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Joshua Raven estaba dedicado en cuerpo y alma a su trabajo, y estaba a punto de ver cumplida la fusión de sus sueños. ¡Solo tenía que conquistar a la señorita Isaac rápidamente! Para ser algo tan sencillo de hacer y tratándose de un hombre que se consideraba incapaz de preocuparse por nadie, Joshua se sintió sorprendentemente conmovido ante la confianza que Wendy depositó en él. Su conciencia lo atormentaba porque ella parecía estarse enamorando perdidamente. ¿Qué pasaría si se llegaba a enterar de que su inminente matrimonio tenía más que ver con la sala de juntas que con la alcoba?
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Seitenzahl: 228
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 1998 Renee Roszel
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Todos sus sueños, n.º 1434 - septiembre 2021
Título original: Boardroom Bridegroom
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-1375-869-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Si te ha gustado este libro…
JOSHUA RAVEN apoyó el codo en la chimenea antigua, escuchando a medias a aquella rubia parlanchina de la alta sociedad cuyas carnes desbordaban el vestido. Aquella noche no podía perder el tiempo deshaciéndose en sonrisas falsas con las mujeres que coqueteaban con él. Aquella noche comenzaba el camino que tenía que recorrer para hacerse con la Maxim Enterprises. Bastaba con casarse con la hija de Gower Isaac. ¿Cómo se llamaba? ¿Mindy, Sandy? No. Wendy. Eso, Wendy. Que no se le olvidara.
Sin dejar de sonreír convenientemente mientras la rubia seguía hablando, hizo un barrido por el elegante salón. La estancia, de estilo georgiano, estaba decorada en tonos anaranjados y rojizos, lo que hacía que pareciese que siempre estaba inundada de sol.
Coincidió con los ojos de Gower Isaac, su ceñudo anfitrión, que se encogió de hombros. Era obvio que el dueño de la Maxim Enterprises estaba tan extrañado como él de que Wendy se retrasara.
Le dirigió otro comentario vago a la rubia rolliza, que seguía hablando sin parar, y miró el reloj. Eran casi las 8:30 de la tarde. La hija de Gower llegaba más de una hora tarde y Josh cada vez se aburría más.
Normalmente, hacía acto de presencia en estas reuniones estúpidas y se retiraba al poco con excusas del tipo: «tengo asuntos de negocios que no pueden esperar», pero aquella noche era diferente. Iban a comunicar a los ejecutivos de la Maxim Enterprises que iba a ser el próximo presidente. Lo que único que faltaba era la señorita Wendy Isaac. Ella no lo sabía, pero estaba a punto de conocer a su futuro marido. Si llegaba, claro.
Gower había dicho que su hija era un poco rara.
Josh cerró los ojos en señal de resignación. Los matrimonios sin amor eran necesarios a veces para conseguir contratos multimillonarios. Esperaba que la señorita Isaac, la rarita, apareciera pronto. Estaba impaciente por empezar el cortejo.
Gower había dejado caer a su hija la propuesta de matrimonio de Josh. Tenía muy claro que no era algo fácil de asimilar. Josh era una persona pragmática. Sabía cómo funcionaba el mundo. Sabía que la gente se casaba por muchos motivos, uno de ellos el amor.
Llevaba muchos años soñando con hacerse con el control de la Maxim Enterprises. Nada le iba a detener. Nada, y menos una mujer rarita que creía que el hombre con quien se casara tenía que adorarla.
Oyó una tos y miró a Gower, que le señaló con la cabeza a la mujer que estaba en la puerta de doble hoja que daba entrada al salón. Llevaba unos vaqueros y una sudadera. Estaba completamente fuera de lugar entre tanto esmoquin y vestido de lentejuelas. Saludó a Gower y dio un paso hacia atrás como para darle a entender que prefería irse. No tenía ninguna intención de quedarse.
Josh observó cómo Gower Isaac la agarraba del brazo para que no se escapara. El ya de por sí coloradote Gower se puso todavía más rojo y, aunque hablaba en susurros a su hija, era obvio que estaba enfadado. Ella sonrió y lo abrazó. Si aquella era la señorita Wendy Isaac, la tardona y rarita, Josh le daba un par de puntos por no sentirse intimidada ante el enfado de su padre. Ella y Josh parecían ser las dos únicas personas en aquella fiesta a los que el pequeño tirano no lograba acobardar.
Escudriñó el rostro de la mujer. No era guapa. Sus rasgos carecían de la lozanía que los cánones de moda consideraban elegante. Tenía el pelo castaño y liso y lo llevaba recogido en una coleta. Unos cuantos mechones le enmarcaban la cara. Cuando sonrió a su padre, Josh pensó que tenía una boca bonita. Aquella expresión amable le iluminó el rostro y su padre le dedicó una medio sonrisa. Era rarita, tardona e iba fatal vestida, pero tenía una sonrisa contagiosa.
De repente, ella se dio la vuelta y lo miró. Se le fue borrando la sonrisa mientras escuchaba atentamente a su padre. Miró rápidamente a su padre, calvo, le pellizcó la nariz y se encaminó hacia Josh.
Él vio que llevaba zapatillas de deporte y se acordó del lema de la marca que llevaba: ¡A por todas! Intuyó que la dueña de las zapatillas vivía siguiendo aquella filosofía.
Mientras venía hacia él como un general al mando de sus tropas, Josh se preguntaba qué le habría dicho su padre. «Wendy, cariño, aquel hombre va a comprar la Maxim Enterprises para salvarnos de una OPA hostil. Si queremos la familia siga teniendo el control de la empresa, tendrás que casarte con él. Ve allí y sé simpática».
Josh no creía que Gower hubiera dicho nada parecido. El viejo le había advertido que Wendy tenía muy claro que no quería ser mercancía de cambio en un negocio, como su madre. Quería casarse por amor o no casarse. Mientras se acercaba a él, iba sonriendo. Si su padre le hubiera dicho la verdad, seguramente su expresión no sería tan cordial.
Josh se dio la vuelta para saludarla. La pobre rubia paró de hablar, parecía que se había dado cuenta de que la estaban ignorando de mala manera.
Wendy le tendió la mano.
—Hola, señor Raven —le dijo mientras le agarraba la mano entera y la agitaba, algo bastante impropio en una mujer de su clase.
—Mi padre me ha dicho que debíamos conocernos. Lo siento, pero no tengo tiempo para charlar. He pasado sólo a recoger unas cosas. Me voy.
Josh observó su rostro vivaz y se dio cuenta de que tenía los ojos más grandes de lo que había pensado. Eran de un tono azul muy original, tirando a violeta. Unos ojos bonitos, la verdad, que le sonreían con una inocencia que no hubiera esperado en la hija de un tirano como Gower Isaac.
—Doy clases a adultos que no saben leer ni escribir los martes, jueves y sábados por la noche. A mi padre siempre se le olvida. Lo siento, pero me tengo que ir corriendo. Mi alumno tiene cuarenta años y, cuando empezamos, estaba muerto de vergüenza porque llevaba toda su vida fingiendo que sabía leer. Se esfuerza mucho. No puedo faltar por nada del mundo. Mi padre se ha enfadado muchísimo.
Se encogió de hombros, como si estuviera acostumbrada a dar disgustos a su padre, pero a él le encantó aquella sonrisa bonachona.
—Me ha dicho que es usted el salvador que ha evitado que esos ladrones se hicieran con la Maxim. Es maravilloso. Espero que algún día tengamos tiempo para charlar un rato —dijo mientras miraba el reloj que llevaba en la muñeca.
—Guau, las 8:30. Me tengo que ir.
Le dio la mano, lo miró a los ojos fugazmente y se alejó con aquellos zapatos de mujer decidida. Un instante después, había desaparecido.
—Encantado de conocerte, Wendy —murmuró con una risa irónica.
Pasó revista mentalmente a su ego. Le había dolido, pero ya se curaría. Estaba claro que Wendy Isaac no le había encontrado tan irresistible como la prensa afirmaba continuamente que era. A lo mejor, aquel terremoto de ojos violetas no iba a ser tan fácil de conquistar como había previsto. Tenía que tomárselo en serio.
—Lo siento, hijo. Sintió una palmada en el hombro.
—Esta maldita chiquilla hace lo que quiere.
Josh se dio la vuelta y vio a Gower. Estaba avergonzado. Todavía divertido de cómo se lo había quitado de encima Wendy, Josh sonrió al viejo.
—Me habías dicho que era rara, Gower, pero, para ser sinceros, creo que es interesante.
Gower permaneció con el ceño fruncido.
—Eres un caballero, hijo. ¿Qué te parecería venir a cenar mañana?
Josh se metió las manos en los bolsillos del esmoquin.
—¿Tu hija da clases a alguien los domingos por la noche?
Gower emitió un gruñido de disgusto.
—No creo, el mes pasado fuimos a una subasta benéfica. Vino conmigo, pero por la fuerza. Eso fue un domingo por la noche —contestó meneando la cabeza.
Josh le devolvió la sonrisa. Aquel hombre era un arrogante hijo de perra. La única pega de su trato, a parte de tener que casarse con su hija, era que Gower había exigido formar parte del consejo de administración. Como Josh no tenía otra alternativa si quería ver su sueño hecho realidad, había tenido que acceder. Era irónico, pero le había costado más aceptar el hecho de tener a Gower Isaac en la planta de abajo que hacerse a la idea de casarse con una mujer que no había visto en su vida.
—Me aseguraré de que esté en casa aunque tenga que atarla a la silla —dijo Gower con los dientes apretados.
Josh enarcó las cejas un segundo y recobró su sonrisa.
—Vale.
—Así podrás comenzar tu cortejo.
Josh sintió una punzada de desagrado. Miró a aquel hombre bajito fijamente mientras éste saludaba con la mano a otro invitado. ¿Cómo podía un padre hablar de su propia hija como si fuera una yegua que se iba a vender al mejor postor? Él no era el más indicado para hablar porque era el comprador y Wendy Isaac no era más que una mercancía que cambiaba de manos. Gower se dio la vuelta y le dio una palmada en el hombro.
—Muy bien, hijo, nos vemos mañana. A las 6:30.
Asintió y borró de su cabeza todo pensamiento, excepto su objetivo principal. La fusión entre la Maxim Enterprises, lo mejor de lo mejor, y su empresa le convertiría en uno de los hombre más ricos de Estados Unidos.
Para ello, Wendy Isaac debía caer rendida a los pies de un adorable Joshua Raven. Bueno, eso es lo que ella tenía que creer.
A Wendy le gustaba la habitación del mayordomo de su padre. Estaba llena de libros y olía a tabaco de pipa, era agradable y acogedora, como el hombre que la habitaba. Conocía a Millville de toda la vida. Era como su abuelo. Echaba más de menos al mayordomo y a su perra Agnes que a su propio padre, lo que resultaba bastante triste.
Se puso en cuclillas en la alfombrilla de tela para acariciar a la vieja setter.
—¿Qué tal, Aggie, preciosa?
La perra levantó la cabeza y le lamió la mano.
—Nosotros también te hemos echado de menos. Por eso he traído a Al, para que te vea. Acarició a su cacatúa en la cabeza. El pájaro albino estaba sobre una pila de revistas, al lado de la mesa de café. Wendy miró a su mascota.
—¿A que sí, Al, a que te alegras de ver a Aggie?
Al era completamente blanca, desde la punta del pico hasta las garras, blancas como la nieve. Lo único que tenía de otro color eran los ojos, que eran rosa clarito. Levantó una pata como si estuviera sobre una ola y graznó
—Al quiere a Aggie, Al quiere a Aggie.
Wendy se rió.
—Sí, y Aggie quiere a…
—¿Qué haces?
Acostumbrada a los gruñidos de su padre, Wendy apenas se inmutó, pero Agnes se metió debajo de la mesa de café con un lamento y Al despegó de las revistas emitiendo un grito agudo para aterrizar un segundo después sobre la cabeza de Wendy. La pobre, muerta de miedo, le clavó las garras en el cuero cabelludo aunque no llegó a hacerle herida.
—¡Ay! —gritó Wendy dando gracias al cielo de haberle cortado las uñas a Al hacía poco.
Se las arregló para levantarse y sonreír a su padre.
—¡Papá! ¡Mira lo que has hecho! Has asustado a Al.
Intentó desenredar las patas del animal de sus rizos, que tanto le había costado peinar, pero el pájaro le picó en los dedos.
—¡Ay, qué daño!
El pájaro, que pesaba casi un kilo y medio, se había convertido en una corona difícil de manejar. Wendy apenas miró a su padre.
—¡Mira que se te dan bien los animales!
Vio cómo su padre miraba fríamente a la cacatúa, atrapada en su pelo. Con el ceño fruncido, la miró de la cabeza a los pies. Estaba claro que el vestido playero de algodón verde y las sandalias que se había puesto su hija no le parecían lo más apropiado para la cena de aquella noche.
—¿Te vas a poner eso?
Asintió con la cabeza y se estremeció de dolor porque Al le clavó las uñas más fuerte.
—Papá, ¿para qué quieres que vaya a esa cena? Seguro que tú y el señor Raven tenéis que hablar de negocios. Sueles decir que mi conversación te da dolor de cabeza.
—He pensado que Josh y tú deberíais conoceros. Eso es todo. ¿Dejaste algo de ropa aquí cuando te fuiste? Seguro que tienes algo para cambiarte.
Intentando controlar su enfado, se acercó a él y le tocó la mejilla.
—No estamos en 1955, cuando las mujeres llevaban corsé y guantes blancos. El señor Raven va a comprar la empresa, no a mí. Seguro que no le importa lo que lleve.
Su padre se cruzó de brazos. Estaba impecable con su traje de seda azul marino.
—Maldita sea, hija, quítate ese ridículo pájaro de la cabeza. No quiero que piense que estás loca.
El melodioso timbre de la puerta les interrumpió y a Gower le cruzó por la cara una expresión que parecía casi de miedo.
—Aquí está.
Wendy no entendía muy bien el nerviosismo de su padre. Él nunca perdía la calma. Vio cómo miraba, preocupado, hacia la cocina.
—Ahí va Millville. ¡Haz algo con ese maldito pájaro!
—¡Shhh! —le reprendió.
Al dejó escapar un graznido y le clavó las uñas más fuerte.
—Gritar es peor. Como no quieras que me corte un trozo de cuero cabelludo, lo único que se puede hacer es dejarla ahí hasta que se calme. Sabes que cuando Al se enfada no se le puede obligar a hacer nada. Si estás tranquilo unos quince o veinte minutos, probablemente podré convencerla para que baje —le dijo mientras le agarraba de la mano.
Gower fue hacia la cocina con ella, se paró y obligó a pararse a Wendy, quien se dio cuenta de que el servicio se había quedado petrificado. No debían de estar muy acostumbrados a ver mujeres con pájaros en la cabeza.
—¿No me digas que vas a recibir al señor Raven con esa cosa en la cabeza?
Sonrió traviesa. Su padre sólo le hacía caso cuando estaba enfadado con ella. Estaba bien que reparase en ella de vez en cuando.
—¿Qué tiene de malo que el señor Raven conozca a Al? Seguro que tienen muchas cosas de que hablar.
—¡Wendy! —gritó Gower.
El pájaro protestó.
—¿Qué he hecho mal? Ya no eres una niña. Eres una mujer de veinticinco años. ¡Las mujeres de tu edad no reciben a los invitados con animales salvajes en la cabeza!
Wendy sintió un poco de lástima. El pobre hombre, patológicamente correcto e infinitamente egocéntrico, no entendería nunca que la mayoría de sus penas se las ocasionaba él solito. Ella se acercó para abrazarlo, pero él le apartó los brazos.
—¡No hagas eso! Sabes que lo odio.
Ella suspiró y luchó por no venirse abajo y amedrentarse.
—¿Por culpa de quién está Al en mi cabeza? Además, ¿no le has advertido al señor Raven que soy una excéntrica? Creía que eso era lo primero que le decías a la gente —le dijo,agarrándole del brazo.
Gower estaba enfadado, pero también un poco avergonzado.
—¿Lo ves?
El hecho de que su padre fuera pidiendo disculpas por adelantado en su nombre casi ni le importaba, ya se había acostumbrado.
—Le has puesto en antecedentes estupendamente.
—¡Te prohibo que veas al señor Raven con ese monstruo en la cabeza!
—¿Me lo prohibes?
Wendy no se parecía a su progenitor en muchas cosas, pero, como buena hija de su padre, no toleraba que nadie le dijera lo que debía hacer. Lo miró sin pestañear a los ojos desaprobadores.
—Me estás confundiendo con mi madre —dijo tranquila. Le agarró del brazo y tiró de él.
—Vamos.
Aunque Gower era terco como una mula, le obligó a ir hacia la puerta de entrada. Para ser sincera, le hacía la misma gracia recibir al señor Raven con una cacatúa en la cabeza que aguantar una aburrida cena de negocios. Tal vez podría librarse.
—Podría irme por la puerta de atrás.
—No. —dijo su padre bruscamente.
—Quiero que cenes con nosotros —agregó dándose cuenta del tono que había empleado. La miró mientras iban hacia el vestíbulo sin quitarle el ojo de encima a la cacatúa.
—¿Para qué te has traído al pájaro aquí?
—Al estaba deprimida. He estado mucho tiempo fuera y pensé que le gustaría ver a Agnes y a Millville.
—¿Deprimida? ¿Cómo puede un pájaro deprimirse? —preguntó escéptico.
—Ladraba. Siempre ladra cuando echa de menos a Agnes.
Gower sacudió la cabeza, confundido, y Wendy aguantó la carcajada a duras penas. Preocuparse por alguien o por algo que no le afectase directamente era algo que a su padre no se le pasaba por la cabeza.
Había intentado quererlo, a pesar de que era un viejo tirano malhumorado. Después de todo, era la única familia que tenía. Le había hecho la vida imposible a su madre, que nunca había tenido firmeza. Wendy había aprendido cómo no tratar a su padre viendo a su madre perpetuamente sometida. Había intentado varias cosas y, al final, había optado por ignorar sus rabietas y ser todo lo amable que pudiera, pero sin dejarse intimidar por su presencia.
Su comportamiento rebelde sacaba a Gower de quicio. Tampoco era eso lo que ella quería, pero parecía que era lo único que funcionaba. Se negaba a que aquel hombre la anulase como a su pobre madre. Wendy se había convertido en una persona adulta a quien tenía que considerar por sí misma.
Al entrar en el vestíbulo, el repiqueteo de los tacones sobre suelo de mármol hicieron eco en el techo abovedado. La estancia, oval y rematada por una escalera de caracol majestuosa, era completamente blanca, desde las columnas clásicas hasta las molduras georgianas y las cornisas que decoraban el lugar. Wendy pensó divertida que, a lo mejor, entre tanto blanco, el señor Raven no vería a Al, que seguía en su cabeza.
Cuando Millville, el viejo mayordomo, dio un paso hacia atrás para dejar pasar al invitado, Wendy no pudo evitar pensar que Joshua Raven, vestido todo de negro, contrastaba con el entorno. Aunque su indumentaria era informal estaba tan impresionante como con esmoquin.
Recordó aquel primer encuentro. De pie, alto y elegante, al otro lado de la habitación, con sus ojos negros posados en ella. Un escalofrío le recorrió cuando sus miradas se cruzaron como si hubiera metido los dedos en un enchufe. Había intentado borrar aquel pensamiento irracional, pero no podía olvidar lo que había sentido. Suponía que cualquier hombre que hubiera salido de la pobreza y alcanzado tal éxito a su edad miraría a todos como presas potenciales.
Él posó la mirada en ella y en la cacatúa. Aquellos ojos de ébano se agrandaron un segundo. Sintió que aquella reacción era toda una muestra de emoción para un hombre acostumbrado a ejercer un fuerte control sobre sí mismo. Le saludó y obligó a su padre a adelantarse.
—Hola, señor Raven. Bienvenido.
El invitado tenía dificultades para quitarle el ojo del tocado. Cuando se cruzaron sus miradas, ella sonrió.
—Por si le interesa, ésta es Al.
Subió la mano y acarició al animal, que le picó sin remilgos.
—¡Ay!
—Señorita, ¿me la llevo? —preguntó Millville como si tal cosa.
—Me encantaría, Millville, pero papá se puso a gritar —contestó ella.
El mayordomo asintió dando a entender que entendía lo ocurrido.
—Voy a por su juguetito.
—Ah, buena idea, se me había olvidado —dijo Wendy.
—¿De qué se trata, de un tirachinas? —preguntó Josh sonriendo.
Wendy se rió.
—No. A Al le gustan los bizcochos. A veces funciona.
—Ah.
Josh estudió detenidamente al pájaro y luego miró a Gower. Wendy se dio cuenta de que su padre estaba más rojo que la grana, como nunca le había visto.
—Papá preferiría que no me pusiera a Al para cenar. De hecho, creo que lo que realmente le gustaría es que Al fuese la cena —bromeó.
La ronca risa de Josh Raven hizo eco en la cavernosa habitación.
—¿Comerse a una cacatúa? ¿Gower Isaac? Sé de mucha gente que pagaría una fortuna por ver eso.
Sorprendida por tal ocurrencia, Wendy dejó escapar una risilla. Acarició las plumas del animal, que esta vez no le picó.
—Me gusta el señor Raven, Al. ¿Y a ti?
—Eres un buen chico. Dame un beso —dijo el pájaro.
—Dios mío —murmuró Gower.
Josh se rió y la habitación volvió a retumbar con sus carcajadas.
—Una cacatúa blanca que habla y, además, se puede llevar de sombrero. Increíble.
Miró a Wendy.
—Por cierto, me alegro de que me llame Josh.
—Gracias, Josh.
Wendy pensó que su invitado no era como se lo había imaginado. Sabía que era guapo, incluso antes de haberle conocido la otra noche. Cualquiera que tuviera que esperar la cola para pagar en un supermercado conocía su cara. Según la prensa sensacionalista, era el hombre que les gustaba a todas las mujeres. Por supuesto, ella se limitaba a mirar esa clase de historias por encima. Era muy fotogénico y, en todas las fotos que ella había visto, salía muy atractivo.
Escudriñó su cara y tuvo que reconsiderar aquello. Las cámaras no habían hecho justicia a aquel hoyito de la mandíbula o a aquellos prominentes pómulos. Aquellos ojos hundidos, que centelleaban de vitalidad, rodeados de unas pestañas tan largas que parecían de mentira. Todo el mundo sabía que tenía dos filas de pestañas, un extraño defecto de nacimiento por el que cualquier mujer habría matado.
—¡Dame un beso, precioso! —repitió Al, lo que sacó a Wendy de sus pensamientos.
—No me van las plumas, Al, pero gracias de todas formas —contestó Josh, sonriendo.
Decidió que había pasado la prueba a la que ella misma le había sometido sin querer, acarició al pájaro en la pechera.
—Vale, Al, nos ha quedado claro.
Se encontró con aquellos ojos misteriosamente sensuales.
—Al es el diminutivo de Alberta. Es una coqueta empedernida. Creemos que era de una mujer de la noche.
—Esta claro que ha hecho un cambio para mejor.
La invadió un arrebato de admiración. No era de extrañar que tuviera tanto éxito con las mujeres. Hacerle pensar que llevar un pájaro en la cabeza, que para colmo le hacía proposiciones indiscretas, era el atuendo perfecto para asistir a una cena le hacía digno de aquella fama de hombre encantador.
Unas pisadas atrajeron la atención de todos.
—Aquí viene la caballería.
Se dio la vuelta y vio a Millville, almidonado y profesional con su uniforme oscuro, que traía un trozo de bizcocho.
—Ven con tío Millie, Alberta. Agnes, tú y yo nos vamos a dar un festín de bizcochos en mi cuarto.
Al abandonó la cabeza de Wendy con un graznido y se llevó unos cuantos mechones de pelo en el proceso. Aterrizó en el brazo extendido de Millville y comenzó a picotear el bizcocho.
—Gracias, Millville. La recogeré antes de irme —dijo mientras se pasó los dedos por los rizos intentando minimizar los daños.
—No tenga prisa, señorita. Agnes y yo hemos echado mucho de menos a esta revoltosa.
—Millville, llévese a esta refugiada procedente de un maizal y comuníquele a Cook que nuestro invitado quiere cenar —dijo Gower en un tono comedido nada usual en él.
Mientras Millville abandonaba el vestíbulo, Al graznó «¡Bésame, guapo!» salpicando el aire de migas de bollito. El grito del pájaro sacó a Wendy de su trance y se dio cuenta de que estaba mirando fijamente a Josh con cara de lela.
Aunque estaba segura de que estaba acostumbrado a que las mujeres no le quitaran el ojo de encima, no había pensado que ella fuera de esas bobas que se dejan atrapar por los encantos de un seductor. Se puso roja de vergüenza. ¡Qué superficial!
—Me muero de hambre, papá. Vamos a cenar —dijo sin pensarlo, dándose la vuelta hacia su padre.
Empezaba a arrepentirse profundamente de que aquel hombre la hubiera visto con una cacatúa en la cabeza, pero ya era demasiado tarde para cambiar la primera impresión. Lo mejor que podía hacer era acabar con la cena cuanto antes y esperar que Joshua Raven tuviera compasión y olvidara que la había conocido.
Aquel patio de piedra de varias alturas era uno de los lugares preferidos de Wendy y una de las pocas cosas que echaba de menos de casa de su madre, que estaba en Kennilworth, un barrio de las afueras del norte de Chicago, aquella zona en la que Wendy había crecido era una de las más prósperas del país. Su casa había sido una casa bonita, pero triste. Luchando contra la melancolía que le producían los recuerdos, miró las tranquilas aguas del lago Michigan. Las embarcaciones, teñidas con la luz del atardecer, se deslizaban por la superficie de cristal. Aquel lago, tan grande que parecía el mar, se prolongaba en el horizonte hasta donde alcanzaba la vista.
La brisa que emanaba del lago se hacía más fría a medida que el sol se iba poniendo. Wendy tembló y se frotó los brazos para entrar en calor.
—¿Tienes frío?
Miró a Josh. Su padre se había ido hacía un rato alegando que tenía una cita. Así que allí estaba para entretener a Joshua Raven. Sola. Gower Isaac no solía dejarla con sus socios, pero le agradecía infinitamente que lo hubiera hecho en aquella ocasión y con aquel hombre.
Josh le sonreía como si pensara que era maravillosa. No pudo evitar sonreírle también. La luz del atardecer arrancaba reflejos anaranjados a sus cabellos negros.
Al mirarse, volvió a experimentar aquella extraña sensación. Los ojos de Josh brillaron con una luz propia de un depredador. Qué tontería. Si aquel hombre tenía algo de amenazador era capricho del atardecer. Josh Raven era su salvador, por todos los cielos. Desde luego, no era un enemigo. Borró aquellos pensamientos de su mente y se concentró en el tema que les ocupaba.
—Hace mucho frío cuando sube brisa del lago.
—Te traeré un jersey —dijo él, poniéndose en pie.
En aquel momento, llegó Millville para recoger los platos de postre y traer más café. Aquel maravilloso hombre traía un chal en el brazo. Wendy lo aceptó encantada.
—Me has leído el pensamiento, Millie.
El mayordomo asintió mientras ponía los platos en una bandeja.
—¿Más café, señorita?
—No, gracias.
Millville se volvió hacia Josh.
—¿Y usted, señor?
Josh negó con la cabeza.
—Les dejaré para que disfruten de la velada —murmuró el mayordomo antes de desaparecer silenciosamente en el interior de la casa.
Wendy se estaba poniendo el chal cuando sintió una mano en el hombro.
—Déjame que te ayude.
Miró hacia arriba y vio a Josh sonriendo. Asintió y soltó el chal de ganchillo blanco. Tras colocárselo alrededor, Josh rozó su hombro con el dedo. Aquel breve contacto fue increíblemente sensual e hizo que le recorriese un escalofrío.
—Ya está.