

–Esta es su habitación –anunció Cookie, dejando la maleta en el suelo. Amy se sintió un poco avergonzada, porque ni siquiera se había dado cuenta de que la mujer cargaba con ella.

–Perdone, no me había dado cuenta…

–¿Su maleta? –preguntó la mujer, sorprendida.

–Ni siquiera me había acordado de ella.

–Mi trabajo es ocuparme de los invitados –rió la mujer–. Ese es el cuarto de baño –dijo, señalando una puerta dentro del dormitorio. Tiene otra puerta dentro que da al pasillo, así que no se olvide de cerrar con cerrojo si no quiere sorpresas. Bueno, y ahora puede darse un largo baño caliente. Cuando termine, la cena estará preparada.

Cuando se quedó sola, Amy echó un vistazo alrededor. La habitación estaba decorada de forma sencilla y agradable. El cabecero de la cama estaba hecho con ramas de árboles y, cerca de la ventana había un escritorio y una silla de madera de pino.

Las cortinas eran de lino, del mismo color que el edredón y había alfombras indias en el suelo. La mesilla era un tronco de madera pulido y la lámpara, un antiguo quinqué de los pioneros.